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playas1949Hace 65 años, en 1949, el Ayuntamiento y los industriales de la Ciudad organizaban un programa de festejos para propios y veraneantes que se anunciaban en los denominados ‘Carnets de Verano’./En la imagen portada de la Revista Veraniega editada por M. Centeno en dicho año, con una ilustración a pluma del jerezano José Camarena Borrego.

La temporada de playas, el veraneo, empezaba el 15 de julio y finalizaba el 15 de septiembre, cuyo sumario reproducimos literalmente:

Día 15 de julio, inauguración de la temporada con Alegre Diana por la Banda Municipal de Música y variados Festejos.

Día 16, Festividad de la Santísima Virgen del Carmen, por la tarde Solemne Procesión con la venerada imagen de la Reina del Carmelo. En este día dará comienzo la temporada oficial de baños en las playas de ‘La Puntilla’ y Fuenterrabía’; durante la temporada, Gran Velada todas las noches en el hermoso paseo del Parque Calderón y concierto musicales por la Banda Municipal, grandes corridas de Toros y Novillos, Carreras de Bicicletas, Concurso de Natación, Juegos Florales, Concursos de Figuras de arena en la playa, Cucañas marítimas, Carreras pedestres.

En el mes de agosto, grandes festejos en honor de los veraneantes y la corrida grande de la temporada con matadores de fama.

Día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de Ntra. Sra. Grandes fiestas en honor de la Stma. Virgen de los Milagros, Patrona de la Ciudad, Solemne Función religiosa, y por la tarde, grandiosa manifestación católica en solemne procesión con la venerada Imagen de la amantísima Patrona por las calles y Plazas de la ciudad con asistencia del Excelentísimo Ayuntamiento.

 

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Hasta Google se unió al homenaje a Octavio Paz cambiando su logotipo durante un día para celebrar el centenario del nacimiento del gran poeta mexicano. La efeméride ha pasado inadvertida para nuestros prebostes locales que han perdido la oportunidad de aprovechar una circunstancia con la que ya quisieran soñar muchas ciudades para su proyección cultural: el vientre que dio a luz a uno de los escritores más grandes del siglo XX era de una portuense. Una calle, cerca de la Avenida de la Libertad, es todo lo que tiende dedicado El Puerto al que fuera Premio Cervantes y Premio Nóbel de Literatura. En fin, allá ellos y su ceguera crónica. Al menos desde aquí nos unimos al torrente de ciclos, conferencias, reediciones y cientos y cientos de páginas que han llovido, y lo seguirán haciendo hasta finales de año, para celebrar esta importante fecha.

Nació Octavio Paz en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1914. Su madre era española, portuense, como ya se ha dicho; su familia paterna, en cambio, liberal e indigenista. Su abuelo escribió novelas históricas, su padre participó activamente en la revolución mexicana. De niño vivió una temporada en Estados Unidos, donde volvería muchas veces a lo largo de su vida, y tuvo una educación sofisticada. Estudió Derecho y Filosofía y Letras, y empezó trabajando en las misiones educativas del general (y presidente) Lázaro Cárdenas. Entre 1943 y 1945 vivió en Nueva York y San Francisco, luego se instaló en París como diplomático, en 1952 viajó por India y Japón. Vuelta a México en 1953. Entre 1962 y 1968 fue embajador de México en la India. Dio clases en universidades estadounidenses, fundó revistas de la relevancia de Plural y Vuelta, se casó dos veces, con Elena Garro en 1937, con la que tuvo su única hija, y en 1969 con la escultora francesa Marie-Jó Trianin. Escribió y escribió, ensayos y poesía. Obtuvo el premio Cervantes en 1981 y el Nobel de Literatura en 1990. De Ladera Este, uno de sus grandes poemas, son estos versos: “Yo escribo a la luz de una lámpara / Los absolutos las eternidades / Y sus aledaños / No son mi tema / Tengo hambre de vida y también de morir / Sé lo que creo y lo escribo”.

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A la derecha, el Bar Navío I, vemos el arranque del anuncio del Amontillado de Celis. Todavía no se había derribado, ni el edificio que luego albergaría al Banco Hispano Americano (hoy Banco Santander Central Hispano) que formaba un tacón en la calle, ni la torrecilla mirador de la calle Luna que vemos al fondo a la derecha.

Don Luis Suárez Ávila –ese Larousse de las cosas de El Puerto- escribió, y bien, como siempre lo hace, sobre la señora madre de Octavio Paz en Gente del Puerto hace unos años:  “Josefina Lozano, hija de un comerciante de Cádiz y de una señora de Medina Sidonia, nació y vivió en El Puerto. Viuda la madre, ella y su hija Josefina regentaron una tienda de vinos en la esquina de la calle Luna y Misericordia, donde estuvo el Bar Navío y hoy hay una tienda de chucherías [en la actualidad un establecimiento de helados]. Luego emigraron a Méjico, donde Josefina se casó con un hijo del general zapatista Don Irineo Paz, escritor y periodista liberal. Y es Josefina Lozano nada menos que la madre del Premio Nóbel de Literatura de 1990, Octavio Paz Lozano, nacido en Méjico, en la colonia Juárez, en 1914, poeta, novelista, ensayista, a quien tuve el honor de conocer y tenía a  gala su ascendencia portuense. Por cierto, que cuando le otorgaron el Nóbel, lo llamé por teléfono al Colegio de México, donde vivía, sin contar los cambios de hora. Así que lo desperté a media noche. No obstante, muy educado, me agradeció la llamada, aunque, de verdad, me debía haber mandado al cuerno, por haberle importunado en su sueño”.

Ahí va un enlace para oír al gran Octavio Paz leyendo algunos de sus inquietantes y hermosos poemas. /Texto: A. Mendoza.

