
La sonrisa se le hace más grande cuando habla de su padre. Pepe Garrido atiende la barra y está atento a lo que sale de la cocina a sus 59 años. Tiene tiempo para bromear con los clientes: “bueno estos más que clientes son amigos” comenta mientras se apoya con las dos manos en el mostrador, una postura de veterano de la hostelería para combatir el cansancio de tantas horas en pie. Siempre viste delantal verde en honor al equipo de sus amores El Betis un nombre que puso el fundador del bar pero que su padre Manuel Garrido mantuvo a pesar de ser sevillista confeso.
Er Beti cumplió el pasado 20 de junio 50 años de existencia. Fue en esa misma fecha pero de 1959 cuando Manuel Garrido Patino (en la imagen de la izquierda) le entregaba a Antonio Ferrer, el propietario del local, los 13.000 duros (65.000 pesetas o 389,54 euros) por las que le traspasaba el establecimiento. Manuel las había conseguido al vender el camión con el que trabajaba de transportista. Pero con 13.000 duros pagaba un sueño porque desde pequeño decía que quería ser tabernero y lo consiguió a los 38 años tras ahorrar y pasar por varios trabajos. Er Beti se había abierto dos años antes como un despacho de vinos y Manuel Garrido conservó la actividad hasta que poco a poco fue introduciendo novedades para conseguir que un despacho donde triunfaba “la media chica” de vino (un vaso pequeño) se convirtiera en uno de los templos del tapeo portuense.
El bar se mantiene intacto al paso de los años. Muchas de las tapas de la carta llevan 35 años sirviéndose en el local y muy pocas se han incorporado con el paso de los años, su famoso paté de cabracho y poco más. Pero por mantenerse intactos se mantienen hasta los platos. Algunas de las tapas llegan todavía a la barra, en el local no hay mesas, en unos pequeños platos de forma ovalada de loza blanca, ya casi perdidos en la hostelería y que ya conservan, tan sólo algunos clásicos, como Er Beti.

'Er Beti', antes de su penúltima remodelación. Detrás del mostrador, Manuel Garrido Patino, a la derecha, el propietario de la Boutique Jarbu. Año 1975.
Pepe Garrido señala que no le cuesta trabajo encontrar los platos, que los encuentra “aunque la última vez compre mil, para que no me falten porque me gusta mantenerlos”. Las tapas de Er Beti parecen sacadas de otra época: plato de loza blanca, tenedor que se sirve apoyado sobre el plato y coronando la maravilla una rodaja de pan, lo justo para acompañar. Lo compra del de barra, del de toda la vida en la panadería de Roque. Pero para este hombre nada parece difícil. Cuenta como si nada que en muchas ocasiones llega al establecimiento a las seis y media o las siete de la mañana, sobre todo los fines de semana cuando hay más trabajo y es que los guisos de la casa requieren tiempo y todos tienen su secreto “pero yo los cuento, no pasa nada”.

El 'Bar Er Beti' en la actualidad. (Foto Antonio Vázquez).
El menudo, por ejemplo, no lleva aceite, se guisa con manteca colorá “porque asi no se pone lamioso” señala Pepe. Garbanzos remojaos y el menudo comprado entero en la carnicería de Ortega, en la plaza. El mismo se encarga de partirlo y quitarle la pequeña suciedad que trae “porque hoy en día ya viene muy limpio, la verdad”. Luego taquitos de chorizo y de jamón, la hierbabuena, algo de verdura y fuego lento, mucho fuego lento como con la carne en tomate, la carne en salsa, las albóndigas o los higaditos de pollo, cuatro de las tapas de siempre en el local.
Pepe Garrido Prado llegó ya mayor al establecimiento, allá por 1985, cuatro años antes de que su padre se jubilara. Antes había trabajado en un taller de reparación de radios, había estudiado para arreglar radios y televisores y, finalmente, trabajó en una tapicería pero su padre decidió que, al ser el mayor de la familia, debía ser el que se hiciera cargo de su bien más preciado el Bar Er Beti. Ahora ya se ha incorporado la tercera generación de la familia y Manuel Lores Garrido, hijo de la hermana de Pepe, está ya tras la barra. (En la imagen de la izquierda, Manuel Lores, hijo de Manuel Lores Camacho, el ya desaparecido cuñado de Pepe Garrido)
Este tabernero siente verdadera devoción por su padre. Destaca como fue incorporando las tapas en el bar poco a poco. Primero puso unas conservas. Se las traía de El Rey de Oros de Barbate y de la marca “Conservas Sur”, con nótula propia en Gente del Puerto. Luego allá por el año 1966 o 67 se trajo una plancha y puso como primera tapa caliente del local unos filetitos de hígado. Luego su mujer, Emilia Prado, le fue enseñando todos los secretos de la cocina y le fue enseñando a hacer los guisos que luego triunfarían en el establecimiento. Primero se los traían desde su propia casa y luego ya pusieron una pequeña cocina para hacerlos.

