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espiralesdeincienso_2_puertosantamariaLuis González Campos, redactor corresponsal de El Mundo, escribía en Cádiz el 2 de febrero de 1915 --hace 98 años-- un interesante artículo sobre las posibilidades turísticas de El Puerto, que fue publicado con el título ‘Espirales de Incienso’ en la Revista Portuense, el 4 de marzo de dicho año. /Pulsando sobre la imagen, se puede leer el artículo completo.

Hoy, que se celebra en El Puerto de Santa María el Día Mundial del Turismo con más de 100 actividades y colaboraciones tanto pública como privadas, no está de mas echar la vista atrás y recordar como veía un periodista de aquella época nuestra Ciudad y su vocación turística, que se hacía para atraer el turismo tanto desde la iniciativa pública como privada, que medidas adoptaban las autoridades para atraerlo o ahuyentarlo, que propuestas, en fin presentaba la ciudadanía, tras las loas barrocas habituales en un periódico de comienzos del siglo XX.

El autor sostiene que «Del Puerto se cuidan poco las autoridades portuenses en el sentido de avalorar esta época del año confeccionando buenos programas de festejos. ¡Claro que en esta labor deben colaborar con el Municipio, la industria y el comercio y aún el vecindario!» A partir de aquí, Luis González hace una extensa exposición de ideas para mejorar la actividad turística, algunas muy curiosas como podrán comprobar: Concurso de Higiene Popular, la Fiesta de los Cántabros, Experimentos de Aviación, Precios únicos de camas para dormir una sola noche, Reducción de los billetes de ida y vuelta a Cádiz en trenes y vapor, y muchísimas otras que podrán leer, pulsando sobre la ilustración que acompaña esta nótula. A El Puerto, que ya no vive ni de la pesca ni de las bodegas, ambas en crisis permanente, solo le queda la alternativa del Turismo. Todas las acciones, pues, han de ir encaminadas a promoverlo, dinamizarlo, ordenarlo, estabilizarlo, haciendo cómodo a hosteleros, visitantes y vecinos este fenómeno económico convertido en industria, que no deja de ser un vehículo de comunicación entre los pueblos. /Texto: José María Morillo.

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En el costurero del Colegio La Salle, a finales de los años sesenta del siglo pasado, vemos al Hermano Gonzalo, muy querido por todos, padres, madres y alumnos, quien aparece rodeado de madres de alumnos que le ofrecen una merienda. Se hacían muchas bromas sobre el tamaño de sus orejas: 'Don Gonzalo, el hermano orejón…' o '¿Que es el viento?, --Las orejas del Hermano Gonzalo en movimiento'… Y todavía se le recuerda. Estuvo en el Colegio de La Salle de Puerto Real y falleció prematuramente.

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De izquierda a derecha: Maria Gil, Angelita Santilario, María Fariñas Sabariego (esposa Antonio Sánchez Ruiz, uno de los dueños del Tabernón Sánchez en la Calle Ganado), Carmen Lara (mujer de Pepe el camarero del Bar 'Los Pepes'), Angeles Herrero Tello (esposa de Rafael González Bruzón, uno de los socios de la desaparecida Bodega de González Rico Hermanos), el hermano Gonzalo, Concha Rodríguez (madre del otorrinolaringólogo Casimiro García Rodríguez), Charo 'la asturiana' esposa de
Rafael Vélez (del Sindicato y de Casa Lucas), MarÌa Luisa Medina, esposa de Cossi, Milagros González, esposa de Ordóñez y la última es Mari Cheli Vélez, hija de Charo y Rafael Vélez, quien actualmente vive en Asturias; su tía regentaba el ambigú del desaparecido Teatro Principal.

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De izquierda a derecha, Vicente Valle Rey ‘el Jopo’ lotero con nótula núm. 881 en GdP (embarcado entre otros en ‘El Glorioso’ y ‘Playa de Valdelagrana’); Rafael Morales Calatayud ‘Calata’; Antonio Moragues Molina ‘El americano’; Agustín Treviño; Vicente Tur Perles –de la familia de los Morriño– quien, aunque en la actualidad vive ya jubilado en Calpe (trabajó en la Cofradía de Pescadores de dicha localidad) y viene por El Puerto todos los años; Antonio Galán Marchena, ‘el Chispa; Francisco Guardiola Jiménez, víctima en el hundimiento del pesquero ‘Castillo Santa Catalina’; Pérez Roldan, ‘El Chino’ y, con el gancho en la mano, Juan Rubio Cuevas, conocido como ‘Juani Jerez’. Aquel turno fue conocido como ‘el de los Calamares’ dada la ingente cantidad que se capturaron de esta especie de cefalópodos, en los caladeros de Cabo Blanco y casi, con la frontera de Mauritania.

