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 La llegada de la primavera, sin duda trae aires de feria,  ya se adivina la alegría y el regocijo  en los semblantes y es que no puede haber una estación más bonita, que esta. No sé que pensaran, pero merece la pena dar un paseo y  dejarnos embriagar por el olor a azahar de los naranjos en flor  y  con la explosión de color y belleza  que se nos da gratuita, con solo echar una mirada a  esos balcones  floridos con la delicadeza y colorido de esos geranios  tan variados y tan hermosos.

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Una vista aérea de la Feria en Crevillet.

Y como no hacerlo con nuestros patios, si cada año los  engalanan como a   mocitos,  en busca de sus damiselas. No se puede  ser más generoso que estos propietarios e inquilinos, pues  por unos días,  no solo nos deleitan la vista también nos dan vida  y  añoranzas de lo que fuimos y vivimos, en esas casas de vecindad, en la que  era cotidiano reunirse  en el patio para  labores, como: coser, bordar y en muchos casos enjaretar el ajuar de alguna mocita casadera. Eran mucho más que amigos, yo diría que eran una gran familia, de puertas abiertas y afectos la mayoría de  las veces inquebrantables. Ven como sí son generosos, pues nos demuestran que precisamente la calidad de vida, puede estar simplemente, en sacar una silla al patio  al calor de una taza de café y la buena conversación y  compañía de los vecinos.

PRE FERIA.
En los años 60-70 los días previos a la Feria,  nuestras calles, especialmente La Placilla, era un hervidero de gente de lo más variopinta. Los comerciantes esporádicos, montaban sus tenderetes, y cierto era que podíamos encontrar casi de todo, desde los vendedores de turrón pregonando  reiteradamente   sus ofertas, se acuerdan verdad, no solo te daban un lote, terminabas  prácticamente, pagando uno, y llevándote dos, pero eso sí, de elegir nada de nada, y como decimos por aquí… se dejaban comer.

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LOS TRILEROS.
Ciertamente, había  otro gremio, pero no sé cómo calificarlos, en mi ánimo no está molestar a nadie, pero desde luego, lo que es, es. Me explico, había unos personajes, que con una mesa pequeña, montaban su tinglado. Ponían sobre ella, tres vasos, y con una habilidad más que ensayada, hacían creer que se podía lograr acertar  debajo de que vaso se escondía la piedra, carta etc. Claro, que al principio, todos miraban entusiasmados, pero sin  atreverse a jugar, o apostar. Estos tenían sus ganchos,  y hacían creer a los pobres incautos, que si ellos podían ganarle al  Trilero, --o como quiera que se llamen--, cómo no iban a poder hacerlo  los demás.  Craso error, pues manejaban los vasos, con gran habilidad, y claramente quienes apostaban salían perdiendo, pues no acertaban donde estaba la moneda, carta etc. Había una especie de mesita con una rueda, pero era más de lo mismo. Estos virtuosos  no sé, si  del timo y del disimulo, se hacían los  panolis, pero …. sí, sí. En fin,  los pícaros de siempre.

algodondulceTROVEROS.
También estaban  los Trovadores --troveros-- en definitiva, contadores de historias. Estos iban de feria en feria  dándonos   una versión ‘fidedigna’ de las diferentes batallas, ganadas por nuestros   héroes de guerra. Era increíble, oírles   como escenificaban cada parte del grabado, haciéndonos participes de la  gran valentía y heroicidad  de personajes como  nuestro Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid. Que arte, por Dios!

Supongo, que se acordaran, de los compradores de  colchones de lanas,  por cierto, mira que era agradable dormir en ellos,  sobre todo en invierno, siempre que no se hubiera formado un tolondrón  pues en ese caso nos  tocaba pasar la noche abriendo la lana, y  una de dos  o terminábamos con ellos y cogiendo postura  o amanecíamos hasta el gorro de los dichosos tolondrones.

AMBULANTES MIL.
En estas fechas aparecían: Tapiceros,  Vendedores, de algodón dulce, de flores cortadas, mayormente claveles, para adornarnos el pelo,  vendedores de accesorios como: zarcillos, collares, pulseras, mantoncillos etc. Lo malo era los temidos  Afiladores, estos, mal que me pese, parecíame, que anunciaban Levante y eso tenía su mijíta de guasa, porque la ventolera nos ponía, a unos más que a otros, un poco tocados y no digamos como dejaba al Feria, sin farolillos y casi sin bombillas. No, no se me  olvidan, los que hacían actuar a las pobres cabras, con esos órganos a todo volumen. No, es broma,  también tenían su público  y su mérito. Lo más agradable sin duda,  el sonido del organillo, pues no había  estridencias, si no música cadenciosa y alegre. Los chiquillos nos quedamos embobados, oyéndolos tocar, desde un Chotis, a una Zarzuela.

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De izquierda a derecha, José Luis Péculo Utrera, ‘Tio Luis’, Emilia Péculo Vichera, Concepción Herrera Péculo, Magdalena Péculo Utrera, Federico Herrera Síñigo. Delante: José Luis Herrera Péculo, Antonio Herrera Péculo. Detrás, mirando al objetivo, Enrique Marroquín Sánchez y Sebastián Marroquin Gómez. 29 de abril de 1952.

GIGANTES Y CABEZUDOS.

No sé si estoy equivocada, pero creo recordar,  que de alguna manera, la Feria empezaba  en la Plaza de la Iglesia,  con un pasa calles de Gigantes y Cabezudos. A mi daban un miedo, considerable, sobre todo cuando se acercaban demasiado, pero me escondía como buenamente podía.

LA FERIA DE GANADO.
Por fin, llegado el medio día, ya estaban las tarteras de aluminio preparadas con las tortillas, filetes empanados, pimientos fritos, y algún que otro fiambre para la merienda. Solo quedaba ponernos guapas, con nuestros  preciosos vestidos de gitanas. Mi cariñosa vecina Loli  nos pintaba los rabillos de los ojos, algún que otro lunar y por supuesto los labios. Al parecer, era típico.  Lo malo eran los zapatos de tacones, porque aunque lleváramos días  haciéndonos a ellos,  dolían los condenados. Mientras esperábamos impacientes el momento de arrancar, nos poníamos a dar vueltas, porque nos encantaba ver los volantes al aire, y  caer al suelo de bruces con el vestido rodeándonos.

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La familia Moreno Naval en la Feria de Ganado de 1958. En el pescante, Rafael Moreno Porto, 'el Lengue'.

¡Por fin  nos vamos  para la Feria! Todos  íbamos con la ilusión a flor de piel, lo primero era subirnos al coche de caballos, los  machotes en el pescante,  las mayorcitas  en la parte de atrás, luciendo los volantes del vestido y teniendo cuidado  de que no se lo comiera el  caballo detrás nuestro. Los pequeños sentados en  las faldas de los mayores, no importaba, el caso era llegar.

LAS ATRACCIONES.
Y  llegamos, despacio pero enteros, pobre caballo. En esos momentos  a los niños nos entraban las prisas, por ver las atracciones, pero no había mucho donde elegir, estaban: el carro de las patás, en dos versiones, uno para los más pequeños y el  de los mayores. Siempre salíamos lastimados, porque aunque fuéramos chicos, brutos  hay a todas las edades.

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Unos vetustos coches de choque.

Los coches de  choques, eran de hierro y  tenían un circuito, no como en la actualidad. En  esos años de finales de los sesenta, no tengo claro si estaban  el carrusel de los Caballitos y la Ola, pero si en la velada de la Victoria. Lo que si se podía ver era la venta de ganado, pero era demasiado pequeña para apreciarlo

EL ALMUERZO.
Llegada la hora del almuerzo, cada familia cogía su trocito de parcela,  extendían el mantel y todos alrededor de él a dar buena cuenta de las viandas. Aquello sí que era una bonita romería. Los vecinos de parcela --cachito de tierra-- por lo general, te ofrecían,  ustedes gustan  un vasito de vino a los adultos,  o agua fresquita del búcaro. Nosotros llevábamos cantimploras pero cuando  se acababa, sin remisión  había que llamar al  Aguador.