En la imagen, de izquierda a derecha, Eduardo 'el Holandés', Manuel Lores Camacho, casado con la hermana de Pepe -hoy fallecido- padre de Manolo que en la actualidad es socio con su tío Pepe en el negocio y el profesional de la hostelería Carlos Ramírez. Año 1982.
Así empezaron a surgir platos de “museo” como la carne mechá de Er Beti. No hay ningún tipo de adorno para servirla. Una loncha, eso sí generosa, y dos rodajas de pan. Ni salsa, ni espumas, ni crujientes, ni nada que se le parezca. La receta la aprendió Pepe de su padre que, asimismo, la aprendió de su mujer Emilia Prado. Pepe resalta que el secreto está en utilizar cabeza de lomo, una carne más jugosa que el lomo, y cocerla con ajo cebolla y manteca.
Pepe Garrido señala que su voluntad es seguir manteniendo intacta “la carta de tapas y seguir sirviéndolas así en pequeñas porciones y a precios que no llegan a los dos euros”. No trabaja nada de pescado, a excepción del paté de cabracho. Considera que es complicado hacerlo y que hay muchos establecimientos en El Puerto que lo hacen muy bien. Destaca que ve con alegría “como los clientes quieren volver a los guisos de siempre, a la cuchara” y comprueba que cada día son más los jóvenes que se acercan hasta el bar para probar estos platos que ya no encuentran y que quieren conocer. El menudo se mantiene durante todo el año, aunque fuera, en agosto, se superen los 30 grados a la sombra. La gente lo pide...y yo creo que hasta se le quita la caló.

En la imagen, Manuel Garrido Patino ofreció un homenaje a Galloso que era entonces becerrista. De izquierda a derecha Jaime Osborne, Manuel Garrido Patino imponiéndole la insignia de oro del Bar Er Beti a José Luis Galloso y Prieto, a la sazón presidente del Club Taurino que existía en el Parque Calderón. Año 1967.
GUISOS DE MUSEO.
Er Beti es casi un museo gastronómico en El Puerto de Santa María. No sólo es de los pocos que conserva ya los platos ovalados de loza blanca, platos de concha o rabaneras como se le conoce en el sector, para servir las tapas, sino que en su barra es posible encontrar todavía guisos casi perdidos, que ya muy pocas manos saben hacer con maestría.
En Er Beti es posible encontrar la lengua en salsa, un plato de esos que exige limpieza escrupulosa y tratamiento “de no perderle la vista al guiso ni un minuto” señala Pepe Garrido. La carne en tomate o en salsa o el rabo de toro comparten espectáculo con otro plato cada día menos presente en las mesas como los higaditos de pollo, otro plato que se sirve desde hace 35 años en el local.
Los fines de semana Pepe Garrido también prepara ajo caliente y no falta en su carta la recurrente ensaladilla o las albóndigas.

Pepe Garrido y algunas de sus tapas: de izquierda a derecha: carne mechada, ajo caliente y sangre encebollá. (Foto: Antonio Vázquez).
Pero una de las tapas que bordan es casi una reliquia gastronómica que ya se prepara en muy pocos sitios: la sangre encebollá. El responsable de Er Beti señala que la clave está en dejar reposar la morcilla de sangre ya cortada en rodajas 4 o 5 horas con un poco de sal. Luego freirla en el mismo aceite donde se han frito las cebollas del encebollado y poco más, porque el plato no lleva más ingredientes: aceite de oliva, cebolla, morcilla de sangre y sal.
«Hace poco», cuenta Pepe Garrido, «me vino un matrimonio, entre disgustado y a la vez orgulloso. Se habían ido a Sanlúcar a tapear con su hijo. Se sentaron en un sitio a tomar algo y el niño empezó a protestar. La protesta pasó a llanto y luego a llanto insoportable. Al final tuvieron que ir a Er Beti porque el niño quería carne mechá y no había manera de convencerlo de que comiera otra cosa.» Er Beti es ya casi un museo gastronómico donde encontrar guisos de toda la vida, afortunadamente el museo está más vivo que nunca.
LA RECETA: SANGRE ENCEBOLLÁ.
Ingredientes para cuatro personas:
- 1 kilo de morcilla de sangre.
- 4 cebollas.
- Medio litro de aceite de oliva.
- Sal.
Elaboración:
Cortar la morcilla de sangre en rodajas. Ponerle sal y dejarla reposar una hora. Poner el aceite a calentar en un perol y añadir la cebolla partida en tiras. Hacerla a fuego lento hasta que quede tierna. Apartarla y sacar del aceite. Freir la sangre en el mismo aceite en que se ha hecho la cebolla. Ir sacándola y mezclarla con la cebolla. Añadir un poco de aceite de la fritura y servir caliente acompañada con pan. (Foto: Antonio Vázquez).
Esta receta pertenece al bar Er Beti. Es una de sus tapas más conocidas y se mantiene en la carta desde hace más de 35 años. Fue creada por Manuel Garrido Patino que la aprendió a hacer de su mujer Emilia Prado. Luego su hijo y actual propietario del establecimiento Pepe Garrido Prado es el que la realiza actualmente respetando la fórmula de su familia. (Textos: Pepe Monforte).