 

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La última semana de agosto, antes como ahora, coincidían en nuestra ciudad la mayor aglomeración de veraneantes y visitantes ocasionales del verano y se programaban en esos últimos días de afluencia masiva no solo los mejores espectáculos musicales y taurinos, sino las más sonadas y prestigiosas fiestas privadas, también llamadas “de familia”.

osborneguezala_puertosantamariaUna de las que por esa época alcanzaron mayor resonancia era la que organizaba Roberto Osborne Guezala, empresario triunfador en Sevilla con su fábrica de cervezas ‘La Cruz del Campo’,  aparte de ser accionista destacado de la firma vinatera de su apellido, fiesta que tradicionalmente realizaba cada verano junto con su esposa María Teresa Vázquez de Pablo en la ‘Casa Grande’ de Vista Hermosa, paraje que como pueden imaginar los lectores, estaba rodeado de pinares cuajados de camaleones, viñas rebosantes de dulce uva moscatel casi madura por aquellas fechas, retamales, higueras bravías y chumberas que servían para delimitar las lindes de las huertas y navazos de los mayetos que rodeaban tan magnífico chalet, sus instalaciones y jardines.  Aunque la familia solía cerrar la temporada estival, como era y es costumbre en los nativos,  después del día en que se celebra la Natividad de la Virgen, el 8 de septiembre, festividad de la patrona local, la Virgen de los Milagros, esta fiesta reunía, además de a su extensa familia, muchos de cuyos miembros residían lejos de El Puerto, a un numeroso grupo de amigos e invitados de toda la comarca, de su misma clase social. Era una fiesta-baile nocturna,  a lo grande, sin escatimar gastos. /En la imagen de la izquierda, uno de los fundadores de Cervezas La Cruz del Campo, Roberto Osborne Guezala.

carlosdeborbon_infante_puertosantamariaReferiremos en esta croniquilla casi un siglo después, la  que tuvo lugar en el verano de 1926. Para la ocasión se engalanó toda la arboleda que rodeaba la fachada principal de la Casa Grande y el sendero de entrada con bombillas eléctricas de colores causando sorpresa de admiración a cuantos invitados iban llegando en sus coches desde Jerez, Sanlúcar, Cádiz… y también El Puerto.  El matrimonio recibía a los invitados en la hermosa escalinata de acceso por la que se asciende al ‘hall’ de la casa, iniciándose el baile de la tarde-noche en un espacioso salón que llamaban ‘Salón de Tennis’, posiblemente porque en los días de mucho viento, calor o lluvia, debido a sus dimensiones y la altura del techo, fuese utilizado como una pista cubierta para practicar ese deporte. Cabían holgadamente un centenar de parejas de baile, amén de la banda municipal que amenizaba la ‘soiré’ conjuntamente con una orquestita muy prestigiosa llamada ‘Sexteto Castillo’ considerada como una ‘jazz band’ que actuaba habitualmente en las selectas fiestas de la sociedad sevillana, y había sido contratada por  Roberto Osborne que la vio en una actuación en la casa palacio que  los Sánchez Dalp tenían en la plaza del Duque de Sevilla, en una fiesta organizada en honor de SS.AA los Infantes Doña Luisa y Don Carlos, a la que asistió como invitado. /En la imagen de la izquierda, Carlos Tancredo de Borbón-Dos Sicilias. Infante de España, bisabuelo materno del rey Felipe VI. (Gries-Francia) 10-11-1870 - Sevilla, 11-11-1949. /Foto: Colección Manuel Montes Mira.

Convertido parte del jardín en una especie de recinto ferial, con varias avenidas de albero que conducían a las pista de tenis en donde estaban instalados diversos puestos en los que se ofrecían deliciosos helados (fri-cap), mosto frío y varias clases de caldos generosos con la misma denominación o marca que el pinar que circunda la finca: ‘Mochicle’ y, por supuesto, la cerveza de la casa.  Los que no bailaban, paseaban por esas avenidas que iluminaban un centenar de focos y se iban instalando en la plaza portátil , que tenía amplias y cómodas gradas y dos palcos, uno para la banda de música y otro para la presidencia, montada junto a las pistas de tenis, donde tendría lugar a continuación una becerrada nocturna en la que intervinieron, en primer lugar Rafael Muñoz Ávila, toreando, banderilleando y estoqueando a un becerro, siendo aplaudido por los asistentes su voluntad y afición.

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'Villa Ángeles' o 'La Angelita', desaparecida hace cinco años, en 2009.

Hacía catorce años que había regresado de Cuba con su familia, pasando a vivir a una hermosa finca rústica del camino de Fuentebravía, llamada "Villa Angeles", que era el nombre de su madre. Esta denominación me trae el recuerdo de una encantadora casita, ya desaparecida, pintada de color siena, situada al otro lado de la antigua vía del tren de Rota, frente a la calle Ganado, conocida popularmente como "La Angelita", inmueble que citamos aquí como un nostálgico y simbólico recuerdo de los mucho que hemos perdido en la ciudad en el pasado reciente.

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La Casa Aramburu, en Cádiz.

El segundo lo lidió otro de los aficionados invitados, José Aramburu, hermano del jefe del partido conservador de Cádiz y pariente de Ramón de Carranza, diputado por El Puerto de Santa María en 1919. En el transcurso de la misma los asistentes pudieron presenciar, asombrados,  como se tiraba al ruedo un joven espontáneo, vestido con blusa de dril y gorra; casi inmediatamente hizo su aparición la autoridad en forma de guardia municipal, que procedió a su detención, tranquilizándose algunas de las espectadoras que se habían angustiado con el incidente.  Sin embargo, al llegar a la barrera, detenido y municipal, saludaron al público, que les aplaudía cariñosamente. Eran, uno de los hijos de los anfitriones, Roberto Osborne Vazquez y un amigo, Joaquín Lizárraga que habían preparado el numerito.  En el intermedio entre becerro y becerro, profesionales de la venta ambulante, consumados pregoneros de sus productos: agua, vino, cerveza, gaseosa… y toda suerte de 'chucherías gastronómicas', desde corrucos a 'güeros langostinos' ofrecían gratuitamente los mismos a todo el que los quisiera.

Del tercer becerro, para regocijo de los más pequeños, se ocupó la cuadrilla bufa de Fatigón, profesionales de los espectáculos denominados ‘charlotadas’ que actuaban con éxito en los cosos de todo el país con el nombre artístico de ‘Charlotte, Fatigon y su botones’ que desgranaron su repertorio de trucos y payasadas. Fatigón, montado en la caña de una escoba con una cabeza de caballo de cartón realizó todas las suertes del rejoneo, finalizando con oficio de un estoconazo, pie a tierra, su actuación, que fue muy jaleada por los asistentes. La cuarta y última res que salió al ruedo fue lidiada y estoqueada por el ganadero sevillano Tomás Murube, que tiene una calle en aquella capital andaluza. Según se indica en la reseña del acto inserta en la ‘Revista Portuense’, en la que nos hemos documentado para escribir esta nótula, su actuación estuvo plena de “arte y valentía”.

