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el_bato_pacoarniz_puertosantamaria‘El Bato’, fallecido en 1994, era un personaje singular. Si alguien preguntaba por Francisco Merino González, nadie lo conocía. Sin embargo, al que se interesaba por ‘Bato’ lo llevaban hasta el mismo pesquero abarloado en el muelle, donde se encontraba enrolado. Esto ocurre con los motes, apodos y apelativos cariñosos en los pueblos. Una pena que en las mayoría de las ciudades se haya perdido éstos. Personaje querido dentro de la marinería, jamás hizo daño a nadie. Todo lo contrario. A veces se hacía pesado hasta la saciedad, pero simpático. Jamas se sabía en una conversación cuando se iba ‘el Bato’… /En la ilustración, ‘El Bato’. Óleo de Francisco M. Arniz Sanz. 1983.

El crítico de arte Manuel Fernández Nieto, escribía en abril de 1984 sobre este cuadro de Francisco Arniz (ver nótula núm. 1822 en GdP), que representa al marinero Francisco Merino González, ‘el Bato’, expuesto en una muestra del pintor en Barbate hace 29 años: «Ahí queda eso», pudo decir Arniz, descansando., cuando dió el último golpe de pincel al retrato de ‘el Bato’. Golpe de pincel --hay que subrayarlo--. porque lo que utilizó para alcanzar un resultado tan asombroso fue una técnica que está a medio camino entre la pintura y la escultura. El busto de ‘el Bato’ tiene un dinamismo que le permite avanzar, salirse del cuadro, discutir, si llegara el caso, acerca de su indiscutible autenticidad. Puede ocurrir que en este momento haya dos ‘Bato’ en el mundo: el de piel y hueso, y el de Arniz. No importaría que éste no se pareciera a aquél. De cualquier forma,  los buenos retratos superan esa ingenua exigencia del simple parecido, que queda,  como un poso, como la cáscara de una semilla germinada y convertida en árbol. Lo que interesa es el árbol, y aquí está plenamente conseguido.

Esas resquebrajaduras, esos barrancos abiertos en las mejillas fumadoras y en la garganta cargada de afonía: el agua que empaña el cristal de los ojos de mirada ausente, tierna, resignada; el pelo, trigal maduro zarandeado por vientos de dirección contraria; el jersey, que flota sobre una anatomía predominantemente ósea, y esa oreja... elefantina, volandera. amenazadora, si ‘el Bato’ no fuese un hombre-niño tan bueno como el pan bendito.» 

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La parroquia del Carmen y San Marcos estuvo entre 1965 y 1970 en los bajos del edificio del actual Ayuntamiento. A la derecha, en la plazuela de Las Bodegas, vivía nuestro protagonista.

Vivía en la plazuela de Las Bodegas, frente a donde está situado hoy el Teatro Pedro Muñoz Seca. Por su cercanía con la parroquia del Carmen y San Marcos, desde su fundación entre 1965 y 1970 en la plaza del Polvorista y posteriormente en la Avda. de la Constitución, pasaba mucho tiempo por allí,  cuando no andaba embarcado. Unido sentimentalmente a Rosario, a la que llamaba no sabemos si con respeto o temor ‘la Cortijera’, tenían un hijo. Ramón González Montaño, el párroco que latinizó su apodo llamándolo ‘Bato-Batus-Batista’ con una mijita de retranca, consiguió, de acuerdo con la pastoral que se había trazado, que contrajeran matrimonio canónico. ‘Bato’ se hizo un habitual de la parroquia y de los lugares satélites de la misma, el Bar ‘El Rempujo’, ‘Las Cadenas’, ‘El Ermitaño’ de los Gil, cuando se encontraba en el actual Ayuntamiento. Luego, en su emplazamiento definitivo, donde los ‘paraderos alternativos’ serían bar ‘Juanito’, la taberna ‘Pauyata’ donde hoy se encuentra la Comisaría de Policía y donde curiosamente Monseñor José María Cirarda puso la primera piedra de la parroquia del Carmen, aunque luego no se construyera allí y si en frente; ‘La Ponderosa’, con sus idas y venidas con Pepe Basteiro que lo quería mucho y su médico de cabecera, Manuel Peréz-Blanco Muñoz (ver nótula núm. 1187 en GdP); y, en la calle Aurora, la taberna de Vicente Gómez Messeguer, tío de los Soriano Gómez, conocido como Vicente ‘el Borriquete’ excelente patrón de pesca que fue del pesquero ‘Paco Rota’; y posteriormente el Bar ‘Dani’, donde se asentó, cultivó muchas amistades y donde se le recuerda.

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La aserradora de Soriano, en la trasera de la Casa de las Cadenas, en la Avda. de la Bajamar, vemos en el centro de la imagen a Luis Soriano (ver nótula núm. 1009 en GdP), en 1961.

Otro de sus paraderos era la aserradora de Soriano, luego marisquería, trasera del Palacio de las Cadenas, tristemente célebre por su derribo. Tenía un hermano que era empleado municipal y era familiar de Luis Merino, muchos años camarero de la Cervecería Skol, hoy Cervecería ‘El Puerto’.

En San Marcos se relacionaría con Faustino Navas, Antonio Naranjo, José Luis Álvarez Sevilla ‘Gavina’, Gerardo ‘el Carpintero’, Domingo Renedo, Antonio Herrero Tello, Pepe Alonso, Miguel ‘el Cubano’, Gaspar Luis Ramírez Perea… Y con esas reuniones y otras, era peculiar verlo desenvolverse, en su perorata, cariñosa, entrañable, pero jartible al final: «--Nuestra señora del Carmen nos Ampare» cuando se encontraba en el ambiente parroquial; o para entrar en alguna reunión de amigos, «--¿Usted conoce a Don Domingo Renedo?» y Renedo estaba presente en la reunión en la que quería introducirse. En la Cruz Roja: «--La Cruz Roja es muy ‘repetada’», porque ‘el Bato’ se quería poner fino y al final añadía o quitaba letras a sus palabras: «--La Virgen del Carmen nos ‘acompañes’». Soltaba una frase, se iba andando diez pasos, volvía, soltaba otra frase y así, el momento se podía hacer eterno hasta que había que indicarle que se marchara tras tantas interrupciones. Como afirma un marinero que lo conoció: «--’El Bato’ se sabía cuando llegaba, pero nunca cuando se marchaba».

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El variopinto y movido ambiente de la lonja pesquera cuando estuvo en la margen del río lindera con la Avda. de la Bajamar, hoy aparcamientos, locales comerciales y terminal marítima del catamarán.

Estuvo embarcado durante muchos años en los pesqueros de la sociedad García Sánchez-Sánchez Carbonell: Nuevo Pepe Carlos, Horta Grana, Ballena Blanca, Pepe Carlos, José Vicente. Y en los barcos de Francisco Perles Martínez ‘Paquito Marichea’: Nuevo Moruno, Danubio Azul, Marichea. También en los de la familia Roselló Castell: Juan y Guillermo, Matilde Castell, Jaime y Angelita.

‘El Bato’ no prolongó su matrimonio con Rosario. Algo tuvo que ver su afición por la bebida, aunque no era una persona malage, si acaso jartible. La mar no perdona, y los excesos con el tabaco y los caldos de la tierra le pasarían factura: pasaría el final de sus días en una casa de acogida en la calle Cielos frente a donde tuvo el Dr. Pérez Blanco su consulta, en las cercanías de la Plaza de Abastos. En quel hogar, regentado por Cáritas, se daban comidas a los transeúntes indigentes siendo atendido por Pepe González Montaño, Juan Buhigas, Pepe Serrato Barragán e Ignacio Gaztelu, entre otros. Su sepelio lo celebró el diácono Juan Villarreal Panadero (ver nótula núm. 637 en GdP) dejando este mundo en 1994.

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De izquierda a derecha, Luis Otero Sánchez, Adrián León Manito, Juan Jesús Franco Núñez (Mejor empresario 2005, hoy en Zaragoza dirigiendo una consultoría empresarial así como negocios inmobiliarios) y, en primer término, Manuel Quintero 'El Chumi' (ver nótula núm. 1.110 en GdP), quien da nombre a una conocida Peña Flamenca de la Ciudad. En el Bar 'La Marea', conocido popularmente como 'Los Cristalitos'. /Foto: Colección V.G.L.

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En la fotografía aparecen dos hosteleros muy vinculados al sector pesquero, por la proximidad del Bar 'La Marea' conocido por 'Los Cristalitos', a las desaparecidas Lonja Pesquera, Cofradía de Pescadores y el barrio, eminentemente marinero.

Adrián León Manito era propietario del Bar 'El Castillito-Casa Adrián', en la plaza del Castillo, en la esquina con la Bajada, justo en la estancia donde hoy se encuentra la Oficina de Turismo y donde estuviera --cuando era sede de los Juzgados-- el despacho del titular del núm. 3, el conocido magistrado, Miguel Ángel López Marchena (ver nótula núm. 039 en GdP). En esa casa vivía Luis Otero quien, de pequeño, empezó a trabajar en el bar de Adrián, como aprendiz.

Ya en 1962, León Manito traslada el bar al Grupo de Viviendas de 'La Pescadería, también en esquina y vuelta de la calle Compositor Javier Caballero y Micalea Aramburu, mas cerca del río. Allí Luis Otero llegaría a ser el encargado tras caer enfermo su propietario; al fallecimiento de éste, Otero llega a un acuerdo económico con la viuda al la que finaliza comprándole el negocio en el que permanecerá Luis, hasta su jubilación hace unos años, estando cerrado en la actualidad.

