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De izquierda a derecha, Manuela Ojeda, casada con Manuel Ruiz-Calderón López, Dolores López, suegra de la anterior casada con Severiano Ruiz-Calderón Pulito, Ana Martín Tejada, casada con Severiano Ruiz-Calderón López y Francisca Sanabria, conocida como la Tata Paca. Detrás, mirando a la cámara. el sobrino de doña Boni, vecino de caseta de los Ruiz-Calderón. Los niños son Mariló Ruiz-Calderón Ojeda, Ana y Miguel Ángel Ruiz-Calderón Martín y Severo Ruiz-Calderón. Principio de la década de los sesenta del siglo pasado.

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Severiano Ruiz-Calderón López, --descendiente del que fuera alcalde de El Puerto en cuya memoria se rotuló el Parque con su nombre-- era un gran aficionado a la caza de la tórtola y así, solía para los veranos entre Constantina (Sevilla) donde el aire era muy saludable, Chipiona por el gusto de su madre Dolores López y El Puerto que era su pasión, heredada por su hija Ana María.

Severiano se casó con Ana Martín Tejada y se fueron a vivir a Sevilla donde estuvo destinado como práctico del puerto comercial, pero constantemente regresaba a su tierra y los veranos no dejaban de ir a la casa de los abuelos en la calle Larga.

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La vida de Edward Hawke Locker es una de esas historias de novelas tan propia de Arturo Pérez Reverte, desconocidas por muchos, ambientada en la Bahía de Cádiz y el Cádiz constitucional de 1812 y en la que confluye el romanticismo, lo militar y lo artístico.

España se convierte, con el siglo XIX, en uno de los lugares predilectos de los viajeros europeos. El país, había quedado excluida de los itinerarios del Gran Tour que solían hacer los jóvenes aristócratas ingleses para completar su formación pero la Guerra de la Independencia comenzaría a despertarse el interés hacia lo español. Es así como un militar inglés, aliado con las fuerzas militares españolas contra la invasión napoleónica, se dedica durante su instancia en tierras gaditanas además de al arte de la guerra; al ejercicio de la curiosidad viajera.

viewsofspain_puertosantamariaEdward Hawke Locker era militar pero también poseía el gusto por la pintura y el arte, como así quedaría reflejado en su libro Views in Spain (1824), donde da cuenta gráfica y literaria de los recorridos que realizó en 1811 y 1813, al tiempo que cumplía su misión de entregar a Wellington, ciertos mensajes confidenciales.

EL LEVANTE o SOLANO WIND.
En su descripción de Cádiz habla de dos gran inconvenientes existentes en la ciudad, uno de ellos muy llamativo por su explicación: para Locker la salinidad de los pozos de la ciudad es una de las cuestiones a tener en cuenta ya que obliga a traer el agua desde El Puerto de Santa María.  El segundo gran inconveniente lo constituye el viento de Solano [el Levante]. Si, si tal cual… Solano wind, proveniente de la costa de África, el cual produce según palabras de Locker una alteración en la sangre de los andaluces, que los asesinatos y todo tipo de excesos son cometidos mientras prevalece, de tal manera que la gente prudente permanece dentro de las puertas de sus casas hasta que la malignidad haya pasado. Así tal cual. Nunca he leído una mejor descripción de los efectos del viento de Levante. /En la imagen de la izquierda, portada del libro Views of Spain.

edwardhawkelocke_levante_puertosantamariaA la izquierda el  fragmento de texto que hace referencia al viento de Levante.

Locker que había llegado al puerto de Cádiz en 1811, se alegra de llegar a la ciudad en ese preciso momento, en un periodo de extraordinario interés. El puerto de Cádiz era un ir y venir de provisiones, armas y correos bajo la protección de las baterías españolas y de la escuadra británica. [con otras referencias a la bahía, El Puerto de Santa María y el Fuerte de Santa Catalina].  /Texto: José Manuel Oneto.

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Quienes conocieron al Vista Alegre contaron que fue un establecimiento de reconocido prestigio dentro y fuera de El Puerto, una de las ofertas hosteleras más sólidas que una ciudad como la nuestra, abierta y volcada al turismo, ofreció a sus visitantes entre los años 40 de los siglos XIX y XX.

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En la Bajamar, frente al Hospital de San Juan de Dios, el Hotel Vista Alegre. Con una altura menos que por Micaela Aramburu, su amplia terraza ofrecía una espléndida vista del río y las marismas del Guadalete, las salinas, el pinar del Coto de la Isleta, la Sierra de San Cristóbal…. En el muelle del Vapor, los Adriano I y II.

hotelvistalegre2_puertosantamariaComo muchos portuenses recuerdan, se ubicaba en un sobrio y elegante inmueble de la calle Micaela Aramburu esquina a la de Guadalete, con la fachada posterior mirando al río, desde donde se contemplaría una hermosa panorámica que le dio nombre al local. Así lo percibió en 1840 uno de los célebres personajes que conocieron sus estancias, el escritor y viajero francés Théophile Gautier, que en su Viaje por España (1843) anotó: “Después de almorzar a toda prisa en la fonda de Vista Alegre, que merece su nombre a las mil maravillas...”. En la imagen de la izquierda, Théophile Gautier (1811-1872).

LOS BADANELLI: APOGEO Y DECADENCIA
Cuando Gautier recaló en El Puerto en septiembre de 1840, la fonda estaba recién inaugurada. Una jerezana –Manuela Vega- y luego un gaditano –Joaquín Sánchez- fueron sus primeros propietarios, desde su origen nombrada Vista Alegre. Pero no pudieron o no supieron consolidar el negocio, permaneciendo en sus manos poco tiempo, al contrario que pasaría con el tercer propietario, un italiano residente en El Puerto que adquirió el inmueble a fines de 1846: Tomás Badanelli Guidotti.

Bajo su dirección, dilatada en el tiempo, la posada conoció su primera época dorada. Ya fuera por ser un avispado hombre de negocios, o bien por suerte, fue todo un acierto hacerse cargo del establecimiento entonces, pues en el verano de 1846 el Ayuntamiento comenzó a organizar, con el fin de atraer la llegada de forasteros y hacerles más grata su estancia en la ciudad, diversos actos festivos y lúdicos durante la temporada veraniega, siendo el paseo del Vergel –que se prolongaba desde Micaela Aramburu esquina a Palacio hasta la perpendicular con la plaza de la Herrería- el principal marco donde se celebraron los festejos.

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El paseo del Vergel en su tramo de Micaela Aramburu hacia 1910. A la derecha, el Hotel Vista Alegre. Las acacias blancas se plantaron en 1870, reemplazadas por palmeras en 1914. Los bancos se instalaron en 1908. / Foto, archivo de Luis Suárez Ávila.

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Un mapa de Lombardía y Venecia de1859 como éste fue el que Baroja vio en el patio del hotel. 

Tomás Badanelli había nacido en 1797 en alguna localidad italiana que no he podido determinar. Al respecto, Pío Baroja (ver nótula núm. 1121 en Gente del Puerto), que se alojó en el Vista Alegre hacia 1910, escribió en la novela El mundo es ansí (1912): “Hemos ido a una fonda próxima a la ría, que se llama de Vista Alegre. Esta fonda debió de ser de un italiano; yo lo supongo al ver las paredes llenas de litografías y de grabados con vistas de Italia; probablemente el dueño era algún lombardo o veneciano, porque hay en el patio el plano del reino lombardo-véneto hecho el año 1859.

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Pío Baroja asomado al balcón de su casona ‘Itzea’, en Vera de Bidasoa (Navarra).

Y continuaba describiendo, en boca de uno de los personajes de la obra, el paisaje que contempló desde su habitación: “Desde el balcón de mi cuarto se ve la entrada del Guadalete. En el barro del río hay un casco viejo de un barco que están componiendo; un poco más lejos, al lado de una barraca, se ven las costillas de otro barco sostenidas por puntales. Sobre el muelle de la Ribera, unos cuantos hombres y chicos hacen cuerda con cáñamo; los hombres marchan hacia atrás con una madeja de estopa a la cintura y los chicos dan vuelta, mientras tanto, a una manivela que retuerce la maroma. Cerca, a la izquierda, hay junto al río una antigua fuente, pintada de rojo, que se llama la Galera. [...]

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La Ribera que conoció Baroja, junto a la plaza de la Pescadería.

Antes de acostarme he estado un momento en el balcón. La noche estaba tibia, la marea alta, la ría brillaba bajo el cielo lleno de nubes plateadas, iluminadas por la luna, las barcas se levantaban en la ribera y, enfrente, en la otra orilla, sobre una lengua de tierra, se destacaba en el cielo el perfil de unos pinos.

Y en su biografía novelada Juan Van Halen, el oficial aventurero (1933), Baroja añadía nuevas impresiones del local que conoció y de su antiguo propietario: “Luego fui al Puerto de Santa María y paré en el hotel Vista Alegre. El hotel, ya viejo, descuidado, con cierto aire extranjero, tenía gracia. En las paredes de los pasillos colgaban cuadros, estampas con vistas y escenas de los Alpes y un mapa del reino lombardo-véneto. El hotel, según se decía, había sido fundado en 1846, época de prosperidad del Puerto, por unos italianos caldereros. Por entonces daba impresión de abandono, las puertas cerraban mal, los suelos estaban alabeados, los pestillos se caían. Todo me parecía ruinoso, desolado y decadente.

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Sobre el oficio de calderero atribuido por don Pío a Tomás Badanelli, nada puedo afirmar, ni desmentir. Sus actividades profesionales en Italia las desconozco. No obstante –y no parece que sea una coincidencia- consta que en 1853 residían o trabajaban en una accesoria de la posada dos hermanos de profesión caldereros, nacidos en el municipio italiano de Maratea, Juan y Domingo Moya Blando, lo que hace pensar en un error de quienes le transmitieron los orígenes del local a Baroja.

Tomás Badanelli se había asentado en El Puerto en 1825, cuando tenía 28 años, siguiendo los pasos de su padre, Bartolomé, quien ya en 1812 regía una posada –no sé cuál- en nuestra ciudad, ejerciendo entonces de diputado del gremio de posaderos.

Tomás, ya viudo cuando se hizo cargo del Vista Alegre, vivió con sus tres hijos, Lucas, Pedro y Luisa, de segundo apellido Noli, que desde el principio trabajaron con su padre, y cuando falleció continuaron rigiendo el negocio. Al paso de unos meses de que Tomás abriera el establecimiento, de Italia llegó su hermano Bernardo para trabajar con él.

