
| Texto: José María Morillo
A mediados del siglo XVII, cuando El Puerto de Santa María bullía de vida entre cargamentos de vino y barcos rumbo a las Indias, nació una niña destinada a moverse en los salones más nobles de la corte. Era el 5 de septiembre de 1657 y la recién nacida recibió el nombre de Feliche María de la Cerda y Aragón.
No era una niña cualquiera. Su cuna estaba rodeada de escudos heráldicos, tapices y títulos que parecían no caber en los registros civiles. Su padre, Juan Francisco de la Cerda, era duque de Medinaceli, de Alcalá de los Gazules y de tantas otras tierras que el protocolo apenas daba abasto para incluirlas. Su madre, Catalina de Aragón y Sandoval, no se quedaba atrás: duquesa de Segorbe, de Cardona, de Lerma… La pequeña Feliche llevaba en la sangre la suma de poderosos linajes que dominaban el mapa nobiliario de España.