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Cien Palacios y Olibao crean una nueva versión con aceite de oliva de las Tejas de El Puerto. Están realizadas con un virgen extra y serán comercializadas a través de la tienda portuense Coqvinaria.

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Cien Palacios, la empresa de la familia Ibáñez Herrera, que elabora las famosas Tejas de El Puerto ha creado un nuevo producto en colaboración con otra empresa portuense, Olibao, dedicada a la comercialización de aceites de oliva virgen extra. Se trata precisamente de unas tejas realizadas con este tipo de aceite. /En la imagen e la izquierda, José Manuel Ibáñez Castrelo y Francisco Escalante.

José Manuel Ibáñez resalta que las tejas “son idénticas a las que elaboramos normalmente, sólo que en la composición se emplea un porcentaje muy elevado de aceite de oliva virgen extra en vez de mantequilla, que es lo que usamos habitualmente para hacer la galleta, y cuyo porcentaje en estas tejas especiales es mucho más pequeño”.

Por su parte Francisco Escalante, gerente de Olibao, señala que “nuestro aceite que cultivamos aquí en Andalucía le da un sabor muy especial. El aceite y la almendra siempre han combinado muy bien, señala, y por eso planteamos a Cien Palacios que nos creara este producto”.

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Las Tejas de El Puerto elaboradas con aceite Olibao.

Estas tejas tan sólo se venden por el momento, en distintos formatos en la tienda Coqvinaria que tiene Olibao en Puerto Sherry. Cien Palacios ya ha proporcionado también sus tejas para otros productos como el helado que realiza la Heladería Da Massimo con este producto. /Texto: Pepe Monforte.

 

David regenta la Frutería Virtudes de la calle San Bartolomé, un pequeño establecimiento cercano al Mercado de Abastos de la Concepción. Lleva 15 años con el establecimiento abierto y dice conservar clientes desde su apertura. En el rótulo se anuncia como productos de Conil. Y es que él es de allí. Ahora vive en El Colorao.

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Este es otro ejemplo de esas pequeñas cosas que hacen que vuelvas. Un gesto tan cotidiano como hacer la compra en una tienda como ésta se puede convertir en otra extraordinaria experiencia cuyos protagonistas son las gentes de esta tierra.

David tiene frutas y verduras de buena calidad, de la tierra cuando estamos en época, y yo muero por estos productos, me los llevaría todos. Se me iluminan los ojos con los colores de frutas y verduras, con sus aromas. A mí me ha ganado con dos cosas: avisándome de que no lleve esto o aquello porque ya no está en su mejor momento y no “colándome” nunca una pieza en mal estado, como me ha ocurrido en otros establecimientos, ocultándola entre el resto.

Ahora viene el plus. Aquí no sólo se compra, aquí se respira un poquito de vida portuense auténtica. David tiene charla para todo el mundo. Destila un sano e insuperable humor mientras atiende a sus clientas (en su mayoría), de estar contento con lo que hace. Allí se habla un poco de todo: de la compra, de lo que se va a poner hoy de comer, de la salud, de los hijos, de los novios, del tiempo. En el año y poco que llevo yendo puedo decir que he vivido situaciones puramente surrealistas. Pero da igual; por muy rocambolesca que sea la situación, David sale al paso con una naturalidad pasmosa. Yo me pregunto que cómo lo hace. Las atiende, las escucha, las invita a sentarse en el taburete si ellas no lo han hecho ya por su cuenta, y hasta creo que ellas están encantadas por el ratito que han echado. David no pierde la sonrisa, las anima, las pica para que sigan hablando y se crea un ambiente tan particular que, al rato de estar allí, he olvidado lo que iba a comprar.

Por cierto, la Virtudes que da nombre a la frutería es su mujer, o como él dice con orgullo, la patrona. /Texto y foto: Alberto Reina Blanca

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 En la imagen, Juan Guerrero Villegas, en el exterior de la Plaza. Mas de treinta años viniendo desde Paterna de Rivera a El Puerto. La bolsa de 12 unidades, ya sin piel y envasado a la vista de todos, cuesta 2 euros.

Este último sábado, me detuve ante el vendedor de chumbos que se sitúa frente a la puerta principal del mercado, donde lo veo desde hace largos años y ante el que he pasado siempre sin reparar en que había un ser humano, solo un simple vendedor de chumbos.

Me acerqué y le pregunté, sin más: «--¿A cómo está la docena de chumbos?». --»A dos euros», me respondió con semblante circunspecto, es probable que aburrido de dar siempre la misma respuesta. «--¿A dos euros? ¡Que caros! --no termino de aprender--, con Juan ‘el Canastero’ (ver nótula núm. 1.780 en GdP) me pasó igual, preguntas obvias o comentarios apresurados. «--Hombre --me habló mirándome a los ojos-- ¿Usted sabe lo que cuesta hoy día coger los chumbos?». «--Antiguamente apenas tenían valor, las chumbares están en el campo abierto». Respondí. «--Si, pero hoy se han hecho muchas construcciones y han desaparecido las chumbares; en los campos donde las hay, no nos dejan entrar y además este trabajo no lo quiere nadie. Todos los años, al terminar la campaña, preciso ser atendido en el hospital para que me extraigan las púas infectadas de los párpados».

juanguerrerovillegas3_puertosantamariaSegún me hablaba, el estómago se me encogía. «--Ademá --continuó-- es muy duro, pero con esto en verano y los caracoles en invierno he sacado a mi familia adelante. No puedo encontrar otro trabajo, ¡ya me gustaría! total mucho esfuerzo para sacarme treinta o cuarenta euros con los que pago el impuesto al Ayuntamiento, la gasolina y tomarme a media mañana el desayuno aquí en el bar de al lado.

