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tabernasybaresconsolera2_puertosantamariaMañana sábado, 20 de diciembre, en las Bodegas Mora de Osborne (calle Los Moros nº 7) y a las 12 horas, se presentará la segunda edición del libro Tabernas y bares con solera. Una historia de la hostelería en El Puerto de Santa María, obra del historiador jerezano afincado en nuestra ciudad Enrique Pérez Fernández.

La primera edición del libro salió a la luz hace quince años, en diciembre de 1999, editada por la Asociación de Hosteleros Portuenses (Hospor) que presidía Juan Franco del Valle. Presentada en el mismo marco bodeguero que lo acogerá mañana, se editaron 1.000 ejemplares, que se agotaron en 2-3 meses. /En la imagen de la izquierda, imagen de la segunda edición de Tabernas y Bares con Solera, ampliada.

Al paso de estos años, el autor ha realizado una revisión y ampliación del texto e imágenes. En su origen, el libro nació de una serie de 11 artículos que Enrique publicó en la sección dominical Puerto Escondido del Diario de Cádiz en 1994-1995.

En las 336 páginas que conforman la renovada publicación, se hace memoria de más de 500 establecimientos hosteleros que existieron entre el siglo XVIII y los años 70 del XX. Las 47 fotografías que ilustraban la primera edición han pasado en la segunda a 217, todas en blanco y negro y en su mayor parte antiguas.

tabernaybaresconsolera1_puertosantamariaEn sus 14 capítulos se hace un recorrido por las calles portuenses tras las huellas de los viejos establecimientos, desglosándose en algunos la historia de los más emblemáticos: La Burra, el Bar Vicente, el restaurante La Fuentecilla, la Tienda de Rueda… /En la imagen de la izquierda, portada de la primera edición de Tabernas y Bares con Solera.

Especial relevancia en la historia hostelera de nuestra ciudad tuvieron las ‘tiendas de montañeses’ que en elevado número se establecieron a partir de mediados del siglo XVIII, regidas por montañeses procedentes, principalmente, de los valles de Herrerías, Cabuérniga y Valdáliga. La obra se cierra con un capítulo dedicado a las ventas y ventorrillos que en los últimos siglos se apostaron en los caminos y a las afueras de la población. El autor aúna en el libro el rigor histórico con la divulgación de carácter eminentemente popular.

La edición ha corrido a cargo de la editorial portuense El Boletín que dirige Eduardo Albaladejo Manzanares. Tras la presentación se podrá adquirir el libro. Nos piden el autor y el editor que hagamos llegar su invitación a acudir al acto a todos los lectores de Gente del Puerto. Mañana, a las 12 del mediodía, es la cita.

enriqueperezfernandez__puertosantamariaDel autor ha escrito el colaborador de Gente del Puerto, Luis Suárez Ávila: “Enrique Pérez Fernández (Jerez, 1962), entrañable amigo, historiador tenaz y enjundioso, revividor de situaciones y espacios, regenerador de muchas nostalgias propias y ajenas y, pese a su juventud, autor de muchos artículos, ponencias, comunicaciones y libros que tienen el denominador común de ser imprescindibles. Cada tema que toca Enrique lo ha hallado virgen. Tiene esa virtud y esa agudeza. Que haya salido con tanto éxito de su producción sobre los bares y las tabernas, levantando un monumento a la historia pequeña industrial, comercial y consuetudinaria...”

En la imagen de la izquierda, Enrique Pérez Fernández.

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La Asociación Cultural Puertoguía ha editado un nuevo libro de la serie 'Mansiones y Linajes de El Puerto de Santa María', del que es autor, como de todos los anteriores, Antonio Gutiérrez Ruiz. Se trata del volumen VI, con el título de: 'Cuatro rosas de piedra' que, manteniendo la misma línea y estilo de los otros volúmenes, reseña la historia de la casa número 76 actual de calle Larga, casas principales de la familia Fleming, de origen irlandés, en el siglo XVIII, y primera fábrica eléctrica a fines del XIX.

Esta saga familiar de los Fleming portuenses fue fundada por John Fleming y Elena Geynan que se establecieron en El Puerto abriendo una casa de comercio en la que participarán posteriormente todos sus hijos, bajo la dirección del mayor de ellos, Domingo Fleming, fundador de un Mayorazgo familiar. Se incluyen en las 280 páginas y 61.282 palabras que componen el texto, semblanzas biográficas de todos y cada uno de los hermanos y un seguimiento de los descendientes de Antonio Fleming Geynan, que se ordenó presbítero cuando enviudó, originando dos ramas perfectamente definidas y diferenciadas, la de los Fleming alicantinos y la portuense. No es habitual conseguir ensamblar miembros contemporáneos de un mismo apellido con sus orígenes, alejado en este caso más de tres siglos, detallando todas y cada una de las generaciones que le precedieron. En este trabajo de intensa investigación, el autor lo ha conseguido, desarrollando además algunas biografías cargadas de interés humano, en algunos casos, emociones que intenta trasladar a los lectores en su relato de la historia familiar de este 'linaje', principales moradores de la 'mansión' protagonista.

 

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En un segundo capítulo relaciona y da a conocer a los que fueron propietarios de dos casas situadas en la esquina de las calles Descalzos y Diego Niño, que se fusionarán posteriormente con la casa de los Fleming, personajes de apellidos conocidos en la localidad como son los Barreda, Ruiz-Tagle, Febrés, y otros, haciendo una sinopsis de su evolución como casa habitación hasta que fue adquirida por la compañía que la transformó en una fábrica eléctrica, junto con la casa y jardines de los Fleming.

 

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Y, finalmente, en un tercer capítulo aborda el nacimiento del alumbrado eléctrico en El Puerto, una breve reseña de los comienzos y trayectoria de “Electra Peral Portuense” y de su absorción por la que fuera su competencia, la Compañía de Gas Lebón, cerrándose así el ciclo histórico de este amplio inmueble con fachadas a las calles Larga y Diego Niño y todo el lateral en calle Descalzos, en el tramo entre las dos anteriormente citadas.

