Gregorio Francisco Cruz Vélez nace en la tan portuense calle Luna un día normal: el 24 de febrero de 1954. Ya desde pequeño le decía a su madre «--Déjame hacer lo que me gusta». Muchos años después nos damos cuenta que así ha sido.
Comienza su carrera taurina como alumno en la Escuela “Pedrucho” en Barcelona, ya que su familia emigró a tierras catalanas porque su padre trabajó en la construcción de carreteras por aquella zona.
En Abril de 1974 brilla por primera vez su traje de luces en la plaza de San Fernando (Cádiz). Un año después, en Marzo, debuta con picadores en Ubrique (Cádiz), alternando grandes actuaciones con otras menos brillantes en ruedos muy importantes de la novilleria hasta el final de la década de los setenta del siglo pasado. Participó en el cartel llamado ‘de los seis ases’, invento de varios empresarios para el fomento de las novilladas picadas.

Debut con picadores en El Puerto.

Con Manuel Benítez 'el Cordobés' y Manuel Beuzón Luque, 'Curro Luque'.
Quien le diría a El Puerto que en 1979 se bautizaba Gregorio como banderillero y que, cada año, contaría con mayor experiencia en los ruedos. Tanto que llegó a regalarle suspiros de temor a toros que iban a ser lidiados por grandes figuras del toreo: Emilio Oliva, Paco Ojeda, José María Manzanares, Emilio Muñoz, Juan Serrano “Finito de Córdoba” y al desafortunado Francisco Rivera ‘Paquirri’. Con todos vivió experiencias que le ayudaron a mejorar, pero con este último sufrió muy de cerca la máxima crueldad que puede hacer un toro: matar. Gregorio se encontraba en su cuadrilla el aciago día de su muerte en 1984.

En la alternativa de Emilio Oliva.

En Ronda con el diestro Paco Ojeda. (Foto Arjona).
Subiendo escalafones, como cualquier persona que pertenece al mundo del toro, ha toreado en las plazas más importantes del orbe taurino nacional e internacional, obteniendo más de 60 premios en todas las plazas y ferias importantes en las que se respira aroma taurino: tanto con el capote, como con las banderillas.
Todas las plazas y aficionados que lo conocen saben captar su profesionalidad. Es poseedor de premios tan importantes como el ‘Maite’ de Madrid en tres ediciones, ‘Maestranza de Caballería’ de Sevilla, ‘Canal+', en diferentes ediciones --tanto en metálico, como el trofeo que lo acredita--, Premio Nacional Cossio... Y premios del sur de Francia, de temporadas catalanas, de jurados de prensa e incluso de los propios compañeros de profesión. En definitiva un largo etcétera que definen la categoría obtenida por nuestro paisano en su extensa trayectoria. (En la imagen de la izquierda, uno de los premios otorganos por la cadena de televisión Canal+).
El 31 de mayo de 2003, en el Puerto se respiraba un triste ambiente, ya que en El Molar (Madrid) a las órdenes de Iván Vicente, Gregorio Cruz Vélez le pone su par de banderillas al toro que pertenecería a su última corrida. Una lesión en la espalda le obligaba, muy a su pesar, a retirarse de los ruedos que tanta gloria le dieron y que a la postre es su vida. Un adiós que no es un hasta nunca, puesto que un torero lo es hasta el último de sus días;. Siempre será el banderillero de oro de El Puerto.

Con Finito de Córdoba, en una corrida goyesca en Ronda.

Con José María Manzanares en Sevilla.
Una vez alejado de los trajes de alamares impulsó la carrera taurina del hoy matador de toros Alejandro Morilla. Una vez más demostraba ser conocedor de todos los entresijos taurinos.
El Puerto tiene el honor de contar entre sus empadronados como portuense a un gran banderillero, que es camino a seguir para las próximas almas toreras. Como bien dijo Joselito, ‘Quien no ha visto toros en el Puerto, no sabe lo que es un día de toros’. Y quien no ha visto a Gregorio parear un burel mientras lo decora con los garapullos, andándole toreramente y dando todas las ventajas al mismo, no conoce un tercio de banderillas.