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Imagen de 1889. A la izquierda, el Vista Alegre, mientras un gentío embarca en el vapor Emilia (1883-1895) o el Puerto de Santa María (1888-1921), de la flota de Antonio Millán que entonces cubrían la travesía entre El Puerto y Cádiz. 

Junto a la familia Badanelli, siete trabajadores fueron los primeros que se ocuparon de atender la posada: dos asturianos, dos gallegos y tres sanluqueñas, Gertrudis Girón y sus hijas Dolores y Concepción. En 1849 la plantilla de trabajadores se incrementó a diez, cifra que número arriba o abajo se mantendría en las siguientes décadas.

Desde el comienzo, en una accesoria del inmueble Badanelly estableció una tienda de vinos y comidas también llamada Vista Alegre, que a juzgar por el número de seis trabajadores que conformaban su plantilla, todos montañeses, debió de tener cierta entidad.

Señal de la consolidación y prosperidad que por estos años gozaba la posada es el hecho de que su dueño abriese una tienda de vinos en la Ribera –ya abierta en 1859- nombrada Las Delicias (esquina a Javier de Burgos, donde tras la guerra civil abrió la taberna Tetuán, por último llevada por Manuel Arniz).

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La calle Guadalete (antigua callejuela de los Baños): a un lado el Vista Alegre; al otro, el Hospital de San Juan de Dios. / Foto, colección de Vicente González Lechuga.

En el verano de 1857 Badanelli solicitó al Ayuntamiento la enajenación a su favor de la callejuela de los Baños (hoy calle Guadalete) para cerrarla con verjas y transformarla en un salón ajardinado de la fonda. La Corporación, en razón a que la calle era de escaso tránsito, ocupada por las noches por ‘gente de mal vivir y por haberse convertido en un vertedero de basuras, acordó aprobar lo solicitado.

Unos años antes, en 1851, el neoyorquino John Esaías Warren –agregado cultural de la embajada de Estados Unidos en España- dejó escrita esta escueta opinión del establecimiento en su obra Notes of an Attaché in Spain in 1850: “el viajero puede encontrar [en El Puerto] un confortable aunque modesto hotel, el Vista Alegre”. Y del mismo modo, un joven granadino que con los años se afianzaría como escritor, Pedro Antonio de Alarcón, recordando su paso por El Puerto en 1854, dejó en su libro Viajes por España  (1883) esta otra breve impresión del local: “...allí, la fonda de Vista Alegre, que es un modelo en su clase.

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A la izquierda, el diplomático norteamericano John Esaías Warren (1827-1896). A la derecha, Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891).

Después de estar al frente del negocio durante tres décadas, Tomás Badanelli falleció a mediados de los 70. Sus hijos continuaron su labor, especialmente el mayor, Lucas, casado con la italiana Devota Cavallari. Cuando Lucas murió, en 1886, se hicieron cargo de la posada -ya con el calificativo de hotel- su viuda e hijos, Bernardo y Filomena, que lo mantuvieron en sus manos hasta 1913.

Tres años antes, en 1910, así se anunciaba al local en la Revista Portuense: “Gran Hotel y restaurant de Vista Alegre. Paseo del Vergel, 9. Luz eléctrica en toda la casa. Amplias habitaciones para familias. Hospedaje desde 5 ptas. Montado a la moderna con todas las comodidades apetecibles. Gran confort. English spoken. Cocina a la española y a la inglesa. Servicio esmerado. Gerente: Julio Tardío.” (Éste, de profesión cosario, fue el abuelo de nuestro paisano el pintor Rafael Tardío Alonso.Ver nótula 736 en GdP)

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Rafael Tardío, José Luis Tejada y Carlos Scat, mediados los 40 del siglo pasado, con el río de fondo.

En esta última etapa, como complemento a un negocio que comenzaba a flaquear, al menos desde 1902 una accesoria de la parte posterior del edificio se habilitó para el alquiler de carruajes de cuatro caballerías. Pero al Vista Alegre, por entonces ruinoso, asolado y decadente -al decir de Baroja-, tras permanecer en manos de la familia Badanelli durante 67 años, le había llegado el momento de encarar el futuro con ánimos renovados y nuevas perspectivas. La familia Badanelli, o al menos parte de ella, pasó entonces, tras cerrar el hotel en 1913, a residir a Sanlúcar.

Dª ROSARIO RODRÍGUEZ,  LA SEGUNDA ÉPOCA DORADA
En abril de 1914 –ahora hace un siglo- adquirió el negocio una inquieta emprendedora portuense, doña Rosario Rodríguez (que también llevó el Hotel Portuense en la calle Luna, el Hotel París en Larga, el restaurante de la Rotonda de La Puntilla y el aún abierto Hostal Loreto en Ganado; y en Sevilla el Hotel Emperador, en Córdoba el Vista Alta y en Chiclana el Balneario de Fuente amarga). En 1914 también se remodeló –buena cosa para el hotel- el paseo del Vergel, cuando se plantaron las palmeras que hoy, a cuenta del picudo, están a punto, las pocas que se salvaron, de desaparecer (ver nótula núm. 1761 en GdP).

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Anuncio del Bar-Restaurant La Puntilla, a cargo del Hotel París, propiedad deRosario Rodríguez. Almanaque de Verano 1927.

Profundamente transformado el Vista Alegre en sus habitaciones y mobiliario, comenzó a anunciarse como “Gran Hotel de Vista Alegre, montado al estilo de los de las mejores capitales de España”. En 1915, la dirección del hotel regalaba a cada cliente –decía la Revista Portuense- “una elegante carterita de viaje, con espejo, peine, gancho para botones y limpia uñas”, y al año siguiente un abanico con un anuncio del hotel.

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Publicidad del Vista Alegre en la Revista Portuense, en 1915.

Por entonces, doña Rosario, siguiendo una recomendación de la Revista, vendía en el hotel, con vista a ser consumidos en la playa, unos tentempiés contenidos en cestas. Así lo contó el periódico: “Ayer se han empezado a expender las cestas que con un lunch ha confeccionado la inteligente propietaria del Hotel de Vista Alegre doña Rosario Rodríguez. Es verdaderamente delicada la preparación de los alimentos que forman el menú de dichas cestas. La de ayer contenía lo siguiente: tortilla, emparedado de salchichón, mayonesa de langostinos, dulces y pan. El precio fijado es de 2 pesetas y con media botella de vino 2,75 ptas. De seguir el Hotel vendiendo esas cestas, no ya sólo para la playa, sino para muchas casas particulares, se han de vender como pan bendito. La presentación es también muy cómoda y adecuada al objeto que se destina.

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La playa de La Puntilla a comienzos del siglo XX. A la derecha, los Baños El Porvenir, de la familia Neto, instalados por vez primera en 1885.

Y la propietaria del hotel continuó desempeñando una lúcida tarea de reformas y mejoras del servicio que prestaba el negocio. En la temporada veraniega de 1917, según  informaba la Revista, se montó en la fachada principal, la de Micaela Aramburu, una marquesina y una terraza, desde entonces “punto de reunión de numerosas personas, que elogian la iniciativa realizada”; a la vez, y dado que los tiempos avanzaban una barbaridad, se instaló “una cámara frigorífica que conserva los alimentos y produce nieve que se utiliza en las necesidades del Hotel, cuyo mecanismo se mueve con un motor eléctrico”. El hospedaje costaba entonces a partir de 10 pesetas; las comidas desde 5 ptas; los almuerzos desde 4 ptas y el té o el lunch desde 3 ptas. Año también el de 1917 en que el Vista Alegre, siempre con fama de contar con un espléndido servicio de cocina, se hizo cargo del restaurante del Tiro de Pichón.

El salón-comedor del hotel, con vistas al río, fue habitual lugar donde se celebraron numerosos actos de sociedad y banquetes familiares, sociales, políticos, de negocio..., de los que daba detallada y buena cuenta la Revista Portuense.

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Tertulia en el patio del Vista Alegre, hacia 1920.

También fue el Vista Alegre un tradicional lugar donde se reunían aficionados taurinos antes y después de las afamadas corridas celebradas en el coso portuense. Como muestra de ello, valga este testimonio fechado en agosto de 1928, si bien la fuente en que bebió el texto se escribió en la propia fonda de Vista Alegre por un anónimo visitante en 1889: “...Hojeando papeles, tropiezo con chistosa revista de una de esas animadas corridas lidiadas a fines del siglo XIX. Era costumbre en la aristocracia jerezana apearse a su llegada al Puerto en aquella célebre e inolvidable fonda de Vista Alegre donde se apuraban sendas cañas de la manzanilla sanluqueña y las damas cubrían con airosa mantilla blanca, negra o de morillas, la alta peina y en su cobija pendían la ligera malvaloca, flor de moda en aquellos tiempos.

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Aficionados taurinos en el patio del hotel en torno a Manuel del Pino, ‘Niño del Matadero’. / Foto de Manuel Pico en copia del Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

hotelvistaalegre_16_puertosantamaria[...] Concluida la corrida, era de nuevo invadida la fonda de Vista Alegre por el elemento aristocrático, donde en bien servidas mesas cada reunión de amigos y señoras formando una pequeña peña alegremente cerraban en animada charla sobre los accidentes de la corrida”. Ciertamente, la inmediatez a la posada de la parada de coches de alquiler y del muelle del Vapor, tradicionalmente empleados por los aficionados taurinos de la bahía, propició que fuera habitual lugar de reunión de quienes asistían a las corridas. Circunstancia que debían propiciar los propios dueños del establecimiento a fines del XIX, pues Lucas Badanelli, en la década de los 80, era consejero y secretario de la Compañía que regía la Plaza de Toros. /En la imagen de la izquierda, factura del 13 de agosto de 1937 por 9 raciones de fiambres vendidas al ‘hospital musulmán’, el ‘hospital de sangre’ que al inicio de la guerra se estableció en el Colegio San Luis Gonzaga para la cura de los legionarios y moros de las tropas franquistas.  

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La fachada principal del inmueble, entonces Casa del Sindicato, a fines de los 50. / Foto, Mesa.