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Copia de comienzos del s. XVI de la Carta-puebla que Alfonso X otorgó a nuestra ciudad. Archivo Municipal. / Foto, Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

Hoy, 16 de diciembre de 2014, El Puerto de Santa María cumple 733 años. Tal día como hoy de 1281, Alfonso X (ver nótula núm. 1.000 en Gente del Puerto) otorgó, rubricada en Sevilla, la carta-puebla fundacional de la ciudad que hoy habitamos, su ‘partida de nacimiento’; de la que el rey en ella decía: “…el Puerto que llaman de Santa María, que solía haber nombre Alcanatín en tiempo de moros, que es entre Xerés y la ciudad de Cádis, y tiene de la una parte la Grand Mar que cerca todo el mundo y que llaman Océano, y el gran río de Guadalquivir, y de la otra el mar Mediterráneo y el río de Guadalete, que son dos aguas dulces por donde vienen grandes navíos, es lugar más conveniente que otros que nosotros sepamos ni de que oyésemos hablar para hacer noble ciudad. Toda una declaración de principios del monarca a un lugar que bien conoció y por el que sintió verdadero afecto. Fue la última carta-puebla que en vida firmó.

islacartare8_2_puertosantamariaEn el gráfico de la izquierda, localizaciones de las 13 alquerías andalusíes en el término portuense. En verde, la aldea de Al-Qanatir.

La definitiva conquista y repoblación alfonsí de las aldeas andalusíes que poblaron las tierras del actual término portuense, que fueron parte de Cádiz hasta 1272 y de las que hicimos memoria en anteriores entregas (ver nótulas 2.294 y 2.308 en Gente del Puerto), se llevó a cabo en 1264, salvo las casas y solares de Al-Qanatir, que serían repartidas en 1268 a 300 repobladores. Pero al paso de nueve años, en septiembre de 1277, la recién poblada villa de Santa María del Puerto fue atacada y asolada por huestes benimerines procedentes del norte de África, al mando de Abu Yusuf Yaqub, hijo del emir meriní.

Tras la desolación, el rey decidió en 1281 avivar en la carta-puebla una nueva repoblación y marcar las bases económicas para el desarrollo de la villa, otorgando concesiones y privilegios a quienes se asentaran en su solar –extranjeros incluidos- y eximiéndoles del pago de impuestos. También se fijó su gobierno bajo la autoridad de alcaldes de la villa y del mar y un juez, se marcó su término municipal –grosso modo el actual- y, entre otras reglas, para el correcto abastecimiento de la población se establecieron mercados los miércoles y sábados y ferias a celebrar al comienzo de la Cuaresma y en octubre.

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Alfonso X el Sabio representado en las Cantigas de Santa María, en su corte.

Otros privilegios otorgaría el monarca en marzo de 1283 –un año antes de fallecer-, con el Guadalete como principal activo del porvenir de la población:Por hacer bien y merced a los pobladores del Puerto de Santa María, y porque se pueble mejor el lugar, tengo por bien que todos los bajeles cargados que pasaren por el río de Guadalete para ir a Xerés que se descargue y el tercio, también de vianda como de madera o de otras cosas que ellos mester hubieren”; “mando a todos los marineros mercaderes que por í pasaren que descarguen y el tercio de lo que llevaren en sus bajeles, y que lo vendan y también de vianda como de las otras cosas.

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Figuración de un barco del siglo XIII en las Cantigas.

Ciertamente, en el río y por el mar le llegó al Gran Puerto de Santa María –como Alfonso X también tituló a la población- el esplendor comercial que conoció la villa durante toda la Baja Edad Media y la Edad Moderna. Pero los pilares de su desarrollo –el aceite, trigo y vino de su fértil campiña, las vías comerciales abiertas y conocidas de antiguo, los avezados marineros, pescadores y carpinteros de ribera, la imprescindible sal de sus inmensas salinas, la piedra de las canteras de San Cristóbal, el agua de los manantiales de La Piedad…- se cimentaron mucho tiempo atrás.

LA ANDALUSÍ AL-QANATIR

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Inscripciones islámicas sobre mármol de Al-Qanatir.

Fue Santa María del Puerto heredera de la alquería andalusí que ya en el siglo X, en tiempos del próspero califato de Córdoba (929-1031), se había establecido en la ribera del wadi Lakka, dependiente en su fiscalidad y administración de Saris (Jerez), la capital de la cora de Sidonia hasta la conquista castellana. A su vez, Al-Qanatir fue sucesora del Portus Gaditanus que Balbo el Menor fundó a fines del siglo I a.C. y del Portum tardorromano y bizantino (ver nótula núm. 2.000 de Gente del Puerto). Su ubicación a orilla del Guadalete y de la bahía de Cádiz, estratégico puerto de comunicación entre continentes, propició que Al-Qanatir fuera la única alquería de las trece que existieron en el término portuense que ha perdurado hasta nuestros días.

Del urbanismo de la alquería andalusí destacaremos aquí y ahora dos elementos arquitectónicos: su muralla y la mezquita, de las que a continuación haremos memoria.

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La cimentación de la muralla excavada en Ricardo Alcón en 1993. /Museo Municipal.

LA MURALLA ALMOHADE.

En 1993, el Museo Municipal excavó en linde a la calle Ricardo Alcón (hoy Centro de Salud ‘Federico Rubio’) un tramo de la cimentación de la muralla (14 m de largo por 2’5 m de anchura) que circundó Al-Qanatir, y a ella adosada al exterior una torre defensiva (4’5 m x 2’5 m). La muralla, construida en sus paramentos con piedra arenisca y ostionera y al interior de mortero de cal y arena con guijarros y fragmentos de ladrillos, ha de datarse, según informaron arqueólogos medievalistas, en algún momento del periodo en que los almohades dominaron al-Andalus durante cuatro décadas (1172-1212), coetánea a la Giralda de Sevilla.

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Dibujo de planta de la cimentación de la muralla excavada en Ricardo Alcón en 1993 y su planta en dibujo. / Museo Municipal.

