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Mercedes Agulló Cobo (Madrid, 1925) es una historiadora y filóloga española, --prima del empresario cántabro afincado en el Puerto, Santiago Cobo Cobo--, conocida por su hallazgo, publicado hace dos años, sobre la autoría del ‘Lazarillo de Tormes’ que, hasta entonces era considerado un texto anónimo. Vive en El Puerto desde hace unos años.

DIRECTORA DE LOS MUSEOS MUNICIPALES MADRILEÑOS.
Mercedes estudió en la Universidad Complutense de Madrid donde se licenció en Historia y obtuvo el doctorado en esa misma universidad con su tesis ‘La imprenta y el comercio de libros en Madrid. Siglos XVI-XVI’I. Ha sido directora de los Museos Municipales de Madrid y miembro de número del Instituto de Estudios Madrileños y dirigió distintas revistas: Villa de Madrid, Gaceta del Museo Municipal y Estudios de Prehistoria y Arqueología Madrileñas. Destaca su labor en el campo de la historiografía del libro, de la pintura, de la escultura o del teatro.

BIBLIOTECA VIRTUAL.
Recientemente la Universidad de Massachusetts Boston, ha digitalizado y presentado en Cádiz y a su alcaldesa, Teófila Martínez sobrina política de la homenajeada, su obra. La BDMAC  comprende trece volúmenes y comenzó su digitalización en agosto del 2011.  En este corto plazo más de 9,408 visitantes han entrado a la biblioteca para usar sus importante y valioso contenido.  Hay veintitrés volúmenes en digitalización para ser añadidos a la biblioteca digital próximamente.
Además hay cuarenta y seis fotografías y documentos evidenciando la formación y vida de la doctora Agulló y Cobo y su carrera como estudiante y escritora desde muy temprana edad. La colección de fotos y documentos comenzó a desarrollarse este pasado mes de julio y desde entonces ha sido visitada 1.573 veces.

Daniel Ortiz, director de la Biblioteca Virtual, le entrega un ejemplar de las digitalizaciones a Mercedes Agulló, en presencia de la alcaldesa de Cádiz y prima política de la autora. /foto: Manuel Fernández.

EL HALLAZGO DEL LAZARILLO.
En marzo de 2010 Mercedes Agulló dio a conocer en su obra ‘A vueltas con el autor del Lazarillo’ una investigación en que, partiendo del descubrimiento en unos papeles de Diego Hurtado de Mendoza de la frase «un legajo de correcciones hechas para la impresión de Lazarillo y Propaladia», postuló «una hipótesis seria sobre la autoría del Lazarillo, que fortalecida por otros hechos y circunstancias apunta sólidamente en la dirección de don Diego». La hipótesis retoma una tradicional atribución, pues en 1607, en el catálogo de escritores españoles Catalogus Clarorum Hispaniae scriptorum, que fue redactado por el flamenco Valerio Andrés Taxandro, se dice que Diego Hurtado de Mendoza «compuso [...] el libro de entretenimiento llamado Lazarillo de Tormes». Otros autores del siglo XVII, así como el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española (1726-1739), mencionan esta atribución, que alcanzó cierta fortuna, sobre todo en el siglo XIX.

ESCRIBE LUIS SUÁREZ.
Es una delicia que el Gran Puerto de Santa María no salga solamente en los medios por el 'Caso Tequila', por la 'Operación Toscana' o por 'El Arropiero', pongamos por caso. En este Gran Puerto se ha gestado una obra capital para desentrañar uno de los misterios más recónditos de nuestra literatura. Durante más de cinco años de paciente estudio, consulta de documentos y muchísima bibliografía, doña Mercedes Agulló Cobo, de 86 años, ilustrísima paleógrafa, en su casa de El Manantial, ha logrado dar con el autor de El Lazarillo de Tormes. Y yo creo que definitivamente. Antes, Blecua, Martín de Riquer, Francisco Rico y mi amiga Rosa Navarro Durán ensayaron sobre quién era el escondido autor de la novela. Con particular interés me leí el ensayo de Rosa Navarro que lo atribuía a Alfonso de Valdés y terminó no convenciéndome. Mi amigo el filólogo José Julio Labrador, en una ocasión, me mandó, desde su Pontevedra, un e-mail en que me decía que él había comprado una edición de París del Lazarillo, de 1827, en que en su portada reza DHM. Es cierto que don Diego Hurtado de Mendoza era uno de los candidatos, pero no el único. Se han barajado toda clase de nombres. Pero, ahora, los documentos son definitivos. Doña Mercedes Agulló ha encontrado entre los papeles de Juan López de Velasco, albacea y testamentario de don Diego Hurtado de Mendoza, la evidencia. Y todo ello lo ha volcado en un libro: A vueltas con el autor del Lazarillo, que acaba de salir, calentito, de la mano de editorial Calambur. Hace cosa de dos semanas, cuando supe la noticia, llamé a doña Mercedes para darle la enhorabuena. Yo era devoto de don Diego, por poeta. Tiene un poema, la Fábula del cangrejo, que casa muy bien con la canción erótica de los Siglos de Oro, tradicional, que todavía se canta en El Puerto por los gitanos: El cangrejo en su cueva. Don Diego es un personaje fascinante. Son de su mano una Epístola a Boscán y el poema mitológico Fábula de Hipómenes y Atalanta y, hoy, es seguro que también El Lazarillo de Tormes, gracias a la paciente y enjundiosa labor de doña Mercedes Agulló que, desde el Gran Puerto, lo ha demostrado al mundo. (Texto: Luis Suárez Ávila).

