
Antonio González Morillo, conocido por el sobrenombre de su familia ‘Guindate’, a sus casi 95 años tiene una memoria prodigiosa. Conduce su coche a diario. Toma el café con los amigos en el Bar el Brillante, en las inmediaciones del mercado y luego se pega su partida de dominó con los amigos en la Peña Madridista, en la calle San Juán. Una costumbre que practica a diario. Es una persona culta, leída, y con una interesante filosofía de vida --él, que ha vivido tanto-- y que comparte con quienes tienen la oportunidad de estar un rato en su compañía.
Antonio nació el 2 de diciembre de 1916 en el Ejido de San Juan, cuarto de los cinco hijos de Gabriel González Franco, hermano del Manco de los Cuatro Mil Reales, con nótula 495 en Gente del Puerto, y de Mercedes Morillo Teja. Antonio recuerda que su hermana Milagros falleció el año pasado… Aprendió a leer y a escribir en el campo, en pocos días, enseñado por su padre y «por un hombre que venía por allí, pero que estuvo poco tiempo con nosotros, no teníamos dinero…» Fue un discípulo aventajado como él mismo afirma. Eran las épocas de las novelas por entregas y su tía le dejó novelas y libros, lo que le convirtió en «un lector de primera categoría» que leía a la luz de los carburos, antes de la II Gran Guerra y luego a la luz de los reverberos.
De pequeño su familia se fue a vivir a un campo por Rota, trabajando en La Dehesilla, pero al enfermar su madre regresaron a El Puerto, estableciéndose en el Cortijo de Las Cañadas, por el Pago Balbaína, tierras que se encuentran desde la Prisión en dirección a Sanlúcar. Aquí se apresura a señalar Antonio que dicho nombre viene de Balbo, el romano y, según afirma son las mejores tierras, en las que en su día se aposentaron los romanos.
Hizo el servicio militar entre Camposoto y Córdoba, --aunque fue dilatando su incorporación a filas por unas hernias, al final no se pudo librar-- y estuvo en el frente a finales de 1938, durante la contienda civil, aunque lejos de las trincheras pues estuvo destinado con el Parque Móvil de la Maestranza de Artillería.

Antonio y su mujer, Cristobalina, en una foto de finales de lo cuarenta del siglo pasado.
En Las Cañadas viviría hasta 1965, año en el que se trasladaría a a la finca de Pozo del Tejar, muy cerca del puente de la variante a Rota, a cuya casa de cortijo le pondría ‘Villa Tobalina’, por su mujer, Cristobalina Teja Huerta, fallecida hace 8 años. «Vivimos una vida feliz», recuerda Antonio con añoranza. Allí puso una granja de pollos y allí continúa viviendo, desde que se prejubiló a los 55 años. Y es que Antonio afirma que para ser feliz hace falta no tener problemas. Y el campo da muchos problemas, hay que estar muy pendientes. Y reflexionó que tras una vida de trabajo en el campo bien se merecía un descanso. Y hasta ahora.

'Villa Tobalina', en la finca del Pozo del Tejar, por la variante de Rota, a la altura del puente.
Amigo de Manolo el del bar ‘Er Betis', ya desaparecido, de ‘el Chupito’ que tenía un puesto de pescado en el Mercado de Abastos, juega sus partidas con la gente del campo, con los Quirós, en el Bar Brillante, donde para a diario. Y guarda un buen recuerdo de un compañero de milicias: Aramburu Picardo.
CONTROVERSIAS CON LA PRIMERA FERIA DE GANADO.
Las ferias de ganado dejaron de celebrarse en nuestra Ciudad en 1916, en septiembre, ante la decadencia y falta de negocio de las mismas, y que se remontaba a los privilegios alfonsíes y el fuerte empuje que alcanzó en el siglo XVIII. Hasta después de la Guerra Civil no se celebraría la Feria de Primavera, como hoy la conocemos, concretamente hasta 1945. Empero, dos años antes, en el Coto de la Isleta, durante los años 1943 y 1944, se celebraban unas ferias de ganado, según documentación que obra en el Archivo Municipal. (En la imagen, Antonio González Morillo, 'Guindate', en 1940).
Pero Antonio González Morillo, Antonio Guindate, afirma a sus 94 años, y en ello están los investigadores de la historia más reciente, que la primera feria de ganado, tras 1916 y después de la Guerra, fue en 1942 y que él fue testigo de la misma, con 26 años de edad. Lo cuenta en el vídeo que adjuntamos más abajo. Y nos lo contó a nosotros con todo lujo de detalles y, como siempre, haciendo gala de una memoria prodigiosa.
Corría el año 1942 y Fernando Terry del Cuvillo, apodado ‘el Levante’ por su temperamento y viveza, se propuso siendo alcalde durante su corto mandato (08-10-1941 a 03-04-1943) reinstaurar la Feria en El Puerto. En el Casino de Labradores le propuso a Gabriel González Franco, padre de Antonio, que enviara unas bestias al Coto de la Isleta, por Valdelagrana, que quería hacer una Feria de Primavera. Tenía empeño para hacerla competir con Sevilla y Jerez, y quiso situarla en medio de ambas. Y allá que Antonio y un primo se encajaron con las caballerías a la entrada del Coto. (En la imagen, Fernando C. de Terry y del Cuvillo).
Y recuerda Antonio hasta los animales y sus nombres: 2 yeguas, la torda y la castaña; 2 mulos garboso y coronela; 1 burro padre y una jaca colorá (un caballo capado), apodado el tomate, que tenía mucha barriga. Ya instalados en el Coto, llegó el alcalde con Gabriel, su padre en un coche y estuvieron hablando de caballos y ganaderías. Para celebrar la inauguración de aquella primera ‘Feria’, se acercaron a un sombrajo modesto, donde se servían bebidas, atendido por Antonio Aguilar, donde los invitó a una botella de la entonces manzanilla Maruja, cuya etiqueta, por cierto, estaba descolorida, recuerda Antonio.