El paisaje de aquellos bajos comerciales de los bloques de 'La Pescadería' frente al 'Resbaladero' permanece en la memoria de muchos aún hoy día. El Bar 'Los Cristalitos' lugar de copas de Vino Fino previas a las comidas comerciales de armadores, minoristas, exportadores, patrones y pescadores que se celebraban en 'El Resbaladero'. 'La Marea' era el epicentro de la activad comercial: las transacciones económicas en torno al mundo del sector extractivo y comercial de la pescadería. El Bar 'La Marea' tenía, a su derecha la vendeduría de Miguel Roselló, mas tarde socio con Juan Avargues; a su izquierda en el actual Bar 'Ben & Jerry' la vendeduría de José Agarrado Macías, mas tarde de José Cuevas Mateos, quien fue presidente del Racing Club de Futbol. Y en la esquina con la calle Maestro Veneroni, el almacén de Nicanor Gómez Recalde, 'Los Caballos' más tarde de José Manuel García Gómez, su sobrino; y en la misma calle el Bar y Estanco de 'La Lucha' (ver nótula núm. 145 en GdP), donde el armador y vendedor José Agarrado tenía antes sus oficinas; frente al muelle, la vendeduría de Juan Hernández Navarro; también frente por frente, cruzando la calle, además de la Bajada del Castillo, tenía a la derecha el Colegio de 'La Pescadería' y el bar de 'Antonio Sucino' y la peluquería Reyes; el bar sobrevivió  el traslado de la Lonja a la Otra Banda, a finales de los setenta del siglo pasado.

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Acaba de cerrar El Cafetín, la cafetería-churrería de La Placilla, esquina a Santa María. Un clásico y centenario establecimiento hostelero de los ‘de toda la vida’ por el que han parado todas las generaciones de portuenses desde su apertura a fines del siglo XIX.

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Fotografía de enero de 2013. /Foto. J.J.Pérez

Ya estaba abierto como taberna en 1895, entonces propia de los hermanos Sinforiano y José Molleda Colosía, llegados a El Puerto desde el valle cántabro de Herrerías en 1874, cuando eran niños. Antes, un pariente, Eladio Díaz Colosía,  en su solar tuvo instalada, en las décadas de los 70 y 80, una fábrica de fideos; industria que ya se había establecido como tal, en una primera etapa, el año 1800. Acaso a ella pertenecieron las grandes vasijas que en los años 50 se descubrieron en el subsuelo (donde siguen), seguramente reutilizadas como aislantes de la humedad.

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La sucursal del Café Moderno. 1913. /Archivo Municipal.

En 1913 el negocio, ya con el nombre de Café Moderno, estaba en manos del portuense Juan Carvajal Vázquez, quien lo mantuvo abierto hasta fines de los 30. Célebres fueron su gramola, instalada en 1926 y, al año siguiente, su “aparato de radiotelefonía”.  El negocio contó con una sucursal de quita y pon montada al estilo de las casetas de feria bajoandaluzas que de cuando en cuando se instalaba en el Parque Calderón y, durante las ferias, en el paseo de la Victoria.

Concluyendo la década de los 30, probablemente tras la guerra, el Café Moderno lo tomó José López Herrera, aunque por poco tiempo, pues en 1941 pasó a ser del montañés, también del valle de Herrerías, de Camijanes, Ángel Sordo Díaz,  hermano de Maximino (que se había hecho con El Resbaladero en 1936), y de Vicente (que haría lo propio en 1950 con Los Pepes).

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Tras la barra, de izquierda a derecha, Juan Pérez (repartidor en isocarro de cerveza), Ángel Sordo y Luis Jurado (dueño del frontero bar La Liebre). Delante, Luichi Alcántara Torrent y Enrique Gago (dueño en Santa María del bar El Pescaíto). /Foto Colección A.F. G.

Quienes tengan edad para ello recordarán los seis barriles del Café Moderno-El Cafetín. A un lado, cuatro: de amontillado El Caballo (Osborne), de fino Menesteo (Osborne), de fino C (Cuvillo) y de moscatel de la bodega de Manuel Rodríguez Garrido, el de Los Caracoles de la calle Sierpes; y al otro lado los de manzanilla Argüeso y el fino Tambor de la taberna La Burra de Ramón Sordo (ver nótula núm. 489 en GdP). Muy solicitado fue también un estupendo tinto, de un tal Nicanor, de Cádiz, establecido en la calle Sacramento, que lo traía “el Tragelia” en el Vapor. Y aquellas botellas, alargadas, de casi un litro, de la cerveza Cruz Blanca (cuyo depositario en El Puerto era Ezequiel Cortínez, el de la taberna La Lucha (ver nótula 147 en GdP) de la plaza de la Pescadería), envasadas en cajas pesadísimas.

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El Cafetín en 1958. Tras el mostrador, Maximino y Ángel Sordo. Clientes, de izquierda a derecha, 'Aguilocho', Juan 'el Pirata', Antonio Guerra, Juan Villarreal, 'el Rubio', Rafael 'el de las Aguas' y Antonio 'el Gallo'. /Foto, familia de M. Sordo.

Desde 1968, cuando murió Ángel, continuó llevando el establecimiento su hijo Maximino, hasta su fallecimiento hará una década, quedando el negocio hasta su cierre en manos de su viuda. Gran tipo Maxi,  de quien guardo un gratísimo recuerdo. De las buenas gentes de La Placilla, de las que en estas páginas ha dado buena cuenta, con una sensibilidad muy de agradecer en estos tiempos que corren,  María Jesús Vela (ver nótulas 684 y 1.030 en enlace al pié de este texto).

El Cafetín se reformó en 1965, cuando perdió el cuarto reservado que tenía junto a la casapuerta de Santa María, por donde entraban las mujeres -sólo las mujeres- tras tocar un timbre, objeto de deseo de algunos traviesos chavales, los puñeteros, que sabían que el camarero, para abrir la puerta, tenía que dar un rodeo cruzando el salón interior y la cocina. Fue en 1975 cuando el establecimiento adquirió el aspecto que hemos conocido hasta su cierre.

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En la imagen, El Cafetín, tras el incendio del Teatro Principal ocurrido en 1984 (ver nótula núm. 937 en GdP). Vemos las máquinas derribando los muros del desaparecido Teatro que inauguró Críspulo Martínez. (ver nótulas núm. 311 y 319 en GdP). A la izquierda la frutería de Agustín Vela Mariscal (ver nótula núm. 326 en GdP). y, frente al puesto del Vela, la barbería de Manolo Cordones, cuyos recuerdos recrea Antonio Collantes en la nótula núm. 366, en GdP, referida a la Placilla en la década de los cincuenta del siglo pasado. /Foto: Colección A.F.G.

EL MERCADO
En una ordenanza dictada en 1835 por el gobernador civil, leemos: “Se entiende por plaza de Abastos desde las cuatro esquinas de las calles San Bartolomé y Luna hasta la del Ganado, y desde el sitio en donde se hallaba el Almotacén  en la calle del Vicario [donde se contrastaban los pesos y medidas de las mercancías] hasta las esquinas de la del Ganado.”

Un siglo antes, en 1735, los “hacendados en viñas, arboledas y cohombrales”, al estar cubiertos los sesenta puestos de pilón con los que contaba la Plaza, solicitaron al Ayuntamiento que les permitieran instalarse en la ‘plazuela de San Bartolomé’, a lo que el Cabildo –en todo tiempo atento a las peticiones de los ciudadanos- accedió.

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Calle Sierpes: Un detalle del callejero antiguo en el entorno de la Plaza de Abastos y Placilla.

No obstante de estos dos ejemplos, la existencia del Mercado Público en el entorno de la Plaza y la Placilla debe remontarse a la propia fundación de Santa María del Puerto en 1264, y probablemente antes, en la época de la andalusí Al-Qanatir. Aquí, en paralelo a Ricardo Alcón (la antigua calle del Muro), se levantaba la muralla que circundaba la población y una de sus puertas de entrada, la que comunicaba con la campiña a través de la calle del Ganado, que hasta el primer tercio del siglo XVIII fue un camino rural que transcurría junto al arroyo que llamaban de la Zangarriana, que nacía en El Caracol.

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Vista parcial de la muralla (cerca o tapia) de El Puerto en 1567, dibujada por Antón van Wyngaerden, contemplada desde la carretera de Sanlúcar.

Por él llegaban las reses al Matadero Municipal (al exterior de la muralla de Ricardo Alcón, el anterior al que se construyó en 1699, hoy sede del Imucona), y cuyas carnes abastecían a la Carnicería Pública del Rey  (donde está el Bar Vicente). Y por donde también llegaban las frutas, legumbres y hortalizas de la campiña para su venta pública, antes de que en tiempos más recientes la entrada al Palenque se hiciera por las calles San Juan y Santa María.

restaurante_alegria_puertosantamariaUn lugar en todo tiempo siempre bullicioso, de pregones y vocerío, de hortelanos y arrieros, de bueyes y borricos, de cuadras y posadas. Y de tabernas donde cerrar tratos comerciales, descansar, hablar con los paisanos y echar más de un trago.

DE TABERNAS Y BARES. 

Estaba cantado que en un espacio tan populoso y popular como La Placilla se abrieran no pocas tiendas de bebidas y comidas. Como una letanía, nombraremos algunas de las que existieron entre los últimos años 30-60:

En Ricardo Alcón, el restaurante La Alegría (ya abierto como taberna en 1899, que cerró en 1961) y el despacho de vinos Verdad, que luego fue Los Caracoles, en sus últimos años llevado por José Luis González Obregón. /En la imagen de la izquierda, publicidad de La Alegría en el Carnet de Verano de 1910. /Archivo Municipal.