Frasquita Larrea (Cádiz 1775-El Puerto 1838), cuyos restos mortales reposan en la iglesia del Colegio de las Carmelitas.

Francisca Javiera Ruiz de Larrea y Aherán, más conocida como Frasquita Larrea, fue una gaditana que nació en 1775 y que con tan solo 21 años ya le dio el "sí quiero" a un alemán de Hamburgo, casi "rubio como la cerveza" pero sin tatuaje, con el que había mantenido un largo intercambio epistolar. (Ahora se tardaría un poco más en pasar por el altar y, sobre todo, sería impensable que una pareja joven se comunicara por carta…, y no me digáis que tengo 'guasa'). Frasquita y Juan Nicolás Böhl de Faber se casaron en Cádiz. El viaje de novios fue a Alemania, a casa de la familia de él, donde Frasquita se encontró como pez en el agua y su suegra la mar de contenta. Y no era para menos, Frasquita pertenecía a una familia culta, de comerciantes acomodados y hablaba inglés y francés con tal facilidad que traducía a Lord Byron, a Mary Wollstonecraft y a quien hiciera falta. Ella iba de luna de miel. ¡Vamos!, de viaje de placer, no a buscar trabajo. Sin embargo, el emigrante era su marido, que había recalado en Cádiz con intención de hacer fortuna porque, lo que son las cosas, aquí había más posibilidades.

Placa instalada en 1976 por el Ateneo de Cádiz en la calle Rafael de la Vesca, 6, domicilio de Frasquita Larrea en Cádiz.

Las personas que han estudiado la vida y milagros de la pareja coinciden en que el éxito de Frasquita en Alemania no agradó a Juan Nicolás. Es más, se opuso a que a la vuelta del viaje su esposa organizara una tertulia en su casa como había visto que se hacía en Alemania. Frasquita se salió con la suya. Era una mujer de armas tomar, pues tenía una personalidad fuerte y rebelde. No era humilde, ni dócil, ni obediente, ni complaciente. No lo digo yo, lo dejó por escrito su propio marido. Claro que no ser humilde, ni dócil, ni obediente, ni complaciente, puesto en boca de un marido recién separado, puede parecer más una virtud que un defecto en ella. A pesar de las diferencias de criterios y de las separaciones también tenían parcelas de sus vidas en las que coincidían, como por ejemplo la literatura: el alemán fue el introductor de las ideas románticas en España, con la colaboración de su esposa.

También coincidieron en sus cuatro hijos: Cecilia (1796), Aurora (1799), Juan Jacobo Antonio (1800) y Ángela (1803). Cecilia Böhl de Faber llegaría a ser más conocida como Fernán Caballero y merece un artículo aparte. (ver nótula núm. 573 en GdP) Ahora indicaré tan solo dos apuntes: que coincidía con su madre en su actitud rebelde y en su tendencia política conservadora, y que su obra más conocida era 'La gaviota'. /Cecilia Böhl de Faber, imagen propiedad de la Universidad de Sevilla.

EN EL PUERTO.
El matrimonio se reconcilió y después de varios traslados acabó en 1821 en El Puerto de Santa María. Aquí quería llegar. En esta ciudad pasaron prácticamente el resto de sus vidas Frasquita y Juan Nicolás. En esta ciudad encontró Aurora, la segunda hija de los Böhl de Faber y Larrea, a Tomás Osborne, con quien se casó en 1826. En esta ciudad también residió Cecilia con su esposo Antonio Arrom. En esta ciudad se guarda la historia manuscrita de la familia en formato epistolar. Importante ciudad para esta familia.

La descendencia de Tomás y Aurora fue muy amplia, pero yo me voy a detener en Rafael Osborne Fernández. (Ver nótula núm. 460 en GdP). A principios de octubre estuve charlando con él. Lo primero que me dijo fue: "Hace cincuenta años que no nos veíamos". Es cierto. Habíamos estudiado bachillerato en los Marianistas de Jerez en los primeros años de la década de los sesenta. ¡Cómo pasa el tiempo! Pero él prácticamente no ha cambiado. Lo recordaba pausado, inspirador de confianza y de una exquisita amabilidad. Y sigue igual. Los cincuenta años de paréntesis no habían entorpecido nuestra conversación que pasó de manera fluida por algunos recuerdos y nombres de nuestros años escolares y por las figuras, para él familiares, de Frasquita, Cecilia y Aurora. Mi esposa, el libro 'Fernán Caballero (Algo más que una biografía)' y numeroso material de trabajo que llenaban su despacho, fueron testigos de nuestra agradable charla.

En junio de 1962 Rafael Osborne tuvo la amabilidad de invitarnos a visitar la bodega de su familia. Éramos los alumnos de 1.º B de bachillerato de los Marianistas de Jerez acompañados por Bonifacio Andrés y el mismísimo 'Paul Anka'. Ahora, pasados los primeros días de octubre de 2012, el mismo patio que fuera escenario de las bromas y comentarios de aquellos jovencísimos estudiantes, escucha con indolencia el final de nuestra conversación y nos emplaza a vernos…, antes de que pasen otros cincuenta años. (Texto: Juan Luis Sánchez Villanueva).

