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Hoy se cumplen 90 años de la entrega por parte de la Ciudad de un estandarte al III Batallón Pesado de Artillería, siendo la madrina SAR la infanta Doña María Luisa de Orleans, a la que acompañaba su esposo Don Carlos de Borbon. Curiosamente aquel 16 de octubre cayó también en domingo.

En la imagen de la izquierda, SS AA en el antiguo Hospital Municipal.

La estación de ferrocarril estaba muy concurrida a la llegada del primer tren procedente de Cádiz en el que, además de un importante contingente de viajeros espectadores espontáneos, conducía a los numerosos invitados de otros municipios al evento, además de las Bandas de los Regimientos de Cádiz núm. 67 e Infantería de Marina, con sus secciones de cornetas y tambores, desfilando hasta el crucero de Larga con Luna, interpretando pasacalles. Muchos jerezanos se acercaron a presenciar el acto en El Puerto.

Llegada de los Infantes al Ayuntamiento en la Plaza de Isaac Peral.

A las 11 de la mañana llegan al Ayuntamiento situado en la Plaza de Isaac Peral SS.AA, rindiéndole honores una batería del III Regimiento de Artillería Pesada, al mando del Capitán Cerón, siendo recibidos por el alcalde, Manuel Ruiz-Calderón y los concejales, José Izaguirre Obeso, Antonio Gutiérrez Gómez, Rufino Bononato, Manuel Maraver, Francisco Gutiérrrez Mercier y y Luis Benítez Gómez. Desde Peral se encaminan al Paseo de la Victoria para asistir al solemne acto interpretando la Banda de Música, dirigida por el maestro Rocafull, la Marcha Real a la entrada y salida de SS AA del Palacio Municipal.

Llegan las unidades militares al Paseo de la Victoria: el batallón de Infantería Base Naval del Ferrol, el de Villaviciosa, el grupo de baterías del XII Ligero y el Regimiento de Artillería Pesada. Eran muchos los invitados, representaciones civiles, militares, políticas, sociales, que estuvieron en el acto y los lugares destacados que ocupaban en el Paseo, dándose el caso de que se instaló una tribuna para que presenciaran la ceremonia los alumnos del colegio de San Luis Gonzaga.

Los infantes llegando al Paseo de la Victoria, con el estandarte portado por el alcalde Ruiz-Calderón.

La llegada de los Infantes produjo nuevamente la expectación del público. El estandarte era portado por el alcalde, Ruiz-Calderón, cuyo acto de entrega se haría con una ceremonia religiosa de por medio, con el Arcipreste Francisco Núñez Galván, entregado por el alcalde a la infanta y es recibido por el coronel jefe del Regimiento que aceptaba la oferta de El Puerto. Tras la ceremonia se celebró un desfile por la calle Larga.

Los infantes, por las calles engalanadas y a coche descubierto, se dirigieron al antiguo Hospital Municipal.

Terminado el desfile la comitiva con SSAA a la cabeza se dirigieron a visitar el Hospital Municipal, donde fueron recibidos por el director facultativo Plácido Navas Villascieras; a continuación visitaran el Hospital de Sangre de la Cruz Roja, donde son recibidos por las Juntas de la Cruz Roja, con la presidenta de Damas, Mercedes Peñasco y la de Caballeros una nutrida representación a cuyo frente se encontraba Manuel Ordóñez Garabito.

Banquete ofrecido en el Ayuntamiento.

A continuación se ofreció un banquete en los salones del Ayuntamiento para sesenta comensales, pasadas las dos de la tarde, amenizado por la Banda Municipal, donde se sirvió consomé de ave, crema perigod parisien, timbal de langostinos, solomillos emperatriz, jamón york a la americana, pavi-pollo rotti, bizcocho helado a la veneciana y postres. Los vinos fueron M. Riscal, Maruja, Jerez Solera 1800, Fino Palma, Champagne, Cognac y Crema de Cacao.

Como se echaba el tiempo encima y no se podía completar el apretado programa de visitas, cancelaron la visita prevista a los alojamientos de las fuerzas armadas, cuyo menú extraordinario fue entremeses, paella de arroz a la valenciana, merluza en salsa, bisteak empanado, Frutas, Vinos, Pasteles, Licores y Cigarros puros.

El acuartelamiento en la Plaza del Polvorista.

Los infantes, después del banquete, se dirigieron a continuación al Colegio San Luis Gonzaga. A las cuatro en punto de la tarde se celebró un festival taurino en la Plaza de Toros a cuyo comienzo  no llegaron los infantes hasta bien entrado éste, por lo que se alteró el orden previsto en el mismo, corriéndose en primer lugar los becerros y, ya con los infantes, se celebró un carrusel con jinetes, formaciones, música, … que encandiló a los asistentes. Al finalizar el espectáculo SS.AA fueron despedidos en la puerta de la Plaza a pie del auto que les condujo a Sevilla, por las autoridades civiles y militares que formaron la comitiva, rindiendo honores fuerzas de Artillería.

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Cada cierto tiempo, como si lo aprendido de pequeño tuviese su espacio en la memoria más entrañable, suelo sacar esa caja de latón donde conservo las fotos antiguas de la familia. Y miren ustedes por donde me tropiezo con una instantánea de singulares características. Determinada calidad y entrañable composición. Es la imagen que tienen ustedes delante.

La playa de La Costilla en Rota sirve de soporte a dos parejas de recién casados. Corría el año 1.956 cuando los matrimonios conformados por los profesores del Instituto Laboral portuense, Enrique Bartolomé López-Somoza (con nótula 222 en GdP) y Elisa López Quevedo y Manuel Martínez Alfonso (con nótula 1.051 en GdP) y María de los Ángeles Pérez Sánchez viajaban a la localidad vecina y eran inmortalizados por un amigo común.

La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados, escribía el escritor alemán Jean Paul Friedrich Richter, mientras saboreo la fotografía que cuelga en el salón de mi casa familiar. Enrique y Manolo; Elisa y Mari eran algo más que compañeros. Amigas inseparables, ellas habían decidido vivir siempre cercanas y de esa primera casa compartida en el Egido de San Juan,  junto a la finca del Manco Guindate, en la casa conocida como de Santa Ana, propiedad de D. Manuel Rubín de Celis, pasaron a ocupar un par de chalecitos de los profesores del Instituto de la Rotonda de La Puntilla. Hasta que en la última década, a excepción de Elisa, nos dejaron para siempre.