En plena Placilla, Las Flores, finalmente de José Florido, que después su viuda lo convirtió en el tabernón de Encarna. La Bombilla, que luego fue el Bar Pérez, La Manzanilla y La Valdepeñera. La Liebre. Donde estuvo la oficina del Palenque, el freidor-cervecería de Genaro (Arias) que Manuel Rodríguez Ceballos convirtió en el ‘restaurant económico’ La Placilla, nombre que también llevó otra casa de comidas, de Manuel Muñoz Jaén. La Braña, de Prudencio Rábago de Celis. La Concha.

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El bar La Concha, en los bajos del Teatro Principal, en 1957.

En Santa María, frente a El Cafetín, el Bar La Riojana, de José Sánchez Sousa (el de Los Pepes, que luego fue el almacén de Leopoldo Pérez Castiñeira). El Pescaíto, de Enrique Gago. El Túnel, que también fue Las Dos Calles (por el postigo de la muralla que comunicaba Santa María con Vicario). El Caracol. Los 48. El Clavo. Y La Sacristía.

Los 22 establecimientos citados vivieron su inauguración, su apogeo más o menos mantenido en el tiempo, acaso la decadencia y su fin, como ahora El Cafetín, el viejo Café Moderno. Como la vida misma.  (Texto: Enrique Pérez Fernández)

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Caricaturas en El Cafetín, realizada por Ruiz Cuevas el 30 de diciembre de 1985. En ellas aparecen, de camareros de sala, a la izquierda Rafael Troncoso y Julio Barcia; en la Barra, de verde oscuro, hablando con éstos, el propietario  Maximino Sordo Alonso. En la cocina/churrería Juan Pauyata; y detrás del mostrador, a la derecha, Eduardo Mora y Juan Angulo, de verde claro.

Nótulas de La Placilla y su entorno en Gente del Puerto:

366. La Placilla en la década de 1950.
684. Motes en la Placilla.
1.030. La Placilla. ¡Ay, cuanto te añoro!

 

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La imagen está tomada en la terraza del Tiro de Pichón de El Puerto (ver nótula núm. cxx en GdP), en la conocida como Mesa de Apuestas.

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De izquierda a derecha y de arriba abajo. De pie, tres desconocidos con sombrero y camareros; Emilio Bootello Campos. Sentados, Ramón Nimo Real, desconocido, Antonio Márquez Serrrano, esposo de Concha Piger, José Agarrado Macías, el Marqués de Benamejí, el valenciano Luis Ibáñez, dos desconocidos, José María Caralt y Borrel, Conde de Caralt que mira hacia la izquierda. / Foto Colección V.G.L.

espiralesdeincienso_2_puertosantamariaLuis González Campos, redactor corresponsal de El Mundo, escribía en Cádiz el 2 de febrero de 1915 --hace 98 años-- un interesante artículo sobre las posibilidades turísticas de El Puerto, que fue publicado con el título ‘Espirales de Incienso’ en la Revista Portuense, el 4 de marzo de dicho año. /Pulsando sobre la imagen, se puede leer el artículo completo.

Hoy, que se celebra en El Puerto de Santa María el Día Mundial del Turismo con más de 100 actividades y colaboraciones tanto pública como privadas, no está de mas echar la vista atrás y recordar como veía un periodista de aquella época nuestra Ciudad y su vocación turística, que se hacía para atraer el turismo tanto desde la iniciativa pública como privada, que medidas adoptaban las autoridades para atraerlo o ahuyentarlo, que propuestas, en fin presentaba la ciudadanía, tras las loas barrocas habituales en un periódico de comienzos del siglo XX.

El autor sostiene que «Del Puerto se cuidan poco las autoridades portuenses en el sentido de avalorar esta época del año confeccionando buenos programas de festejos. ¡Claro que en esta labor deben colaborar con el Municipio, la industria y el comercio y aún el vecindario!» A partir de aquí, Luis González hace una extensa exposición de ideas para mejorar la actividad turística, algunas muy curiosas como podrán comprobar: Concurso de Higiene Popular, la Fiesta de los Cántabros, Experimentos de Aviación, Precios únicos de camas para dormir una sola noche, Reducción de los billetes de ida y vuelta a Cádiz en trenes y vapor, y muchísimas otras que podrán leer, pulsando sobre la ilustración que acompaña esta nótula. A El Puerto, que ya no vive ni de la pesca ni de las bodegas, ambas en crisis permanente, solo le queda la alternativa del Turismo. Todas las acciones, pues, han de ir encaminadas a promoverlo, dinamizarlo, ordenarlo, estabilizarlo, haciendo cómodo a hosteleros, visitantes y vecinos este fenómeno económico convertido en industria, que no deja de ser un vehículo de comunicación entre los pueblos. /Texto: José María Morillo.

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En el costurero del Colegio La Salle, a finales de los años sesenta del siglo pasado, vemos al Hermano Gonzalo, muy querido por todos, padres, madres y alumnos, quien aparece rodeado de madres de alumnos que le ofrecen una merienda. Se hacían muchas bromas sobre el tamaño de sus orejas: 'Don Gonzalo, el hermano orejón…' o '¿Que es el viento?, --Las orejas del Hermano Gonzalo en movimiento'… Y todavía se le recuerda. Estuvo en el Colegio de La Salle de Puerto Real y falleció prematuramente.

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De izquierda a derecha: Maria Gil, Angelita Santilario, María Fariñas Sabariego (esposa Antonio Sánchez Ruiz, uno de los dueños del Tabernón Sánchez en la Calle Ganado), Carmen Lara (mujer de Pepe el camarero del Bar 'Los Pepes'), Angeles Herrero Tello (esposa de Rafael González Bruzón, uno de los socios de la desaparecida Bodega de González Rico Hermanos), el hermano Gonzalo, Concha Rodríguez (madre del otorrinolaringólogo Casimiro García Rodríguez), Charo 'la asturiana' esposa de
Rafael Vélez (del Sindicato y de Casa Lucas), MarÌa Luisa Medina, esposa de Cossi, Milagros González, esposa de Ordóñez y la última es Mari Cheli Vélez, hija de Charo y Rafael Vélez, quien actualmente vive en Asturias; su tía regentaba el ambigú del desaparecido Teatro Principal.

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De izquierda a derecha, Vicente Valle Rey ‘el Jopo’ lotero con nótula núm. 881 en GdP (embarcado entre otros en ‘El Glorioso’ y ‘Playa de Valdelagrana’); Rafael Morales Calatayud ‘Calata’; Antonio Moragues Molina ‘El americano’; Agustín Treviño; Vicente Tur Perles –de la familia de los Morriño– quien, aunque en la actualidad vive ya jubilado en Calpe (trabajó en la Cofradía de Pescadores de dicha localidad) y viene por El Puerto todos los años; Antonio Galán Marchena, ‘el Chispa; Francisco Guardiola Jiménez, víctima en el hundimiento del pesquero ‘Castillo Santa Catalina’; Pérez Roldan, ‘El Chino’ y, con el gancho en la mano, Juan Rubio Cuevas, conocido como ‘Juani Jerez’. Aquel turno fue conocido como ‘el de los Calamares’ dada la ingente cantidad que se capturaron de esta especie de cefalópodos, en los caladeros de Cabo Blanco y casi, con la frontera de Mauritania.

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Si bien en la embarcación solo se distingue en el fondo del barco del nombre de la palabra ‘castillo’, nosotros nos inclinamos porque la embarcación sea la del ‘Castillo de Santa Catalina’, aunque existieron otros dos ‘castillos’ en la flota pesquera portuense: ‘Castillo de Doña Blanca’ (estos dos del armador José María Martínez Govantes) y el ‘Castillo de San Marcos’ cuyo armador era Juan Hernández Navarro. /Foto: Colección AP.

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El Tío Aquiles tenía “sobrinos a miles”, con su aspecto de abuelo tirolés, un retrato surrealista de esos de la televisión que apelaba a la imaginación infantil con rudimentarios medios, que daba réplica a Valentina (Mari Carmen Goñi), al trolero Capitán Tan  (Félix Casas) y Paquito Cano  (Locomotoro). Este cuarteto fueron los ídolos de los niños españoles durante casi un decenio, desde que se fueron asomando (el capitán fue el primero) en 1965 en el programa Antena  Infantil de TVE.

El argentino Oscar Banegas, creador de las aventuras de Los Chiripitifláuticos, las historietas que ambientaban el programa de variedades para los pequeños, se fijó en un actor veterano con mucha vis cómica para dar vida al contrapunto sensato a Locomotoro y al resto de la pandilla. Fichó así a Miguel Armario Bosch, nacido en Larache, entonces Protectorado Español de Marruecos, en 1916, y de ascendencia de El Puerto.

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De izquierda a derecha, Miguel Armario 'Tío Aquiles; Felix Casas 'Capitán Tán'; Mari Carmen Goñi 'Valentina; el productor Oscar Banegas y Paquito Cano, 'Locomotoro', en la primera etapa de los Chiripitifláuticos.

Ese vínculo portuense fue el origen de su trayectoria artística, cuando su padre, el periodista Miguel Armario Peña, lo puso en contacto con su paisano, Pedro Muñoz Seca, el rey Midas del teatro comercial en España en los años 20 y 30. Armario-Tío Aquiles llegó a Madrid en 1932, cuando apenas era un adolescente y participó en algunos de los últimos montajes de Muñoz Seca, años antes de la Guerra Civil de la que el comediógrafo portuense no escapó con vida al ser detenido en los primeros días por la guardia de asalto madrileña. El autor de ‘La Venganza de don Mendo ‘ sería fusilado en Paracuellos del Jarama.