LOS ÚLTIMOS AÑOS
Después, o quizás un poco antes, de que doña Rosario Rodríguez se hiciera cargo, hacia 1928, del Hotel París de la Calle Larga (donde estuvo el Círculo de Labradores), el Vista Alegre permaneció un tiempo cerrado. Reabrieron el negocio –“aquella acreditadísima casa portuense que tan justa fama y prestigio gozó no ya solo en Andalucía, sino en otras muchas regiones de España”, decía la Revista-  Gabriel Simeón, hijo de doña Rosario, y un cuñado de éste, Manuel Moreno Moreno, celebrándose en aquella jornada, el 21 de junio de 1931, un banquete en homenaje al presidente del Círculo de Labradores, Antonio Rives Bret (con nótula núm. 1257 en GdP). Luego Manuel llevó, entre otros locales, La Antigua de Cabo en Larga esquina a Ganado –a partir de 1941- y en la Ribera abrió en 1962 el Échate pa’ yá. Su hijo, Manolo M. Simeón  (con nótula núm. 981 en GdP) –que nació en el Vista Alegre-, querido amigo y excelente profesional, se jubilaría el año 2000 llevando, desde 1972, el Bar La Solera, lindero al Hostal Loreto de su abuela Rosario.

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La fachada de la Bajamar a comienzos de los 70, poco antes del derribo. / Foto, colección de Vicente González Lechuga.

Durante la guerra civil, el Vista Alegre fue requisado para servir de alojamiento a los oficiales italianos presentes en El Puerto. Reabrió sus puertas el hotel tras la contienda, pero por poco tiempo, cerrando –la dura posguerra- hacia 1941. Se convirtió entonces el edificio en la sede de la Delegación Sindical, hasta que en septiembre de 1972 se derribó. Hoy, en su solar se levanta un bloque de viviendas que conserva el nombre que durante un siglo llevó la posada y hotel Vista Alegre, el que, como dijo Gautier, merecía su nombre a las mil maravillas. /Texto: Enrique Pérez Fernández. 

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Fundada nuestra ciudad en 1264, este año se cumplen 750 de la ubicación del Mercado en el espacio donde hoy sigue. / Foto, Joaquín Cordero.

El Bar Vicente es algo más que uno de los establecimientos comerciales más queridos y entrañables de El Puerto, por el que han parado varias generaciones de propios y foráneos. Porque además de ofrecer –como decían los antiguos- un esmerado servicio en un grato ambiente, conserva entre sus paredes la solera que sólo el paso del tiempo deja en los espacios cargados de historia. Como éste, ubicado frente a la Plaza de Abastos (1874), donde siempre, desde la misma fundación de la ciudad a mediados del siglo XIII estuvo, al raso y en linde al recinto amurallado medieval, el Mercado.

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Reconstrucción por Juan José López Amador de El Puerto en el siglo XIII. Arriba, la situación del Mercado.  

El mismo bar ocupa parte de lo que fue la Carnicería Pública, la que se construyó en 1692 seguramente sobre otra anterior, donde se agrupaban los tablajeros con sus ‘tablas’ para abastecer a la población. Su huella pervive en las columnas y arcos cegados del bar  y en la fachada, que es la de la vieja Carnicería, que tenía su acceso principal por la calle Sierpes, en la casapuerta de la casa lindera al bar. Sólo se cambió, en 1881, la actual esquina achaflanada, que originariamente se cortaba en ángulo recto. Y enfrente, entre las calles Ricardo Alcón y Ganado se encontraba el Matadero, el anterior al que en 1699 se edificó a las afueras de la ciudad (exsede del Imucona).

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Columnas y arcos tapados de la Carnicería del siglo XVII. / Foto, Javier Nucete Alba

En el interior de la Carnicería se estableció, en fecha incierta, una capilla en la que los tablajeros ofrecían misas y donde en 1750 se dispuso el cuadro de la Inmaculada Concepción (de origen franciscano) que hoy se custodia y venera en el Mercado de la Concepción.

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La capilla del Mercado de la Concepción con el cuadro de la Inmaculada.

Al inaugurarse éste, el 29 de octubre de 1874, el inmueble dejó de cumplir su tradicional función. Después, durante algunas décadas sus paredes albergaron algunos puestos para la venta de diversos productos, convirtiéndose en una prolongación de la Plaza. Por ejemplo, en 1896 había un ultramarinos de Manuel Quevedo, una lechería de José Pavón, un puesto de lozas entrefinas de Manuel Ortega, dos tablas de carne de Antonio Castro y José Vázquez y un despacho de vinos, El Tiro, de Bonifacio González.

Entre 1904 y 1916 se estableció en una parte del local un ultramarinos de Genaro Molleda Colosía, un montañés del valle de Herrerías que se asentó en nuestra ciudad siguiendo los pasos de sus hermanos Sinforiano y José, propietarios de una taberna en La Placilla esquina a Santa María, que por último fue El Cafetín del reciente cierre (ver en GdP nótula núm. 1884). 

LAS MELLIZAS.
Pero lo que yo quería –que me voy por las ramas- era compartir con el lector y comentar una vieja imagen que Miguel Sánchez Lobato gentilmente me facilitó, de cuando el Bar Vicente era Las Mellizas, tomada hacia el año 1928 desde el acceso al local por San Bartolomé hacia la actual cocina, que es la que muestra a continuación.

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Foto núm. 5. /Colección Miguel Sánchez Lobato.

Apoyado en el mostrador de caoba y cubierto con boina montañesa está el propietario del establecimiento, José Ruiz Sordo, apodado ‘el Rubio’, un metro noventa de montañés nacido en la aldea de Camijanes en 1885 y que a El Puerto llegó, tras estar un tiempo en Cuba, en 1917, un año después de que su paisano Genaro Molleda cerrara el ultramarinos.

Hacia 1919, tras desmantelar las accesorias de los antiguos puestos que dividían el solar, abrió el establecimiento de vinos, café y licores que bautizó con el nombre de Las Mellizas, también conocido por su apodo. Una vez asentado el negocio, en 1922 vinieron de La Montaña para quedarse su esposa y paisana, Nieves Linares, y sus dos hijas, las mellizas Paquita y Nieves, de cuatro años, de quienes tomó el nombre el bar. Están en el centro de la foto, junto a un primo y dos primas, Luisa y Efigenia, ‘Nena’, que son  quienes también aparecen en esta otra imagen tomada entonces.

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Foto núm. 6. De pie, las mellizas, Nieves y Paquita. / Foto, Francisca Ruiz Linares.

barvicente_epf7_puertosantamariaLos dos chicucos situados a la izquierda en la vieja foto, --que aparecen en la foto 5 en detalle a la izquierda de este párrafo-- por la edad que aparentan, deben ser Remigio Valle Rubín y Daniel González Escandín, también de Camijanes, donde nacieron en 1905 y 1906, que continuaron trabajando con El Rubio hasta bien avanzados los años 30.

Detrás de ambos, colgado en la pared está el comandero, donde se anotaban las consumiciones de las mesas, que hoy se conserva en el bar, al igual que el bandejero y los anaqueles de las botellas, elementos que formaron parte de un mismo lote adquirido por El Rubio (la misma madera y los mismos apliques decorativos). Y también se han conservado  de tiempos de Las Mellizas las dos bolas metálicas (fotos 5 y 6) donde los camareros guardaban las aljofifas, los paños o bayetas de limpiar las mesas, que son las mismas –más pequeñas- que tenía La Fuentecilla, como veremos en una fotografía más abajo.

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El comandero y bandejero de los tiempos de El Rubio. / Foto, María Antonia Álvarez Oreni. 

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En la pared, los viejos anaqueles conservados desde la época de Las Mellizas. Tras el mostrador, el desaparecido Manuel García Gómez ‘el Tabique’, con nótula propia en GdP núm. 655,

Volvemos a la foto 5. Quienes están detrás de las niñas deben ser los otros dos dependientes de Las Mellizas en sus primeros años, Ceferino Gutiérrez (Carmona, Santander, 1901) y José Noriega Espinosa (Camijanes, 1894), que pronto se abrió camino llevando negocios propios: que yo sepa, un almacén de comestibles y bebidas en Larga esquina a Ángel Urzáiz y otro en Zarza-Santa Clara, Las Américas (que terminó siendo el Bar Victorino).

Destacan en la foto los dos reservados que se ubicaban donde hoy la cocina del bar -más otros dos que existieron junto a la fachada de Sierpes- y delante de ellos –en el espacio que hoy da paso al salón interior- el habitáculo donde se guardaban los enseres del establecimiento. Camarotes que eran parecidos a los del restaurante La Fuentecilla (en Larga esquina a Ricardo Alcón y Ganado, cerrado en 1952), según se aprecia en la imagen que ofrecemos a continuación.

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Al fondo, dos de los seis reservados de La Fuentecilla en una imagen tomada el 19 de enero de 1930, con el personal (33 cuento) antes de servir un banquete organizado por Luis Suárez Cofiño en homenaje al industrial Daniel Martínez García (con nótula en GdP núm. 656), recién elegido, en Barcelona, presidente de la Confederación Gremial Española. /Foto: Francisco Sánchez Pérez ‘Quico’, cedida por Ángel Lozano Sordo.

Nada que ver estos reservados de La Fuentecilla y Las Mellizas con los célebres de La Burra: aquéllos industriales y con prestancia; los de la emblemática y añorada taberna, rústicos y populares, como buena parte de los parroquianos que la frecuentaron desde que abrió sus puertas mediado el siglo XIX.

También compartieron Las Mellizas y La Burra -en ésta al interior de algunos de los camarotes y en el pasillo que los enfilan- los azulejos que a media altura aún decoran las paredes del Bar Vicente, facturados en la sevillana fábrica de Mensaque.

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Al interior y exterior de los camarotes de La Burra (ver en GdP nótula núm. 489) los mismos azulejos de Las Mellizas-Bar Vicente. /Foto: Fito Carreto.

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La Fuentecilla (ver en GdP nótula núm. 1061) hacia 1942, junto a la mampara que dividía el bar de el comedor. Sujeta a la columna, la  bola donde se guardaban las aljofifas. / Foto, Francisco Sánchez Pérez ‘Quico’, cedida por Emilio Sánchez, hijo del hasta entonces propietario del restaurante, José Sánchez Gil. 

LOS DOS PEPES
José Ruiz Sordo ‘el Rubio’ falleció en octubre de 1948. En el 45 había traspasado el negocio al portuense José Sánchez Sousa, que lo llamó Los dos Pepes (él y su hijo), nombre que ya tenía desde comienzos de los años 30 la panadería que tenía abierta entre Las Mellizas y la Casa de los Leones, ampliada a confitería y tienda de comestibles en 1940. Ambos locales se comunicaban entre sí desde los tiempos de ‘el Rubio’. Continuó llevando el ultramarinos durante años, hasta que pasó a manos de la familia Ojeda, la de la confitería La Perla, cerrando en los 80, cuando era el autoservicio Los dos Pepes.