Don Manuel y Don Enrique, desde esa barandilla algodonosa de las nubes, contemplan esa ciudad que les vio crecer como profesores. Ellos ya abandonaron este mundo. Se marcharon, como decían esas bellas estrofas de Antonio Machado:

Y cuando llegue el día del último viaje
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar
me encontraréis a bordo ligero de equipaje
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Para muchos, el año de la instantánea –que bien podría servir de cartel anunciador de alguna película de la época-, fue importante. España y Marruecos firman un acuerdo sobre transferencia del territorio marroquí que hasta entonces era Protectorado español; la actriz Grace Kelly contrae matrimonio con el príncipe Rainero III de Mónaco; Marilyn Monroe contrae matrimonio con el dramaturgo Arthur Miller; en la Capilla de la casa palacio de los Marqueses de Arco Hermoso (calle Durango) se celebraba en octubre la boda entre Lupe Romero Laffite, hija de los marqueses y el gaditano Antonio Grosso Burham, bendecida por el obispo de Córdoba, fray Albino Menéndez Reigada; se celebran Juegos Olímpicos en Australia, o Juan Ramón Jiménez obtiene el premio Nobel de literatura. Para los familiares y amigos nos resulta emocionante y placentero contemplar con detenimiento imágenes desgastadas con el tiempo, pero vivas.

Y en el recuerdo de esos dos entrañables profesores de muchas generaciones de portuenses, nos anudamos a esa otra frase del poeta latino Marco Valerio Marcial, cuando afirmaba que 'poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces'. (Texto: Enrique Bartolomé , Jr.)

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Federico Rubio y Galy había nacido en El Puerto de Santa María el 30 de agosto de 1827, de familia de escasísimos medios económicos más que nada por el talante liberal inquebrantable que sostuvo su padre, precisamente durante el periodo absolutista. Era hijo de un abogado que había sido compañero de Riego y pinta en sus memorias los años niños de su vida empañados por persecuciones políticas y destierros que sufre su padre por mor de su ideología liberal exaltada.

Sus primeros estudios los realiza en ‘amigas’ y escuelas portuenses, alguna, como la de la Aurora, que daba títulos válidos ‘ante el Rey y ante el Papa’. Cuando decide ser médico, tropieza con la estrechez económica que agobia a su familia, y no duda en costearse su carrera dando clases de esgrima --era especialista en florete-- en el colegio gaditano San Felipe Neri.

DE LA DISECCIÓN A SU PRIMER LIBRO.
De estudiante, destacó pronto como disector. [Persona que diseca y realiza las operaciones anatómicas] Todas las horas que podía las dedicaba al anfiteatro, donde pasaba muchas noches a la luz de una vela, descuartizando cadáveres y preparando lecciones de anatomía para sus compañeros. En 1850 termina su carrera. Un año antes había publicado su primer libro: ‘Manual de Clínica Quirúrgica’. Prepara enseguida oposiciones a la cátedra del Hospital Central de Sevilla que no consigue, por causa de su ideología política, a pesar de sus brillantísimos ejercicios. /En la imagen de la izquierda, segundo cuaderno de su primer libro editado en la gaditana Plaza de las Viudad de Cádiz en 1850. Figura su autor como Bachiller en medicina y cirugía, ayudante de disector de la Facultad de Medicina establecida en Cádiz de la Universidad Literaria de Sevilla.

Vista parcial del Hospital de las Cinco Llagas, hoy Parlamento de Andalucía. Los alumnos de la Escuela Libre de Medicina y Cirugía recibían sus lecciones en sus dependencias.

ESCUELA LIBRE DE MEDICINA Y CIRUGÍA.
Ejerce su profesión durante algún tiempo en Sevilla y funda, en 1865, la Sociedad de Medicina y en 1868, al margen de toda oficialidad, la Escuela Libre de Medicina y Cirugía, donde imprimió a sus enseñanzas tal carácter práctico y objetivo que resultaron verdaderamente innovadoras sus maneras pedagógicas.

EMBAJADOR EN LONDRES.
Al poco tiempo, marcha a Inglaterra como Embajador de España. En Londres, asistió a los cursos del célebre Ferguson y allí lució más como médico que como político el ilustre portuense. En el campo de la política, aparte de Embajador, fue Senador, Presidente de la Comisión de Reformas Sociales y Diputado a Cortes. /En la imagen de la izquierda, cartel anunciador del Congreso celebrado en nuestra Ciudad en septiembre de 2002.

A su vuelta a España, Federico Rubio se reveló genial operador, rompiendo antiguas prácticas y viejas y tradicionales teorías. Realizó, por primera vez en España, operaciones tales como la ovariotomía y la extirpación de la matriz. Fue el primero que, en todo el mundo, extirpó un riñón con feliz resultado y espectaculares logros consiguió operando laringes cancerosas.

RAMÓN Y CAJAL.
Ramón y Cajal dijo de Federico Rubio que «se adelantó a todos en disipar el supersticioso temor que inspiraban las cavidades orgánicas, sobro todo el peritoneo, arca santa ante cuyas paredes se detenía miedoso el bisturí». De estos atrevimientos quirúrgicos fueron aventajados seguidores los doctores Salado, en Sevilla; Creus, en Granada; Toro y Díaz Rocafull, en Cádiz y luego, un sin fin de cirujanos.

RENUNCIA AL MARQUESADO DEL PUERTO.
Lo nombraron Académico de la Real de Medicina, Miembro Honorario del Real Colegio de Cirujanos de Londres, fue Director-fundador de la ‘Revista Iberoamericana de Ciencias Médicas’,  la más avanzada publicación de este carácter que contribuyó en su tiempo a crear un verdadero estilo quirúrgico español. Recibió las Grandes Cruces de Alfonso XII y del Cristo de Portugal. La Reina Regente, Cristina, le ofreció el título de Marqués del Puerto de Santa María, que rehusó cortésmente, fiel a sus ideas políticas.

ESCUELA PRÁCTICA DE ENFERMERAS.
Comprendió que la sola vocación religiosa no facultaba para atender debidamente a los enfermos, entonces confiados a manos monacales. Se propuso capacitar a las mujeres, monjas o no, para llevar a cabo tan delicada misión. Para ello fundó la Escuela Práctica de Enfermeras de Santa Isabel de Hungría. Su idea fue mal interpretada por la opinión pública ya que se pensó que lo que don Federico pretendía era eliminar y sustituir a las monjas en esta labor. Nada más opuesto a su sentir, ya que si era católico ferviente, no era peor amigo de los enfermos. /En la imagen, sello conmemorativo del 175 Aniversario de su nacimiento, celebrando su primer día de circulación el 8 de mayo de 2002.

Instituto Rubio. Pabellón de Dispensarios. /Foto: Laurent.

INSTITUTO RUBIO.
Pero su obra cumbre, en la que más empeño puso, fue la creación del Instituto Quirúrgico que llevó su nombre. El Instituto Rubio fue fundado para cumplir, por un lado, fines humanitarios y, por otro, docentes. Se atendían en él gratuitamente a los enfermos y se impartían enseñanzas de cirugía. El 4 de julio la Reina Regente ponía la primera piedra del Instituto Rubio, construcción que costeara don Federico. Tenía en su fundación un presupuesto anual de sostenimiento de 120.000 pesetas de las que sólo 50.000 eran aportadas por el Estado. El resto, se cubría con dotaciones que para camas hacían varios particulares.

