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Se han cumplido 190 años desde que, el 1 de Octubre de 1.823, desembarcara Fernando VII en El Puerto, tras su liberación por “Los Cien Mil Hijos de San Luís” de la prisión a la que le tenían sometido los liberales en Cádiz.

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“Desembarco de S.M. el Rey Don Fernando VII en El Puerto de Santa María, el 1 de Octubre de 1823.” José Aparicio. Óleo. El original (*) desapareció en un incendio. Esta es una copia del mismo autor (1,10 x 0,82), que se conserva en la Sala del Museo Romántico, de Madrid, propiedad de Mariano Rodríguez Rivas en 1959.

(*) El cuadro a gran tamaño estaba en el Convento de las Salesas Reales, de Madrid, donde estaba situado el Tribunal Supremo. Ardió completamente por efecto de un devastador incendio.

Poco después, el ‘malajoso’ rey del paletó derogaba la Constitución liberal, en el número 74 de la calle Larga. Un lugar, al parecer maldito, pues los comercios que alberga el actual Centro Comercial allí instalado (solo se conserva la fachada con una placa que recuerda la efemérides), no suelen tener, salvo excepciones, una larga singladura.

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Número 74 de la calle Larga, donde hoy se encuentra un Centro Comercial, (solo se conserva la fachada), donde se derogó la Constitución liberal.

Hay que recordar que cuatro años antes, aquí, en las afueras de El Puerto, se reprimió un intento de revolución el 8 de julio de 1819. Su propósito era imponer un régimen constitucional a Fernando VII, previo al ‘Trienio Liberal’, que fracasó por diversas circunstancias, siendo conocido como ‘El Pronunciamiento de El Palmar’. 

Pero volvamos a 1823. Así relata Santiago Montoto el suceso reflejado en la reproducción del óleo que acompaña estas líneas: «La hermosa ciudad, un día Capitanía General del Mar Océano, reunía en su seno lo más selecto del ejército francés y de los personajes del gobierno realista: el embajador de Luís XVIII, los de la Santa Alianza, el Presidente de la Regencia, Duque del Infantado, el ministro don Víctor Sáez, el Duque de Angulema, el Duque de Guiches… El muelle de El Puerto se hallaba engalanado con banderas y gallardetes; por las aguas de la bahía surcaban barcos empavesados. […]"

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Vista de El Puerto de Santa María, desde el Castillo de San Marcos. Los soldados al mando del Duque de Angulema, en el Patio de Armas del Castillo, al fondo Cádiz y los barcos que traían libre a Fernando VII, para llegar a los muelles de El Puerto. (Colección L.S.A.)

"La falúa real atracó al muelle… Una lluvia de flores cayó sobre Fernando y su familia. El Rey dio a besar su mano a las personas más significadas y ostensiblemente mostraba su alegría al pisar la tierra de El Puerto. Abrazó al Duque de Angulema, […] y se apresuró a buscar descanso en la hermosa casa que le habían señalado en la calle Larga, número 74, propiedad a la sazón de la familia Reinoso Mendoza de las Panelas, constituyendo el desembarco, según el Marqués de Miraflores, una de las escenas más interesantes que ofrecen los siglos»

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“Llegada de Fernando VII en una falúa al muelle de El Puerto de Santa María”. Litografía. (Colección de Antonio Osborne Vázquez en 1959)

El Puerto, por aquella época, se emperifollaba feliz por la presencia de tantos y tan principales personajes de toda índole, con repique de campanas en la Prioral. Los portuenses de 1823 vivieron en primera persona los agitados acontecimientos, violentos unos, diplomáticos otros; las conspiraciones y las traiciones, que han quedado reflejadas en tan triste momento de la historia de España: unas tropas extranjeras venían a liberar a un torpe rey de infausta memoria, que vino a derogar en nuestra Ciudad –por segunda vez- la primera carta magna que provenía del pueblo, fruto de la convulsa España de principios del XIX,  dando paso  a la que sería conocida como “Década Ominosa” (1823-1833). Autoridades y potentados, diletantes y militares, residentes o sobrevenidos se erigieron por unas fechas en protagonistas en torno a ese momento que finaliza con el desembarco real y subsiguientes decretos de anulación de lo actuado en el anterior periodo de política constitucional. A partir de ese día se produjo una fuerte represión, con especial depuración de oficiales del ejército, jueces, funcionarios y cuantos hubiesen colaborado con el gobierno liberal, faltando el rey a su palabra/manifiesto de un ‘olvido general’ para los protagonistas del periodo liberal.