Este lienzo exhumado y otros eran conocidos de antiguo. De hecho, en el Libro del Repartimiento alfonsí (1268) se mencionan –con la voz de pared y paredes- en varias partidas del reparto, mencionándose el frente de la muralla donde se excavó en éstas: Comiença otra tabla de fuera del valladar e de la cárcava, del majuelo de Pero Ganzana fasta el cabo [extremo, esquina] de las paredes.”; otra tabla “cerca la noria en los espinos, de los solares que están en las espaldas de la casa de Pero Ganzana, la carrera del pozo en medio, de parte de Xerez, en el prado, como van al pozo hasta la pared que está levantada.”; y “Copo la punta entre las dos carreras en cabo del valladar del majuelo de Pero Ganzana con el corral y el figar, que está de fuera del valladar, y con los dos de dentro de las paredes sobre sí, que son cuatro solares para cuatro moradores, para hacer casas

Esa cárcava citada era el curso de agua que documentos de comienzos de la Edad Moderna llamaban arroyo de la Zangarriana, que transcurría –y aún transcurre en el subsuelo- desde su nacimiento en la finca El Caracol del cerro de la Belleza, a cuyo pie se asienta la ciudad. Y es preciso el documento alfonsí, porque una cárcava más que un arroyo debió ser el aspecto que presentaría su cauce en tiempos de fuertes lluvias, un torrente de agua bajando por la hoy calle Ganado para desaguar, por la plaza de la Herrería, en el Guadalete. Esta vía fluvial –una frontera natural- determinó el trazado urbano –su límite norte– de las villas andalusí y cristiana, y también la del Puerto Gaditano. En 1735 se procedió a canalizar su curso bajo tierra en la obra, reformada en varias ocasiones, que llamaron Caño de la Villa.

islacartare9_8_puertosantamariaEn la imagen de la izquierda, el Caño de la Villa, antiguo curso del arroyo de la Zangarriana, cuando apareció al hacerse obras en los 60 frente a la plaza de la Herrería. / Foto, Archivo Municipal.

La presencia de la muralla medieval en Ricardo Alcón –la antigua calle del Muro y de la Tripería (por el Matadero público que aquí existió hasta 1699, con acceso desde Ganado)- se puede rastrear en el Archivo Municipal. Así, el Cabildo acordó en 1641 “reparar el muro de la calle de la Tripería” (empleándose en ello diez carretadas de cantillos, nueve de ripios, arena y ocho cahíces de cal). Y en 1698, un vecino adquirió al municipio el solar para edificar en él: “se aplican 200 reales que dio Juan Rendón, por un pedazo de sitio y muralla propio de la ciudad en la calle de la Tripería, linde de sus casas.” Lienzo de muralla que aún era visible en 1764, según anotó el historiador Anselmo Ruiz de Cortázar, y subsistía en 1880, en testimonio de Joaquín Medinilla: “todavía se conservan restos de estas murallas en la calle Jesús de los Milagros casa sin número junto al uno [frente a la plaza de la Herrería], y en la del Correo, antes Muro, en la casa donde están los graneros del señor Camacho”; inmueble éste, más abajo del tramo excavado, entre Nevería y Larga, donde ciertamente se conserva en 2’5 metros de altura el lienzo de la muralla, como muy probablemente suceda en otros inmuebles en todo el perímetro de su recorrido, enmascarados bajo la cal y los repellados de las fachadas.

Es singular la mención en el Libro del reparto en dos partidas a cruces dispuestas en las paredes de la muralla: otra tabla como van al Pozo Santo, hay calle hasta la pared, que está la cruz en el canto (en un ángulo o esquina de la muralla); “…hasta la plazuela otra, donde está una cruz en la pared”. Cruces que parecen marcar la sacralización, desde los primeros momentos de la ocupación cristiana de Al-Qanatir, de una construcción –el cerco de la villa- levantada por moros.

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Reconstrucción ideal de Santa María del Puerto a fines del siglo XIII, con el recorrido de la cerca y el arroyo de la Zangarriana (que en castellano viejo es decir de la Tristeza o, en su acepción andaluza, de la Borrachera).

...continúa leyendo "2.324. DE AL-QANATIR AL PUERTO. 733 Aniversario de la Fundación de El Gran Puerto de Santa María. Isla Cartare (VIII)."

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El puente colgante de San Alejandro en 1867, fotografiado por Jean Laurent. Biblioteca Nacional de España.

Mal acabó el año 1839 para El Puerto. El 1 de diciembre, el puente de barcas de San Alejandro, el que se construyó a iniciativa del Capitán General Alejandro O’Reilly sesenta años atrás, se desplomó y la corriente del río se lo llevó. Pero para día aciago, el de su inauguración, el 14 de febrero de 1779, cuando la aglomeración de gentes sobre el puente fue tal que provocó que las compuertas móviles cedieran y se precipitaran al río numerosas personas, falleciendo 115.

De inmediato, el Ayuntamiento comenzó a gestionar la cons­trucción de un nuevo puente en el mismo lugar, decantándose en marzo de 1840 por el proyecto de un puente colgante que tenía presentado al Gobierno de la nación el francés Jules Seguin, aunque las obras se retrasaron varios años.

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Los hermanos Jules Seguin (1796-1868) y Marc Seguin (1786-1875), artífices de los puente de San Alejandro y San Pedro.

Era Jules Seguin empresario y hermano del prestigioso ingeniero francés Marc Seguin, el inventor en 1824 de los puentes colgantes suspendidos de cables de acero y también de la caldera tubular, entregada a la industria en 1827 y aplicada a la primera locomotora de Stephenson. Su ingenio le venía de familia: era sobrino de los hermanos Montgolfier, los inventores del globo aerostático.

El nuevo puente que sustituyó al de barcas –todo un alarde técnico para la época-, se conformó con un tablero de madera (95 metros de largo por 6’40 m) suspendido de cables que pendían de cuatro cilindros de fundición y retenidos a otros tantos pozos de amarra. Para su construcción se aprovecharon las calzadas de acceso y los estribos del puente de barcas. La obra la ejecutó la empresa de Jules Seguin, previéndose sufragar su coste con la reimplantación durante treinta años de un antiguo arbitrio de carreteras, debiendo pagar el Ayuntamiento como rédito anual 12.178 reales. Luego su propiedad quedaría en manos del Estado por situarse el puente en el tránsito de una carretera nacional de primer orden.