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Tomás Murube y Sebastián Recasens, en 1934, en el aeródromo de Sevilla junto a la primera piloto femenina del aeroclub, Gloria Cuesta, a los pies del autogiro de La Cierva.

Una década después, en los primeros compases de la guerra civil, pilotando, conjuntamente con Sebastián Recasens, una avioneta del Aéreo Club de Sevilla en labores de reconocimiento, tal vez imprudentemente, fue derribada por los fusiles de los milicianos republicanos a la altura de la Roda de Andalucía. Aunque salieron con vida del percance, como señala Mercedes Fórmica en su obra ‘Visto y vivido’ 1931-1937’: “En aquellos días no se hacían prisioneros” y fueron ambos fusilados.

Durante la lidia de los tres becerros por parte de Muñoz Ávila, Aramburu y Murube, estuvieron asistidos y ayudados por una cuadrilla formada por José Mora Figueroa, Manuel Salvador y José Antonio Benvenuty, este último habitual actuante por esas fechas en becerradas realizadas en el coso portuense y, posteriormente,  banderillero profesional formando parte de la cuadrilla de Manolo del Pino, el mítico novillero local 'El Niño del Matadero'.

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En la imagen, Manuel del Pino, 'Niño del Matadero'.

Finalizamos esta mirada retrospectiva, reproduciendo textualmente el comentario del cronista que vivió hace ochenta y ocho años aquel evento social veraniego: “Terminada la fiesta taurina que resultó brillantísima, dirigióse nuevamente la concurrencia al salón de ‘tennis’ pasando antes por los puestos (anteriormente mencionados) donde se servían toda clase de delicados fiambres, pastas, dulces finos, medias noches, emparedados y por último, chocolate. Reanudado el baile en el (salón) tennis, no cesaban en el baile las parejas, continuando en amenizar la fiesta el ya consignado sexteto Castillo, interpretando lindos ‘foxtros’ y la banda municipal con alegres pasodobles y otros números. La agradabilísima fiesta duró en todo su apogeo y brillantez hasta después de la seis de la mañana". /Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. PUERTOGUÍA

 

Para los porteños, como le gusta decir al amigo Morillo, que no residimos todo el año en El Puerto aunque si en la época del veraneo, que en mi caso se alarga casi a tres meses, El Puerto es una ciudad más atractiva que para sus residentes habituales y, a veces, no comprendemos las críticas que algunos hacen a su urbanismo: que si el deterioro del casco antiguo, que si la degradación de algunas zonas, que si los aparcamientos, etc. Antes al contrario para nosotros algunas de las peculiaridades de su urbanismo resultan curiosas y, a veces, atractivas  por singulares y se nos hacen muy ostensibles cuando paseando o en bicicleta las vamos constatando: porque no hay un Puerto, sino, al menos, cuatro.

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Vista aérea de la Tonelería de Huerta, en primer plano, el Hospitalito y la Prioral, en el casco antiguo. Valdelagrana no se había expandido aún, ni el muelle comercial estaba ampliado. /Foto: González y Hernández. 19 de junio de 1970.

En primer lugar, El Puerto de siempre, es decir el de nuestra niñez que queda dentro de un perímetro cuyos lados quedan acotados por la ribera del Rio, la calle Valdés, lo que era el ejido de San Juan con el límite que representaba el ferrocarril a Sanlúcar y, finalmente,  la antigua carretera general a Cádiz y la zona  de la Victoria. Es El Puerto de la cuadrícula y las calles a cordel, cuyos nombres son pura poesía cuando no son recuerdos de nombres de santos o de personajes ilustres, algunos paisanos.

Luego viene el Puerto crecido más allá de la Plaza de Toros –toda esa zona que llamamos Crevillet- y que, como reflejo de un urbanístico complejo de Edipo, abomina de la línea recta prefiriendo la curva y aun la quebrada y en el que, para seguir con los quiebros, resulta, además, habitual encontrase con una señal de contramano sin otra justificación que obligarnos a cambiar de dirección. Es el Puerto de nombres de calles casi imposibles de recordar por el noble deseo de perpetuar la memoria de gente corriente que fueron portuenses contemporáneos.

Nada tienen que ver los Puertos anteriores con la expansión por la costa Oeste y por el Norte, caminito de Jerez. Una nos recuerda el urbanismo anglosajón norteamericano y a veces pensamos si no estaremos pedaleando por un algún rincón del Estado de Florida; la otra es más bien de impronta hispanoamericana  y nos trae a la memoria las zonas periféricas de México distrito federal, aunque para que el parecido fuese más auténtico haría falta una maraña mayor de cables aéreos.

Y luego viene El Puerto de la otra banda, Valdelagrana, aunque próximo tan lejano que hasta tiene un obispo distinto y que no será de verdad El Puerto hasta que esté ultimado el cordón umbilical de esas pasarelas que debieran haber sido realidad desde hace medio siglo.

No hay un solo Puerto, sino cuatro o aun cinco. Cuando esa variedad ocurre en una gran urbe, su extensión hace que el fenómeno quede desapercibido. Cuando sucede en una ciudad mediana no hay lugar para el aburrimiento contemplativo. Por eso nos lo pasamos tan bien cuando callejeamos  por El Puerto. /Texto: José Luis García Ruiz

Manda la actualidad. La de las excavaciones arqueológicas que la semana pasada se han retomado en Pozos Dulces como trabajos previos a la construcción del discutido aparcamiento subterráneo.

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Detrás del tablero del puente colgante de San Alejandro (1846-1877) el espacio que ocupó la ermita de Consolación. A la derecha, una bodega y el convento del Espíritu Santo. / Fotografía de Jean Laurent, 1867. Biblioteca Nacional de España

Por supuesto, nada diré de los vestigios que se han exhumado al realizarse las catas arqueológicas que ahora, dado su interés histórico, se amplían. Al frente de la intervención están dos profesionales  –María Ángeles Navarro y Juan Miguel Pajuelo- de constatada solvencia y serán ellos, tras los estudios pertinentes y en su tiempo y forma, quienes informen a la ciudadanía de los hallazgos descubiertos y por descubrir.