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Las familias Pantoja y Gilabert, en una caseta de la Feria. Vemos como se anuncian los vinos de Bodegas Caballero.

LAS CASETAS.
Lo que no consigo es  acordarme con nitidez  de las casetas, pero sé que haberlas las hubo,  aunque, mucho más sencillas que las actuales  y  a sones de sevillanas corraleras,  nos pegábamos  más de un baile. ¿Quien no se va a acordar de los Hermanos Toronjo y los Hermanos Reyes entre otros? También había una especie de mostradores en los que servía el vino,  pero   está claro, que a esas edades, solo bebíamos  Quina Santa Catalina y en la Feria no era plan.  No, no se me olvida, la imagen de Pepe el Escocés --ni idea de cuál era su verdadero nombre-- por aquellos años,  al ser yo tan pequeña,  le veía tan larguirucho que  su figura resaltaba  como un Guión de Semana Santa, y  no hablemos de su  típica falda de cuadros, pues primero me asombró, y luego alguna que otra risita. Claro que ya a fuerza de verlo año tras años, y ver lo afable  y espontáneo que era, parecía que la Feria era más Feria, si estaba Pepe el escocés.  ¡Todo un gentleman!

Llegada la tarde, después de haber disfrutado de lo lindo, de ese primer día de feria y de convivencia al aire libre, la consabida foto en el caballito, nuestro trocito de coco y de calabaza escarchada y para casa, que después de lo bregado, caímos como angelitos.

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LA VELADA EN LA VICTORIA.
La Velada, no podía estar en una ubicación más bonita,  no exagero al decir, que  todo en  este parque  era armonioso, estético, evocador  y encantador.   Para los niños, era ilusionante, poder percibir el  bonito alumbrado,  el sonido algo mareante  de las tómbolas, los cacharritos,  la  música  de la Banda Municipal,  el Circo y sobre todo y por encima de  todo  la alegría. ¿Se acuerdan de los espejos, en los que te veías larguirucha, o  bien oronda?  ¿Y… el laberinto de cristales y  el tren de los escobazos? A que sí, ya lo sabía.

Ya en los 70 era otra historia, hasta los vestidos en esta época cambiaron  su  estética, pues aunque se seguían llevando, los lunares y los  vestidos cortos  Lolita Olmedo fue innovadora trayendo  trajes  largos en estampado. Lo que no recuerdo es, si en esos momentos tenia la tienda en la calle Luna, más o menos frente a Tejidos Ángeles --Pepe el de Badajoz-- o en la calle San Bartolomé, junto a la Giralda. ¿Se imaginan las veces que  pase por el escaparate a verlos?  Sí muchas, hasta que  por fin lo tuve en mi armario. Mi hermana y yo estábamos  muy monas.

Si, fueron años duros y de pocos hallares, pero de respeto y  civismo. Si el cansancio  o la falta de medios, no les permitía a nuestros padres   llevarnos a la feria, en el infantil, podíamos ver películas cómo: Poliana Los hijos del capitán Grant, Tu a Boston y yo a California, no era lo mismo pero….que le íbamos a hacer. /Texto: María Jesús Vela Durán.

Una imagen del equipo de fútbol Casamata que participaron en la película ‘Los Económicamente Débiles’, el año 1960, dirigida por Pedro Lazaga y en los papeles principales con Laura Valenzuela y Tony Leblanc..

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Los jugadores en la fila superior, Pepe Martín Murga, Conejo, Manolín primo de Crespo, José Cairón García hijo de Pedro Ventura, Domingo Monge, José Rodríguez Barcia. Agachados, Juan Ramírez Díaz, Paco Soto, desconocido apodado ‘la Vieja’, Juan ‘Piquito’ quien trabajó junto a su hermano Miguel en la pollería Jiménez y Juan Martín Murga. Año 1960.

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Díptico promocional de la película 'Los Economícamente Débiles'.

Dirigida por Pedro Lazaga, actuaron además Antonio Ozores, José Luis López Vázquez, Venancio Muro, Mayrata O’Wisiedo y Jesús Puente. La sinopsis habla del Casamata Fútbol Club, un equipo que militaba en la Segunda División Regional, un club modesto pero con aspiraciones.

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PERC0 | Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz [*]

Pedro de Medina, arquitecto español del siglo XVIII que realizó su labor profesional en Cuba, es el que queremos dar a conocer a los seguidores de GdP en nuestra colaboración de hoy, disipando las dudas, o mejor dicho, aclarando y puntualizando la extendida y generalizada opinión reflejada en gran parte de la bibliografía consultada en la que se le cita como “arquitecto gaditano”.  Pedro de Medina y Galindo nació el 2 de febrero de 1738, en El Puerto de Santa María, y ese mismo día recibió el agua bautismal en la iglesia Mayor Prioral de manos del cura de la misma don Carlos Ángel Natera que le impuso los nombres de Pedro, Francisco, Joseph. Era hijo de Juan de Medina y de Catalina Galindo, vecinos de El Puerto en esa fecha y anteriormente de la cercana ciudad de Jerez, en cuya parroquia del Salvador habían contraído matrimonio.  Fue su padrino Pedro Joseph Romero y el acta que certifica el Sacramento está inserta en el folio 143 vuelto del Libro de Bautismos del año de 1738 de dicha   iglesia parroquial.

...continúa leyendo "2.107. PEDRO DE MEDINA Y GALINDO. Arquitecto portuense. Figura destacada del barroco colonial cubano."

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barberia_laplacilla_1_puertosantamariaQuiero suponer que aún hay personas que aún la recuerdan esta barbería en La Placilla, regentada por Manolo Cordones Serpa ‘Barberito’. Estaba entre la Zapatería Ortiz, y la pescadería de Manolito Gutiérrez ‘el Cochino’ (ver nótula núm. 284 en Gente del Puerto). Actualmente es una tienda de artículos de peluquería. Parecería que no podía ser de otra manera.

No puedo por menos que esbozar una sonrisa al acordarme de aquella Barbería, porque todos los trabajadores y sus dueños fueron siempre encantadores. Más de una vez, siendo una cría me asomé a ver  como  acicalaban a la clientela. Y más de una vez pensé al verlos manejar las navajas que alguno perdía la oreja, pero que va:  eran todos my buenos profesionales. /En la imagen de la izquierda, Juan Lojo Barea 'Lele', Lolete, Felipe Romo y Sevillita.

Con quienes más trato tuve fue con los hermanos José y Manolo Rodríguez  Barcia, ‘los Sevillita’, apodo heredado del segundo apellido de  su bisabuelo.  Ellos eran los empleados más jóvenes  y además, Joselito permaneció  en la barbería hasta el cierre. Su dueño fue Manolo Cordones Serpa ‘Barberito’.

manolocordones_festival_puertosantamariaAlgo más que aficionado a los toros, porque tengo entendido que  aunque nunca hizo el paseíllo vestido de luces, si figuró en algún festival tal como lo acredita, Manuel Martínez Alfonso (ver nótula núm. 1.051 en Gente del Puerto) en su libro Plaza Real. /En la imagen de la izquierda, cartel del Festival Taurino del 25 de diciembre de 1944, donde actuaron Francisco Guilloto 'Orteguita' y Francisco Paradela del Pino, con los sobresalientes Manuel Cordones 'Barberito' y Manuel Bermudez, 'Anzonini'.