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Litografía del puente y la Ribera de 1864, de la ‘Guía del viagero por el Ferrocarril de Sevilla a Cádiz’, de Eduardo Antón Rodríguez.

Se inauguró el 18 de enero de 1846, a partir de las dos de la tarde. El programa de actos quedó fijado con el boato propio de la época… la presencia de las autoridades, los invitados y el clero portando la Cruz Parroquial; la música de dos bandas militares, situadas a cada extremo del puente; su bendición por el Vicario y la entonación del tedeum; la salva de la Brigada de Artillería dispuesta del lado del arrecife de Puerto Real; de nuevo las músicas militares; y el puente adornado con vistosas guirnaldas y banderas para marcar tan señalado día, pues el puente era la única vía de acceso terrestre a Cádiz y a las demás poblaciones de la bahía. Cinco meses después, el 30 de junio de 1846, también según proyecto de Marcos Seguin, quedó inaugurado otro puente colgante sobre el río San Pedro (que se hundió a fines de 1880, tres años después de hacerlo el de San Alejan­dro).

SE VEÍA VENIR…

Pese a los alardes técnicos empleados, el nuevo puente de San Alejandro (si los romanos levantaran la cabeza) no tendría una larga vida: a los 31 años de construirse se vino abajo. Según refleja la documentación conservada en el Archivo Municipal, era algo que se veía venir hacía años…

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Lámina del puente en 1864.A su lado, un pequeño astillero, lugar donde entonces se permitía bañarse a las mujeres –sólo a las mujeres- de noche.  

En mayo de 1855 el alcalde portuense elevó un oficio al gobernador civil de la provincia solicitando que se verificara un reconocimiento del puente (no realizado desde su inaugura­ción), especialmente en los cables no visibles de los pozos de amarra, pues se contaba con el antecedente reciente de cuando se tuvo que descolgar el tablero del puente del San Pedro para efectuar algunas reparaciones, se comprobó que los cables de suspensión embutidos en sus muros de mampostería tenían cortados las tres cuartas partes de los hilos. A tal requerimiento, el gobernador dispuso que pasase a inspeccionarlo el Ingeniero civil de la provincia, pero éste contestó que el alcalde tenía excesivo celo e incurría en un acto de injerencia y desconfianza al ser a él a quien correspondía juzgar si era necesario o no reconocer su estado. Al mes siguiente, el Ayuntamiento reiteró al gobierno civil lo solicitado, pero no consta que se obtuviera respuesta. Días antes, un dictamen de los síndicos portuenses recordaba que por Real Orden de 25-XII-1843, mientras no concluyese la concesión del puente a la empresa constructora, ésta tenía la obligación, no cumplida, de mantenerlo en buenas condiciones, teniendo que pintar la madera y los hierros al menos una vez cada tres años, y recomponerlos o reemplazarlos cuando lo exigiese la seguridad del tránsito, al igual que los cables de suspensión y retención que se rompieran. Otros intentos para reconocer el estado de conservación del puente se repitieron con el tiempo, pero siempre en vano. En julio de 1858 ardió el tablero en su totalidad, posteriormente repuesto a costa del Estado

Pasaron los años. En noviembre de 1873, la comisión de Obras Públicas del Ayuntamiento, aun a sabiendas de que no era asunto de sus atribuciones, pasó a reconocerlo. Se encontraron las maderas del pavimento podridas, así como la mayor parte de las transversales sobre las que descansaban, no siéndoles posible comprobar las amarras por encontrarse los pozos en que se sujeta­ban cubiertos de agua; días antes, el guarda del puente vio en ellos pedazos de alambres podridos. Y así, de momento, quedaron las cosas.

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Imagen captada en mayo de 1877, mientras el puente se reparaba, poco antes de derrumbarse. / Foto, colección de Manuel Pacheco Albalate.

…Y SE CAYÓ

El 15 de mayo de 1877, de uno de los pozos de amarra se safó uno de los cables o calabrotes (cabo grueso de 9 cordones corchados de izquierda a derecha, en grupos de 3 y en sentido contrario al reunirlos) que sostenían el tablero. Como precau­ción, se cerraron los accesos al puente con vallas y se reali­zaron algunas reparaciones menores. Entonces fue cuando se captó la imagen adjunta, en la que se observa a un operario encaramado a horcajadas a uno de los calabrotes, comprobando su estado o reparándolo. No pierda el detalle de la escalera por la que subió.

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Una vez venido abajo, aún con algunos cables de acero colgando. Fotografía de J. Laurent, 1879.

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Composición del puente derribado a partir de otra instantánea de Laurent, 1879.

El 2 de octubre, al paso de un carro cargado con losas de Tarifa que conducía el portorrealeño Diego Carrera, se asti­llaron completamente dos vigas madre del pavimento, hasta que definiti­vamente, el 16 de noviembre de aquel 1877, a las cuatro y media de la tarde, cuando cruzaban el puente en dirección a Puerto Real tres carros sin carga tirados por tres mulas cada uno, se desprendieron de sus amarras los tres calabrotes que colgaban del lado izquierdo de la orilla de la otra banda; los que (en la foto) revisaba el operario. Bestias y arrieros se precipitaron al río, resultando tan sólo herido leve uno de los arrieros, Manuel Romero. Como remedio provisional, se construyó una barca de pasaje, arrendada para su explotación a Francisco Vaca, y se habilitaron en ambas orillas sendos muelles.

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El puente de hierro de San Alejandro (1884-1977) desde ‘la otra banda’. En la orilla, el espacio que ocupó el pequeño carenero que en 1906 estableció José María Ponce. (Ver nótula núm. 2.311 en Gente del Puerto).

Y al colgante le sucedió el tercer puente de San Alejandro, el de hierro, que se construyó, con diseño del ingeniero Emilio Iznardi, en 1884 y fue desmontado, salvo sus pilas, que siguen aflorando en el río, en 1977. Justo un siglo después de que se hundiera, por dejación de las autoridades competentes, el colgante. / Texto: Enrique Pérez Fernández.

isabelalbabarbosa_puertosantamariaIsabel Alba Barbosa nació el 24 de noviembre de 1920 en Jerez de la Frontera, el año en el que nacían, también, el pintor de la Luz, Juan Lara Izquierdo y el profesor y radioaficionado Joaquín Calero Muñoz. Aquel 1920, El Puerto contaba con 18.839 habitantes de hecho 18.951 habitantes de derecho y 4.524 hogares. Era alcalde Manuel Ruiz-Calderón y Paz.

