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cangrejorojo___puertosantamaria copiaFue a mí tío José al primero que se lo oí pronunciar un domingo de agosto en La Puntilla, principio de los setenta, con esa media voz como de espías que ponían siempre los mayores cuando hablaban de secretos familiares o de política. Dijo “el Cangrejo Rojo” y enseguida mi tío Manolo y mi padre se perdieron con él, orilla abajo, en dirección al Castillito. Yo ya había escuchado en la clandestinidad doméstica del corredor de mi casa que mi tío José era comunista (de la filiación política de mi padre y de mi tío Manolo no había  podido averiguar nada todavía), por lo que imaginé que igual se habían citado, en alguna parte del litoral menos concurrida, con un alto cuadro del Partido, para cerrar los últimos detalles de una democracia que estaba al caer.  El Cangrejo Rojo, continúe con mis ya por entonces brillantes deducciones, podía ser el apodo en clave revolucionaria de Santiago Carrillo o de Marcelino Camacho, o del mismísimo Rafael Alberti, que lo mismo tenía un piso franco camuflado, con vistas al mar, en La Arboleda Perdida. /Anuncio en ABC.

Cualquiera de ellos podía ser el autor intelectual de la emboscada definitiva que acabaría para siempre, esta vez sí, con el Caudillo, quizá en su próxima visita a Cádiz, tal vez en la tranquila intimidad de su habitación del Motel Caballo Blanco (siempre la misma), donde pernoctaba cuando bajaba a la provincia. Cangrejo Rojo, Caballo Blanco, no estaba mal como título para una novela con la que El Puerto pasaría a formar parte de la historia gloriosa de todas esas ciudades europeas que se rebelaron y derrotaron al fascismo gracias a algunos héroes anónimos. En el caso que nos ocupa, mi tío José, mi tío Manolo, y Rafael, mi padre, los tres en meyba y con la espalda hasta arriba de Nivea.

Pero no, el Cangrejo Rojo tenía más de Freud que de Marx. Lo descubrí unos años más tarde, a esa edad en la que tan importante como la lucha incansable por la implantación de una sociedad sin clases es la utopía fervorosa e igualitaria del deseo carnal. Aquel Club de Vacaciones, poseía, justo delante del hotel, una zona de dominio público en la que retozaban medio en cueros, soñolientas y despreocupadas, ardientes hembras francesas (las suecas de aquí) que, no teníamos ninguna duda, venían buscando lo que venían buscando. La España alegre y faldicorta, de la que hablaba Fraga como símbolo de modernidad, era una película de Walt Disney al lado de aquel cine con dos rombos que se rodaba cada verano al final de Vistahermosa, en un Puerto ya preparado para el turismo y para lo que hiciera falta,  en el que, más temprano que tarde, acabaría triunfando la república dependiente y festiva del amor libre. Nos lo merecíamos, pues habíamos pasado sin traumas, y con una saludable alegría epidérmica, del refajo al traje de baño y del bikini al despelote, gracias sobre todo a nosotros, jóvenes y sobradamente acalorados, machotes coquineros en permanente estado de ebullición, atletas sexuales de la Ciudad de los Cien Palacios y un Número Indeterminado de Fantasmas.

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Edificio principal del Cangrejo Rojo, enclavado junto al Pinar de Mochicle.

No voy a negarlo (salvo la primera vez, que me puse las gafas de buzo, el resto de comparecencias las hice siempre a cara descubierta): yo también fui de excursión a esa playa libertina, a la edad en la que, según Quevedo, uno “vivía amancebado con su mano”. Y sí, también doblé bastante la vista a la derecha (en el camino de vuelta, a la izquierda), bizqueando mucho para no perderme detalle, sin dejar nunca de andar, porque si te parabas, algún gabacho, sólo por  disimular (era vox populi que todos tenían más venas que una caja de huevas), podía ponerse gallito, acomplejados como estaban por un pasado de guerras perdidas y un presente de cuernos bien puestos.

Sí, definitivamente el Cangrejo Rojo tenía mucho más de Freud que de Marx. (Texto: Pepe Mendoza).

Más información en Gente del Puerto: 

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gegoriomaranon_por_sorolla_puertosantamariaEn la revista local “Cruz de Guía”, que edita la Hermandad del Dolor y Sacrificio, correspondiente a la Semana Santa de 1968 –hace 45 años- se publicaba la reproducción de una cariñosa carta remitida por Gregorio Marañón Moya, en aquella fecha director del Instituto de Cultura Hispánica, hijo del insigne médico, escritor e historiador, Don Gregorio Marañón Posadillo, uno de cuyos párrafos transcribimos: “… Cuando cumplí la mayoría de edad, mi padre me llevó a El Puerto y allí, en sus aguas azules de sol y sal –de cielo y tierra- mi padre, con una gran concha de sus antepasados me volvió a bautizar. Es ello para mí un recuerdo emocionante y siempre vivo.” /En la imagen, Gregorio Marañón Posadillo, visto por el pintor Povedano.

Esta tradición familiar de bautismo simbólico con agua de mar de la bahía de Cádiz,  desconocemos si se realizó  con sus otros hermanos y generaciones posteriores, aunque damos por hecho que también la experimentó su padre y, presumiblemente, sus ascendientes maternos, los Vernacci, vinculados nada menos que en cinco generaciones con Cádiz y El Puerto, de entre los que destacaré a Juan Vicente Vernacci, significado miembro de la Armada, comandante de la nao “Magallanes”, responsable, entre otras misiones y acciones de mérito, del levantamiento de los planos del puerto mejicano de Acapulco, en 1808. En la genealogía de la rama materna de Marañón sería el abuelo de su bisabuelo.