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menesteo_museomunicipal_puertosantamaria«Supe de ti, primero, magnánimo ateniense,
héroe y divinidad ante los muros
sacrosantos de Troya, frente a la mar de Cádiz,
en las mismas arenas y al pie del mismo río
adonde tú, tal vez patrono y marinero
de las naves de Ulises, llegaste una mañana.»

Menesteo. Fundador y Adivino».
(Rafael Alberti. Ora Marítima)

La Historia del Mundo Antiguo está marcada por celos y venganzas, consecuencias de amores imposibles entre dioses y hombres. Así, para que Menesteo emprendiera la travesía mediterránea que le llevarse a los confines del mundo conocido, sobrepasara la bocana de la bahía de Cádiz y arribara en las benditas costas de nuestro Puerto, junto a río Criso, posteriormente Guadalete, tuvieron que suceder dos historias apasionantes: La de Teseo, rey de Atenas, y la de Paris, príncipe de Troya; ambos enamorados de una mujer marcada por la fatalidad, Helena. /En la imagen de la izquierda, imagen del rey ateniense Menesteo en la Guerra de Troya, procedente de un vaso griego de figuras rojas del 450 a.C. (LIMC VI.1, 1992, s.v. Menestheus. París, Louvre G 341). Identificación y pie de foto del Museo Municipal.

MENESTEO, REY DE ATENAS.
Tras 30 años de reinado, en el 1204 a.C, Teseo, bisnieto de Erecteo II de Atenas, tras el rapto de Helena, pierde el trono que lo usurpa su primo Menesteo, hijo de Péteo. [Greves, Robert: "Los mitos griegos", Ariel, 2007, pág 127). El fin de Teseo, ya lo sabemos, murió a manos de Licomedes. Según unas versiones, fue empujado al precipicio cuando contemplaba la ciudad desde un acantilado; según otras, la caída fue accidental. El reinado de Menesteo fue despótica y demagoga. Pensando que los dióscuros le ayudarían a obtener los favores de Helena de Troya, convenció a los atenienses para que acogieran a los dióscuros como benefactores y libertadores de la ciudad, algo que enfadó a príncipes y duques.


PROLEGÓMENOS DE LA GUERRA DE TROYA.
Nunca pudo imaginar el rey de Troya que el reclamo de Helena atrajera a lo más selecto de la Hélade. Temiendo Tindáreo que su decisión acarreara enemistades entre ellos, determinó aceptar el consejo de Ulises que, a cambio, obtuvo la ayuda de Tindáreo para casarse con Penélope. El consejo consistía en organizar pruebas que ayudasen a Helena en la elección. Antes debían aceptar la decisión de la joven y juraron sobre los restos de un caballo descuartizado que acudirían en auxilio del elegido si alguien la raptaba (algo sabría Ulises de las maquinaciones entre Paris y Afrodita).

La primera prueba consistió en una carrera de barcos de remos entre Menesteo, Sergesto, Cloanto y Gias. Al toque de trompeta, se lanzaron al mar y remaron. Gias iba el primero, pero se topó con un peñasco y no pudo continuar. Enfadado con su timonel, lo arrojó al mar. Cloanto tomó la delantera y se proclamó vencedor. Menesteo llegó después, por delante de Sergesto. En la prueba del tiro con arco, que consistía en acertar a un ave que pendía de un mastil, Menesteo cortó la cuerda, pero fue Acestes quien venció. Tras las pruebas, Helena eligió a Menelao, hermano de Agamenón que, a su vez, se casó con Clitemnestra.

MENESTEO, COMANDANTE ATENIENSE.
Heinrich Schliemann, Ilíada en mano, exploró la costa de los Dardanelos buscando el emplazamiento de la ciudad de Troya. Tras un tiempo analizando diversas colinas, dedujo que sólo podía hallarse en la de Hissarlik. El rico alemán la compró, e inmediatamente comenzó a excavar. No descubrió una Troya, sino nueve, una encima de otra. La duda sobre cuál de ellas había sido la destruida por los griegos surgió entre Troya 6 y 7. La sexta, fue destruida por un terremoto y la séptima por un incendio hacia 1200 a.C., después de diez años de sitio, aunque en el relato homérico el sitio sólo había durado cincuenta y un días. Los combates se produjeron a pie, cuerpo a cuerpo, y utilizando lanzas, picas, arcos y espadas. Uno de los comandantes de la vanguardia fue Menesteo.

Sobre el caudillaje de Menesteo algunos investigadores [Malcolm M. Willcock: "Iliada"; Hardcover, Nelson Thornes Limited) lo dudan, por tratarse de un personaje desconocido. El que debía figurar como caudillo de los atenienses es Demofonte, al que Homero desconoce.  Para Quinto de Esmirna, en cambio, en el sitio de Troya participaron ambos: Demofonte y Menesteo ["Posthoméricas", editorial Gredos, Madrid, 2004). No obstante, Menesteo aparece en diversos pasajes de la obra de Homero: «Después de oír sus palabras, el Atrida, muy complacido, siguió revistando a sus caudillos y encontró al egregio caballero Menesteo, hijo de Peteo, erguido entre los atenienses, duchos en el arte de la guerra, y cerca del prudente Ulises y los aguerridos cefalenios, que no habían oído los gritos del combate ni podían adivinar que hubieran sido rotos los juramentos.» [“Ilíada”, Edaf, 2001; pág. 97)

...continúa leyendo "1.500. MENESTEO. Fundador y adivino."