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Si bien en la embarcación solo se distingue en el fondo del barco del nombre de la palabra ‘castillo’, nosotros nos inclinamos porque la embarcación sea la del ‘Castillo de Santa Catalina’, aunque existieron otros dos ‘castillos’ en la flota pesquera portuense: ‘Castillo de Doña Blanca’ (estos dos del armador José María Martínez Govantes) y el ‘Castillo de San Marcos’ cuyo armador era Juan Hernández Navarro. /Foto: Colección AP.

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El Tío Aquiles tenía “sobrinos a miles”, con su aspecto de abuelo tirolés, un retrato surrealista de esos de la televisión que apelaba a la imaginación infantil con rudimentarios medios, que daba réplica a Valentina (Mari Carmen Goñi), al trolero Capitán Tan  (Félix Casas) y Paquito Cano  (Locomotoro). Este cuarteto fueron los ídolos de los niños españoles durante casi un decenio, desde que se fueron asomando (el capitán fue el primero) en 1965 en el programa Antena  Infantil de TVE.

El argentino Oscar Banegas, creador de las aventuras de Los Chiripitifláuticos, las historietas que ambientaban el programa de variedades para los pequeños, se fijó en un actor veterano con mucha vis cómica para dar vida al contrapunto sensato a Locomotoro y al resto de la pandilla. Fichó así a Miguel Armario Bosch, nacido en Larache, entonces Protectorado Español de Marruecos, en 1916, y de ascendencia de El Puerto.

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De izquierda a derecha, Miguel Armario 'Tío Aquiles; Felix Casas 'Capitán Tán'; Mari Carmen Goñi 'Valentina; el productor Oscar Banegas y Paquito Cano, 'Locomotoro', en la primera etapa de los Chiripitifláuticos.

Ese vínculo portuense fue el origen de su trayectoria artística, cuando su padre, el periodista Miguel Armario Peña, lo puso en contacto con su paisano, Pedro Muñoz Seca, el rey Midas del teatro comercial en España en los años 20 y 30. Armario-Tío Aquiles llegó a Madrid en 1932, cuando apenas era un adolescente y participó en algunos de los últimos montajes de Muñoz Seca, años antes de la Guerra Civil de la que el comediógrafo portuense no escapó con vida al ser detenido en los primeros días por la guardia de asalto madrileña. El autor de ‘La Venganza de don Mendo ‘ sería fusilado en Paracuellos del Jarama.

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Miguel Armario actuaba el 18 de julio de 1936 en el Teatro Poliorama de Barcelona, en el reparto de la obra de Muñoz Seca, 'La Tonta del Rizo'.

El estallido de la guerra encontró a Miguel Armario Bosch, al futuro chiripitifláutico, en Barcelona, donde representaba precisamente una obra de Muñoz Seca, La tonta del rizo. Durante años aquel joven criado en Larache formó parte de la compañía teatral de Luis Benito Arroyo (descubridor por ejemplo de grandes valores de la comedia como Rafaela Aparicio). Armario formaba el motor de la compañía junto a su esposa, Rosa Sabatini, con la que se casó en La Carolina, en una casa de la familia, en 1941. Tuvieron una hija, Rosa.

Miguel vivió a pie de escenario los decenios más duros, curtido en hacer reír a la concurrencia con obras de autores reconocidos (el mencionado Muñoz Seca, Jardiel Poncela) y de otros nombres menores con los que recorrió el país. Los compañeros que trabajaron con él recuerdan su chispa, su buen humor ocurrente y recurrente, de ADN de El Puerto. El cine casi descubrió a Miguel a la vez que la televisión (en películas como Sor Citroen, La ciudad no es para mí, Buenos días, Condesita, rodada en exteriores portuenses, por cierto).

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Imagen promocional de la segunda etapa de 'Los Chiripitifláuticos'.

Un libro sobre el programa Los Chiripitifláuticos, ‘Chiripitifláutico es don José’, acaba de ser editado por Diábolo Ediciones, obra de Cruz Delgado  Sánchez y Jorge San Román y en el volumen se relata todo el desarrollo de uno de los espacios de cabecera para varias generaciones de espectadores. Miguel Armario fue el Tío Aquiles durante siete años, de 1967 a 1974 (Antena Infantil desapareció en 1971, reapareciendo ya como Los Chiripitifláuticos al año siguiente), pero siempre será ese tío prolífico que se conserva en la memoria colectiva de millones de seguidores. En octubre de 1981, avejentado, reaparecería en un especial de La cometa blanca. Había dejado los escenarios en 1976, a raíz del fallecimiento de su esposa, varapalo del que nunca terminó de recuperarse. Fumador empedernido,  falleció en el año 2000 entre la nostalgia de sus seguidores.

