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En estos días en los que se está hablando de que la Plaza de España de Sevilla ha cambiado su aspecto, que está coronada por unas cúpulas doradas que le dan un aspecto de palacio árabe... ha traído a mi memoria una anécdota ocurrida en El Puerto en los años sesenta.1962, si la memoria no me engaña.

Por aquel entonces se rodaban muchas películas en España, espagueti-western y superproducciones, sobre todo en Almería. Pero, para orgullo de los cinéfilos, nos cabe la honra de que se rodara ‘Lawrence de Arabia’ ganadora de varios Oscars , creo que siete y, con un plantel se artistas maravillosos: Peter O’Toole. Anthony Quinn, Alec Guinnes, Omar Shariff, el español Fernando Sancho entre otros… En 1991 fue incluida entre los filmes que preserva el National Film Registry de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. La película relata la participación de Thomas Edward Lawrence, en la Rebelión Árabe, durante la Primera Guerra Mundial.

Peter O'Toole y Omar Sharif durante el rodaje.

DE DOÑANA A EL PUERTO.
En principio casi toda la producción iba a ser rodada en Jordania pero no sé exactamente debido a qué, acabó rodándose  en aquel país solo la parte correspondiente al templo de Petra y el resto, entre  el norte de Marruecos y España: Almería y Sevilla y alguna escena en el Parque Nacional de Doñana. De ahí que el plantel de actores viniera a El Puerto.

En Sevilla los escenarios fueron, la Plaza de España, los Reales Alcázares, el Parque de Maria Luisa y el Hotel Alfonso XIII . Allí estaban ubicados en la ficción los palacios, cuarteles, clubes de oficiales etc. que simulaban a El Cairo donde, por problemas con el presidente Nasser, no se pudo rodar nada.

LA LLAMADA DE MAXIMINO.
Debido a estas circunstancia y a que alguna escena se rodó en Doñana, una noche de aquel año de 1962 en que la que, ademas, recuerdo que llovía a mares pasó lo que voy a relatar. ¡Hasta donde tenía fama El Resbaladero! De repente sonó el teléfono en mi casa y era Maximino Sordo, el dueño del restaurante ‘El Resbaladero’. Llamaba para decirnos a mi hermana y a mí que, cenando en el restaurante estaba Anthony Quinn, el  más conocido en España por aquel entonces, con otros actores. Mi hermana y yo, que sabíamos del rodaje salimos corriendo, ante el enfado de mi madre que decía que hacía una noche de perros .

ACTORES, MUCHOS ACTORES.
En el salón, al fondo a la izquierda, había una mesa grande con muchas personas entre las que reconocimos a Peter O´Toole, Anthony Quinn, José Ferrer, Omar Shariff... este último y Anthony encantadores, por cierto. Quinn ademas, como hablaba español, nos atendió de maravilla. Peter O`Toole no estuvo tan simpático y eso que por entonces era conocido, pero no tanto como a partir de esa película. Lo que si estaba era guapísimo, con el pelo muy rubio, creo que algo teñido por exigencias del guión, pero espectacular. Quiero añadir que al director, David Lean, no lo reconocimos pero estaba y, seguramente, otros actores no tan famosos. /Anthony Quinn, caracterizado para la ocasión en la película que nos ocupa.

Fue una de las pocas películas en la historia del cine sin papeles femeninos. Tan sólo al principio muy discretamente durante el entierro de Lawrence y lse vieron fugaces apariciones de mujeres árabes. Por cierto que el papel protagonista se lo ofrecieron a Marlon Brando, quien lo rechazó. /En la imagen de la izquierda, Celia Insua, en 1962.

Luego nos fuimos a casa con nuestros autógrafos y con el disgusto de no ver a Sir Alec Guinnes que en aquel momento era el que a nosotros nos interesaba. Por cierto que recuerdo que allí estaba Chemari Gutierrez Colosía, no se si también por verlos o porque estaba en El Resbaladero. A lo mejor él recuerda algo más. (Texto: Celia Insúa Lavín).

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Efectivos municipales tras el incendio. /Foto: J.M.Serrano.

Hoy se cumplen 23 años de la tragedia. A las 14:20 de la tarde de aquel fatídico miércoles se producía una gran explosión que se escuchó en todo El Puerto, dando pie al pavoroso incendio que consumió un millón y medio de litros de alcohol almacenados en la empresa Alcoholera de El Puerto, S.A., propiedad del empresario granadino afincado en Jerez, Luis Javier Sánchez Navajas. La factoría llevaba un mes sin producir debido a las vacaciones estivales de los trabajadores, acogidos del Convenio de la Vid, y se estaba preparando para su puesta en funcionamiento, ese mismo día, a las seis de la tarde. Una semana antes se había producido un conato de incendio. ...continúa leyendo "1.116. LA EXPLOSIÓN DE ALCOHOLERA DEL PUERTO. 24 agosto 1988."

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El 18 de febrero de 1966 llegaba a El Puerto de Santa María la sexta etapa de la XIII edición de la Vuelta Ciclista a Andalucía que se disputó entre los días 13 y 20 de febrero de ese año, con un recorrido de 1267 kilómetros, divididos en ocho etapas, con inicio y final en Málaga. Participaron 48 corredores repartidos en cuatro equipos del que solo lograron finalizar la prueba 37 ciclistas.

En la imagen podemos ver en la fila superior de la tribuna instalada en la Plaza de Isaac Peral a la altura de calle Larga, el cuarto por la izquierda, a Rafael Sotelo, maestro nacional, director del Colegio del Hospitalito; tres más a su derecha, el escultor y autor de relojes de sol, Poullet. En el centro de la imagen, vemos a señoritas de la localidad, entre ellas a Aurora Muñoz Ávila junto a Antonio Romero Castro, jefe del negociado de Fiestas del Ayuntamiento. A su lado, José Luis Gómez, Jefe de Publicidad de Bodegas Osborne --cuyos vinos se pueden observar en la imagen, un poco más a la derecha, Juan Martín Vélez y, asomando la cabeza, Manuel Muñoz, de Papelera Portuense. Abajo el tercero por la izquierda el ordenanza del Ayuntamiento Juan Valiente Moreno y casi oculto a su lado, el maestro y ‘practicante’ Ciro Morata Torres. Con el ramo de flores, el ganador de la etapa, el belga Arthur Decabooter. /Foto: Colección Vicente González Lechuga.

El ganador de la etapa Sevilla-El Puerto, fue el belga Arthur Decabooter. Al día siguiente los corredores cubrieron la etapa El Puerto-La Línea. Ese año, el vencedor sería el español Jesús Aranzabal que cubrió la prueba a una velocidad media de 35,550 km/h. En la clasificación de la montaña y en las metas volantes se impusieron respectivamente los también ciclistas españoles Juan Fransico Granell y Domingo Perurena. /En la imagen, Decabooter, en su época de corredor en un cromo de coleccionista y en una fotografía reciente con 75 años.

La Vuelta Ciclista a Andalucía volvería al año siguiente, para no volver hasta la edición número 23ª en 1976. Y ya, de la Vuelta en El Puerto, nunca más se supo.