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Miguel Armario actuaba el 18 de julio de 1936 en el Teatro Poliorama de Barcelona, en el reparto de la obra de Muñoz Seca, 'La Tonta del Rizo'.

El estallido de la guerra encontró a Miguel Armario Bosch, al futuro chiripitifláutico, en Barcelona, donde representaba precisamente una obra de Muñoz Seca, La tonta del rizo. Durante años aquel joven criado en Larache formó parte de la compañía teatral de Luis Benito Arroyo (descubridor por ejemplo de grandes valores de la comedia como Rafaela Aparicio). Armario formaba el motor de la compañía junto a su esposa, Rosa Sabatini, con la que se casó en La Carolina, en una casa de la familia, en 1941. Tuvieron una hija, Rosa.

Miguel vivió a pie de escenario los decenios más duros, curtido en hacer reír a la concurrencia con obras de autores reconocidos (el mencionado Muñoz Seca, Jardiel Poncela) y de otros nombres menores con los que recorrió el país. Los compañeros que trabajaron con él recuerdan su chispa, su buen humor ocurrente y recurrente, de ADN de El Puerto. El cine casi descubrió a Miguel a la vez que la televisión (en películas como Sor Citroen, La ciudad no es para mí, Buenos días, Condesita, rodada en exteriores portuenses, por cierto).

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Imagen promocional de la segunda etapa de 'Los Chiripitifláuticos'.

Un libro sobre el programa Los Chiripitifláuticos, ‘Chiripitifláutico es don José’, acaba de ser editado por Diábolo Ediciones, obra de Cruz Delgado  Sánchez y Jorge San Román y en el volumen se relata todo el desarrollo de uno de los espacios de cabecera para varias generaciones de espectadores. Miguel Armario fue el Tío Aquiles durante siete años, de 1967 a 1974 (Antena Infantil desapareció en 1971, reapareciendo ya como Los Chiripitifláuticos al año siguiente), pero siempre será ese tío prolífico que se conserva en la memoria colectiva de millones de seguidores. En octubre de 1981, avejentado, reaparecería en un especial de La cometa blanca. Había dejado los escenarios en 1976, a raíz del fallecimiento de su esposa, varapalo del que nunca terminó de recuperarse. Fumador empedernido,  falleció en el año 2000 entre la nostalgia de sus seguidores.

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De izquierda a derecha, Rafael Navas, director de Diario de Cádiz, Modesto Barragán, director de Andalucía Directo, Mari Carmen Goñi 'Valentina', José María Morillo, director de Gente del Puerto y Francisco Andrés Gallardo, director de TV y Sociedad del Grupo Joly en 2006, cuando Valentina participó en un seminario en la UCA sobre 'Los Niños de la Transición y la Televisión' organizado por el autor de esta nótula.

miguelarmariopena_puertosantamariaASCENDENCIA PORTUENSE
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El padre de Miguel Armario Bosch era Miguel Armario Peña, nacido en El Puerto de Santa María a principios del último decenio del siglo XX, y que con pocos años se incorporó al taller de Diario de Cádiz. Su fuerte vocación periodística le llevó a tomar contacto con la profesión a través de la rotativa, ya que no pudo terminar la formación escolar. En 1915 emigró al Marruecos Español y eligió Larache para cumplir su sueño de fundar un periódico. En 1916 nacía la publicación, con la cabecera de ‘El Popular’, un medio de comunicación totalmente identificado con el próspero lugar y que nacía para informar y velar por sus intereses. Tres años después Larache vería una segunda cabecera, ‘El Diario Marroquí’,  fundado por Rafael López Rienda. /En la imagen de la izquierda, Miguel Armario Peña, padre de nuestro protagonista.

La Guerra Civil dio al traste con estos periódicos. El Popular debió clausurarse en octubre de 1938 al establecer el nuevo régimen que no podían existir periódicos sin control gubernamental.  El portuense Miguel Armario Peña no pudo levantarse del dolor de ver cerrado su sueño. El 12 de marzo de 1939 fallecía de un infarto en ese Larache que se vió privado de ‘El Popular’. / Texto: Francisco Andrés Gallardo.

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CARA Y CRUZ DE LA VIDA. En febrero de 1852 la sociedad española se conmocionó al conocer el fallido intento de un  sacerdote de apuñalar a Isabel II, a su salida de la iglesia de Atocha, a la que solo consiguió herir levemente en el costado.  El cura regicida se llamaba Martín Merino, tenía 63 años y era natural de Arnedo (Logroño). Conocido o apodado como “El Apóstata” al haber renunciado a sus órdenes sagradas a los siete años de ser ordenado sacerdote en Cádiz, en 1813, fue ejecutado a garrote vil días después del intento de homicidio a pesar de estimársele trastornos mentales y de la opinión contraria de la víctima, la reina Isabel II.

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Los glacis de Puerta Tierra de Cádiz.

Apenas iniciado el verano de ese mismo año de 1852, el miércoles 23 de junio, tuvo lugar otra ejecución, menos sonada y más próxima, la ejecución por fusilamiento en los glacis de la derecha de las Puertas de Tierra, en Cádiz, de dos delincuentes prófugos, uno de ellos, José Otero Pérez, nacido en El Puerto de Santa María en 1820 y avecindado en Utrera. En esta última población había iniciado su carrera delictiva con diversos robos en despoblados, agravados con una primera fuga cuando era conducido de tránsito por la Guardia Civil. Sobre él pesaba una condena de veinte años de cadena en el momento en que, junto con otros dos reclusos, logró fugarse nuevamente el 18 de marzo de ese año. A uno de los fugados, llamado Antonio Segovia, lo detuvieron a cien metros de la cárcel. Hacemos un pequeño inciso para referir el delito de este último, un crimen de los llamados pasional, que en su día se cantaría en romances como el “Crimen de la Gallina Ciega”.

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Óleo sobre lienzo 'La gallina ciega' de Francisco de Goya (1789). 269 cm x 350 cm. Museo del Prado. (Madrid).

Años después de romper noviazgo con una mujer y tener ésta nueva pareja, el sujeto, aparentemente,   mantenía relación de amistad con ambos con los que alternaba socialmente. En una fiesta a la que asistían los tres, propuso jugar a la “gallina ciega” y cuando le toco el turno de actuar como tal al nuevo novio, y tuvo los ojos vendados, apagó Segovia la luz y asestó numerosas puñaladas a su indefenso rival hasta matarlo. Aunque fue sentenciado a muerte por ello, le fue conmutada la pena por 20 años de cadena, la misma que padecía el portuense Otero Pérez. El otro, llamado Manuel Torres, cuyo historial delictivo desconozco, parece que no fue localizado en los días que siguieron a la fuga, mientras que José Otero, que tiró para su tierra, haciendo alguna “visita” en algunas de las cortijadas del camino, donde se proveyó de dinero metálico, una escopeta y un caballo, fue reconocido y detenido con estos pertrechos por la partida de la renta de Consumos, siendo trasladado a la cárcel de Cádiz.

La pena de muerte se les impuso por el delito de atropello al centinela y fue aprobada por el Capitán General de Andalucía. Se  leyó la sentencia a los condenados 24 horas antes de su ejecución, quedando en capilla bajo la custodia de un batallón del Regimiento de Almansa. Las crónicas periodísticas indican que ambos mostraron una gran serenidad durante todo este tiempo, “comiendo con apetito y hablando con los circundantes, especialmente Otero, que salpicaba la conversación con dichos agudos y chistosos, convidando a comer con ellos a cuatro presos de la misma cárcel y al Sr. Alcaide.” José Otero tuvo el detalle, antes de ser fusilado, de llamar al Ayudante de Guerra y declarar que dos personas presas en la cárcel de Utrera por robos en despoblados eran inocentes, pues “aquellos crímenes lo había cometido él solo”.

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La antigua cárcel, o Cárcel Real de Cádiz.

Los condenados hicieron el “paseíllo” desde la Cárcel Real, edificio proyectado por el arquitecto portuense Torcuato Benjumeda, hasta las murallas de Puerta de Tierra, que habían sido remodeladas por su antecesor municipal y padrino de bautismo, Torcuato Cayón, escoltados por treinta granaderos. A las once de la mañana del 23 de junio, un piquete de la brigada de Artillería del Regimiento de Almansa realizó la descarga mortal, en cumplimiento de la sentencia dictada.

LA OTRA MUERTE, ANTAGÓNICA.

Dos días después, caía herido mortalmente  en la arena del que sería el sexto coso taurino local, inaugurado en 1845, propiedad de una sociedad anónima, el picador Carlos Puerto,  consagrado como  figura estelar en su arriesgado oficio, -entonces los caballos no tenían el peto de protección- como puede comprobarse revisando las publicaciones de mediado el siglo XIX, donde  son innumerables las citas que de él se hacen en  periódicos de la capital y provincias, dando fe de su excelente cualificación y prestigio como varilarguero.

Por el escritor y documentalista taurino José Carralero, autor de “Los toros de la muerte”,  hemos conocido los detalles de este dramático suceso, ocurrido durante la lidia del quinto toro en la tradicional corrida de San Juan, que en esta ocasión se celebró el 25 de junio de 1852.  Carralero firma un artículo en la Revista Portuense del 2 de julio de 1932,  titulado: “Una corrida célebre en El Puerto hace ochenta años. La muerte del picador Carlos Puerto Sarto”  de la que reproducimos parte de su contenido:

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'A los Toros'. Grabado en madera de Froment.