En 1897,después de varios años en los sótanos del Hospital de la Princesa,el Instituto Rubio inauguró nueva sede en los altos de la Moncloa.Su estructura de pabellones por especialidades (Urología,Cardiología,Oftalmología y Ginecología) funcionaba como centro docente,asistencial y de investigación.Y la ubicación fue paradigmática,pues situándose junto al asilo de Santa Cristina anunciaba la emergencia del futuro polo sanitario de la Moncloa,luego completado con el Instituto de Higiene Alfonso XIII y el futuro Hospital Clínico,además de las facultades de medicina,farmacia y odontología.

Como dato curioso en la junta administrativa del Instituto formaban parte un enfermo y una enferma, con voz y voto con que el doctor hacía verdad su idea directriz: ‘Hacer de un hospital una familia de enfermos atendidos y cuidados por una familia de sanos’. 

PINTOR Y COLECCIONISTA.
Fue Federico Rubio pintor de exquisito gusto y esmerado coleccionista de pinturas. En lienzos poseía, entre otros, cuatro Murillos de sus dos épocas y un Greco y su colección ocupaba varios salones de su vivienda.  El deporte de la caza fue una de sus aficiones favoritas. Había adiestrado para ello a su perro ‘Gante’, fiel compañero de sus correrías cinegéticas.

Monumento a Federico Rubio en el Parque Oeste, de Madrid, obra de Miguel Blay.

CALLES EN EL PUERTO, SEVILLA Y MADRID.
Murió Federico Rubio el 31 de agosto de 1902, a causa de los estragos que una arterioesclerosis reumática había hecho en su organismo. Fue enterrado en la capilla del Instituto que fundara y su epitafio redactado por Menéndez y Pelayo. Al finalizar la última guerra civil, los restos del Instituto Rubio yacían entre obuses y bombas. Los nietos de don Federico, con paciencia reverencial, lograron rescatar sus huesos que reposaban en las ruinas de la Capilla.

A Federico Rubio se le dedicaron calles en El Puerto [la antigua calle Pozuelo y el ambulatorio de la Seguridad Social de la calle Ganado que aparece en la imagen de la izquierda], en Sevilla [donde también tiene un busto sin rotular en el dintel de una puerta en la calle Madre de Dios], en Madrid donde tiene una avenida y plaza [y un colegio público en la zona de Cuatro Caminos] y donde, en el Parque del Oeste, se le erigió un monumento obra de Miguel Blay. [También tiene calle en Torrelavega (Cantbria) y en otros municipios españoles]. (Texto: Luis Suárez Ávila).

FRAGMENTO DE SUS MEMORIAS.
«Nosotros continuamos hasta la calle de las Neverías, apeándonos ante un portal oscuro de una casa de la acera de la derecha. Esa casa era de mi abuela materna, o por mejor decir, de su tía doña Francisca Gil. Abierto el portón, tirando de un cordelillo que por el zaguán levantaba el picaporte, entramos en un patio enchinado y limpio, si no lo afeara un caño descubierto que, siguiendo el zaguán, corría a morir en otro caño mayor que iba por la calle. El patio, cerrado por sus cuatro frentes, en cada uno ofrecía una puerta: la de entrada, que pasamos; la frontera, al lado opuesto, y en los muros de izquierda y derecha otra puerta, respectivamente, y una ventana de reja a uno y otro lado de ellas. El patio carecía de corredores y arriates: la planta baja solo».

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Acceso al antiguo Penal de El Puerto.

Hace ahora 120 años que se nombró a José Millán Astray, un abogado gallego perteneciente al cuerpo de funcionarios estatales y aspirante a escritor –así lo definen algunos biógrafos-,  director de la Penitenciaria Hospital de El Puerto de Santa María, una institución recién creada por el gobierno central en el antiguo convento de Santa María de la Victoria, expropiado a los franciscanos Mínimos en la época de la desamortización de Mendizábal, un par de décadas antes.

Este centro, que está considerado como el primer psiquiátrico penitenciario español, nació después de un estudio estadístico de locos criminales y dementes que cumplían penas de prisión, encarcelados en hospitales y manicomios de diversos puntos de la península. La encuesta, realizada por el Ministerio de la Gobernación en 1886, según unos autores o en 1888, según otros, arrojó un total de 238 reclusos enfermos, de los cuales tan solo 18 eran mujeres y el resto varones.

Para poder darnos una idea de la improvisación, falta de organización material y jurídica con la que se llevó a cabo el establecimiento del penal, nos basta conocer la prolongación de las obras de acondicionamiento que duraron hasta 1896, obras que no evitaron ni eludieron la insalubridad y falta de higiene de las instalaciones o el Reglamento provisional con que fue dotado: Real Orden 20 de marzo de 1894,  tres años después de nombrado Millán Astray como director.

Debió tener pues, bastante trabajo para organizar aquello, más parecido a un “cotarro” que a un centro penitenciario. Y no lo hizo mal, dividiendo a los enfermos internados en cinco secciones: ancianos, inútiles (supongo serian inválidos) enfermos crónicos, enfermos agudos o graves y, simplemente, enfermos. A esta quinta sección, la más numerosa, la subdividió, a su vez, en varios apartados, según sus características: tranquilos, semitranquilos, agitados, sucios, epilépticos y enfermos en observación, grupos a los que colocaba en salas y dependencias diferentes.

El joven Millán Astray, al que definió Perez Galdós como “hombre simpático e instruido, prestando servicios importantes en la averiguación de diferentes delitos, habiendo demostrado inteligencia y buena voluntad como funcionario” no nos cabe duda recibió este nombramiento más como un castigo que como un premio, después de formar parte como imputado en la trama del escandaloso y popular “Crimen de Fuencarral”. Cuando este suceso tuvo lugar, el asesinato y robo de una rica viuda que vivía en dicha calle, ejercía como director interino de la cárcel Modelo madrileña, “enchufado” al decir de alguna prensa de la época por su amigo y paisano Eugenio Montero Ríos, flamante presidente del Tribunal Supremo (al que el escándalo le costó el puesto) y también por Manuel Alonso Martínez, titular de la cartera de Gracia y Justicia, ministerio en el que Millán Astray había ocupado diversos cargos. .Finalmente fue exonerado, y no prosperaron los cargos de infidelidad en la custodia de presos e inducir falso testimonio .  /En la imagen de la izquierda Pérez Galdós.

En la imagen de la izquierda, periódico La Vanguardia que relata el 'Crimen de Fuencarral'.