Al ser tan evidente la comunión del eminente y prestigioso personaje con El Puerto de Santa María cobró fuerza popular la creencia de que su madre, Carmen Posadillo Vernacci era portuense. No parece que sea así, o mejor dicho, exactamente así, puesto que no figura incluida en el listado de nacidos del Registro Civil que se conserva en el Archivo Histórico Municipal de El Puerto. Doña Carmen, “gaditana de gran belleza” como refiere Marino Gómez Santos en su obra “Vida de Gregorio Marañón” nació en 1859 en Cádiz capital.

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Gregorio Marañón en una imagen de 1908. / Foto: Archivo Belén Marañón Moya.

 Era hija de Manuel José Posadillo Bonelli, también gaditano de nacimiento, al que podemos definir de ascendencia cántabro-andaluza pues su padre, Francisco Posadillo Helguera, había nacido en Castro Urdiales y pertenecía a la cuarta generación de ese mismo apellido y procedencia, y la madre, Josefa Bonelli Caballeri, era natural de Cádiz pero con evidente ascendencia italiana.  Manuel José Posadillo había emigrado en su juventud a Filipinas. Posteriormente se licenció en derecho, alcanzando un merecido prestigio como abogado, ejerciendo diversos cargos en la Magistratura de la isla de Cuba durante quince años. Militante destacado del partido Conservador, en su dilatada carrera profesional ejerció como Magistrado del Supremo, ocupando plaza de Ministro en el Supremo Tribunal de Justicia, siendo uno de la treintena de magistrados cesados entre 1837 y 1866 por motivaciones políticas, aunque poco después, volvería a Cuba, nombrado presidente de la Audiencia de La Habana. Encargado de pronunciar el discurso de apertura del curso 1868, en su redacción se observa la facilidad de expresión y la elocuente exposición de datos y temas, virtudes que heredará su nieto Don Gregorio, al que profeso una singular devoción y gran admiración por la pulcritud de sus trabajos históricos.

Gregorio_Marañón_MoyaLa esposa de Posadillo y abuela materna de Don Gregorio Marañón sí nació en El Puerto de Santa María, alrededor de 1830. Se llamaba Guadalupe Vernacci Sedze y fue la única hija habida en el primer matrimonio de Joaquín Vernacci Aguado, subteniente de Infantería y propietario, con María Antonia Sedze Bosarco. Joaquín Vernacci, nacido en Cádiz, era hijo, a su vez, de José Vernacci Retamar, también gaditano, teniente de Fragata, capitán del puerto de esta ciudad y de una de las nietas de Roque Aguado, el que labró la casa palacio de la plaza del Polvorista, llamada María del Carmen Aguado Mejias. /Gregorio Marañón Moya, primer marqués de Marañón.

Es probable que la abuela de Marañón naciese en la casa de calle Cielo, frente a Caldevilla, que es en la actualidad la casa del párroco de San Joaquín. Allí he localizado a Joaquín Vernacci en los padrones de 1836. En esa fecha había enviudado y figura censado junto con su segunda esposa, María Dolores Moreau Meleros y dos de los diez hijos que, pasando los años, procrearía en este segundo enlace. Años después se trasladaron a la casona de calle Larga número 19, conocida como “De Torrejón” donde arrendaron el piso principal. Y esta nueva consorte, nacida en El Puerto, era hija de un francés de Sant Marie de Olorón llamado Domingo Moreau y de la jerezana Maria Angustias Melero.

De la amplia prole Vernacci Moreau vamos a referir aquí solamente a dos de ellos: Joaquina, que entroncaría con los Sancho al casar con Juan de Mata Sancho de Sopranis y, de forma especial, a Dolores Vernacci Moreau, media hermana de Guadalupe, que contrajo matrimonio con su cuñado, un hermano de Manuel Posadillo llamado Joaquín Posadillo Bonillo, que había nacido en Cádiz en 1818 y, por tanto, superaba en 24 años a su cónyuge, que nació en El Puerto en 1842. Joaquín era funcionario adscrito a la Dirección General de Contribuciones. Suponemos que al ser destinado a nuestra ciudad como auxiliar de la contribución territorial, visto el parentesco existente con la hija mayor de Vernacci y el consiguiente trato social, nacería la relación que terminó en boda y, al casarse dos hermanos con dos hermanas, los hijos de ambos matrimonios llevaban el mismo apellido: Posadillo Vernacci, posible origen de la confusión apuntada anteriormente.

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Tres generaciones en el Cigarral de Menores de Toledo: Gregorio Marañon Posadillo, Gregorio Marañon Moya y el entonces niño Gregorio Marañon Bertrán de Lis, actual marqués de Marañón. /Fotografía de Juan Gyenes en 1954.

A esta última familia solamente la he localizado en los padrones de 1866 censada en calle Larga, en el Palacio Oneto. Figuran el matrimonio y dos de los cinco hijos que nos consta tuvieron, en este caso Dolores y Milagros, primas hermanas de Carmen, la futura madre de Marañón, a la que les unía una buena amistad, además del parentesco, con las que pasaba temporadas y que serian el nexo de unión con Marañón que las consideraba sus “titas de El Puerto”.