Lo que yo quiero contarles son los antecedentes históricos que conozco del espacio de Pozos Dulces inmediato al antiguo puente de San Alejandro, en el que –de momento- no se ha intervenido. Y ya puesto, también haré memoria de algunas otras historias de tan destacado enclave urbano a orilla del Guadalete.  

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A la derecha, junto al desaparecido estribo del puente, la casa de Francisco Ciria. / Foto, colección de Miguel Sánchez Lobato.

BAJO LA CASA DE CIRIA

Recordará el lector la casa-bodega que existió junto al puente de San Alejandro, la que se derribó hará una década y que habitó Francisco Ciria y Vergara de la Concha, el padre de quien fuera alcalde de la ciudad (1948-1952) Eduardo C. Pérez (ver  nótulas 330 y 1313 en Gente del Puerto). Un ascendiente suyo, el presbítero José Pedro de la Concha, la mandó construir en 1828. En el memorial que para ello presentó al Ayuntamiento decía: “Que deseando adquirir un sitio donde poder construir una casa y bodega, he fijado la atención en el terreno de Consolación, próximo al puente de San Alejandro, donde antiguamente estuvo fabricada la ermita de aquel nombre. El terreno de que se trata está ocupado hoy según es notorio, por un montón de escombros y basura, por llevarlo allí los carros destinados para la limpieza, y fuera de lo perjudicial que es esto a la salud por el mal olor que exhala aquel sitio, es evidente lo deformado que en aquel paraje está el aspecto público, mucho más cuando por aquel lado hay un tránsito de personas muy frecuente.” El terreno donde se construyó el inmueble -en donde, reiteraba el solicitante, “en lo antiguo hubo en él construida una ermita, arruinada esta  y demolida hasta sus cimientos”- tenía 1.144 varas cuadradas (44 varas de longitud por 26 v de ancho = 36 x 21 metros), fijándose su venta en 1.152 reales de vellón.  

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La flecha roja marca la ubicación de la casa de Ciria en una imagen tomada hacia 1962 (el actual puente, entonces en construcción, se inauguró en 1963). / Foto, colección de Miguel Sánchez Lobato.

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El entorno de Pozos Dulces en 2012, con el espacio aproximado (en rojo) que ocuparía la ermita y escuela de Consolación. / Foto, Google.     

ERMITA Y ESCUELA DE NIÑOS POBRES

La de Nuestra Señora de Consolación fue una de las cinco capillas o ermitas que durante la Edad Moderna se levantaron a orilla de la ribera del Guadalete, con estas advocaciones: Santa María de Guía, Santa María del Socorro (posterior de San Antón), Santa Ana, la Virgen de la Concepción en la capilla de las Galeras y la que nos ocupa, frente a las calles Caldivilla (sic) y Ángel Urzáiz (en tiempos de la ermita, calles de Ginés de la Fruta –un célebre pescador porteño del siglo XVI- y de la Plata).

Poca información tengo de esta ermita, cuya advocación está vinculada al ‘consuelo’ que para los cristianos encierra el advenimiento del Apocalipsis. Sobre su origen,  se conoce que ya estaba edificada en 1738, no siendo probable que se remontara a muchos años atrás. El 19 de abril de aquel año se presentó en el Ayuntamiento un memorial de su Hermandad titular solicitando que se le permitiera ampliar la ermita con el fin de establecer una escuela que cubriese la instrucción de los niños pobres de la zona, de antiguo, el barrio de los pescadores, “por haber enardecido la devoción de bienhechores que se dedican a edificar escuelas competentes para enseñar primeras letras y doctrina cristiana a niños pobres de solemnidad, hallándose la hermandad con distintas cantidades depositadas con condición de que no se entreguen si no es para el dispendio y distribución de dicha obra”.

pozosdulces5_puertosantamariaA los pocos días, los munícipes concedieron lo solicitado, en estos términos: “...que arreglándose en la obra que pretende a seguir en línea recta por la parte del río y de tierra en la escuela que ha de ejecutar [...] acordó el conceder como desde luego concede a dicha capilla de Consolación y a sus hermanos en su nombre, licencia en forma para que ejecuten la obra que pretenden”.

Con toda seguridad, en 1807 la escuela ya no existía, según apuntó Hipólito Sancho, y acaso tampoco la ermita, suerte que corrieron las restantes emplazadas en la ribera. La de Consolación fue una de las tres cofradías de carácter docente que se establecieron en El Puerto durante el siglo XVIII, junto a la de Nuestra Señora del Rosario de la Aurora (desde 1706) y la de Jesús, María y José.  /En la imagen de la izquierda, Convento del Espíritu Santo. A la derecha, el cuadro de la Virgen de la Consolación que presidió la ermita de su nombre. / Foto, Alberto Díaz (web El Hachón Cofrade).

El maremoto del 1 de noviembre de 1755 afectó a la ermita de este modo, según vio y contó José Miguel Bernal: “…vimos salir el río de madre e inundarse todas las casas de la ribera desde Guía [Bodegas Gutiérrez Colosía] al Matadero [ex sede del Imucona], en donde vararon muchas embarcaciones y se inundó todo aquel sitio y Pozos Dulces, librándose solamente el convento del Espíritu Santo, adonde no llegó el agua. La ermita de Consolación se anegó y subió hasta fin del altar el agua y, asimismo, todas las casas de enfrente.

Por el padrón vecinal de 1782 se conoce que la ermita era un edificio exento, con dos puertas, “una para el uso de la ermita y otra a la parte de la iglesia que está en alberca, sin habitar persona alguna”. A la altura de 1797 asistía en ella el capellán José Santaella, un clérigo de menores órdenes, de 40 años de edad.  

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La ribera del Guadalete hacia 1962. / Foto, colección de Miguel Sánchez Lobato

LA CALLEJUELA DE CONSOLACIÓN Y EL MOLINO DE ACEITE  

El padrón de este año de 1797 también menciona la existencia en linde con la ermita de la callejuela de la Consolación, con seguridad alineada con la calle de la Plata (Ángel Urzáiz desde 1916 y de antiguo también nombrada Sarmiento, Curtidores y de la Fuente Chica); tramo viario –frontero al espacio que ocupó el varadero de Pastrana- que perduró hasta que en nuestros días se derribó el frente de las bodegas de Pozos Dulces.