“…Van a correrse ocho toros escogidos de la ganadería de don Anastasio Marín, de Coria del Rio. Pica Carlos Puerto, el hijo adoptivo de la Ciudad, el amigo de todos, el que viene a justificar ante sus paisanos la gran reputación adquirida en las plazas de la Península y de América, a fuerza de constantes alardes de valor y destreza… Salta a la arena el quinto toro, de nombre Media Luna, de pelo colorado, careto y ojo de perdiz. Sale abanto y con muchos pies, consiguiendo parárselos el (diestro) Salamanquino con cinco lances, y emprende una faena dura con la gente montada, dejando seis caballos en la arena a cambio de nueve puyazos. Se aploma un tanto el toro y trata de obligarle Carlos Puerto, citándolo muy en corto. En ese crítico instante, cuando todo el concurso admira la serenidad del lidiador, que se estrecha de un modo magistral con la fiera, el Gobernador Civil de la provincia, que en mala hora ha ido a presidir  la fiesta, (aunque no lo indica, se trataba de Martín de Foronda que pasaba sus últimos días en la provincia pues poco después pasaría a ejercer  como gobernador de Barcelona, ignorando si este incidente y sus posteriores consecuencias tuvieron relación con el cambio de destino) hace una seña enérgica a un salvaguardia para que arree al caballo del picador.  Castigado al animal con un fuerte latigazo en sus cuartos traseros, se atraviesa delante del toro, que arremete con espantosa violencia; saca de la silla a Carlos Puerto, llevándoselo clavado del cuerno derecho y, campaneando por espacio de varios segundos, le arroja con furia sobre la tierra.  Se escucha entonces en todos los ámbitos de la plaza una exclamación de horror, mezclada con gritos y denuestos a la Autoridad, que se acentúan y suben de punto hasta tener que intervenir la fuerza armada y desalojar la plaza. ”

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Pepe-Hillo salva al picador Ortega, obra de José María Chaves Ortiz. (1886). Litografía Palacios. Serie 'La Lidia'.  (Madrid).

...continúa leyendo "1.874. CARLOS PUERTO Y JOSE OTERO. Dos muertes violentas, casi paralelas, aunque antagónicas, en el XIX"

En la imagen, tomada en 1918, podemos ver a unos señores de excursión, posiblemente procedentes de Huelva, no precisamente con ropa de playa, visitando las ruinas del Castillo de Santa Catalina, o Fuerte Ciudad, por la zona de la playa.

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Al dorso de la fotografía figuran sus nombres: Manuel Cacallos y Belloso, Juan Cervera y Cervera, Pedro Arroyo y Aznar, Rafael Halcón, Joaquín Cervera, José G. Sicre y España, José Sánchez de Alva y Molina, Fermín González y Brit, Hermenegildo Soler y Zarandieta y Luis Roca y García. /Foto: Colección Vicente González Lechuga.

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botones1_puertosantamariaCuando recuerdo algunos de los juegos de mí niñez en El Puerto de Santa María, me río para mis adentros pensando  a quien  le puede interesar en estos tiempos los juegos simples de cuando éramos pequeños, más o menos sesenta años atrás; pero bueno,  era lo que había y si lo analizamos, podemos comprobar que tenía bastante mérito nuestra forma de divertirnos; cualquier material servía para poder desarrollar nuestra inventiva y distraer el tiempo que teníamos libre.

Por ejemplo, con la cáscara de media nuez, un trozo de hilo de coser y un mondadiente, se podía fabricar un artilugio, que con la habilidad de nuestros dedos podía servir como acompañamiento musical. Con las pinzas de madera de tender la ropa, con dos de ellas se podían fabricar pistolistas, la munición empleada eran  las semillas de algarrobas. Los huesos de damasco se guardaban para jugar con ellos, también se podía utilizar las semillas de nísperos, el juego del aro, el mocho y la billarda; pero bueno podemos dejar estos juegos para desarrollarlos en otra ocasión y centrarnos en el botón, que es el protagonista de esta nótula.

El botón en sus comienzos no era utilizado, para abrochar los vestidos de hombres y mujeres;  sino que fue utilizado como elemento decorativo cosido a los vestidos.  Si pensamos la trascendencia que el botón ha tenido en la evolución del vestido tanto en hombres como en mujeres, ha sido increíble; el botón se ha fabricado en cantidad de materiales, como maderas de ébano, marfil, hueso, bronce, metales nobles, con incrustaciones de piedras preciosas, etc.;  eran trabajos de orfebres y plateros muy cotizados cuyas piezas eran muy solicitadas por los coleccionistas.

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Bien, a partir de mil novecientos treinta, los botones empezaron a fabricarme de forma generalizada  de resina sintética,  de dos y cuatro agujeros, en cualquier hogar las señoras en sus “avíos de costura”, tenían y tienen en una caja metálica bellamente litografiada que antes había contenido azafrán  “El Aeroplano”, galletas, caramelos, o carne de membrillo  llena de botones de todas clases; corchetes, imperdibles, hebillas, broches y cachivaches que casi no tenían utilidad; pero que estaban ahí.  Podíamos decir que esta caja era una gran hucha que se guardaban todos los botones que sobraban de  arreglos de ropa, casi no se tiraba nada y cualquier botón de la caja podía ser utilizado en cualquier momento, las ropas demasiado usada, se troceaban y  le quitaban los botones para poderlos utilizar cuando fuera menester, el botón era un artículo de gran rotación en el costurero de la mujer.

botones3_puertoantamariaY ahí empezábamos los niños a escoger los botones para hacer nuestro equipo de fútbol. La condición indispensable del botón para jugar bien,  es que se deslizara perfectamente por la mesa, por eso había que escoger el adecuado, algunas veces al poner el botón sobre la mesa no quedaba suficientemente plano, por lo que había que lijarlo,  hasta dejarlo a nuestro gusto, El botón que se utilizaba de defensa central debía ser un buen botón con peralte, un tanque,  vamos de esos que estuvieron cosidos a un abrigo o una buena pelliza de esas que vendían Julio Cristóbal o Muro. El equipo se componía sobre una mesa lisa, primero se delimitaba la portería que servían dos botones a una distancia uno de otro de veinte o veinticinco centímetros, de portero se utilizaba el tapón de un tintero, a continuación se colocaba la defensa que eran tres botones en línea, a continuación la media compuesto por dos botones y al final la delantera compuesta de cinco botones, el balón utilizado era un botón de nácar chiquitito de camisa. El equipo contrario disponía sus botones igual. Para impulsar los botones utilizábamos otro más fino, con el cual presionamos en borde del mismo que queremos desplazar hacia delante y dándole al botón pequeño que utilizamos como balón.

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'El campo de juego'

Empezaba el encuentro, sacando el delantero centro de cualquiera de los equipos,  impulsando el balón hacía delante de forma que éste ya estaba introducido en campo contrario, a continuación le tocaba al equipo oponente, según estaba situado el balón (recuerden el botón de nácar pequeñito), disparaba con el botón más cercano al balón y que tuviera en dirección a la portería contraria. Cuando uno de los equipos estimaba que el balón estaba en dirección a la portería, y podía marcar un gol,  tenía que decir “marca”, entonces el contrario tenía que utilizar el portero (tapón de tintero) y ponerlo frente al balón para intentar pararlo, algunos expertos conseguían picar el balón y colar un gol. El partido  de fútbol con botones era bastante fácil  de jugar y divertido, había una liguilla  muy  competitiva que todos se esforzaban en ganar. /Texto: Francisco Bollullo Estepa.

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La etiqueta de sherry Viva ‘La Pepa’, de Fernando A. de Terry, ilustra una escena flamenca de tocaor y bailaora de corte folclorista, con miras a la exportación fuera de nuestras fronteras donde el flamenco se identifica, habitualmente, con todo lo español.

El grito popular ¡viva la Pepa! originado en el momento de la proclamación de Cádiz por los liberales, denominada desde entonces ‘La pepa’ por coincidir con el día de San José (19 de marzo de 1812), obtuvo una enorme difusión, como lema político y como popularizada expresión de alegría. Esta locución semántica, derivada de las Cortes de Cádiz y de la primera Constitución española, se ha aplicado al pasar el tiempo a otros significados más peyorativos vinculados a ciertas actitudes de irresponsabilidad o despreocupación, aunque en Andalucía ha prevalecido su sentido de júbilo, asociado en numerosas ocasiones a los ambientes festivos del arte flamenco. Es precisamente esta última acepción de la expresión popular, vinculada al flamenco, la que comparece en el Marco del Jerez para distinguir algunas marcas vinateras. /Texto: Ana Gómez Díaz- Franzón.

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Gran suceso, Donini, transformista sin rival, anunciaba la prensa. Se veía desfilar por las tablas del Teatro Principal de don Críspulo Martínez una surtida gama de personajes caracterizados. Este número estaba realizado por una sola persona que se transformaba radicalmente cada vez que pasaba por detrás de un biombo, haciéndolo con la misma rapidez que un parpadeo. Podía verse a un señoritingo de impecable ridiculez, bastón y sombrero de paja haciendo juego con su bigote engominado, chaleco parapetando una camisa almidonada y gestos sueltos y displicentes y, en un plisplas, ver aparecer a una señora rolliza, de amplio sombrero engalanado, forradita en un traje de moda, con gestos de alto copete y, en otro plisplas, aparecer un pobre de solemnidad aderezado con lamparones y calzado con zapatos boquiabiertos.

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marujamallo_rafaelalberti_puertosantamaria| Texto: María del Prado Rodríguez Martín, Maroula.

Una de las peores formas de degradación humana es la eliminación de la memoria. Si se niegan los recuerdos, la memoria de lo vivido se esfuma. Si el otro reniega del recuerdo de las experiencias y el tiempo compartido sólo quedan fantasmas, ensoñaciones que ponen en duda la veracidad del relato contado por su protagonista. Rafael Alberti negó a Maruja Mallo, la negó como compañera sentimental y la negó como influencia artística. Este olvido premeditado tuvo una causa y una reparación. /En la imagen, Maruja Mallo y Rafael Alberti.