Resumiendo, los parientes portuenses de la madre de Marañón, y por extensión de él mismo, fueron nada menos que diez tíos y tías, los Vernacci Moreau, hermanos de padre de Guadalupe Vernacci Sedze; Josefa, José María, Dolores y María del Carmen Sancho Vernacci, primos hermanos de Doña Carmen Posadillo al igual que Francisco, Joaquín, Dolores, Angela y Milagros Posadillo Vernacci, los hijos de Joaquín Posadillo y Dolores Vernacci y también su abuelos Antonio Sedze Verges y Josefa Bosarco. Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz.- A.C. PUERTOGUÍA

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scriptorium_alfonsox_puertosantamariaEl Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla (US) ha editado la obra Arte y Ciencia en el scriptorium de Alfonso X el Sabio, una recopilación extensa del conjunto de los manuscritos científicos que se produjeron en la libraría alfonsí. El proyecto editorial se enmarca dentro de la Cátedra Alfonso X el Sabio de El Puerto de Santa María.

Según ha explicado la US en un comunicado, la figura de Alfonso X ha sido siempre objeto de muchas miradas debido a la grandísima actividad cultural que se desarrolló en su entorno. Así, el escritorio regio fue una fuente de producción prolífera de muchas obras, lo que otorgó gran riqueza cultural a la época. No en vano, el monarca se caracterizó por querer hacer de la sabiduría el eje del discurso político.

De esta forma, el objetivo del estudio realizado por Laura Fernández Fernández es estudiar la producción libraria alfonsí desde dos ámbitos, por un lado, su vertiente conceptual para llegar a comprender el significado del escritorio regio como herramienta del planteamiento del gobierno alfonsí, y por otro, desde una base material de los manuscritos y la cultura escrita de la época, detalla la US.

Asimismo, la autora había desarrollado su tesis doctoral en el análisis de todos los códices tradicionalmente adscritos en el entorno alfonsí, sobre todo en las carencias que existían al respecto, por lo que se la puede considerar una especialista en la temática.

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Laura Fernández Fernández es profesora del departamento de Historia del Arte I (Medieval) de la Universidad Complutense de Madrid. Su formación ha trascendido las fronteras españolas con estancias de investigación en Italia y Reino Unido. Así, ha participado en numerosos congresos y seminarios de investigación nacional e internacional, colaborando con instituciones de prestigio como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad de Salamanca o la Universidad de Oxford. En 2010 recibió el primero de Investigación Histórica de la Cátedra Alfonso X el Sabio.

El Consejo Regulador de la D.O. del Marco del Jerez cataloga como VORS (Vinum Optimun Rare Signatum en latin y en inglés Very Old Rare Sherry), los vinos con mas de 30 años de envejecimiento medio. Estos vinos únicos constituyen la gran reserva enológica del Marco del Jerez. Sin duda los vinos de mayor complejidad aromática y los de más valorados por sus características organolépticas. Soleras antiquísimas cuyo origen se remonta a mas de dos siglos. Botas viejas que contienen los caldos con mayor fama y reconocimiento internacional. Esas joyas enológicas ocupan un espacio preferente en la bodega y descansan bajo la atenta mirada del capataz. Esta Bodega tranquila y alejada del bullicio se convierte en un museo vivo que contiene los tesoros más preciados de la Bodega de Mora.

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Iván Llanza, Director de RRPP Corporativa del Grupo Osborne, atendiendo a un grupo de interesados en estos vinos VORS

Las bodegas Osborne abren por primera vez al público su colección de vinos viejos. Se trata de la mayor reserva enológica del marco de Jerez. Son joyas muy particulares y escasas, originales de las bodegas Bobadilla, Domecq, Blázquez y Osborne que antes estaban repartidas en diferentes bodegas de la provincia y que se pueden visitar juntas en la Bodega de Mora, ubicada en la calle Los Moros. Son soleras antiquísimas de 26 tipos diferentes. Destacan amontillados, finos viejos, palo cortado o Pedro Ximénez. Algunas de ellas datan de 1800. Lo que pretenden las bodegas es ser un punto de interés turístico ya no sólo local, sino también provincial y nacional.

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Antiguos libros de la Bodega, donde se asentaban apuntes sobre tan interesantes caldos.

El traslado de estos vinos ha sido un trabajo de esfuerzo y ha llevado aproximadamente un año realizarlo. Para ello se vació la sala, que anteriormente contenía vinos generosos. Tras esto, hubo que agrupar y trasladar los barriles desde diferentes cascos de la bodega donde se encontraban estos vinos viejos. Nunca se habían expuesto al público ya que envejecían en lugares más recónditos. El envejecimiento de estos vinos se produce en botas antiquísimas, tonelerías que ya no existen y que se utilizan también en otros países como Irlanda o Escocia para envejecer sus famosos whiskys.

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El hostelero Antonio Barrios observa una colección de vinos viejos con la etiqueta de Fino Ducal, que ya no está en el mercado, autografiadas por personajes de diversos estamentos de la vida nacional e internacional.

En la nueva sala, situada a la derecha del patio de la bodega y donde se puede respirar un olor muy característico a vino viejo, se pueden ofrecer conciertos de piano y arias para deleite de los visitantes, sentados entre botas antiquísimas, tonelerías que ya no existen, donde envejecen estos vinos tan especiales. Los visitantes pueden asimismo hacer una cata a pie de bota e incluso aprender a utilizar una venencia.