EMILIO BOOTELLO.
Se dio el caso que Emilio Bootello, Jefe de Estación, acostumbraba a frecuentar la barbería  junto a la Posada de la Fruta, sita en la calle del Ganado, frente al Bar Rueda. tienda de bebidas felizmente reabierta. Manolo Cordones, a la sazón uno de los  empleados de esta barbería que seguramente atendió eficazmente,  más de una vez a Bootello, por lo que éste le  ofreció montarle una barbería en La Placilla, a cambio de un alquiler razonable. Los dos eran hombres de bien y de palabra, por lo que la cosa llegó a buen puerto. La barbería si mis datos son ciertos, se puso a nombre de: Milagros Bootello Tardío, hija del anterior y abrió sus puertas al público en los primeros años de la década de los cincuenta del siglo pasado. Estaba bien equipada y contaba con unos sillones tipo americanos, que   a los niños nos encantaban. Y es que para que perdiéramos el miedo, nos invitaban a  algún caramelo y a  dar una vueltecita en el sillón, y así se ganaban nuestra confianza,  para que estuviéramos quietos a la hora del corte de pelo. Recuerdo como a los más pequeños nos ponían una banqueta encima del sillón, y  el peinador para que no nos entrara pelo. Manolo Cordones Serpa era muy buena persona y  un jefe estupendo para sus empleados, al igual que Manuela su mujer. Con su hija la menor, Loli tuve mayor trato.

JOSÉ FEU GONZÁLEZ.
Su primer empleado fue Pepín. Lo recuerdo perfectamente, porque además fue buen amigo de mi padre, pero quizás tenga más recuerdos de él, en su barbería de la calle Nevería, frente al Bar la Liga. Otro de los empleados fue José Feu González. Un hombre  rubio y apuesto,  que vino al Puerto, procedente de Ronda en 1958. En seguida se colocó en la barbería y es algo que siempre le agradecerá  a Manolo Cordones, al que considera una de las mejores personas que ha pasado por su vida. Cosa, que dice mucho de él, pues como no podía ser de otra manera, a jefe bueno, empleados igual de buenos. Ambos dos, compaginaban su labor, en la barbería de la Placilla y  en  la Base de Rota.

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José Feu González, los hermanos Pérez y Antonio Collantes, el niño con la camisa blanca que empezó su oficio en la barbería.

José, aun hoy se sigue acordando de su gente de La Placilla, por las que guarda un sincero cariño. Así, recuerda con afecto a Agustín Vela (ver nótula núm. 326 en Gente del Puerto) y Carmela Durán (ver nótula núm. 1.536 en Gente del Puerto), Ángel y Maximino Sordo (ver nótula núm. 1.884 en Gente del Puerto), Luís Jurado, de la taberna de La Liebre; Enrique-, del Refino de los Muertos (ver nótula núm. 150 en Gente del Puerto); Manolito ‘el Cochino’, Enrique Gago, --por aquel tiempo pescadero-- (ver nótula núm. 585 en Gente del Puerto);  Juan, de las Tres BBB, y tantas  y tantas personas que desgraciadamente ya nos dejaron y sin dudas ellos y el resto de comerciantes eran la alegría de La Placilla.

JUAN LOJO BAREA, ‘LELE’.
Después de la salida de José Feu, entró en la plantilla Juan Lojo Barea ‘Lele’. Había estado trabajando en  Alemania, y a su regreso se incorporó a las órdenes de Manolo Cordones. Gran aficionado a la música y sobre todo a Doña Concha Piquer.  Había traído de Alemania un magnetófono,  y una noche se disponía tranquilamente  a  grabar  a su ídolo, cuando  de pronto su reloj  de péndulo empezó a sonar... No se había dado cuenta de que eran las doce de la noche, y que él  reloj  daba inclemente  y puntual, la hora. Otra de sus aficiones eran las radio novelas. Por aquellos años las sobremesas estaban distraídas, con  novelas como: Ama Rosa y otras. No, no era solo cosas de mujeres, aunque es cierto  que muchas se reunían a esa hora para hacer labores y sobre todo para hacer las mayas de Terry. Algunos hombres también las oían mientras desempeñaban sus trabajos.  No todo iba a ser fútbol, o toros o boxeo.

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Juan Lojo Barea 'el Lele', Antonio Vela Durán, Manuel Mata Domínguez y Listones.

Lele tenía  una gracia innata y buena mano izquierda con los niños, porque a todos nos encantaba que nos diera vueltas en esos asientos giratorios que usaban en la barbería y nunca un mal gesto ni regaño. Se ve, que mi nombre de pila no debió de gustarle porque de un día para otro comenzó a llamarme: Marusela- Maruzella-. Según él, yo me parecía a cierta actriz o cantante de ese nombre  y demás era el título una canción de Renato Carosone  y  se escuchaba en esa época en  la radio. Desde entonces,  jamás me  volvieron a llamar por mi nombre, ni aún hoy.

LOS HERMANOS JOSÉ Y MANUEL R. BARCIA.
Con  los que realmente  tuve una buena  amistad, prolongada a través  de los años, fue con los hermanos José y Manolo Rodríguez Barcia, ‘los Sevillita’. Entró en la empresa como oficial  en 1959-60 con apenas dieciséis años. Tenía carácter, pero era muy noble y cariñoso.  Más de una vez, recurrimos para que nos arreglara algún desaguisado, en nuestros juguetes, para que nos dijera, en que fecha estábamos, o  que películas estaban  en cartel e incluso el numero  de los ciegos. Un hombre todo terreno con mucho arte y mucha humanidad.

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Juan Lojo Barea 'el Lele', 'Vivi' el electricista (por confirmar), José Rodríguez Barcia 'Sevillita', niño desconocido.

Manolo era un chaval de lo más servicial y  amable. Tendría que pensar mucho, para acordarme de verlo con el ceño fruncido o de mal humor. Por el contrario,  yo diría que su eterna sonrisa y su  buen carácter, le han granjeado la simpatía y el cariño de cuanto le hemos conocido y tratado. Aquel verano de 1962 y con solo doce años, ingresó como aprendiz, a las órdenes de  Manolo Cordones.  Como era muy espabilado, en poco tiempo se hizo un gran profesional. Era increíble verle manejar la navaja  a la hora de rasurarles la barba a los clientes, siendo apenas un chiquillo. Y no menos asombroso, la rapidez que tanto su hermano José, como él mismo imprimían a las tijeras al  cortar el pelo. Muchos chavales de su generación y anteriores, apenas pudieron ir a la escuela, por necesidades de las familias, pero el poder tener un oficio era la mejor de las garantías  en aquellos difíciles tiempos.

En 1966,  llamaron afilas a Joselito  el hermano de Manolo.. Como fue destinado en  La Almoraima, en el Campo de Gibraltar, ello y le permitía incorporarse al trabajo los fines de semana, ya que las barberías no cerraban ni los domingos.

Manolito, con tan solo 16 años, tuvo que hacerse cargo de la barbería: la clientela continuo fielmente, y no los defraudó. Algunos días el dueño echaba una mano. Sobre las seis  o seis y media  llegaba a El Puerto el autobús  que traía a los trabajadores de la Base de Rota. Bien porque  hubiera quedado con algún cliente de los que siempre  acostumbraba a atender, por ejemplo a Pepe Basteiro o para comprobar que todo marchaba bien. Manolito se colocó,  durante los años 1968-70- en la barbería Vicente, en calle Chanca, para pasar después a la que había junto al Resbaladero los años 1974-77. Fue en 1978, cuando su vida pegó un giro inesperado y se colocó en la Bodega de Terry, en San José del Pino creo, como vigilante de seguridad permaneciendo en ella hasta su feliz jubilación, transcurridos  treinta y seis años.