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A los cinco años de hacerse con el bar, en 1950, asfixiado por problemas económicos, decidió cambiar de aires y se estableció en Cádiz, donde en 1960 abriría una panadería-confitería-charcutería  en la calle San Francisco y después una sucursal en la plaza Mina, donde elaboró sus célebres picos brasileños, tan célebres como su Mini (versión furgoneta) en el que hacía los repartos acompañado como copiloto por una muñeca hinchable vestida según la ocasión: en verano, con traje de baño; en feria, de gitana; en Semana Santa, con mantilla…

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Fue Pepe Sánchez Sousa, al que llamaban Machaquito (no sé si por el torero o por el anís), un tipo simpático y de buen carácter, muy trabajador, algo extravagante y siempre vestido con gorro y guayabera o chaqueta blancas. A pesar de los pocos años que llevó el bar, dejó huella en sus parroquianos por su buen hacer y su peculiar manera de ser, y de hecho aún el bar se nombra también por su antiguo nombre, por economía de lenguaje, Los Pepes.

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LOS TRES VICENTE 
En 1950 concluyó la segunda etapa del local como bar y comenzó la que ha llegado a nuestros días. El 27 de mayo de aquel año se hizo con el local otro montañés de Camijanes, Vicente Sordo Díaz, que a El Puerto llegó en septiembre de 1937, cuando tenía quince años, para trabajar con su hermano Maximino, que días antes de estallar la guerra civil comenzó a llevar El Resbaladero y que antes ya había trabajado, con su hermano Cosme, en Las Mellizas. En el 42 Maximino tomó La Fuentecilla, trabajando con él su hermano Vicente, a quien le subarrendó el negocio en julio del 48 en aparcería con José Terrazas ‘el Balilla’. Luego Vicente tuvo  el Bar Pavoni, también en la calle Larga, hasta que se independizó para llevar Los dos Pepes, al que rebautizó como Bar Vicente. Retomó así el local la familia Sordo, pues José Ruiz Sordo, ‘el Rubio’, era primo de su padre, Francisco Sordo Rubín.

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Vicente Sordo y su hijo Vicentín cuando era Vicentín. La pared cegada entre las columnas cerraba lo que hoy es la cocina. Al fondo, el comandero de Las Mellizas. / Foto: Bar Vicente.

Aquí permaneció Vicente durante 62 años, toda una vida, que es la que lleva su hijo Vicente, mi amigo y hermano, de quien hace veinte años escribí y ahora lo reitero que es todo un experto en el difícil arte de saber estar detrás de un mostrador; y delante, añado ahora. Y con él su hijo Tito, la tercera generación de los Vicente Sordo, que sigue el camino que comenzó su abuelo, el montañés que con el merecido respeto y el afecto de todos los portuenses se quedó para siempre con nosotros y del que el próximo 28 de mayo se cumplirá el segundo aniversario de su fallecimiento, que es lo segundo, además de mostrarles la vieja foto de Las Mellizas, que yo quería destacar, y decirle desde el recuerdo al patriarca que por el bar, aunque en El Puerto andan las cosas como andan, todo va bien. Sabe que lo dejó en buenas manos y que en ellas seguirá durante muuuucho tiempo. / Texto: Enrique Pérez Fernández.

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Vicente Sordo en su tierra, junto a la ermita de San Antonio del Monte Corona, en el municipio de Valdáliga. Hasta siempre, Vicente.  

Más información del Bar Vicente en Gente del Puerto:
Nótulas, núm. 14, 977, 1.225, 1.891.

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baldomerorodriguezsanchez_puertosantamariaBaldomero Rodríguez Sánchez, disfruta de su jubilación tras más de 50 años trabajando en el establecimiento de la familia, el Bar Casa Paco ‘Ceballos’ que continúa regentando su hermano Ignacio. “Ya he cumplido” señala de forma muy gráfica Baldomero Rodríguez Sánchez. Las cosas de los periodistas, en poco más de dos horas le hacemos que resuma su vida, que en vez de en millones de fotogramas se cuenta en los millones de pavías de merluza que han pasado, rubitas y crujientes por delante de sus ojos. La conversación se “enluce”, precisamente, con una tapita del plato que les ha dado fama, 7000 kilos han llegado a vender en un año.

Es un señor corpulento. Por su físico, podría pasar por vasco de toda la vida, igual que su hermano Ignacio, (ver nótula núm. 408 en Gente del Puerto) pero cuando hablan ya se ve que más que de Euskadi, son de Cádi. Baldomero hace balance en cuatro frases: “Ya he cumplido. Soy rico en amigos. No le debo a nadie. Hemos sobrevivido a dos crisis y le damos de comer a 12 familias en verano y cinco en invierno”. A su lado su hermano Ignacio, de 55 años, y su compañero de trabajo de toda la vida. El se queda, ahora en solitario, con la camisa blanca que “hace que a partir de esa puerta ante cualquiera que entra, estamos a su servicio, sin distinciones”

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7.000 kilos de merluzas rebozadas llegaron a vender en un año. Las populares Pavías de Casa Paco.

Nació en “La Placilla” en la Casa de Los Leones, en pleno centro y comenzó a trabajar a los 12 años, aunque no dejó el colegio. Su padre le encargó que llevara con la bicicleta el vino a los barcos. Por entonces, eran los años 60, amarraban en el muelle pesquero de El Puerto unos 180 barcos, calcula Baldomero “y le servíamos a unos cuantos”. Francisco Rodríguez Ceballos había fundado en 1946, o en 1947, no lo recuerdan bien los hermanos, una pequeña tabernita en lo que hoy se conoce como la Ribera del Marisco.

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Óleo de Adrián Ferreras, propiedad de ‘Casa Paco’ que se encuentra en su interior y que, inspirado en una fotografía de la época, recrea el actual establecimiento de hostelería, en los felices años 20 del siglo pasado. Existen datos que corroboran que ya funcionaba como Colmado en 1850, a cargo del montañés Tomás García de Mesa, establecimiento que fue pasando por diversas propiedades hasta abrir como ‘Nuevo Colmado’ en 1909 de la mano de Joaquín Faz. (Foto: Colección J.M.M.).

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Los hermanos Ignacio y Baldomero Rodríguez Sánchez han logrado convertir Casa Paco Ceballos, el bar que fundó su padre en 1946, en una referencia de la gastronomía de la provincia. En el cuadro aparece Paco Rodríguez Ceballos, el fundador del bar con su famoso gato Perico, que tenía la habilidad de beber té con leche. Su dueño siempre le dejaba el fondo del vaso para que se lo bebiera.

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Baldomero, con el popular periodista Carlos Herrera, un asiduo a El Puerto.

En el sitio paraban marineros y armadores, por un lado, y bodegueros y sus cuadrillas por otro, señala. Allí tan sólo se despachaba vino y como mucho se atrevieron a poner unas latitas de conservas con unos panes al lado para que el quería picar algo. Fuera, “El Mona”, un mariscador de la zona, vendía también ostiones. Aunque el nombre oficial de la taberna era “Casa Paco”, los conocidos la conocían como ‘el Pesebre’ porque la costumbre de los contertulios era situarse con la ‘media limeta’, unas botellas de vinos con una caña en la que entonces se despachaba la bebida, en torno a unas maderas que  había junto a la pared, a modo de contrabarra. “Como todos  se ponían de espaldas para apoyar el vidrio en las tablas, un gracioso dijo que aquello era un pesebre, porque parecíamos bichos todos mirando para el mismo sitio, como en un abrevadero”.franciscorodriguezceballos_puertosantamaria

En verdad Paco Ceballos (ver nótula 1.113 en Gente del Puerto ), no se llamaba así. Su primer apellido era Rodríguez aunque se quedó sin padre a los 3 años. Así que se le conocía por su madre que trabajaba para los Jesuitas y por eso en la ciudad le llamaban ‘el de La Ceballos’. Se metió en hostelería. Trabajó en “La Fuentecilla”, un bar del centro de El Puerto y de allí se traería uno de sus platos estrella, las pavías de merluza, una fórmula que inventó Lola, la cocinera de ese establecimiento y de la que no recuerdan el apellido. Ceballos, ya con sus hijos, en el establecimiento comienza a servir tapitas, asesorados por un cocinero local que les enseña a hacer huevos a la flamenca, los riñones al Jerez o los higaditos de pollo que serían las primeras tapas que sirvió el establecimiento junto a la merluza ‘al Achilipún’ un guiso al que pusieron este nombre en honor a Lola Flores que triunfaba por entonces en España. También fueron pioneros en poner chuletitas de cordero, algo que, por entonces, no se estilaba en El Puerto. /En la imagen de la izquierda, el padre de nuestro protagonista, Paco Rodríguez.

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Una antigua fotografía de 'Los Pesebres', con Paco Rodríguez tras el mostrador, a la izquierda podemos distinguir, a la izquierda de la fotografía a Pedro Jiménez Caballero, --cuñado de Manuel Aragón Astorga que aparece a continuación apoyado en la barra-- y padre de los Jiménez Aragón, empleado de la banca y fotógrafo coetáneo, compañero y amigo de los ilustres: Rafa, Rasero, Pantoja, Monclova. A la derecha aparece Juan Antonio García Sánchez, “Antoñito el de la Comandancia”, armador y socio de Rafael Sánchez Carbonell, de los pesqueros: “Pepe Carlos”, “José y Vicente”, “Horta Graña”, “Ballena Blanca” y “Nuevo Pepe Carlos”. 

El cocinero era Luis Román Torres, asistente personal de Carlos Cuvillo. Era un personaje singular que, además de cocinar de forma excelente, componía poesías. Baldomero señala que ya “por los años 70 Luis hacía hamburguesas de pescado. Fíjate tú, que ahora las venden como un gran invento”.

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Interesante selección de tapas que se pueden degustar en la actualidad en Casa Paco.

Las cocinas de Paco Ceballos se vuelven a revolucionar en los años 90, por culpa de las crisis económica. Baldomero señala que “aquello fue incluso peor que ahora. Aquí hemos tenido un colchón porque los años anteriores han sido muy buenos, pero entonces no”. Para resistir, el bar se hace más familiar que nunca y la esposa de Baldomero, Mercedes García Campos, Tati, se hace cargo de la cocina. Se incorporan a la carta algunos de los platos más famosos del establecimiento como los chipirones en su tinta o se afina la receta del bacalao con tomate. Tati, también es la responsable de la famosa ensaladilla de Paco Ceballos, una de esas fórmulas mágicas que resultan exquisitas a pesar de ser una mezcla únicamente de mayonesa, patatas y zanahorias, sin nada más.