Probablemente, pensé, no cotizará a la Seguridad Social y su jubilación terminará en una miserable prestación de subsistencia. ¿--Como te llamas?», pregunté. «--Juan y también ‘el Rifle’». «--Me permites que te haga una fotografía». «--Naturalmente que si. ¿Quieres probar un chumbo?». «--Bueno, --respondí-- y me obsequió con el mejor higo chumbo que pudo seleccionar. Le compré dos docenas y me fui. «--Gracias Juan», --y para mis adentros pensé-- cada sábado me dan una lección. ¡Y todavía hay quienes piensan que los chumbos son caros!. /Texto: Alberto Boutellier Caparrós.

Más información de Juan Guerrero Villegas en GdP.

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juan_gitanocanastero_puertosantamariaUn sábado más por la mañana paseo por Luna, calle principal de El Puerto, sin rumbo fijo. Me detengo en aquello en lo que habitualmente no reparo por falta de tiempo o porque la curiosidad no me retiene. Escaparates por los que paso fugazmente. El lotero de la esquina al que nunca compro. El vagabundo, que le arranca aullidos desgarradores a una guitarra desafinada, que te llama la atención el primer día y después pasas por su lado como si no existiera.

Me detengo ante una amplia exposición de canastos de junco y miniaturas, realizadas con primor con restos de cables de colores. Son sin duda auténticas obras de arte, de una artesanía casi desaparecida. Están esparcidas por el suelo y custodiadas por un gitano canastero sentado sobre un taburete. Raliza este paciente trabajo, desde hace más de diez años, en el mismo sitio y en la misma postura; como si formara parte del mobiliario urbano.

Después de observar durante unos minutos su quehacer y sin reparar casi en su físico, me dirijo a él:  --Hola amigos, ¿estos cacharros los hace usted?  --No, ¡nacen der zuelo! ¿No lostá usté viendo?, me espetó casi sin mirarme.

Sentí casi vergüenza al constatar que preguntaba por algo evidente e intenté arreglarlo con un: --Bueno, me refería a los de junco. --Pué también.

Compruebo que este diálogo no me lleva a ningún lugar. Sin embargo, hay algo en el personaje que me interesa y de un fútil intercambio de palabras, paso a formularle algunas preguntas que cambian su displicente actitud.  --Tu no eres de aquí, le inquirí. --No, soy de Ugíjar [Granada]. --¿Cuanto tiempo llevas en El Puerto? --Treinta años. --Yo me llamo Alberto ¿y tu? --Yo Juan. --Juan ¿y te gusta El Puerto? --Sí, pero me acuerdo mucho de mi pueblo. Allí, con un poco de agua, un cacho pan y otro cacho de tocino, desde veta ¿sabe usté? estás comío pa to er día. --¿Cuantos hijos tienes, Juan? --Nueve, y treinta y dos nietos: Mira, aquí tienes uno. Y me me presenta a un joven bien aseado que se encuentra a su lado. --Y ehte es mi hermano, que me lo he traío la semana pasá.

Juan abandona su hosca actitud inicial y nuestra conversación se alarga durante media hora en la que hablamos de lo divino y de lo humano. Habla y sonríe. Le brillan los ojos de forma especial. Es una persona distinta a la del inicio de nuestra conversación. Se ha transfigurado al hablarme de su fe y felicidad, a pesar de la caterva familiar y más que probables dificultades para alimentarla. Tiene sensatas críticas para los políticos. A los científicos les acusa de intentar explicar, a través de los ojos físicos, lo que solo se puede ver con los ojos del espíritu.

Siempre hay quien preconiza que la religión es el opio del pueblo, alentado por una Iglesia obsoleta. Otros, desde el poder, recurren al fútbol y los toros como formas mágicas de supervivencia, de espaldas a la realidad, aunque la amnesia termine los lunes.

Juan es un hombre de fe profunda, casi fundamentalista. Es feliz y vive dichoso. Bienaventurado y satisfecho con su cacho de pan, su cacho tocino y su trago de agua de Ugíjar. Por eso ví agigantarse su figura mientras la mía se empequeñecía a su vera. --Alberto, ve con Dios, hermano, me dijo… /Texto y foto: Alberto Boutellier Caparrós.

