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El ginecólogo afincado en El Puerto de Santa María, Diego Enciso Fernández nació en Tenerife y estudió la carrera de Medicina en Cádiz, alcanzando el doctorado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Cádiz, versando su tesis doctoral sobre la anestesia en laparoscopia. Asistió en el año 1987 al parto de la primera ‘niña probeta’ de Cádiz. Fallecía el pasado 21 de mayo.

...continúa leyendo "2.461. Diego Enciso Fernández. Ginecólogo."

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Rodrigo González Romo, ‘Poti’, portuense, ha sido recientemente elegido ‘Caballero de Valencia 2015’, habiendo quedado semifinalista, junto a otros 24 ‘caballeros’ de otras tantas provincias para competir en el Certamen ‘Caballero de España’, junto a ‘Dama de España’.

...continúa leyendo "2.460. Rodrigo González Romo. Caballero de Valencia 2015."

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Alguien ha dicho que los perfumes son los guardianes de un tiempo pasado. Que pocas cosas tienen un alma tan humana. Ya en la Edad de Piedra, los hombres incineraban maderas aromáticas para complacer con humo (per fumun) a sus divinidades.

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Laura Mendoza y Úrsula Garay en su stand de FW (Fragances of the World), en el C.C. El Paseo.

Pero fueron los egipcios los primeros perfumistas artesanales. Cuando se abrió la tumba de Tutankamón se hallaron más de tres mil potes con fragancias. Pese a haber estado enterrados durante más de 30 siglos, aún conservan su olor. Fue el primer metrosexual de la Historia. Un auténtico Varón Dandy.

Sin hablar, sin ver, un perfume expresa ideas, lugares, estados de ánimo y, sobre todo, recuerdos. Laura Mendoza y Úrsula Garay expenden cada día en el Centro Comercial El Paseo de nuestra Ciudad frascos llenos de memoria. Más de doscientas fragancias de señora, caballero y niño, así como ambientadores para el hogar, aceites esenciales y diversos productos de cosmética. Su empresa FW (Fragances of the World) ofrece perfume a granel de marcas blancas (todos de fabricación propia) a precios hasta razonables.

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En su stand huele que enamora, como si hubieran recogido jazmines a primera hora de la mañana y los hubieran esparcido por El Paseo para, a través de su fragancia, convencernos de que un perfume bien escogido anticipa la llegada de la persona amada y demora siempre su marcha. Te tratan bien, con profesionalidad y cortesía, esas dos armas de seducción masiva que tanto valoramos cuando acudimos en ‘modo clientes’ a un comercio a comprar un regalo sin tener muy claro qué es lo que verdaderamente buscamos. Allí le adiestrarán incluso en el arte de saber perfumarse: hay que echar el perfume en aquellas zonas del cuerpo donde los latidos son más intensos.

De haber existido entonces FW (Fragances of the World), Tutankamón, ese metrosexual que se gastaba todos los meses un pico en colonias, hubiera acudido a ver a Laura y a Úrsula. Hubiera sido la envidia olfativa del Antiguo Egipto y del resto de faraones. Y se hubiera ahorrado una pasta.

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El cuarto que vemos tiene historia. Se encuentra en la calle Cadenas, --en el Palacio de Vizarrón (ver nótula núm. 1.632 en Gente del Puerto) que hogaño presenta un cierto estado de ruina y es propiedad del Banco de Santander-- en lo que fue un antiguo cuarto de redes.

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José Caílla Real, en el que fue un antiguo cuarto de redes.

La covacha, acaso antiguo almacén del Palacio (ver nótula núm. 1.945 en Gente del Puerto), la compartían José Luis Álvarez Sevilla ‘Gavina’, redero que fuera presidente del grupo de viviendas de Marineros Estrella del Mar y José González Narváez, Pepe ‘el Panadero’ del Horno de las Cañas, armador en sociedad de algún barco y avituallador de muchos pesqueros para los periodos de pesca.