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Grabado que representa una escenas del episodio de la liberación por el Duque de Angoulême y los “Cien Mil Hijos de San Luis ” del Rey Fernando VII, retenido en Cádiz por los liberales por sus veleidades absolutistas.  J.P. Wagner sobre dibujos de Andreas Rossi. Siglo XIX. (Colección J.S.A. Bruselas).

Texto del Grabado: «LLEGADA DE S.A. EL S. DUQUE DE ANGULEMA AL QARTEL GENERAL DEL PUERTO DE SANTA MARÍA EL 16.DE AGOSTO.
Al Excmo. S4. José Aznarez Navarro Sanchez y Fuertes. Consegero de Estado. Academico de honor de Nobles y bellas artes de San Luis de la Ciudad de Zaragoza, individuo de la Real Sociedad Aragoneza de Amigos del Pais. Socio honrífico de la de Sevilla y Asistente de esta Ciudad. Yntendente general de Facto de los quatro Reynos de Andalucia y de la Provincia en Comicion.

Y el portuense de a pie asistía, desde calles y plazas a un incesante ir y venir de carrozas, compañías de militares, servidumbre distinguida, acopio de avituallamientos, movimientos económicos y zarandeo a la monotonía. Era un reality show, en vivo y en directo.

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“El Puerto desde la Otra Banda”, con el puente colgante sobre el Guadalete. Litografía utilizada como cubierta del libro de Santiago Montoto ‘El Puerto de Santa María en la liberación de Fernando VII’. 1959. Edición Limitada de 500 ejemplares.

La  medalla que luego otorgara el rey al ayuntamiento de la Ciudad, como agradecimiento por los servicios prestados, venía con una cinta amarilla y hojas de laurel. Con posterioridad serviría de inspiración para los colores amarillo y verde de la Hermandad del Rocío, en el segundo tercio del siglo XX y mas tarde para definir los colores de la Ciudad. Unos colores basados en un momento indigno de la historia española. Ya hay quien aboga por el carmesí del pendón de los Duques de Medinaceli, señores de El Puerto hasta su incorporación a la corona, o el sugerido, previamente, en colores alfonsíes por su vinculación con la fundación por el rey Sabio. Que son, por otro lado, los colores del Racing Club Portuense junto con el blanco.

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Explicación de los personajes que aparecen en el cuadro de José Aparicio, que aparece al inicio de esta nótula.

Lo cierto es que el suceso, reproducido en un óleo de José Aparicio depositado en el Museo de Arte Romántico de Madrid (ojo al linnun crucis reproducido, cruz que se conserva en el tesoro de la Prioral), marca de forma clara a la Ciudad. Un lugar donde la Constitución es abolida, donde los principios de soberanía del pueblo venían a ser pisoteados por alguien que no supo interpretar su papel, en el escenario de una España que quería caminar hacia la modernidad. Se cerraron universidades y periódicos; se restableció la censura; se expurgaron bibliotecas y librerías, y no se restableció la Inquisición abolida en el Trienio Liberal, de puro milagro, valga el contrasentido. Un rey bajito de miras, corto de alcances y que pasó a la historia con semejante baldón, permaneciendo en las coplas por usar aquel gabán afrancesado, de paño grueso, largo y entallado: el paletó. Vaya prenda para un tío malaje. /Texto: José María Morillo.

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juanespinosapalacios_II_puertosantamariaEl día 6 de agosto se cumplieron 14 años de la desaparición de Juan Espinosa Palacios, “Juani de Guadebro”. Le conocí algo tarde y tengo que decir que su conversación, sus conocimientos, su humanidad y su cocina hicieron que, desde la admiración, aspirase a su amistad, algo de lo que me enorgullezco catorce años después de su óbito.Tenía Juan esa sabiduría aprendida desde chico entre fogones, barra de bar y ambientes marineros, primero en el bar de sus padres -Eugenio y Milagros-  de la calle Cañas; luego en el restaurante Guadalete, para independizarse en el establecimiento  cuyo nombre tomó prestado de la inmobiliaria, en la Avda. Antonio Fernández Sevilla.