Esta foto de 1989 (perdón por el encuadre) fue tomada en el legendario interior de «La Burra», (ver nótula núm. 489 en GdP) una tasca con reservados del siglo XIX que daría cerrojazo definitivo unos meses después.

El segundo por la izquierda es el poeta Ángel Mendoza, acompañando a unas noruegas en los camarotes de 'La Burra'.

Son las últimas semanas de un agosto más caluroso de lo normal en 1989 y estábamos brindando por el feliz viaje de vuelta de un grupo de muchachas de Oslo a las que habíamos servido durante un par de meses como anfitriones, animadores turísticos y poco más , para nuestra desgracia, [escribe Ángel Mendoza, nótula núm. 597 en GdP].

Aunque la imagen recuerde el final de muchas cosas,aunque ese mediodía de vino y risas desatadas pusiera colofón a algo más que a un verano, en verdad está llena de principios, de realidades importantes que empezaban, sin que fuera consciente del todo en ese momento el jovenzuelo, aparentemente despreocupado, que levanta la copa de oloroso.

Cierto que nunca más volveríamos a quedar en «La Burra», porque un día ya no hubo más Burra; cierto también que a la década que abarcó nuestros mejores años le quedaban dos telediarios, y que el verano siguiente ya no tuvimos edad para el derrame caprichoso de tanta juventud, y que no tardaríamos en estar todos seriamente ennoviados y que, además, poco después caería el Muro de Berlín, para desgracia de nuestros ideales subversivos a juego con la etapa vital.

Los 'camarotes' de La Burra. /Foto: Fito Carreto.

Es verdad que fueron los años en los que se nos abrieron las puertas de Europa y que aquel continente extraño y moderno, que provocaba atracción y miedo en dosis esquizofrénicamente similares, aterrizó para nosotros en el aeropuerto jerezano de La Parra a bordo de un British Airways una mañana de julio de 1989.

Porque las noruegas no venían directamente de su país, sino de Inglaterra, donde habían pasado una temporada. La mitad del año, aproximadamente, se la tiraban de aquí para allá, pues trabajaban, a la vez que hacían sus carreras universitarias, durante los meses restantes. Estudiaban porque había en los países nórdicos un generoso sistema de becas y trabajaban porque había trabajo para todos, mientras nosotros esperábamos alguno de los 800.000 empleos que había prometido Felipe González, a la sazón, presidente del Gobierno de España.

El aeropuerto de La Parra, antes de la reforma de 1991 donde se reforzaría su uso civil.

Por si fuera poco, además vivían emancipadas desde los 16, gracias, sobre todo, a lo de poder trabajar y a una mentalidad mucho menos protectora por parte de sus entornos vikingos. Así pues,aquellas chicas venían en realidad de otro planeta, porque aunque teníamos su edad, no habíamos ido más allá de Málaga y Granada, en el viaje de 8 º, no teníamos ni idea de lo que era una tarjeta de embarque, no habíamos dado un palo al agua y aún tardaríamos otros 18 años por lo menos en abandonar nuestros hogares paternos.

Ellas nos ponían los ojos como platos, con su castellano de sueca de película de Alfredo Landa, relatándonos excursiones de ensueño por las islas griegas o describiéndonos los sobrecogedores barrios de la Praga vieja, y nosotros les contábamos las cogorzas tan simpáticas de las últimas barbacoas en La Muralla, o les hacíamos reír con el chiste del inglés, el francés, el chino y el español. Así era la cosa antes de que llegaran las becas Erasmus, los intercambios juveniles con cargo a la Junta y el principio del fin de un miedo paleto, secular y obstinadamente chauvinista que nos había retenido durante décadas más acá de los Pirineos. /En la imagen de la izquierda, un joven Alfredo Landa.

No recuerdo si a alguno le dio por comprobar la fama que tenían de experimentadas y desinhibidas, más que nada por si había que confirmar la nuestra de machos ibéricos feroces y potentes. A lo más que llegamos fue al beso de despedida antes de marcharse cada noche, a pasar calor sobre sus pieles temerariamente enrojecidas por falta de protección. Ellas, a soñar con sus próximos viajes, lejanos e intrépidos. Y nosotros,a soñar con ellas. (Texto: Ángel Mendoza).

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Este artículo de opinión ha sido publicado originalmente en la sección de Opinión en el periódico 'El Mercantil Valenciano', en su versión en internet: www.levante.emv.com,  firmado por Joaquín Rábago.

Permítanme que les hable hoy de El Puerto. Me refiero por supuesto a El Puerto de Santa María, la ciudad de “los cien palacios”. Una ciudad con un espectacular castillo mandado edificar por el rey sabio sobre el solar de una antigua mezquita en pleno centro, propiedad hoy de una bodega, y numerosas casas de cargadores a Indias con sus pintorescas torres vigía. Lugar estrechamente vinculado también a las gestas colombinas y donde el piloto de la Santa María, Juan de la Cosa, realizó en 1500 el primer mapamundi que incluye los territorios hasta ese momento descubiertos de América.