La relación Mallo-Alberti fue tan próspera a nivel creativo que, durante el tiempo que duró su relación sentimental, las trayectorias de ambos artistas aparecen definitivamente imbricadas.

Maruja y Rafael se vieron por primera vez en el Parque del Retiro a finales de mayo de 1925, el día que Federico García Lorca ofreció allí un recital poético con motivo de la inauguración de la I Exposición de Artistas Ibéricos, y sus trayectorias vitales y artísticas correrán en paralelo hasta inicios de 1931. “Estábamos en el Retiro –recuerda la pintora– Dalí, Federico y yo. Unos muchachos pasaron cerca y saludaron así con el brazo. Pregunté: “¿Quiénes son?” Lorca me contestó: “Uno es un poeta muy bueno y otro es un poeta muy malo”. Eran Alberti e Hinojosa”. De hecho, el poeta porteño acababa de ganar el Premio Nacional de Literatura por Marinero en tierra. Poco después de este encuentro, los dos jóvenes comienzan a verse frecuentemente. Su amor por el arte les une y sus primeras citas se producen en las salas del Museo del Prado.

marujamallo_joven_puertosantamariaA esta joven Maruja Mallo, de peculiar belleza, conoce nuestro paisano Rafael Alberti.

Sin embargo, será el año 1929 el que marque el momento culminante de su colaboración artística, ya que Alberti en sus Sermones y moradas realiza transcripciones poéticas de los cuadros de Mallo, e, incluso, algunos de los poemas de Sobre los ángeles están directamente inspirados en las obras de Maruja. La gallega en esos momentos había entrado en relación con los artistas de la denominada Escuela de Vallecas (Luis Castellanos, Alberto Sánchez y Benjamín Palencia) y había comenzado a realizar su serie Cloacas y campanarios. Dicha serie representa, dentro de la trayectoria artística de Mallo, la más cercana a los planteamientos del Surrealismo, tanto que fue profusamente admirada en París por Paul Elouard e, incluso, el propio padre del movimiento, André Breton, adquirió uno de los lienzos (El espantapájaros, 1929).

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El Espantapájaros. Marulla Mallo. 1929.

En esta serie Maruja abandona el vitalismo de sus Verbenas y se adentra en un mundo orgánico de desechos, de naturaleza muerta y animales en descomposición, de huellas humanas embarradas y restos de civilización abandonados que eran los objetos encontrados por los artistas de la Escuela de Vallecas en sus paseos por las afueras de Madrid.

Al mismo tiempo en Rafael Alberti se produce una evolución paralela. En Sobre los ángeles (1929), considerada su obra maestra, el poeta realiza un giro hacia el Surrealismo y sus poemas se convierten en alegorías donde los ángeles representan fuerzas dentro del mundo real.

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Maruja Mallo y Josefina Carabias con Antro de fósiles, 1931

Este mismo tono se prolonga en Sermones y moradas (1930). Él mismo acabaría reconociendo que su compañera le abrió los ojos a nuevas realidades: “A mí me habían quedado ya muy lejos mis canciones de Marinero en tierra, La amante y El alba del alhelí […] De la mano de Maruja recorrí tantas veces aquellas galerías subterráneas, aquellas realidades antes no vistas, que ella, de manera genial, comenzó a revelar en su lienzos. “Los ángeles muertos”, ese poema de mi libro, podía ser una transcripción de algún cuadro suyo”.

lagacetaliteraria_alberti_malloEs más, en julio de este mismo año, 1929, aparece publicado en La Gaceta Literaria un poema inspirado y dedicado a Maruja Mallo por Rafael Alberti bajo el título La primera ascensión de Maruja Mallo al subsuelo, acompañado de la reproducción de dos obras de la gallega (Huella y Cloaca), pertenecientes a la serie Cloacas y campanarios, que pone de manifiesto la vinculación artística y sentimental de pintora y poeta. Empieza así:

Tú,
tú que bajas a las cloacas donde las flores más flores son ya unos tristes salivazos sin sueños
y mueres por las alcantarillas que desembocan a las verbenas desiertas
para resucitar al filo de una piedra mordida por un hongo estancado,
dime por qué las lluvias pudren las hojas y las maderas.
Aclárame esta duda que tengo sobre los paisajes.
Despiértame.

El texto completo se puede leer pulsando: ALBERTI, R. ‘La primera ascensión de Maruja Mallo al subsuelo’. Gaceta Literaria. 1 de julio de 1929.  

Colorín,-colorete,-h.-1929En este sentido, vemos que la influencia artística, como reflejó el poeta en sus memorias, se ve ejercida al revés de lo que la crítica tradicional no se ha cansado de manifestar; es la artista, en femenino, quien influye y presenta el modelo que retomará su compañero masculino. /En la ilustración de la izquierda, Maruja Mallo, Colorín, colorete, h. 1929

Al mismo tiempo que se adentraban en estas experiencias, Maruja y Rafael trabajaban conjuntamente en las obras teatrales de Alberti, ya que Maruja Mallo elabora los figurines y decorados de Santa Casilda, obra que no llegará a estrenarse ya que Rafael Alberti lo anulará tras abandonar a Maruja, y La pájara pinta, y los guiñoles de Colorín, colorete.

Otro proyecto que desarrollaron en común fue la preparación conjunta, los poemas a cargo de Alberti y las ilustraciones a cargo de Mallo, del libro Yo era un tonto, y lo que he visto me ha hecho dos tontos, dedicado a los cómicos del cine mudo, y adelantado en varias publicaciones durante el mes de septiembre de 1929 en La Gaceta Literaria.

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Maruja Mallo, El arzobispo de Constantinopla (personajes de La pájara pinta), h. 1929

Del mismo modo, cuando se produce el debut de las colaboraciones de Rafael Alberti en el periódico ABC, publicando el 9 de noviembre de 1930 los poemas Chuflillas de “El niño de la Palma”, Joselito en su gloria y Seguidillas a una extranjera, Maruja Mallo es la encargada de ilustrarlos. Y para esta ocasión, realiza un dibujo, que recuerda claramente a Lorca, representando a un torero lidiando un toro, acompañado y contemplado por unos ángeles, desde el mismo albero y desde la barrera.

alberti_abc_Ésta última publicación supone el postrer documento de la relación artística y afectiva que vinculó a Alberti y Mallo, ya que en enero de 1931 el poeta se fuga a Mallorca con la escritora María Teresa León, abandonando a Maruja Mallo. Y en ese momento, ambos quizá comiencen a dejar en el olvido esta fecunda relación dificultando así su reconstrucción actual, ya que “el que se hayan perdido tantas y tantas pruebas de esa estrecha relación artística – los figurines y decorados de las obras teatrales y los dibujos sobre los cómicos del cine mudo – son pruebas, quizá, de un olvido consciente por ambas partes, y un ejemplo elocuente podría ser el que Alberti, cuando publique Yo era un tonto…, suprima el poema titulado “Carta de Maruja Mallo a Ben Turpin”.” José Luis Ferris, en su biografía de la pintora Maruja Mallo: la gran transgresora del 27, nos ofrece una explicación para este olvido consentido y buscado cuando nos dice que “[…] la razón de ese silencio cabría buscarla, en primer lugar, en el ciclo de memorias de La arboleda perdida, en cuyo primer volumen, aparecido en Buenos Aires en 1959, Alberti no hace una sola alusión a la artista de Viveiro. El autor de Cal y canto desterró a su compañera y amante de ese testimonio vital por causas que nada tenían que ver con la ruptura traumática que ambos protagonizaron a comienzos de los treinta y sí, bien a las claras, por voluntad y deseo de la que, a partir de aquella fecha, pasó a ocupar la vida afectiva del poeta: María Teresa León. Es, pues, razonable, que Maruja Mallo correspondiera a ese silencio con otro igual, demostrando así un asombroso y, quizá, doloroso respeto, que mantuvo durante más de sesenta años, respondiendo a preguntas directas sobre el asunto con simples evasivas.”

Sin embargo, muchos años más tarde llegaría la reconciliación con el recuerdo, como nos sigue recordando el mismo Ferris, “Tuvo que agravarse el proceso degenerativo de María Teresa León y fallecer ésta para que Rafael Alberti rompiera el pacto de silencio y reparara el falso olvido con un bellísimo texto, “De las hojas que faltan”, publicado en el diario El País el 29 de septiembre de 1985.” Dicho artículo quedó más tarde también incluido entre las páginas que debió ocupar originalmente y “[…] Rafael Alberti, tras medio siglo de silencio, reconocía en la segunda parte de La arboleda perdida su impagable deuda con la pintora, dedicándole a continuación un amplio capítulo que restituía su papel decisivo en el movimiento vanguardista de su tiempo y en la historia de la modernidad.” 

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Maruja Mallo, en una exposición retrospectiva de su obra.

Un selección del artículo ‘De las hojas que faltan’: «Sucede que si con una nube de olvido se tapa la memoria, ella no es la culpable de lo que no recuerda; mas si el olvido es deliberado, si se expulsa de ella lo que no se quiere por cobardía o conveniencia... ¡Oh! Porque aquella muchacha pintora era extraordinaria, bella en su estatura, aguda y con cara de pájaro, tajante y llena de irónico humor... Se sumergía en las verbenas y fiestas populares, se remontaba al aire en los columpios, retratando a su hermana, casi desnuda, en bicicleta por la playa. .. Yo la admiraba mucho y la quería. Época rimbaudiana de los bares, de los cafés de barrio, de los boks, los helados y las limonadas. Primavera siempre con media peseta en los bolsillos. Y los penumbras de los cines, con la polka y el vals en el piano acompañante de aquellos mudos, geniales asombros de Charles Chaplin, Buster Keaton, Stan Laurel y Oliver Hardy, Harold Lloyd... Se amaba igual la oscuridad de las salas cinematográficas que la de los bancos bajo la sombra nocturna de los árboles».