El declive de las comunicaciones masivas y el triunfo de las tecnologías de comunicación de persona en persona han provocado una explosión de información que crece de manera vertiginosa y fragmenta la opinión pública. Comunicar hoy es propagar. Las espirales irracionales, los rumores en cadena y los pronósticos impulsivos terminan por hacer mella en la confianza de clientes, socios, expertos, líderes de opinión y medios de comunicación. El libro ‘La estrategia del pingüino’ de Antonio Nóñez  le revela las claves de la comunicación de persona en persona. Su lectura le permitirá influir en cómo los demás perciben sus mensajes y, lo más importante, en cómo estos los transmiten a su red de personas de confianza.
 

«¡Atención! ¡Atención! —graznó con un tono nasal y trompeteante el sistema de megafonía— Se ha perdido un crío. Tiene seis años, es moreno y lleva un traje de baño azul marino. Responde al nombre de Antoñito. Se ruega a quien lo encuentre que lo traiga a la caseta de la Cruz Roja sita en esta playa".

España. Años setenta. Agosto. Como cada domingo de verano, casi toda la colonia de vecinos del pueblo, compuesta por 150.000 especimenes, habíamos emprendido nuestra migración hacia las playas de la costa de Cádiz. Durante el verano gaditano de Jerez de la Frontera, la temperatura acaricia sádicamente los cuarenta grados centígrados.

La playa favorita de mi familia era la de Valdelagrana, en El Puerto de Santa María. Hacia las once de la mañana toda la colonia se agolpaba en los accesos a la playa y arrastrábamos nuestros pies en procesión torpe y bamboleante hacia la orilla del mar.
Cada grupo familiar avanzábamos en fila india sobre una arena blanca y fina que nos abrasaba las plantas de los pies y nos apresurábamos a conquistar unos metros de playa. Como prueba fehaciente de la conquista territorial, el macho más adulto de la familia tomaba el parasol familiar y lo hendía cual espada artúrica en la arena. A continuación desplegábamos mesas, sillas, abuelos y suegras. Era imperativo colocar al cobijo del parasol una pieza indispensable para sobrevivir a un severo día de playa andaluz: la nevera portátil.

Cada nevera contenía prácticamente lo mismo. Todas y cada una de ellas serían destapadas gregariamente a la misma hora, perfumando la playa con el aroma del aceite de oliva. Nuestra dieta veraniega se componía de chacina y queso como aperitivo, tortilla de patata española y una sandía o un melón de postre. Todo ello regado con cerveza o tinto con gaseosa y deglutido en parloteante comunidad alrededor de las dos de la tarde.

Una vez afianzado el estandarte familiar yo me iba a la orilla del mar a retozar con los polluelos de la familia vecina. Mi padre y mi abuelo desplegaban las páginas de Diario de Jerez. Mi madre y mi abuela formaban un corro de sillas plegables junto a las hembras de las familias colindantes. Charlarían todo el día mientras observaban a los miles de bañistas que paseaban por la orilla.

En la playa me comportaba como un auténtico pájaro bobo. De poco servían las advertencias de los adultos sobre la distancia máxima a la que podía alejarme durante mis juegos. Era inútil saber que si me perdía me castigarían con la tortura de permanecer una hora quieto bajo el parasol, viendo jugar a los demás críos. Excitado por las olas y los partidos de fútbol sobre la arena dura de la orilla, me iba alejando poco a poco hasta perderme. Entonces era cuando algún familiar se acercaba al puesto de la Cruz Roja del Mar y pedía a la locutora que anunciase mi pérdida. El sistema de megafonía, omnipresente a lo largo y ancho de toda la playa, se ponía en marcha. En escasos segundos algún adulto me identificaba y me llevaba de la mano, o de la oreja, a la caseta de madera de la Cruz Roja, donde me esperaba alguien de mi familia.

La megafonía gozaba de una eficacia asombrosa como medio de comunicación, pese a que interrumpía brutal y constantemente la paz del día de playa de toda la colonia a la pura fuerza de los decibelios. Nada más oír el «¡Atención!, ¡Atención!» de la locutora, mi padre y mi abuelo sacaban sus cabezas del periódico local y el corro de hembras enmudecía. Los futboleros retiraban el pequeño transistor de radio de la oreja y las hembras que hacían crucigramas levantaban el bolígrafo del papel. Tras escuchar el mensaje atentamente, escrutaban a su alrededor durante unos instantes para ver si encontraban cerca al polluelo perdido que reclamaba la megafonía. Solo después de hacerlo volvían a sus distracciones. El sistema de megafonía inspiraba confianza y proporcionaba seguridad. Mis camaradas más traviesos se perdieron y fueron recuperados puntualmente varias veces  a lo largo de muchos domingos de playa durante toda su infancia.

El Papi en la desaparecida frutería de 'El Lati' en La Placilla.

El sistema de megafonía no emitía sus frecuentes alaridos solo para reclamar polluelos perdidos. También interrumpía con su tono impersonal para alertar sobre el estado de la mar o dar consejos para un baño saludable. A veces anunciaba temas tan prosaicos como eventos locales, bailes o conciertos veraniegos. Este medio de comunicación masivo no solo era capaz de captar la atención y detener durante minutos la vida de la colonia veraneante, sino que además sus mensajes gozaban de total credibilidad. Las madres prohibían terminantemente el baño a los críos —si así lo recomendaba la megafonía— y si la megafonía anunciaba que el baile comenzaba a las siete y media, a las siete y media en punto estábamos todos vestidos de domingo con el pie ensayando la primera pieza.