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Un muestrario de los caldos de Osborne.

El proyecto de ampliación de visitas de la bodega de Mora se completará en un futuro próximo con un museo del famoso toro de Osborne y otro de botellas, etiquetas y cartelería antigua. Todas aquellas personas que quieran disfrutar tanto de la bodega como de la nueva sala, que será permanente, lo podrán hacer de lunes a domingo en horario de mañana, de 10:00 a 15:00 horas y de tarde, del 19:00 a 22:00 horas. Se ofrecen visitas en español, inglés y alemán. Los visitantes, además de recorrer la bodega, tienen la oportunidad de conocer la enotienda de las instalaciones, donde se pueden comprar todos los vinos y productos ibéricos así como los artículos oficiales del toro de Osborne, y realizar catas de diferentes vinos.

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Uno de los objetivos de Osborne, empresa familiar con más de 200 años de historia, es ahora el de la diversificación y la internacionalización, sin dejar de ser un punto de interés turístico para todos aquellos visitantes de la provincia de Cádiz y de la ciudad. /Texto: Inés de la Fuente.

Curso de Ruleta Francesa en el que aparecen empleados del Casino Bahía de Cádiz, en sus comienzos en el emplazamiento definitivo. Las leyes no permiten hacer fotografías en la Sala de Juego y suelen posar empleados para imágenes promocionales.

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Croupier izquierdo: Ramón Cordero. Croupier derecho: Antonio Jiménez.. Bout de table: desconocido. Jugadores simulados de izquierda a derecha: Tito , Pedro (casado con Magdalena), Jorge Isorna, Jose Antonio Moreno Zamorano, Santi Martínez, Paco Corbeto (concejal en el Ayt. De Rota). Es curioso como casi todos se dejaron esos bigotes para dar mejor la imagen o al menos eso debieron pensar.

La ruleta francesa es la ruleta clásica. Dan el juego dos Croupiers, uno a cada lado del cilindro o ruleta que manejan el juego con sendos rastrillos y el denominado “bout de table” que se sienta al final y sirve de apoyo a los croupiers. Supervisa el juego un jefe de mesa. Los croupiers de la ruleta francesa era algo así como la élite. Eran muy habilidosos ya que el manejo del rastrillo y la forma de efectuar los pagos es bastante complicado y requiere de una especial pericia. Por otro lado el sistema de juego es el mismo que el de la ruleta americana.

 

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La imagen es del fotógrafo sevillano Juan Barrera Gómez (1864-1941), con estudio fotográfico en c/ Cuna, 54 (Sevilla).

Creemos que esta fotografía, en la que se ve al muchacho encargado del estand de la firma vinatera A. & A. Sancho de El Puerto, podría pertenecer a la Exposición de Productos Andaluces para la Exportación (Sevilla, abril-mayo de 1923), instalada en el Pabellón Real del Palacio de Bellas Artes de la Plaza de América (actual Museo Arqueológico) como complemento del I Congreso Nacional de Comercio de Ultramar (América y Filipinas).

La exposición, que se prolongó por espacio de un mes, fue inaugurada por los reyes don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia un lluvioso 11 de abril de 1923 y contó con la presencia de los infantes don Carlos de Borbón y doña Luisa de Orleans, autoridades, congresistas y numeroso público. Entre otros productos, se mostraban cerámicas, muebles, perfumes, maquinaria, vinos, aceites, aceitunas, algodón, etc. Un día después de la inauguración, el diario ABC  informó de que “varios expositores de vinos de Jerez obsequiaron a los augustos visitantes”.

Agradeceríamos a los visitantes de este portal informático su colaboración para lograr la identificación de la persona que aparece en la foto. /Texto: Bernardo Rodríguez Caparrini.

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Don Juan Leiva en la pagina 245 de su texto: “EL PUERTO A TRAVÉS DE SUS GENTES, SUS CALLES, SUS TIERRAS, SUS PLAYAS…” se pregunta el porqué de esta dualidad en la denominación de nuestra destrozada playa y afirma que no ha oído a ningún portuense que defienda como definitivo uno de los dos. Por mi parte no hay duda de que su nombre oficial es Fuenterrabía. Basta para comprobarlo ver la última edición del Mapa Topográfico Nacional de España CMTN50 cuadrícula 1061.

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El desaparecido funicular de Fuenterrabía.

Pero como dice la cantiña: “Voz del pueblo voz del Cielo”, no voy a pontificar desde aquí cual de los dos debería emplearse. No obstante, como portuense converso, debo dar testimonio de lo que en su día fui testigo presencial y que explica la dualidad citada.

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El parador Fuenterrabía, propiedad de Antonio Sancho y Gloria Jiménez.

Corría el año 1949. En el mes de septiembre se casaron de forma conjunta las dos hijas menores del Doctor Muñoz Seca, mi abuelo. La doble boda se celebró en el conocido por todos como El Parador, magnífico complejo hostelero sito en los altos de nuestra playa, erigido y explotado por el emprendedor matrimonio que formaban Dña. Gloria Jimenez y D. Antonio Sancho y que incluso contaba con funicular propio para acceder a la playa. Ambos mantenían una profunda amistad con mis abuelos, hasta tal punto que su regalo de bodas fue el convite en su Parador en el que participaron más de trescientas personas.