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De izquierda a derecha, Rafael Navas, director de Diario de Cádiz, Modesto Barragán, director de Andalucía Directo, Mari Carmen Goñi 'Valentina', José María Morillo, director de Gente del Puerto y Francisco Andrés Gallardo, director de TV y Sociedad del Grupo Joly en 2006, cuando Valentina participó en un seminario en la UCA sobre 'Los Niños de la Transición y la Televisión' organizado por el autor de esta nótula.

miguelarmariopena_puertosantamariaASCENDENCIA PORTUENSE
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El padre de Miguel Armario Bosch era Miguel Armario Peña, nacido en El Puerto de Santa María a principios del último decenio del siglo XX, y que con pocos años se incorporó al taller de Diario de Cádiz. Su fuerte vocación periodística le llevó a tomar contacto con la profesión a través de la rotativa, ya que no pudo terminar la formación escolar. En 1915 emigró al Marruecos Español y eligió Larache para cumplir su sueño de fundar un periódico. En 1916 nacía la publicación, con la cabecera de ‘El Popular’, un medio de comunicación totalmente identificado con el próspero lugar y que nacía para informar y velar por sus intereses. Tres años después Larache vería una segunda cabecera, ‘El Diario Marroquí’,  fundado por Rafael López Rienda. /En la imagen de la izquierda, Miguel Armario Peña, padre de nuestro protagonista.

La Guerra Civil dio al traste con estos periódicos. El Popular debió clausurarse en octubre de 1938 al establecer el nuevo régimen que no podían existir periódicos sin control gubernamental.  El portuense Miguel Armario Peña no pudo levantarse del dolor de ver cerrado su sueño. El 12 de marzo de 1939 fallecía de un infarto en ese Larache que se vió privado de ‘El Popular’. / Texto: Francisco Andrés Gallardo.

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CARA Y CRUZ DE LA VIDA. En febrero de 1852 la sociedad española se conmocionó al conocer el fallido intento de un  sacerdote de apuñalar a Isabel II, a su salida de la iglesia de Atocha, a la que solo consiguió herir levemente en el costado.  El cura regicida se llamaba Martín Merino, tenía 63 años y era natural de Arnedo (Logroño). Conocido o apodado como “El Apóstata” al haber renunciado a sus órdenes sagradas a los siete años de ser ordenado sacerdote en Cádiz, en 1813, fue ejecutado a garrote vil días después del intento de homicidio a pesar de estimársele trastornos mentales y de la opinión contraria de la víctima, la reina Isabel II.

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Los glacis de Puerta Tierra de Cádiz.

Apenas iniciado el verano de ese mismo año de 1852, el miércoles 23 de junio, tuvo lugar otra ejecución, menos sonada y más próxima, la ejecución por fusilamiento en los glacis de la derecha de las Puertas de Tierra, en Cádiz, de dos delincuentes prófugos, uno de ellos, José Otero Pérez, nacido en El Puerto de Santa María en 1820 y avecindado en Utrera. En esta última población había iniciado su carrera delictiva con diversos robos en despoblados, agravados con una primera fuga cuando era conducido de tránsito por la Guardia Civil. Sobre él pesaba una condena de veinte años de cadena en el momento en que, junto con otros dos reclusos, logró fugarse nuevamente el 18 de marzo de ese año. A uno de los fugados, llamado Antonio Segovia, lo detuvieron a cien metros de la cárcel. Hacemos un pequeño inciso para referir el delito de este último, un crimen de los llamados pasional, que en su día se cantaría en romances como el “Crimen de la Gallina Ciega”.

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Óleo sobre lienzo 'La gallina ciega' de Francisco de Goya (1789). 269 cm x 350 cm. Museo del Prado. (Madrid).

Años después de romper noviazgo con una mujer y tener ésta nueva pareja, el sujeto, aparentemente,   mantenía relación de amistad con ambos con los que alternaba socialmente. En una fiesta a la que asistían los tres, propuso jugar a la “gallina ciega” y cuando le toco el turno de actuar como tal al nuevo novio, y tuvo los ojos vendados, apagó Segovia la luz y asestó numerosas puñaladas a su indefenso rival hasta matarlo. Aunque fue sentenciado a muerte por ello, le fue conmutada la pena por 20 años de cadena, la misma que padecía el portuense Otero Pérez. El otro, llamado Manuel Torres, cuyo historial delictivo desconozco, parece que no fue localizado en los días que siguieron a la fuga, mientras que José Otero, que tiró para su tierra, haciendo alguna “visita” en algunas de las cortijadas del camino, donde se proveyó de dinero metálico, una escopeta y un caballo, fue reconocido y detenido con estos pertrechos por la partida de la renta de Consumos, siendo trasladado a la cárcel de Cádiz.