Lejos de su familia, que había quedado en la capital, Millán Astray sentía nostalgia, recordando a su esposa Pilar Terreros y a los dos hijos habido en el matrimonio, especialmente cuando acabada la jornada laboral y realizaba largos paseos las noches de verano por los alrededores del penal. El día 5 de julio de 1891 en que sus hijos María Pilar y José, que debían de ser mellizos o gemelos, cumplieron los doce años les escribió este poema que tituló “La Noche”:

Cuando llega la noche/ la brisa aspiro,/sentado en la ribera,/cerca del río;/mirando al cielo/por si llevaros quiere/de mí el recuerdo.
El viento en la arboleda/mueve los pinos,/parecen sus rumores/tristes suspiros,/y mi alma enferma/llora al son de sus ecos/por vuestra ausencia.
Los rayos de la luna/refleja el agua,/mueven los marineros/la frágil barca,/y cruza el puente/un tren, que a monstruo informe/se le parece.
El puente se estremece,/retiembla el suelo,/el silbido se escucha/lejos… muy lejos…/El tren que pasa/donde están mis pequeños/su ruta acaba.
Solo con mis recuerdos/sin paz ni calma,/en andar silencioso/dejo la playa,/y ya dormido/un beso hay en mis labios/para mis hijos.

Desconozco el tiempo que permaneció como director de la penitenciaria portuense. En 1916 ejercía como director del penal de La Coruña, en un retorno a su tierra natal y continuaba escribiendo, olvidados sus pleitos con la prensa madrileña. El Imparcial, periódico capitalino, publicó en 1918 un fragmento de sus memorias, en las que refiere las numerosas experiencias vividas profesionalmente. La que publica “El Imparcial” se titula “Visión de Sangre” y era su protagonista un sanguinario salteador maño apodado “Cucaracha” que le hizo en una ocasión una depuración con saninjuelas, en la enfermería de un penal, cuyo nombre deja en puntos suspensivos, aunque todo parece indicar que fue en el penal portuense donde ocurrió, contándole el preso sus macabras anécdotas.    /El claustro del Penal, ocupado por los internos como taller.

En 1920 su hijo José Millán Terreros, funda la Legión y nace el mítico militar Millán Astray, tomando los dos apellidos paternos, héroe para unos, monstruo cruel para otros, según la ideología y sensibilidad del analista. Su hermana Maria Pilar Millán Terreros, heredó la vocación literaria paterna y fue una prolífica escritora de sainetes y obras teatrales, algunas pasadas al cine como ‘La Tonta del Bote’. (Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. Puertoguía).

El 3 de octubre se cumplen 149 años de la visita de la reina Isabel II y parte de la familia real a la ciudad en 1862, donde estuvieron en la Iglesia Mayor Prioral y en el Palacio de Purullena, entre otros emplazamientos

Esta visita de Isabel II de Borbón (1830-1904) a El Puerto de Santa María se inscribe en el viaje que la reina realizó por todas las provincias andaluzas (excepto Huelva) y por Murcia en el otoño de 1862. Viajaban con ella el rey consorte Francisco de Asís (1822-1902) y dos de sus hijos: la infanta Isabel (La Chata) y el príncipe de Asturias (luego Alfonso XII), de 10 y 4 años, respectivamente. En el amplio séquito que acompañaba a la familia real destacaba el general Leopoldo O'Donnell, presidente del conocido como Gobierno Largo (1858-1863) de la Unión Liberal, el más duradero de todo el convulso siglo XIX español. Fue un quinquenio relativamente próspero y apacible, si bien el deterioro de la situación política y social en el campo andaluz -revuelta de Loja (Granada) en 1861- aconsejaba que la reina visitara la región.

La estación de ferrocarril en 1853

El tren real llegó a El Puerto de Santa María el viernes 3 de octubre de 1862, hacia las 9:30 de la mañana. Poco antes había cruzado el puente de hierro de San Alejandro, sobre el río Guadalete, que quedó inaugurado ese mismo día. En la estación, que -según los cronistas Arístides Pongilioni y Francisco de P. Hidalgo- "se hallaba pobremente adornada", son recibidos los regios viajeros por la corporación municipal bajo mazas de rigurosa etiqueta (con el alcalde Juan Luis Aldaz Barrera a la cabeza), el juzgado de primera instancia y un buen número de notables. Fuerzas de carabineros y de artillería de Marina con dos bandas de música hacen los honores de ordenanza.

Boceto del Arco de Triunfo instalado a la entrada de la calle Larga.

El mismo espacio anterior, con mayor perspectiva, sin arco.

Isabel II y su familia suben a una carretela descubierta tirada por cuatro caballos negros, a la que preceden batidores de la guardia municipal, clarineros a caballo y flanqueadores de la Guardia Civil. La comitiva ocupa otras 20 carrozas. El tránsito hasta la plaza de los Jazmines está adornado por doble fila de mástiles con gallardetes. A la entrada de la calle Larga se ha levantado un arco de triunfo, de 13 m de altura, que alegoriza la reciente victoria militar en la guerra de África. "El gentío era inmenso. El entusiasmo grande", recuerda el escritor Francisco Tubino. Llama la atención el exorno de la residencia del vicecónsul de Gran Bretaña, Carlos S. Campbell. El cronista J. L. A. B. (que debe ser el propio alcalde) observó que en la planta baja de la casa -actual nº 23 de la calle Larga- se habían improvisado dos palcos, "desde donde los lindos y simpáticos niños del [vice]cónsul saludaban a las reales personas, desplegando pequeñas banderas de seda con delicadas y atentas dedicatorias."

El abundante público apenas deja transitar al cortejo por la calle Palacios, en cuyos balcones ondean vistosas banderas nacionales. Una vez en la plaza de la Constitución, donde se había levantado un templete con una columna corintia, Isabel II es recibida en las gradas de la Iglesia Mayor Prioral por el clero bajo palio. Pasan después Sus Majestades al interior del templo y rezan en el altar mayor mientras oficia monseñor Claret, confesor de la reina.

Salón de baile del Palacio de Purullena, fotografiado en los años 30 del siglo XX.

Por las calles San Sebastián y Cruces se dirigen los reyes a la casa-palacio del marqués de Purullena. Allí les esperaban ya las autoridades municipales, el diputado a Cortes Francisco Barca y el marqués propietario, Miguel Iribarren Ortuño. Con la ayuda de algunos vecinos pudientes, el Ayuntamiento había restaurado las estancias y el mobiliario del palacio dieciochesco que se ofrecía como hospedaje a la familia real: "Nadie hubiera podido creer que en El Puerto de Santa María se encontrasen reunidas tantas bellezas antiguas dentro de un edificio que por su exterior no aparentaba ciertamente lo que dentro se encierra." (Pongilioni e Hidalgo). /En la imagen, la desaparecida capilla del Palacio de Purullena.

En el patio, unas niñas ofrecen ramos de flores a Isabel II y a la infanta. Los ilustres viajeros recorren varias veces los salones de la planta noble del palacio. Admiran también la cúpula y las paredes de la capilla, adornadas de talla, y oran brevemente. Pasan luego a la prolongada galería acristalada, que mira al espacioso jardín. En esta galería se había preparado un buffet para 50 comensales, "por si SS. MM. se dignaban almorzar y querían invitar a algunas personas", puntualiza "J. L. A. B. "Tras comer un refrigerio con su consorte e hijos, Isabel II toma asiento en el trono del soberbio salón de baile, donde -a petición del alcalde- se improvisa un besamanos al que concurren numerosas personas. Concluido éste, manifiesta la reina su agradecimiento al marqués y al municipio.