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Una tarde, dos semanas después del evento, acompañé a mis abuelos al Parador en visita de agradecimiento al matrimonio Sancho-Jimenez por su más que espléndido regalo. Durante la visita D. Antonio nos contó las aventuras que vivieron en su estancia en las Américas donde llegaron a ser transportistas en Tierra de fuego. En un momento de la conversación mi abuelo preguntó la causa del cambio del nombre inicial de Parador Fuenterrabía, en honor a la playa, por el de Fuentebravía. Don Antonio explicó que había tenido serios problemas con el nombre de Fuenterrabía ya que clientes extranjeros aparecían en la Fuenterrabía guipuzcoana buscando el Parador, lo que le había supuesto muchos quebraderos de cabeza y de ahí que decidiera cambiar el nombre original por otro semejante pero debidamente diferenciado.

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Tuvo el ingenio de denominarlo Fuentebravía que no solo reúne los requisitos deseados sino que encierra una belleza indudable. Este cambio no solo se circunscribió al Parador ya que a las autoridades locales, según nos contó don Antonio, les pareció excelente el cambio y promovieron que se extendiera su uso de forma oficiosa a la zona comprendida entre el desaparecido Monte de Fuenterrabía y La Chiripa.

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Algún tiempo después, el inquieto y emprendedor matrimonio vendieron El Parador y erigieron otro complejo hotelero mayor y con mayores perspectivas de negocio en las cercanías de Tarifa, denominado El Mesón de Sancho. /Texto: Joaquín Solís Muñoz. Fotos: Colección Pepe Mesa.

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Hace casi cuarenta años, cuando llegué destinado a El Puerto de Santa María, me sorprendió el extraño nombre que tenía un colegio de la ciudad. El centro se llamaba Colegio Nacional La Sericícola.

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Granja Sericícola de El Puerto, al fondo de la fotografía; en primer término, la anterior gruta del Paseo de la Victoria.

Tengo que reconocer, sin ningún rubor, que no sabía el significado de aquella palabra que oía casi por primera vez en mi vida y como ésta se usaba en la ciudad de una forma muy común y frecuente, me daba vergüenza preguntar por su significado; pero en cuanto tuve oportunidad consulté un diccionario, aprendiendo que sericícola es la industria que tiene por objeto la obtención de la seda.

Aclarado éste punto, me enteré luego de que en el lugar en el que se asentaba aquel colegio, hubo, muchos años atrás, una enorme granja en donde se criaban gusanos para la posterior obtención de la seda. Esta industria existió en muchas otras ciudades españolas, en alguna de las cuales alcanzó años de gran esplendor y mayores beneficios económicos.

cartilla_gusano_moreraEn mi tremenda incultura, no sabía que España hubiese sido un país productor de seda porque siempre había creído que toda la seda se producía en Asia, en donde la laboriosidad y paciencia de sus habitantes hace que sea posible desenrollar un capullo y sacar un hilo de mil quinientos metros de longitud. No era capaz de imaginarme a ningún otro ciudadano del mundo con la paciencia para desliar el capullo sin que se le rompiese el hilo. Pero luego empecé a pensar en las famosas camisas de seda italiana o pañuelos y corbatas de seda francesas e italiana y aquello me llevó a recapacitar que esos países producían seda, o simplemente que la importaban de Asia y la tejían, creando así una industria preeminente. /En la imagen, Cartilla para la propagación de la Morera y cría del gusano de seda.

No encontraba una explicación por la que siendo la seda un producto cada vez más solicitado, su producción hubiera desaparecido en España, si es que aquí fue realmente una industria importante, pero años después me encontré con un cuadernillo llamado Cartilla para la propagación de la Morera y cría del gusano de seda en donde ya me enteré de todo lo que tenía relación con esa industria milenaria y las causas de su desaparición en España.

Antes que nada y por centrar un poco el tema, conviene explicar que el gusano de seda es un animal originario de China (Bombix mori), que ya se conocía tres mil años antes de nuestra Era y en donde su cría estaba protegida por leyes tan severas que castigaban con la pena de muerte al que traficase con gusanos, mariposas y huevos, o los sacase del país o, simplemente, explicase cuales eran los secretos de aquella industria; y eso era porque la seda se consideraba un material esencial en la moda de las familias imperiales y la alta burguesía china.

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Recogiendo hojas de morera.

El larguísimo hilo que se saca de un capullo pesa menos de doscientos miligramos; es decir, se necesitan cinco  capullos para obtener un gramo de finísimo hilo. Pero de un hilo tan especial que aún no se ha conseguido ninguna fibra artificial que lo sustituya. El tacto y textura de un tejido de seda es inmediatamente apreciado por cualquier persona, por poco familiarizado que esté con el producto.

Después de siglos de hermetismo, los gusanos de seda salieron de China y se expandieron por el mundo. Primero, el secreto se trasladó a Japón y luego, la mítica reina asiria Semíramis, ochocientos años antes de nuestra Era, recibió de un pueblo de Asia, al que había vencido, los secretos de la cría del gusano y la obtención de la seda. En Occidente se introdujo alrededor del siglo V, cuando dos monjes nestorianos que iban a predicar a Oriente, recibieron del Emperador de Bizancio el encargo de hacerse con simientes de gusanos de seda y del árbol que se usaba para alimentarlos. Escondidos en el interior de sus bastones, que habían ahuecado pacientemente, lograron sacar las preciadas semillas.

criagusanodelamoreraTan importante fue este elemento en la antigüedad que la famosa ruta que unía la China con Europa Occidental, en su paso por Asia, recibía el nombre de Ruta de la Seda. Desde entonces la cría del gusano se popularizó y se extendió a todo el mundo, incluso como divertimento de la juventud y una maravillosa manera de contactar con la naturaleza. Tal era el aprovechamiento económico de aquella industria que al árbol de la morera se le llamaba en Francia “el árbol de oro” y es que, en realidad, la producción de la seda daba muchos puestos de trabajo, sobre todo a mujeres y personas mayores.