Lamentaba Isabel que su madre la quitara muy pronto del colegio, con apenas 0cho años y es que tenía hermanos pequeños “y como mi madre trabajaba, yo los cuidaba.” Eran once hermanos.

Con 18 años, Isabel se casa y se traslada a vivir a El Puerto de Santa María. Su marido, Juan Nucete Sucino, trabajador de Bodegas Terry fallecido en 1971, era con quien formó una  extensa prole, 7 hijas y 3 hijos: Milagros, Isabel, Carmen, Teresa, María, Marisol y Pepi y los hijos varones, Antonio, Manuel y Francisco Javier.

El trabajo fue una constante en la vida de Isabel. Cuando llegó a El Puerto en 1938 entró a trabajar en la casa de los Díaz Cortés, donde cuidaba a 13 niños, entre los que se encontraba el que fuera alcalde de El Puerto, Hernán Díaz Cortés. “Allí hacía de todo: planchaba, cosía, la verdad es que eran muy buenos chicos, yo llevaba a los ocho más pequeños al Parque Calderón a pasear”.

“Eran tiempos complicados para todos, finalizando la Guerra Civil, había mucha escasez de productos de primera necesidad y mi marido Juan era eventual en la bodega, por eso no tuve mas remedio que ayudar en la economía familiar porque había que comer”.

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Isabel junto a algunos de sus hijos el desaparecido Bar Gazpacho, situado en la zona de Crevillet, donde hoy se encuentra el Polideportivo Cubierto, durante la boda de un familiar en 1979.

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En el 84 cumpleaños de Isabel, junto a sus hijos, en 2004.

Al fallecer su marido en 1971, Isabel tuvo que hacer de padre y madre de su extensa prole, ayudado por algunas de sus hijas. Tuvo varios domicilios en El Puerto, entre otros en la calle San Juan. Nos dejaba el pasado 20 de noviembre de 2014, a pocos días de cumplir los 94 años edad.

El varadero de los Hermanos Pastrana que en 1954 se estableció en Pozos Dulces (ver nótula 713 de Gente del Puerto) tuvo un antecedente medio siglo antes, justo enfrente, en la otra orilla.

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Entre los puentes del Guadalete, el carenero de José María Ponce. / Foto, Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

Fue en febrero de 1906 cuando José María Ponce Pérez presentó un proyecto a la Jefatura de Obras Públicas de la Provincia (presupuestado en 600 pesetas) con el fin de habilitar un modestísimo carenero “para la gente trabajadora” –decía en su solicitud- dedicado a la reparación de embarcaciones menores y ‘parejas’, a emplazar en la orilla limitada entre el puente de hierro de San Alejandro (1884) y el del Ferrocarril (1862), en los 37 metros existentes entre ambos y 30 m adentro a contar desde la línea de plea­mar.

La obra a ejecutar era un pequeño muelle sobre estacas de madera, una calzada de madera donde varar las embarcaciones, una palizada (defensa de estacas) para protegerlo de las aguas y una caseta de madera para taller y almacén de las herramientas. Posteriormente, según refleja la foto primera de esta nótula, se levantó otra caseta, lindera al puente, de mampostería. No sé cuándo comenzó a funcionar ni cuándo cerró el carenero, pero consta que fue en junio de 1908 cuando el Ingeniero Jefe de la provincia fijó sus tarifas.

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Imagen del 29 de agosto de 1930, primeras regatas organizadas por el recién fundado Club Náutico, junto a sus instalaciones. Al fondo, el transbordador de sal de La Tapa y a la izquierda la caseta eléctrica del Guadebro. / Foto, Autoridad Portuaria en copia del CMPH.

En su proyecto Ponce dio cuenta de su intención, aunque fue en vano, de establecer junto al carenero, al otro lado del puente de San Alejandro, una “industria del automovilismo náutico”, iniciativa que de haberse llevado a cabo hubiese sido una de las primeras creadas en España. Al paso de los años, en julio de 1930, quedaron inauguradas, en el terreno que pretendió Ponce, las primeras instalaciones del Club Náutico.

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El espacio inmediato al Náutico, junto al puente, acogió, al menos a mediados del siglo XIX, un pequeño astillero, como refleja la lámina de 1864 y consta en unos edictos de alcaldía en los que se permitía a las mujeres -no a los hombres- bañarse de noche, sólo de noche, junto al estribo del puente -el colgante- de la parte del Coto, “en el sitio de el Astillero” (1850), “donde se está construyendo el bergantín” (1854). / Texto: Enrique Pérez Fernández.

rafaelgomezelgallo__puertosantamariaAquella tarde Rafael Gómez Ortega ’el Gallo’, Juan Belmonte y Francisco Vega de los Reyes ‘Gitanillo de Triana I’, o ‘Curro Puya’, alternaron en la Plaza de Toros de El Puerto de Santa María el 28 de agosto de 1927, día que recibió la sagrada investidura ‘Gitanillo de Triana I’, al cederle ‘el Gallo’  el toro de nombre ‘Vigilante’, berrendo en negro, de don D. Tomás Pérez de la Concha. Un testigo presencial del aquel doctorado, el portuense Juan Marchán Garcia –abuelo de nuestro amigo Francisco Varo Marchán- le contó a su nieto «...haber vivido la alternativa más larga de la historia del toreo, que duró 8 minutos.»

Juan Marchan era amigo de los tres matadores y era común en él que fuese de muy pocas palabras. A Juan Belmonte le caía personalmente muy bien por esa «virtud», y porque, además, era Marchan muy discreto, amable, bondadoso y noble. Jamás solía violentar una conversación y aceptaba las propuestas. Fue un modelo de condición humana: después de que sus cuñadas se quedaron viudas, él crió a todos sus sobrinos huérfanos. Todo lo asimilaba con frases taurinas. En cierta ocasión vio a un jubilado ya achacoso y dijo: «...tiene media estocá y se está acercando a las tablas.»

