En la imagen, rederos al final de la zona portuaria, en la que fue Avda. de Enrique Martínez hoy de la Bajamar, en una configuración actual bastante cambiada, en los años 70 del siglo pasado. /Foto: Rafa.

La Bajamar, la Avenida de la Bajamar, fue buque insignia de la marinería pesquera portuense. La conocí, no hace muchos años, como Avda. de Enrique Martínez. El Sr. Enrique Martínez y Ruiz de Azúa, bajo la Presidencia Provincial de Puertos de D. Julio Merello, fue, en los alrededores de 1899, el urbanizador de tan importante –social y económicamente- calle portuense. Ha sido olvidado, ejerciendo ingratitud no justificada.

LOS COCHES DE CABALLOS.
A la Bajamar la he conocido cuando su principal misión circulatoria estaba alrededor de los veraniegos coches de caballos que nos llevaban y traían de la playa de la Puntilla, única entonces en El Puerto, previos “purgantes”, para los preceptivos y rigurosos baños de 10 minutos, y quince días cada temporada. Los coches del Piriñaca, Mancera, Salmerón, Felipe, Ariza etc. han formado parte de la historia del verano portuense, que ya pocos tenemos edad de recordar, con sus breaks, jardineras, milords, etc. Es de mencionar el placer inigualable que a los adolecentes de aquella época nos proporcionaba el ir a la Puntilla en el pescante de uno de aquellos coches. Luego, la Bajamar ha sido testigo de las idas y venidas del celeste autobús de Bootello, con mi buen amigo Gabriel en su estribo, organizando los viajes, dando fin (¿) a la entrada de viajeros, que apretadamente, nos acomodábamos felices –-qué tiempos-- en su interior.

El Hospital San Juan de Dios, y la capilla de los Afligidos. /Foto: Hda. Afligidos.
HOSPITAL SAN JUAN DE DIOS.
A la Bajamar daba su espalda –-todavía hoy cadavérico-- el Hospital de San Juan de Dios, siendo su Director, D. Plácido Navas, padre de Carmen Navas, vecinos míos en el Parque (claro que me refiero al Parque Calderón), en los bajos de la casa donde nací y viví muchos años. Carmela, soltera, me dedicó especial cariño y me inició, junto con mi cuidadora Teresa, en mis primeros paseos por el Parque. A ambas, ya en feliz y eterno descanso, dedico emocionado recuerdo.

El Parque visto desde las azoteas. /Foto F. Pérez.
El Hospital de San Juan de Dios vivía bajo escasísimos recursos del patrocinio municipal, acogiendo a los que ya entonces, desprovistos de la menor ayuda social, estaban a merced de la llamada Beneficencia. Se sostenía por el nunca bien ponderado sacrifico de las Hermanas de la Caridad, que aún en aquello tiempos de absoluta indigencia, sostenían con alegría y esperanza, la pesada carga de sus impolutas tocas. Benditas sean. El Hospital aparecía engalanado y alegre, con repiqueteo de la campana de su Capilla, cada 8 de marzo, festividad de su Patrono, San Juan de Dios. Como otros tantos sonidos portuenses, ya adormecidos, yo todavía tengo presente el alborozo de dicho campanario. Seguro que las Srtas. Bish, Antonio Ruiz de Cortázar, los Riva y los Salmerón, también.

Febril actividad en el cantil del muelle: cajas, porteadores y estibadores, hielo, ...
LA PESCADERÍA.
En la Bajamar estaba nada menos que la Pescadería, en los tres asentamientos que creo recordar en la banda portuense del Rio, por iniciativa de D. Juan Machimbarrena, D. Manuel Álvarez y D. Juan Villar. La Pescadería fue fuente inagotable --parecía serlo-- de riqueza portuense, aunque para algunos marineros, significó un esfuerzo inasumible hoy. De allí salían los camiones cargados de cajas de madera, acondicionadas (¿) con hielo para la subasta madrileña de las primeras horas de la mañana; a toda mecha para llegar a tiempo. Debe hacerse constar las precarias condiciones que tenían que sortear dichos camiones --todavía no se sabe cóm-o- para soportar la durísima carretera hasta Madrid, pasando por el tremendo Despeñaperros. Loor a aquellos temerarios y abnegados conductores, de cuyo esfuerzo fue beneficiaria la lonja portuense.