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Roberto y Tati, sostienen a su hijo Roberto (ver nótula núm. 1.905 en Gente del Puerto) hoy reputado hotelero en Marbella, el primero de los tres hijos, junto con Mercedes y Baldomero, ‘Mero’ para los suyos, del matrimonio Rodríguez García.

Baldomero destaca la figura de Tati. “Los hosteleros nunca valoramos lo suficiente a nuestras mujeres. No sólo ha aportado su trabajo aquí en el bar, al igual que la mujer de Ignacio que también estuvo trabajando en la cocina con nosotros. Ella ha sido capaz de aguantar pues 50 años sin que pueda compartir conmigo una Semana Santa, 50 veranos sin acompañarla a la playa o 50 días de Nochebuena en que llegara tarde a casa”.

 balbinasanchezrosso_puertosantamariaSu madre, Balbina Sánchez Rosso en la imagen de la izquierda, (ver nótula 1.153 en Gente del Puerto),  le puso Baldomero, en honor a su abuelo materno, Baldomero Sánchez, maestro del colegio San Luis Gonzaga y que diera clases a personajes como Rafael Alberti  o Juan Ramón Jiménez. Baldomero está muy orgulloso de algunos momentos de su vida. Recuerda especialmente el día 5 de enero de 2013 cuando encarnó al rey Gaspar en la cabalgata de los Reyes Magos. También se acuerda de cuando allá por 1974 o 1975 puso en marcha, por encargo de los propietarios de Romerijo, su cervecería ‘La Guachi’, la primera que pusieron en marcha en lo que luego se convertiría en la Ribera del Marisco. Baldomero llegó a regentar también “durante tres meses” la hamburguesería 'El Tomate' pero se dió cuenta de que eso no era lo suyo y lo dejó para centrarse en el negocio familiar. Los hermanos lograron que la francesa Guía Michelín, desde el año 2004, los citara como establecimiento recomendado en El Puerto, todo un logro tratándose de un modesto bar de tapas. /Texto: Pepe Monforte.

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Baldomero, rey Gaspar de la Cabalgata de Reyes 2013, en el centro durante el acto de traspaso de Coronas a SSMM los Reyes Magos de 2014, celebrado en Puerto Sherry.

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Da cosa cerrar el paréntesis de arriba, porque es triste dar por cerrada la última página de la historia de la saga de los Adriano. Así lo es al día de hoy al encontrarse el Adriano III, después de dos años y medio de hundirse, abandonado a su suerte en el abandonado varadero del abandonado río del Olvido (al que El Puerto de Santa María le debe su propia existencia, su antiguo esplendor y que hoy es la viva imagen y el espejo de su decadencia).

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El Adriano III en el astillero de San Adrián de Cobres, en 1955. Posando, su propietaria, Socorro Sanjuán Dopico y su hijo Antonio Somorrostro, quien fuera el último Administrador, desde 2003, de Motonaves Adriano S.L. / Foto, colección Andrés Fernández Valimaña, último Gestor del vapor.

El Tercero de los Adriano fue el único que no se construyó en el astillero que Antonio Fernández ‘el Adriano’ (fallecido en 1946) tenía en la ferrolana playa de Maniños, sino al interior de otra ría gallega, la de Vigo, en el astillero (1919-1998) que los Sucesores de Francisco González García mantenían en la parroquia de San Adrián de Cobres, en el municipio pontevedrés de Vilaboa. Se construyó en 1955 a iniciativa de los hermanos José, Juan y Eduardo Fernández Sanjuán, sobrinos de ‘el Adriano’, y de inmediato llegó al Guadalete, en aquella primera travesía al mando del mecánico Francisco Artola, para sustituir en las travesías al Adriano II, que entonces se varó después de un cuarto de siglo cubriendo las travesías entre El Puerto y Cádiz.

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Una instantánea histórica: la botadura del Adriano III en San Adrián de Cobres.

LAS TRIPAS 
El Adriano III se compuso ‘a la antigua’, con madera de roble para el armazón, tablones de pino gallego de 8 cm de espesor para el casco y acacia brava de 6 cm para las cubiertas y los camarotes. Sus dimensiones, 25’25 metros de eslora, 5’76 m de manga y 2’80 m de puntal. Su peso, 117 toneladas. El costo, 2 millones de pesetas y capacidad para 200 pasajeros: 65 en la cubierta del puente y 135 en la principal (26 en popa, 44 en los bancos de popa y 65 en los de proa). En esta cubierta se instalaron dos sanitarios, dos cisternas de agua dulce y un compartimento con el guardacalor de protección del motor (220 caballos) situado debajo, en la cámara de máquinas de la cubierta baja, que se dividió en dos pañoles de popa y otro de proa, cargados con 40 toneladas de adoquines como lastre.

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Siendo los mas conocidos Pepe y Juan, su hermano Eduardo Fernández Sanjuán (1911-1987), a la derecha de la imagen, trabajó 55 años en los Adriano como marinero de proa, cobrador y durante más de 30 al frente de la empresa familiar. 

Y en la cubierta del puente, el sanctasanctórum donde Pepe ‘el del Vapor’ gobernó el nuevo barco de la saga con sus hermanos Juan y Eduardo y los demás trabajadores que con los años se fueron sucediendo.

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El Adriano III abarloado a cuatro pesqueros.

El viejo motor fue remplazado en 1991 por un diésel ‘Guascor’ de 360 caballos, que alcanzaba una velocidad punta de ocho nudos y medio. La travesía entre El Puerto y Cádiz se hacía, en condiciones climáticas normales y a la velocidad establecida a la entrada y salida de los puertos, en 35-40 minutos (cuando el motor se puso a prueba la distancia se cubrió en 20’). El arranque se efectuaba por aire comprimido, con motor auxiliar. El timón contaba con ayuda mecánica, moviéndose el engranaje mediante cadenas y varillas de acero. Los medios de seguridad de la navegación, los reglamentarios: radar de superficie, compás, emisora de radio y luces de situación.

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El vapor, reluciente, en el varadero Guadalete durante una de sus revisiones anuales. / Foto, col. Andrés Fdez. Valimaña.

Los años en que los Adriano II y III compartieron tiempo y travesías (1955-1982), lo acostumbrado  era que el III cargase con  los viajes diarios y el II se dedicara  a dar paseos turísticos a Cádiz y por la bahía, a veces con paradas en Puerto Real, Matagorda, La Carraca y la Zona Franca. En diciembre y enero, cuando el Adriano III varaba para su limpieza y mantenimiento, el II lo sustituía en las travesías diarias, en el día a día que los Adriano mantuvieron desde 1930.

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El vapor pasando por La Puntilla, aún sin espigón. / Foto, Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

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El Adriano II el día que se botó en el astillero de Maniños.

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El Adriano II llegó a la Bahía de Cádiz en plena República, en noviembre de 1934, para compartir las travesías entre El Puerto y Cádiz con su hermano mayor, el Adriano I, que las venía cubriendo desde junio del 30 en competencia con el Punta Umbría hasta que éste se hundió en el muelle de Cádiz el 7 de octubre del 34. Aquella circunstancia precipitó la inmediata llegada del Adriano II, hasta entonces empleado en la ría de Ferrol desde que dos años antes Antonio Fernández ‘el Adriano’ lo construyera en su pequeño astillero de la playa de Maniños.

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Los Adriano I y II en el muelle del Vapor.

El segundo de la saga tenía una traza más elegante y esbelta que el primero, y más amplio, con capacidad para 400 pasajeros en sus tres alturas: cubierta, sobrecubierta y toldilla. Y lo que era más importante, ‘el Adriano’ lo construyó pensando en el calado del río y en las corrientes y vientos reinantes en la bahía gaditana y con unas líneas más marineras que el Adriano I, diseñado para navegar por la ría ferrolana.

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En el Adriano II en 1955, José Fernández Sanjuán (Pepe ‘el del Vapor’) con su padre, José Fernández Fernández, su esposa, Asunción Posada y sus hijos Asunción, Socorro, Juan, Antonio y Pepe. / Foto, GdP.

Hasta 1955 el Adriano II compartió los viajes diarios con el primero de la saga, cuando dejó de navegar y fue sustituido por el Adriano III, construido aquél año en San Adrián de Cobres, en la ría de Vigo.

juanfernandezsanjuan_v__puertosantamariaAl duplicarse el trabajo en 1934, la familia Fernández también se reforzó. Junto a José Fernández Fernández –hermano de ‘el Adriano’- cubrieron ambas travesías sus hijos José (Pepe ‘el del Vapor’), Eduardo (padre de Andrés Fdez. Valimaña, el último gestor de ‘Motonaves Adriano S.L.’), Andrés (que al poco tiempo volvió a Galicia) y Juan Fernández. Sanjuán, 18 años más joven que su hermano Pepe, que se incorporó a la empresa en 1949 y en la que permaneció hasta su jubilación (ver nótula núm. 907). Y con ellos, numerosos trabajadores que tuvieron los Adriano, como Carlos Serrano, que ejerció de patrón del segundo y marinero del tercero. /En la imagen de la izquierda, Juan Fernández Sanjuán (1927-2004).

LA VIRGEN DE LA ESCOLLERA

Probablemente lo más significado de la historia del Adriano II fue su empleo, aprovechando su prestancia y bonitas hechuras, en dar paseos turísticos diurnos y nocturnos por la bahía interior y Cádiz, a partir de los años 50, cuando lo peor de la posguerra había pasado y las cosas comenzaban a mejorar. Y antes, en los 40, el vapor acogió algunas celebraciones civiles y religiosas.

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La ofrenda floral ante el monumento a la Virgen del Carmen, 17 de agosto de 1947. A la derecha un pesquero alicantino. /Foto, Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

Como la que recoge la foto adjunta, tomada el domingo 17 de agosto de 1947, cuando con motivo del voto Asuncionista que dos días antes juró El Puerto y tras oficiarse una misa de campaña a las diez y media de la mañana en la pérgola del Parque Calderón (la que derribó un temporal en 1964, junto al Kiosco de Murga), las autoridades civiles y de Marina se encaminaron al muelle del Vapor para embarcar en el Adriano II con el fin de depositar coronas de flores y cantar la Salve Marinera en el monumento a la Virgen del Carmen –la Virgen de la Escollera que llamaron-, donde el río y el mar confluían, inaugurado, con la presencia de las autoridades a bordo del Adriano I, el 17 de febrero del año anterior por gestión del hasta entonces Ingeniero Jefe de Obras del Puerto, Antonio Durán Tovar (1911-2012, ver nótula núm. 1295) y la mano del artista Juan José Bottaro (1896-1970, ver nótulas núms. 212 y 285).