Al otro lado de la callejuela en 1782 se levantó un molino de aceite, propio de Antonio de Vicuña y Juan Felipe Oyarzábal, sobre el terreno que once años antes -1771- habían heredado de un tío del primero, Jacinto José de Barrios San Juan, quien fuera uno de los más importantes comerciantes y cargadores a Indias portuenses. Probablemente tuviera la traza, como era propio de la época, de una torreta cuadrangular  similar a la del molino que se descubrió en 1994 en el solar que ocupó el huerto del convento de San Antonio de Padua.

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Frente al Ayuntamiento, Nevería y la plaza Peral, el molino de aceite del convento de San Antonio, ya semiderruido. Su hallazgo y demolición fue un visto y no visto.

Aparentemente, según se aprecia en la tercera foto de está nótula más arriba (señalado con la flecha verde), el molino de Vicuña y Oyarzábal se conservó completo en su alzado –integrado en el inmueble anejo- hasta que fue derribado hace unos años. Su ubicación coincide plenamente con la que se marca en viejos planos de la ciudad. Esta hipótesis que planteo se confirmará –o no- durante la intervención arqueológica.

Molinos aceiteros del último tercio del siglo XVIII –con sus trojes, la viga, el husillo, las molinetas, el alfanje- como los que tuvieron los Winthuissen  y José Miguel de Huerta en la Ribera del Río, Luis Lorenzo Rodríguez Cortés en la plaza de la Pescadería, el marqués de Villapanés junto a la Casa de las Cadenas o Juan José Reinoso en la calle Santa María.

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A la derecha, en una vieja imagen, la casa de Agustín J. de Vergara y la puerta de la vieja taberna, la Tienda de Consolación. / Foto, colección de Gaspar Veneroso.

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El nombre de la ermita también la llevó una taberna, la Tienda de Consolación, en 1826 propia de Fernando Mendoza, que antes fue, ya en 1782, una tienda de montañés de Bernardo García, quien la mantenía abierta en 1804. Se encontraba esquina a Caldivilla, frente por frente a la ermita, en la casa que en el siglo XVIII levantó el regidor y mayordomo de la ciudad Agustín José de Vergara, cuyos portales –los que están decorados en sus pilares con bonitos motivos geométricos- se construyeron en 1782 (al tiempo que el molino) para ampliar la casa y, según leo en su solicitud, “para la comodidad de aquel desamparado sitio y a beneficio del tránsito público, a cuyo fin están constituidos los demás portales de aquel sitio por la hostilidad de los temporales.” La vieja tienda de Consolación nunca perdió, hasta el día de hoy, su actividad como establecimiento hostelero. Aún recordarán muchos portuenses en su solar, mediado el pasado siglo, el Bar Puente, de Manuel Muñoz Jaén.

LOS POZOS DULCES

Yo no sé qué ocurrirá cuando la tuneladora horade –hasta 8 metros de profundidad- el terreno de Pozos Dulces. Seguro que brotará en abundancia el nivel freático del río, tal como se ha constatado en todas las obras y excavaciones arqueológicas que se han practicado a lo largo de la ribera y sus inmediaciones. Y no sé si también manará el agua dulce de los pozos que dan nombre a la calle.

Pozos dulces de la ribera del Guadalete en los que en 1736 ocurrió, tras una pertinaz temporada de lluvias, lo que también contó José Miguel Bernal, ahora testigo de este otro fenómeno: “Este año ha sido tan copioso de aguas que desde San Andrés [6 de noviembre] del año antecedente hasta abril no ha cesado de llover con grande abundancia, y ha sido tan copiosa la lluvia que en esta ciudad por la ribera, desde la calle de la Chanca hasta las monjas del Espíritu Santo y Pozos Dulces, han reventado muchos manantiales de agua, que corrían hasta el río, cosa bien particular y que los más antiguos no la han visto ni oído decir a sus pasados.

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Pozos Dulces inundado a comienzos de los 70. / Foto, Rafa. Archivo Municipal.

De estos pozos, el ilustrado portuense Juan Luis Roche dejó escritas en 1771 estas interesantes apreciaciones: “…mientras más inmediatos al agua salada, son más dulces, y cuanto más desviados más salobres y profundos; porque en aquellos apenas se necesita soga para sacar el agua, y en estos últimos es necesaria una de muchas varas. Algunos Pozos crecen y menguan con las mareas, y debajo del agua salada en las menguantes se ha visto fluir agua dulce.

EL BALNEARIO DE SAN JOSÉ  

Detrás del terreno que ocupó la ermita y la casa de Ciria, junto a la orilla del río que en 1954 ocuparía el varadero de los hermanos Pastrana (ver nótula 713 en Gente del Puerto), entre 1881 y 1923 Felipe Losada y su hijo José mantuvieron abierto un pequeño establecimiento de baños que llamaron  Balneario de San José.  En su origen, una caseta de madera cubierta a dos aguas y compuesta de un departamento para vestuario (3 metros  x 2’40 de ancho) y un espacio para las inmersiones acotado con listones de madera hasta la línea de bajamar, sólo aprovechable durante una hora antes y otra después de la pleamar en las pequeñas mareas y tres horas durante los aguajes.

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Plano de la reforma de 1906 de los baños San José. / Archivo Municipal.

En 1906 José Losada reformó y amplió las instalaciones. La caseta, pintada de blanco, pasó a tener 7’75 m de frente, 6 de lado y 2’50 de altura, mientras que el cerco de los baños se amplió hasta 20 metros, formándose con estacas de pinos (4’50-5 m), tablazón y riostras con regatones de hierro colocadas de estaca a estaca. Con ello, Losada pretendía que los baños se tomaran entre las cuatro horas de las mareas muertas y las seis de los aguajes,  “dando más tiempo –decía en su solicitud- para que la clase pobre, que es precisamente la que los utiliza, pueda aprovechar y disfrutar los beneficios de los baños de mar, que tanto se recomiendan”. En 1916 el uso de la instalación costaba 10 céntimos a los adultos y 5 a los menores de diez años.

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El varadero de Pastrana, cerrado en los años 80, en el lugar que ocupó los baños San José. 