Tras la barra del Restaurante ‘El Resbaladero’, propiedad de Maximino Sordo en 1960, podemos ver, de izquierda a derecha a Pepe Ríos, Elías a la sazón encargado del Restaurante, oriundo de la Montaña, el maestro repostero Pepe Mesa González, el niño es Guillermo Salas que hoy trabaja en APEMSA y Florencio. Al fondo, el cocinero José, ‘de toda la vida en el ‘Resbalón’.
Los armadores de entonces, señores de la Pescadería, era gente importante, tales como José Agarrado, Juan Hernández, los Tripa, la Abuelita, etc. Yo recuerdo, anecdotariamente, los “zafes” después de la subasta de lo pescado. Por ejemplo, presencié muchas en aquel pequeño local que tenía el armador conocido como la Abuelita, en el Resbaladero, esquina a Pozuelo. Allí, mi abuelo Paché, por supuesto que sin calculadora y antes de haberse inventado el bolígrafo, con lápiz de mina en mano, ajustaba las “partes” que de la subasta del pescado, correspondía al armador, al patrón, a los marineros, etc. Éstos, tomada la suya, se iban indefectiblemente a la taberna más de su agrado. Y allí era ella. Quiero decir que “ella”, la esposa del marinero, con débitos de todo el mes en Serafín, en Los Caballos, en Suárez, en Casimiro, etc, veían impotentes cómo sus maridos se resarcían, a su modo, de las angustias pasadas en la mar. Porque a las mujeres les estaba vetada la entrada en los “tabernones”. Y con muy poco ya, a casa, y vuelta a empezar. Tremendo, pero así fue.

La desaparecida casa-palacio que hoy ocupa el edificio de Romerijo.
CASAS DE PESCADORES.
La Bajamar era residencia modesta de los pescadores y marineros. Sus hogares llegaban, con el salto de Buenavista y el Parque, hasta la Plaza de la Herrería, incluido aquella especie de gueto que constituyó lo que hoy es bloque de viviendas en donde está Romerijo. Por la Bajamar, sus casas llegaban hasta la Fábrica de Productos Químicos y Enológicos de D. Augusto Haupold. Yo recuerdo, a este respecto, desde mi cierro del Parque, que en las tardes de bonanza, como un rito, después de la jornada laboral en la Fábrica de Haupold, presenciaba que caminando por la Bajamar hasta sus hogares, regresaba ceremoniosamente el trío formado por D. Antonio Haupold, que vivía en el comienzo de Micaela Aramburu, D. Antonio Pérez, contable de la empresa, que vivía en la plaza de la Iglesia, y D. Emiliano Cristóbal, madrileño, director técnico de fabricación de dicha empresa, que era vecino mío en el Parque, como muy bien recuerda su hija Milagritos.

Actividad comercial en la Otra Banda y, en esta, pesqueros abarloados. /Foto: Rafa.
FUNCIONES Y SONIDOS.
La Bajamar, marinera y salina, siempre ha sido importante brazo aledaño del Puerto de Santa María. Ha sido soporte del puente, asidero del Parque, aculadero del Vapor –-nada de Vaporcito--, sostén de la flota pesquera, aspirante a puerto comercial, reposo del Ario que transportaba la sal, posibilitación del Club
Náutico, cuna de la Puntilla y fin urbano de la Ciudad. En la conciencia más soñadora y extrema del Puerto siempre se tendrá presente su Bajamar, anclada en el río salino que es el Guadalete del Puerto, y se oirán los pitidos del Vapor, el bullicio de la Pescadería y sus barcos, la campanadas del Hospital anunciando ingresos, el sordo rumor de las vagonetas del embarcadero de la sal, etc. Sus ecos pasaron a la Historia pero su recuerdo nada puede borrarlo. /Texto: José López Ruiz


Todo lo que no fueran las ‘tajaítas’ --que así también se designaban en lenguaje coloquial a los trozos de raya rebozados y fritos-- y esos medallones dorados procedentes de las merluzas al trocearlas transversalmente, debía considerarse delicatessen (chocos, tapaculos, acedías, huevas, etc.), aunque tal carácter tenía igualmente para los pequeños las denominadas ‘mijitas del freidor’, las migajas de toda la fritanga en una deliciosa rebujina que más que alimentos eran golosinas dentro del cartucho grasiento de papel de estraza. «--Deme usted un cartucho de militas». /En la imagen de la izquierda, José Luis, el último gallego de la desaparecida Freiduría Apolo.
Estos hábitos gastronómicos que fueron diluyéndose hasta casi desaparecer a medida que pasaban las décadas tenían una tradición de siglos. Pascual Madoz en su diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, editado en 1846, reseña en su volumen 5º los establecimientos con puerta abierta a la calle de la ciudad de Cádiz y al referirse a los freidores de pescado añade: “cuyo número es prodigioso”, asombrado de la cantidad de freidurías existentes, y completa su ilustración al respecto con este comentario: “La especie de pescado que más abunda en la pescada pequeña que puede decirse constituye el principal alimento de la generalidad del pueblo, pues los muchos freidores públicos que se encuentran repartidos por toda la ciudad, viven y aún hacen capitales, sin más giro ni ocupación que esta tan mezquina al parecer; la misma gente rica la usa generalmente en sus cenas.” /En la imagen de la izquierda, suelto publicado en la revista Cruzados el 16 de julio de 1966, sobre los malos olores y los freidores.