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A las puertas de la barbería.

No  sé, si me dejo algún nombre en el tintero, quizás a Antonio Collantes, pero, mentiría si dijera que lo recuerdo con nitidez. (Ver nótula núm. 303 en Gente del Puerto) y que recuerda como era La Placilla en 1950 (ver nótula núm. 366 en Gente del Puerto). De la misma manera, sé que  Julio, cuñado de Fernando Aldana, del bar Tendido Cuatro,  también estuvo en la empresa, pero no lo recuerdo, debí ser muy pequeña.

Esta barbería, cerró definitivamente sus puertas, sobre el año 2000. Y  lo hizo a causa de la enfermedad de José Rodríguez ‘Sevillita’. .Lastimosamente le siguieron otros comercios emblemáticos de La Placilla, con lo que ésta quedó huérfana  de la presencia  y la alegría de sus comerciantes más queridos, entre los que siempre se encontraran todos los que pasaron por aquella entrañable barbería. Si, se apagaron las voces de sus pregoneros, pero nunca su entrañable recuerdo  ni el cariño que tan generosamente nos hicieron sentir. /Texto: María Jesús Vela Durán.

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El Teatro Principal realizó esta curiosa campaña de publicidad para anunciar que, hace 62 años, el 10 de mayo de 1952 se estrenaba en El Puerto ‘Lo que el viento se llevó, --una de las películas mas famosas de la historia del Cine--, a los 12 años de su rodaje, en 1939.

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Basada en la película del mismo título de Margaret Mitchell, el rodaje que duró 125 días, supuso cambios importantes en la técnica cinematográfica. El afiche que ilustra esta nótula fue impreso en Gráficas Andaluza, imprenta que estuvo en la calle Larga.

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Era alcalde de El Puerto Luis Caballero Noguera. Se estrenaban, además la película ‘La Niña de la Venta’, dirigida por Ramón Torrado, con familia en El Puerto y protagonizada por Lola Flores y Manolo Caracol.

cine-005613En julio se celebró en el Tiro de Pichón la tirada de Copa del Campeonato del Puerto de Santa María, con 58 escopetas. La Plaza de Toros era adjudicada hasta diciembre de 1953 al empresario Manuel Belmonte García, a razón de 50.000 pesetas mensuales. El 3 de agosto de ese año se celebra una corrida de toros con Luis Miguel Dominguín, Rafael Ortega y Antonio Ordóñez; ese día entraron en El Puerto para ver el espectáculo, según estudio encargado al efecto, 1.522 vehículos, de los cuales 1.431 fueron automóviles y 71 autobuses.

Aquel año de 1952 llegaba a El Puerto, destinado al Instituto Santo Domingo, el profesor de Geografía e Historia Enrique Bartolomé López-Somoza. Mariscos Romerijo iniciaba su andadura empresaria. Rafael Alberti publica ‘Buenos Aires en Tinta China’ y ‘Retornos de lo vivo lejano’. El pintor porteño, afincado en Sevilla, Juan Miguel Sánchez pintaba el cartel de la Feria de Primavera. Francisco Dueñas Piñero empezaba a dirigir la Banda Municipal de Música hasta el año 1982. Y desde 1952 y, hasta 1977, la Academia de Bellas Artes, Santa Cecilia organizaba la Cabalgata de los Reyes Magos. En 1952 los hermanos Merello se hacían cargo de la empresa Cacao Pico. Nacían el historiador local Javier Maldonado Rosso, Director del Centro Municipal de Patrimonio Histórico y el profesor de judo Tadeo Díaz; el notario José Ramón Salamero Sánchez-Gabriel; las políticas Rosa Díez y Esperanza Aguirre, la actriz Teresa Rabal, el cantante italiano Umberto Tozzi. Moría Eva Perón.

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La vida de Edward Hawke Locker es una de esas historias de novelas tan propia de Arturo Pérez Reverte, desconocidas por muchos, ambientada en la Bahía de Cádiz y el Cádiz constitucional de 1812 y en la que confluye el romanticismo, lo militar y lo artístico.

España se convierte, con el siglo XIX, en uno de los lugares predilectos de los viajeros europeos. El país, había quedado excluida de los itinerarios del Gran Tour que solían hacer los jóvenes aristócratas ingleses para completar su formación pero la Guerra de la Independencia comenzaría a despertarse el interés hacia lo español. Es así como un militar inglés, aliado con las fuerzas militares españolas contra la invasión napoleónica, se dedica durante su instancia en tierras gaditanas además de al arte de la guerra; al ejercicio de la curiosidad viajera.

viewsofspain_puertosantamariaEdward Hawke Locker era militar pero también poseía el gusto por la pintura y el arte, como así quedaría reflejado en su libro Views in Spain (1824), donde da cuenta gráfica y literaria de los recorridos que realizó en 1811 y 1813, al tiempo que cumplía su misión de entregar a Wellington, ciertos mensajes confidenciales.

EL LEVANTE o SOLANO WIND.
En su descripción de Cádiz habla de dos gran inconvenientes existentes en la ciudad, uno de ellos muy llamativo por su explicación: para Locker la salinidad de los pozos de la ciudad es una de las cuestiones a tener en cuenta ya que obliga a traer el agua desde El Puerto de Santa María.  El segundo gran inconveniente lo constituye el viento de Solano [el Levante]. Si, si tal cual… Solano wind, proveniente de la costa de África, el cual produce según palabras de Locker una alteración en la sangre de los andaluces, que los asesinatos y todo tipo de excesos son cometidos mientras prevalece, de tal manera que la gente prudente permanece dentro de las puertas de sus casas hasta que la malignidad haya pasado. Así tal cual. Nunca he leído una mejor descripción de los efectos del viento de Levante. /En la imagen de la izquierda, portada del libro Views of Spain.

edwardhawkelocke_levante_puertosantamariaA la izquierda el  fragmento de texto que hace referencia al viento de Levante.

Locker que había llegado al puerto de Cádiz en 1811, se alegra de llegar a la ciudad en ese preciso momento, en un periodo de extraordinario interés. El puerto de Cádiz era un ir y venir de provisiones, armas y correos bajo la protección de las baterías españolas y de la escuadra británica. [con otras referencias a la bahía, El Puerto de Santa María y el Fuerte de Santa Catalina].  /Texto: José Manuel Oneto.

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Quienes conocieron al Vista Alegre contaron que fue un establecimiento de reconocido prestigio dentro y fuera de El Puerto, una de las ofertas hosteleras más sólidas que una ciudad como la nuestra, abierta y volcada al turismo, ofreció a sus visitantes entre los años 40 de los siglos XIX y XX.

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En la Bajamar, frente al Hospital de San Juan de Dios, el Hotel Vista Alegre. Con una altura menos que por Micaela Aramburu, su amplia terraza ofrecía una espléndida vista del río y las marismas del Guadalete, las salinas, el pinar del Coto de la Isleta, la Sierra de San Cristóbal…. En el muelle del Vapor, los Adriano I y II.

hotelvistalegre2_puertosantamariaComo muchos portuenses recuerdan, se ubicaba en un sobrio y elegante inmueble de la calle Micaela Aramburu esquina a la de Guadalete, con la fachada posterior mirando al río, desde donde se contemplaría una hermosa panorámica que le dio nombre al local. Así lo percibió en 1840 uno de los célebres personajes que conocieron sus estancias, el escritor y viajero francés Théophile Gautier, que en su Viaje por España (1843) anotó: “Después de almorzar a toda prisa en la fonda de Vista Alegre, que merece su nombre a las mil maravillas...”. En la imagen de la izquierda, Théophile Gautier (1811-1872).