La pena de muerte se les impuso por el delito de atropello al centinela y fue aprobada por el Capitán General de Andalucía. Se  leyó la sentencia a los condenados 24 horas antes de su ejecución, quedando en capilla bajo la custodia de un batallón del Regimiento de Almansa. Las crónicas periodísticas indican que ambos mostraron una gran serenidad durante todo este tiempo, “comiendo con apetito y hablando con los circundantes, especialmente Otero, que salpicaba la conversación con dichos agudos y chistosos, convidando a comer con ellos a cuatro presos de la misma cárcel y al Sr. Alcaide.” José Otero tuvo el detalle, antes de ser fusilado, de llamar al Ayudante de Guerra y declarar que dos personas presas en la cárcel de Utrera por robos en despoblados eran inocentes, pues “aquellos crímenes lo había cometido él solo”.

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La antigua cárcel, o Cárcel Real de Cádiz.

Los condenados hicieron el “paseíllo” desde la Cárcel Real, edificio proyectado por el arquitecto portuense Torcuato Benjumeda, hasta las murallas de Puerta de Tierra, que habían sido remodeladas por su antecesor municipal y padrino de bautismo, Torcuato Cayón, escoltados por treinta granaderos. A las once de la mañana del 23 de junio, un piquete de la brigada de Artillería del Regimiento de Almansa realizó la descarga mortal, en cumplimiento de la sentencia dictada.

LA OTRA MUERTE, ANTAGÓNICA.

Dos días después, caía herido mortalmente  en la arena del que sería el sexto coso taurino local, inaugurado en 1845, propiedad de una sociedad anónima, el picador Carlos Puerto,  consagrado como  figura estelar en su arriesgado oficio, -entonces los caballos no tenían el peto de protección- como puede comprobarse revisando las publicaciones de mediado el siglo XIX, donde  son innumerables las citas que de él se hacen en  periódicos de la capital y provincias, dando fe de su excelente cualificación y prestigio como varilarguero.

Por el escritor y documentalista taurino José Carralero, autor de “Los toros de la muerte”,  hemos conocido los detalles de este dramático suceso, ocurrido durante la lidia del quinto toro en la tradicional corrida de San Juan, que en esta ocasión se celebró el 25 de junio de 1852.  Carralero firma un artículo en la Revista Portuense del 2 de julio de 1932,  titulado: “Una corrida célebre en El Puerto hace ochenta años. La muerte del picador Carlos Puerto Sarto”  de la que reproducimos parte de su contenido:

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'A los Toros'. Grabado en madera de Froment.

“…Van a correrse ocho toros escogidos de la ganadería de don Anastasio Marín, de Coria del Rio. Pica Carlos Puerto, el hijo adoptivo de la Ciudad, el amigo de todos, el que viene a justificar ante sus paisanos la gran reputación adquirida en las plazas de la Península y de América, a fuerza de constantes alardes de valor y destreza… Salta a la arena el quinto toro, de nombre Media Luna, de pelo colorado, careto y ojo de perdiz. Sale abanto y con muchos pies, consiguiendo parárselos el (diestro) Salamanquino con cinco lances, y emprende una faena dura con la gente montada, dejando seis caballos en la arena a cambio de nueve puyazos. Se aploma un tanto el toro y trata de obligarle Carlos Puerto, citándolo muy en corto. En ese crítico instante, cuando todo el concurso admira la serenidad del lidiador, que se estrecha de un modo magistral con la fiera, el Gobernador Civil de la provincia, que en mala hora ha ido a presidir  la fiesta, (aunque no lo indica, se trataba de Martín de Foronda que pasaba sus últimos días en la provincia pues poco después pasaría a ejercer  como gobernador de Barcelona, ignorando si este incidente y sus posteriores consecuencias tuvieron relación con el cambio de destino) hace una seña enérgica a un salvaguardia para que arree al caballo del picador.  Castigado al animal con un fuerte latigazo en sus cuartos traseros, se atraviesa delante del toro, que arremete con espantosa violencia; saca de la silla a Carlos Puerto, llevándoselo clavado del cuerno derecho y, campaneando por espacio de varios segundos, le arroja con furia sobre la tierra.  Se escucha entonces en todos los ámbitos de la plaza una exclamación de horror, mezclada con gritos y denuestos a la Autoridad, que se acentúan y suben de punto hasta tener que intervenir la fuerza armada y desalojar la plaza. ”

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Pepe-Hillo salva al picador Ortega, obra de José María Chaves Ortiz. (1886). Litografía Palacios. Serie 'La Lidia'.  (Madrid).