José López Navarrete, “el Tiriri” nació en nuestra Ciudad el 1 de abril de 1918. Hijo de Antonio y Milagros, fue bautizado como José Joaquín de la Santa Trinidad. Su madre, Milagros, fallece en 1922, cuando José tiene 4 años, quedando solo con su hermano mayor, Antonio, y su padre, del que tampoco disfrutaría muchos años, ya que al poco tiempo falleció, quedando los niños al cuidado de su tía, Carmelita General, y de Ana, que en el futuro sería su suegra. (En la imagen, Tiriri, en una instantánea de finales de la década de los sesenta del siglo pasado).
Respecto a la relación laboral que mantiene en las embarcaciones, sabemos que son generalmente cortas, cambiando constantemente de barco. Repite en varios de ellos muchos años después, incluso en algún barco se enrola 22 años después de haberlo hecho la primera vez, como es el caso del “Victoria”, pero no el único de los 85 barcos en los que estuvo embarcado. (En la imagen 'Tiriri' a comienzos de la década de 1940).
85 BARCOS Y 136 EMBARQUES.
LA FAMILIA DE JOSÉ


AMULETOS DE CORVINA.
UNA GAVIOTA POR MASCOTA.




Pero el más feliz es Liviano, pavoneándose como una bailarina de cabaret. Camina en busca de nuevas aventuras, con el cambio de vida alcanzará nuevos horizontes.? Cuando se han alejado un trecho, Don Juan se para y le dice a mi abuelo: "--Diego …". Mi abuelo le responde. En ese momento vuelve la cabeza Liviano y me mira, yo le miro a él y los dos salimos llorando. (Textos: Salvador Cortés Nuñez “El Chigüi). 

Hace cosa de dos años, estando yo en Roma, visité la Iglesia del Giesu, o sea, los Jesuitas. En un confesionario de la derecha según se entra, estaba sentado un sacerdote anciano que llamó la atención. Sobre el confesionario había un letrero “P. Blandino,.”. Y es que el anciano sacerdote se parecía, era clavado, a Lola Blandino. Tan es así que le pedí permiso para hacerle una foto [que no encuentra ahora]. El Padre Blandino accedió y yo me quedé con su retrato para corroborar en El Puerto la identidad del parecido. Debe ser que los aires de familia no se pierden y que el origen italiano de Lola salía a relucir. Lola Blandino, nacida en el siglo XIX, finales, en El Puerto, era la imprescindible en mi casa. Y lo fue en casa de mi abuela Aurora, en casa de mi tía Aurora y en las de mis tías María Rosa y Carmen. Hay en los álbumes familiares multitud de fotos en que aparece Lola Blandino. Lo mismo está en los años 1920 en una excursión en burro a Fuentebravía, con mi madre, mi tia Aurora, mi tío Juan y las tías Terry del Cuvillo, en la Expo del 29..., como en la Habana, cuando mi tía Aurora y mi tío Manolo se la llevaron para ser señorita de compañía de mis primas; o de paseo con nosotros, o en una corrida de toros en El Puerto, o en bautizos, en primeras comuniones... Lola Blandino era como de la casa. Frecuentaba mi casa y, después de haber vuelto de Cuba, se dedicaba a la costura y a hacernos babys “crecederos”, a sacarnos de paseo o simplemente a estar. Generalmente, se ponía en el cuarto de costura, sentada, con el tablero de cortar sobre las rodillas, y nosotros, cuando pasábamos por delante de ella, siempre le decíamos:







