Hoy 28 de abril se cumplen 485 años de la formalización oficial del culto a San Sebastián, como copatrono de la Ciudad, junto a San Francisco Javier y a la Virgen de los Milagros. Desconocido para muchos, durante la Edad Media y debido a la epidemia de peste que afectaba a El Puerto, San Sebastián fue considerado como “santo abogado de los contagios”, celebrándose una fiesta religiosa en su honor, sustentada por una cofradía y una ermita, lo que da una idea de la importancia que tuvo para aquel Puerto del siglo XVI. Si bien los orígenes del patronazgo de San Sebastián se remontan a finales del siglo XV, no será hasta el año 1525, cuando se consolida el culto del santo. El culto a San Sebastián es muy antiguo, siendo considerado como el Apolo cristiano, al ser uno de los santos más reproducidos por el arte en general. Un santo, que fue martir muriendo asaeteado por flechazos y que es considerado por algunos como el patrón de los homosexuales. Celebra su santoral el 20 de enero. (En la imagen, azulejo del siglo XVIII, de la calle San Sebastián esquina con calle Cruces).
Para el periodista José Pablo García Baez, «Según un acuerdo capitular fechado el viernes 28 de abril de 1525, contiene una noticia basada en cuatro puntos, que nos hace pensar que este año fue oficialmente formalizado el culto a San Sebastián. Los cuatro puntos trataban del eje principal del culto y su fiesta eran éstos: la existencia de una Capilla de San Sebastián, la existencia de una cofradía en su honor, la celebración de la fiesta y el voto de la ciudad para la celebración de ésta. La devoción por este mártir era enorme en este siglo XVI. Llegaba a tal extremo, que en el mencionado acuerdo anterior, el mayordomo de la cofradía pedía a la ciudad que para evitar los tumultos que se formaban en la fiesta de San Sebastián, sólo concurrieran a la procesión los cofrades del santo.