LOS BADANELLI: APOGEO Y DECADENCIA
Cuando Gautier recaló en El Puerto en septiembre de 1840, la fonda estaba recién inaugurada. Una jerezana –Manuela Vega- y luego un gaditano –Joaquín Sánchez- fueron sus primeros propietarios, desde su origen nombrada Vista Alegre. Pero no pudieron o no supieron consolidar el negocio, permaneciendo en sus manos poco tiempo, al contrario que pasaría con el tercer propietario, un italiano residente en El Puerto que adquirió el inmueble a fines de 1846: Tomás Badanelli Guidotti.

Bajo su dirección, dilatada en el tiempo, la posada conoció su primera época dorada. Ya fuera por ser un avispado hombre de negocios, o bien por suerte, fue todo un acierto hacerse cargo del establecimiento entonces, pues en el verano de 1846 el Ayuntamiento comenzó a organizar, con el fin de atraer la llegada de forasteros y hacerles más grata su estancia en la ciudad, diversos actos festivos y lúdicos durante la temporada veraniega, siendo el paseo del Vergel –que se prolongaba desde Micaela Aramburu esquina a Palacio hasta la perpendicular con la plaza de la Herrería- el principal marco donde se celebraron los festejos.

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El paseo del Vergel en su tramo de Micaela Aramburu hacia 1910. A la derecha, el Hotel Vista Alegre. Las acacias blancas se plantaron en 1870, reemplazadas por palmeras en 1914. Los bancos se instalaron en 1908. / Foto, archivo de Luis Suárez Ávila.

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Un mapa de Lombardía y Venecia de1859 como éste fue el que Baroja vio en el patio del hotel. 

Tomás Badanelli había nacido en 1797 en alguna localidad italiana que no he podido determinar. Al respecto, Pío Baroja (ver nótula núm. 1121 en Gente del Puerto), que se alojó en el Vista Alegre hacia 1910, escribió en la novela El mundo es ansí (1912): “Hemos ido a una fonda próxima a la ría, que se llama de Vista Alegre. Esta fonda debió de ser de un italiano; yo lo supongo al ver las paredes llenas de litografías y de grabados con vistas de Italia; probablemente el dueño era algún lombardo o veneciano, porque hay en el patio el plano del reino lombardo-véneto hecho el año 1859.

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Pío Baroja asomado al balcón de su casona ‘Itzea’, en Vera de Bidasoa (Navarra).

Y continuaba describiendo, en boca de uno de los personajes de la obra, el paisaje que contempló desde su habitación: “Desde el balcón de mi cuarto se ve la entrada del Guadalete. En el barro del río hay un casco viejo de un barco que están componiendo; un poco más lejos, al lado de una barraca, se ven las costillas de otro barco sostenidas por puntales. Sobre el muelle de la Ribera, unos cuantos hombres y chicos hacen cuerda con cáñamo; los hombres marchan hacia atrás con una madeja de estopa a la cintura y los chicos dan vuelta, mientras tanto, a una manivela que retuerce la maroma. Cerca, a la izquierda, hay junto al río una antigua fuente, pintada de rojo, que se llama la Galera. [...]

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La Ribera que conoció Baroja, junto a la plaza de la Pescadería.

Antes de acostarme he estado un momento en el balcón. La noche estaba tibia, la marea alta, la ría brillaba bajo el cielo lleno de nubes plateadas, iluminadas por la luna, las barcas se levantaban en la ribera y, enfrente, en la otra orilla, sobre una lengua de tierra, se destacaba en el cielo el perfil de unos pinos.

Y en su biografía novelada Juan Van Halen, el oficial aventurero (1933), Baroja añadía nuevas impresiones del local que conoció y de su antiguo propietario: “Luego fui al Puerto de Santa María y paré en el hotel Vista Alegre. El hotel, ya viejo, descuidado, con cierto aire extranjero, tenía gracia. En las paredes de los pasillos colgaban cuadros, estampas con vistas y escenas de los Alpes y un mapa del reino lombardo-véneto. El hotel, según se decía, había sido fundado en 1846, época de prosperidad del Puerto, por unos italianos caldereros. Por entonces daba impresión de abandono, las puertas cerraban mal, los suelos estaban alabeados, los pestillos se caían. Todo me parecía ruinoso, desolado y decadente.

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Sobre el oficio de calderero atribuido por don Pío a Tomás Badanelli, nada puedo afirmar, ni desmentir. Sus actividades profesionales en Italia las desconozco. No obstante –y no parece que sea una coincidencia- consta que en 1853 residían o trabajaban en una accesoria de la posada dos hermanos de profesión caldereros, nacidos en el municipio italiano de Maratea, Juan y Domingo Moya Blando, lo que hace pensar en un error de quienes le transmitieron los orígenes del local a Baroja.

Tomás Badanelli se había asentado en El Puerto en 1825, cuando tenía 28 años, siguiendo los pasos de su padre, Bartolomé, quien ya en 1812 regía una posada –no sé cuál- en nuestra ciudad, ejerciendo entonces de diputado del gremio de posaderos.

Tomás, ya viudo cuando se hizo cargo del Vista Alegre, vivió con sus tres hijos, Lucas, Pedro y Luisa, de segundo apellido Noli, que desde el principio trabajaron con su padre, y cuando falleció continuaron rigiendo el negocio. Al paso de unos meses de que Tomás abriera el establecimiento, de Italia llegó su hermano Bernardo para trabajar con él.

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Imagen de 1889. A la izquierda, el Vista Alegre, mientras un gentío embarca en el vapor Emilia (1883-1895) o el Puerto de Santa María (1888-1921), de la flota de Antonio Millán que entonces cubrían la travesía entre El Puerto y Cádiz. 

Junto a la familia Badanelli, siete trabajadores fueron los primeros que se ocuparon de atender la posada: dos asturianos, dos gallegos y tres sanluqueñas, Gertrudis Girón y sus hijas Dolores y Concepción. En 1849 la plantilla de trabajadores se incrementó a diez, cifra que número arriba o abajo se mantendría en las siguientes décadas.

Desde el comienzo, en una accesoria del inmueble Badanelly estableció una tienda de vinos y comidas también llamada Vista Alegre, que a juzgar por el número de seis trabajadores que conformaban su plantilla, todos montañeses, debió de tener cierta entidad.

Señal de la consolidación y prosperidad que por estos años gozaba la posada es el hecho de que su dueño abriese una tienda de vinos en la Ribera –ya abierta en 1859- nombrada Las Delicias (esquina a Javier de Burgos, donde tras la guerra civil abrió la taberna Tetuán, por último llevada por Manuel Arniz).

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La calle Guadalete (antigua callejuela de los Baños): a un lado el Vista Alegre; al otro, el Hospital de San Juan de Dios. / Foto, colección de Vicente González Lechuga.

En el verano de 1857 Badanelli solicitó al Ayuntamiento la enajenación a su favor de la callejuela de los Baños (hoy calle Guadalete) para cerrarla con verjas y transformarla en un salón ajardinado de la fonda. La Corporación, en razón a que la calle era de escaso tránsito, ocupada por las noches por ‘gente de mal vivir y por haberse convertido en un vertedero de basuras, acordó aprobar lo solicitado.

Unos años antes, en 1851, el neoyorquino John Esaías Warren –agregado cultural de la embajada de Estados Unidos en España- dejó escrita esta escueta opinión del establecimiento en su obra Notes of an Attaché in Spain in 1850: “el viajero puede encontrar [en El Puerto] un confortable aunque modesto hotel, el Vista Alegre”. Y del mismo modo, un joven granadino que con los años se afianzaría como escritor, Pedro Antonio de Alarcón, recordando su paso por El Puerto en 1854, dejó en su libro Viajes por España  (1883) esta otra breve impresión del local: “...allí, la fonda de Vista Alegre, que es un modelo en su clase.