El texto completo se puede leer pulsando:  (ALBERTI, R., “De las hojas que faltan”, en  El País, Madrid, 29 de septiembre de 1985)  

Lamentablemente, la publicación de dicha reparación coincidió con el momento de decadencia de Maruja Mallo. Había padecido un coma diabético del que logró recuperarse al cabo de un año para, poco después, sufrir una grave caída a resultas de la cual se fracturó la cadera. Como consecuencia es ingresada en la Clínica geriátrica Menéndez Pidal, en la que permanecerá postrada los diez últimos años de su vida. 

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cangrejorojo___puertosantamaria copiaFue a mí tío José al primero que se lo oí pronunciar un domingo de agosto en La Puntilla, principio de los setenta, con esa media voz como de espías que ponían siempre los mayores cuando hablaban de secretos familiares o de política. Dijo “el Cangrejo Rojo” y enseguida mi tío Manolo y mi padre se perdieron con él, orilla abajo, en dirección al Castillito. Yo ya había escuchado en la clandestinidad doméstica del corredor de mi casa que mi tío José era comunista (de la filiación política de mi padre y de mi tío Manolo no había  podido averiguar nada todavía), por lo que imaginé que igual se habían citado, en alguna parte del litoral menos concurrida, con un alto cuadro del Partido, para cerrar los últimos detalles de una democracia que estaba al caer.  El Cangrejo Rojo, continúe con mis ya por entonces brillantes deducciones, podía ser el apodo en clave revolucionaria de Santiago Carrillo o de Marcelino Camacho, o del mismísimo Rafael Alberti, que lo mismo tenía un piso franco camuflado, con vistas al mar, en La Arboleda Perdida. /Anuncio en ABC.

Cualquiera de ellos podía ser el autor intelectual de la emboscada definitiva que acabaría para siempre, esta vez sí, con el Caudillo, quizá en su próxima visita a Cádiz, tal vez en la tranquila intimidad de su habitación del Motel Caballo Blanco (siempre la misma), donde pernoctaba cuando bajaba a la provincia. Cangrejo Rojo, Caballo Blanco, no estaba mal como título para una novela con la que El Puerto pasaría a formar parte de la historia gloriosa de todas esas ciudades europeas que se rebelaron y derrotaron al fascismo gracias a algunos héroes anónimos. En el caso que nos ocupa, mi tío José, mi tío Manolo, y Rafael, mi padre, los tres en meyba y con la espalda hasta arriba de Nivea.

Pero no, el Cangrejo Rojo tenía más de Freud que de Marx. Lo descubrí unos años más tarde, a esa edad en la que tan importante como la lucha incansable por la implantación de una sociedad sin clases es la utopía fervorosa e igualitaria del deseo carnal. Aquel Club de Vacaciones, poseía, justo delante del hotel, una zona de dominio público en la que retozaban medio en cueros, soñolientas y despreocupadas, ardientes hembras francesas (las suecas de aquí) que, no teníamos ninguna duda, venían buscando lo que venían buscando. La España alegre y faldicorta, de la que hablaba Fraga como símbolo de modernidad, era una película de Walt Disney al lado de aquel cine con dos rombos que se rodaba cada verano al final de Vistahermosa, en un Puerto ya preparado para el turismo y para lo que hiciera falta,  en el que, más temprano que tarde, acabaría triunfando la república dependiente y festiva del amor libre. Nos lo merecíamos, pues habíamos pasado sin traumas, y con una saludable alegría epidérmica, del refajo al traje de baño y del bikini al despelote, gracias sobre todo a nosotros, jóvenes y sobradamente acalorados, machotes coquineros en permanente estado de ebullición, atletas sexuales de la Ciudad de los Cien Palacios y un Número Indeterminado de Fantasmas.

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Edificio principal del Cangrejo Rojo, enclavado junto al Pinar de Mochicle.

No voy a negarlo (salvo la primera vez, que me puse las gafas de buzo, el resto de comparecencias las hice siempre a cara descubierta): yo también fui de excursión a esa playa libertina, a la edad en la que, según Quevedo, uno “vivía amancebado con su mano”. Y sí, también doblé bastante la vista a la derecha (en el camino de vuelta, a la izquierda), bizqueando mucho para no perderme detalle, sin dejar nunca de andar, porque si te parabas, algún gabacho, sólo por  disimular (era vox populi que todos tenían más venas que una caja de huevas), podía ponerse gallito, acomplejados como estaban por un pasado de guerras perdidas y un presente de cuernos bien puestos.

Sí, definitivamente el Cangrejo Rojo tenía mucho más de Freud que de Marx. (Texto: Pepe Mendoza).

Más información en Gente del Puerto: 

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gegoriomaranon_por_sorolla_puertosantamariaEn la revista local “Cruz de Guía”, que edita la Hermandad del Dolor y Sacrificio, correspondiente a la Semana Santa de 1968 –hace 45 años- se publicaba la reproducción de una cariñosa carta remitida por Gregorio Marañón Moya, en aquella fecha director del Instituto de Cultura Hispánica, hijo del insigne médico, escritor e historiador, Don Gregorio Marañón Posadillo, uno de cuyos párrafos transcribimos: “… Cuando cumplí la mayoría de edad, mi padre me llevó a El Puerto y allí, en sus aguas azules de sol y sal –de cielo y tierra- mi padre, con una gran concha de sus antepasados me volvió a bautizar. Es ello para mí un recuerdo emocionante y siempre vivo.” /En la imagen, Gregorio Marañón Posadillo, visto por el pintor Povedano.

Esta tradición familiar de bautismo simbólico con agua de mar de la bahía de Cádiz,  desconocemos si se realizó  con sus otros hermanos y generaciones posteriores, aunque damos por hecho que también la experimentó su padre y, presumiblemente, sus ascendientes maternos, los Vernacci, vinculados nada menos que en cinco generaciones con Cádiz y El Puerto, de entre los que destacaré a Juan Vicente Vernacci, significado miembro de la Armada, comandante de la nao “Magallanes”, responsable, entre otras misiones y acciones de mérito, del levantamiento de los planos del puerto mejicano de Acapulco, en 1808. En la genealogía de la rama materna de Marañón sería el abuelo de su bisabuelo.

Al ser tan evidente la comunión del eminente y prestigioso personaje con El Puerto de Santa María cobró fuerza popular la creencia de que su madre, Carmen Posadillo Vernacci era portuense. No parece que sea así, o mejor dicho, exactamente así, puesto que no figura incluida en el listado de nacidos del Registro Civil que se conserva en el Archivo Histórico Municipal de El Puerto. Doña Carmen, “gaditana de gran belleza” como refiere Marino Gómez Santos en su obra “Vida de Gregorio Marañón” nació en 1859 en Cádiz capital.

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Gregorio Marañón en una imagen de 1908. / Foto: Archivo Belén Marañón Moya.

 Era hija de Manuel José Posadillo Bonelli, también gaditano de nacimiento, al que podemos definir de ascendencia cántabro-andaluza pues su padre, Francisco Posadillo Helguera, había nacido en Castro Urdiales y pertenecía a la cuarta generación de ese mismo apellido y procedencia, y la madre, Josefa Bonelli Caballeri, era natural de Cádiz pero con evidente ascendencia italiana.  Manuel José Posadillo había emigrado en su juventud a Filipinas. Posteriormente se licenció en derecho, alcanzando un merecido prestigio como abogado, ejerciendo diversos cargos en la Magistratura de la isla de Cuba durante quince años. Militante destacado del partido Conservador, en su dilatada carrera profesional ejerció como Magistrado del Supremo, ocupando plaza de Ministro en el Supremo Tribunal de Justicia, siendo uno de la treintena de magistrados cesados entre 1837 y 1866 por motivaciones políticas, aunque poco después, volvería a Cuba, nombrado presidente de la Audiencia de La Habana. Encargado de pronunciar el discurso de apertura del curso 1868, en su redacción se observa la facilidad de expresión y la elocuente exposición de datos y temas, virtudes que heredará su nieto Don Gregorio, al que profeso una singular devoción y gran admiración por la pulcritud de sus trabajos históricos.

Gregorio_Marañón_MoyaLa esposa de Posadillo y abuela materna de Don Gregorio Marañón sí nació en El Puerto de Santa María, alrededor de 1830. Se llamaba Guadalupe Vernacci Sedze y fue la única hija habida en el primer matrimonio de Joaquín Vernacci Aguado, subteniente de Infantería y propietario, con María Antonia Sedze Bosarco. Joaquín Vernacci, nacido en Cádiz, era hijo, a su vez, de José Vernacci Retamar, también gaditano, teniente de Fragata, capitán del puerto de esta ciudad y de una de las nietas de Roque Aguado, el que labró la casa palacio de la plaza del Polvorista, llamada María del Carmen Aguado Mejias. /Gregorio Marañón Moya, primer marqués de Marañón.

Es probable que la abuela de Marañón naciese en la casa de calle Cielo, frente a Caldevilla, que es en la actualidad la casa del párroco de San Joaquín. Allí he localizado a Joaquín Vernacci en los padrones de 1836. En esa fecha había enviudado y figura censado junto con su segunda esposa, María Dolores Moreau Meleros y dos de los diez hijos que, pasando los años, procrearía en este segundo enlace. Años después se trasladaron a la casona de calle Larga número 19, conocida como “De Torrejón” donde arrendaron el piso principal. Y esta nueva consorte, nacida en El Puerto, era hija de un francés de Sant Marie de Olorón llamado Domingo Moreau y de la jerezana Maria Angustias Melero.