Una industria altamente productiva que por el contrario soportaba costos bajos y para lo que, en principio, bastaba con un desembolso inicial en huevos de gusanos y la posibilidad de aprovechar las hojas de una plantación de moreras blancas. Con esos escasos ingredientes, los beneficios eran altísimos, tanto que algunas ciudades españolas como Sevilla, contaba con más de diez mil telares en donde se tejían las sedas producidas casi a pie de fábrica; en Valencia y Granada había dieciséis mil, en Murcia catorce mil y así en muchas otras provincias españolas, pero lo que más me sorprendió del cuadernillo del que estamos hablando es que en El Puerto de Santa María había cinco mil tornos para elaborar el torcido de los hilos de seda, aunque no hubieron telares.

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Dando de comer a los gusanos de seda.

Era evidente que la granja de gusanos de seda que había dado nombre a aquel colegio, debió ser lo bastante importante como para que a su alrededor se mantuviese semejante producción industrial. Cuando una vez comenté este detalle con personas mayores que habían vivido en aquella zona muchos años atrás, me comentaron que más que una industria dedicada a la cría del gusano, aquello era un inmenso arbolado de moreras blancas, perfectamente cuidadas y mantenidas y que se fueron arrancando cuando su aprovechamiento exclusivo, las hojas, dejaron de tener utilidad.

...continúa leyendo "1.828. LA SERICÍCOLA."

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Un árbol es considerado singular cuando destaca del resto de los ejemplares de su misma especie, bien sea por adoptar una forma poco habitual, tener una avanzada edad, poseer dimensiones excepcionales, adquirir un alto valor paisajístico, localizarse en lugares poco habituales para su especie, por su historia o tradiciones populares, o sencillamente por su rareza.

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Pinar de Coig. Vista aérea. Google Map.

La Consejería de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, ha realizado una catalogación de estos árboles y arboledas singulares y ha editado un libro donde se recoge el Inventario de árboles y arboledas singulares de la provincia de Cádiz.

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El Pinar de Coig, visto desde la carretera de El Puerto a El Portal, antes del Yacimiento Arqueológico de Doña Blanca.

En El Puerto de Santa María se han localizado tres lentiscos singulares en el denominado Pinar de Coig. La influencia humana en el Pinar de Coig es grande, al estar estos pinares rodeados por edificaciones. Presentan un sotobosque variado, que junto a los caminos existentes y los claros hacen que la variedad cromática sea  elevada.  La calidad paisajística del conjunto puede considerarse como alta.

Se pueden localizar en Google Maps.

LENTISCO DEL PINAR DE COIG I

lentiscopinardedcoig1_puertosantamariaLa singularidad de este ejemplar se halla en su porte arbóreo, superando los 5 metros de altura y llegando casi al metro de perímetro de tronco. El fuste, aparentemente único, se bifurca a 1,8 metros de altura, dando lugar a dos ramas maestras que sostienen una copa arriñonada y semiaparasolada. Esto último se debe a que en realidad este individuo estaba compuesto por dos brotes de cepa y uno de ellos ha caído al suelo y, aunque sigue vivo, ha dejado a la parte arbórea sin la antigua copa.

El Lentisco del Pinar de Coig I se encuentra en una zona de pinos piñoneros (Pinus pinea), cerca de la entrada al recinto de un área recreativa que pertenece al Ayuntamiento de El Puerto de Santa María. Está rodeado de una masa de lentiscos de portes arbustivos, pero de alturas nada desdeñables, y retamas (Retama sphaerocarpa). A los pies del árbol singular descrito existe una mata de zarzaparrilla (Smilax aspera).

LENTISCO DEL PINAR DE COIG II

lentiscopinardecoig2_puertosantamariaEl Lentisco del Pinar de Coig II sobresale por el grosor de su tronco y la altura. Es llamativo el porte arbóreo que ha adquirido, con más de un metro de perímetro de tronco medido a 1,30 m. y una altura total de 5,50 m., altura de fuste 1,95 m. y perímetro de la b ase de 1,80 m. Desde la cruz emergen dos ramas gruesas que conforman una copa poco poblada de hojas, con una proyección e 34,7 metros cuadrados, pero que permiten apreciar la belleza de las ramificaciones secundarias.

Está emplazado en el límite oeste de la zona acotada como área recreativa, próximo al carril de acceso y rodeado de otros lentiscos y zarzaparrillas (Smilax aspera). El matorral circundante lo compone la retama (Retama sphaerocarpa), jaras (Cistus salviifolius, Cistus crispus) y alguna chumbera (Opuntia ficus- indica). El suelo es arenoso aunque la pinocha que lo recubre casi no deja verlo.

LENTISCO DEL PINAR DE COIG III

lentiscopinardecoig_3_puertosantamariaDe nuevo, junto al cercado existente en el Pinar de Coig, se hace notable la presencia de otro formidable ejemplar de lentisco. Es el Lentisco del Pinar de Coig III, que cuenta con un tamaño excepcional, superando los 6 metros de altura. El fuste se encuentra inclinado y se ramifica a 1,85 metros del suelo. Exhibe una gran copa aparasolada y densa.