Gregorio herrando, junto a Isabel Pantoja y Paquirri, metido a ganadero.

Gregorio, junto a su mujer, María Jesús Vela, Pedro García Nobleja y su mujer Cristina, y Carmen la mujer del desaparecido Cañita, también en la instantánea tomada en la Feria de El Puerto.
Por desgracia El Puerto, indolente, no sabe valorar a todos los artistas que han nacido bajo el manto de la Virgen de los Milagros y un ejemplo muy claro es Gregorio.
Este hombre que tanto empeño ha puesto para cumplir sus metas, que se ha esforzado en sus entrenamientos para luego dar lo máximo en la Plaza y que se ha jugado la vida tantas y tantísimas veces… Es trisque que en su ciudad natal no se le haya reconocido con el honor que se le debería de otorgar.

En 1985, en el Festival de los Banderilleros de El Puerto, a la izquierda. (Foto Espinosa).

Como vemos, Gregorio no pierde la afición.
Ha demostrado que ha podido desarrollar su vocación y que su alma es realmente torera, pero aquí en El Puerto, como siempre, lo han tratado como a uno más, siendo muy diferente el trato que recibe en otras plazas y ciudades donde le siguen llamando ‘maestro’.
Quizás el viento de Levante, ese que te despeina mientras contemplas una tarde de toros en pleno mes de julio, o que hace ondear las banderas de la Plaza Real cuando suenan los clarines; o quizás las salinas que rodean la ciudad, sean la excusa perfecta de este carácter duro y de superioridad que, desgraciadamente, califican el trato que dedica El Puerto a sus paisanos más relevantes en la distintas artes.
(Texto: Paco Moreno).


A principios del siglo XX la fotografía comercial creció con rapidez y las mejoras del blanco y negro abrieron camino a todos aquellos que carecían del tiempo y la habilidad para los tan complicados procedimientos del siglo anterior. En 1907 se pusieron a disposición del público general los primeros materiales comerciales de película en color unas placas de cristal llamadas Autochromes Lumière en recuerdo a sus creadores, los franceses Auguste y Louis Lumière, siendo peculiar en esta época que las fotografías en color se tomaban con cámaras de tres exposiciones. (En la imagen de la izquierda, Justino Castsroverde, en 1920).
Fallecido su padre y pese a su vocación universitaria de farmacia, le llevaron a trabajar a Cádiz como aprendiz en el estudio fotográfico de José Reymundo "con el que estableció no sólo una relación laboral, sino una vinculación personal y afectiva, que perduró hasta el fallecimiento del maestro en 1950".
El profesor Garófano encuadra a Castroverde en la denominada corriente pictoralista de la fotografía, aquella de pretensiones artísticas que surge como reacción a la fotografía de aficionados, considerada vulgar, reivindicando los valores propios de aquella para la realización de obras de arte en plena igualdad con otras disciplinas artísticas como la pintura, la escultura o la arquitectura. Los fotógrafos del pictorialismo se definen como fotógrafos y artistas en la línea de las teorías del romanticismo propias del siglo XIX, destacando la sensibilidad e inspiración de los autores y otorgando un papel secundario a los conocimientos técnicos.




"Manolete", la película protagonizada por Adrien Brody y Penélope Cruz sobre la historia de amor que vivieron el popular torero y la actriz Lupe Sino, aún no se ha estrenado en España. El rodaje de "Manolete", con un presupuesto cercano a los 20 millones de dólares, comenzó el 31 de marzo de 2006 en España y se extendió por ciudades como Alicante, Córdoba, Madrid, Salamanca, Carmona, El Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda.