Un único medio de comunicación masivo, impersonal y casi anónimo, era capaz de captar la atención, paralizar a placer e influir en la manera de saborear el verano de miles de individuos. Y siguiendo sus consejos, todos los veraneantes terminábamos disfrutándolo de la misma forma y al mismo tiempo.

No obstante, en la playa de Valdelagrana había un segundo sistema de comunicación que superaba en eficacia, credibilidad y confianza a la megafonía. Se trataba del pregón playero —a voz en grito— del “Papi”, cuyo timbre podía distinguirse entre la algarabía retozona de la playa.

Vista aérea de Valdelagrana. Foto Rafa.

«¡Qué alegría de verano! ¡Qué alegría! PaaaaaaaaPiiiiiiiiii, Papi, el famosooooo, el más queridooooo, el famoso de la playa de… errrr… —aquí el Papi titubeaba unos microsegundos— ¡Valdelagrana! Compre las papas más ricas de toda Valdelagrana. ¡Qué alegría de verano, qué alegría!"

Rafael Pérez Sánchez, alias  El Papi, natural de El Puerto de Santa María, era vendedor ambulante. A diario recorría 15 km de playa, vistiendo pantalón y camisa de un algodón blanco inmaculado. Completaba su atuendo una gorra pasada de moda —grande y abullonada como las de los vendedores de prensa del Nueva York de los años veinte— , también de color blanco.

...continúa leyendo "1.690. EL PAPI. Ejemplo en el libro de comunicación: ‘La Estrategia del Pingüino’."

Isabel Navarro González, Beluca, tenía 16 años cuando comenzó a vender zapatos con su padre en la zapatería Rialto, la tienda de la calle Luna (entonces José Antonio) que después pasó a llevar su nombre. Ahora, 68 años después de la apertura de este conocido establecimiento, la tienda liquidaba sus existencias y echaba el cierre a finales del año 2012.

El hijo de Beluca, Millán Alegre, reconocía que ha sido una decisión "dolorosa" pero la situación económica y el descenso continuado de las ventas han obligado a la familia a tomar esta determinación, que según dice Millán "espero que no sea definitiva y que dentro de unos años, si la situación mejora, podamos iniciar una nueva etapa".

Beluca nació en Elda, la tierra de los zapatos, lo mismo que su padre, Antonio Navarro García, que desde tierras alicantinas marchó a Santander para montar su primera tienda de zapatos, un negocio que después trasladó a Cádiz y finalmente a El Puerto, donde abrió la zapatería Rialto en 1944, en un local alquilado propiedad de Ventura Ruiz Cortina, tras una breve etapa haciendo zapatos a medida en la calle Ganado.

La zapatería Beluca fue la primera de El Puerto en traer marcas de prestigio y durante muchos años ha sido considerada la "zapatería buena" de El Puerto, hasta que los cambios en las costumbres y la apertura de grandes superficies extendió enormemente el abanico de la oferta.

Beluca Navarro y Millán Alegre, en la zapatería en la década de los años 70.

Isabel Caamaño, Maribel, ha trabajado 43 años en la zapatería, hasta su jubilación, y recuerda cómo en los buenos tiempos había colas a las puertas del establecimiento para comprar zapatos en las fechas habituales de estreno, es decir, para el Corpus, el Jueves Santo o la Feria, o con motivo del comienzo de las clases, cuando muchas familias se surtían de los célebres 'Gorila' para el nuevo curso. También recuerda, antes de que se peatonalizara la calle Luna, cómo en más de una ocasión les tocaba salir a llevar las cajas de zapatos a los clientes, que pasaban con sus coches justo por delante del establecimiento y paraban un momento en segunda fila para recoger sus compras.

Y como no, Beluca también practicaba algo muy habitual en el pequeño comercio, la costumbre de 'apuntar' las compras en una libreta para que después los clientes habituales fueran liquidando los cargos por meses o por semanas, una costumbre que algunas personas siguen practicando incluso hoy en día. Famosos eran también los escaparates de Beluca, siempre muy cuidados todo el año pero especialmente en Navidad.

Una de las últimas imaégenes de la tienda abierta, a finales de 2012.

La zapatería dejó de llamarse Rialto en 1966 para tomar el nombre de su propietaria, que pasaría a regentarla con su marido, Millán Alegre Jimeno, funcionario de prisiones nacido en Morón al que conoció cuando lo trasladaron al penal portuense. Tras trabajar también muchos años en las bodegas Terry, Millán Alegre Jimeno se ocupó junto a su esposa de la zapatería hasta su fallecimiento, en 1998, fecha en la que su hijo comenzó a ocuparse del negocio hasta el año 2007, cuando fue elegido concejal con la lista del Partido Popular.

La zapatería ha sido sometida a dos remodelaciones, la primera en los años 70 y la segunda a principio de los 90, cuando el diseño se hizo mucho más clásico, con el mobiliario de madera que ha permanecido hasta nuestros días. También ha representado productos de la marca «El Ganso». (Texto: Teresa Almendros).