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La historia de una Ciudad no la marcan únicamente los políticos que la gobernaron o los hitos históricos que la tuvieron como escenario. Más allá de los manuales, hay miles de relatos que dan aquella otra imagen, la del día a día de un pueblo que se amolda al paso del tiempo. Francisco Rodríguez Ceballos, conocido en vida como Paquito Ceballos, uno de esos hombres, al que los años le permitieron conocer el antes y el después de su Puerto natal, de cuya particular historia, sigue siendo un ejemplo.

Paco nació el 3 de diciembre de 1912, día de uno de los copatronos de El Puerto, San Francisco Javier. A los 10 años dejó el colegio para ayudar a su madre, ya que su padre, al que ni siquiera pudo conocer, murió casi dos años después de su nacimiento. Estuvo casado con Balbina Sánchez Rosso, con quien tuvo cinco hijos: Milagros, Francisco, Baldomero, Robertito e Ignacio. Fallecía con el fin de siglo, en el 2000, contando con 88 años de edad

Siendo muy niño, ya se dedicaba a llevar la ropa que su madre lavaba al Colegio de los Jesuitas y a algunas familias importantes de la Ciudad. Aunque su primer sueldo lo recibió en una imprenta a los 10 años, pronto cambió el olor del papel y tinta por el del pescado y los caldos de la tierra. Su primera oportunidad para aprender el oficio de camarero lo tuvo en el Hotel París de la calle Larga, siendo aún un niño. Desde entonces “no le había faltado trabajo ni un solo día”.

Sentados, de izquierda a derecha, S.A.R. el infante Don Juan de Borbón y Battenberg, Francisco Javier de Terry y del Cuvillo, Bernardo Rodríguez Morgado, de espaldas el teniente coronel, comandante general de la plaza Juan García de Diego, Juan Gavala y Laborde (ver nótula núm. 442 en GdP), Juan Pedro Velázquez-Gaztelu Caballero y Joaquín Calero Cuenca (ver nótula núm. 925 en GdP). De pie, Antonio Osborne Vázquez, Francisco Rodríguez Ceballos, dos camareros desconocidos y Juan Pedro Velázquez Gaztelu presidente del Club Náutico entidad que visitó Don Juan de Borbón el 9 de septiembre de 1930, cuando esta entidad se encontraba en la otra banda del río, junto al desaparecido Puente de San Alejandro. /Foto: Colección Vicente González Lechuga.

DON JUAN DE BORBÓN.
Aunque Paco o Paquito era conocido por ser el fundador de ‘Los Pesebres’ en la actualidad ‘Casa Paco’, su primer bar lo compró allá en el año 1930, por el módico precio de 500 pesetas. “--Estaba yo trabajando en el restaurante Antigua de Cabo, cuando me llamaron para tres servicios: uno en Bellas Artes; otro en el Casinillo que había en la plaza de Isaac Peral y el tercero para la inauguración del antiguo Club Náutico, al que acudió Don Juan de Borbón, padre del rey de España”, recordaba.

En la imagen, Paco Rodríguez Ceballos, escoltado por Fosco Valimaña Lechuga (ver nótula núm. 095 en GdP) y Joselito Escribano Ivison (ver nótula núm. 956 en GdP), durante el homenaje que recibió 70 años después, en el 2000 en el Club Náutico, poco antes de su óbito. Detrás, su hijo Paco, propietario del 'Bar Liba'.

‘LA CASUALIDAD’.
Estábamos en 1930. Ganó de ellos un total de 500 pesetas y aunque su intención era dárselas a su novia “porque estábamos juntado para casarnos”, un amigo se cruzó en su camino. Este tenía un bar en la calle Ricardo Alcón (calle Muro). “--Me dijo que lo vendía. Le pregunté que por cuanto. Me respondió que por 500 pesetas..., así que saqué las 500 pesetas del bolsillo, nos dimos un apretón de manos y encargué a Julián Suárez, un pintor que andaba por allí, que pusiera al bar ‘La Casualidad’. “

Paco Rodríguez, de luto, en el centro de la imagen.

‘LA FUENTECILLA’.
Poco duró el negocio porque enseguida lo llamaron a filas y tuvo que venderlo. Una vez cumplida su obligación con la Patria lo llamaron de ‘La Fuentecilla’. Su empleo en este restaurante evitó que su familia pasase hambre en el fatídico año de 1940. “--Aquí en El Puerto hubieron muchas personas que no tenían con que alimentarse, pero, gracias a Dios, la mía comía en el restaurante”.

En la imagen,  el 'Colmado'  a principios del siglo XX, lugar donde hoy se encuentra 'Casa Paco' conocido tambén por 'Casa Paco Ceballos' o 'Los Pesebres'. A la izquierda al fondo, la Plaza de la Herrería y  Casa de los Diezmos, edificio compartimentado en diversos establecimientos de hostelería. (Foto: Centro Municipal de Patrimonio Histórico).

Óleo de Adrián Ferreras, propiedad de 'Casa Paco' que se encuentra en su interior y que, inspirado en una fotografía de la época, recrea los felices años 20 del siglo pasado. Existen datos que corroboran que ya funcionaba como Colmado en 1850, a acrgo del montañés Tomás García de Mesa, establecimiento que fue pasando por diversas propiedades hasta abrir como 'Nuevo Colmado' en 1909 de la mano de Joaquín Faz. (Foto: Colección J.M.M.).

Sus siete años de trabajo en ‘La Fuentecilla’ le sirvieron para abrir en 1946 en la Ribera el bar ‘Los Pesebres’ [por las repisas que tenía en las paredes, donde se arrimaban los parroquianos a beber, según recoge Enrique Pérez Fernández], en la actualidad 'Casa Paco', uno de los establecimientos más emblemáticos de la Ciudad. Pero antes, ya tuvo ocasión de conocer a muchos famosos.

Una característica foto de Paco con un gato que vino con un marinero de Tánger en un barco pesquero y se instaló a vivir en el bar. Un buen día descubrió Paco que, durante los periodos de abstinencia de alcohol en los que solo bebía té con leche, que al gato le gustaba la infusión: le avisaba con la pata, que a continuación metía en el vaso y se disponía a tomar su dósis, por lo que había que preparar para dos. El gato hacía sus necesidades en el servicio del bar y dormía en el lomo de un pastor alemán de la zona. Curioso especimen.

MANOLETE Y EL CARDENAL SEGURA.
“--En cierta ocasión serví una comida a Manolete y durante la inauguración de la Capilla del Castillo de San Marcos --entonces de la Condesa Vda. de Gavia--, me llamaron para atender a los invitados, entre los que se encontraba el Cardenal Segura”. Muchos han sido los marqueses, artistas y ricos en general para los que trabajó Francisco. Sin embargo no cesaba de repetir que para él, tan importante era el trato con estos personajes como con el más pobre de la Ciudad. “--La atención al cliente ya no se cuida tanto como entonces”, se lamentaba.