Un buen día, José Caílla Real, allá por los años 70 le puso la instalación eléctrica al cuarto, pidió formar parte de la sociedad que guardaba sus enseres en dicho habitáculo --Cailla tenía equipos de sonido y algún instrumento musical-- y fue el último en conservarlo, ya como lugar etnográfico de la reciente historia de El Puerto, cuando los barcos y sus tripulaciones iban a ‘bajarse al moro’, apenas cruzando la calle y unos metros, hasta el cantil del muelle, para vivir treinta o cuarenta días en la mar.

josefamendozamunoz_puertosantamariaPepe Mendoza le escribe a las madres. Y nos permitimos traer aquí a la madre que lo parió: Josefa Mendoza Muñoz, casada con Rafael González Vázquez. Alumbró para nuestro gozo a un escritor y a un poeta: José y Ángel, y dos hermanos mas, Francisco y Rafael, que formaron un bonito entramado familiar en la calle San Sebastián, donde vivieron. El homenaje de Pepe a las madres, a su madre, a todas las madres.

Esta es la historia chiquita de unas mujeres grandes. El homenaje merecido a quienes nos enseñaron, a golpe de decencia, que no pesan los años sino los desamores, que para la ternura siempre hay tiempo, que vivir es desvivirse.

Esta es la historia chiquita de unas mujeres grandes que ya desde niñas se crecían ante los contratiempos y le echaban guindas al pavo amargo de la pobreza y de la explotación. Con una perra gorda han hecho encaje de bolillos. Con los avíos de un puchero han multiplicado los panes y los peces. Con un trozo de tela han hilvanado vestidos bellísimos que pasaron de generación en generación. Con unos cuantos principios han puesto en pie el armazón moral y ético que hoy configura lo mejor de nosotros mismos.

Esta es la historia chiquita de unas mujeres grandes que desde pequeñas fueron condenadas a faenar en el campo, a servir en casas, a trabajar en fábricas. Propietarias solo de su propia miseria, la aspereza forzada de sus vidas, lejos de amilanarlas, les hizo crecerse, inmensas, ante la adversidad. Obstinadas, siguen madrugando a sus dolores, resucitando a sus achaques, inagurando esperanzas.

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Con su compañero en la aventura de la vida y del matrimonio, Rafael González, con el que Josefa Mendoza tuvo cuatro hijos, en una imagen tomada en la Feria de Primarera en el Paseo de la Victoria.

Esta es la historia chiquita de una mujeres grandes que hoy ejercen, incansables, de esposas, de madres, de abuelas, heroínas anónimas que nos regalan sus horas, y nombran a las cosas por su nombre, y nos recuerdan que hoy es siempre todavía, y ponen un poco de cordura en este tiempo hostil propicio al odio.

Esta es la historia chiquita de unas mujeres grandes que un día conspiraron contra la dictadura del sofá y el mando a distancia, y decidieron salir a pasear unidas por las avenidas anchas y luminosas de las escuelas de adultos, de las asociaciones de vecinos, de las organizaciones populares. ¿Quién dijo que todo está perdido?

Esta es la Historia Grande de unas mujeres chiquitas. /Texto Pepe Mendoza.

Esta nótula de María Jesús Vela Durán, recoge alguna de sus vivencias y recuerdos de la Primera Comunión, así como alguna comparativa con las actuales. E igualmente imágenes de grupos, de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado, pertenecientes a su colección.

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Grupo mixto en la fachada de la Iglesia Mayor Prioral. A la izquierda, Nati Oncala Merino, hija de Melchor, propietario de la desaparecida Carbonería Las 7 Esquinas./Foto: María Mateos.

Ya llegó mayo, y con él, aromas de azahar de los naranjos en flor, y el blancor de la pureza, en las caritas de los que por primera vez, van a recibir la sagrada forma consagrada.

Esta, clarísimo, que mucho han cambiado las cosas, desde aquel 10 de mayo del 63 hasta nuestros días. Yo no tuve ni castillo hinchable, ni viaje a Disney Paris, ni ágape en algún restaurante ni nada parecido, pero si viví con mucha intensidad mi comunión.