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A la izquierda, el diplomático norteamericano John Esaías Warren (1827-1896). A la derecha, Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891).

Después de estar al frente del negocio durante tres décadas, Tomás Badanelli falleció a mediados de los 70. Sus hijos continuaron su labor, especialmente el mayor, Lucas, casado con la italiana Devota Cavallari. Cuando Lucas murió, en 1886, se hicieron cargo de la posada -ya con el calificativo de hotel- su viuda e hijos, Bernardo y Filomena, que lo mantuvieron en sus manos hasta 1913.

Tres años antes, en 1910, así se anunciaba al local en la Revista Portuense: “Gran Hotel y restaurant de Vista Alegre. Paseo del Vergel, 9. Luz eléctrica en toda la casa. Amplias habitaciones para familias. Hospedaje desde 5 ptas. Montado a la moderna con todas las comodidades apetecibles. Gran confort. English spoken. Cocina a la española y a la inglesa. Servicio esmerado. Gerente: Julio Tardío.” (Éste, de profesión cosario, fue el abuelo de nuestro paisano el pintor Rafael Tardío Alonso.Ver nótula 736 en GdP)

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Rafael Tardío, José Luis Tejada y Carlos Scat, mediados los 40 del siglo pasado, con el río de fondo.

En esta última etapa, como complemento a un negocio que comenzaba a flaquear, al menos desde 1902 una accesoria de la parte posterior del edificio se habilitó para el alquiler de carruajes de cuatro caballerías. Pero al Vista Alegre, por entonces ruinoso, asolado y decadente -al decir de Baroja-, tras permanecer en manos de la familia Badanelli durante 67 años, le había llegado el momento de encarar el futuro con ánimos renovados y nuevas perspectivas. La familia Badanelli, o al menos parte de ella, pasó entonces, tras cerrar el hotel en 1913, a residir a Sanlúcar.

Dª ROSARIO RODRÍGUEZ,  LA SEGUNDA ÉPOCA DORADA
En abril de 1914 –ahora hace un siglo- adquirió el negocio una inquieta emprendedora portuense, doña Rosario Rodríguez (que también llevó el Hotel Portuense en la calle Luna, el Hotel París en Larga, el restaurante de la Rotonda de La Puntilla y el aún abierto Hostal Loreto en Ganado; y en Sevilla el Hotel Emperador, en Córdoba el Vista Alta y en Chiclana el Balneario de Fuente amarga). En 1914 también se remodeló –buena cosa para el hotel- el paseo del Vergel, cuando se plantaron las palmeras que hoy, a cuenta del picudo, están a punto, las pocas que se salvaron, de desaparecer (ver nótula núm. 1761 en GdP).

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Anuncio del Bar-Restaurant La Puntilla, a cargo del Hotel París, propiedad deRosario Rodríguez. Almanaque de Verano 1927.

Profundamente transformado el Vista Alegre en sus habitaciones y mobiliario, comenzó a anunciarse como “Gran Hotel de Vista Alegre, montado al estilo de los de las mejores capitales de España”. En 1915, la dirección del hotel regalaba a cada cliente –decía la Revista Portuense- “una elegante carterita de viaje, con espejo, peine, gancho para botones y limpia uñas”, y al año siguiente un abanico con un anuncio del hotel.

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Publicidad del Vista Alegre en la Revista Portuense, en 1915.

Por entonces, doña Rosario, siguiendo una recomendación de la Revista, vendía en el hotel, con vista a ser consumidos en la playa, unos tentempiés contenidos en cestas. Así lo contó el periódico: “Ayer se han empezado a expender las cestas que con un lunch ha confeccionado la inteligente propietaria del Hotel de Vista Alegre doña Rosario Rodríguez. Es verdaderamente delicada la preparación de los alimentos que forman el menú de dichas cestas. La de ayer contenía lo siguiente: tortilla, emparedado de salchichón, mayonesa de langostinos, dulces y pan. El precio fijado es de 2 pesetas y con media botella de vino 2,75 ptas. De seguir el Hotel vendiendo esas cestas, no ya sólo para la playa, sino para muchas casas particulares, se han de vender como pan bendito. La presentación es también muy cómoda y adecuada al objeto que se destina.

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La playa de La Puntilla a comienzos del siglo XX. A la derecha, los Baños El Porvenir, de la familia Neto, instalados por vez primera en 1885.

Y la propietaria del hotel continuó desempeñando una lúcida tarea de reformas y mejoras del servicio que prestaba el negocio. En la temporada veraniega de 1917, según  informaba la Revista, se montó en la fachada principal, la de Micaela Aramburu, una marquesina y una terraza, desde entonces “punto de reunión de numerosas personas, que elogian la iniciativa realizada”; a la vez, y dado que los tiempos avanzaban una barbaridad, se instaló “una cámara frigorífica que conserva los alimentos y produce nieve que se utiliza en las necesidades del Hotel, cuyo mecanismo se mueve con un motor eléctrico”. El hospedaje costaba entonces a partir de 10 pesetas; las comidas desde 5 ptas; los almuerzos desde 4 ptas y el té o el lunch desde 3 ptas. Año también el de 1917 en que el Vista Alegre, siempre con fama de contar con un espléndido servicio de cocina, se hizo cargo del restaurante del Tiro de Pichón.

El salón-comedor del hotel, con vistas al río, fue habitual lugar donde se celebraron numerosos actos de sociedad y banquetes familiares, sociales, políticos, de negocio..., de los que daba detallada y buena cuenta la Revista Portuense.

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Tertulia en el patio del Vista Alegre, hacia 1920.

También fue el Vista Alegre un tradicional lugar donde se reunían aficionados taurinos antes y después de las afamadas corridas celebradas en el coso portuense. Como muestra de ello, valga este testimonio fechado en agosto de 1928, si bien la fuente en que bebió el texto se escribió en la propia fonda de Vista Alegre por un anónimo visitante en 1889: “...Hojeando papeles, tropiezo con chistosa revista de una de esas animadas corridas lidiadas a fines del siglo XIX. Era costumbre en la aristocracia jerezana apearse a su llegada al Puerto en aquella célebre e inolvidable fonda de Vista Alegre donde se apuraban sendas cañas de la manzanilla sanluqueña y las damas cubrían con airosa mantilla blanca, negra o de morillas, la alta peina y en su cobija pendían la ligera malvaloca, flor de moda en aquellos tiempos.

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Aficionados taurinos en el patio del hotel en torno a Manuel del Pino, ‘Niño del Matadero’. / Foto de Manuel Pico en copia del Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

hotelvistaalegre_16_puertosantamaria[...] Concluida la corrida, era de nuevo invadida la fonda de Vista Alegre por el elemento aristocrático, donde en bien servidas mesas cada reunión de amigos y señoras formando una pequeña peña alegremente cerraban en animada charla sobre los accidentes de la corrida”. Ciertamente, la inmediatez a la posada de la parada de coches de alquiler y del muelle del Vapor, tradicionalmente empleados por los aficionados taurinos de la bahía, propició que fuera habitual lugar de reunión de quienes asistían a las corridas. Circunstancia que debían propiciar los propios dueños del establecimiento a fines del XIX, pues Lucas Badanelli, en la década de los 80, era consejero y secretario de la Compañía que regía la Plaza de Toros. /En la imagen de la izquierda, factura del 13 de agosto de 1937 por 9 raciones de fiambres vendidas al ‘hospital musulmán’, el ‘hospital de sangre’ que al inicio de la guerra se estableció en el Colegio San Luis Gonzaga para la cura de los legionarios y moros de las tropas franquistas.  

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La fachada principal del inmueble, entonces Casa del Sindicato, a fines de los 50. / Foto, Mesa.