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No sé si la memoria, es selectiva, o no, pero  a mí me pasa, que al  evocar a algunas personas me vienen flashes, de algunas  características  concretas suyas, es decir,  desde: su porte, su peinado, su sonrisa, sus manos, sus ojos, si estaba lozano, o su cara de enfado, ¡que se yo! Si pensara en los olores de mi niñez, el que prevalecería sería sin ninguna dudas  el olor a Heno de Pravia, y Lavanda. No solo porque eran los olores de mi madre, también porque,  no había prenda guardada, en las  cómodas o  en los roperos, que no estuvieran impregnadas de estos agradables aromas. De la misma manera, basta cerrar los ojos, para que la imagen que te venga de  una persona conocida o no, sea por un momento grato, o por todo lo contrario. En este caso  la imagen primera,  no puede ser más agradable, sin saber por qué he vuelto  a verla  correteando  por la calle, alegre y desenfadada.

No puedo precisar con certeza, en qué momento comencé a fijarme, en una chiquilla preciosa, que  de un día para otro, paseaba alegremente, a lomos de su bicicleta, por ese, mi rinconcito del alma, La Placilla. Me resultaba conocida,  pero  no  sabía por qué. Pronto comenzó a entrar en la tienda de mi familia, y  la verdad es  que  descubrí, que  Mercedes --Merchi--, era una niña encantadora. A todos nos conquistó, con su simpatía y desparpajo.. Parece que la estoy viendo, con su vestidito blanco con adornos rojos, y ese roetito, que siempre llevaba, a pesar de tener una melena  rubia preciosa. Como digo, era todo simpatía, y en su mirada se adivinada gran bondad, y con misericordia, con todos.

Me cuentan, que siendo muy pequeñita, de camino a casa, veía a un hombre  sentado en los escalones del Teatro Principal, y en su inocencia,  sentada a su lado, le preguntaba, porque estaba solito y si tenía hambre. A él le cayó en gracia, y aceptaba con agrado, el pan que a diario le  daba, pues sabia del cariño, con el que se lo entregaba. Este hombre, era Manuel Quintero García ‘El Chumi’ (ver nótula 1.11o en GdP). Con el paso de  los años, no perdió, ni un ápice de  sus muchas cualidades.

Pero… mejor hagamos las presentaciones: Mercedes Cruz Vélez, nació el 20 de Mayo de 1961, en la  actual Calle Luna nº38 en una preciosa casa mirador, --La casa de la Torre que fue sede de los Jesuitas en El Puerto-- en cuyos bajos se ubicaron el Bar La Liga y mas tarde el Bar Trevi.

CAMPO LUGAR.
Cuándo tenía aproximadamente la cuarentena, su familia se trasladó a Campo Lugar --Cáceres--. Su Padre: José María Cruz García --el Chico-- (ver nótula 771 en GdP) trabajaba con maquinarias pesadas,  para empresas como Cubiertas y Tejados o Dragados y Construcciones, haciendo carreteras, pantanos, etc. Su trabajo le llevó a permanecer durante cerca de un año, en este bonito pueblo. Los mayorcitos, alucinaban viendo corretear a los animales, por la calle,  creían que si podían coger algún,  cochino, u otro animal, se lo podían llevar a casa como premio. Lógico, si se piensa, que aquí, no se estaba acostumbrado a eso.

Estación de trenes de Montcada y Reixac.

MONTCADA Y REIXAC.
Pasados unos meses, la familia escolarizó a los mayores en El Puerto, y quedaron al cuidado de los abuelos maternos. Los padres y las dos pequeñas, Milagros  y Mercedes, se trasladaron a Cuenca. Nuevamente al cabo de unos meses, volvieron a casa. Pero, como ya he dicho, donde estaba el trabajo, debía estar la familia. Esta vez, se trasladaron a Torremolinos, para más tarde recalar en Montcada y Reixac. Esta es una ciudad dormitorio,  con muy buenas comunicaciones con Barcelona Capital. Ciertamente, en esta ciudad pasaron unos años inolvidables,  las dos pequeñas, estaban entregadas a la natación,  entrenaban cada día, y  consiguieron buen nivel, de hecho, en las competiciones, consiguieron  algunos trofeos. Los mayores,  enseguida  encontraron empleo.

Como digo fueron unos años muy felices. Aunque  aquí  no nació, su primera amistad, pues fue en Torremolinos,  donde conoció a una pequeñita  de nombre Esperanza,  a la que desafortunadamente, nunca  más volvió a ver, tras la itinerante vida que llevaron a causa del trabajo, del cabeza de familia. Fue definitivamente en Montcada, donde realmente encontró el verdadero sentido, de la palabra amistad. Debido a su carácter abierto y a su simpatía, de seguida se adaptó al  pulso de esta pequeña pero viva ciudad y a sus nuevos convecinos.   Los domingos, de mañana, eran obligados,  los paseos  por la calle mayor, y  hacer  una visita a Mallafré - no sé bien, si era confitería, heladería, o churrería-, y como no, por la tarde al infantil. Ciertamente la familia se adaptó perfectamente  a esta ciudad, pero la fatalidad, quiso que  Milagros Vélez Hidalgo- su madre- enfermara y decidieran volver de nuevo  a casa.

