«Existe en nuestro pueblo una herencia espiritual, pero no un patrimonio de raza. El Puerto no es la estirpe, no es la raíz o tronco de una familia. La ciudad tiene más de alambique y de molde, que de cuna. En cuanto corre por la sangre un miligramo de sal marina de la que satura el ambiente o una gota del vino sutil de estas soleras que sin embriagar adormece, El Puerto ha realizado su conquista. Un hijo de castellanos-cántabros, nacido aquí, dirá siempre que es portuense. Dirá lo mismo que el nieto del inglés o de otros extranjeros. El ambiente penetra, domina y caracteriza cuanto se le entrega.»
Quién así se expresaba, en los inicios del siglo pasado era el portuense Mariano López Muñoz, en un artículo publicado la ‘Revista Portuense’ bajo el título “Lo que Pío Baroja vio en la Ciudad” recopilado con posterioridad en su libro “Las Trovas del Guadalete. Predicaciones y Divagaciones”, editado en nuestra Ciudad en 1926 por la Tipolitografía Pérez Pastor. Que forma más lírica y más profunda, como podrán comprobar más adelante, de introducirse en la esencia del portuense.
Continúa López Muñoz: «La personalidad colectiva se forma por fusión de abolengos particulares bajo las influencias ponderadas de la luz y de las brisas. El pueblo en constante renovación representa una suma: un resultado sintético obtenido por mezcla. Esto nos explica la diversidad de matices, cuando se desasocian nuestros pensamientos individuales. Habiendo todos cristalizado en igual forma –la naturaleza portuense- tenemos diferente composición química, procedente de asturianos, de gallegos, de sevillanos, de ingleses, de alemanes o vascos o de hombres de Castilla, que sostienen la tendencia a la disgregación.»
Lo que este portuense del siglo pasado vio en El Puerto es lo que cualquiera puede comprobar hoy, sigue vigente. Las procedencias de todavía más lejos y más variados rincones del mundo, como se comprueba en el padrón de habitantes. Las preferencias para escoger, amar y vivir El Puerto, de diversa índole. Y el que viene obligado por circunstancias, o por casualidades de la vida, acaba en un idilio de por vida con esta Ciudad. Idilio que se traduce en irregulares resultados para con este Puerto de arribada, de abrigo, de arrebatacapas, de claridad, franco y de Santa María.
Y es que se dan varias clases de portuenses (y ya se quien va a reprochar mañana lunes en el café que soy un xenófobo). Están los de nacimiento: y de éstos tenemos tres tipos: los involucrados por el engrandecimiento de su Ciudad, los que se aprovechan de ella y los que dejan que El Puerto pase por ellos porque ellos no pasan por El Puerto. Los que han venido por haber encontrado aquí su puesto de trabajo. Los que han escogido la ciudad para vivir en un acto de amor con la misma y luchan por ella mas que muchos nativos. Los que han aterrizado en El Puerto y puesto su objetivo en especular con los valores de todo tipo que aun conserva (a esos, mi vecino de la calle San Juan, Luís Suárez, los llama paracaidistas). Los que viven aquí pero igual podrían hacerlo en Beteta (Cuenca), sin preocuparse de nada más que no sea su supervivencia. Con una mijita de humor se podrían dividir a los que vienen del extranjero globalizado en dos: guiris y emigrantes. En fin.

Prosigue el intuitivo escritor hace cerca de 90 años: «Se vive en El Puerto paladeando amarguras, se sale de él con los desengaños agobiadores sobre los hombros; pero se le sigue amando, aunque los corazones destilen, gota a gota la desilusión. El Puerto, mezcla de almas individuales en el alma colectiva, no logró nunca someter los pensamientos de sus hijos a un ritmo concertado en las acciones: cada cual camina a su paso y con su opinión… o sin ninguna. ¡No sabremos nunca si los vuelos de las gaviotas representan una bella ilusión o una triste fatalidad a la entrada de la ría! El Puerto, cuyas riquezas llegan y se deshacen, como la espuma del oleaje en la playa, mientras los gatos del Resbalón (la lonja del pescado) van entrando con cautela y se llevan lo que pueden…». Otro amigo mío, ha llegado a llamar a El Puerto 'la Ciudad ingrata', pero me resisto a ello.
Amor a la Ciudad y desilusión, a partes iguales, parece que conjuga el escritor de antaño, como un dios Jano, el de las dos caras. Un certero texto del que se pueden entresacar, más allá de las figuras literarias, un cierto hartazgo de quien enamorado de la misma no terminaba de estar a gusto ante la desidia de sus paisanos. Y es que, entonces como ahora, participar en la vida de la Ciudad, implicarse en el desarrollo de la misma transforma a los residentes en vecinos. En ciudadanos. Vecinos y ciudadanos de El Puerto en la trimilenaria Bahía de Cádiz. Casi ná. (Texto: José María Morillo).