La costumbre de tomar baños en la ría del Guadalete, que comenzó en 1816, cuando se instalaron los primeros baños flotantes junto al puente de barcas de San Alejandro (1779-1839), fue desapareciendo con los trabajos de canalización y dragado del río que se verificaron durante el primer tercio del siglo XX y ante el progresivo deterioro de la salubridad de sus aguas (en lo que no poco influyó la construcción en 1897 por la Azucarera Jerezana de una corta junto al Portal). Sólo permanecieron en el río, como una reliquia, los baños de San José.

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El corro de bolos de Pozos Dulces, el 'Corribolo' hacia donde hoy está la glorieta de acceso a la ciudad. Lanzando, el montañés Manuel Gil de Reboleño. / Foto, Antonio Gil Insúa.

LOS CORROS DE BOLOS  

Felipe Losada, en 1868, trece años antes de abrir los baños, estableció en Pozos Dulces, a la espalda de la destilería de aguardientes de Ramón Jiménez, frente a la iglesia del Espíritu Santo, un ‘corro de bolos’ público formado con un malecón de madera. Aquí lo mantuvo hasta 1891, cuando lo trasladó junto al puente de hierro de San Alejandro (1883-1977), donde permaneció hasta que a los cuatro años, en 1895, tuvo que desalojar el lugar al crearse el Parque Calderón. Y de nuevo volvió a instalarse en su primer lugar, donde continuó, en manos de su hijo José, hasta fecha incierta. Pero la tradición del lugar como bolera perduró hasta mediado el siglo XX. Hoy, la peña carnavalesca El Corribolo, ubicada frente a la bolera del puente, recuerda en su nombre su pasada existencia. / Texto: Enrique Pérez Fernández.

Iba yo por la calle Palacios, con mi maletín, camino de los Juzgados, cuando me encontré con otro compañero, abogado, también con su portafolios, y proseguimos nuestra marcha hasta la Plaza del Castillo. La gente nos miraba. La verdad es que nos entró complejo. Porque Vd. habrá visto por la calle pulular a esas parejas de liberados Testigos de Jehová o a esos "Morancos de Triana" disfrazados de mormones, todos con sus maletines llenos de prospectos, biblias y revistas.

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Imagen desde la Clausura del Convento de las Comendadoras del Espíritu Santo.

Después de aquella caminata hacia los Juzgados, cada vez me veo más incómodo con el maletín en la mano, por temor a que me confundan, me huyan o crean que me dedico a repartir "Atalaya" y a invadir las casas y espetar peroratas de piñón fijo, a diestro y siniestro. Vamos, que crean que me han liberado.

Antes, no existía esa figura del liberado. Porque el liberado, quede claro, cobra por dedicación exclusiva. Antes había, y muchos, beatos. Pero el beato es un "amateur". Otra cosa es el cura y la monja. Ya lo dice San Pablo:"El que sirve al altar, del altar debe vivir". Pero para eso, lo primero que hay que tener son altares y santos. Para quienes no los tengan, pues, eso.

Recuerde Vd. a las inefables beatas portuenses. Dé un repaso a las más preclaras e inmediatamente recientes: Conchita Reyes, Candelaria Leal, Cruz Hernández, las tres hermanas Gil Chavero (Isabel, Concha y Rosita), Marujita la del "Sin Nombre"... o, en el género masculino, rememore a Don Francisco Pérez Gil, a "Morenito" el del Registro o a Don Galo Domínguez del Rosal, devoto varón del que se cantaba: ¡Viva María!/ ¡Viva el Rosario!/ ¡Viva Galo Domínguez, /que lo ha fundado!. Pues no eran gente desocupada. Bien laboriosa que eran todas esas mujeres y hombres a que me he referido.

mariagalvez_1_puertosantamariaEl liberado es otra cosa. El beato, nunca ha sido un liberado. Ha sido un entregado a sus convicciones y sus devociones, pero lo primero que ha hecho ha sido trabajar a destajo. Recuerde, por ejemplo, a doña María Gálvez, beata prestigiosísima de esta Ciudad y Profesora en Partos, esto es comadrona. Pues no daba abasto. Cuando no era aquí, era allá o acullá, donde la pobre tenía que asistir a una parturienta, porque antes se paría más que ahora, aunque ahora a todos nos hayan puesto a parir. /A la izquierda, la matrona Doña María Gálvez.

Ello no quita para que, en los ratos libres, dedicara los lunes a las Animas Benditas del Purgatorio y a hacer las "Caminatas de San Nicolás"; los martes, los destinara a la devoción de Santa Ana, madre de la Virgen, o, si lo prefería a San Antonio; los miércoles los dedicara a San José y a San Judas; los jueves, a la Eucaristía; los viernes, al Sagrado Corazón y al piadoso ejercicio del Vía Crucis; los sábados, a la Virgen (Misa de 8 de la mañana, canto de la letanía lauretana , ejercicio de la sabatina y rezo del Santo Rosario), todo ello sin olvidar el ofrecimiento de obras, al levantarse cada día, el "Angelus", la bendición de la mesa, el manifiesto de las Esclavas, el rosario en familia, la oración al toque de Ánimas y el examen de conciencia y las oraciones al acostarse.

Entre todo ello, los siete domingos de San José, el mes de mayo, los triduos, los quinarios, las octavas y las novenas: A San Francisco Javier, Copatrono del Puerto; a Santa Rita, abogada de los imposibles; a San Expedito y a San Ramón Nonato, las parturientas, para tener una horita corta; a Santo Tomás de Villanueva, los económicamente necesitados; a San Antonio, para encontrar lo perdido, o hallar un novio conveniente; a Santa Clara, con una docenita de huevos, para que no llueva; a ...

Y Vd. preguntará ¿Pero, a qué hora trabajaban? Pues a todas horas. Eran unos incansables productores que, incluso practicaban el deporte del pluriempleo y muy eficientemente. A propósito de los ínclitos beatos y beatas portuenses, me viene, a la memoria el recuerdo del Señor San Blas, de gran predicamento en este Gran Puerto de Santa María.

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Sacristía del Convento de las Comendadoras del Espíritu Santo.

El Santo se venera en el convento más antiguo de esta Ciudad, el de las Comendadoras Sancti Spíritu, regla de San Agustín, vulgo el Espíritu Santo, que se estableció sobre la primitiva ermita de San Telmo, extramuros.