...continúa leyendo "1.874. CARLOS PUERTO Y JOSE OTERO. Dos muertes violentas, casi paralelas, aunque antagónicas, en el XIX"

En la imagen, tomada en 1918, podemos ver a unos señores de excursión, posiblemente procedentes de Huelva, no precisamente con ropa de playa, visitando las ruinas del Castillo de Santa Catalina, o Fuerte Ciudad, por la zona de la playa.

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Al dorso de la fotografía figuran sus nombres: Manuel Cacallos y Belloso, Juan Cervera y Cervera, Pedro Arroyo y Aznar, Rafael Halcón, Joaquín Cervera, José G. Sicre y España, José Sánchez de Alva y Molina, Fermín González y Brit, Hermenegildo Soler y Zarandieta y Luis Roca y García. /Foto: Colección Vicente González Lechuga.

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botones1_puertosantamariaCuando recuerdo algunos de los juegos de mí niñez en El Puerto de Santa María, me río para mis adentros pensando  a quien  le puede interesar en estos tiempos los juegos simples de cuando éramos pequeños, más o menos sesenta años atrás; pero bueno,  era lo que había y si lo analizamos, podemos comprobar que tenía bastante mérito nuestra forma de divertirnos; cualquier material servía para poder desarrollar nuestra inventiva y distraer el tiempo que teníamos libre.

Por ejemplo, con la cáscara de media nuez, un trozo de hilo de coser y un mondadiente, se podía fabricar un artilugio, que con la habilidad de nuestros dedos podía servir como acompañamiento musical. Con las pinzas de madera de tender la ropa, con dos de ellas se podían fabricar pistolistas, la munición empleada eran  las semillas de algarrobas. Los huesos de damasco se guardaban para jugar con ellos, también se podía utilizar las semillas de nísperos, el juego del aro, el mocho y la billarda; pero bueno podemos dejar estos juegos para desarrollarlos en otra ocasión y centrarnos en el botón, que es el protagonista de esta nótula.

El botón en sus comienzos no era utilizado, para abrochar los vestidos de hombres y mujeres;  sino que fue utilizado como elemento decorativo cosido a los vestidos.  Si pensamos la trascendencia que el botón ha tenido en la evolución del vestido tanto en hombres como en mujeres, ha sido increíble; el botón se ha fabricado en cantidad de materiales, como maderas de ébano, marfil, hueso, bronce, metales nobles, con incrustaciones de piedras preciosas, etc.;  eran trabajos de orfebres y plateros muy cotizados cuyas piezas eran muy solicitadas por los coleccionistas.

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Bien, a partir de mil novecientos treinta, los botones empezaron a fabricarme de forma generalizada  de resina sintética,  de dos y cuatro agujeros, en cualquier hogar las señoras en sus “avíos de costura”, tenían y tienen en una caja metálica bellamente litografiada que antes había contenido azafrán  “El Aeroplano”, galletas, caramelos, o carne de membrillo  llena de botones de todas clases; corchetes, imperdibles, hebillas, broches y cachivaches que casi no tenían utilidad; pero que estaban ahí.  Podíamos decir que esta caja era una gran hucha que se guardaban todos los botones que sobraban de  arreglos de ropa, casi no se tiraba nada y cualquier botón de la caja podía ser utilizado en cualquier momento, las ropas demasiado usada, se troceaban y  le quitaban los botones para poderlos utilizar cuando fuera menester, el botón era un artículo de gran rotación en el costurero de la mujer.

botones3_puertoantamariaY ahí empezábamos los niños a escoger los botones para hacer nuestro equipo de fútbol. La condición indispensable del botón para jugar bien,  es que se deslizara perfectamente por la mesa, por eso había que escoger el adecuado, algunas veces al poner el botón sobre la mesa no quedaba suficientemente plano, por lo que había que lijarlo,  hasta dejarlo a nuestro gusto, El botón que se utilizaba de defensa central debía ser un buen botón con peralte, un tanque,  vamos de esos que estuvieron cosidos a un abrigo o una buena pelliza de esas que vendían Julio Cristóbal o Muro. El equipo se componía sobre una mesa lisa, primero se delimitaba la portería que servían dos botones a una distancia uno de otro de veinte o veinticinco centímetros, de portero se utilizaba el tapón de un tintero, a continuación se colocaba la defensa que eran tres botones en línea, a continuación la media compuesto por dos botones y al final la delantera compuesta de cinco botones, el balón utilizado era un botón de nácar chiquitito de camisa. El equipo contrario disponía sus botones igual. Para impulsar los botones utilizábamos otro más fino, con el cual presionamos en borde del mismo que queremos desplazar hacia delante y dándole al botón pequeño que utilizamos como balón.