El Chumi. Manuel Quintero García, uno de los mejores cantores de flamenco que El Puerto ha tenido. Cantaba muy bajito, pero los verdaderos entendidos gustaban de oír los matices de todos los palos del cante jondo. Lo calificaban como uno de los mejores. De ahí que, en honor a su arte, hay una peña flamenca con su nombre artístico. No tenía la cabeza en su sitio: casi siempre, aparte de adornos, llevaba colgada en la solapa de la chaqueta o del abrigo, una malla de seda amarilla de botella de coñac.
Romualdo [Remujardo]. A Romualdo Peña Montes lo ingresaron en un asilo para ancianos y no lo he vuelto a ver. Empleó toda su vida en acarrear agua potable hasta su clientela. Unas veces iba al Hospitalito, otras a las Capuchinas y la mayoría de los grifos del mercado. Cuando llegaba a su casa, soltaba el dinero que había ganado por la junta de un cajón de la cómoda. Nunca se lo dio a su madre directamente. Pero ella se lo gastaba sin que Romualdo exigiera explicaciones. El hombre siempre iba descalzo.
Ansonini. Manuel Bermúdez Junquera tenía como actividad laboral trasladar en un carro especial las carnes del matadero a los comercios de carnicerías. Le gustaba el baile flamenco. ¡Casi no movía las piernas! Para las bulerías tenía un son que hacía sólo con el cuerpo. Tan peculiar era su danza, que los grandes flamencos siempre le reclamaban para sus fiestas privadas. Se enamoró de María. La chica era de estatura normal y él, en cambio, muy alto. Todas las tardes pasaban ante la puerta de mi casa, en Santa Clara 5, muy amartelados. Él con el brazo derecho por encima del hombro de María, insinuando acariciar el seno contrario. La hembra, aparte de guapa, podía presumir de hermosos pechos. Era una de esas parejas a las que parece que nunca se le acaba el amor. Una vez casados, y con hijos de por medios, el porteador de carnes se volatilizó. Se dice que fue amante de ricas extranjeras. Se dice que tuvo en sus brazos a Ava Gardner. Y que para siempre se quedó a vivir entre bellas mujeres. Que yo sepa, nunca regresó a El Puerto. Pensaría que los gitanos las guardan.
La Tula. Mujer sonriente y de carácter muy dulce. Le gustaba el pirriaque (vino malo). Los niños nos burlábamos de sus estados de embriaguez.




Hoy se presenta a los medios de comunicación y a los potenciales visitantes la I Ruta de la Tapa Erótica en El Puerto, actividad gastronómica que, además de tapas y menús, también tiene en su oferta pasteles, combinados y cócteles, y que no solo en El Puerto está dando que hablar. Algo que pretenden sus organizadores. Esta nótula de nuestro colaborador Enrique López, navega entre el erotismo y la infidelidad en El Puerto.



Cuando la faena decaía, hacían agarras para los arcos de vasijas de madera, maceteros con patas salomónicas en forma de tirabuzones terminadas en volutas y, sobre todo, planchas para quitar arrugas a la ropa, que eran unas piezas de hierro colado, con asa y en forma de triángulo alargado.
Había otras fraguas de flamencos y cabe recordar a la de los hermanos Canales, la de Frascuelo y, por último, la del hijo de éste, muy conocido en El Puerto como Veneno.
Antoñito el Tonto se buscaba la vida con dos cubetas y un aro, acarreando agua potable a las casas que carecían de grifos, es decir, la mayoría. Recitaba barbaridades, parodiando el parte vespertino de Queipo de Llano (
José el Negro, hijo de La Bilili y primo de Antoñito el Tonto, nunca se pudo ganar la vida con su arte del cante jondo con toda su pureza. No hay quien borre su figura de la historia portuense. El Caneco,
Los Guariguas. Cuatro hermanos. Tres varones y una hembra. El padre, pecoso de viruela, enfermedad muy extendida en la época. Los tres hermanos se buscaron la vida como vendedores ambulantes. La hembra se casó con Ruperto, hijo del sacristán de las Capuchinas. Entre ellos, el mas popular por un defecto facial era [Manuel García Berciano] El Chato Guarigua.
Recalco lo del cigarro: en aquella época fumaban poquísimas mujeres, sólo las de vida fácil, las cigarreras del tabaco de contrabando y las supuestas hijas en lugares de lujo. /En la imagen de la izquierda la lotera Dolores Herrera 'La Farfolla'.