El día tres de de febrero había sido San Blas: "Los trisantos de febrero:/Santa Brígida, el primero,/ el segundo, el Candelero [la Candelaria]/ y el tercero, el gargantero [San Blas]" que decía mi tata Milagros Guerrero. También, la sabiduría popular afirmaba que "Por San Blas, la cigüeña verás". Pero la gente yo creo que se ha olvidado de este bendito santo.

espiritusanto_ant-puertosantamariaLas venerables monjas del Espíritu Santo de esta Ciudad, además de cultivar un magnífico laurel, que en manojos mandaba a las casas de los bienhechores la Madre San Agustín, en el siglo, "la hermana de Lola Blandino", tienen la virtud de confeccionar unos preciosos cordones de San Blas. Que ¿para qué sirven? Pues verá: San Blas, cuenta el Martirologio, que, practicando la medicina en Capadocia, fue nombrado obispo y, entre otros prodigios que obró, estuvo el haber librado de una espina de pescado que tenía clavada en la garganta un niño desahuciado. Así que nuestro Santo ejerce un especial protectorado contra las enfermedades de la garganta. /Antigua imagen del convento del Espíritu Santo.

Quevedo, en "El Parnaso español, Musa VI, rom. XXV) dejó escrito: "A que me tocase fui,/como si fuera instrumento,/ y fue para mi garganta,/San Blas con sus cinco dedos", de donde se infiere que San Blas le metió al pobre niño los cinco dedos hasta el "sentío", pero le sacó, por fin, la espina. Y, desde luego se deduce que, San Blas, tenía, lo que se dice, "manita de santo", porque de lo contrario, el sufrido infante hubiera padecido-- peor el remedio que la enfermedad-- desgarros horrorosos en los conductos bucales, diría "Chiquito de la Calzada".

Explicadas las propiedades y virtudes de San Blas, no queda sino consignar que, publicado que fuera en "Cruzados" el natalicio de un/a nuevo/a portuense , o conocido por otros conductos en el locutorio o en el torno del convento, las monjas del Espíritu Santo se prestaban a proporcionar a la madre del neófito/a un equipo de cordones de San Blas, "Brevetines" y carteritas con el Niño Jesús de Praga que, añadido a los obsequios que el inocente recibía de medallitas con el santo de su nombre, del Ángel de la Guarda, de la Virgen de los Milagros, de la Virgen del Carmen... etc, más que un recién nacido parecía, condecorado, al general García-Veas cuando se presentaba con las bandas y las dos pecheras de la guerrera cuajadas de medallas y cruces, de no se sabe cuántas guerras, para la anual procesión de la Patrona.

Vd. recordará que las madres tenían un miedo impresionante a que los niños no tosieran, como deben, o flaturearan como no es de recibo. Así que, con palmaditas en las espaldas, le calmaban: "San Blas bendito/que se ahoga este angelito", con la variante, en caso de ser persona mayor la que sufriera un golpe de tos, de: "San Blas, San Blas/ que se ahoga este animal". 

sanblas_Pero no queda ahí la cosa, solícita la mandadera del convento a los mandados de la abadesa, acudía a las casas donde hubiera o hubiese noticia de algún enfermo de la garganta, o algún operado de amígdalas, con el relicario de San Blas, un pequeño ostensorio de plata donde tras un cristal se puede ver un restito del bendito Santo. No he podido saber nunca si la reliquia está compuesta de todos o alguno de los cinco dedos de la mano que metió al pobrecito niño de Capadocia para sacarle la espina de la garganta.

¿Duda Vd. de los efectos curativos ? Pues daba resultado. El índice de curaciones era apabullante.

Además, en la iglesia del convento, las monjas mantienen todo el año a San Blas, Obispo, en su altar en el lado de la epístola y le dedican un triduo, en el que antes no se cabía, pero al que ahora no asiste casi nadie. Porque está claro: el pescado ya no tiene espinas. La gente come palitos de merluza o delicias de cangrejo, filetes de pez rosada o de gallo, todos convenientemente congelados. Y me tienen al oficial San Blas del convento en paro forzoso, sin cobrar el desempleo, ni, por razones obvias del celibato, ayuda familiar.

Mientras tanto, la gente acude a los curanderos que les recomiendan beber agua bendita (por supuesto adquirida clandestinamente en las pilas de las Iglesias), mientras le ensalman: "Hombre bueno,/mujer mala,/ Serón roto,/albarda mojá,/curarme la garganta,/Señor San Blas". /Texto: Luis Suárez Ávila.

La instantánea está tomada en el desaparecido Bar ‘La Concha’ situado en los bajos del también desaparecido Teatro Principal, en la esquina de La Placilla, donde hoy se encuentra una entidad Bancaria, la Caja Rural. Era una Navidad en El Puerto.

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En primera fila a la izquierda sentado el maestro de cocina, Torres Higuera; Soriano; el camarero Campuzano;  Vicente Devesa simula servir agua con un botijo en un vaso; de blanco Prudencio Rábago y a su lado con un vaso en la mano y detrás de Campuzano, Manolo Carrillo; detrás de éste Pepe López Herrera y junto a éste de pié, Salvador Sánchez de la Ferretería. A la izquierda de pié, Enrique Garrucho Laural y a su lado, tras el botijo, Antonio Alejo, operario de la barbería de Barcala en la calle Larga. 25 de diciembre de 1952.

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De izquierda a derecha, Ceferino Gómez Verano y José Luis Padilla Mendoza, en la plaza de las Galeras esquina con Micaela Aramburu, delante de la oficina de Antonio Ruiz de Cortázar, Consignatario de Buques, Agente de Aduanas y Cosario. En la actualidad es el Bar La Venencia y, con anterioridad y por muchos años, el Bar La Galera. La fotografía es de 1957.

La oficina de Cortazar fue consignataria del yate ‘Punta Umbría’ que sustituyó al Vapor ‘Cadiz’ tras la explosión en el muelle porteño en 1929, y también lo sería del Adriano I, cuando llegó a El Puerto tras la Exposición Iberoamericana de Sevilla en dicho año.