Imagen de la Feria de Ganado, ya como Feria de Primavera, en 1945, en el Palmar. (Foto: Justino Castroverde).
Al día siguiente, la familia de los García de Quirós, también llevaron sus bestias al Coto. Aquella primera feria duró dos días, sin carteles, sin guardias y sin banderolas. Y Antonio, lo mantiene con su vívida memoria, mientras los investigadores bucean en periódicos y documentos de la época, para corroborar este hecho que, de momento, está recogido de forma oral de boca de uno de sus protagonistas. (Texto: José María Morillo).
Antonio, hablando de la que para él fue la primera Feria de Ganado de El Puerto, en la posguerra.
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José Grado Hidalgo nació en Sanlúcar de Barrameda el 2 de marzo de 1938, hijo de José Grado Romero y Antonia Hidalgo Luque, siendo el tercero de cinco hermanos, Magdalena, Manolín, José, María y Antonio. Con tan solo dos años, su familia se traslada a El Puerto, viviendo en la calle Palacios, 37.

CUARTO DE REDES.




Manuel Soriano Gómez nació en la Casa de la Aduana, el 28 de agosto de 1931, hijo de Manuel Soriano Martín y Carmen Gómez Mesegué. Estudió en el Colegio del Carmen y en el de Cárdenas, en la calle Luna, frente al desaparecido Teatro Principal.
En 1950 se casa con Rosario Valiente Moreno, naciendo un año más tarde su primer hijo de los catorce que tiene. Vivió unos años en la Casa de Roque Aguado, en la Plaza del Polvorista, hasta que consiguió una vivienda en la conocida como Barriada de la Playa, donde nacerían ocho de sus hijos. Los tres más pequeños, durante la etapa en la que nuestra Ciudad no tuvo clínica, nacerían en Cádiz. En la actualidad tiene hasta un bisnieto. Es una familia, aparte de las más numerosas, de las más antiguas, pues ya va por la sexta generación en El Puerto. Tenía pocas aficiones, todo el tiempo lo dedicaba al trabajo para sacar adelante a tantos hijos; solo jugaba de vez en cuando a las cartas en el Bar de las Cadenas o iba con sus hijos a coger espárragos al campo, o a mariscar almejas los domingos. (En la imagen de la izquierda, Manolo con su novia, --la que sería su mujer-- Rosario Valiente Moreno, en 1948).








«--¿Por qué?», le preguntó el consejero
Ahora, si todavía les queda tiempo, reparen unos minutos en la segunda foto situada a la izquierda de este párrafo, la de fondo granate, la que desvela que Baldomero también posee una mirada fuera de lo común para ver las cosas más comunes, valga la redundancia. Intentaremos explicarnos. Esos ojos semicerrados, que más que observar, sospechan, están mirando en dirección al pasado más decente de la historia de nuestra comarca, y pueden ver, a través del cristal opaco de botellas y botellines, con la intuición sabia del que recuerda, huele y rastrea en las huellas del tiempo, la vida cotidiana en las bodegas de la zona del siglo pasado, el sudor y las luchas de los trabajadores de la vid, aquellas vendimias que dieron de comer a El Puerto y su comarca.


Lola Ojeda y Blanco nace en Cádiz en el Barrio de la Viña, de madre gaditana y padre portuense, el 23 de junio de 1943. Su familia se traslada a El Puerto cuando ella cuenta con cinco años de edad y se fueron a vivir a la Plaza del Castillo. Estudió en el colegio de al lado, casi al lado, en las Esclavas del Sagrado Corazón.



Resulta que Paco hizo el bachillerato en el Instituto Laboral --hoy de Santo Domingo-- y, en el año de 1960 se fue a Valladolid a estudiar al Colegio del Salvador. Al finalizar aquellos estudios, se casaron en el año 1966 y se trasladaron a Valladolid donde felizmente vive con su familia. Todos los años regresan a El Puerto, como dice Lola, «a llenar las pilas de sal, de playa, de vino, de cervecita, de pescaíto, ...» no solo en verano, sino que también durante algunas Ferias y Navidades, y gracias a las vacaciones «mis hijos son tan portuenses y andaluces como nosotros». (En la imagen, Mariluz y Lolichi --como le dicen en El Puerto a nuestra protagonista--, en la Plaza del Ave María, delante del Colegio San Luis Gonzaga. Año 1965).



Miguel Lobato Quintero nace en 1927, el 4 de marzo, en la calle Pozuelo, hoy Federico Rubio. Estudió en el colegio de la calle Ganado con el Maestro Cárdenas. Polifacético donde los hubiere, desde joven vive el mundo del espectáculo a través del Carnaval, en su casa, ya que su abuelo Miguel Lobato como él, fue un conocido autor carnavalesco, en aquella época, en nuestra Ciudad. Persona seria y honrada, empezó en el mundo del fútbol como secretario del equipo Santo Tomás, en el que jugaban Laínez, Lupo y Joselete. (En la imagen de la izquierda, una fotografía actual de Miguel Lobato).


EL MUNDO DEL ESPECTÁCULO.









Pepe tiene una gran familia que se compone de 6 hijos , 17 nietos y 8 bisnietos y otro que viene en camino. De los nietos 12 están ya casados. Pepete sorprende con su gran memoria. Se acuerda de datos y nombres, con pelos y señales, de muchísima gente que ha conocido en su vida. Se conoce los nombres y las medidas de todos los cortijos de la campiña. Es un gran entendido en caballos y distingue los hierros de las distintas ganaderías de Andalucía.