La calle Larga exhornada de día de fiesta. concretamente del año 1921, formando parte del exhorno con que se recibieron a SS.AA. los Infantes Don Carlos y Dª Maria Luisa que entregaron un banderín al batallón acuartelado en esa fecha en nuestra ciudad.

Las afectuosas aclamaciones del vecindario se repiten durante el recorrido de vuelta a la estación. Además de la corporación municipal, despide a los reyes en el andén el obispo de Cádiz, Dr. Juan José Arbolí. Hacia las 11.45 de la mañana partió el tren real en dirección a Jerez de la Frontera, almorzando Sus Majestades en el alcázar y visitando dos establecimientos bodegueros antes de continuar viaje a Sevilla. Para celebrar el acontecimiento, el Ayuntamiento portuense dispuso que el mismo día 3 de octubre de 1862 se repartieran mil limosnas de 4 reales y una hogaza de pan a otros tantos pobres de la ciudad, cuya población era entonces de unas 21.000 personas. Por su parte, Isabel II aportó de su peculio 15.300 reales en calidad de limosna para los necesitados. (Texto: Bernardo Rodríguez Caparrini).

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Imagen del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (1884), de la voz 'Porteño', que hace una inequívoca deficinión a los naturales de esta Ciudad.

'Porteño' podría calificarse como un arcaísmo entre los gentilicios, aunque ya que el debate sigue extendiéndose de forma un tanto estéril (característica de lo porteño o portuense: enredarse sin llegar a ninguna parte). En el Diccionario de la Real Academia de 1884 es cuando aparece por primera vez esta acepción: “Porteño: natural del (sic) Puerto de Santa María o perteneciente a esta ciudad”, como hemos recogido hoy mismo de ese volumen. En ese mismo diccionario, poco más adelante, en el adjetivo “portuense” se alude de forma generalizada a “natural de cualquier población denominada Puerto” y en concreto, ya que procede del latín “portuensis”, de los naturales del romano puerto de Ostia.

Fueron los propios porteños o portuenses los que dieron de lado a un gentilicio particular para El Puerto y la acepción “porteño” cayó en desuso. La alusión, sin embargo, permanece en los diccionarios de 1899, 1914, 1925, 1927, 1936, 1939, 1947, 1950, 1956, 1070, 1984 y 1985. En esta última ocasión el término “porteño” se comparte con los de Buenos Aires (“Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires”), los de Valparaíso, localidad turística de Chile, y de Puerto Carreño, en Colombia. En 1989 los académicos dio de baja en la relación a El Puerto y la última inserción de “porteño” en el diccionario de la Academia madrileña fue en 1992. Los  “portuenses” fueron los que decidieron dejar de ser “porteños”. Ahora que en esta ciudad se van perdiendo tantas cosas, para desaparecer o marcharse, bien merecería reclamar un gentilicio, al menos íntimo entre nosotros, con el que durante un tiempo fueron conocidos oficialmente los naturales de esta ciudad. (Texto: Francisco Andrés Gallardo Alvarado).

Bando emitido por el Ayuuntamiento de El Puerto en 1840, que obra en poder del Archivo Municipal y que nos facilita Luis Suárez Ávila, como argumento para validar la antigüedad del gentilicio 'portuense'.

Nació Ángel María Dacarrete Hernández, el 14 de noviembre de 1827, en El Puerto de Santa María. Sus padres: José Luis Dacarrete Ramírez, natural de Cádiz, y María Regla Hernández Samaniego, natural de El Puerto. Pocas, por no decir ninguna, son las noticias que tenemos de la estancia de Ángel María en su ciudad natal.

En 1838, cuando el poeta portuense aún no contaba los once años, se inaugura en Cádiz el Colegio San Felipe Neri, en el edificio que perteneció a la Comunidad del Oratorio del mismo titular, y que fue asimismo el histórico lugar donde se reunieron las cortes de 1812. Este colegio fue «el mejor sin duda que se conocía entonces en España y, a decir verdad, el mejor en su género que ha existido después hasta hoy día de la fecha», al decir del eminente cirujano portuense don Federico Rubio en su libro de memorias; asimismo, y refiriendo nuevamente al colegio, añade: «Poblaron el colegio los hijos de la gente acaudalada». /En la imagen, Andel María Dacarrete, pintado por I. Verdeja, donado por su hija al Museo de Cádiz.

Don Alberto Lista regentó el colegio hasta su marcha a Sevilla en marzo de 1844, sustituyéndolo don Antonio Alcalá Galiano quien solo lo dirigió unos meses, al igual que su sucesor don José Joaquín de Mora. La estancia de don Alberto Lista en el colegio gaditano marcó sin duda una huella indeleble en su vida del poeta portuense quien le llega a dedicar hasta dos poemas al maestro. Uno, fechado el 9 de mayo de 1844, cuando contaba 16 años, que es precisamente el primer poema que conocemos de Dacarrete, y que lo escribió con motivo de la marcha de su maestro a Sevilla. Y otro, después de la muerte de éste, acaecida en 1848, y que se publicó en Sevilla algún tiempo después. Es de suponer, aunque no lo hemos podido comprobar, que sus relaciones con don Alberto Lista continuaron en Sevilla, pues el poeta portuense se traslada a la ciudad hispalense un año después que Lista y ahí permanecerá hasta 1852. /Portada del Colegio San Felipe Neri, en Cádiz.

Aunque no se conocen documentos de la posible relación de Dacarrete con Bécquer, es muy posible que ésta date del periodo sevillano. Téngase en cuenta que ya en la Corona poética a Lista intervienen los dos: Gustavo Adolfo escribió una oda titulada «A la muerte de don Alberto Lista», que curiosamente es la composición más antigua que se conoce del poeta sevillano, y que no se publicó entonces. /En la imagen de la izquierda, Gustavo Adolfo Becquer.

En la década de los cincuenta, y ya instalado en Madrid, es cuando Dacarrete dará lo mejor de sí en cuanto a su faceta literaria se refiere, tanto en poesía como en teatro. El motivo de su marcha a Madrid era el de terminar en su universidad la carrera de Derecho que había comenzado en Sevilla.