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Antonio Beato era oriundo de Trebujena pero nacido en El Puerto de Santa María. Trabajó en la bodega de  Cuvillo, y fue siempre representante de los trabajadores, desde los antiguos enlaces sindicales hasta después Delegado Sindical en democracia. En esta empresa sufrió y luchó su reconversión y cierre allá por mediados de los ochenta del siglo pasado. Formó parte en varias ocasiones de la negociación de los convenios colectivos de la Vid. Perteneció al comité locas de la UGT de El Puerto, miembro de le Ejecutiva Comarcal de Jubilados y Pensionistas de la UGT Comarca de Jerez, Miembro de la Ejecutiva Provincial de la misma Federación, e incluso a nivel Regional, y miembro del Comité Estatal de la citada Federación. Por este motivo viajó por toda España aunque primordialmente a Madrid. Organizó varios viajes al Congreso de los Diputados de España, al Parlamento Europeo, y mantuvo una continua relación con los sindicatos alemanes de jubilados de la región alemana de Hann.

Se nos ha marchado. Se nos ha ido Antonio Beato, El Peseta, como cariñosamente todo el mundo lo conocía. Ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar, como escribiera Antonio Machado. Así lo quiso él.

Sin riquezas ni honores, ni prebendas o privilegios, sin medallas ni trofeos, humildemente como vivió. Sí, se dirá, como otros muchos ciudadanos y ciudadanas. Es verdad. Pero él, en la "nave que nunca ha de tornar", la llevaba llena de corazones. De los corazones de miles de trabajadores: de las bodegas de Cuvillo, de los trabajadores de la Vid, de esta comarca bodeguera jerezana, de los trabajadores de El Puerto, de la provincia de Cádiz, de Andalucía, de España.

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Camión con botas de la desaparecida Bodegas Cuvillo.

Recorrió las tierras de esta comarca con los Convenios de la Vid para repartirlos, explicarlos, debatirlos, pelearlos, negociarlos… Vivió de cerca, en sus propias carnes, la larga y dura reconversión industrial de las bodegas. El cierre de la suya propia: Cuvillo. Ayudaba además a los otros trabajadores, ya fuesen del mar, de la industria, de los servicios, del campo… No tenía preferencias. Siempre con su sindicato, siempre con la Unión General de Trabajadores. En la clandestinidad y en la transición con la Unión Sindical Obrera. Siempre en el sindicalismo socialista. Socialista hasta la médula aunque sin afiliación política. ¿Extraño? No. Él no necesitaba demostrar sus pensamientos con carnet. Pero allí estaba para lo que hiciera falta, como muchos militantes de la vieja escuela: darlo todo sin pedir nada a cambio.

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En la Casa del Pueblo de la UGT de El Puerto en una convivencia con Esteban Caamaño y su esposa Lola y a el compañero Francisco Guerrero

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Congreso de los Diputados. El Peseta, en la escalinata derecha, en el último escalón con afiliados de la Unión de Jubilados y Pensionistas de la UGT de Cadiz.

Y en su jubilación, jubilado del trabajo que no de la lucha. Y allí en la vieja y nueva estación de ferrocarril de nuestro pueblo lo podíamos encontrar casi todas las mañanas y muchas tardes camino de la sede provincial de los Jubilados y Pensionistas de la UGT. O camino de Sevilla, o de Madrid, o de Murcia, Valencia, Zaragoza... ¡que sé yo! No paraba. Tuvo fuerzas hasta muy cercana la muerte. Cuando muchos compañeros abandonaban por la edad, enfermedad, cansancio, desilusión, o se los llevaba la parca, él continuaba casi hasta los 90 años en que nos ha dejado.

hermanolobo_1983Estaba para todo. Estaba tanto "para un roto como para un descosido". Los primeros de mayo, los congresos, reparto de propaganda, la pegada de carteles, la ayuda en movilizaciones de otros colectivos, o los suyos propios, u organizar las fiestas de navidad, las visitas de los jubilados alemanes, la entrega de premios o regalos para otros... Pero siempre con esa disciplina admirable, difícil de entender por las nuevas generaciones, de que lo manda el secretario general y basta, aunque previamente lo haya debatido e incluso no lo viese muy claro. ¡Vieja escuela, pero tan necesaria!  /En la imagen de la izquierda, portada de la revista satírica y de humor 'Hermano Lobo', que fue secuestrada en alguna ocasión de los kioskos.

Has dejado un rastro de ejemplaridad de vida. Nos has dejado sin aspavientos, humildemente, sin ruidos, rodeado de tus gentes, tus amigos, tus conocidos, tus compañeros. Pero tus alforjas van llenas de corazones agradecidos, de lucha por los demás, de constancia, de fe en tu clase, de filantropía, palabra que es posible que no la entendieras. No importa: la practicabas. Si existe un Dios bueno, y no sé si creías o no, nunca lo confesabas, seguro que está rodeado de personas como tú. Vivirás eternamente en los corazones y en la mente de los trabajadores. ¡Adiós Antonio, adiós Peseta, hasta siempre! /Texto: Elias Py Rodríguez.

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De izquierda a derecha, Manuela Ojeda, casada con Manuel Ruiz-Calderón López, Dolores López, suegra de la anterior casada con Severiano Ruiz-Calderón Pulito, Ana Martín Tejada, casada con Severiano Ruiz-Calderón López y Francisca Sanabria, conocida como la Tata Paca. Detrás, mirando a la cámara. el sobrino de doña Boni, vecino de caseta de los Ruiz-Calderón. Los niños son Mariló Ruiz-Calderón Ojeda, Ana y Miguel Ángel Ruiz-Calderón Martín y Severo Ruiz-Calderón. Principio de la década de los sesenta del siglo pasado.

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Severiano Ruiz-Calderón López, --descendiente del que fuera alcalde de El Puerto en cuya memoria se rotuló el Parque con su nombre-- era un gran aficionado a la caza de la tórtola y así, solía para los veranos entre Constantina (Sevilla) donde el aire era muy saludable, Chipiona por el gusto de su madre Dolores López y El Puerto que era su pasión, heredada por su hija Ana María.

Severiano se casó con Ana Martín Tejada y se fueron a vivir a Sevilla donde estuvo destinado como práctico del puerto comercial, pero constantemente regresaba a su tierra y los veranos no dejaban de ir a la casa de los abuelos en la calle Larga.

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