El acto volvería a repetirse el 15 de agosto del 49, un año antes de que Pío XI declarara dogma de la Iglesia la Asunción de la Virgen. La de la Escollera se reubicaría en septiembre de 1973 en la punta del espigón de Levante.

vapores_5_6_puertosantamariaLA EXPLOSIÓN DE 1947.

Nadie podía sospechar aquella festiva jornada del 17 de agosto del 47 que al día siguiente se iba a producir en Cádiz una gran tragedia: la explosión de las 491 minas almacenadas en uno de los depósitos de la Base de Defensas Submarinas emplazada en Puntales, que causó la pérdida de numerosísimas vidas. Años después, Pepe ‘el del Vapor’ (que precisamente nació un 18 de agosto) recordó en una entrevista de prensa (Diario de Cádiz, 26-IX-1976, ver nótula núm. 1026) tan aciago día: “Aquella noche fuimos de los primeros en llegar. Estaba en El Puerto y me vine a Cádiz con el Adriano II a ponerme a disposición de la Comandancia de Marina. No fueron necesarios nuestros servicios y, de madrugada, regresamos llevándonos un pasajero, un vecino de El Puerto, al que sorprendió la explosión en Cádiz.” /En la imagen de la izquierda, la misma jornada del 17 de agosto de 1947, de popa, entonándose los acordes de la Salve Marinera. / Foto, Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

LA CANALIZACIÓN DEL RÍO

Aquel año del 47 había comenzado mal. En enero y febrero, repetidos temporales causaron el aterramiento del canal de acceso al puerto, por lo que fue preciso dragarlo.

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El Adriano II pasando ante las obras de canalización del río. / Foto, colección Luis Serrano.

La obra se verificó en marzo del 48, al tiempo que comenzó a modificarse, en la banda de la ciudad, el muelle pesquero. Al año siguiente, marzo del 49, se presentó el ‘Plan General de Ordenación del puerto’, cuya aplicación conllevó la construcción de un muelle comercial frente a la ciudad, cuyas obras se ejecutarían en su mayor parte en 1951. Hasta entonces, las murallas de la otra banda se extendían desde el puente de San Alejandro en 200 metros, que serían ampliados, tras ganarse terrenos al río con las nuevas murallas, hasta ocupar una extensión de 540 m lineales. Y se construyeron, por el entorno del transbordador de la sal, almacenes de clasificación de materiales y productos, especialmente para vino, pues las autoridades apostaron por que los caldos de El Puerto y Jerez tuvieran aquí su primer centro exportador por vía marítima. Le cupo a la motonave Delia, alemana, el 17 de julio del 51, ser el primer barco que en el nuevo muelle cargó sus bodegas de nuestro preciado producto.

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El nuevo río que quedó con las obras de los años 40-50. / Foto, colección Luis Serrano.

Con los años, todo se fue al traste. Principalmente, por el poco calado del río, que requería repetidas obras de dragado que económicamente se hicieron insostenibles. El principal responsable de la construcción del muelle comercial y del dragado del río, que ciertamente trajo un considerable auge en el tráfico marítimo (como había sucedido a fines de los 20 y comienzos de los 30), fue Juan Machimbarrena Aguirrebengoa, quien fuera nombrado Ingeniero Jefe de Obras del Puerto en febrero del 46, en sustitución de Antonio Durán.

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El segundo de los Adriano atracado en el muelle del Vapor.

La navegación en la bahía mejoró considerablemente con las obras que mediado el siglo XX se realizaron en las entradas de los puertos de Cádiz –los espigones de Levante y de la Punta de San Felipe- y El Puerto.  “Antes –recordaba Pepe en 1976-, cuando había levante no se podía estar en el puerto de Cádiz. Muchos barcos se iban a Matagorda y los que sabían entrar se iban al Puerto. Aquí también los espigones ha sido lo mejor que se ha hecho. En El Puerto, los espigones de encauzamiento del río, el de La Puntilla (o de Poniente, de 1.324 m) y el de Valdelagrana (o de Levante, de 935 m), se inauguraron en 1970, por labor del entonces Ingeniero Jefe, José Antonio Español (1924-2004, ver nótula núm. 1892).

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Un atestado vapor rumbo a Cádiz

Tal era el panorama físico y económico de la ría del Guadalete a fines de los 40 y comienzos de los 50, cuando la bahía y España entera continuaban viviendo los años de la posguerra y los Adriano I y II seguían, día tras día, surcando la bahía.

LOS PASEOS

Travesías, realizadas en 35 o 40 minutos, que siempre seguían el mismo derrotero, describiendo un arco (desde Cádiz, poniendo proa hacia Valdelagrana y luego caer hacia la bocana del Guadalete) para evitar que los vientos de poniente y levante no molestaran y salpicaran a los pasajeros. Al respecto, Pepe ‘el del Vapor’ solía responderle a quien le preguntaba por el motivo de esta maniobra con el viejo refrán A la mujer y el viento, una cuarta a barlovento. Siendo el de levante, en tierra, un viento realmente molesto, en el mar las aguas se calman con el levante, al contrario que con el poniente.  

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Cómo ronea, cómo presume… Atracando en Cádiz, en la Puerta del Mar, como hicieron los vapores y los faluchos durante siglos, hasta que en 1993 se cambió el punto de atraque del Adriano III al muelle Alfonso XIII, junto a la Estación Marítima.

Célebres fueron los paseos que se organizaron a partir de 1955 con motivo del Trofeo Carranza al concluir agosto, cuando el Adriano II se convertía en un reclamo turístico para los foráneos  que a Cádiz venían a presenciar los partidos. El propio promotor del ‘trofeo de los trofeos’, el alcalde gaditano José León de Carranza –que vivía en El Puerto, en la plaza San Francisco- fue durante años, entre 1948 y 1969, cuando falleció, uno de los más asiduos viajeros del vapor, a quien Pepe siempre recordó con afecto. Como a Alfonso Sancho, el ex-alcalde y bodeguero portuense. O al también bodeguero Agustín Blázquez. Y al historiador gaditano Álvaro Picardo. Y a  Joaquín Vich, de quien Pepe dijo que “fue el que más malos ratos ha pasado con el problema de la barra. Él fue mi gran maestro, venía todos los días con nosotros. Era el capitán más joven que tuvo la Compañía Transmediterránea y vivía en una casa frente al muelle del Puerto que tenía un molino para el agua. A mí me consideraba como de la familia.

vapores5_12_puertosantamariaY recordaba al Padre Alegría, de quien contó –como para olvidarlo- esta simpática anécdota: “Es la primera vez que he visto a una persona que, cayendo, grite ¡auxilio! Habíamos atracado en el muelle del Puerto y cayó entre él y el barco. Le dio tiempo a gritar por el aire. Fue increíble porque, además, no le pasó nada.” /En la imagen de la izquierda, la letra del Vaporcito en el libreto original de Los hombres del Mar, 1965.

Fue entonces cuando Pepe dijo aquello de “no es gaditano del todo aquél que no se ha montado una vez en tan típico barco.” Y también sostuvo que Paco Alba, el autor del celebérrimo pasodoble del Vaporcito del Puerto, nunca navegó en el Adriano II. Y no le enmendaré yo la plana a alguien que realizó –se ha calculado- no menos de 150.000 travesías cruzando la bahía. 

EL PASODOBLE

Recordaba en la anterior entrega la que lió Perro Pachón en el Punta Umbría el año 34. Algo similar le ocurrió a Pepe. Lo contó en la citada entrevista: “…Estos viajes eran muy malos por las discusiones y las peleas y cuando un barco va tan abarrotado cualquier cosa de estas supone un disgusto muy grande. Una vez, uno de Jerez que venía borracho se tiró al agua y decía que quería llegar nadando hasta Jerez. Tuvo la suerte de que estaba la Draga cerca y ‘los ganguis’ salieron pronto a recogerlo. Pero él seguía en sus trece y tuvieron que llevarlo hasta El Puerto tendido boca abajo en la cubierta. Allí lo estaba esperando la Guardia Civil. Era Comandante de Marina don Francisco Martel y lo dejaron libre porque la madre vino llorando y todo.”

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Pepe ‘el del Vapor’ y José Rodríguez ‘el Sopa’ mientras Los hombres del mar cantan el pasodoble en el Adriano II. / Foto, Andrés Fdez. Valimaña.

altavoz50Pulsar sobre el altavoz de la izquierda para escuchar la letra del pasodoble de Los Hombres del Mar, original de Paco Alba 'El Vaporcito'. Año 1965.

Buenos tiempos fueron para el Adriano II  los de los carnavales gaditanos -las ‘Fiestas Típicas Gaditanas’ de entonces-, cuando las travesías se redoblaban y de las que nació, de la mano de Paco Alba, el inmortal pasodoble de Los hombres del mar cantado en el Carnaval de 1965 y desde entonces repetido en infinitas ocasiones como el himno de la bahía gaditana (no oficial) que es (a veces rematado con el Asturias patria querida).

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Fotograma  de La Becerrada con Juan Fernández Sanjuán haciendo de sí mismo, con un simpático 'lepanto' sobre la cabeza.

Escenas de dos películas se rodaron en el Adriano II. En 1947 (el año de la Virgen de la Escollera) La Lola se va a los Puertos, basada en la obra de los hermanos Machado (1929), ambientada en 1860 y dirigida por Juan de Orduña con un reparto encabezado por Juanita Reina. La otra cinta fue La becerrada, una comedia que dirigió José María Forqué en 1962 con guión de Jaime de Armiñán y la interpretación de Fernando Fernán Gómez, Manuel Alexandre, María José Alfonso, Rafaela Aparicio, Irene Gutiérrez Caba...

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VARADO

El Adriano II prestó su servicio hasta 1982, cincuenta años después de botarse en Maniños. Se varó entonces en la margen izquierda del río, se macizó el fondo con hormigón y se pensó en convertirlo en un restaurante, pero la idea no cuajó. Terminó, como el Adriano I, desguazado.

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El Adriano II en sus últimos tiempos, atracado en la otra banda.