Dado que al aspecto poético nos referiremos más adelante, bueno será dar un somero repaso a su obra como dramaturgo. En 1855, cuando contaba 27 años, estrena en Madrid su drama en tres actos y en versos «Magdalena». Un año más tarde representa su zarzuela en un acto y en verso «Mentir a tiempo», a la que puso música el maestro Fernández Caballero. En 1857 escribió la comedia en tres actos y en prosa titulada «Poderoso caballero es don dinero». En 1858 escribió otra comedia también en tres actos y en prosa, «La dulzura del poder» así como la pieza «Al cabo de los años mil» y el drama «Una historia del día». /Portada de 'Poderoso Caballero es don Dinero'. Madrid. 1857.,

Realizó asimismo adaptaciones de otras obras, como la comedia del Calderón de la Barca «Bien vengas, mal, si vienes solo». Tradujo del francés y adaptó las comedia «Gaspar, Melchor y Baltasar» y «El ahijado de todo el mundo» original de Emilio Souvestu. Adaptó también la comedia en tres actos y en prosa, «Les femmes terribles», de Dumanoir, y la farsa cómic en tres actos «Este cuarto se alquila» de Cogniard y Leroux arreglada para la escena junto con su amigo Enrique Cisnero. También en 1858 escribió un drama trágico en cuatro actos, basado en el famoso de Shakespeare «Romeo y Julieta», al que Dacarrete tituló invirtiendo el orden de los nombres de los amantes.

En septiembre de 1864, siendo Oficial del Ministerio de la Gobernación, es nombrado por Real Decreto Gobernador Civil de Valladolid. Unos meses después, en febrero de 1865, es cesado en su cargo de Gobernador de Valladolid, para ser nombrado Gobernador de Burgos, cargo que ostentaría hasta junio del mismo año.

Por estas fechas contrajo matrimonio con la vallisoletana doña Valentina Alvarez Unzueta, de cuyo matrimonio tendrían una hija: María, que sería quién años más tarde, y una vez muerto el poeta, donará al Museo de Cádiz el retrato al óleo de su padre, obra de I. Verdejo, que ilustra esta nótula.

En julio de 1879 fue elegido Diputado a Cortes por el Distrito electoral de Aguadilla en la entonces provincia de Puerto Rico. A primeros de marzo de 1881 es nombrado Consejero de Estado con destino en la Sección de Ultramar. Dos años más tardes pasó de esa Sección a lo de lo Contencioso. Y en 1885, a la Sección de Guerra y Marina.

Entre 1886 y 1888, Dacarrete compendió los mejores recuerdos de su tiempo en las dos conferencias que dio en el Ateneo madrileño, entre la serie de las que integraron La España del siglo XIX. La primera de estas conferencias versó sobre «Martínez de la Rosa. El triunfo de las instituciones representativas. La regencia de Doña María Cristina de Borbón. El Estatuto real y la Constitución del 37. Origen de los partidos». Y la segunda sobre: «La Unión Liberal. El Duque de Tetuán. La revolución de 1854.
La transacción de los partidos. Don Antonio de los Ríos y Rojas. La guerra de Africa y de América. Los antecedentes de la revolución de 1868».

En noviembre de 1887 es nuevamente destinado a la Sección de lo Contencioso, para, unos meses después, en septiembre de 1888 y por Real Decreto, ser nombrado Ministro de Tribunal de lo Contencioso Administrativo. También por Real Decreto, de 1899, se le nombra Presidente de la Sección de Hacienda y Ultramar. /En la imagen de la izquierda, 'El Libro del Amor. Antología. Angel María Dacarrete', prologado en 1986 por el poeta José Luis Tejada y el crítico de arte, Francisco M. Arniz.

El 4 de enero de 1900 fue propuesto para ocupar la vacante por fallecimiento de don Antonio María Fabié, del sillón ‘R’, de la Real Academia Española. La propuesta la firmaron los Sres. don Eduardo Saavedra, don Eduardo Benot y don  Francisco Fernández González. Fue elegido el 1 de febrero de ese mismo año, si bien no llegó a ocupar el sillón, ya que murió «cuando había comenzado a escribir el discurso correspondiente, que no pasó de los primeros párrafos».

El 17 de mayo de 1904 es declarado cesante como Consejero de Estado por reforma del cargo. Días después solicita su jubilación que le es concedida en junio de ese mismo año. Apenas cuatro meses después, el 13 de octubre de 1904, a las dos de la tarde, fallecía en su domicilio madrileño de la Plaza de Colón núm. 2, a consecuencia de «úlcera venal», este hombre de «ideas templadas y de carácter muy apacible» que firmaba como Ángel María Dacarrete Hernández.

Francisco M. Arniz y José Luis Tejada, durante la presentación de 'El Libro del Amor. Antotología. Angel María Dacarrete', editado en 1986 por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.

En su poesía se puede señalar una línea evolutiva que, arrancando de su formación neoclásica en su primera juventud, se incorpora muy peculiarmente a un cierto romanticismo tardío, asimilando antes que Bécquer los influjos foráneos (de Musset, Byron, Heine) con el consiguiente gusto por la poesía popular y adelantándose a escribir verdaderas «rimas» en la década de los 50, para recaer luego con otros rumbos más trillados, hasta acabar dejando casi por completo la poesía para consagrarse a la actividad política. (Texto y fotos: Francisco M. Arniz Sanz)

7

En la imagen de la izquierda, la niña Carmen López Llopis, con un año, en Elche (Alicante), ciudad donde nació accidentalmente.

Carmen López Llopiz nació en Elche de casualidad, porque su padre —mi abuelo— estaba destinado allí. Enseguida se volvieron a Murcia, de donde se sintió siempre.

Hija única, en todos los sentidos, de padres amantísimos, rodeada, además, de tías y de tíos solteros, tuvo una infancia muy alegre y un tanto mimada, hay que reconocerlo, aunque se lo merecía. Estudió con brillantez en el Colegio de Jesús-María

Notas de sexto curso de Bachillerato en 1956, Murcia.

Hubiese preferido hacer la carrera de Filosofía y Letras, pero su padre la empujó a la de Farmacia (eran otros tiempos), y ella se lo tomó con filosofía (y letras)

Carmen, en sus años universitarios.

Comenzó la carrera en Madrid, viviendo en casa de su tío el psiquiatra Bartolomé Llopis. Aquella era una casa de locos, no porque su tío pasara allí consulta, sino por sus numerosos hijos, súper cultos, hiper cosmopolitas y extravagantes. Hija única y niña de provincias, disfrutó mucho con sus primos madrileños . Y en cuanto pudo, escapó a Granada.

Acto de licenciatura en la Facultad de Farmacia. Universidad de Granada.

No hemos dicho que era muy guapa, pero lo era. Cuando llegó a Granada, el portuense Enrique García Máiquez, entre otros, le echó el ojo. Comentándolo con sus compañeros de Colegio Mayor, fue respondido: «--Más quisiera el gato/ lamer el plato». Sin embargo, aquello le salió bien y se hicieron novios.

Unos jóvenes Carmen y Enrique, en sus primeros tiempos de noviazgo.

El 6 de abril de 1968 en la Iglesia de Nuestro Padre Jesús, delante de la Dolorosa de Salzillo, en Murcia, se casaron Carmen y Enrique.

El estupor de su hazaña no se le quitó a Enrique García Máiquez en 41 años de matrimonio. Tras dos años en Sevilla, se instalaron para siempre en El Puerto.

En una cena con Elito González y Mamen e Ignacio Osborne.