Es el más alejado de la zona recreativa y se encuentra en un talud rodeado de acacias (Gleditsia triacanthos) que constituyen un seto espinoso casi inaccesible. En el estrato arbustivo se describen coscojas (Quercus coccifera), retamas (Retama sphaerocarpa), palmitos (Chamaerops humilis) y otros lentiscos. Enfrente se vislumbra la costa tras una zona de cultivos y a las espaldas está el pinar de pino piñonero (Pinus pinea).

MÁS INFORMACIÓN:

Lentiscos y setas en el Pinar de Coig. Por Paco Vera en su blog Ch’usay. Pulsar aquí.

Pinar de Coig, historia de delación y permisividad. Artículo de Emilio M. Cañas en Diario de Cádiz. Año 2008. Pulsar aquí.

 

9duquedemedinaceli_puertosantamariaEl sol era un disco granate que apareció sobre los meandros del Guadalete en la amanecida del dos de agosto de 1688, hace justamente 325 años y un día. En esa época del año apenas era perceptible la rociada  que habitualmente cubría el suelo marismeño y las copas de los numerosos pinos que, formando manchones, poblaban la isleta que se establecía entre los ríos Guadalete y San Pedro. En esta amplia y llana extensión, alternaban zonas de marismas y otras similares a una tundra, en la que se ubicaban las salinas,  con otras de bosquecillos de pinos  y terrenos de libre pasto vecinal, zona que respondía al calificativo de “coto de los conejos” por la gran cantidad de estos sabrosos mamíferos nacionales que resultaron todo un descubrimiento cuando griegos y romanos pisaron por primera vez la península ibérica y los conocieron y cataron, según refiere el historiador griego Polibio (siglo II antes de Cristo) que es el que describe por primera vez este animal ibérico, más pequeño que la liebre, que si conocían. /En la imagen, retrato de Luis Francisco de la Cerda. Óleo sobre lienzo, obra de Jacob Ferdinan Voet, que se custodia en el Museo del Prado.

Desde primera hora de la mañana, al filo del amanecer, numerosos sirvientes del duque de Medinaceli se habían congregado en uno de estos manchones de pinar, a poco más de una legua de la ciudad, cercano al río San Pedro. Dos carretas, de las llamadas “galeras”, tiradas por bueyes, habían llevado el día anterior todo el material logístico necesario  para la jornada cinegética que tendría lugar en este mismo escenario, principal acto lúdico de los que ese día, el del 27 cumpleaños del mayor de los varones del duque don Juan Francisco, estaba programado. Unos, montaban varias tiendas de las usadas por el ejército que servirían para dormir la siesta tras el suculento almuerzo y reponerse del cansancio por el trasiego y ejercicio de la caza y, tal vez, para los más jóvenes y osados,  para refocilar con alguna de las doncellas del servicio. Otros preparaban mesas,  palios y entoldados que la cubriesen y los encargados de la regia pitanza que se preparaba disponían una compleja cocina de campaña en la que se prepararían las piezas de caza –perdices y conejos- de muy diversas maneras: con arroz, estofado, -con patatas, champiñones y tomates secos-, guisado en caldereta con las perdices y hasta en adobo, utilizando las primeras piezas cazadas. A las carnes, por aquello de no existir unanimidad en cuestión de gustos, se le añadía una docena de cochinillos que se traían vivos y se sacrificaban allí mismo sirviéndolos asados con el complemento de almejas y coquinas cogidas en las inmediaciones y también cangrejos y algunas piezas de pesca, si hubiese suerte en los lances realizados en paralelo a la caza. Todo ello, por supuesto, regado con buenos vinos de diversa tipología y el colofón del postre de frutas frescas, recién cogidas, entre las que destacaban rojas sandías y dulces higos brevales.

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Pinares. Óleo de Manuel Sosa.

Aparte, el personal que colaboraba en la jornada cinegética. Los armeros ponían a punto  escopetas y arcabuces. Los encargados de las jaurías mantenían como podían el orden entre los inquietos podencos y los porteadores de las jaulas de madera y alambre llenas de cebadas perdices, criadas en cautividad, se habían alejado para situarse en la zona desde donde darían suelta a las aves, a las que azuzarán oportunamente con retamas para que levanten el vuelo y sean presa fácil de los invitados a la cacería. A la extensa población de conejos, le venía bien una limpieza como la que se produciría este día. Tan bien como a los conventos y al hospicio que recibirían, por orden del duque, una parte de las piezas cobradas. El encargado de los hurones, guardados en cestas de mimbre, oteaba el camino esperando ver de un momento a otro la polvareda que indicase la inminente llegada de los caballeros participantes en la cacería, pero antes de que esto suceda, debo ilustrar al lector sobre la figura del personaje en honor del cual se celebraba la cacería: Luis Francisco de la Cerda y Aragón.