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'El campo de juego'

Empezaba el encuentro, sacando el delantero centro de cualquiera de los equipos,  impulsando el balón hacía delante de forma que éste ya estaba introducido en campo contrario, a continuación le tocaba al equipo oponente, según estaba situado el balón (recuerden el botón de nácar pequeñito), disparaba con el botón más cercano al balón y que tuviera en dirección a la portería contraria. Cuando uno de los equipos estimaba que el balón estaba en dirección a la portería, y podía marcar un gol,  tenía que decir “marca”, entonces el contrario tenía que utilizar el portero (tapón de tintero) y ponerlo frente al balón para intentar pararlo, algunos expertos conseguían picar el balón y colar un gol. El partido  de fútbol con botones era bastante fácil  de jugar y divertido, había una liguilla  muy  competitiva que todos se esforzaban en ganar. /Texto: Francisco Bollullo Estepa.

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La etiqueta de sherry Viva ‘La Pepa’, de Fernando A. de Terry, ilustra una escena flamenca de tocaor y bailaora de corte folclorista, con miras a la exportación fuera de nuestras fronteras donde el flamenco se identifica, habitualmente, con todo lo español.

El grito popular ¡viva la Pepa! originado en el momento de la proclamación de Cádiz por los liberales, denominada desde entonces ‘La pepa’ por coincidir con el día de San José (19 de marzo de 1812), obtuvo una enorme difusión, como lema político y como popularizada expresión de alegría. Esta locución semántica, derivada de las Cortes de Cádiz y de la primera Constitución española, se ha aplicado al pasar el tiempo a otros significados más peyorativos vinculados a ciertas actitudes de irresponsabilidad o despreocupación, aunque en Andalucía ha prevalecido su sentido de júbilo, asociado en numerosas ocasiones a los ambientes festivos del arte flamenco. Es precisamente esta última acepción de la expresión popular, vinculada al flamenco, la que comparece en el Marco del Jerez para distinguir algunas marcas vinateras. /Texto: Ana Gómez Díaz- Franzón.

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Gran suceso, Donini, transformista sin rival, anunciaba la prensa. Se veía desfilar por las tablas del Teatro Principal de don Críspulo Martínez una surtida gama de personajes caracterizados. Este número estaba realizado por una sola persona que se transformaba radicalmente cada vez que pasaba por detrás de un biombo, haciéndolo con la misma rapidez que un parpadeo. Podía verse a un señoritingo de impecable ridiculez, bastón y sombrero de paja haciendo juego con su bigote engominado, chaleco parapetando una camisa almidonada y gestos sueltos y displicentes y, en un plisplas, ver aparecer a una señora rolliza, de amplio sombrero engalanado, forradita en un traje de moda, con gestos de alto copete y, en otro plisplas, aparecer un pobre de solemnidad aderezado con lamparones y calzado con zapatos boquiabiertos.

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marujamallo_rafaelalberti_puertosantamaria| Texto: María del Prado Rodríguez Martín, Maroula.

Una de las peores formas de degradación humana es la eliminación de la memoria. Si se niegan los recuerdos, la memoria de lo vivido se esfuma. Si el otro reniega del recuerdo de las experiencias y el tiempo compartido sólo quedan fantasmas, ensoñaciones que ponen en duda la veracidad del relato contado por su protagonista. Rafael Alberti negó a Maruja Mallo, la negó como compañera sentimental y la negó como influencia artística. Este olvido premeditado tuvo una causa y una reparación. /En la imagen, Maruja Mallo y Rafael Alberti.

La relación Mallo-Alberti fue tan próspera a nivel creativo que, durante el tiempo que duró su relación sentimental, las trayectorias de ambos artistas aparecen definitivamente imbricadas.

Maruja y Rafael se vieron por primera vez en el Parque del Retiro a finales de mayo de 1925, el día que Federico García Lorca ofreció allí un recital poético con motivo de la inauguración de la I Exposición de Artistas Ibéricos, y sus trayectorias vitales y artísticas correrán en paralelo hasta inicios de 1931. “Estábamos en el Retiro –recuerda la pintora– Dalí, Federico y yo. Unos muchachos pasaron cerca y saludaron así con el brazo. Pregunté: “¿Quiénes son?” Lorca me contestó: “Uno es un poeta muy bueno y otro es un poeta muy malo”. Eran Alberti e Hinojosa”. De hecho, el poeta porteño acababa de ganar el Premio Nacional de Literatura por Marinero en tierra. Poco después de este encuentro, los dos jóvenes comienzan a verse frecuentemente. Su amor por el arte les une y sus primeras citas se producen en las salas del Museo del Prado.

marujamallo_joven_puertosantamariaA esta joven Maruja Mallo, de peculiar belleza, conoce nuestro paisano Rafael Alberti.