El segundo hijo de Gervasio Winthuysen La Haya y María Magdalena Garrasi sería bautizado como Tomás Felipe al día siguiente de su nacimiento, un miércoles 20 de diciembre de 1705, de manos de Don Tomás Antonio de Abreu y Brito, cura en la iglesia Mayor Prioral de El Puerto, y apadrinado por Juan Bautista Porro, de la familia política del tío de su padre, Mathias Winthuysen.
Estos documentos, conocidos como “relatorios” eran informes técnicos realizados por encargo de alguna autoridad. En este caso, parece que por encargo del Virrey, aunque en el encabezamiento del documento original, que consta de once pliegos, simplemente se enuncia como “Señor”. Reproducimos el primer y último párrafo de dicho documento, en el que puede apreciarse por su redacción el alto nivel de educación, conocimiento y observación del redactor del mismo.

He solicitado al Sr. Morillo, que dirige y coordina esta exitosa ventana virtual de todo lo local, a la que se asoman diariamente tres millares de internautas, insertar en esta fecha, el 27 de enero, la colaboración que me dispongo a desarrollar con algunos datos y apuntes biográfico de un portuense de cuna: Martin de Garay Perales. Es la misma fecha en la que, hace 242 años, (número capicúa) recibió este ilustre personaje, dos veces ministro de Hacienda entre otros muchos e importantes cargos que desempeñó, el líquido bautismal en la pila de nuestra iglesia Mayor Prioral un día después de su nacimiento.

MINISTRO DE HACIENDA.
CON LA CONSTITUCIÓN DE 1812.




AÑO 1936. AÑO NEFASTO, COMIENZO DE LA GUERRA “INCIVIL” ESPAÑOLA.




















Me informó que no pasaron el río por la frontera de Villa Real de Santo Antonio-Ayamonte, fue una zona interior de la provincia de Huelva, que no describió. Recorrieron mucho camino a pie, antes de llegar a su destino. En el viaje mi padre, le comentaba continuamente a mi abuelo: «--¿Papa dónde vamos?» Dejar la tierra donde uno emerge y crece, para emigrar a otra comarca siendo un niño, tiene que ser muy doloroso. Yo lo digo por experiencia, me fui de El Puerto, con veinte y nueve años, con destino a Tarragona, y mi salida fue angustiosa. /Portada de la Pensión Las Columnas, hoy en desuso, donde vivieron a poco de llegar a El Puerto.


Recuerdo al cantante Antonio Machín, cuando venía a actuar al Teatro Principal, siempre visitaba la casa de Pancho, la mujer era cubana y creo de la misma ciudad del genial cantante de color. Los carpinteros hermanos Lobo,
LA ABUELA: SASTRA Y CULTA.
Lo que hace la necesidad, para poder ahorrar algún dinero para su familia. Aquellos tiempos fueron durísimos. Conocí a un portugués de nombre Manuel de Ana que solía viajar en bicicleta y, con el tiempo, se compró una motocicleta; era muy amigo de la familia y del mismo pueblo de Lagoa, trabajó en El Puerto, más de veinte y cinco años, en la mar, era un ser muy agradable: lo que llamamos por aquí muy buena gente. /En la imagen de la izquierda, el portugués Manuel de Ana.
Hombre que no sabía leer, ni escribir, pero les puedo asegurar que podía sobrevivir en cualquier sitio donde le dejaran. Diestro en la pesca desde tierra y en el mar, elaboraba muy bien los salazones, extraordinario mariscador, experto en la caza en todas sus modalidades, conocía las plantas medicinales, y como utilizarlas. En la imagen de la izquierda, Juan Cristo de los Mártires (Vila Nova de Cácela, Portugal 1887 - El Puerto, 1961).