Pero a la saga de los Adriano aún le quedaba muchas travesías por cubrir. En 1955 comenzaría otra etapa,  la penúltima de las que se han sucedido desde que hace dos mil años comenzaron las travesías entre El Puerto y Cádiz. (Texto: Enrique Pérez Fernández) Continuará

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Los Adriano II y III en una postal de los años 70

Más Capítulos de Enrique Pérez sobre: Los Adriano: Historia de una tradición.
Capítulo 1. Los vapores (1840-1929). Nótula 1.986

Capítulo 2. Los faluchos. Nótula 1.993.
Capítulo 3. Antonio Fernández, ‘el Adriano’. Nótula 2.007.
Capítulo 4. Adriano I (1930-1955) Punta Umbría (1929-1934). Nótula 2.021.

En la imagen siguiente, el muelle del Vapor en 1930, próximo a concluirse. A la izquierda, el Hotel Vista Alegre. /Foto: Herederos de Eduardo Ruiz Golluri (entonces alcalde de la ciudad) es copia del Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

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En julio de 1930 se concluyó un nuevo muelle del Vapor, que sustituyó al que un año antes desbarató la explosión del Cádiz, el que en 1901 construyeron los Millán para el uso exclusivo de sus vapores de pasajeros. El nuevo se levantó a  iniciativa de la ‘Comisión Administrativa del Puerto del Guadalete’, en hormigón armado, que es el que sigue en pie junto a la plaza y fuente de las Galeras, con algunas reformas y al día de hoy sin uso. Se dio por inaugurado el 31 de julio, festividad de San Ignacio, como fue bautizado, aunque la gente lo continuó llamando muelle del Vapor, desde que en 1840 se levantó el primero en el mismo lugar.

EL PUNTA UMBRÍA.
Cuando el Adriano I llegó del Guadalquivir –de la Exposición Iberoamericana de Sevilla- otra embarcación venía cubriendo el servicio marítimo entre El Puerto y Cádiz, desde el 6 de octubre de 1929, cuando comenzó las travesías –con motivo de una novillada a celebrar en Cádiz- el yate Punta Umbría,  acabado de construir aquel año en Isla Cristina por el armador onubense Manuel Orta.

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En los primeros años 30 y en medio del río, el Punta Umbría. /Foto: Colección Francisco Mata en copia de Luis Serrano.

La iniciativa de restablecer y renovar la línea –la que sustituyó al vapor Cádiz- partió de un íntimo amigo de Orta, el armador de buques José Monís García, que entonces pasaba el verano en nuestra ciudad, en su recreo ‘Nuestra Señora de los Milagros’. El consignatario era Antonio Ruiz de Cortázar, con local enfrente, en la plaza de las Galeras esquina a Micaela Aramburu (donde estuvo el Bar la Galera y hoy La Venencia); que también ejercería como tal, al paso de unos años, del Adriano I.

El Punta Umbría tenía 21 metros de eslora, motor diésel de 120 caballos, apto para recorrer 12 millas a la hora (la ida y vuelta de El Puerto a Cádiz) y capaz para 215 pasajeros. Desde su llegada al Guadalete, su punto de atraque y embarque fue al otro extremo del Parque Calderón, en la escalinata del muelle general inmediata al puente de San Alejandro. Se decía entonces en la Revista Portuense que “podrá salir y entrar con todos los aguajes sin esperar mareas, lo que permitirá realizar los proyectos de su armador de hacer cada día cuatro viajes del Puerto de Santa María a Cádiz, y otros cuatro de regreso, a horas fijas y adecuadas para enlazar con los diversos trenes” (el mixto, el expreso y el ómnibus, y las mercancías y correspondencias, en el mensajero  y el correo).

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Detalle de la fotografía anterior, con su publicidad

Pero la falta de experiencia en la travesía, unida a condiciones climáticas adversas, le hizo pasar al Punta Umbría un mal trago a los tres días de inaugurarse la línea, el 9 de octubre del 29, cuando quedó encallado al salir del río, sin más consecuencia. Lo contó la Revista: “El vapor Punta Umbría al emprender ayer su viaje a la capital, y efecto a la intensa niebla que existe, quedó embarrancado poco antes de llegar a la barra, frente a la Puntilla. Allí permaneció hasta la marea de la tarde, en que salió por su propio impulso, dándole remolque hasta este puerto un bote del mismo vapor.

LA BUENA COMPETENCIA.
A partir del 15 de junio de 1930 el Adriano I  y el Punta Umbría compartieron el servicio durante cinco años, no pisándose en lo posible los horarios y en armonía y sana competencia, como está dado en la gente de mar  y se comprobó el 14 de agosto del 34, cuando ocurrió esto:  “Accidente marítimo.- Lo sufrió en la noche del domingo cuando hacía un viaje a la capital, el vapor Adriano que encalló abriéndosele una vía de agua cuando navegaba por las proximidades de La Puntilla. Tras ímprobos esfuerzos por el peligro que significaba acercarse al Adriano y con el auxilio de unas lanchas, fue tomando el pasaje que llevaba el Punta Umbría, quien lo condujo a Cádiz. El Adriano pudo ser sacado ayer del lugar donde embarrancó y conducido al varadero, lugar en el que le será reparada la avería sufrida.

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Horarios en la prensa de la época. La corrida la lidiaron Armillita Chico, Domingo Ortega y Victoriano de la Serna.

Movido día aquél para el Punta Umbría, porque unas horas antes ocurrió que un individuo –Perro Pachón lo llamaban, que la llevaba tan gorda que ni el agua se la quitó-, tras insolentarse con otros pasajeros, se escribió en el periódico, “optó por último por tirarse al agua cuando se encontraba dicho vapor en plena barra. Tras de originar que el barco evolucionara, al par que una lancha hasta restituirle a bordo, volvió el hombre a hacer la gracia cuando ya el Punta Umbría se encontraba frente a la fábrica de gas…” Ya en tierra fue invitado por dos guardias a visitar al sr. Juez de Instrucción.

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El Adriano I en 1933, en reposo próximo al puente de San Alejandro. Al fondo, los trabajos de la draga. /Foto: Colección Francisco Mata.

Ni al paso de dos meses, otro suceso de más calado impidió que el Punta Umbría tuviera una larga vida. Justo a los cinco años de comenzar las travesías, el 7 de octubre de 1934, la embarcación se fue a pique en el puerto de Cádiz. Pasó que una fuerte marejada de levante provocó que el patrón perdiera el gobierno al enfilar la dársena y la resaca lo hizo chocar contra la punta del muelle del Martillo. Hubo tiempo para que el remolcador de los prácticos del puerto -el Mercedes- acudiera en su auxilio y lograra atracar el barco, salvándose los nueve pasajeros y la tripulación (el patrón, un mecánico y dos marineros). Después, al ser remolcado para vararlo en lugar más protegido, se hundió. Al paso de unos días se reflotó y se puso en reparación, pero las averías que sufrió impidieron que el Punta Umbría volviera a navegar. Me suena.

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El Adriano I atracado delante del Parque Calderón, junto a unos faluchos. Detrás podemos ver el imponente edificio que existía con anterioridad a la actual sede de Romerijo.

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El desaparecido edificio donde hoy se encuentra Romerijo, y donde en las dos puertas de la derecha se encontraba el antiguo Bar ‘La Draga’. Enfrente, cruzando la calle Jesús de los Milagros, el actual Bar ‘La Herrería, ‘El Antiguo Dragón’, cuando El Puerto era más marítimo y marinero.

...continúa leyendo "2.021. LOS ADRIANO. La herencia de una tradición. 4: Adriano I (1930-1955) y Punta Umbría (1929-1934)"

Vídeo aéreo de El Puerto de Santa María, realizado por la empresa CadizMedia, formada por la gaditana María de la Orden y el porteño Alfonso Carrillo. Ha sido grabado y editado íntegramente por estos socios que ofrecen una peculiar visión de la Ciudad en movimiento, obteniendo las imágenes aéreas con un drone (vehículo aéreo no tripulado) que lleva incorporada una cámara con ojo de pez, así como otras vistas y tomas muy singulares. La banda sonora es el tema musical de Philippe Rey, titulado ‘Born to conquer’ (Nacido para conquistar).

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vapores3_1_puertosantamariaLos tres Adriano que surcaron la bahía entre El Puerto y Cádiz durante 81 años (1930-2011) para siempre irán asociados a la figura de José Fernández Sanjuán, Pepe ‘el del Vapor’. Y es de justicia, porque en su prolongadísimo día a día –-donde se conforman las pequeñas-grandes historias de la cotidianidad--  fue un ejemplo de vocación y entrega a un oficio y a una sociedad.

Pero su figura y la historia de los Adriano no puede entenderse sin la de otro personaje,  su tío Antonio Fernández, quien diseñó, financió y puso a navegar a los dos primeros Adriano. Con la intención  de recuperarlo del olvido, esbozaré en esta página la vida de este singular y brillante gallego. /En la imagen de la izquierda, Antonio Fernández diseñando ¿alguno de los Adriano?

EN LA EXPOSICIÓN IBEROAMERICANA DE SEVILLA.

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Nuestro protagonista, Antonio Fernández Fernández, al que apodaban ‘el Adriano’, el nombre de su padre, arribó a Sevilla en octubre de 1929, cuando tenía 64 años. Desde mayo venía celebrándose en la ciudad  -tras una larga espera de veinte años desde que se concibió el proyecto- la Exposición Iberoamericana, donde se dieron cita, además de las regiones españolas y las provincias andaluzas y Portugal, algunos de los países de la otra orilla para mostrar sus culturas, sus realidades, sus avances.

Antonio llegó al Guadalquivir navegando desde la ría de Ferrol en su barco Adriano I, que desde que lo construyó en 1927 cubría, sólo los veranos y con miras turísticas, la línea Ferrol-La Coruña, tripulado por su hermano José como patrón y tres hijos de éste, Eduardo, Andrés y, de maquinista, José (nuestro ‘Pepe el del Vapor’, cuando llegó a Sevilla, un joven de 20 años). En aguas gallegas, tras salir de la ría de Ferrol y cruzar mar abierto, el Adriano viraba hacia La Coruña pasando por el castillo de San Antón, la Torre de Hércules y La Marola (marejada en gallego), un islote peligroso por sus bajos al que sólo se podía acercar con buen mar. Un dicho gallego lo dice: ‘Quen pasou A Marola, pasou a mar toda’; ‘Quien pasa La Marola, pasa la mar toda’.

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Entrada a la ría de Ferrol, protegida por los castillos de San Felipe y La Palma. Al fondo, Barallobre.  