La histórica anécdota dice: En cierta ocasión, de las muchas que Rafael (Gallo) venía a El Puerto de Santa María y se quedaba a vivir en casa de los González (los Villegas) –cuando tenía que torear en nuestra plaza llegaba a la ciudad al menos tres días antes-, solía asistir a las peleas de gallos que entonces se celebraban, en el reñidero ubicado en la esquina de la  calle Santa Clara, al lado derecho donde hoy está el cementerio y desde donde se veía la finca de los Gallardo, en la que pastaban los toros de la primitiva casta de Miura. Rafael siempre recordaba una de las peleas de gallos de las que se ofrecían junto a los corrales –viviendas comunitarias de aquella época- en un local situado en la esquina de las calles sevillanas de Pagés del Corro y Costilla, en Triana.

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Reñidero de la calle Santa Clara. /Foto: Fernando Herraz

De todos es conocido la afición de la mayoría de los toreros a la crianza de los gallos de pelea, especialmente los de la raza calé. Así que entre ambos matadores se creó una especie  de competencia por tener el gallo negro, del que según Juan Marchán  se había enamorado Rafael ‘el Gallo’. Y en esa situación llegó el día en que ambos se vieron en la plaza de El Puerto de Santa María... la hora de que Rafael iba a imponer su investidura de doctor a ‘Gitanillo’. Los segundos transcurrían y ambos entablaron una amistosa y divertida charla de compra-venta, estando los tres lidiadores en el ruedo bajo el Palco. Lo que ambos se dijeron podía fácilmente interpretarse por los gestos y movimientos que hacía Juan Belmonte, que una y otra vez se separaba de ambos riéndose a carcajadas, poniéndose las manos en la cabeza y separándose de ellos... seguro que Rafael, al seguir oponiéndose ‘Gitanillo’ a venderle el gallo, le dijo: «O me lo vende, o te queas sin el sayo de mataó... y ahí te sigue de novillero...», durando aquella conversación los 8 minutos señalados,  mientras los peones no hacían otra cosa que detener a ‘Vigilante’ lejos de la ceremonia... y el respetable impacientándose. ‘El Gallo’ pasó a ser el propietario del gallo en litigio y ‘Gitanillo’ recibió la investidura. /Texto: Juan Zaldivar.

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antoniofemeniamaiquez_puertosantamariaJosé Antonio Femenía Máiquez, es uno de esos personajes autodidactas, muy conocido en nuestra Ciudad, mientras estuvo entre nosotros. Muy pocos sabíamos que se llamaba José Antonio pues siempre respondió a su segundo nombre, Antonio. Había nacido el quince de agosto del año 1.917. /La fotografía de la izquierda, de Rafa, está tomada en 1978

1917.

Un año trágico especialmente para Europa pues estábamos sufriendo la Gran Guerra de la que España quedó al margen, aunque sufríamos conflictos sociales un día sí y otro también. En el mes de su nacimiento, la UGT convoca un paro ferroviario que sería la antesala de la primera Huelga General. El papá Benedicto XV había hecho un llamamiento a los países en conflicto para que depusieran las armas y renunciaran a las anexiones y en Rusia se estaba preparando la revolución que dos meses más tardes acabaría con el régimen de los zares.

En agosto de 1917 era alcalde de El Puerto, Manuel Ruiz-Calderón Paz. Ese año, Rafael Alberti se traslada a Madrid con su familia, donde abandona el bachillerato por la pintura, que ejerce una gran influencia en su obra. Se traslada a Madrid Francisco Anglada Gallardo, fundador de la fábrica portuense de automóviles Anglada. La Cruz Roja organiza la Fiesta de la Poesíal,con con beneficios humanitarios, en El Puerto. Pedro Muñoz Seca estrena la obra de teatrp ‘El Rayo’, escrita en colaboración con Juan López Núñez

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 Publicidad de 'coñac' Terry en ABC de Madrid, en 1917.

Nace en la calle Santa Lucía el bailaor flamenco José Luis S. Rodríguez y el corredor de comercio Fernando Monguió Becher. Nace en Bronchales (Teruel) el periodista de presna, radio y televisión, así como guionista y director de cine, Clemente Pamplona Blasco, director de Farmacia de Guardia, fallecido en El Puerto en 2001, padre y abuelo de las actrices Amparo y Laura Pamplona.

LA FAMILIA.

En este contexto histórico nació Antonio, el mayor de tres hermanos, junto a Juan y Manuel, fruto del matrimonio entre Carmen Máiquez López y Manuel Femenía García. Su padre era tonelero y cuentan que vivió algún tiempo en Chiclana, pero su memoria se perdía porque era muy pequeño. Al ser de una familia de condición humilde, estuvo muy poco tiempo en la escuela, pero le quedó de ella un profundo amor por la lectura y el conocimiento. Entre sus aficiones favoritas figuraba la filatelia. En los años cincuenta, contrajo matrimonio con Francisca Albaiceta Núñez con la que tuvo tres hijas: María del Carmen, María José y Francisca

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Antonio Femenía y Francisca Albaiceta, en septiembre de 1950, en la fotografía oficial de la boda. /Foto: Paco.

PRISIONERO DE GUERRA.

Cuando no había cumplido los dieciocho años, fue movilizado por el denominado bando ‘nacional’ y enviado al frente. Allí coincidió con su paisano y amigo Manolo

Gallardo, siendo hecho prisionero. Contaban ambos amigos sus batallitas y entre la más sobresaliente estaba la fuga del campo de prisionero. Ambos, heridos, llegaron hasta Francia donde una enfermera, según contaban, guapísima, les curó las heridas hasta que la policía gala, una vez recuperados, los envió a España a la zona ‘nacional’ donde estuvieron hasta el final de la guerra.

EL MUNDO DEL TRABAJO.