La entrada de la Fundación Alberti, de incierto futuro.

Una ciudad cantada por Rafael Alberti, el de “La Arboleda Perdida”, y asociada a otro gran poeta andaluz y universal, Juan Ramón Jiménez, que estudió también aquí con los jesuitas. Y antes que a ellos , a la escritora romántica Cecilia Böhl de Faber, que firmó como Fernán Caballero, y cuyo padre, Juan Nicolás, fue, además de notable hispanista, cónsul honorario de la Liga Hanseática. O al autor de “Cuentos de la Alhambra”, el estadounidense Washington Irving, a quien hay dedicada una placa en la casa donde se alojó.

Las piedras se caen de la Iglesia Mayor Prioral.

¿No tiene esa ciudad – gastronomía aparte- todos los activos para ser un auténtico imán del turismo nacional e internacional? Pues ¡desengáñense!. El Puerto es hoy una imagen de desidia colectiva. Algunos de los palacios de los cargadores a Indias se encuentran en estado de abandono cuando no amenazan ruina. Las piedras se caen de su espectacular iglesia prioral.

El centro, en parte peatonalizado, parece a ciertas horas del día una ciudad fantasma, situación agravada por la apertura de grandes centros comerciales en las cercanías. En los lugares más emblemáticos de la ciudad sólo hay abierto algún bar de aspecto un tanto cutre. Y la plaza frente al castillo o el paseo del río Guadalete, a la altura de los muelles donde atracan los barcos de pesca, están totalmente desaprovechados para el turismo.

La Placilla, otrora el centro vital de El Puerto. /Foto: Fito Carreto.

Cuando uno pregunta a los vecinos y comerciantes, la queja es unánime. El centro de la ciudad está muriendo. Cierran los comercios y no abren nuevas tiendas capaces de atraer a una clientela joven. Las casas palacio, muchas de ellas compradas, según cuentan, en los años previos a la burbuja inmobiliaria a las viejas familias propietarias con exclusivos fines de especulación, resultan inasequibles para los jóvenes, que se ven obligados a irse a vivir a barriadas lejos del centro, lo cual contribuye a la decadencia de este último.

Pintadas en el Convento de las Comendadoras del Espíritu Santo.

Restaurar una casa antigua o pintar simplemente una fachada desconchada exige, según se quejan los comerciantes y miembros de algunas cofradías, un oneroso papeleo burocrático y sumas de dinero que muy pocos quieren afrontar. Y es notorio que unas pintadas atraen siempre otras nuevas y el deterioro no hace sino agravarse.

Muelle de los catamaranes en El Puerto.

El Puerto está unido a Cádiz por un excelente servicio de catamaranes y la travesía de la bellísima bahía es una experiencia siempre placentera. Pero hay un problema: el último catamarán sale de Cádiz con dirección a El Puerto a las diez de la noche y el último tren, diez minutos más tarde, por lo que si uno asiste a un espectáculo en el teatro Falla o a cualquier otro acto por la tarde, tendrá que ir en coche o regresar en taxi. ¿No tendría sentido que hubiera un último servicio por barco a las once o doce de la noche aunque el precio del billete fuese , por ejemplo, el triple de la tarifa normal? Sería en cualquier caso más barato que la gasolina empleada en el viaje particular y el necesario aparcamiento en Cádiz y lo agradecería además el castigado medio ambiente.

Pintadas en la Plaza del Castillo, delante del emblemático edificio y de la Oficina de Turismo.

¿Cómo es posible, se pregunta uno, tanta falta de imaginación, por decirlo suavemente, en las autoridades y tanta falta de orgullo y, por el contrario, desidia y resignación colectivas entre los vecinos de una ciudad que, con tal de que se lo propusiera realmente, podría ser puntera en turismo? ¿No es un ejemplo muy elocuente de lo que falla en nuestro país? (Texto: Joaquín Rábago).

A veces, los que viajamos tanto o más a través de las páginas de viejos libros, que por  caminos que nos llevan a lugares reales, nos podemos encontrar realizando viajes tan inesperados   como apasionantes. Es lo que me sucedió hace unos días,  donde por casualidad me topé con un curioso libro. Curioso porque resultó ser una rareza bibliográfica apenas localizable en alguna biblioteca y, además, porque el libro en cuestión, de literatura viajera, recogía algunas referencias a la provincia de Cádiz, incluyendo en ellas al Puerto de Santa María, por unos desconocidos para mí, hasta este momento, viajeros polacos. Pues bien, en este 'Viajeros por España y Portugal' de Javier Liske, se nos dan noticias de tres viajeros polacos, que enrolados en los ejércitos, primero de Carlos V y luego de Felipe II, recorrerán España camino de sus compromisos bélicos.

Portada del Libro 'Viajes de Extranjeros por España y Portugal en los siglos XV, XVI y XVII'.