María se casa en 1950 con Ignacio Valdés Sancho, hermano de Joaquín, fundador y director de la Revista 'Diez Minutos'. Aunque nacido en Sevilla, su familia materna y su propia madre era de El Puerto, emparentado con el bodeguero Hipólito Sancho García, padre del historiador Hipólito Sancho de Sopranis. Vivieron, a partir de entonces, en la planta baja de una casa de la calle Pagador, 16., donde tendrían de vecino a alguien que, con el tiempo, alcanzaría justa fama de escritor. Tuvieron siete hijos: Francisco de Paula (+), María, Berta (+), Ignacio (Director de Arte de
¿Acaso fue ese el origen literario del escritor? Veamos que dice propio Mendicutti: «Siempre cuento que mis precoces, bochornosos y --en su momento-- celebradísimos inicios literarios tuvieron que ver con Rafael Alberti, aunque es verdad que de un modo tan indirecto que a lo mejor más de uno piensa que eso es coger el rábano por las hojas. El caso es que, cuando yo tenía 6 o 7 años y vivía en El Puerto, una vecina nuestra, María Merello, prima hermana de Alberti, nos contaba a sus hijos y a mí y mis hermanos, sobro todo en las tardes de lluvia, unos cuentos fascinantes que no he vuelto a leer o a oír en ninguna parte: al cabo de muchos años, María Merello me reveló que eran cuentos que ella había oído en su casa y que seguramente acabarán perdiéndose porque nadie los ha escrito nunca. Bueno, yo una vez escribí uno. Quiero decir que, un buen día, arranqué unas páginas de un cuaderno escolar, las doblé por la mitad y las cosí por el canto con un hilo, para fabricar un libro, y allí escribí una historia cuyo encanto al parecer no conseguí estropear del todo con mi, por lo demás, comprensible torpeza. Cuando los mayores de la casa leyeron el cuentecito cayeron todos en trance: «--Este niño va a ser un Pemá», repetían una y otra vez, arrebatados de admiración. Pero María Merello, en un momento en el que estábamos los dos a solas, con una sonrisa entre cómplice y pícara, me dijo: «--Al principio, todos los escritores se inspiran en otros, ¿verdad?». Porque ella sabía que aquel cuentecito estaba calcado de uno de los que ella nos contaba, pero no me delató. De haberlo hecho, y por culpa de la vergüenza, seguro que yo no habría vuelto a escribir jamás una sola palabra. No lo hizo, María Merello no le contó la verdad a nadie, y eso me ayudó, como ninguna otra cosa en la vida, entonces y en el discurrir del tiempo, a descubrir el encanto, el desafío, el dolor, la alegría y el compromiso de la escritura. Solo puedo decir que siempre que se me ocurre preguntarme por qué demonios escribo, recuerdo aquellas tardes lluviosas de El Puerto, la voz levemente afónica y el acento delicado de María Merello, aquellos cuentos fascinantes que nos contaba, y hay en todo eso un eco misterioso y seductor de los versos de Alberti, un parentesco raro y enigmático que me permite evocar el feliz descubrimiento de la escritura y llena de sentido y necesidad el sinuoso empeño de escribir».
UNA MUJER EN VESPA.
CUENTOS, POESÍAS Y JUEGOS.



La clave puede que esté en una tapa que ha cumplido ya más de 40 años, las pavías de merluza, unos trozos de pescado rebozado, de tamaño espectacular que en el bar bordan y del que venden al año más de 7000 kilos, según los cálculos de Ignacio. Empezó en el negocio familiar a los 14 años. Comenzó entonces a colocarse tras la barra junto a su padre: Francisco. Aunque el primer apellido de Paco era Rodríguez, la gente le conocía por su segundo, Ceballos y ese nombre se le quedó al bar. Casa Paco Ceballos comenzó a funcionar en 1947, cuando en El Puerto aún ni se soñaba con la Ribera del Marisco. La taberna sólo ponía vino y servía como lugar de encuentro para pescadores ya que estos, y los armadores de los buques, acudían al establecimiento para hacer los repartos de dinero y pescado tras las mareas. Así se mantuvo el bar hasta la década de los 70. Paco había tenido experiencia en otros locales hosteleros de la ciudad y conocía bien el mundillo de la hostelería, según relata su hijo Ignacio. En esos años se instala el primer cocedero de mariscos en la zona y el dueño pide a Paco que convierta en bar su taberna para así complementar los negocios. Paco, en unión de sus hijos que ya le ayudaban en el bar, comenzó a servir tapas de cocina que, rapidamente, lograron el respaldo de los parroquianos. Huevos a la flamenca, higaditos de pollo, riñones al Jerez, llenaban entonces la carta junto a un llamativo plato llamado merluza al “achilipún”, en honor de la canción que hiciera famosa Lola Flores y que no era otra cosa que un pescado guisado en salsa verde. (En la imagen de la izquierda, Ignacio Rodríguez Sánchez, el otro cincuenta por ciento del tabanco).



Elaboración: 