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Fila superior, de izquierda a derecha, Juani García Caraballo, Ana Martínez, Merche Cañas Bejarano, Milagros, Ana, Antonia Yuste Quiñones, Fila segunda, Milagros González Gómez, Teresa Gallardo, Paqui Revuelta, Inmaculada Díaz, en el centro, María del Carmen Herrera,  Requena. Primera fila. Concepción Yuste Quiñones, la autora de la nótula María Jesús Vela Durán, Nieves, Manuela, Carmen Gago Rodríguez. Los angelitos  son Ángeles Gómez Galán y Marta Cárave Ruiz.En las escalinatas del altar mayor de la hoy Basílica Menor de Ntra. Sra. de los Milagros Coronada, vulgo Iglesia Mayor Prioral. 22 de mayo de 1963.

Por no tener, no tuve ni vestido nuevo, pero anda que... ¡ no estaba guapa ni na! Permítaseme, la licencia de echarme flores, no  por vanidad, sino porque  ¿que importancia tenia?  Ninguna, el mío  estaba impecable a mis ojos, a pesar de haberle servido a mis cuatro hermanas mayores y prestado a una amiga de la familia. Un buen lavado y almidonado además del can can, hizo el milagro de que  casi pareciera que estaba estrenándolo. A mí me parecía precioso  y de verdad me sentía como una princesita, con mis guantes, mi limosnera, mi muda nueva, mi rosario, mis recordatorias y mi cadenita al cuello, como primer regalo del día; ¿que más se podía pedir?

 

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Delante de la puerta de la iglesia de Las Capuchinas. 30 de mayo de 1959.

Pues, un buen desayuno, y lo tuve,  en el que no faltaba ni Gloria. Después, visita obligada a familiares y amigos y vuelta a  casa eso sí, con la limosnera repleta.  ¡Ay! que ilusión.  Mis hermanos revoloteando a mi alrededor: “--¿Te han echado mucho dinero?”  “--A mi me echaron, tal cantidad, y el otro…” “--Ah, pues a mi más que a ti”. Normal, lo propio.

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El Colegio de la Merced, en el atrio del Convento de las Capuchinas, el 24 de mayo de 1956.

Tengo entendido, que el colegio de la Merced, que dirigía Antonio García Flores celebraba  la misa y el desayuno de los niños, en el Convento de las Capuchinas --hoy Hotel Monasterio--, me imagino que con ayuda de los padres, pero... ¿imaginan lo que debieron sentir aquellas criaturas, ante tamaña belleza?

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Otra de las cosas que han cambiado --a mi entender para bien-- son los peinados de las niñas. Aunque se siguen llevando las tiaras, hoy van  más naturales, con su melenas bien peinadas, con adornos discretos y sin velo. Me imagino, que era costumbre o  tradición peinar a las niñas con rodetes, trenzas,  e incluso con un poquitín de cardado. No solo yo, más de una compañera, tuvimos que dormir la noche anterior con esos incómodos tubos. Lo peor, fue salir a la calle con ellos, desde casa de mis abuelos, me daba una vergüenza... pero ¿como iba a protestar?  Además, para nada, porque al levantarme, la mayoría de los tubos estaban colgando. Anda que... la nochecita que había pasado, tratando de adivinar, como poner la cabeza sin pincharme, cosa harto difícil y al levantarme, ver aquel estropicio. Frustrante, muy frustrante.

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El presbítero Carlos Román Ruiloba administrando la comunión a Kika Vela en 1959.

...continúa leyendo "2.436. COMUNIONES EN EL PUERTO."

CONDESADEVALDELAGRANA_PUERTOSANTAMARIAFrente a Bahía Mar, donde está el aparcamiento de un supermercado, en 1891 el Estado expropió a la condesa de Valdelagrana, María del Carmen Fernández de Córdoba, propietaria desde 1886 del Coto de la Isleta y Valdelagrana por herencia de su padre el XV duque de Medinaceli, una parcela donde se encontraba, ya a comienzos de la década de 1870, unas luces de enfilación del Guadalete para la orientación de los barcos que entraban en la ría (entonces aún sin murallas de canalización, que no se construyeron hasta 1951), en una casa inmediata a la carretera nacional. Fueron conocidas como las luces del Guadalete, el faro, casa del faro y casa del farista, cuyas últimas ruinas -antaño tres edificaciones de desigual tamaño- fueron demolidas en 1998. /En la imagen de la izquierda, retrato de la condesa de Valdelagrana y de Gavia, Mª del Carmen Fdez. de Córdoba y Pérez de Barradas (1865-1949).