Juan miraba en el bar como el que mira en el mar al horizonte, desde lejos y al lejos. Y cuando la complicidad se establecía, la conversación era fluida, las confidencias largas y los momentos mágicos de estar a gusto, de estar bien, en compañía de otros amigos como Carmelo el taxista, hacían que se retrasase la hora de continuar otras obligaciones. Tenía un libro de recetas al que tuve oportunidad de tener acceso y allí había magia -la alquimia de los peroles- ya que eran sabias combinaciones entre los frutos del mar y de la tierra.

Como comprenderán, no solo tuve acceso a las recetas sino que probé la mayoría de sus platos: raya en pimentón, caballas con fideos o aliñadas, chocos con garbanzos o éstos con langostinos, pescados con salsa de carne, atún en escabeche o mechado, rape en pan frito, urta como a la roteña, pescado en sobrehusa, papas con chocos, pescados y mariscos a la sal, y un arroz de mariscos caldoso que, por mucho que lo intento, no consigo emular.

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Juan el día de su boda. Detrás, en el centro, su hermano Eugenio, (nótula 414 en GdP).

Al final de, lo de menos ya era la comida. Eran las conversaciones profundas de un hombre que había vivido lo suyo, que lo compartía y que se nos fue a destiempo, pero dejando un gran legado: sus hijos y su forma de ver la vida, de hacer la cocina de aquí, de hacer amigos. /Texto: José María Morillo.

RECETA DE JUANI: CHOCOS CON GARBANZOS.

Ingredientes. 1 Kg de chocos, 2 botes de garbanzos, 1 cebolla, 2 pimientos, 2 ajos, 1 vaso de tomate frito, hierbabuena, 1 cucharadita de café de pimiento molido de la comarca de la Vera. Vino Fino. Azafrán.

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Elaboración. Se cuece el choco en agua con un poco de sal hasta que esté tierno y se reserva el caldo. Se corta el choco en trozos y se lavan los garbanzos. Con el aceite ya caliente se rehogan las verduras, una vez doradas se le añade el azafrán, el pimiento molido y el vino que dejamos evaporar y añadimos el agua de los chocos y la sal, teniendo en cuenta que el agua al cocer los chocos ya tiene sal. Una vez cocido se bate y se cuela y, en ese caldo se añaden los chocos y los garbanzos con el toma frito y la hierbabuena.

Más información de Juan Espinosa en GdP.

Nótula 321: El Alquimista de los Peroles.

 

 

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En la fotografía, de izquierda a derecha: José Sánchez Ivars, José Rico, conocido como ‘Joselito Baltasar’ uno de los ‘llamaores’ de El Puerto y Antonio Pascual Rostoll, en el ‘Martínez Ferrer’, anteriormente llamado ‘San Servando’. La figura del llamador está prácticamente perdida con la aparición de los teléfonos móviles. Otros llamadores fueron Vicente Albaiceta Núñez conocido como  ‘Manolico’ y Manuel Patino Berciano.

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Hace años, en la práctica totalidad de los puertos andaluces existía un personaje que, siempre alerta y a cualquier hora de la madrugada se encargaba de avisar a los pescadores insistiendo una y otra vez para informarles que había llegado el momento de partir hacia alta mar. A esta persona, todos cariñosamente la conocíamos como el “llamaó”.

Su voz en la madrugada era inconfundible para los hombres de la mar y sus familiares. No solamente se conformaba con recibir el “ya” por parte del pescador, además de esto, lo esperaba y lo acompañaba hasta el muelle para que junto al resto de sus compañeros pudiera comenzar la singladura. Su figura era imprescindible, y como fieles cumplidores de su trabajo no desfallecían en su cometido. Difícilmente un pescador no zarpaba para la mar por quedarse dormido.

Los bares cercanos a los muelles de El Puerto eran los puntos de encuentro de los marineros. Un ejemplo de ellos es el desaparecido bar “La Lucha”, que estaba situado en la Bajamar de El Puerto de Santa María. A ellos también acudía el llamador, el cual estaba atento y pendiente a cualquier indicación de la tripulación. Era uno más de ellos, participaba del día a día, de todo cuanto acontecía alrededor del barco, de sus capturas, de las condiciones meteorológicas adversas, de las averías, y en definitiva, de la problemática personal o laboral de cualquiera de sus compañeros. Aunque los pescadores cambiaran de embarcación, el “llamaó” seguía avisándoles, pues la relación entre ellos era de por vida. Tal es así, que se acercaban también a los entresijos familiares y se desvivían por ayudar en ausencia de la marinería.

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Descargando para la subasta del pescado.