LOS ALICANTINOS.
Por aquel entonces,  en plena década de los cuarenta del siglo pasado, había en el muelle mas de un centenar de barcos. “--Los primeros eran de vela y faenaban en la Punta de Cádiz, pero con los años fueron viniendo los armadores alicantinos y, con ellos, el fomento de la industria pesquera”. Su local, en el que sólo se despachaba vino, se convirtió pronto en el lugar de reunión para hombres de mar. “--Allí acudían los armadores para hacer cuentas con los pescadores”. /En la imagen de la izquierda, curiosa publicidad de Bodegas Osborne, en la que usa como reclamo a la popular marisquera 'La Guachi'.

De aquella época recordaba a muchos personajes populares de la historia local, “--Pobres pero muy alegres. ‘El Chumi’ era hilador, ‘el Caneco, betunero y ‘la Guachi’, la primera marisquera conocida de El Puerto”. Con los años, se fue poniendo de moda comer pescaíto frito en los bares: las tajaítas meonas (trozos de delfín seco y salado) y el cazón bienmesabe (así se conocía el adobo) etc., hacían furor.

De izquierda a derecha, Isidro Obregón, desconcido, Francisco Rodríguez Ceballos, José Sánchez Rodríguez 'el Nene' del Bar 'Los Tres Reyes' (calle Nevería), Luis Paloma, Juan García Crressi, Guillermo García de Leániz, Luis Osborne Tosar, desconocido, Juan Fernández Gallero 'el Gasolina' del Bar 'Juanito', Tadeo Sánchez Rodríguez, Manuel Moreno Moreno y José Serrano 'el Pobre Pepe', de Bar Cádiz (calle Nevería). /Foto: Colección Vicente González Lechuga.

La vida entonces se centraba en el trabajo. “--Aquí no había paro, porque tanto en el campo como en las bodegas el trabajo era manual. Luego los españoles se irían a vendimiar a Francia, pero antiguamente eran los portugueses los que venían aquí a hacer la siega”.

LUGAR DE VERANEO.

El Puerto ha sido siempre un lugar de veraneo. “--Venían de Jerez y de Sevilla para bañarse en las playas de La Puntilla y Fuenterrabía, pero el bullicio era mucho menor. No había tantos bares ni tantas fiestas”. Su vida, al igual que la de los jóvenes de su generación, estuvo marcada por el trabajo. “--Sólo descansábamos el domingo, que era el día que aprovechábamos para ir a la playa, jugar al billar o ver una Corrida de Toros. Por la noche, después del trabajo, nos reuníamos en algún bar”.

Recibió el reconocimiento de Bodegas Osborne y en presencia de Ignacio Osborne Vázquez, de manos del desaparecido coleccionista Ramón Bayo Valdés, con nótula núm. 664 en GdP. La imagen está tomada en la Bodega de Mora.


Con Manolo Gutiérrez 'el Cochino', con nótula múm. 284 en GdP, al que le unía una gran amistad.

Esta afición la siguió conservando ya octogenario; de hecho, las pocas veces que salía a la calle las dedicaba a visitar la desaparecida Bodega de González Rico o las actuales de Osborne para encontrarse con sus amigos.

A pesar de haber trabajado toda su vida no llevaba bien su jubilación. “--Hasta los ochenta seguí haciendo cosas en casa. Limpiaba el pescado antes de llevarlo al bar, arreglaba las mesas, etc. porque me calmaba los nervios”, afirmaba. En 1996 recibía un homenaje de la patronal de hostelería HORECA, que le impuso la insignia de oro de la entidad. Había recibido, también, un homenaje del desaparecido Club Taurino del Parque Calderón, del que era su socio número 1./En la imagen, con la distinción de HORECA, en 1996. Por cierto que su hijo Paco ha recibido recientemente, al cumplir 66 años, idéntica distinción.

El establecimiento es gestionado en la actualidad por sus hijos Baldomero e Ignacio, que mantienen una clientela variopinta y ofrecen unas tapas de mucha categoría lo que les ha hecho acreedores de aparecer en la Guía Michelín. Ver nótula núm. 408 en GdP de Baldomero e Ignacio y las tapas de merluza rebozada.

Botellas antiguas de vinos y caldos de El Puerto que se exhiben en el establecimiento.

Para Paquito su pueblo seguía siendo igual de bonito que antaño, aunque mas grande. De sus labios brotaban estos versos:

El Puerto es un tesoro
con rica fruta y abundante,
tenía dos puentes colgantes
y una gran Plaza de Toros,
la calle Larga sobre todo,
Vistalegre al océano
y esas aguas cristalinas,
saludables y muy finas,
del impero gaditano.

Aunque los aprendió de chico, nunca los olvidó y así lo recordaba en septiembre de 1995. (Texto: Mercedes Torrecillas).

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En la imagen, 'el Chumi', en el kiosko de helados Camy que existía al principio del Parque Calderón, junto a donde se situaba el fotógrafo Cuellar, autor de la fotografía.

Manuel Quintero García, ‘el Chumi’, da nombre a una Peña Flamenca situada en el centro histórico de El Puerto. ‘El Chumi’ era una personaje que parecía sacado de una novela inglesa de finales del siglo XIX, por su vestimenta y tipo: no superaba el metro cuarenta de estatura, se vestía con una chaqueta que le servía de abrigo y camisa; zapatos muy grandes para sus pies que, cuando iba andando, ‘chancleteaba’, dando la sensación que daba pasos de baile de ‘claqué’ o ‘tap (estilo de baile estounidense en el que se mueven los pies rítmicamente mientras se realiza un zapateado musical).

En el cante dominaba los tonos bajos, de voz muy suave y bonita. Fue un gran admirador de ‘Canalejas’ de Puerto Real’, al que imitaba e incluso le superaba en el cante. En sus últimos años de vida perdió la cabeza.

En la imagen, velada poética dedicada a Rafael de León en la sede de la Peña 'El Chumi', organizada por la Academia de Bellas Artes. /Foto: Noticias 11500.

Tiene una Peña Flamenca con su nombre en el número 15 de la calle Luja y, aunque no fue portuense de nacimiento, si lo fue por arraigo a esta tierra. Nació en Sanlúcar de Barrameda a principios del siglo XX; lo trajeron a El Puerto siendo muy chico, como decimos por aquí.

El limpiabotas ‘El Tigre’, Manolo Otero y ‘El Chumi’, en la puerta chaflán del Hospitalito, cegada por ladrillos. /Foto: Colección Vicente González Lechuga.

Hay portuenses que no están de acuerdo con que le pusieran su nombre a la entidad flamenca que hemos mencionado. No estoy de acuerdo con ellos. He hablado con aficionados viejos, que conocieron bien a este pequeño gran hombre y todos coincidían en que fue un gran cantaor, con duende, que emocionaba a todo el que lo escuchaba. Para mi con esto basta. (Texto: Antonio Cristo Ruiz).

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Tres años antes, en 1891, Isaac Peral había pedido la  baja voluntaria en la  Armada. Sus esfuerzos por implantar el  invento del submarino recibían numerosos obstáculos, sobre todo políticos, dada la  afiliación liberal del marino. Frustrado por los  impedimentos en el ámbito náutico, el emprendedor cartagenero puso los  ojos en uno de las  novedades técnicas que brindaba más posibilidades, la  energía eléctrica.