Manuscrito del siglo XVI
Ésta se comenzó a realizar para pedir el cese de la fatídica peste que asolaba a la ciudad en la Edad Media. Don Fernando Valdés, en nombre del Cabildo Municipal, hacía esta singular petición: “que los curas y clérigos hagan procesión el día de San Sebastián y celebren su fiesta y la de San Roque gratis como se solía hacer pues se hace por la salud y bien público”. Con esta curiosa misiva, la Ciudad se curaba en salud, y nunca mejor dicho, e invocaban de esta forma a San Sebastián y San Roque, abogados en los contagios.
La Cofradía de San Sebastián, fundada a principios del siglo XVI, continuaba con la ermita que tiempo antes había comenzado a utilizar para el culto de su titular, pero hasta cierto punto mediatizada por la ciudad que consideraba como suyo todo lo que tenía que ver con el patrono. Ésta ermita, situada en lo que hoy conocemos como la barriada Durango, y en la que todavía se encuentra una cruz de ésta, se encontraba en mal estado y necesitaba un arreglo urgente. Para el seguimiento de estas obras y para darle mayor solemnidad a la fiesta, se creó la figura de los hermanos mayores y el mayordomo.
En el Cabildo de 2 de enero de 1611 se nombró como hermanos mayores a Antonio del Rico Abano y a Tomás de Quirós. A pesar de que la ciudad aportaba el dinero para gastar en lo que fuera necesario, además de sufragar el gasto de reedificación, la hermandad quería desligarse y emanciparse del municipio, pero no había ocasión. Ya entrados en el siglo XVII, la cofradía pierde su fuerza en la Ciudad, y poco tiempo después, desaparece. Esta circunstancia, junto a que no existía patrono en la Ciudad, daban derechos plenos a la ciudad sobre el culto y la fiesta del mártir. (En la imagen, la cruz de la Ermita de San Sebatián, que aun se conserva en el lugar donde fue construida ésta, y en los terrenos aledaños donde más tarde habría un Hospital de Mujeres).
Estando la capilla de San Sebastián en obras, y la Iglesia Mayor con dos naves caídas y una tercera amenazando, la fiesta en honor al santo tuvo que celebrarse en el Monasterio de la Victoria, de la que era patrón el Duque de Medinaceli, señor de la Ciudad. Los patios del Monasterio fueron testigos de la procesión solemne, la misa cantada y sermón. Entre tanto, la obra de la capilla iba adelantando y se instalaba la efigie de su titular.
La devoción en El Puerto era creciente, y se creyó a bien comprar unos terrenos anejos a la ermita para su ampliación. Por siete reales, la Cofradía de las Ánimas vendió sus propiedades. Esta compra se convirtió en los cimientos de una muerte anunciada para el culto religioso en la ermita de San Sebastián. Este amplio terreno despertó el deseo de varios fundadores de monasterios y hospitales, y su ocupación por parte de éstos no tardó en ocurrir.
En este caso el antojadizo fundador era el capitán general de la Mar Océana, y señor de la Ciudad, Don Juan Francisco Tomás de la Cerda. Este señor se convertiría una auténtica amenaza para el culto de San Sebastián y su ermita. Anteriormente había dejado sin bienes a la cofradía de la Santa Misericordia. Y en sus trece por construir un hospital de mujeres, pidió al Ayuntamiento la capilla del patrón. (Retrato de Juan-Francisco II Tomás de La Cerda y Enríquez de Ribera, Marqués de Cogolludo y 8º Duque de Medinaceli (1637-1691); obra realizada por Claudio Coello. El 8º duque llegaría a ser el primer ministro del rey Carlos II, sucediendo a Don Juan-José de Austria y precediendo al conde de Oropesa al frente del Gobierno de una España mortificada.).
En 1696 se fundaba mediante escrituras públicas el hospital de Nuestra Señora del Amparo, gracias a las aportaciones que una importante aristócrata de la Ciudad hizo en favor de la creación de las enfermerías necesarias.
En el siglo XVIII el culto disminuyó considerablemente. Varias son las causas que justifican este descenso de la devoción en la Ciudad por el patrono San Sebastián. Por una parte, la devoción popular giró en torno a la Virgen de los Milagros; por otra parte, cada vez más, San Francisco Javier, copatrono de la ciudad, tenía mas adeptos entre la feligresía. Además, la fiesta en su honor, ganaba solemnidad y aceptación; por último, los votos a Nuestras Señora de la Merced por la liberación en 1702 de la invasión angloholandesa, y la Santa Cruz por la desaparición de la peste.
En el siglo XVIII hubo un intento de recuperación de la capilla y el hospital de San Sebastián, para el establecimiento de un nuevo hospital de mujeres. Entonces tres sacerdotes portuenses fueron al Concejo de Castilla en solicitud de permiso para la fundación de un hospital de mujeres, que vería la luz tras ocho años de litigio.
Poco a poco el patrono San Sebastián ha ido perdiendo peso específico en la historia de la Ciudad, hasta llegar al desconocimiento por parte de gran número de portuenses. Nada se sabe de la imagen primitiva, ni siquiera si pudo haber más de una. Lo cierto es que actualmente la ciudad carece de una imagen de un San Sebastián para el culto, a pesar de ser patrono de la misma.
Bien es cierto que un estudio de restauración llevado a cabo por los restauradores Enrique Ortega y Rosa Cabello hace ahora 14 años, se concluyó que la imagen del Cristo de la Flagelación posee una talla de un San Sebastián. Como explica Enrique Ortega: «las representaciones de Cristo azotado aparecen atadas a la columna con las manos por delante, para tener la espalda libre para recibir los latigazos. Este Cristo tiene las manos atadas a la columna con las manos por detrás, y además presenta numerosas heridas en la parte delantera de su cuerpo». Por tanto podemos afirmar que el Cristo de la Flagelación representa iconográficamente la imagen de San Sebastián. Lo que no puede afirmar el restaurador es la procedencia de esta talla. (En la imagen de la izquierda el Cristo de la Flagelación, que se venera en la Parroquia de San Joaquín).
Así, no se puede desvelar si este Cristo pudo pertenece algún día a la Cofradía de San Sebastián, si procesionó por las calles de El Puerto como patrono de la Ciudad, o si alguna vez estuvo expuesto en la capilla que ocupaba lo que hoy es el final de la calle San Sebastián. Sólo las investigaciones y el paso del tiempo podrán responder a estos interrogantes».