En la larga travesía a Sevilla (613 millas) acompañaron a Antonio su hermano José, su sobrino Pepe ‘el del Vapor’ y un maquinista (que al poco tiempo, de regreso a su tierra, al entrar en la ría de Ferrol naufragó y pereció ahogado).

vapores_3_4_puertosantamariaEl motivo de la venida al Guadalquivir, participar en el acontecimiento alquilando la motonave a grupos de turistas que quisieran navegar entre Sevilla y Sanlúcar; como ya lo hizo otro Adriano a partir de 1840 con sus “hermanos” los vapores Trajano y Teodosio (los nombres de los tres emperadores romanos nacidos en Hispania). /En la imagen de la izquierda, José Fernández Fernández, el primer patrón del Adriano I, en 1955, a bordo del Adriano II.

En El Puerto hacía tres meses que se fue a pique, al explotar la caldera, el vapor Cádiz cuando estaba atracado al muelle del Vapor, que también quedó destruido. Sus propietarios, los ‘Herederos de Antonio Millán’, después de haber estado a cargo de la familia la explotación de la línea El Puerto-Cádiz durante 57 años, decidieron no continuar con las travesías con otro vapor de su flota y, al paso de unos meses, renunciaron a la concesión municipal del muelle (cuya reversión se cumpliría en 1950), “en atención –le decían en una carta al alcalde- al cariño que tanto nuestro padre como nosotros hemos profesado siempre al Puerto”.

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El Adriano I en el Guadalquivir, en 1929.

En noviembre, José María Millán marchó a Sevilla y contactó con Antonio Fernández. Le contó lo de la explosión del Cádiz y su intención de no emplear otro barco en la travesía. Y le ofreció que se hiciera cargo del servicio el Adriano I  a condición de que la familia Millán siguiera siendo la consignataria de la línea, con base en El Puerto. Y Antonio Fernández, ‘el Adriano’, aceptó la propuesta. Lo que iba a ser un periplo de ida y vuelta a la ría de Ferrol cambió, porque el Adriano I  nunca más volvería a navegar en aguas gallegas. Se hizo andaluz.

EL POLIZÓN QUE TRIUNFÓ. 
Antonio Fernández había nacido en 1866 en la parroquia coruñesa de San Pedro de Eume, en el concejo de As Pontes de García Rodríguez, en un paraje envuelto por las hermosas Fragas del río Eume. Aquí, con su familia, dedicada a las labores del campo, pasó sus primeros años hasta que en 1882, al cumplir los 16 y buscando nuevos horizontes de vida y futuro, como tantos otros gallegos, decidió emigrar a tierras americanas. Marchó de polizón en un carguero a Cuba, sólo con el bagaje de su corta experiencia como aprendiz de carpintero. Pero también le acompañaba una recia personalidad, una inteligencia natural y muchas ganas de abrirse camino. Y bien que lo consiguió.

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La ciudad cubana de Cienfuegos, la Perla del Sur. Plaza de José Martí.

Se asentó en Cienfuegos, el activo puerto comercial situado a orilla de la bahía de Jagua o de Cienfuegos, en el mar de las Antillas. Comenzó a trabajar en el sector del ferrocarril, y después en el de la construcción, donde encontró su sitio y su porvenir. Pese a su escasa preparación técnica y cultural, su tesón y talento natural lo convirtieron en un apreciado contratista y constructor, alcanzando al paso de pocos años una holgada posición económica. Lo suficientemente sólida como para decidir, en 1900, cuando tenía 34 años, en una Cuba recién independizada de España, regresar, a los dieciocho años de su partida, a su Galicia natal, convertido en indiano. Motivos de salud, una frágil salud de hierro que siempre acompañó a Antonio, también le inclinó a saltar de nuevo el charco.

DE VUELTA A CASA.

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El astillero de Antonio Fernández (segundo por la izquierda) en Maniños, donde nacieron los Adriano I y II.Cuando Antonio Fernández volvió a España no se asentó en las tierras interiores de su Eume natal, sino en la margen izquierda de la ría de Ferrol, en la parroquia de Barallobre. Sus años vividos en la bahía de Cienfuegos le habían apegado más al mar que a la tierra. En Barallobre instaló, en memoria de sus primeros años de aprendiz, una carpintería, y en la inmediata playa de Maniños un pequeño astillero, donde se construyeron, en 1927 y 1932, los dos primeros Adriano. En ambos negocios y quehaceres pasó el resto de su vida, diseñando y trazando planos, incluidos los de los Adriano, porque Antonio era más que apañado y habilidoso para todo lo que se proponía.

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El Monumento al Caminante Desconocido, un “capricho” de ‘el Adriano’.

Aún hoy la huella de este gallego bajito, enjuto y todo nervio, perdura en Barallobre:  en el ‘Monumento al Caminante Desconocido’ que de su bolsillo construyó en 1934 a las afueras de la población, consistente en una biblioteca al aire libre rodeada de un jardín con los nombres de destacados personajes gallegos en el respaldo de los bancos (que en 1984, con motivo de la reurbanización del entorno, reubicaron junto a la carretera de Perlío a Maniños).

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El Cine Adriano en Barallobre, en 1960.

O en el imponente Cine Adriano que construyó en 1947. Pero la más destacada huella de Antonio en su tierra es la casa de estilo colonial que para habitarla diseñó y construyó entre 1918 y 1921, con la ayuda de sus tres hermanos: Perla del Sur la llamó, como era y es conocida Cienfuegos, la hermosa ciudad cubana que le dio todo.

vapores_3_10_puertosantamariaPERLA DEL SUR.
Esta singular construcción,  hoy más conocida como la ‘casa del Adriano’ y ‘casa de la maleta’, se levanta en la ladera de una colina que desde Barallobre domina, en una vista impresionante, la ría de Ferrol. Es una vivienda realmente peculiar, en la que Antonio Fernández dio rienda suelta a su ingenio y experiencia como constructor, resultando una casa a modo de palacete con planta de flecha biselada formada por ocho fachadas, en el que se entremezclan diversos estilos –propio del eclecticismo imperante en la época- pasados por el tamiz de ‘el Adriano’. /En la imagen de la izquierda, la Perla del Sur, la casa de ‘el Adriano’ en Barallobre.

En la siguiente foto reproducimos una imagen, de cuando aún la Perla del Sur no estaba concluida, del centenario tejo –el árbol sagrado celta- que plantó junto a la casa, en el que aparece la familia de Antonio –él en la cúspide- sobre tres plataformas de hormigón dispuestas entre la podada copa. Las cosas de ‘el Adriano’…

vapores_3_12_puertosantamariaDe tan singular arquitectura destaca el mirador que levantó sobre la terraza, dando vista a la ría y asentado sobre ocho columnas a modo de un templete circular en las que descansa una cúpula nervada (muy similar al del Palacio de Ferrer, al fondo de la foto de Cienfuegos adjunta), y rematando el conjunto, la estatua de un hombre, el propio Antonio Fernández, que simboliza el regreso del indiano, portando una gabardina bajo el brazo, a sus pies una maleta (de aquí el nombre con el que es conocida la casa), y levantando con el otro brazo un faro, que de noche emitía destellos, símbolo del éxito alcanzado y guía para quienes siguieran el camino que él emprendió en su juventud. /En la imagen de la izquierda, el cenador del centenario tejo con la familia de ‘el Adriano’

Del interior de la casa resaltaría las cinco placas de mármol que Antonio dispuso en 1925 en las paredes de una de las estancias, que recogen otras tantas reflexiones filosóficas con estos encabezamientos: LA PATRIA, LO PASADO, EL PRESENTE, EL PORVENIR y QUEDA DISPUESTO. De la lectura de los textos deduzco, junto al testimonio que me contó un familiar, que Antonio fue un hombre comprometido con su tiempo, universalista, con conciencia de clase, defensor de los derechos de los trabajadores, solidario con sus semejantes, a quienes ayudó en no pocas ocasiones, republicano cuando llegó la República, multado por las autoridades franquistas cuando llegó el Movimiento...; más allá de ideologías, diría yo que un humanista librepensador. Y muy peculiar. Su lema, también grabado en la casa, era El trabajo es mi Dios y el mundo mi tumba. Falleció en 1946, sin tiempo para haber construido el tercero de los Adriano.

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La figura de Antonio Fernández dominando la ría de Ferrol desde el mirador de su casa.

DEL GUADALQUIVIR AL GUADALETE.
Antonio nunca olvidó, por todo lo que le dio, a Cuba. Así que cuando se enteró de que iba a estar presente con un pabellón en la Exposición Iberoamericana, decidió, después de 29 años alejado de la isla, reencontrarse con ella en Sevilla y organizar el periplo turístico con miras económicas que llevaría al Adriano I al Guadalquivir y, tras el evento sevillano y el acuerdo con José María Millán, a la bahía de Cádiz, en un viaje sin retorno.

No puedo precisar cuándo llegó el Adriano I al Guadalete. Siempre se ha dicho y escrito que en el mismo año 29, pero la documentación que poseo no lo corrobora. En cualquier caso, no fue hasta el 15 de junio de 1930 cuando por primera vez comenzó a anunciarse en la Revista Portuense el nuevo servicio de pasajeros entre El Puerto y Cádiz, seis días antes de que en Sevilla concluyera la Exposición Iberoamericana.

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El Adriano I (1927-1955) en el Guadalete, frente al Parque Calderón y la Casa de Rivas (hoy Romerijo).

Vivía entonces El Puerto buenos tiempos para el tráfico de barcos en el río y la bahía. En mayo del 29 se constituyó  la ‘Comisión Administrativa del Puerto del Guadalete’, dirigida por el ingeniero Ignacio Merello Llasera (tío de Rafael Alberti). Hasta los primeros años 30 la Comisión promovió, entre otras obras, el dragado del río, la apertura de un nuevo canal en su embocadura, la construcción de un nuevo muelle del Vapor, la de un transbordador aéreo de sal para transportarla desde la salina de La Tapa a las bodegas de los barcos (desmantelado a fines de los años 60), y una fábrica de cementos Portland. Con tales acciones creció considerablemente el tráfico marítimo de mercancías, permitiendo la entrada en la ría del Guadalete de buques de hasta 1.700 toneladas. La guerra civil y los primeros años de la posguerra paralizaron las expectativas nacidas durante la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República.

En 1930, las condiciones estaban dispuestas para que comenzara a navegar entre El Puerto y Cádiz el Adriano I, el que construyó un singular gallego en un pequeño astillero de la ría de Ferrol. Todo un personaje. (Texto: Enrique Pérez Fernández) Continuará

Más Capítulode de  Los Adriano: Historia de una tradición.
Capítulo 1. Los vapores (1840-1929). Nótula 1.986
Capítulo 2. Los faluchos. Nótula 1.993.

 

 

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