Apostó por el  futuro y tras su paso por la  compañía alemana Lewy Cohetaler, que estaba instalándose en España, decidió crear su propia empresa, bastante tiempo antes de las  fusiones multinacionales y las  subidas de sopetón en los  recibos. El Puerto  había sido una de las  ciudades que le  ofreció cobijo en sus momentos de incomprensión. Una de las  pruebas de su submarino la  efectuó en aguas del Guadalete y en su truncada carrera política fue elegido diputado por la  ciudad portuense, aunque no llegó a tomar posesión.

Con un grupo de inversores, algunos con intención de desquitarse de las  fuerzas conservadoras, y en nombre del progreso en todos los  órdenes, la  firma Electra-Peral Portuense pedía permiso al Ayuntamiento en enero de 1894 para la  construcción de una central térmica en el  centro de la  población (algo que sería inaudito en estos tiempos por motivos medioambientales, que conste).

Una finca con un amplio patio en calle Larga número 78 fue el  lugar elegido para la  instalación, al lado de lo  que sería precisamente Plaza Peral, y al cabo de tantos años, sala de exposiciones de Caja Inmaculada, allí se instaló la  llamada "fábrica de la  luz".

Varias generaciones fueron a las  oficinas de la  esquina a pagar los  recibos, tanto de la  firma pionera como la  que absorbió el  servicio, Sevillana de Electricidad, hoy Endesa tras su posterior fusión.

El  15 de agosto, día de la Inmaculada de hace 117 años, se hizo una prueba del funcionamiento con la  colocación de un alumbrado extraordinario por las  calles con motivo de la  festividad de la  Asunción (a eso se le  llama ahora marketing).El  día definitivo del enganche fue el  8 de diciembre de 1894: la nueva estación térmica de la calle Larga estrenaba la electricidad en El Puerto, para admiración de los  primeros clientes. En el  hotel Vista Alegre se celebró la  cena donde se brindó por el  futuro de la  electricidad en El Puerto. (Texto: Francisco Andrés Gallardo).


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Esta es la historia de un porteño que vivió entre los ríos Besaya y Guadalete, del que hoy se cumplen 110 años de su muerte.

Domingo José Morante de Lamadrid y López Seco se instala en El Puerto de Santa María posiblemente entre 1850 y 1853, con treinta y pocos años de edad, procedente de una parroquia cántabra llamada Cañeda, cerca de Reinosa, (Cantabria), estableciéndose como comerciante con  una tienda de género de mercadería en uno de los lugares mas céntricos de la población, la calle Larga, concretamente en los bajos de la casa número 139 antiguo, invirtiendo probablemente su herencia legítima paterna y sus propios ahorros en dicho negocio.

Demostrando prudencia, José Morante, en previsión de que los negocios no marchasen como esperaba, había dejado algunas propiedades rústicas en su tierra natal, propiedades a las que solo visitaría de nuevo en alguna escapada que hizo a su terruño en los años venideros, antes de entrar en achaques.

Sobre sus primeros pasos en El Puerto de Santa María no sabemos mucho, aparte lo indicado y la información que nos facilita él mismo en un testamento que realizó el 4 de Septiembre de 1854 en la notaría portuense de don José Miguel Pau. En esa fecha declara tener 33 años, estar soltero y tener por bienes “un establecimiento de género de mercadería en la calle Larga de esta ciudad, unas tierras de labor en su país de origen –Cantabria- y las ropas de su uso”. En las disposiciones, mandaba se distribuyesen cinco mil reales de limosna a los pobres necesitados el mismo día de su entierro y, en otra manda aparte, legaba algunos bienes a su tío materno Juan Antonio López Seco y a su hermano Manuel, designando por única y universal heredera a su madre, doña Maria López. /Emilia Seytre Enriquez de Guzman, esposa de nuestro protagonista

Afortunadamente este documento no tuvo efectividad, puesto que el Sr. Morante prolongaría algunos años más su vida, cruzando, incluso, la imaginable línea que separa el siglo XIX del XX, estableciéndose de forma total en El Puerto y encabezando una larga genealogía de sucesores portuenses que entroncaron con significadas sagas locales.

Volviendo al momento de la vida de Domingo José Morante, que se hace llamar e incluso firma como José solamente, hemos visto como en los días postreros del verano de 1854 establece su voluntad en previsión de un fatal desenlace. Aunque el negocio le absorbe gran parte de su tiempo, cultiva buenas amistades, integrándose plenamente en la sociedad local. Deducimos que Juan Bautista Marichalar y Antonio Honorato Seytre, ambas personas nombradas sus albaceas en el testamento antes citado fuesen dos buenos amigos. El primero, conocido industrial y comerciante, “especulador de vinos”, es decir, exportador y vendedor a mayoristas, con una fábrica de aguardiente en la Ribera del Río y un talante liberal que le llevaría a formar parte, años después, del primer Ayuntamiento Revolucionario Provisional tras la insurrección militar de 1868, la  denominada popularmente “La Gloriosa”.

La calle Larga, una imagen insólita de la misma, casi sin tráfico.

Estaba casado con una dama integrante de la selecta sociedad local de la época: Concepción Winthuysen Martínez-Baños, matrimonio que no tuvo descendencia. Y el segundo, de nacionalidad francesa, del comercio como él, que desde hacia varios años se había trasladado a El Puerto desde Cádiz, donde residió anteriormente.  Debió frecuentar la casa de su amigo, situada en el número 92 antiguo de la Calle Larga, en la acera par actual, entre las calles Espíritu Santo y de la Plata, que había enviudado y vivía con su única hija Emilia. Podemos imaginarnos a los tres, paseando una soleada mañana dominical por el frondoso y romántico Paseo de la Victoria, a escasos metros de la casa de don Antonio Honorato, aledaño al monasterio del mismo nombre,  deshabitado en esos años, abandonado por los franciscanos Mínimos que durante más de tres siglos lo tuvieron como residencia conventual. Emilia, recién cumplidos los diecisiete años, escuchaba embelesada las narraciones que hacía de su lejana tierra natal el amigo de su padre.

MATRIMONIO.

Esta admiración de la joven adolescente hacia el comerciante montañés debió ser reciproca y si a ello añadimos la complicidad paterna y la falta de prejuicios por la diferencia de edad, en pocos meses se concertó el compromiso y, finalmente la boda, que tuvo lugar en la Iglesia Mayor Prioral el día de Nochebuena del mismo año en que había formalizado sus últimas voluntades, en 1854.

Tienda en el crucero de las calles Larga (número 139 antiguo) y Luna, situada a la izquierda.

José Morante aportó al matrimonio un capital de cien mil reales, valor estimado del género que tenía en existencia en esa fecha en la tienda de mercadería que regentaba y de la que era dueño. Estaba situada en pleno centro, próxima al crucero de las dos calles principales y céntricas del casco urbano: Larga y Luna, popularmente conocida como “Las Cuatro Esquinas”.