Hay en el libro algunas  referencias, como comentaba más arriba, al Puerto de Santa María, cuyo interés reside principalmente en ser estas anteriores a la eclosión del fenómeno viajero por nuestro país, primero por los viajeros ilustrados y luego, y muy especialmente, por los románticos. Por ello el libro de Liske tiene un doble interés ya que, por un lado, nos descubre a viajeros que por una razón u otra pasaron por nuestra población en fechas muy anteriores al fenómeno viajero, pero sobre todo descubrimos en estos testimonios la imagen de una ciudad , más cercana a la imagen medieval y sus servidumbres bélicas que a la que dos siglos después nos dejarían los viajeros románticos. No son extensas las referencias encontradas, pero sí muy curiosas, sobre todo en el más extenso de los textos sobre nuestra ciudad, obra del germano polaco Erich Lassota que el 6 de Octubre de  1583 desembarca en Cádiz después de distintas campañas militares con un regimiento alemán al servicio de España.

El Puerto  de Santa María visto en 1567 por Anton van Wyngaerden. Detalle.

Dos días después Lassota se acerca acompañado de dos compañeros de armas, Felipe Molfritz y  Juan Stridel, a la vecina ciudad de El Puerto, y  de aquella efímera visita nos dejaba el siguiente texto:

«Porto Santa María es una grande y  hermosa villa, propiedad del duque de Medina Celi. Atraviesa esta localidad un bello río que corre dentro del país y ofrece mucha seguridad, las galeras de España suelen estacionar allí. Posee algunas magnificas iglesias y conventos. De este lugar nos fuimos a pie a una milla más adelante, a una venta donde comimos y luego dos millas, a Sanlúcar de Barrameda».

Los siguientes días nuestro viajero recorrerá, siguiendo el río, poblaciones vecinas como Lebrija, Puebla, Coria, hasta llegar a Sevilla. Permaneció en la provincia, una veces acuartelado en Cádiz, otras en Jerez y el Puerto, hasta Mayo de 1584, periodo que le permitió conocer otras poblaciones como Trebujena, Medina, Puerto Real, etc. Fue entonces cuando todas las banderas alemanas acampadas por entonces en el Monasterio de Nuestra Señora de la Victoria en El Puerto de Santa María, recibieron orden de embarcar. Nuestro personaje Erik Lassota lo haría en la nave capitana Vicenzo de Pola, que al frente de una flotilla de galeras partió rumbo a Italia a la llamada de nuevos servicios militares, y por lo que sabemos fue la última vez que este viajero estuvo por  estos parajes del sur peninsular.   (Texto: Ramón Clavijo Provencio).

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En este Gran Puerto se han puesto los cimientos de muchas corrientes artísticas. Los gérmenes son mucho más interesantes que las etapas consolidadas. Así la poesía de Bécquer, tiene sus precedentes en la del portuense Angel María Dacarrete, o la de  Don Luis de Góngora en  la de Don Luis Carrillo, o el portuense Don Juan Francisco de Enciso Monzón despide aquí el barroco y se hace preneoclásico.

El día 22 de enero han hecho cuatro siglos desde que Don Luis Carrillo Sotomayor muriera en  este Gran Puerto de Santa María.  Don Luis Carrillo, poeta preculterano, cuatralbo de las Galeras Reales de El Puerto, nació en Baena (Córdoba) en una fecha imprecisa entre 1585 y1586. Aquí, en El Puerto, vivió y murió este caballero del "ávito de Santiago, con que se fue a serbir a las galeras de España, desde hedad de diez y siete años, de entretenido en las dichas galeras, de capitán en la Patrona de España y de Quatralvo... [y] murió [en el Gran Puerto de Santa María] sirviendo el dicho ofiçio de hedad de veinticuatro años..." el 22 de enero 1610.

En este último año, el Padre Fray Luis Núñez de Prado, de la Orden de los Mínimos del Convento de la Victoria, predicó un sermón en la iglesia del Convento de San Agustín de esta Ciudad, "A las honras del nobilíssimo Caballero de buena memoria Don Luis Carrillo del Hábito de Santiago, Comendador de la Fuente del Maestre y Quatralbo de una Escuadra de Galeras de España...".

Aquí, en El Puerto, durante un invierno, escribió su Fábula de Acis y Galatea.  Muchos de sus poemas están escritos aquí y, sobre todo, su ”Libro de la erudición poética”. Cuando "estaba consultado para general de las [galeras] de Portugal...", murió con sentimiento general de todos, y declaró que "tenía hecho voto de castidad y religión". Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de San Francisco [de Paula?] en El Puerto. En su testamento dejó “al convento de Nuestra Señora de la Victoria toda su librería".(¿Dónde estarán hoy sus libros?).

Estoy seguro de que nuestro Ayuntamiento, tan preocupado por las cosas culturales, habrá programado un Congreso, por el IV Centenario de la muerte de quien fue precursor del culteranismo, con los más grandes especialistas en la obra de Don Luis Carrillo como las Profesoras Rosa Navarro Durán, Fiorenza Randelli Romano y Angelina Costa Palacios, o con el Profesor Antonio Carreiras, y habrá aprobado ponerle una calle. Lo digo al revés para que ustedes me entiendan. Soy consciente de que predico en el desierto. Pues vale.

P.S.  Esto lo escribí en Diciembre de 2010. Pues ha pasado el 2011, 2012, sin que nadie se enterara de esto. Es una pena. (Texto: Luis Suárez Ávila).

(*) Cuatralbo. Jefe o cabo de cuatro galeras.

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Imagen tomada el 31 de marzo de 2012. /Foto: Vicente González Lechuga.