La cosa tuvo su ironía, porque quince años antes, en un viaje por Andalucía con sus padres, Carmen había preferido pasar la mañana leyendo (y fumando) en la playa de Cádiz a ir de excursión al Puerto de Santa María con sus padres (que no le dejaban fumar). A la vuelta, mis abuelos le recriminaron su decisión, diciéndole, literalmente: «--Es un pueblo precioso, hija, y ya no lo conocerás nunca”.

De izquierda a derecha: Jaime, Carmen, Enrique; y en la fila de abajo, Enrique hijo, María y Nicolás.

Desde El Puerto, volvía a Murcia a tener sus hijos, cuatro, al abrigo de su madre. Por entonces se puso gravísima, con una leucemia letal. Los médicos perdieron toda esperanza, pero precisamente eso fue lo único que no perdieron ni ella ni mi padre ni sus amigos. Se curó. En el ínterin se hizo miembro del Opus Dei, demostrándose una vez más que no hay mal que por bien no venga

En Roma, con motivo de la beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer con todos sus hijos, el 17 de mayo de 1992.

Reanudó su vida familiar, profesional —como boticaria y como ama de casa— y social. Tuvo siempre tiempo para todos, y cuando digo todos, es todos, empezando por Dios, eje de su vida, siguiendo por su marido, por mis hermanos y un servidor, y acabando por sus conversaciones inacabables con sus incansables amigas

Carmen, con Cruz Pérez de Eulate.

No creo que ninguno se sintiera desatendido nunca. Cómo lo conseguía, no lo sé. .

Sófocles sentenció que nadie puede considerarse feliz hasta su muerte. A pesar del profundo respeto que debemos sentir por Sófocles, se diría que Carmen fue feliz desde muchísimo antes.

Otra foto de familia con los hijos ya mayores.

Enferma otra vez de cáncer, murió de camino al hospital, cuando pasaba justo por Elche. Habrá quien vea en esto sólo una curiosa coincidencia, aunque a uno más bien le parece el símbolo de una vida redonda, perfecta. (Textos: E.G-M.L.)

LA "SEÑÁ" GABRIELA
«Gabriela Ortega fue, como dijo el poeta, un "molde de fundir toreros". La"señá" Gabriela, bailaora de fuste, de la estirpe gaditano-sevillana de los Ortega, se casó con el torero Fernando Gómez "El Gallo" y fue madre de José Gómez Ortega "Joselito" y de Rafael "El Gallo". O sea que la "señá" Gabriela parió toreros a pares. A más, la "señá" Gabriela fue suegra de Ignacio Sánchez Mejías, torero, dramaturgo y mecenas de la Generación del 27.

Yo tengo una especial admiración por mi amiga Carmen López Llopis. Por eso la vengo apodando cariñosamente la "señá" Gabriela, porque, por derecho propio, se lo tiene merecido. Carmen, además de tener un marido que hace versos, es un molde de fundir poetas y los funde a pares, tal cual la "señá" Gabriela. Despuntó primero Enrique García-Máiquez López, hijo mayor de tan ilustre matrona y copó los premios y puso en la calle dos magníficos libros de poemas. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando  nos enteramos de que Jaime García-Máiquez López había obtenido el premio "Luis Cernuda" de poesía y empezaba a ser gente en el mundo de las letras.

Yo todavía no sé por qué llamo a Carmen la "señá" Gabriela, cuando podría haber echado mano de Doña Ana Ruiz, madre de Manuel y Antonio Machado, para ponerle el mote. Pero lo de la "señá" Gabriela es más entrañablemente racial y más gráfico. A mí, la verdad, se me cae la baba viendo a esos dos hijos de mis amigos Enrique y Carmen triunfar y hacerse sitio en el hostil y espinoso campo de minas de los poetas, donde han plantado, con pie firme, sus reales. Y yo no tengo más remedio que acordarme de la madre de "Joselito" y de Rafael "El Gallo", esposa de Fernando Gómez y seguir llamando a mi amiga Carmen López Llopis la "señá" Gabriela, como un timbre de gloria. (Texto: Luis Suárez Ávila).

Carmen, paseando por un parque...

IN MEMORIAM
Ahora entre los muertos una voz
está hablando de mí. Quizá les cuente
mi último artículo o mis memorables
—para ella— poemas del colegio
o les enseñe fotos en smoking,
cuando estaba delgado e iba a fiestas.
Ignoro qué, pero de mí hablará
pintándome mejor de lo que soy,
más ocurrente, listo, guapo, bueno,
más valiente, más hondo, más honrado,
exactamente igual que supo verme.
Les convence seguro —la conozco—
de que vayan haciéndome algún hueco,
de que tenerme allí con ellos les conviene.

[Enrique García-Máiquez López,
Con  el tiempo (Renacimiento, 2010)]

3

La columna de humo se podía divisar desde el muelle del Vapor.

Eran las 13 horas del miércoles 25 de julio de 1979. En pocos minutos, un voraz incendio, alimentado por lo inflamable de la materia prima, se llevaba por delante la fábrica de cartones Cartonsa, situada en la antigua carretera de Jerez, con una inversión valorada en más de 1.200 millones de pesetas de hace 32 años.  El alcalde, Antonio Álvarez Herrera, que llevaba desde abril en el cargo, se personó junto a otros concejales en el lugar del siniestro. Cerca de 135 empleados perdían su puesto de trabajo, mas otros 70 inducidos de industrias auxiliares.

Cartonsa, situada en el polígono industrial ‘El Palmar’, a pie de la antigua carretera de Jerez, era una sociedad que existía hacía algo más de una década, pero que apenas llevaba 4 años, desde 1975, en las nuevas instalaciones que ardían aquel fatídico miércoles. Casi el 50% del capital pertenecía a familias jerezanas y de El Puerto, interesadas en la industria vitivinícola, si bien la otra mitad del accionariado se encontraba repartido por diferentes provincias españolas.

El fuerte viento de Levante impulsó el incendio. La moderna instalación, dotada con los últimos adelantos de la técnica en litografía, impresión y fabricación de cajas, tenía una maquinaria valorada en 700 millones de pesetas, en poco tiempo reducida a hierros retorcidos y chatarra. Millones de cajas prensadas y otros productos casi terminados y sobre 4.000 toneladas de papel fueron pasto de las llamas, en los 17.000 metros cuadrados de superficie que ocupaba la industria Cartonsa.

Cuando se produjo el incendio, día festivo en el país por ser la fiesta del apóstol Santiago, se encontraban en las oficinas de la fábrica el director general, el jerezano Juan Mera Ferrer junto a otros ejecutivos, en una reunión de carácter técnico. Fueron advertidos por los guardas de la factoría del incendio producido en una zona de retales, cercana a la vía del tren. Apenas les dio tiempo de reaccionar: todo se desarrolló muy rápidamente por lo inflamable de los productos almacenados.