Sin embargo, será el año 1929 el que marque el momento culminante de su colaboración artística, ya que Alberti en sus Sermones y moradas realiza transcripciones poéticas de los cuadros de Mallo, e, incluso, algunos de los poemas de Sobre los ángeles están directamente inspirados en las obras de Maruja. La gallega en esos momentos había entrado en relación con los artistas de la denominada Escuela de Vallecas (Luis Castellanos, Alberto Sánchez y Benjamín Palencia) y había comenzado a realizar su serie Cloacas y campanarios. Dicha serie representa, dentro de la trayectoria artística de Mallo, la más cercana a los planteamientos del Surrealismo, tanto que fue profusamente admirada en París por Paul Elouard e, incluso, el propio padre del movimiento, André Breton, adquirió uno de los lienzos (El espantapájaros, 1929).

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El Espantapájaros. Marulla Mallo. 1929.

En esta serie Maruja abandona el vitalismo de sus Verbenas y se adentra en un mundo orgánico de desechos, de naturaleza muerta y animales en descomposición, de huellas humanas embarradas y restos de civilización abandonados que eran los objetos encontrados por los artistas de la Escuela de Vallecas en sus paseos por las afueras de Madrid.

Al mismo tiempo en Rafael Alberti se produce una evolución paralela. En Sobre los ángeles (1929), considerada su obra maestra, el poeta realiza un giro hacia el Surrealismo y sus poemas se convierten en alegorías donde los ángeles representan fuerzas dentro del mundo real.

Maruja-Mallo-y-Josefina-Carabias-con-Antro-de-fósiles,-Madrid,-1931

Maruja Mallo y Josefina Carabias con Antro de fósiles, 1931

Este mismo tono se prolonga en Sermones y moradas (1930). Él mismo acabaría reconociendo que su compañera le abrió los ojos a nuevas realidades: “A mí me habían quedado ya muy lejos mis canciones de Marinero en tierra, La amante y El alba del alhelí […] De la mano de Maruja recorrí tantas veces aquellas galerías subterráneas, aquellas realidades antes no vistas, que ella, de manera genial, comenzó a revelar en su lienzos. “Los ángeles muertos”, ese poema de mi libro, podía ser una transcripción de algún cuadro suyo”.

lagacetaliteraria_alberti_malloEs más, en julio de este mismo año, 1929, aparece publicado en La Gaceta Literaria un poema inspirado y dedicado a Maruja Mallo por Rafael Alberti bajo el título La primera ascensión de Maruja Mallo al subsuelo, acompañado de la reproducción de dos obras de la gallega (Huella y Cloaca), pertenecientes a la serie Cloacas y campanarios, que pone de manifiesto la vinculación artística y sentimental de pintora y poeta. Empieza así:

Tú,
tú que bajas a las cloacas donde las flores más flores son ya unos tristes salivazos sin sueños
y mueres por las alcantarillas que desembocan a las verbenas desiertas
para resucitar al filo de una piedra mordida por un hongo estancado,
dime por qué las lluvias pudren las hojas y las maderas.
Aclárame esta duda que tengo sobre los paisajes.
Despiértame.

El texto completo se puede leer pulsando: ALBERTI, R. ‘La primera ascensión de Maruja Mallo al subsuelo’. Gaceta Literaria. 1 de julio de 1929.  

Colorín,-colorete,-h.-1929En este sentido, vemos que la influencia artística, como reflejó el poeta en sus memorias, se ve ejercida al revés de lo que la crítica tradicional no se ha cansado de manifestar; es la artista, en femenino, quien influye y presenta el modelo que retomará su compañero masculino. /En la ilustración de la izquierda, Maruja Mallo, Colorín, colorete, h. 1929

Al mismo tiempo que se adentraban en estas experiencias, Maruja y Rafael trabajaban conjuntamente en las obras teatrales de Alberti, ya que Maruja Mallo elabora los figurines y decorados de Santa Casilda, obra que no llegará a estrenarse ya que Rafael Alberti lo anulará tras abandonar a Maruja, y La pájara pinta, y los guiñoles de Colorín, colorete.

Otro proyecto que desarrollaron en común fue la preparación conjunta, los poemas a cargo de Alberti y las ilustraciones a cargo de Mallo, del libro Yo era un tonto, y lo que he visto me ha hecho dos tontos, dedicado a los cómicos del cine mudo, y adelantado en varias publicaciones durante el mes de septiembre de 1929 en La Gaceta Literaria.