A su regreso a El Puerto, ejerció varios oficios, --era una persona muy laboriosa—ejerciendo el pluriempleo. Fue cobrador de los recibos de la compañía de electricidad y de Seguros Santa Lucia cuando se pagaban en el domicilio de los asegurados. Ayudó a su amigo Luis, sirviendo copas en el Bar Playa "Rempujo", (ver nótula núm. 1.610 en GdP) y consiguió una plaza de auxiliar de archivo en el Ayuntamiento donde trabajó hasta su jubilación en 1982.

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Antonio Femenía en la antigua Biblioteca Municipal, sita en Plaza de Isaac Peral el 15.01.1950 con el Jefe del Servicio Luis Fernández Sanz Méndez y un investigador desconocido. /Foto de Emilio Rasero

Antonio, por aquel entonces, era muy conocido en la ciudad, especialmente por los usuarios que visitaban la biblioteca porque era el encargado del Servicio de Préstamos de la Biblioteca Pública y de la Sala de Lectura. Siempre tuvo palabras de elogio para su jefe, Luis Fernández, el bibliotecario titular al que, según contaba, fue para él, un verdadero maestro.

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José Antonio Femenía Máiquez en la Antigua Biblioteca Municipal, sita en Plaza de Isaac Peral el 23.06.1972 con el investigador Juan de la Lastra Terry y Ana María Fernandez Sánz, funcionaria Municipal. /Foto Rafa.

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Acceso a la Biblioteca Pública, en la planta superior de la entrada lateral al Ayuntamiento, en cuya planta baja se encontraba la Policía Nacional. /Foto: Archivo Municipal.

Además de la biblioteca, también atendía el Archivo Municipal, lo que le despertó un gran interés por la historia colaborando con Hipólito Sancho de Sopranis (ver nótula núm. 780 en GdP), Juan de la Lastra y Terry, el profesor Manuel Martinez Alfonso (ver nótula núm. 1.051 en GdP) y con todos los estudiosos e investigadores que acudían al Archivo en busca de información.

CORRESPONSAL DE DIARIO DE CÁDIZ.

Como el salario de funcionario era bastante corto, se vio obligado a buscarse la vida con otros oficios. Así le llegó la propuesta de Diario de Cádiz para ejercer la corresponsalía en nuestra Ciudad, que aceptó ejerciéndola entre finales de los sesenta y el año 1.986 cuando sufrió un ictus que lo dejó incapacitado hasta que falleció el uno de septiembre de 1.990.

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Antonio Femenía con su inseparable amigo y compañero en Diario de Cádiz, el fotógrafo Rafa, y su cuñado Antonio Reyes Castañeda, patrón de pesca, durante una celebración familiar.

De su etapa como corresponsal hay un abundante testimonio en la hemeroteca de Diario de Cádiz. En su época de periodista, siempre se veía junto a su compañero y amigo, Rafael Pérez González, ‘Rafa’ el fotógrafo (ver nótula núm. 1.781 en GdP), recogiendo todos los acontecimientos de la vida local. Diariamente mandaba sus crónicas escritas en el último Vapor de la tarde, siendo el conocido Pepe Fernández Sanjuan, Pepe ‘el del Vapor’ (ver nótula núm. 1.026 en GdP), su mejor colaborador

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Con Rafael Morro Velázquez, entonces corresponsal de Radio Jerez en El Puerto, en las instalaciones del Club El Buzo el 27 de noviembre de 1970. /Foto: Rafa..

Las noticias de última hora también circulaban por medio del teléfono. Diario de Cádiz ubicado entonces en la gaditana calle Ceballos, era una empresa familiar dirigida por Emilio de la Cruz Hermosilla, Augusto Delkader o Luis Alberto Balbontín (ver nótula num. 096 Gente de Cádiz) como redactor jefe. También estaban otros periodistas como Higinio Sainz, Enrique Márquez, Paco Perea, Pérez Sauci y el porteño Agustín Merello del Cuvillo (ver nótula núm. 262 GdP). Otros colaboradores de El Puerto que mandaban sus artículos eran Luis Suárez Ávila (ver nótula núm. 128 GdP), Alfredo Botello Reyes (ver nótula núm. 1.170 GdP), Juan Ignacio Varela Gilabert (ver nótula núm. 1.047 en GdP) y otras plumas ilustres del ámbito local.

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En la imagen, entrevistando a Antonio Álvarez Herrera, el día de su toma de posesión como alcalde de El Puerto, el 19 de abril de 1979/ Foto: Rafa.

Femenía no sólo ejercía la labor informativa, era un hombre multidisciplinar, sino que también tuvo a su cargo la recepción de esquelas y diversas publicaciones publicitarias, directamente o mediante agencias..

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Recibiendo una placa de agradecimiento de las peñas flamencas, por la difusión dada a este mundo en Diario de Cádiz. De izquierda a derecha Pepe Arjona, Femenía, José Matiola 'El Mono', presidente de la Peña Flamenca 'El Chumi' y el guardia Torrriguera, el 16 de abril de 1983. /Foto: Rafa.

AMIGOS.

Muy amigo del pintor Juan Lara izquierdo, con quien pasaba algunos fines de semana en la casa que el pintor de la luz tenía en Benamahoma. Por mediación del portuense Enrique Galán, a la sazón director de la Banda Municipal de la vecina Villa de Rota, ayudó a organizar el Archivo Municipal de dicha población limítrofe con la nuestra. Era un todo terreno, hombre abierto, fiel y leal.

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Este epitafio se lo escribió Pedro Muñoz Seca al matrimonio que tenia la portería donde él vivió y que murieron con muy pocos días de diferencia:

Fue tan grande su bondad,
tal su laboriosidad
y la virtud de los dos,
que están con seguridad
en el Cielo, Junto a Dios.

El Obispo de la diócesis de Madrid que tenia que dar su consentimiento lo rechazó con el argumento de que Muñoz Seca no era nadie para asegurar que los porteros estaban en el Cielo, y junto a Dios. Muñoz Seca escribió otro:

Fueron muy juntos los dos,
el uno del otro en pos
donde va siempre el que muere...
Pero no están junto a Dios,
porque el Obispo no quiere.