Mi conocimiento de Diógenes es escaso. (*) Trato de encontrar un paralelismo, entre mi corto conocimiento del filósofo, y la decisión de la medicina de utilizar su nombre para titular un síndrome: el síndrome de Diógenes, que se caracteriza por el aislamiento del personaje que lo sufre y que  pasa la vida como las urracas coleccionando basuras, escombros y trebejos. Esa es la definición que me han dado del residente en la chabola de la Bajamar. Dos intentos fallidos me han privado conocerlo, y solo las referencias de otro menesteroso, me han dado una imagen de él que no me atrevo a detallar hasta que esté contratastada. Hasta tanto, solo voy a intentar dibujar los signos externos del Diógenes del Guadalete, responsabilizando a la medicina de este apelativo.

El corazón de la chabola, es una furgoneta que el titular trajo desde Holanda donde vivía como emigrante. Alrededor de ella, y en su lado norte, hay construida una empalizada con cañizos ensartados y viejos estores de junco y en ella, numerosos dibujos geométricos, pirámides y espirales casi de corte ufológico Está orientada al este, de donde viene el levante. Hacia el sur hay un espacio de desahogo, como un porche. Atado con una cuerda, un perrito me observa prudentemente. En silencio. Es un perro pobre. Joven, pero pobre. Se deduce por su linaje. Es producto de mil cruces. Tiene barbas a pesar de su juventud; descuidadas, y su color, canela, como casi todos los perros vagabundos. Solo al acercarme para curiosear el interior del patio me avisa con unos tímidos ladridos. Creo que son para disuadirme de mi intención curiosa, y no despertar a su dueño que dormita ajeno al mundo diurno.

La fachada sur está decorada por docenas de tapacubos que han huído de los vehículos, y ofrece un psicodélico muestrario, que para sí quisieran muchos establecimientos de accesorios. Alrededor de la chabola y sobre el suelo alquitranado, ha construido pequeños diques de cemento para desviar las aguas de la lluvia hacia el rio. Varios trozos de tubo recortados, actúan de macetas para albergar restos de pinos navideños de plástico que se alternan con yerbajos poco ilustres, y entre ellos, ha dibujado una publicidad inacabada BBA.

El poniente está protegido con plásticos y restos de una lona ferial con rayas blanquiverdes, como las del Betis. Junto a la entrada, un soporte de hierro sostiene una baldosa que sirve de velador y sobre la que reposa un vaso con agua. Al oeste y pegada a la balaustrada del malecón, dos de los esféricos remates cubiertos por recipientes de aluminio para pollos asados, marcan a modo de gálibo los límites de su propiedad. Tres mástiles sobresalen de la techumbre, que coronada con un cajón de madera, simula una chimenea.

Todo el conjunto se asemeja a una embarcación varada en dique seco. La calma reina alrededor. Solo los graznidos de las gaviotas que revolotean sobre la lonja en la otra orilla. Dicen que su titular disfruta de una pensión de mil setecientos euros, pero yo no digo nada hasta lograr que este Diógenes me cuente. Ya sabéis  lo que dice Rudyar Kipling: Seis servidores me enseñaron cuanto sé: el qué, cómo, cuando, quien, dónde y por qué. (Texto y fotos: Alberto Boutellier Caparrós).
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(*) Sé más de Diógenes por sus anécdotas  que por su legado filosófico. Fueron los demás, como Diógenes Laercio, los que se ocuparon de difundir su pensamiento. Yo apenas alcanzo a saber, que vivía en un tonel solo con un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco. Que un día, vió un niño que bebía ahormando sus manos bajo el chorro de una fuente y arrojó el cuenco, porque lo consideró supérfluo. Que a la luz del día, con un farol encendido, buscaba un hombre íntegro – tan difícil de encontrar tanto entonces como ahora -. Su manifiesto desprecio hacia la humanidad, llegaba al extremo de apartar de su camino a las personas diciendo que eran escombros. Que un día, Alejandro Magno lo sorprendió mirando un montón de huesos humanos y al preguntar lo que hacía, le respondió:” Estoy buscando los huesos de tu padre,pero no sé distinguirlos de los de un esclavo”, y otras muchas anécdotas que me ahorro para no cansar.

Pasada la furia de las lluvias y los temporales, la playa gaditana de La Puntilla de El Puerto de Santa María tiene algo de arena después del desembarco. Nadie diría que hay nadie, pero tras la recepción viven treinta familias en sus casas con ruedas. Son las nueve de la mañana y sobre el césped ordenado de Las Dunas resurge la vida en un campamento de refugiados meteorológicos. Son los miles de turistas que durante unos meses al año solicitan asilo climático en el sur de Europa. Como las aves migratorias que huyen de la nieve, mueven sus caravanas hacia el Sur y echan las raíces y el freno de mano en una parcela de España desde octubre. No se irán hasta mayo.

Hans Brauneiser, en una postura de Chi Kung.

«En Colonia (Alemania) puede hacer ahora cero grados». Habla Hans Brauneiser, uno de los miles de turistas que llegan en noviembre al edén templado que recorre la costa española. No le importan las lluvias torrenciales. Es músico, profesor de Chi Kung y recibe en el salón de su Volkswagen LT-31, un habitáculo tapizado en dibujos de otro tiempo que mide ocho metros cuadrados. «Aquí estoy bien. Sé que es una locura, pero tengo la sensación de inexplicable de libertad». Cuesta creerle. Duerme en una cama de dos metros en un altillo sobre el volante. Guarda ocho camisetas en un armario minúsculo y ocupa su mesa con un teclado, el ordenador y la guitarra. «Hoy toca comer las sobras de ayer», o sea, dos lomos de salmón cocinados con cebolla y pimiento rojo en su fogón de gas asediado por los botes de especias.