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La otra banda en 1962: la flecha marca la situación de la Casa del Faro. Enfrente, al otro lado de la carretera, la fábrica de cemento y la del guano. / Foto cedida por Miguel Sánchez Lobato.

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La otra banda en 1962: la flecha marca la situación de la Casa del Faro. Enfrente, al otro lado de la carretera, la fábrica de cemento y la del guano. / Foto cedida por Miguel Sánchez Lobato.

4Acerca de estos terrenos que ahora han urbanizado parcialmente en ‘la otra banda’, Mariano López Muñoz escribió en 1926 este espléndido –y aún actual- testimonio: “Fijemos nuestra atención en esa desconsoladora calva del terreno, desde el puente aquel [San Alejandro] al faro que está allá. Habrá quien crea que el espectáculo no debe interesarnos; que no debemos esforzarnos en gastar ahí dinero, entusiasmos, energías, sólo por el placer de que vengan nuestros descendientes a disfrutar lo que ahora les preparemos. [...] ¿Dónde nos sentamos en este camino que cruza la injustificable ería junto al río de los blandos rumores, frente a una Ciudad tan bella? Ni un banco, ni una fuente; seis u ocho poyos mal cuidados, hundidos y hendidos en tan largo trecho. […] Este es un paseo natural y magnífico de invierno, frente a una Ciudad meridional. Ni un grupo de árboles frondosos, ni un rústico y tranquilo acomodo para sentarse a leer. Ya sólo en la extensa explanada se encuentra un lugar amable, en torno de la Caseta del Faro, cosa de civilización y de hombres modernos; sitio que, si también no lo abandonan, pronto será oasis apacible en el camino... [...] Hasta el huertecillo del Faro llega el vocerío de los chiquillos que juegan en la plaza del Polvorista.” /En la imagen de la izquierda, Mariano López Muñoz.

6En la imagen de la izquierda, el niño Rafael Alberti Merello.

Evocaré los nombres de los empleados que en el faro trabajaron y en la casa aneja vivieron. En 1870 ya estaban aquí asentados, con sus esposas e hijos, Eugenio Franco, un pontevedrés de Marín, y el jiennense Isidro Zafra. El ‘oficial de faros’ que debió conocer López Muñoz cuando escribió el texto reproducido era Manuel Pirnat, de 46 años, roteño, como su mujer María Liaño y su hija Teresita. Estuvieron aquí entre 1916 y 1927. Lugar y farero –o acaso el precedente- que Rafael Alberti conoció antes de 1917 -cuando con su familia marchó a Madrid- y plasmó en estos versos de Marinero en tierra (1925):

“¡Torrero, que voy perdido
y está apagado tu faro!
Noroeste. Nada claro
por el cielo, ¡y te has dormido!
¡Que se ha dormido el torrero
y nadie del astillero
talar su sueño ha querido!
Corre, ve, viento marero
y dile a algún marinero
que el faro no está encendido!

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El Puerto desde ‘la otra banda’ que conoció López Muñoz. / Foto, Gaspar Veneroso.

En 1928 comenzó a trabajar en el faro el ceutí Antonio Cabezas Martos, casado con Josefa Martos, acaso su prima y tal vez hija de farero dado que nació en las melillenses islas Chafarinas. Cuando estalló la guerra civil aquí continuaban, pero tras la contienda se deshabitó. Fue, propiamente dicho, el último farero.

A fines de los 40 habitó la casa el canario Mamerto Robaina, que era patrón del barco-remolcador Guadalete, propio de la Junta del Puerto. En los años 60 vivía en la Casa del Faro, con su familia, el guarda del muelle, Francisco Torres Parra, y a comienzos de los 70, con el mismo oficio, el segoviano Luis García.

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Cuando se canalizaba el Guadalete en 1951 y la Casa del Faro perdió su enclave ribereño. / Foto cedida por Luis Serrano.

El Puerto de Santa María nunca tuvo su particular Triana. Ahí sigue la orilla de ‘la otra banda’, la ‘desconsoladora calva del terreno’ que escribió el bueno de don Mariano hace 88 años, a la espera de no sé qué. Y mejor no mirar enfrente, donde sigue abandonado a su mala suerte el Adriano III en el abandonado varadero del abandonado río del Olvido, al que El Puerto le debe su propia existencia, su antiguo esplendor y que hoy sigue siendo la viva imagen y el espejo de su decadencia.