El Obispo envió una carta a Don Pedro en la que decía "Ni yo, ni ningún otro representante de la Santa Iglesia, intervinimos para nada en el destino de los difuntos, por tratarse de un misterio inescrutable que ni usted, a pesar de su buena voluntad, ni nosotros estamos capacitados para aclarar", y Muñoz Seca escribió el siguiente epitafio:

Flotando sus almas van
por el éter, débilmente,
sin saber qué es lo que harán,
porque desgraciadamente
ni Dios sabe dónde están.

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Estos días pasados le han ‘lavado la cara’ parcialmente a la fachada de la Casa de la Munición, el singular edificio que divide la Ribera del Río de la del Marisco y que es el escaparate de entrada por Pozos Dulces al casco histórico. Pero yo, que ando frecuentemente por ahí y sabiendo que las estructuras interiores del edificio están mal, por si acaso, paso por la acera de enfrente, porque este histórico inmueble –como tantos otros- necesita más que un chapú, que sólo enmascara su lamentable estado.

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Frente a esta casa, por la Ribera del Río, nació Luis del Pino Robles, conocido como Luis 'el de los huevos' (ver nótula núm. 203 en Gente del Puerto).

La Casa de la Munición o de la Provisión se construyó en 1781 –dos años después de levantarse enfrente el puente de barcas de San Alejandro- para servir de almacén de víveres para las tropas acantonadas en la ciudad, en los cuarteles de la plaza del Polvorista y en el del Alamillo, junto a la Plaza de Toros. Para su uso exclusivo, pero se conoce que al año siguiente, en 1782 y a petición de Juan Pérez de Mena, arrendador de las rentas de los arbitrios municipales, se formó un auto contra Tomás de Goyechea, administrador de la Provisión, para “que no consienta que por el muelle al pie de la casa de la Provisión embarque o desembarque géneros de dueños particulares, pues la ciudad tiene para ello el muelle de madera y surtidas bajas [en la plaza de la Pescadería y aledaños], ya que éste es sólo para la provisión”; hecho que ocultaba, como venía siendo habitual, la ‘picaresca’ de evitar el pago de los aranceles fijados sobre los géneros y productos embarcados y desembarcados en el río.

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Se levantó el inmueble militar junto a una pequeña ensenada que la corriente del río formó de antiguo, orillada en los portales de la ribera, los que, según escribió en 1764 Anselmo J. Ruiz de Cortázar “sirven de no menor utilidad que hermosura los portales que se registran inmediatos a la orilla del río a cuyo amparo trabajan los calafates en la carena de las embarcaciones y pescadores en el aderezo de sus redes.” Lugar donde existió, frente a la calle Chanca, el humilladero conocido como Cruz de los Calafates, sufragado por el gremio de los carpinteros de ribera que de siglos atrás aquí habitaban y trabajaban.

federeicorubiogali___puertosantamariaY para el particular uso de los militares se levantó el referido muelle, de madera sobre pilotes, el que al paso de los años Federico Rubio (1827-1902) mencionó en sus Memorias recordando una travesura que de niño vivió en el río, en 1840, que a punto estuvo de costarle la vida. De su testimonio extraigo estos fragmentos: “El lugar de mi partida fue como a mitad de la distancia que media entre el puente [el de barcas] y un almacén que hay a la derecha, construido sobre pilotes, y que tiene a modo de un muellecito, que el río cubre en las crecientes y lame en las menguantes.

Cuando dueño de mí quise ganar el trecho perdido, hallábame como a dos cuerpos de edificio más allá del almacén. Tomar la orilla fangosa en el punto más próximo y seguir por ella a pie hasta el lugar de mis vestidos, era imposible; adelantar a nado, más imposible aún. […]

Lacerado cual se puede suponer, casi exhausto, llegué al punto donde, sobresaliendo el muelle del almacén, vi cortada mi carrera de caimán o de hipopótamo. Era preciso volver a convertirse en pez. Empresa vana: el cansancio extremado, el río veloz en opuesto sentido, hacíanme retroceder lo avanzado con tan penoso arrastre. Tenté a ver si agarrándome a las junturas de los cantos de la construcción podía pasar; y ¡oh, ventura!, casi a nivel de agua toqué, una magnífica hilera de estacas o defensa de pilotes que corrían por todo lo largo de la pared [estacada que se recompuso en 1854]. Ganada ya la última estaca, volví a nadar sobre la orilla; y fuese porque el estribo del puente cortase la fuerza de las aguas, fuese por haber terminado la bajamar, vi que adelantaba regularmente y sin obstáculos que vencer.”

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La fachada de la casa que da a la Ribera del Marisco, en 2012, el año del Bicentenario de las Cortes de Cádiz.

La ensenada del muelle de la Munición subsistió hasta que en 1873 comenzó a cegarse para construir una muralla de encauzamiento del río entre el puente colgante de San Alejandro y la plaza de la Herrería (138 años después de la que se levantó –en 1735- desde las Galeras a la Herrería).

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En este espacio inmediato a la Munición, cuando el río no estaba canalizado, sus aguas, durante las crecidas, golpeaban las fachadas de las viviendas situadas en primera línea. Así, en 1622, los franciscanos descalzos del convento de San Antonio de Padua, ubicado hacía dos años en la esquina de la calle Sardinería (hoy Javier de Burgos), decidieron trasladarlo de lugar (a la hoy plaza Peral), entre otros motivos y según alegaron, “por tener de la una parte el río de Guadalete que llega hasta las paredes de la dicha casa cuando crece el agua”.

Pero los trabajos de la nueva muralla comenzada en 1873 –por eso de que las cosas de palacio siempre fueron despacio y las del ayuntamiento más lento-, desde su inicio estuvieron cuajados de problemas técnicos, financieros y burocráticos, fueron paralizados en varias ocasiones y repetidamente motivaron la crispación en la ciudad, no culminándose las obras hasta fines de 1884, once años después de iniciarse.

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Con todo, el resultado dejó mucho que desear, por lo que de inmediato fue preciso acometer nuevas obras –conocidas en la época como ‘la Canalización’- que se prolongaron hasta 1895 (otros once años más), cuando el entorno del muelle y de la Casa de la Munición quedó definitivamente habilitado con la fundación del Parque Calderón. / Texto: Enrique Pérez Fernández. /Fotos: C.M.P.H.

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