El-Arzobispo-de-Constantinopla-(personajes-de-La-Pájara-Pinta),-h.-1929

Maruja Mallo, El arzobispo de Constantinopla (personajes de La pájara pinta), h. 1929

Del mismo modo, cuando se produce el debut de las colaboraciones de Rafael Alberti en el periódico ABC, publicando el 9 de noviembre de 1930 los poemas Chuflillas de “El niño de la Palma”, Joselito en su gloria y Seguidillas a una extranjera, Maruja Mallo es la encargada de ilustrarlos. Y para esta ocasión, realiza un dibujo, que recuerda claramente a Lorca, representando a un torero lidiando un toro, acompañado y contemplado por unos ángeles, desde el mismo albero y desde la barrera.

alberti_abc_Ésta última publicación supone el postrer documento de la relación artística y afectiva que vinculó a Alberti y Mallo, ya que en enero de 1931 el poeta se fuga a Mallorca con la escritora María Teresa León, abandonando a Maruja Mallo. Y en ese momento, ambos quizá comiencen a dejar en el olvido esta fecunda relación dificultando así su reconstrucción actual, ya que “el que se hayan perdido tantas y tantas pruebas de esa estrecha relación artística – los figurines y decorados de las obras teatrales y los dibujos sobre los cómicos del cine mudo – son pruebas, quizá, de un olvido consciente por ambas partes, y un ejemplo elocuente podría ser el que Alberti, cuando publique Yo era un tonto…, suprima el poema titulado “Carta de Maruja Mallo a Ben Turpin”.” José Luis Ferris, en su biografía de la pintora Maruja Mallo: la gran transgresora del 27, nos ofrece una explicación para este olvido consentido y buscado cuando nos dice que “[…] la razón de ese silencio cabría buscarla, en primer lugar, en el ciclo de memorias de La arboleda perdida, en cuyo primer volumen, aparecido en Buenos Aires en 1959, Alberti no hace una sola alusión a la artista de Viveiro. El autor de Cal y canto desterró a su compañera y amante de ese testimonio vital por causas que nada tenían que ver con la ruptura traumática que ambos protagonizaron a comienzos de los treinta y sí, bien a las claras, por voluntad y deseo de la que, a partir de aquella fecha, pasó a ocupar la vida afectiva del poeta: María Teresa León. Es, pues, razonable, que Maruja Mallo correspondiera a ese silencio con otro igual, demostrando así un asombroso y, quizá, doloroso respeto, que mantuvo durante más de sesenta años, respondiendo a preguntas directas sobre el asunto con simples evasivas.”

Sin embargo, muchos años más tarde llegaría la reconciliación con el recuerdo, como nos sigue recordando el mismo Ferris, “Tuvo que agravarse el proceso degenerativo de María Teresa León y fallecer ésta para que Rafael Alberti rompiera el pacto de silencio y reparara el falso olvido con un bellísimo texto, “De las hojas que faltan”, publicado en el diario El País el 29 de septiembre de 1985.” Dicho artículo quedó más tarde también incluido entre las páginas que debió ocupar originalmente y “[…] Rafael Alberti, tras medio siglo de silencio, reconocía en la segunda parte de La arboleda perdida su impagable deuda con la pintora, dedicándole a continuación un amplio capítulo que restituía su papel decisivo en el movimiento vanguardista de su tiempo y en la historia de la modernidad.” 

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Maruja Mallo, en una exposición retrospectiva de su obra.

Un selección del artículo ‘De las hojas que faltan’: «Sucede que si con una nube de olvido se tapa la memoria, ella no es la culpable de lo que no recuerda; mas si el olvido es deliberado, si se expulsa de ella lo que no se quiere por cobardía o conveniencia... ¡Oh! Porque aquella muchacha pintora era extraordinaria, bella en su estatura, aguda y con cara de pájaro, tajante y llena de irónico humor... Se sumergía en las verbenas y fiestas populares, se remontaba al aire en los columpios, retratando a su hermana, casi desnuda, en bicicleta por la playa. .. Yo la admiraba mucho y la quería. Época rimbaudiana de los bares, de los cafés de barrio, de los boks, los helados y las limonadas. Primavera siempre con media peseta en los bolsillos. Y los penumbras de los cines, con la polka y el vals en el piano acompañante de aquellos mudos, geniales asombros de Charles Chaplin, Buster Keaton, Stan Laurel y Oliver Hardy, Harold Lloyd... Se amaba igual la oscuridad de las salas cinematográficas que la de los bancos bajo la sombra nocturna de los árboles».

El texto completo se puede leer pulsando:  (ALBERTI, R., “De las hojas que faltan”, en  El País, Madrid, 29 de septiembre de 1985)  

Lamentablemente, la publicación de dicha reparación coincidió con el momento de decadencia de Maruja Mallo. Había padecido un coma diabético del que logró recuperarse al cabo de un año para, poco después, sufrir una grave caída a resultas de la cual se fracturó la cadera. Como consecuencia es ingresada en la Clínica geriátrica Menéndez Pidal, en la que permanecerá postrada los diez últimos años de su vida. 

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