Desde luego, más de uno ha hecho méritos para que le ocurra lo que le ocurrió a uno –lo contó mi amigo Luis Suárez- con el fantasma de Clemente, el inclemente guarda de la plaza Peral. / Texto: Enrique Pérez Fernández.

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Esta noche, a las 20:00 horas, inauguración de la exposición 'Flamenca' de la pintora Manuela Callealta (ver nótula núm. 1.883 en Gente del Puerto) , en el ZEC Espacio Creativo (Larga, 83). Manuela, sketcher de la bahía de Cádiz, nos muestra su visión del flamenco en acuarelas. La exposición comienza el día 1 y termina el 31 de mayo.

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Por los años 60-70  estaba claro que los niños nos adueñábamos de las calles de nuestro entorno y  principalmente de nuestra maltratada plaza de Isaac Peral. Hemos tenido una infancia tan bonita, tan alegre y tan en calma, que para sí quisieran las generaciones actuales, pues entre las tareas, las clases extra escolares, y  los deportes,  apenas les queda tiempo para divertirse y jugar. Nosotros teníamos menos libros y  hacíamos menos tareas, y no por eso fuimos peores estudiantes ni tuvimos peor educación. Nuestros maestros eran más que excelentes y se desvivían por  formarnos y educarnos en valores  fundamentales como: el respeto, la urbanidad y el civismo amen de las materias, escolares etc.

Considero que  nosotros vivíamos con menos estrés, debido al ejercicio que hacíamos al jugar y corretear como gamos. Realmente  en mi primera infancia, mis  mejores compañeros de juego  fueron mis hermanos. Los domingos, nos lo pasábamos en grande, los mayores llevaban la voz cantante, y las más ‘menúas’ --las más chicas--, sin chistar o corríamos el riesgo de que nos dejaran con dos palmos de narices y se fueran con la música a otra parte. Y eso, claro no era plan. Como el tiempo pasaba inclemente, llegó el momento de volar sola, y tener mis propios y buenos amigos. La verdad es que lo tuve fácil, pues al ser la mayoría vecinos, nos conocíamos  y nos llevábamos bien , eran lo que se decía… niños de confianza.

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Vicentín, sobre la máquina de café, junto a su padre, el desaparecido Vicente Sordo Díaz.

Uno de estos niños, era Vicentín, --Vicente Sordo-- un encanto  de crío y nada bruto. Vicentín sin duda era unos de mis buenos amigos, junto a  Manolín --hijo de Sofía-- Jeromín Castro y los hermanos  Leopoldo y Manuel --hijos de Leopoldo, el gallego--, Roberto, --hijo de Boli--, y Roberto e Ignacio Rodríguez Sánchez --de Casa Paco Ceballos-- y alguno más que mi memoria no alcanza a recordar.

Pues bien, todavía recuerdo cuantos momentos  agradables pasamos en la trastienda del Almacén de Leopoldo charlando o jugando a algún juego de mesa bajo la supervisión de Luisa la esposa de Leopoldo y viendo crecer feliz a la benjamína de la familia Luisita, como su madre, creo recordar. Luisa era tan genial como su marido. Nunca un mal gesto, por el contrario todo era agrado. ¿Quien dice que uno no se acuerda de los olores de la niñez? Esa trastienda olía  a gente buena y encantadora,  que a pesar  de que hayan  pasado los años y ya no estén entre nosotros, no tenemos que hacer ningún esfuerzo, por traerlos a la memoria, porque han dejado tanta huella, que al hacerlo nos viene una sonrisa y porque no decirlo, también mucha nostalgia.