La novia, hija de Antonio Honorato Seytre Charreron y de Josefa Enríquez de Guzmán, llevó una dote de 200.000 reales, cantidad correspondiente a su legítima materna que fueron invertidos en su totalidad por el joven matrimonio en la adquisición de una viña nombrada “La Panameña” en el termino de Jerez de la Frontera por la que pagaron 170.000 reales y en la propiedad de la mitad del palco número 19 del Teatro Principal de Cádiz.

Los primeros años de casado el matrimonio se instaló en la casa que tenía arrendada su suegro, propiedad de la familia Oyarzabal. Un par de años después nacería el primer hijo, una niña, a la que bautizaron imponiéndole el nombre de la abuela materna: Maria Josefa, y pocos días antes de dar a luz al segundo, al que nuevamente impusieron el nombre del otro abuelo: Antonio Honorato, falleció su padre, que solo que contaba 54 años de edad. Finalizaba el mes de enero de 1858.

La calle Nevería, en el primer cuarto del siglo pasado.

Tras el fallecimiento de don Antonio Honorato Seytre los Morante Sytre se trasladaron de forma provisional hasta encontrar una casa en la que instalarse definitivamente,  que pudiesen adquirir en propiedad y estuviese cercana a la tienda de mercadería. El nuevo hogar lo instalaron en la calle Nevería, en el piso principal de la casa número 3, realquilados por una joven viuda, natural de Gibraltar, llamada Dolores Ginés Ruiz, casa situada a una manzana de distancia del lugar de trabajo del cabeza de familia. En este año de 1859 se incorporó a la unidad familiar la madre de don José, contando asimismo con tres personas de servicio. Allí nacieron, en 1861: Lorenzo y en la primavera de 1863 una niña a la que impusieron el nombre de Emilia.

Por esas fechas José Morante había ya comprado un espléndido inmueble, situado en otra de las arterias mas céntricas y comerciales de la ciudad, la calle Luna, a menos de cincuenta metros de su tienda de tejidos. a las hermanas María del Carmen y Trinidad Ortiz Veristani, que vemos en la imagen de la izquierda.

Cuando los negocios funcionaban y la mejora económica de la familia era una realidad palpable, un grave contratiempo vino a enturbiar la buena racha familiar. Emilia I –así la llamaremos para distinguirla de otra de igual nombre que nacería posteriormente- murió de neumonitis el día 9 de julio de 1863, cuando contaba tan solo tres meses de vida.    Meses después nacería un nuevo hijo, en este caso varón, que ocuparía el 4º lugar entre los hijos vivos, al que bautizaron como Emilio. Y detrás de este, escalonados en el tiempo, muchos más hasta completar once hijos de los cuales solamente seis de ellos traspasaron la barrera de la infancia y llegaron vivos a edad adulta. Fueron, por este orden: María Josefa, Antonio Honorato, Lorenzo, Emilio, Emilia y María del Carmen Morante Seytre.

Consolidado el negocio, José Morante y su familia gozarán de una desahogada posición económica y él, aparte de sus ganancias como comerciante con el legado económico de su buen amigo y padre político se convierte en pequeño propietario, pues a la reciente adquisición del inmueble en calle Luna hay que añadir las posesiones agrícolas antes citadas,   y otro inmueble en calle Cantarería número 2,  casa de una sola planta, con 224 metros cuadrados de superficie, comprada conjuntamente con un almacén-bodega en calle Santa Clara, esquina y vuelta a la de Cantarería, es  decir, lindera con la antes citada, en donde iría almacenando –cultivando, es la palabra adecuada- diversos caldos hasta lograr con los años una excelente bodega, con productos reputados y apreciados entre sus contemporáneos.

Calle Cantarería, bodega que, junto a la esquina con Santa Clara perteneció a Morante.

Ambos inmuebles fueron adquiridos conjuntamente a don Faustino González Barbadillo.  Con ellos y en ellos, aparte de incrementar su patrimonio familiar, José Morante encontraría en este nuevo negocio de crianza y tráfico de vinos, especialmente en su vejez, una fórmula perfecta, todo un estímulo para sobrellevar la soledad de su viudedad y sus últimos años de vida.

Volviendo a la secuencia de su vida, habíamos dejado al matrimonio pendientes de trasladarse a la casa de Luna 32, una casa  que había reformado a su gusto, remodelando la fachada. el Maestro Pablo José Arduña.  La espléndida mansión ocupaba una superficie total de 306 metros cuadrados con un total de 26 habitaciones o dependencias, distribuidas 8 de ellas en el piso bajo y el denominado “entresuelo”, entre el bajo y la primera planta o principal que tenía 9 habituaciones, al igual que la segunda, así como una amplia “azotea” es decir, terraza y cubierta al mismo tiempo, donde tender y ventilar las ropas, cortinajes, etc.. y en donde figuraba una zona cubierta para instalar los lavaderos y el cuarto donde hacer la colada, tan en boga en la época.

La calle Luna, a la derecha, la tienda de Morante y más arriba su vivienda, en el número 32 antiguo.

En 1869 estaban instalados en ella, posiblemente desde hacía varios años, el matrimonio, cuatro hijos y su madre, doña María López Seco, que en esa fecha contaba 69 años de edad, que se había trasladado en la década anterior desde Cañeda, de donde era natural y donde residía hasta entonces, para incorporarse al núcleo familiar.  Le acompañaban en estos años tres sirvientes cántabros de bastante edad, de los de entonces, es decir de los que durante toda su vida, desde la juventud hasta la senectud que ahora empezaban a desarrollar habían estado al servicio de la familia y en él continuaban hasta la muerte, bien del que servían, o la suya propia, integrándose en el “cuerpo de casa” –así denominaban al servicio interno- que completaba una joven doncella de la localidad. /Imagen de la vivienda que adquirió, reedificó y ocupó en la calle Luna, junto a calzados Noel.

Así fueron transcurriendo los años, los lustros, las décadas, desarrollando una vida laboriosa y familiar, entregado en cuerpo y alma a sus negocios y aficiones, viendo crecer a sus hijos, a los que proporcionó  una esmerada educación. Dos de los varones siguieron la carrera militar y el tercero y mas pequeño de ellos le ayudo y acompañó en la tienda de tejidos. Algunos se casaron, comenzaron a florecer los nietos y celebró con felicidad sus bodas de plata matrimoniales. Sería esta la  primera generación portuense de los Morante Seytre. /La nieta de Morante, María Febrés Morante, con  los Ruiz Golluri, en la casa de la calle Cielos.

Por todo lo indicado, el fallecimiento de su esposa supuso un fuerte golpe, algo más que la perdida de un ser querido. Perdía una buena amiga y confidente, una solícita  compañera y una fiel y cariñosa esposa, especialmente en esos años últimos en los que la mayoría de los hijos se habían emancipado. El luctuoso hecho tuvo lugar el 7 de Agosto de 1888 cuando, apenas había rebasado doña Emilia el medio siglo de existencia.  Durante muchos años, puntualmente, el viudo y los hijos organizaran cultos en el aniversario de su muerte,  evidenciado que permanecía vivo su recuerdo.