De la amplia prole Vernacci Moreau vamos a referir aquí solamente a dos de ellos: Joaquina, que entroncaría con los Sancho al casar con Juan de Mata Sancho de Sopranis y, de forma especial, a Dolores Vernacci Moreau, media hermana de Guadalupe, que contrajo matrimonio con su cuñado, un hermano de Manuel Posadillo llamado Joaquín Posadillo Bonillo, que había nacido en Cádiz en 1818 y, por tanto, superaba en 24 años a su cónyuge, que nació en El Puerto en 1842. Joaquín era funcionario adscrito a la Dirección General de Contribuciones. Suponemos que al ser destinado a nuestra ciudad como auxiliar de la contribución territorial, visto el parentesco existente con la hija mayor de Vernacci y el consiguiente trato social, nacería la relación que terminó en boda y, al casarse dos hermanos con dos hermanas, los hijos de ambos matrimonios llevaban el mismo apellido: Posadillo Vernacci, posible origen de la confusión apuntada anteriormente.

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Tres generaciones en el Cigarral de Menores de Toledo: Gregorio Marañon Posadillo, Gregorio Marañon Moya y el entonces niño Gregorio Marañon Bertrán de Lis, actual marqués de Marañón. /Fotografía de Juan Gyenes en 1954.

A esta última familia solamente la he localizado en los padrones de 1866 censada en calle Larga, en el Palacio Oneto. Figuran el matrimonio y dos de los cinco hijos que nos consta tuvieron, en este caso Dolores y Milagros, primas hermanas de Carmen, la futura madre de Marañón, a la que les unía una buena amistad, además del parentesco, con las que pasaba temporadas y que serian el nexo de unión con Marañón que las consideraba sus “titas de El Puerto”.

Resumiendo, los parientes portuenses de la madre de Marañón, y por extensión de él mismo, fueron nada menos que diez tíos y tías, los Vernacci Moreau, hermanos de padre de Guadalupe Vernacci Sedze; Josefa, José María, Dolores y María del Carmen Sancho Vernacci, primos hermanos de Doña Carmen Posadillo al igual que Francisco, Joaquín, Dolores, Angela y Milagros Posadillo Vernacci, los hijos de Joaquín Posadillo y Dolores Vernacci y también su abuelos Antonio Sedze Verges y Josefa Bosarco. Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz.- A.C. PUERTOGUÍA

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scriptorium_alfonsox_puertosantamariaEl Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla (US) ha editado la obra Arte y Ciencia en el scriptorium de Alfonso X el Sabio, una recopilación extensa del conjunto de los manuscritos científicos que se produjeron en la libraría alfonsí. El proyecto editorial se enmarca dentro de la Cátedra Alfonso X el Sabio de El Puerto de Santa María.

Según ha explicado la US en un comunicado, la figura de Alfonso X ha sido siempre objeto de muchas miradas debido a la grandísima actividad cultural que se desarrolló en su entorno. Así, el escritorio regio fue una fuente de producción prolífera de muchas obras, lo que otorgó gran riqueza cultural a la época. No en vano, el monarca se caracterizó por querer hacer de la sabiduría el eje del discurso político.

De esta forma, el objetivo del estudio realizado por Laura Fernández Fernández es estudiar la producción libraria alfonsí desde dos ámbitos, por un lado, su vertiente conceptual para llegar a comprender el significado del escritorio regio como herramienta del planteamiento del gobierno alfonsí, y por otro, desde una base material de los manuscritos y la cultura escrita de la época, detalla la US.

Asimismo, la autora había desarrollado su tesis doctoral en el análisis de todos los códices tradicionalmente adscritos en el entorno alfonsí, sobre todo en las carencias que existían al respecto, por lo que se la puede considerar una especialista en la temática.

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Laura Fernández Fernández es profesora del departamento de Historia del Arte I (Medieval) de la Universidad Complutense de Madrid. Su formación ha trascendido las fronteras españolas con estancias de investigación en Italia y Reino Unido. Así, ha participado en numerosos congresos y seminarios de investigación nacional e internacional, colaborando con instituciones de prestigio como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad de Salamanca o la Universidad de Oxford. En 2010 recibió el primero de Investigación Histórica de la Cátedra Alfonso X el Sabio.

El Consejo Regulador de la D.O. del Marco del Jerez cataloga como VORS (Vinum Optimun Rare Signatum en latin y en inglés Very Old Rare Sherry), los vinos con mas de 30 años de envejecimiento medio. Estos vinos únicos constituyen la gran reserva enológica del Marco del Jerez. Sin duda los vinos de mayor complejidad aromática y los de más valorados por sus características organolépticas. Soleras antiquísimas cuyo origen se remonta a mas de dos siglos. Botas viejas que contienen los caldos con mayor fama y reconocimiento internacional. Esas joyas enológicas ocupan un espacio preferente en la bodega y descansan bajo la atenta mirada del capataz. Esta Bodega tranquila y alejada del bullicio se convierte en un museo vivo que contiene los tesoros más preciados de la Bodega de Mora.

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Iván Llanza, Director de RRPP Corporativa del Grupo Osborne, atendiendo a un grupo de interesados en estos vinos VORS

Las bodegas Osborne abren por primera vez al público su colección de vinos viejos. Se trata de la mayor reserva enológica del marco de Jerez. Son joyas muy particulares y escasas, originales de las bodegas Bobadilla, Domecq, Blázquez y Osborne que antes estaban repartidas en diferentes bodegas de la provincia y que se pueden visitar juntas en la Bodega de Mora, ubicada en la calle Los Moros. Son soleras antiquísimas de 26 tipos diferentes. Destacan amontillados, finos viejos, palo cortado o Pedro Ximénez. Algunas de ellas datan de 1800. Lo que pretenden las bodegas es ser un punto de interés turístico ya no sólo local, sino también provincial y nacional.

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Antiguos libros de la Bodega, donde se asentaban apuntes sobre tan interesantes caldos.

El traslado de estos vinos ha sido un trabajo de esfuerzo y ha llevado aproximadamente un año realizarlo. Para ello se vació la sala, que anteriormente contenía vinos generosos. Tras esto, hubo que agrupar y trasladar los barriles desde diferentes cascos de la bodega donde se encontraban estos vinos viejos. Nunca se habían expuesto al público ya que envejecían en lugares más recónditos. El envejecimiento de estos vinos se produce en botas antiquísimas, tonelerías que ya no existen y que se utilizan también en otros países como Irlanda o Escocia para envejecer sus famosos whiskys.

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El hostelero Antonio Barrios observa una colección de vinos viejos con la etiqueta de Fino Ducal, que ya no está en el mercado, autografiadas por personajes de diversos estamentos de la vida nacional e internacional.

En la nueva sala, situada a la derecha del patio de la bodega y donde se puede respirar un olor muy característico a vino viejo, se pueden ofrecer conciertos de piano y arias para deleite de los visitantes, sentados entre botas antiquísimas, tonelerías que ya no existen, donde envejecen estos vinos tan especiales. Los visitantes pueden asimismo hacer una cata a pie de bota e incluso aprender a utilizar una venencia.

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Un muestrario de los caldos de Osborne.

El proyecto de ampliación de visitas de la bodega de Mora se completará en un futuro próximo con un museo del famoso toro de Osborne y otro de botellas, etiquetas y cartelería antigua. Todas aquellas personas que quieran disfrutar tanto de la bodega como de la nueva sala, que será permanente, lo podrán hacer de lunes a domingo en horario de mañana, de 10:00 a 15:00 horas y de tarde, del 19:00 a 22:00 horas. Se ofrecen visitas en español, inglés y alemán. Los visitantes, además de recorrer la bodega, tienen la oportunidad de conocer la enotienda de las instalaciones, donde se pueden comprar todos los vinos y productos ibéricos así como los artículos oficiales del toro de Osborne, y realizar catas de diferentes vinos.

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Uno de los objetivos de Osborne, empresa familiar con más de 200 años de historia, es ahora el de la diversificación y la internacionalización, sin dejar de ser un punto de interés turístico para todos aquellos visitantes de la provincia de Cádiz y de la ciudad. /Texto: Inés de la Fuente.

Curso de Ruleta Francesa en el que aparecen empleados del Casino Bahía de Cádiz, en sus comienzos en el emplazamiento definitivo. Las leyes no permiten hacer fotografías en la Sala de Juego y suelen posar empleados para imágenes promocionales.

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Croupier izquierdo: Ramón Cordero. Croupier derecho: Antonio Jiménez.. Bout de table: desconocido. Jugadores simulados de izquierda a derecha: Tito , Pedro (casado con Magdalena), Jorge Isorna, Jose Antonio Moreno Zamorano, Santi Martínez, Paco Corbeto (concejal en el Ayt. De Rota). Es curioso como casi todos se dejaron esos bigotes para dar mejor la imagen o al menos eso debieron pensar.

La ruleta francesa es la ruleta clásica. Dan el juego dos Croupiers, uno a cada lado del cilindro o ruleta que manejan el juego con sendos rastrillos y el denominado “bout de table” que se sienta al final y sirve de apoyo a los croupiers. Supervisa el juego un jefe de mesa. Los croupiers de la ruleta francesa era algo así como la élite. Eran muy habilidosos ya que el manejo del rastrillo y la forma de efectuar los pagos es bastante complicado y requiere de una especial pericia. Por otro lado el sistema de juego es el mismo que el de la ruleta americana.

 

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