LOS ÚLTIMOS AÑOS
Después, o quizás un poco antes, de que doña Rosario Rodríguez se hiciera cargo, hacia 1928, del Hotel París de la Calle Larga (donde estuvo el Círculo de Labradores), el Vista Alegre permaneció un tiempo cerrado. Reabrieron el negocio –“aquella acreditadísima casa portuense que tan justa fama y prestigio gozó no ya solo en Andalucía, sino en otras muchas regiones de España”, decía la Revista-  Gabriel Simeón, hijo de doña Rosario, y un cuñado de éste, Manuel Moreno Moreno, celebrándose en aquella jornada, el 21 de junio de 1931, un banquete en homenaje al presidente del Círculo de Labradores, Antonio Rives Bret (con nótula núm. 1257 en GdP). Luego Manuel llevó, entre otros locales, La Antigua de Cabo en Larga esquina a Ganado –a partir de 1941- y en la Ribera abrió en 1962 el Échate pa’ yá. Su hijo, Manolo M. Simeón  (con nótula núm. 981 en GdP) –que nació en el Vista Alegre-, querido amigo y excelente profesional, se jubilaría el año 2000 llevando, desde 1972, el Bar La Solera, lindero al Hostal Loreto de su abuela Rosario.

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La fachada de la Bajamar a comienzos de los 70, poco antes del derribo. / Foto, colección de Vicente González Lechuga.

Durante la guerra civil, el Vista Alegre fue requisado para servir de alojamiento a los oficiales italianos presentes en El Puerto. Reabrió sus puertas el hotel tras la contienda, pero por poco tiempo, cerrando –la dura posguerra- hacia 1941. Se convirtió entonces el edificio en la sede de la Delegación Sindical, hasta que en septiembre de 1972 se derribó. Hoy, en su solar se levanta un bloque de viviendas que conserva el nombre que durante un siglo llevó la posada y hotel Vista Alegre, el que, como dijo Gautier, merecía su nombre a las mil maravillas. /Texto: Enrique Pérez Fernández. 

Puesto del Caimán, 8 hijos, trabajó  Ayto

A mediados del siglo XX existía adosado al mercado central, un puesto de frutas y verduras que era conocido como el ‘Puesto del Caimán’, regentado por Vicente Sánchez --con el tiempo funcionario municipal, casado con Manuela Arenas, padre de 8 hijos, entre ellos del querido y desaparecido Vicente Sánchez Arenas, ‘el policía de la calle San Juan’--, y que era conocido como Vicente Loliti.

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Las llamadas Cuatro Esquinas de El Puerto de Santa María forman parte de la más añorante historia portuense. Ya sé que todas las confluencias de dos calles tienen cuatro esquinas pero en El Puerto hay una llamada así, por antonomasia. La formaban, entre Larga y Luna,  la Cervecería, el Refino, los Tejidos de D. Mariano Gutiérrez y la Confitería La Campana.

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Tres de las Cuatro Esquinas, con la calle Larga y la Sierra de San Cristóbal, en lontananza.

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La Campana, en primer término a la derecha.

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Una imagen del famoso crucero de Larga y Luna, tantas veces fotografiado.

Igual que “el patio de mi casa” las Cuatro Esquinas del Puerto son enclave peculiar, cuando allí sopla el Levante, sopla más que en las demás.  Y es que el Levante se frena cuando llega a la Fuente de las Galeras, forma cauce en la Calle Luna, se reconforta en las Cuatro Esquinas y espera , todavía hoy, qué antiguo, poder refrescarse en el Pilón de San Juan, calle arriba...

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El mismo sitio, fotografiado en la actualidad.

La Cervecería, en la Calle Larga, luego Bar Central de Maximino Sordo, era aledaña a la casa de los Grant, y más allá estaba la Zapatería de Juanito Gilabert. Esta zapatería no era una tienda de venta de zapatos, como son ahora, sino que los fabricaba, con una gran categoría y fama del fabricante y de los clientes. Gilabert no era un zapatero vulgar sino un señor con su correspondiente categoría social, que surtía a la más distinguida clientela del Puerto, de Jerez y hasta de Sevilla.

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El interior del Bar Central, ante de su remodelación realizada por el arquitecto de Los Santos, hoy Banco de Andalucía.

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La cafetería Central, hoy Banco de Andalucía, en febrero de 1978. /Foto: Rafa. Archivo Municipal.

juanignaciovarelagilabert_puertosantamariaYo recuerdo a su sobrino Juan Varela Gilabert, en la imagen de la izquierda, (ver nótula núm. 1.047 en GdP) que heredó la tienda y que no era zapatero sino fino poeta e inigualable conversador, cuando todavía tenía clientela en Sevilla, de lo más rancio y aristocrático, por cierto.  Juan se desplazaba a Sevilla para “tomar medidas”. Para dicho cometido, se estaba algo así como una semana en la recordada Pensión San José, en la sevillana calle del mismo nombre, nido de estudiantes y residente ocasional de los grupos de “vicetiples” que actuaban en el Teatro Cervantes. Juan, repito, deleitaba a los huéspedes de dicha Pensión, con divertidísimas y cultas historietas. En la Zapatería Gilabert, por cierto frente a la histórica Casa Lucas, trabajó Tobío, que luego fue ordenanza en el Instituto Laboral, que afable y cumplidor, compartía con su compañero Manolo Camacho, el toque de la famosa campana del Instituto para anunciar el final y el comienzo de cada hora de clase.  Manolo fue Conserje en dicho Instituto una vez que finalizó su aventura comercial en su Refino de la Calle Larga, lindando con la que fue  Farmacia de Pernía, en donde trabajó Domingo Monge Atalaya (ver nótula núm. 1.941 en GdP),  y luego de José María Viqueira.

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Donde hoy se encuentra Talgo Boutique, se encontraba el Refino de Piñero, frente a Tejidos Lerdo, donde vivieron sus sobrinos, los Lerdo de Tejada. La imagen es de  febrero de 1978. / Foto: Rafa. Archivo Municipal.

En la acera de enfrente a la Cervecería estuvo el Refino de Piñero, que en últimos años lo recuerdo regentada por dos señoras, que traspasaron el negocio a Pepe Sánchez Cossio, que abrió en su lugar lo que fue muy moderno establecimiento llamado Auto-Radio, que obró con la colaboración técnica de Luís Babiano. Luís, compañero y colega de D. Juan Villar ejerció como Ayudante de Obras Públicas en lo que entonces se llamaba Obras del Puerto, cuyas oficinas estaban la Calle Nevería.

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La calle Nevería, en 1926, cuando se llamaba Castelar. A la derecha, el edificio donde luego estaría, de nueva construcción, Tejidos López, mas adelante, Obras de El Puerto.

manolocarrillolucero_puertosantamariaEn esas Obras del Puerto, en cuya Dirección hay que citar a D. Antonio Duran, a D. Juan Machimbarrena, a D. Manuel Álvarez Aguirre y a D. José Antonio Español (ver nótula núm. 1.892 en GdP), prestaron sus servicios, entre otros conocidos amigos, como chóferes de grato recuerdo, Sánchez, padre del que llegó a ser muy buen futbolista local Sánchez Escalante, y Rafael, ceremonioso y educadísimo en los gestos de su oficio.  En dicho Refino de Piñero, trabajó mi buen amigo Manolo Carrillo --a la izquierda de la imgen-- (ver nótula núm. 076 en GdP), entre polifacéticos quehaceres, con el buen humor que le caracterizó. Recuerdo que un día Manolo anunció a las dueñas, con gran aspaviento y escándalo,  que un “viajante en cueros” se empeñaba en visitarlas, consiguiendo alarmarlas antes de poner en claro la situación. El chiste es viejo, pero Manolo  consiguió la escenificación adecuada.