En la bodega de su propiedad de calle Santa Clara almacenaba medio millar de botas de selectos productos, cuya valoración suponía el 45% del importe de los bienes, 120.000 pesetas. La especialidad de este buen viticultor, pues cultivaba en viñas propias la uva, viñas –dicho sea de paso- situadas en el lugar mas estimado de la zona Jerez, Marchanudo, en terrenos albarizos, ideales para el cultivo de la variedad utilizada en los mas selectos vinos. En su hacienda realizaba las faenas de vendimia y en su bodega transformaba el mosto en vino, siendo su especialidad un “Amontillado”, vino muy hecho, sin marca, criado en siete soleras o añadas, proceso que garantizaba, sin duda, un producto exquisito. De este rico caldo, tenía el Sr. Morante, en 1888, nada menos que 353 botas, es decir, más de 175.000 litros de dicho producto. En el resto de vasijas almacenaba “Palo Cortado”, “Oloroso”, “Pedro Ximenez” y otros vinos de varias clases ocupando tres docenas de botas, así como 22 botas de vinagre, una de aguardiente y 65 de vinos bastos y ácidos. Solo tenemos referencia de dos marcas propias, aunque no se embotellaban como tal, pues su venta era por arrobas, medida que tiene 16 litros. Se llamaban “Canilla y Perruno” y “Perruno Chico” y en esa fecha tenía siete y seis botas en existencia, respectivamente.

Mapa de la 'España del Caciquismo'.

José Morante también hizo sus pinitos en política en edad jubilar. Hemos encontrado referencias en la prensa local que así lo indica, siendo citado entre la docena de vocales –ocupando el primer lugar- que componían el comité local del partido Liberal Conservador, en el año 1894, que presidía don Francisco Miranda Hontoria, Capitán de Fragata retirado. Figuraban en dicho comité comerciantes y bodegueros como él, tales como Carlos Hernández Carrera y Felix Gonzalez Urruela, así como un paisano que años después alcanzaría notoriedad en la gestión municipal: Severiano Ruiz Calderón, perpetuándose su memoria al rotular con su apellido el principal paseo y parque público de la localidad, el denominado “Parque de Calderón” que discurre paralelo al río.

José Morante formó parte de los '12 Magníficos', encabezados por Tomás Osborne, creadores de la sociedad de la Plaza de Toros.

Es bastante probable que don José participara en este comité conservador más por compromiso social que por vocación, aunque el ideario del partido se ajustaba a sus convicciones, talante y comportamiento, no era del tipo de personas que le gustase figurar por figurar.  Un hecho que confirmaría esta suposición ocurrió en la primavera de 1895. Reunido el comité para decidir la candidatura del partido a las próximas elecciones municipales, asistieron tan solo la mitad de los componentes. Hubo dos propuestas o listas; una, encabezada por Alfredo Figueroa,  a propuesta  del presidente y la otra candidatura,  propuesta por el Sr. Ruiz Calderón, encabezada por Domingo José Morante. Sometidas a votación hubo empate a cuatro votos, decidiendo dos votos por correo, tal como hoy lo conocemos, definidos como “representaciones por escrito” en la prensa de la época, precisamente uno de ellos de José Morante, que votó a favor de la candidatura presidencial, auto eliminándose.

Coincidiendo con su viudedad comenzaron a agravarse los achaques propios de la edad, a pesar de ser de una fuerte constitución, sin duda. A fines de 1894 fue operado en su propio domicilio por los doctores Isorna y Moresco, prestigiosos galenos gaditanos que se desplazaron en tren desde la capital para una intervención que debemos suponer leve, tal vez de las vías respiratorias altas, intervención que fue calificada como exitosa por la prensa local que se hizo eco de la misma.  Apenas un año después conocemos por el mismo medio que había sufrido y superado una grave dolencia, y en Noviembre de 1900, ya octogenario, nuevamente fue operado por el doctor Isorna, en esta ocasión auxiliado por un equipo de cuatro facultativos, extirpándole un epitelioma en la comisura del labio.

Vista desde el Restaurant de La Puntilla, a cargo del Hotel París, en 1910. /Colección Thomas IEFC

Cuidado por su hija menor Maria del Carmen, con la que pasaba temporadas en la casa que tenía en las viñas, especialmente los meses de verano y las convalecencias de las operaciones, respirando el benéfico aire campestre, transcurrió el último tramo de su vida. Convertida en crónica su enfermedad desde hacía varios años, en los primeros meses de 1901 esta se agravó, entregando finalmente su alma a Dios el miércoles, 14 de Agosto de ese año, hoy hace 110 años, después de recibir los Santos Sacramentos y la Bendición de Su Santidad, según se indicaba en la esquela mortuoria publicada en la “Revista Portuense”..

Emilia Morante, hija de nuestro protagonista, con su segundo marido, Joaquín Ruiz López (alcalde de El Puerto entre 1904 y 1905 y entre 1907 y 1909), en la Quinta de los Ruiz, luego de Terry, hoy Hotel Duques de Medinaceli.

Tal como indicamos en el enunciado del capítulo, el río de la vida de este emigrante montañés, como señaló Jorge Manrique, llegó al mar. En su dilatado curso, abundaron las aguas mansas y fértiles, que fueron bien aprovechadas en laboriosas norias y productivos regadíos, dejando abonada sus orillas con el limo de su ejemplo.  (Textos: Antonio Gutiérrez Ruiz. A. C. Puertoguía). (Fotos: Magdalena Rodríguez Lara y Archivo GdP).

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Tras la barra del Restaurante ‘El Resbaladero’, propiedad de Maximino Sordo en 1960, podemos ver, de izquierda a derecha a Pepe Ríos, Elías a la sazón encargado del Restaurante, oriundo de la Montaña, el maestro repostero Pepe Mesa González, el niño es Guillermo Salas que hoy trabaja en APEMSA y Florencio. Al fondo, el cocinero José, ‘de toda la vida en el ‘Resbalón’.

“Antiguo muelle”. Grabado Anónimo. Siglo XIX.

LA LONJA DEL PESCADO.
Enrique Pérez Fernández, en su libro ‘Tabernas y Bares con Solera’ recoge que, «En 1778, por mandato del Conce O’Relly, Capitán General de la Mar Océana, residente por su cargo en El Puerto y promotor de diversas obras Públicas [entre ellas el Vergel del Conde, entre la Plaza de las Galeras y el inicio de Micaela Aramburu], se construyó en el frente de la Plaza donde hoy están las viviendas construidas en 1960, una nueva pescadería que fue a reemplazar a la del siglo XVII levantada al lado. Perduró como tal hasta 1876, año en el que se edificó enfrente otra, al tiempo que la antigua se remodelada en su interior para convertirse en una taberna a la que llamaron ‘El Resbaladero’, también conocida por ‘El Resbalón’

EL MUNDO ES ANSÍ.
En 1912 Pío Baroja ambientaba en el local una escena de su novela ‘El mundo es ansí’. Este es un fragmento.' --¿Que hicieron ustedes ayer? --pregunto yo. --Estuvimos en la taberna El Resbalón --contesta Juan. --¿Algún sitio raro? --Si figúrese usted --dice Arcelu-- una especie de camarote pintado de amarillo, una mesa redonda, grande, en medio, y alrededor sillones de paja con el asiento inclinado, y de cuando en cuando unos gatos que entraban por debajo de un tabique y se llevaban lo que podían. --¿Y que cenaron ustedes? --Unos platos de pescado frito y un caudillo de perro. --¿Pero como? ¿De perro?. --Un guiso que aquí llamamos así'.