No lo puedo evitar: soy del Puerto de Santa María. De un Puerto que no reconozco en estas calles peatonales repletas de motos, bicicletas y semáforos que guiñan en ámbar; de tiendas que “se traspasan”, de casas con cerrojos dobles y multitud de foráneos en pantalones cortos que miran escaparates, vagabundean preguntones con el dinero justo para una mariscada de gambas sin cabezas en Romerijo. De esa calle Luna desconocida que, a medida que se aleja del muelle, más desierta parece; de la primitiva Larga, cada vez más corta, estrecha y custodiada ahora por espantapaseantes verdes que tapan fachadas de edificios emblemáticos, derribados o a punto de caerse por abandono de sus propietarios; de esa Pescadería reconvertida por exigencias del guión turístico en una inmensa bolsa de aparcamiento.
Ni siquiera queda albero en la plaza de Peral. Se ha enlosado, quizás para que el genial don Pedro Muñoz Seca pasee sin ensuciarse sus recién estrenados zapatos de bronce, ahora que le pusieron piernas; aunque el injerto quede poco disimulado. De los azulejos de la tramoya decorativa del foro semicircular donde se ubica aún se vislumbra la frescura y el misterio que tuvieron antaño. En las pérgolas laterales, bajo la densa enredadera de buganvillas se reunían las pandillas del centro y de la placilla. Recuerdo que en las largas esperas confeccionábamos collares y pulseras con las hojas escamosas de las viejas Araucarias, después de terminar la merienda de pan con carne de membrillo o aceite y azúcar (poco aceite y poca azúcar). Jugábamos a la palmá y al coger. El palomar, que sólo tuvo palomas un año, lo utilizaban los jardineros como cuarto de aperos; como prisión, la chiquillería, porque su poyete generoso dejaba espacio para el asiento, a medida que se iba llenando de cogidos a la espera de la palmada que los liberase.
El último comentario de 

No sé cuándo ni dónde aprendí a leer. Si fue con los susurros amables de la señorita María Luisa o con las voces del ogro cojo. Sólo sé que me encantaban los sábados por la mañana, cuando me acercaba a la papelería de Cortés y preguntaba si había venido el cuadernillo apaisado del Capitán Trueno, con carpetilla iluminada e interior en blanco y negro. Del TBO me gustaba hasta los increíbles disparates del profesor Frank de Copenhague. Mis hermanos eran más de Roberto Alcázar y Pedrín. Mi padre leía El Coyote, sólo para poder dormir por las noches, abatido por un disparo perdido… Hasta los siete años viví entre algodones. Fue durante la primera quincena de aquel florido mayo, cuando renuncié a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y prometí seguir siempre a Jesucristo.




GEOMETRÍA PASO A PASO. (Ed. Tebar).
LA LÁPIDA TEMPLARIA DESCIFRADA. (Ed. Zenith).
Posiblemente fue, con aquella ¿música? que tocaba a finales de los setenta del siglo pasado, un adelantado a su tiempo. Lo que hacía entonces lo hacen hoy, con éxito algunos grupos actuales: una extraña melange en la que la ¿música? es el hilo conductor. Aun recordamos aquellas actuaciones, en medio del escenario, con un mapa lunar y una varita, señalando para un indeterminado lugar de la Luna. (En la imagen de la izquierda, con la capa azul y con estrellas que usaba en sus actuaciones y con la que incluso se casó en la Prioral).

Cuenta Juan Fernández, de Bornos, uno de los organizadores del ‘Festival Rock Lago 81’ que «estando en El Puerto de Santa María de pegada de carteles, se nos acercaron unos colegas y nos dijeron que eran componentes de una gran banda y que vendrían gratis como teloneros del Festival: “Chiqui Fly Travel Nirvana” (¡¡Que tios mas malos, pero ellos disfrutaron!!)».
Jesús Almendros Fernández nace en Gijón (Asturias), hijo de Doroteo Almendros,
Por motivos laborales se van los dos con una hija de cinco meses, Teresa, a Gran Canaria, donde pasarían tres años. Posteriormente viven dos años en Madrid donde nace otro hijo y por fin, en 1975 se trasladan a Jerez de la Frontera de donde, de acuerdo a las necesidades de la empresa para la que trabajaba, “Auxini”, van cambiando de domicilio: Málaga, Cádiz y por fin El Puerto de Santa María donde ya en 1987 se instalan definitivamente. (Jesús, en la imagen de la izquierda, con apenas 8 años).

