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Tejidos Mariano Gutiérrez, en la calle Larga esquina a Luna.

En la otra esquina de las Cuatro, estaba la Tienda de Tejidos de D. Mariano Gutiérrez, sesudo paseante en los días festivo, del brazo de su mujer y acompañados por su ahijada la Srta. Lora.  Don Mariano era muy aficionado a la cacería y salía a las tórtolas con una escopeta “de siempre”, que no tenía “papeles”. Un mal día lo interceptó la Guardia Civil y un uso de su más elemental obligación, se los requirió. Don Mariano se extrañó, fue al coche y los que encontró no fueron de la satisfacción de dicha Guardia, rechazándoselos.  Entonces D. Mariano, azorado, pronunció la famosa frase: “--Pues eso es lo que hay y con eso hay que apañarse”.  Por supuesto que se quedó sin la escopeta.

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Casa Lerdo, vista desde la calle Larga, a la derecha, confitería La Campana.

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Tejidos Lerdo, vistos desde la calle Luna.

Los Tejidos Gutiérrez fueron traslados a José Lerdo de Tejada, sevillano que se afincó El Puerto, y que fundó los conocidísimos, en su día, Tejidos Casa Lerdo, modernizando el negocio con la colaboración de su mujer Pepita Labat, también de Sevilla, y otras colaboradoras entre las que quiero citar, como no, a Milagros Cristóbal.  También recuerdo a su hijo Pepito Lerdo, que hizo sus pinitos como torero y que cuando declinó, se dedicó o dedica, en Sevilla, a apoderamientos y asuntos taurinos y que aparece en la imagen de la izquierda. Al Puerto vinieron también sus sobrinos, los hermanos Lerdo, amigos nuestros hasta el presente, que vivieron en  Luna esquina con Larga, precisamente frente a la Tienda de Tejidos.

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La confitería La Campana a la derecha, frente a Tejidos Mariano Gutiérrez.

Cerrando el esquinerío de las Cuatro, en la otra estaba la Confitería La Campana, atendida por el bueno de Juan Luís Hernández, con sus desplazamientos en bicicleta. De la Campana he comido los más inimaginables y ricos merengues de fresa, con aquel almíbar inigualable del que todavía me relamo. En el piso alto de La Campana dando con la calle Luna, en el martillo que formaba el edificio,  vivieron los Castilla, entre los que recuerdo a Federico (poeta y músico que escribió, por ejemplo, el himno del Racing Club Portuense. Pregunto ¿qué ha sido de la obra musical y poética de Federico?), a Marina, a Santiago (amable siempre en su cometido como empleado en el Banco Hispano) y, sobre todos, a Elías, entrañable amigo y compañero en la Academia Poullet, sobre el que todavía tengo pesares de lejanía, desaparecido prematuramente. A Elías, que tan pocos recuerdos mundanos dejó, salvo su tímida sonrisa premonitoria de muchos sufrimientos que creo que luego padeció, le envío, donde quiera que esté, que puede que yo lo sepa, al cabo de muchos años de recuerdo, mi sentimiento de la oración persistente.

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El Banco Hispano Americano, el 23 de febrero de 1978. /Foto Rafa. Archivo Municipal.    

El edificio de La Campana fue derribado, creo que a comienzos de los cincuenta, y  allí el Banco Hispano Americano erigió el edificio que hoy ocupa el Banco de Santander. Su segunda planta la estrenaron nuestros amigos Carlos Cuvillo Jiménez y Charo Arias Molleda, antes de trasladarse a su chalet en la Hijuela del Tío Prieto.

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Las Siete Esquinas, antes y ahora.

Quiero finalizar recordando que nuestro pueblo/Ciudad –Muy Noble y Muy Leal Ciudad del Gran Puerto de Santa María, que no se le olvide a nadie; ni hoy-- es peculiar en muchas cosas, por ejemplo en la existencia de la antonomásica, citada y descrita someramente, Cuatro Esquinas, además de tener el otro característico enclave de las Siete Esquinas, adornadas éstas, por cierto, con el oloroso aroma de los vinos que se crían en sus alrededores; las Bodegas Osborne  y la que regenta mi querido amigo Edmundo, que acoge ese delicioso patio florido, que es enjundia de familiares reposos portuenses.

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La plaza de las Galeras, el Vergel del Conde, el Parque Calderón y, al fondo, la calle de la Luna.

Pero en este manojo de Esquinas del Puerto, yo quisiera ¿por qué no?, fundar otra: Mi Esquina. Esa es, la que forma la Calle Luna abajo con el llamado Vergel del Conde, que tantas veces doblé camino de mi casa, entre la de Bish y el garaje de Pepe Bononato.  Ni Cuatro, ni Siete; Una, la mía. Permiso. Y esta es la historia, más o menos --seguramente menos-- que yo recuerdo de las Cuatro Esquinas del Puerto. Otro día, si D.q., las otras. /Texto: José López Ruiz.

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Una 'conchinchina' en Bodegas Grant. /Foto: Silvia Guzmán.

Estos días he escuchado una expresión, hoy bastante en desuso, pero que se guarda como habla específica del mundo de la vitivinicultura: la ‘conchinchina’. Este es un artefacto en forma de caseta de playa, de no más de medio metro, con su tejadito a dos aguas y la abertura en el lugar de la puerta, con una vela dentro. Se usaba, hasta no hace muchos años para ver la pureza, la claridad de los vinos. Se colocaba la copa en el interior, delante de la vela y se podían apreciar los aspectos visuales de los vinos que se estaban criando y ensolerando en nuestras bodegas. Habitualmente, este mueble bodeguero se situaba en el sitio más oscuro de la bodega –para realzar el contraste a la luz de la vela- y también en el más lejano de cualquier dependencia de las naves de crianza. De ahí que se le llamara la ’Conchinchina’; aquí siempre la dijimos con una letra ‘ene’ de más).

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Mapa de la Cochinchina. /Foto: Manhhai.

Porque la Cochinchina geográfica es el nombre que los franceses le pusieron hace un par de siglos a la zona del sur de Vietnam, a la altura de Saigón y el delta del Mekong. Cuando los vecinos franceses se adueñaron completamente del Vietnam, le cambiaron la denominación pasando a ser Indochina (los actuales Vietnam, Laos y Camboya). Y como España participó con desigual fortuna en la conquista de Cochinchina a partir de 1859, aquí nos quedamos con el nombre arcaico. Y ya se sabe que el ingenio, la asociación de ideas, y el habla de nuestra zona es único a la hora de poner nombres, sobrenombres y motes. Y así motejaron al artilugio para ver algunas de las cualidades organolépticas del vino, que estaba tan lejos como la Cochinchina.

Por eso, cuando aquí mandamos a alguien lejos lo mandamos a ese sito, de forma despectiva: a la oscuridad, a la soledad, a donde las moscas del vino custodian el silencio bodeguero. Al ostracismo de los políticos griegos. Y es que eso tiene la política, y detentar cargos de cualquier clase y condición, que lo mismo pone que quita, mediante los votos y el mandato del poder ejercido mediante éstos. Que lo mismo estás en la zona noble, en todo el cogollo, con mando en plaza, que te mandan a semejante sitio, a la ‘conchinchina’. Y eso es de agradecer.

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Explicación se semejantes palos de barco. /Foto: Ignomano.

Imaginen si no, cuando en Cádiz mandan a alguien a hacer guardia a cierto palo de los grandes veleros. A la ‘verga’ –la mayor del palo de mesana que no lleva vela- también conocida como ‘carajo’, con la despectiva frase hecha de: “Vete al carajo y dile a tu madre que te has caído” de donde, por cierto, parece provenir el término carajote. Y es que tenemos un habla tan alambicada… /Texto: José María Morillo.

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