CALDILLO DE PERRO.
Este tradicional plato portuense es una sopa de pescadilla, aceite, zumo de naranja agria, ajo, cebolla, sal, pan asentado y agua, que ciertamente fue, durante décadas, la especialidad gastronómica del Resbaladero, al igual que los guisos de pescado a la marinera, o el besugo a la puerca (con ajo, vinagre, aceite y sal)

Mariano López Muñoz, en un artículo publicado en la Revista Portuense en mayo de 1926, recogió el modo tradicional de cocinar el plato según se lo dictó un marinero: ‘Se pone el aceite y cuando está bien caliente se le echan dos dientes de ajo que, al verlos bien tostado, se sacan. Entonces, echamos en el aceite cebollas y otros dos dientes de ajo, todo muy picado, más aún los ajos que las cebollas, y sin esperar a que se frían, se agrga agua enseguida, dejando el caldo cocer cosa de diez o doce minutos; y a continuación se agrega el zumo de naranja agria al gusto del cocinero (y aquí está la primera parte del punto del guisado, cuya segunda mitad consiste en lo que sigue). Agregado, el ácido de la naranja, se zampan en la cazuela buenas pescadillas de ‘parejas’, de las acabaditas de llegar, someramente lavadas para que no pierdan sabor con tantos enjuagues como suelen darles en las casas’.

El Resbaladero, en una imagen de los años sesenta del siglo pasado. /Foto: Neto Anelo.

También lo citaron en otras dos novelas de dos ingleses: ‘Don Gitano’ (1944), de Walter Starkie y ‘El Puerto’ (1959) de Peter de Polnay». (ver nótula núm. 1.093 en GdP).

DE RESTAURANTE A BAR DE TRAGOS LARGOS.
Su último propietario, Ignacio Sordo y hermana, hijos de Maximino lo gestionaron como restaurante, cedido durante un tiempo al restaurador Antonio Barrios llevando desde finales del siglo pasado compartimentado y convertido en hasta cuatro lugares de copas y tragos largos. Esto escribíamos en Diario de Cádiz en 1997: "Hubo una época en la que llegar al cantil del muelle de nuestra Ciudad, suponía iniciar una aventura. Podía Vd. embarcarse para explorar nuevos territorios, para cumplir pena de trabajos a galeras, para comerciar con otros pueblos y culturas,... Pero la mayoría de las veces, embarcar en los muelles de El Puerto era para buscar el sustento, surtiendo a las poblaciones cercanas con la pesca.

Lo marítimo fue hasta hace unos años -como lo es ahora el turismo- la locomotora de arrastre de otros sectores económicos: una constante en el devenir histórico de El Puerto. Tal ha sido así, que en el nombre de la Ciudad la palabra puerto no ha desaparecido a lo largo de su historia: Puerto de Menesteo, Puerto de Salinas, Santa María de El Puerto, hasta su actual nombre.

Y ha quedado claro que la vida de la Ciudad gravitaba en torno al puerto y a lo que ésto suponía: embarque de pasajeros, comercio de mercancías, procura de efectos navales, empleo duro pero seguro, venta del pescado, ... Ironías de la historia: el edificio que sirvió antes para recibir los frutos de la mar, se utiliza ahora para recibir alguna clase de turismo, de acuerdo con la actual evolución del tejido industrial portuense.

Hasta 1876 el paseante -y así lo cuentan los libros de viajes- podía resbalar y caer a causa del agua de limpiar pescados en la Venta. Hoy -si los regidores de lo público no lo remedian- el resbalón continuará produciéndose, pero como mucho, por pisar la cáscara de una rodaja de limón de un trago largo, o por el deshielo de los cubitos de ídem.

Que la antigua Lonja del Pescado, El Resbaladero, haya quedado para bares de copas -ni siquiera de copas de Vino Fino- es algo que reclama la mirada de quién corresponde. Tras su primer y noble fin y su posterior época gloriosa como restaurante, entendemos que otros cometidos más señeros deben acoger a estas centenarias piedras que, curiosamente, están rematadas con un escudo de la Ciudad. ¿Le corresponde a los poderes públicos, trás pagar un justiprecio a sus propietarios, hacerse con la propiedad de El Resbaladero?. Desde luego, siempre será mejor escuchar en su interior una sinfonía que un cha-cha-chá" (Texto: José María Morillo).

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Las Bodegas Jiménez Varela abarcan un conjunto de cascos bodegueros que fueron el fruto de la unión de edificios de obra nueva, el llamado escritorio, las oficinas centrales de las bodegas Varela, construido en 1872 y reformado en 1913; como de otros que ya estaban construidos, con anterioridad y que habían pertenecido a otras firmas bodegueras, las bodegas de Haro construidas en 1848.


Patio del trabajadero de las Bodegas Jiménez Varela.


El mismo patio, hoy convertido en dependencias del Hotel Bodega Real.

El núcleo de bodegas o zona industrial donde se ubicaba surgió en el primer tercio del siglo XIX, (el casco de bodega de la Sagrada Familia se construye en 1829), abarcaba el espacio comprendido entre las calles Pozos Dulces, Espíritu Santo, Albareda y Avenida de la Estación y Larga. Una zona de cierta tradición industrial que ya  en el siglo XVIII contaba con fábricas de estampados, curtidos,  molinos de aceite, así como otras relacionadas directamente con las faenas y las necesidades de la actividad marinera.

Camino de Urdax, actual Avda. de la Estación, donde se encontraban las Bodegas Sagrada Familia en la actualidad reconvertidas en viviendas. A la izquierda el Paseo de la Victoria y al fondo la Estación de Ferrocarril.

DEL COMERCIO CON AMÉRICA AL MERCADO EUROPEO.
El Siglo XIX fue un periodo caracterizado por el gran número de cambios que se produjeron en las sociedades de una manera continua e incesante. Cambios a todos los niveles: políticos, sociales y económicos. Estos últimos en El Puerto de Santa María,  como en gran parte de los pueblos de la Bahía, hicieron que se buscaran nuevas salidas o que se potenciaran actividades que ya eran importantes como la crianza y la exportación del vino fino. Se sustituyó la tradicional relación comercial con el continente americano por la potenciación de la ventas en el mercado europeo y muy especialmente en el inglés del vino de El Puerto.  Esto hizo que la imagen de la ciudad se viera transformada en algunas zonas por la instalación de naves bodegueras que acabarían por configurar el paisaje urbano de El Puerto.

Interior de uno de los cascos bodegueros. /Foto: CMPH.