No sirvieron los 70 extintores distribuidos por la superficie de la fábrica en las diferentes naves industriales, ni el material contra incendios con el que estaba equipada para resolver el incendio --incluso un aljibe con 400.000 litros de agua en el subsuelo de la la factoría--. Al parecer una chispa en la zona de retales hizo que el fuego se propagara con rapidez. En cuestión de minutos las llamas y su poder devastador, alcanzaron grandes proporciones.

El personal de guardia intentaba sin éxito atajar el incendio, avisando a los cuerpos de Bomberos de El Puerto, Jerez y la Base de Rota, además de solicitar los servicios, dada la proporción que tomaba el siniestro, de la Armada Española en San Fernando y una dotación del Servicio de Extinción de Incendios de Cádiz.

Un operario de la fábrica desconectó el cuadro de mando de la factoría de la red eléctrica para así evitar la propagación de las llamas a otras zonas lo que, por otro lado, impidió que los bomberos pudieran obtener el agua del aljibe que se encontraba debajo de la fábrica, accediendo a ella de otra forma los bomberos de marinería de San Fernando, mientras que otras dotaciones se abastecían del agua de la zona y el de la Base de Rota hizo 8 viajes transportando en cada uno de ellos 10.000 litros. Se cortó y aisló el suministro de fuel-oil y se prestó especial atención a la caldera de vapor, dada la alta temperatura que había alcanzado. Se evacuaron a diversas personas mayores que vivían en las cercanías de la fábrica.

El consejero delegado de la empresa era Manuel García Casa. Otros ejecutivos de la firma, Manuel Gordillo Perea, Francisco Franco Rivas, Luis Porras Sánchez, Enrique Izquierdo Peña siendo el director gerente José María del Río Serrano.

13

Naturalmente, el título de esta nótula remitirá al lector de forma inmediata a la famosa novela de Robert Graves, “Yo, Claudio”, popularizada por una de las mejores series de la historia de la televisión y ello, sin yo pretenderlo, puede llevar a conclusiones erróneas.

Recordarán que la novela nos contaba en primera persona, adoptando la forma de unas falsas memorias, la historia de Claudio, el emperador que sucedió a Calígula y que consiguió llegar al trono gracias a sus limitaciones, a ser medio idiota, tartamudear y no ser tomado en serio por nadie, lo cual le permitió sobrevivir a las conjuras y a las tramas oscuras que se llevaron a cabo en la Roma Imperial por parte de algunos descendientes de César para conseguir acceder al trono saltando por encima de aquellos a quienes naturalmente les correspondía.

No ocurre esto, evidentemente, con Fernando Gago, el que durante un breve periodo de tiempo fue Alcalde de El Puerto de Santa María, que si por algo se distingue es precisamente por su erudición, su facilidad de palabra, su elegancia y su ingenio, pero no se trata de hacer comparaciones ni yo las hago en este sentido, porque, puestos a comparar, tampoco El Puerto de Santa María es Roma, ni Independientes Portuenses fueron la familia Julia, ni Hernán Diaz Calígula, ni Silvia Gómez Mesalina, ni Juan Gómez Nerón.

Juan Gómez, Hernán Díaz, Silvia Gómez y Fernando Gago, en 2007.

No, no es eso.  Lo que me lleva a poner este título y hacer que el lector se remita a aquel Emperador, es la forma involuntaria e imprevista en que Fernando Gago llegó a ocupar el cargo de Alcalde de El Puerto de Santa María en aquel mandato que seguramente ustedes recordarán, como imprevisto e involuntario fue el nombramiento de Claudio como Emperador y en eso sí coinciden ambos.

Una pancarta en la Plaza de Toros, con la 'Peña Taurina' de Fernando Gago.

Concejal dedicado desde el acceso a la alcaldía de Hernán Díaz a labores no comprometidas, afables, a menesteres lúdicos, fiestas, corridas de toros, presentaciones, homenajes, visitas, recepciones, etc., primero desde su escaño socialista y después desde su pertenencia a Independientes Portuenses, Fernando Gago permaneció en su puesto, haciendo muy bien su trabajo, durante cuatro mandatos, en un cómodo y tranquilo cuarto ó quinto lugar, sin sobresaltos,  sin temores –ni esperanzas- a verse obligado en algún momento a sustituir ó suceder al cabeza de fila de su formación, pero una serie de avatares,  la inhabilitación de Hernán Díaz, el abandono de las filas de I.P. de Enrique Moresco y la retirada de la carrera por la sucesión de Juan Carlos Rodríguez, le puso de pronto, de forma totalmente inesperada en el puesto de sustituto del inhabilitado Hernán Díaz, como Alcalde,  hasta la terminación de aquel mandato.

Y a mí que me encantan las ucronías (como podrían haber sido las cosas si algunos hechos hubieran tenido un desenlace diferente al que tuvieron) y las historias alternas ó contrafactuales, aunque bien pensado, en este caso, se trataría mas bien de una historia futura (como podrían llegar a ser las cosas si antes tuvieran lugar algunos determinados aconteceres) se me ocurrió pensar lo que hubiera podido suceder en un inmediato futuro a aquel momento (lo cual evidentemente no sucedió), si terminado aquel breve periodo provisional, Fernando Gago hubiera ganado las elecciones a las que se presentó terminado aquel periodo, viendo a este hombre solucionar problemas que durante años habían estado enquistados sin buscarles solución, hablando con representantes de asociaciones de la Ciudad a los que se les había negado el diálogo durante años, abriendo las puertas de su despacho a tantos y tantos como intentaron acceder a la alcaldía sin conseguirlo anteriormente, resolviendo pequeños problemas, paralizados durante años por pura desidia cuando no por mantener de forma inflexible una postura equivocada y pensando además, todo hay que tenerlo en cuenta,  en las fotografías de familia que se ha visto obligado a protagonizar como Alcalde provisional inaugurando importantes obras puestas en marcha antes de su acceso a la alcaldía. /Caricatura de Idígoras y Pachi.

Y pensando, pensando he llegado a pensar que, como Claudio, este hombre para el que no estuvo nunca previsto acceder a ese puesto de privilegio, podría haberse convertido por capricho del destino en uno de los mas importantes  alcaldes de la ciudad y cerrado de forma brillante una carrera política marcada por su ‘talante’ conciliador, por su amabilidad, quitando por una vez la razón a quienes opinan que la ‘cosa pública’ requiere mano de hierro, gesto hosco y malas maneras, cosa que evidentemente, no llegó a ocurrir pues las urnas no le confirmaron como Alcalde.

Con posterioridad tampoco sintonizó bien con el nuevo equipo de gobierno de la ciudad y en el último mandato, se retiró voluntariamente gobierno de la Ciudad  que encabezaba Enrique Moresco y abandonó su cargo y la vida pública. Hubiera sido interesante ver lo que hubiera ocurrido si en aquella ocasión en que tuvo la oportunidad de ser Alcalde, las cosas hubieran ocurrido de otra manera… (Texto: Jesús Almendros Fernández).

Más información de Fernando Gago, en la nótula 974 de GdP.

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