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EL JUEGO DE LA PALMÁ.
El que no nos gustaran los  niños brutos,  evidentemente era porque  alguna vez salimos lastimadas. Algunos juegos como el de la ‘Palmá’ eran eso, un poquito brutos y los niños de alguna manera competían  en ‘dar  más fuerte’. No era cosa de lastimarnos  pero cierto era  que  arrearnos esos mamporros  en la mano,  nos la dejaba colorada como un tomate. Claro que ellos no se quejaban e incluso repetían. El que se la quedaba --era la forma de decir quién  perdía y  recibía los cates--, se colocaba de espalda a los compañeros de juegos, la palma de la mano se cruzaba abierta debajo de la axila y ahí empezaba el juego. Nos  arremolinábamos a su alrededor y uno era quien daba el cate. Lógicamente unos daba más fuerte que otros y era fácil reconocerlos,  pero no crean que  las niñas  también recibíamos aunque no como entre ellos.  Ahí se reían sí, pero la mano la llevaban calentita. Y es que al ser ya mayores jugábamos más  en grupo.  No es la primera vez que lo digo pero es cierto que  en mi primera infancia la Placilla me parecía enorme. Cabíamos todos los niños de los alrededores sin molestarnos unos a otros y sin pelearnos mucho. Que sí, que también había, enfado , pero duraba muy poco. La enfadá, bajaba a jugar, sola o con alguna amiga, pero nos miraba con carita de buena y  se esfuma el enfado, no sin antes, eso sí, hacerle la pregunta “--¿Vas a hacerlo otra vez?” ¡Que iba a decir la criatura! ...

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VICENTITO.
Pues bien, todos estos amigos, al crecer nos fuimos de alguna manera desperdigando y  cada uno siguió su camino. Con Vicentito, jamás salí, ni a dar una vuelta como se decía antes, pero los dos nos tenemos mucho aprecio. Y es que quien conoce a Tito sabe que  es un encanto. A ver, esperar un momento, que lo que estoy diciendo, no es una cursilería por quedar bien, os cuento: haciendo un símil taurino, Tito, es un torero de cante grande y salida a hombros, ¿y por qué? Fácil.  Tiene: Hondura,  con ella va el saber estar, dándole a cada uno su sitio, sin menospreciar a nadie.  Pureza , con ella va la bondad  y,  a esta  la regala, haciéndonos sentir, que es una persona sincera, cercana y cálida. Aparte, ¿y su empaque?  Torero. ¿A que tengo razón?

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Vicento Sordo Fernández, Vicente Sordo Díaz, Vicente Sordo Gómez, nieto, abuelo y padre, en una foto para el recuerdo.

Pues bien, es una alegría, saber que sigue ‘al pie del cañón’ en el mismo rincón donde empezó su padre Vicente Sordo Díaz (ver nótula núm. 2.091 en GdP), casado con Ascensión Gómez Recalde,  y que tanta historia guarda entre sus muros. Y es que sigue siendo, un lugar especial  donde poder reunirse,  y que sigue conservando el encanto  y ecos de antaño. Pareciera, que se hubiera detenido el tiempo,  y pudiéramos adivinar, las instructivas tertulias, las miradas ilusionadas, ante un nuevo proyecto de vida o de trabajo y la risa alegre de los niños al degustar, un buen tazón de  chocolate con churros. Y todo mi rinconcito del alma, para orgullo de sus padres, y de los que lo queremos bien.

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Ivan Sordo Fernández.

Por suerte cuenta con  espléndida savia  nueva  en la figura de sus hijos, frutos del matrimonio con Carmen Fernández Jiménez: Vicente, como su padre y su abuelo, e Iván. Está clarísimo que el futuro está asegurado, pues ambos dos han heredado, las virtudes de sus padres, en cuanto  a calidez, educación, saber estar  y bondad, mucha bondad. Amigo Tito,  te emulo dándome un toque en el corazón, y diciéndote: hermano, sabes el cariño que os tengo. /Texto: María Jesús Vela Durán. Fotos: Bar Vicente.

Nota de Rectificación  La dirección de Gente del Puerto tituló erróneamente la nótula dedicada a Vicente --su primer apellido--, como Sordo de la Borbolla, entendiendo que era un apellido, como otros de la Montaña compuesto, pero que éste no usaba, al igual que los Gil de Reboleño, Ruibal de Celis y otros. Queda, pues, hecha la rectificación.

En 1976, la Diputación Provincial de Cádiz gestionaba el Complejo Asistencial El Madrugador: Hospital Psiquiátrico, Centro de Educación Especial y Residencia de Ancianos, hoy en desuso. Si bien parte de las instalaciones se reconvirtieron en un Centro de Hostelería y Turismo, pendiente de inaugurar hace ya algo más de cuatro años.