Su historia no tiene nada que ver con el tópico de una dorada jubilación. Ni siquiera tiene edad para ello: cuarenta y nueve años. Cuando era niño sufrió dos accidentes graves de tráfico y a los 35 tuvo que dejar su trabajo como conductor de ambulancias. Sufre dolores de cabeza, decaimiento... La enfermedad se llama infección crónica de los senos nasales. «Si me cojo un catarro, lo paso mal, muy mal». Su estado de salud lo saca desde hace 15 años de Alemania durante tres meses al año. En ese tiempo, cuando los demás viajan a la nieve, él busca el mar de España: primero fue Cartagena, después Canarias y ahora Cádiz. El termómetro marca 12 grados, pero a Hans le basta con un polo azul a rayas blancas de manga corta.

«Necesito poco porque cuando no tienes nada sientes de verdad las cosas importantes». No es que lleve una vida de asceta. Ni mucho menos. Toca diana a las ocho, se despereza, vacía el depósito del urinario de la Volkswagen, friega los platos, arregla la 'casa', hace sus ejercicios y se sienta a componer su música mezcla de flamenco y folklore latinoamericano. A medianoche se echa a dormir.

...continúa leyendo "1.345. EXTRANJEROS EN EL CAMPING LAS DUNAS. Los refugiados del frío de Europa."

El Puerto es un santo lugar común de todo lo castizo, cuando lo castizo comienza a interesar en Europa. Viajeros extranjeros, saineteros, tonadilleros, ciegos copleros, gacetilleros, del XVIII y del XIX hacen de nuestra ciudad el centro y la raíz de lo castizo.

A título de ejemplos: el loro “gitano”, de treinta y nueve años, que baila el fandango  y el  olé y se jalea, llevando el compás, que encuentra en El Puerto el Conde de Maule, en pleno siglo XVIII; o los sainetes de Don Juan Ignacio González del Castillo,  en las postrimerías del XVIII, “El robo de la pupila en la feria del Puerto”,  “El día de toros en Cádiz”, “La feria del Puerto”, por citar algunos que contribuyeron a la fama de El Puerto. O, en 1847, “La venta del Puerto o Juanillo el Contrabandista”.

En la imagen, una estampa que muestra  una feria-mercado de finales del XVIII o principios del XIX.

O las zarzuelas del XIX, de ambiente portuense y gaditano, como “El Tío Caniyitas” o “Los celos del Tío Macaco”... O el pliego de cordel de la  “Boda de negros”. Romance en que se refiere la celebridad, galanteo, y acasos de esta Boda, que se  efectuó en la Ciudad de El Puerto de Santa María”, donde, por cierto, se relata una gran juerga con fandango, el Guineo, y otros cantes y del que se publicaron en toda España y se difundieron millares de ejemplares.

O el que relata la muerte, en El Puerto, de José Cándido, el 24 de junio de 1771, primer torero de a pie que sucumbió de una cornada. O la canción “Toros en El Puerto” de Don Luis González Bravo, estrenada en 1841 y, desde entonces, la canción más repetida y famosa de todo el siglo XIX... /En la imagen, anuncio de la zarzuela de ambiente portuense 'El Tío Caniyitas'.

Pero en París, en 1834, el 29 de marzo,  se presenta un drama lírico “El Gitano ou la Voile rouge” en cuatro actos, con texto de Partenneaux y música de Fontmichel, cuyo argumento, todo él castizo, se desarrolla en una plaza de El Puerto de Santa María, en el  que intervienen un matador de toros y un barbero. El “Romance de Rosita”, que se canta en la obra comienza: Dans cet asile solitarie,/ Un jour ton coeur se brisera,/ Et pour te consoler, ton père,/ Ton père ne sera plus là...” etc. La “Gazette des Théâtres” da cuenta de todo ello al día siguiente, el 30 de marzo.

Teatro Lírico de París en una imagen del siglo XIX.

En el periódico “Le Théâtre” el 17 de junio de 1857, mientras se estaba poniendo en París, en el Théâtre Lirique, la ópera en dos actos “Les nuits d’Espagne”, en que se escenifica una en la Plaza de Toros de Cádiz. Para dar más verosimilitud a lo que está sucediendo en el teatro, se da la noticia, en una extensa gacetilla, de la muerte en El Puerto de Santa María --cerca de Cádiz, se dice--, del célebre espada  Manuel Domínguez,  por el toro Barrabás, y narra los pormenores de la lidia, la cogida y la muerte del torero.

Manuel Domínguez fue cogido en la Plaza de Toros de El Puerto por un toro de la ganadería de Concha y Sierra, de nombre 'Barrabás', que le dió primero una cornada en la mandíbulo. (Grabado de 'La Lidia').

Y es que en el XVIII y en el XIX, en toda España o en París, El Puerto de Santa María, fue todo un referente de lo exótico, de lo español, de lo racial, de lo castizo. Quede dicho. (Texto: Luis Suárez Ávila).

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