CATEDRAL DEL VINO.
Estas bodegas de la calle Albareda, antes Victoria porque emboca hacia el monasterio del mismo nombre, son también un testimonio importante de una de las claves de la crianza biológica del vino fino: la proximidad al río Guadalete.  El río es uno de los condicionantes principales para obtener un buen caldo, las brisas del Guadalete controlaban el proceso de crianza aportando y manteniendo los grados de temperatura y humedad necesario para la obtención de un producto de calidad. Para ello era también imprescindible una arquitectura, en cierta medida biológica, que permitiera aprovechar las bonanzas climáticas de la zona: el casco bodeguero. Éste ha recibido todo tipos de apelativos, pero quizás el que más se le aproxima es el de catedral para alguno de ellos, que le viene dado por la esbeltez conseguida por el empleo de pilares y arcos de piedra de gran altura y tamaños en su construcción.

De izquierda a derecha, Ernesto Jiménez González, uno de los cuatro hijos varones del fundador de la firma Jiménez Varela, casado con Rafaela Sancho Mateos; Ernesto Jiménez Sáncho, hijo del anterior junto al hijo del fotógrafo Justino Castroverde, que aparece a la derecha de la imagen, tomada en los tendidos de la Plaza de Toros. En la segunda fila, en el centro, Mariano Cantera Molares /Foto: Colección de Rafael Ceballos Jiménez.

En la imagen superior, personal del escritorio de Hijos de Jiménez Varela. De izquierda a derecha, Arias, desconocido, José Lojo Espinosa, José Luis González Obregón capataz de la bodega, Juan Manuel Brea Vila, Luque que era suegro de Vera Palmer, Bernardo Zayas, Francisco Martín Repollet, Felix Ochoa 'Ochíta' primo del pintor y el niño Manolo Fernández Lores, hermano de Francisco el del Bar 'Paquito'. Sentados, de izquierda a derecha, Victor Unzueta Gabiola, Guillero Siloniz, Victor Unzueta padre, González Bruzón, dos desconocidos y Victor Moriñas. /Foto: Pantoja.

En la imagen de la izquierda, publicidad del Cacao Varela.

LOS JIMÉNEZ VARELA.
La familia Jiménez Varela fue muy laboriosa, y prueba de ello fueron las industrias vinateras que crearon y los afamados productos que en ella se fabricaron: el Brandy Viejísimo Varela, Cacao Varela, Oloroso Los 46, o el Amontillado Fino Jardín, bajo la firma comercial de Hijos de Jiménez Varela. También existe una relación familiar de los Jiménez Varela, pues un familiar de éstos fue el hombre de confianza de Isaac Peral, cuando botó en El Puerto, en la desembocadura del río Guadalete, el prototipo del que fue el primer submarino.

Publicidad del Champagne en una revista local portuense.

Parte de la desaparecida plantilla de Hijos de Jiménez Varela. Detrás, de izquierda a derecha, José Pérez Camacho; Estanislao Jiménez González-Nandín, Joaquín Jiménez Sancho y un argentino. Delante de ellos, en pie, Benito Moriña, Francisco Martín Repollet, Artiza, José Luis González Obregón. Agachados, Rafael Valiente Moreno, Miguel Ferrer García, Luis Jiménez González-Nandín, José Herrera Raposo, arriba de él Francisco Ariza Zarzuela y a la derecha, movido, Manuel Buhigas. /Foto: Colección Vicente González Lechuga.

HIERRO DE LA PALMA.
También se dedicaron a la cría de caballos, llegando a ser propietarios del Hierro de la Palma, ganadería creada por los señores Artalaya y Azpillaga, a principios del siglo XIX, y que luego fuera propiedad del Marqués del Castillo de San Felipe. El Hierro de la Palma figuraba en la etiqueta de los productos de Hijos de Jiménez Varela.

Productos de Hijos de Jiménez Varela, entre ellos el Amontillado Fino Jardín. /Foto: CMPH.

Cacao Varela, Champán Continental, reclamos publicitarios, que han sido recuperados para la colección de Antonio García, de quien es la fotografía.

Publicidad del año 927

AMONTILLADO FINO JARDÍN.
Que si bien se comercializaba como Fino, se aproximaba más a un vino  Amontillado. El amontillado es un vino dulce y generoso de uva Palomino, de color pajizo, ribeteado en metálico y destellos violáceos, de aspecto lagrimoso, brillante y transparente. Al olfato ofrece un olor a bodega, intenso y punzante; y al paladearlo saboreamos un vino redondo, seco, ahumado y con recuerdos de yodo. Hace un perfecto maridaje con el jamón ibérico o un queso curado de pasta dura y de gran potencia.

Es un vino perfecto para beber como aperitivo, o a media tarde, aunque los devotos del Vino Amontillado dicen que «sirve para compartir y departir a cualquier hora». La temperatura ideal para degustarlo es entre 10º y 14º, siempre en relación con la temperatura del ambiente. /En la imagen, un aprendiz, de nombre José Raposo Rasuelo,  jarreando sobre la canoa y la bota de Jiménez Varela.

Los vinos amontillados proceden de los Vinos Finos, el Vino por excelencia de El Puerto de Santa María, cuyo color ha evolucionado y llega a alcanzar entre 18º y 19º. Es un vino generoso (aquel que alcanza una graduación entre 15º y 23º), obtenido mediante soleras y criaderas, sistema de crianza que se aplica en la zona vinícola que ampara el Consejo Regulador del Jerez-Xérès-Sherry, a la que pertenecen los vinos y brandies de El Puerto de Santa María.

RELATO EL BARRIL DE AMONTILLADO.

El relato de Edgar Allan Poe, The Cask of Amontillado, adaptado al cómic por Archie Goodwin y Reed Crandall en Creepy N6 (Warren, 1966), de la mano de Golden Age Comic Book Stories

Interesante el cuento de terror del siglo XIX, obra del bostoniano Edgar Allan Poe «El Barril de Amontillado» (The Cask of Amontillado), usando como excusa la del conocedor de estos vinos generosos para contar el relato corto. (Fuentes: Centro Municipal de Patrimonio Histórico. Archivo de Antonio Gutiérrez Ruiz y otros)

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Diario de Cádiz publicaba el 1 de septiembre de 1910, hace 100 años, una noticia sobre el enorme tumulto ocurrido en la Plaza Real, con motivo del Toro del Aguardiente, que debía matar el espada ‘El Hijo del Cochino’.

Foto: Kiko Sánchez. Colección José Luis Sánchez Pacheco, procesada desde un cristal.

El animal era de los llamados palurdos y manso por completo. Los toreros no pudieron lucir sus habilidades y el público se arrojó al redondel para matar al toro a palos y puñaladas. Pedían los espectadores, unos seis mil, más toros y como no había la emprendieron con la Plaza. Derribaron las barreras de madera, ya que no podían con las de cantería.

Los guardias municipales no podían dominar el tumulto, por lo que tuvo que intervenir una pareja de la Guardia Civil. Para lograr imponerse tuvieron que llegar a cargar los fusiles ‘Maüssers’ y apuntar a los revoltosos, momento que recoge la fotografía de Kiko Sánchez, que huyeron precipitadamente. Resultaron contusionados el comandante de la Guardia Municipal, Fernández, y el sereno Ruiz.

En el censo de 1910 El Puerto de Santa María tenía 17.984 habitantes de hecho 17.583 habitantes de derecho y 4.610 hogares.

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