DE VUELTA A EL PUERTO.
La vuelta, sobre todo para las pequeñas, no fue fácil, pues echaban de menos, a los amigo(a)s, el colegio, los entrenamientos, en la piscina municipal, por cierto  que el entrenador para competiciones era MiKel  Pessarrodona, un conocido profesional de la natación española, en definitiva  añoraban todo lo que tuviera que ver con Montcada iReixac.

La calle Vicario, al atardecer, con la Prioral al fondo. /Foto: Victor Kaposi.

PLASTIMAR.
Pero a Merchi,  su simpatía y bondad, le abría puertas y corazones, así que pronto hizo amistades nuevas. Con  solo catorce años,  decidió, que  debía aportar algo a la familia, así que se arregló, de domingo y se encaminó a Plastimar- este era un comercio, dedicado  a múltiples artículos ubicado en la calle Vicario. A sus dueños, Carlos Campoy y Teresa  les gustó,  su  desenvoltura y  franqueza. Nunca nadie más diligente y dispuesto en su trabajo. Era una niña sí, pero  sabía lo que quería, y lo llevaba a cabo con diligencia y entrega. ¿Creíais que esta chiquilla de apenas catorce años se iba a conformar? Ya les digo yo que no, su espíritu inquieto, y sus ganas de ayudar, le llevo, a vender por catálogo. Los domingos,  montada en su bicicleta, recorría las casas de sus familiares y amigos invitándolos a comprar. ¿Se acuerdan del eslogan: ‘Avon llama a su puerta’? Pues nunca, podría encontrar esta firma una sonrisa más franca, que la de esta jovencita. Le  siguieron: Tupperware, Cristian Lay --con esta empresa ha estado años-- perfumes etc. Se podría decir, que  era una luchadora nata, y desde luego lo sigue siendo.

Y despertaron los primeros sentimientos.

Manolo Paz Muñoz y su mujer, Mercedes Cruz Vélez.

En este tiempo conoció, a quien años después sería su marido, Manolo Paz Muñoz. Se que mucho lo conoceréis por su etapa futbolista en el Jerez Industrial o por su profesión como funcionario municipal en la Policía Local, pero para los que no, solo os diré, que es un policía con mucho arte, y un hombre bueno. ¡No, esperen!  no es que sea solo buena persona, no, es que es un hombre tremendamente honesto y  con un corazón enorme y generoso. No solo lo parece, realmente es un tío genial.

Los hijos del matrimonio, de pie Chiqui y Hugo; sentados Marta y Abraham.

CUATRO HIJOS PARA EL FÚTBOL.
Con apenas veinte años ya tenían  a sus dos primeros hijos: Abraham y José Manuel --Chiqui--, pero no crean que era una niña jugando con muñecas, no, era una joven, valerosa y trabajadora, que saco con matricula, su doctorado como madre. Fue una década después cuándo vinieron al mundo: Hugo y Marta, los pequeños. (continuará) (Texto: María Jesús Vela Durán).

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En la desparecida Lonja del Pescado, de izquierda a derecha, Mellizo de Rota, desconocido, Frasquito, Juani Jerez, José Cuevas Mateo, desconocido,José Pérez, Fernando Heredia, desconocido, Luis Fernández Chuliá, Salva, Botella (sobrino), Pipo de Cádiz, desconocido, Benítez, ‘La Barca’, Paco Figuereo y Juanito. /Foto: Rafa.

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Milagros Martín, 'La Macaca', con una lechera al fondo de la imagen.

Este artículo es un  pequeño homenaje a la gran matriarca de mi familia paterna, mi bisabuela Milagros apodada 'la Macaca'. Para mí, ella  fue siempre un gran ejemplo de vida, de trabajo y de dedicación a su familia, valores que hoy en día, desgraciadamente se están perdiendo.

Milagros Martín, que heredó el apodo de 'la Macaca' por su rama paterna, nació en El Puerto de Santa María en el año 1890, falleciendo en 1990, con 100 años de edad. Se casó a los 18 años de edad con Antonio Parralo, de esta unión nacieron 5 hijos: Rafaela (mi abuela), Antonio, Lola, Vicente y Ángel. Mi bisabuelo Antonio era cabrero y tratante de ganado, oficios ambos muy comunes en el siglo pasado. Poseía un rebaño de cabras que fue el sustento de su familia.

Todos los días, apenas amanecía marchaba a los campos con sus cabras para el pastoreo y ordeño de las mismas. Una vez ordeñadas enganchaba la mula al carro y cargaba las lecheras con la leche recién ordeñada y los quesos que mi bisabuela –su mujer- elaboraba con la leche de las mismas y el cuajo del chivo, para posteriormente intentar vender toda la mercancía por las calles de El Puerto.