Nos reuníamos cada tarde de sábado en una habitación de aquella casa y, con Violeta Parra, le dábamos gracias a la vida, que ya por entonces nos había dado tanto. Teníamos quince años y algunas espinillas, y unas ganas locas de explorar el mundo, de instalarnos para siempre en aquel compromiso festivo que eran las Juventudes Franciscnas. “Serás hombre”, nos prometía un librito que aún conservo y que ayudó a Angulo a tejer, contumaz y paciente, la construcción de un nosotros. Un grano no hace granero pero ayuda al compañero. (En la imagen de la izquierda, de arriba abajo, Rafael Bermudo, Pepe Mendoza y Angulo; agachados, José Luis Capitán y Fermín Sande. Año 1985).
La primavera de la vida floreciendo, milagrosa, en aquella habitación desde la que tocábamos el Reino de los Cielos.
ESCRIBE RAFAEL NAVAS, DIRECTOR DE DIARIO DE CÁDIZ:
José Manuel Algeciras Ferrero nace en la calle Cruces esquina y vuelta con Durango. Desde pequeño ya sentía la afición innata por el dibujo y la pintura, cursando estudios en el Colegio La Salle ‘Santa Natalia’ donde ya destacaba como aventajado alumnos en las clases de dibujo y manualidades. Al mudarse su familia a barriada Crevillet, tuvo que cambiar también de colegio y se matricula en el colegio de la Barriada de la Playa donde, una vez a la semana recibía clases de dibujo. Su maestro, Antonio Muñoz Repiso Terrín, lo sacaba a la pizarra para reproducir alguno de los dibujos que venían representados en aquellos famosos cuadernillos de “Rubio”: un elefante, un tigre, una jirafa, … sirviendo como modelo del que copiar el resto de la clase. Se cierran aquellos pequeños colegios y pasa a San Agustín.
Ese dinero duró solo tres meses, pues entre el Vapor, 20 pesetas ida y vuelta y los bocadillos, no tuvo para mas tiempo, eso sí, ese tiempo lo aprovechó al máximo, pues no faltaba ni un solo día, lloviendo o venteando siempre asistió a clase. Pero llegó el momento que tuvo que decirle a la directora, que era quien le administraba la beca, que no podía seguir asistiendo a clase por falta de recursos económicos. Así que López Llanos citó al padre de José Manuel para que insistiera en su hijo y no dejara de asistir a esas clases, e incluso le prometió en vista de sus cualidades, que terminaría la carrera de dibujo, pintura, pastel etc., completamente gratis, pero los viajes y la comida se los tendría que pagar la familia. Eran otros tiempos, la economía no era factible para una familia de clase media y no podía permitirse ese “lujo”, y al terminar la reunión salió totalmente desilusionado y dijo: “No pinto más”. (En la imagen, José Manuel, con 20 años en Marbella).









Además en casi todos los grupos en los que he participado me he ocupado de hacer los carteles, la imagen corporativa, estrujarme el coco para que se hable de nosotros e intentar ofrecer un espectáculo distinto.