Juan-Francisco-II-Tomas-de-La-Cerda_8_Duque-de-Medinaceli_puertosantamariaEra hijo de Juan Francisco de la Cerda y Enríquez,  VIII duque de Medinaceli, --a la izquierda de la imagen-- el cual, con mucho mundo vivido y un tanto hastiado por las responsabilidades que cayeron sobre sus hombros en años precedentes pasaba grandes temporadas en sus dominios portuenses haciendo vida de prejubilado de Estado, pues siendo aun relativamente joven –tenía 50 años- podía montar, jugar al billar y a los bolos y otras actividades como la caza, negadas a personas  de mayor edad, alternando estas acciones ociosas con sus deberes y obligaciones de carácter privado, el despacho, dirección y administración de su Casa y la  presidencia del cabildo ducal que regía los destinos de la ciudad.  Luis Francisco de la Cerda, en esa fecha, era general comandante de la escuadra de galeras de Nápoles, a las órdenes del virrey de aquel estado español, el marqués del Carpio.  Llevaba cuatro años sin ver a la familia, desde que en 1684, contando 24 años,  fuese nombrado para tan importante cargo. Aprovechó una escala realizada por la escuadra napolitana en Cartagena, en una de las visitas recíprocas que habitualmente se producían entre esta y la escuadra española de galeras que, como conocerá el lector, hacía años que  había trasladado su base desde el Gran Puerto de Santa María a la ciudad murciana de Cartagena, patria chica de Isaac Peral, para acercarse a su ciudad natal y celebrar su 28º cumpleaños con sus padres, el ya mencionado VIII duque de Medinaceli y Catalina Antonia de Aragón, duquesa de Segorbe, que tenía en esa fecha 53 años, y  hermanos, en realidad una sola hermana soltera, Ana Catalina, que tenía en esa fecha 25 años. De los catorce hermanos restantes, nueve habían fallecido en esa fecha y solo vivían otras cuatro hermanas: Feliche, Juana, Lorenza Clara e Isabel María, todas casadas y residentes en diversos lugares de la península e Italia.

Pronto, la nutrida comitiva, se hizo visible en la senda que llevaba hasta el lugar elegido para montar el campamento. La encabezaba el portaestandarte ducal al que seguía el capitán de la compañía de milicias del duque, a modo de escolta, y el grupo de caballeros que rodeaban al propio duque y a su hijo, al que acompañaban algunos de sus tenientes, capitanes de las galeras de su escuadra, seguidos por otros invitados como eran el alcaide, algunos regidores y caballeros de los denominados “cuantiosos”,  es decir, personas que sin estar al servicio expreso del duque, tenían o contraían  obligaciones militares para con él, en el caso de ser requerido para ello.

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Pinares. Óleo de Sosa.

La jornada de caza transcurrió, tal como estaba previsto, con gran lucimiento de los participantes, cobrándose numerosas piezas. Después de retozar con poca ropa por la orilla del río y refrescarse en él, se entregaron al yantar,  bebiendo sin mesura, conforme era costumbre, entre plato y plato, con   gran vocerío y escándalo. En la sobremesa, el duque preguntó a Luis Francisco por el comportamiento del arcabuz de caza que le habían regalado por su cumpleaños, una verdadera joya, digna de un príncipe. La cureña de madera noble estaba recubierta con planchas de latón dorado profusamente decorado con motivos geométricos y buena parte de las incisiones y surcos cubiertos con granates y  esmaltes en blanco y negro. En el lomo del largo cañón empavonado, haciendo  contraste con su color obscuro, figuraba una chapa de oro con la inscripción: “SOI DE D. LUIS FCO DE LA CERDA Y ARAGÓN”. Después, la conversación giró en torno a incidencias de la escuadra de galeras y la necesidad de contratar cada vez a mayor número de remeros de los llamados de “buena boya” ante la escasez de esclavos y penados que cubrieran todos los puestos…  del espectacular montaje del retablo en la capilla de la Cofradía del Santísimo Sacramento en la Prioral con las placas de plata que trajo de San Luis de Potosí el capitán Juan Camacho, participante en la cacería… sobre la ambición de poder de Luis XIV de Francia y la guerra que se veía venir  y de otros muchos chismes de la corte.

Al atardecer, cuando el mismo disco con el que iniciamos nuestro relato, estaba medio oculto tras las doradas dunas, los viñedos y lo olivares de la costa Oeste que conformaban la línea  del horizonte desde el puente de barcas, por encima de los edificios de escasa altura que se alineaban en la ribera del Guadalete,  tiñendo de púrpura el azul purísimo del cielo, la nutrida caravana estaba de vuelta. A su paso, el vecindario, como si de una procesión se tratase, salía de las casas o se asomaban a ventanas y balcones y toda la chiquillería les acompañó por la marina y la calle de los Oficiales hasta que llegaron a su destino final, el palacio del duque.

Medinaceli_De-La-Cerda_escudo_thumb[3]La Historia que conocemos, en general, es la que han querido contarnos los contemporáneos de cada época, sin que podamos saber con certeza plena si sucedieron de la forma en que se indican o de otra bien diferente, enfrentada a los intereses o ideales del que los narró.  Hemos querido referir una escena imaginaria, como habrá podido deducir el lector, que bien pudiera haber sucedido tal como la hemos recreado. Este importante personaje es bien real. Nació en El Puerto de Santa María en 1660, y falleció sin descendencia en Pamplona, en 1707, encarcelado por una supuesta conspiración contra Felipe V. Fue el IX duque de Medinaceli desde 1691, fecha del fallecimiento de su padre y entre los muchos cargos que desempeñó figura el de virrey de Nápoles. /En la imagen, escudo de la Casa Medinaceli.

Con él la casa Medinaceli pierde la varonía mantenida desde el II duque, también nacido en El Puerto de Santa María, pasando el título a los descendientes de su hermana Feliche María. /Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz - A.C. Puertoguía.

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