Así, todos los días durante buena parte de su vida, hiciera aire, frío, calor, lloviera, etc. Había que alimentar y sacar adelante a su familia. Los días de invierno eran los más duros de sobrellevar debido al frío, que junto con algunos días de lluvia, llegaba a casa totalmente mojado. Días como estos, fueron  los que hicieron que la salud de mi bisabuelo se fuera minando hasta que falleció de una grave neumonía en 1936, año que comenzó la Guerra en España.

AÑO 1936. AÑO NEFASTO, COMIENZO DE LA GUERRA “INCIVIL” ESPAÑOLA.
Este año , fue un año nefasto para mi bisabuela ya que, al poco tiempo de quedarse viuda reclutaron a su hijo Antonio para que luchara en el frente de la guerra, a los pocos meses, falleció otro de sus hijo, su hijo Vicente víctima de las fiebres tifoideas. /En la imagen, monedas de dos reales (25 cts. de peseta) de ambos bandos, republicano y golpistas.

Recuerdo siempre que mi bisabuela nos contaba sus recuerdos de estos años con mucho dolor, sufrimiento y pena en su corazón de mujer, madre y amiga. Fueron años de mucho sufrimiento para muchas familias en general, sobretodo y principal por quedarse sin ingresos con el que poder alimentar a sus hijos debido a los reclutamientos obligatorios de los cabezas de familia e hijos en edad de luchar en los frentes, y, aunque mi abuela no tuvo que lamentar la pérdida de su hijo Antonio en la guerra, sí que se perdieron muchos seres queridos y conocidos.

Posteriormente vino la posguerra junto con todo lo que conlleva, bajas en las familias, pobreza, escasez de alimentos, falta de libertad e incertidumbre en la vida diaria. Pero a ella, todas  estas circunstancias y avatares la convirtieron a su vez en una mujer fuerte y luchadora, decidiendo junto con sus hijos volver a coger las riendas del negocio que había dejado su marido.

San Bartolomé esquina calle Los Moros. /Foto: Vicente González Lechuga. 2008.

LECHERIA EN SAN BARTOLOMÉ ESQUINA LOS MOROS.
Abrió una lechería en su propia casa aumentando las cabezas de ganado con la compra de varias vacas y poder así vender leche de cabra y de vaca al mismo tiempo.

A cada hijo le designó una labor diferente dentro del negocio. A mi abuela Rafaela le tocó junto  con su hermano Ángel el reparto de la leche a los domicilios particulares, bares, hostales y pensiones. De todos estos repartos que hacían, los que peor llevaba mi abuela eran estos tres últimos debido a la vergüenza que pasaba por las regañinas que recibía de los dueños, ya que estos, poseían un artilugio llamado Medidor pesa leches que servía para medir la cantidad de agua añadida a la leche y que siempre daba positivo, aunque nunca llegó a ser “agua lechosa”. Mi bisabuela siempre alegaba que lo tenía que hacer así para aumentar los litros de leche y poder abastecer y cumplir con todos sus clientes.

El densímetro o medidor pesa leches. Se atribuye su invención a Hipatia de Alejandría.

MEDIDOR PESA LECHES
Este artilugio servía para comprobar la cantidad de agua añadida que podía contener la leche, sobre todo en los tiempos de hambruna posteriores a la guerra civil. Los vendedores de leche y sobre todo los ganaderos se dedicaban a añadirle agua a la leche con el fin de que la misma cundiera más, sacando mayor beneficio.

Estos medidores bien podían estar en posesión de los vendedores como de los compradores. Los primeros lo utilizaban para ir regulando el agua que añadían hasta el máximo permitido por la ley y no ser denunciados tanto por los controles policiales como por los particulares; los segundos lo utilizaban para no ser engañados a la hora de comprarla.

Este medidor está realizado en cristal fino y divido en tres partes; la primera e inferior consiste en una bola de cristal tintado en negro y hueca, cuyo interior contiene unas bolitas de plomo con un peso aproximado de 35 gr., cuya función es hacer de contrapeso entre la leche y el agua; la segunda parte, es un cilindro de 8 cm de largo y hueco para poder mantenerse flotando en el líquido; la tercera parte, la superior, consiste en un tubo mucho más fino y estrecho que el anterior, de 10 cm de largo con dos leyendas informativas en su interior. Una cara nos informa con un papel reglado del 0 al 25; y por la otra cara, con las posibles cantidades de agua: ¼, ½, ¾ o bien, leche entera.

Su finalidad era introducirlo verticalmente en las lecheras, si el medidor se hundía marcando la raya del 25 al 20, significaba que la leche era entera completamente, si se hundía del 20 al 15, significaba que contenía ¼ de agua añadida; del 15 al 10, ½ de agua; del 10 al 5, ¾ de agua y finalmente, si se hundía del 5 al 0, descaradamente la leche estaba totalmente aguada. Debido a estos pillajes se crearon controles policiales llamados fiscalías que se dedicaban a revisar todas las mercancías, tanto las que salían al exterior desde el muelle del vapor, como las de las propias lecherías, en las que se presentaban sin previo aviso. (Texto: Coral Piá Oviedo).