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En las fotografías, tomadas el 19 de septiembre de 1976, vemos una fiesta a la usanza de la época, con reina, damas y acompañantes, con el alcalde de la Ciudad, Manuel Martínez Alfonso.

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En esta imagen, durante el ágape vemos, escoltados por las damas y acompañantes, a la izquierda a Juan Martín Vélez, secretario particular del Alcalde; el pregonero Francisco Montero Galvache, el alcalde Martínez Alfonso, el director del Hospital Psiquiátrico, Antonio López, el juez de la Ciudad, y el director administrativo del centro, Enrique García Paz. /Fotos: Archivo Municipal.

Francisco Pérez Pastor nos dejaba e Madrid el miércoles 13 de enero de 1988, a primera hora de la tarde, el tiempo y el espacio dejaron de tener sentido para él, porque estaba penetrando serenamente en lo eterno y en lo ilimitado.

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El Puerto de Santa María, desde hace muchos años atrás, tuvo en él una especie de embajador oficioso en la Villa y Corte. Muchos son también los portuenses que saben de su actividad receptiva , de su consejo amistoso, de su gestión eficaz, en tantas y tantas entrevistas mantenidas en su despacho de la Sociedad de Autores o en su propio domicilio de Fernando el Católico, ineludiblemente rematads con unas amigables copas de vino de su tierra.

El Puerto, siempre latente en el corazón de Paco Pérez Pastor. Una ciudad y un entorno permanentemente sentidos con él con cariños de hijo fiel y sensibilidades de fino escritor. Sin lejanías, sin nostalgias, porque sus visitas eran frecuentes y su vivencia continúa. Se añora lo que no se tiene; y él no podía añorar a El Puerto, porque El Puerto siempre estaba con él.

Desde mucho tiempo atrás. Desde su infancia asomada a los azules de la Bahía. Desde su juventud con inquietudes intelectuales, en que por tradición familiar y propia vocación periodística participara tan activamente en la publicación de esda doble hojilla diaria que se llamaba la “Revista Portuense”.

Casi medio siglo de información local, desde los penúltimos años del siglo XIX hasta el año 1939. Un periódico breve, sencillo, coridal; para una ciudad cordial, sencilla y breve, como era El Puerto de por entonces. Luis y Dionisio Pérez Gutiérrez (ver nótula núm. 812 en GdP) lo habían traído al mundo, y una nueva generación --Luis y Paco Pérez Pastor-- recogió la antorcha de la continuidad.

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La fotografía tiene 108 años. En ella aparece la redacción de la Revista Portuense, sentados de izquierda a derecha: Mariano López Muñoz, andalucista y socio fundador de Racing Club Portuense; Luís Pérez Gutiérrez, propietario de la publicación; Manolo Soto, Javier Caballero, Antonio Peñasco y de pie junto a éste, el comediógrafo Pedro Muñoz Seca. /La foto es del año 1907 y pertenece a la Colección Pérez Pastor.

Cuando, por las circunstancias que el paso del tiempo trae consigo, hubo de cerrar sus puertas la Imprenta Pérez Pastor, hogar y taller de la entrañable publicación, todo un tesoro de datos, anécdotas y curiosidades locales de la vida del Puerto de Santa María, permanecía reunido en treinta o cuarenta grandes tomos alineados en una vieja estantería en las penumbras de la ya desaparecida imprenta: la colección completa única e insustituible de la Revista Portuense. Francisco Pérez Pastor tuvo el gesto noble y generoso de donarla al Ayuntamiento de su pueblo. De sus manos la recibí, para depositarlas en la Casa de la Cultura, y hoy forma parte del Archivo Municipal.

Cuando Paco se nos fue, callada, serenamente, sin la oportunidad de una despedida cuando su vida cerrada dejó atrás la triple cosecha de su familia, de su trabajo y de su amor por El Puerto, parecía como si las páginas amarillentas de la Revista Portuense nos dijeran su adiós definitivo, el adiós que Paco Pérez no nos pudo decir. /Texto: Manuel Martínez Alfonso.

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