Nani jugaba en las calles Cantarería, Ganado y Zarza; y en la Plaza Peral y en el patio de la casa de su abuela paterna, Rosario, donde estaba la fragua del ‘Chico de la Herrería’, al final de la calle de la Arena, por el Ejido de San Juan; allí pelaban burros y les hacían decoraciones en el pelo.
En 1976, de adolescente, con un grupo de amigos entre los que se encontraban Juan José López Amador y José Antonio Bedoya, hacen una petición a Manuel Martínez Alfonso, a la sazón alcalde de la Ciudad, informándole de que tienen material que había recogido en superficie en diversos lugares de interés arqueológico, con la idea de que se cree un Museo. Por aquel entonces estaba de moda en España el programa de televisión ‘Misión Rescate’, que fomentaba entre la juventud la recuperación de piezas y materiales de interés histórico y arqueológico, concienciándoles en la conservación del patrimonio. Pero la respuesta que recibieron por parte de la primera autoridad municipal fue muy inquietante: «--Y es que se presentó en casa la brigadilla de la Guardia Civil, a ver que era lo que habíamos recogido, dándose la circunstancia de que yo no me encontraba allí en aquel momento».
LAS PIEZAS, VISTAS Y NO VISTAS.
COMISIÓN DE ARTE DE LA PRIORAL.






Fernando Pérez Monguió es un periodista de 37 años que nació el 19 de septiembre de 1972 en el antiguo hospital de Mora, como muchos gaditanos, respirando la sal de La Caleta, la única playa del mundo flanqueada por dos castillos, y escuchando quizás el susurro de los grandes autores carnavalescos que buscaban las inspiración en el barrio de La Viña. Hijo de José María Pérez Castillo, malagueño (pero criado en Lugano –Suiza) y de Pilar Monguió Vecino, sanluqueña afincada en El Puerto de Santa María, su infancia trascurre entre los recuerdos de dos playas: la Victoria de Cádiz y El Buzo de Vistahermosa, donde residían sus abuelos y tíos maternos, y muchos de sus primos. Fueron fines de semana, vacaciones, navidades y celebraciones familiares donde arraigó en él un sentimiento de pertenencia a El Puerto que nunca le abandonó.
De una infancia muy porteña, con recuerdos imborrables en el estadio José del Cuvillo, en el vaporcito, comprando bolsas de patatas a ‘El Papi’ o jugando con sus primos, a una adolescencia con muchos viajes obligados, cambios de residencia y centros escolares dispares: Instituto Español de Tánger, Instituto Blas Cabrera Felipe de Arrecife, en Lanzarote, y el Instituto Murillo de Sevilla. (En la imagen de la izquierda, de pequeño, con su padre).









"Así que mi baño de gaditanismo me vino de la mano del regalo que supuso que Fernando Pérez Monguió me invitara a la presentación de su libro, en el que también participan José Berasaluce y Kiki con sus extraordinarias fotografías. Un libro, El duende de Cádiz, que les recomiendo enferforizadamente. Fue parido en la Venta Los Tarantos un día en el que sus autores decidieron citar a los siete en el propio restaurante de Gabi para, entre platos de jamón, langostinos y vino, mucho vino, desmelenarlos sobre lo divino y lo humano. Y de ahí salió el contenido de un libro que, como su autor dijo anoche, no es un compendio de ripios y tópicos gaditas. Cádiz está en cada página, con sus grandezas pero también con sus miserias. Daniel Rodríguez es el autor del CD que acompaña a la publicación". (José Carlos Fernández).

Al escritor y dramaturgo Pedro Muñoz Seca (El Puerto 1881 - Paracuellos del Jarama 1936) le impresionó tanto la muerte del torero José Gómez Ortega ‘Joselito’ o 'Gallito' en la Plaza de Toros de Talavera de la Reina, el 16 de mayo de 1920, que decidió hacerle una canción. Más tarde, el maestro Joaquín Taboada Steger le puso música a la letra y surgió 'Pobre Joselito', el único pasodoble que tiene el torero sevillano al que el toro Bailaor --y de la señora viuda de Ortega-- mandó al otro mundo a la edad de 25 años. (En la imagen, Pedro Muñoz Seca).
GALLITO CHICO NO SE DEDICA A JOSELITO.
EL DESCUBRIMIENTO.




