Lecheras con las que hacían el reparto por las calles de El Puerto Ángeles Pérez Navarro, su hermana, y una prima de su padre durante los últimos años de la Lechería.
RECUERDOS Y OLORES EN MI MEMORIA
Cuando recuerdo aquellos tiempos me vienen vaivenes de aromas, olores, sabores y colores que me trasladan al cuarto donde estaba la pequeña lechería, donde tantas horas de mi niñez se quedaron dormidas oliendo la leche recién ordeñada, el queso recién hecho, el vaso de leche azucarada que me daban para beber y aquellos requesones con azúcar de los calostros de las vacas recién paridas.

Y sobre todo la sensación de sentirme arropada y querida por la gente que te quiere, sensación, que jamás volverá a repetirse porque las piezas del conjunto caídas son más que las que quedan en pie.
Gracias por todo, gracias por estar en los momentos que solo tú supiste estar, acogerme como solo tú sabias. Doy gracias a Dios por habernos unido en esta vida, fuiste maestra de hacer pan de la nada, superando todos los obstáculos que la vida te impuso, por tus enseñanzas y por tu visión madura de la vida.

Abarcaste y protegiste a tres generaciones: hijos, nietos y bisnietos, siendo la gran Matriarca de esta familia. Demostrando que el mundo no es tan absurdo como muchas veces pensamos, gracias a tu legado de amor, dignidad honradez y sobre todo, unión familiar. Enseñanzas que siempre llevaré en lo más profundo de mi corazón y de mi memoria, gracias a tu larga vida.

Nos dejaste  a los 100 años de edad.

“Sé que en el trascender de mis años, llegará el momento exacto que volveré a estar frente a ti y podré  tocar tu rostro de nuevo. / Sentiré el respirar de tu aliento sin miedo a volver a perderlo. / Más allá del cielo azul será nuestro encuentro.” (Texto: Ángeles Pérez Navarro).

Más información sobre la familia de La Macaca. Josefa Martín Lanzarote 'La Macaca'. nótula 1.455 en GdP. La belleza de una porteña en París.

3

Rematando las fachadas de muchas casas de El Puerto, sobre las azoteas, se encuentra en ocasiones una torre vigía o torre-mirador que, a menudo decoradas, adoptan modelos variados: terraza, sillón, garita... Estos vigías arquitectónicos oteaban el movimiento de las embarcaciones y configuraban desde el mar, la silueta de la ciudad. Un buen sitio para mirar el futuro de El Puerto en el año 2013 que comienza mañana.

Torre mirador de la casa de los O'Neale, en la confluencia de las calles Larga y Santo Domingo, propiedad de Bodegas Caballero.

Desde los orígenes de la empresa americana, la Ciudad de El Puerto de Santa María desempeñó un papel destacado que iría aumentando en intensidad hasta los siglos XVII y XVIII. A ello contribuiría en gran medida el ambiente marinero de la ciudad bajomedieval. Pero sería a lo largo de la Edad Moderna, cuando El Puerto  se prolongaría hacía el Atlántico, convirtiéndose en importante puerto exportador y mercantil de productos de la zona, y en intermediario entre el interior de la península y el continente europeo con las tierras americanas.

Torre mirador de Bodega de Mora, en la calle de Los Moros, propiedad de Bodegas Osborne.

Torre mirador de una vivienda de propiedad particular, en la calle Santa Lucía, muy cerca de la Iglesia Mayor Prioral.

Torre octogonal del antiguo colegio de los Jesuitas en El Puerto, situada en la esquina de las calles Luna y Nevería. De propiedad particular, es un lugar excepcional para colocar una cámara oscura.

El colectivo de Cargadores a Indias se hizo fuerte en el siglo XVII cuando las entonces favorables perspectivas atrajeron a esta zona a un buen número de comerciantes que hicieron de la ciudad un centro comercial y cosmopolita. Estos procedían en buena parte de la aristocracia de origen vasco-navarra y del norte peninsular, aunque no faltaron italianos, flamencos o personas procedentes de otras regiones españolas. La vasco-navarra era una aristocracia de dinero y sangre que ocupó un lugar privilegiado en la sociedad local, participando incluso en el gobierno municipal. En general todos estos comerciantes persiguieron ennoblecerse, cosa que su rápido enriquecimiento haría posible en la mayoría de los casos, uniéndose al grupo de nobles hidalgos o miembros de órdenes militares.

Torre mirador del Palacio de Villarreal y Purullena. Fundación Goytisolo y Ayuntamiento. Confluencia de las calles Cruces y Federico Rubio.

Torre mirador de vivienda particular, calle Cielos.

Torre mirador de vivienda particular, calle Cielos esquina con Javier de Burgos.

En 1.717 se produjo el traslado de la Casa de Contrataciones de Sevilla a Cádiz, ofreciéndo un nuevo protagonismo comercial a la Bahía del que El Puerto no quedaría privado. Pero a partir de los últimos años del siglo XVIII y debido, entre otras razones al decreto de libertad de comercio con las colonias (Carlos III, 1.788), nuestra ciudad se debilitó frente a Cádiz en lo que al tráfico ultramarino se refería, comenzando una decadencia comercial que se fue sustituyendo por nuevos horizontes económicos.

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