Aparte de las funciones de avisador, actualmente en la vecina localidad de Sanlucar de Barrameda, también suelen actuar como lancheros, o incluso se dedican a la guardia y custodia de las embarcaciones mientras permanecen en puerto. Tan importante es su trabajo, que sus hijos suelen seguir la tradición, reemplazándolos llegado ya el momento de no poder continuar por razones de edad o por problemas de salud.

Son personas vinculadas a la mar, la mayoría de ellos son pescadores ya jubilados o incapacitados para su profesión habitual por cualquier problema de accidente o enfermedad pero, sin duda alguna, son uno de los eslabones del sector pesquero. Desde el punto de vista laboral no cuentan con la cobertura necesaria ya que tan solo reciben las cantidades que conciertan con los marineros por marea. Sin embargo en Sanlucar de Barrameda por la dedicación a otras tareas, el llamador por uso y costumbre participa del antiguo sistema tradicional “a la parte” percibiendo cantidades en consonancia con las faenas realizadas.

Desgraciadamente, hoy por hoy, la figura del llamador se encuentra en vías de extinción, pues las nuevas tecnologías han llevado a los barcos a autorregular sus salidas. Vaya este reconocimiento a aquellos que se marcharon y a los que actualmente quedan entre nosotros. A su atenta voz de madrugada y a su extraordinaria y eficaz colaboración con la actividad extractiva y con los hombres de la mar. /Texto: Antonio Carbonell López.

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paquitomorenoacosta_puertosantamariaYa ves, después de tantos años,  tu recuerdo sigue anclado, en este corazón mío, como huella indeleble de lo mucho que te hacías querer.

Y es que eras un niño adorable con muchas ilusiones y proyectos, pero a la vez con los pies en la tierra sabiendo tus limitaciones. Tu mayor logro  era poder levantarte cada día pletórico de facultades, para felicidad de los tuyos, entre los que me encuentro. No, no teníamos una sola gota de sangre en común, pero…es que acaso eso es importante?  Yo sé bien que no, porque no solo éramos dos familias amigas, de eso nada! Había lazos invisibles de sincero y fraternal cariño. /Paquito, delante de su casa de Pozos Dulces; detrás, la iglesia del Convento del Espíritu Santo.

Muchos fueron los momentos que compartimos, durante esos  veinte dos años,  y nunca un enfado, a pesar de  que ambos teníamos, nuestro poquito de genio. Y es que tenías lo que se dice ‘mano izquierda’ --símil taurino-- a la hora de  saber darle su sitio a cada uno de tus muchos amigos. Como no ibas a hacerlo, si tenias una claridad mental, envidiable.

Querido Paquito, está claro  que estabas genialmente  dotado para las artes,  pero  el caprichoso destino, hizo diana en ti y no te permitió cumplir todos tus sueños,  ni  a mi poder tener la dicha de verte realizarlos. Eras muy grande, y por tanto sé que allá en el cielo, seguro que estas deleitando a toda la corte celestial, con tu  prosa, tu  alegre y colorido trazo y con el  armonioso y sentido sonido de tu guitarra.

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De izquierda a derecha, Antonio Morión Monge, Capataz de Williams & Humbert Ltd., de Jerez;  José Lobato Peralta,  Capataz de Fernando A. de Terry, padre de Mari Carmen Lobato, casada con Javier Benjumeda; Luis Moreno Paz, Capataz de Fernando A. de Terry  padre de Juan Luis, Tatín, Mila y Paquito Moreno; y Manuel Camacho Cala, Capataz de Osborne y Cía., hermano de Milagros, la segunda mujer de Pepe Romero Zarazaga, de Romerijo. A estos capataces de la fotografía les dieron un homenaje en una Fiesta de la Vendimia de Jerez, en la década de los sesenta del siglo pasado.

¿Te acuerdas, como  me ganabas en todo? Yo, si y nada, no había nada que hacer, puñetero, que hábil eras  dejándome ganar alguna vez, para que no me sintiera mal. Y es que las cosas en su sitio, no era rival para ti, ¿ambos dos lo sabíamos verdad? No sabría por dónde empezar, si tuviera que enumerar todos los gratos momentos pasados en tu compañía,  pero si te parece,  ¿te acuerdas de cómo me invitabas a jugar con tus vecinos y amigos a la puerta de tu casa? Bien a la pelota, a las cuatro esquinas, al pañuelo etc. Tu pobre madre,  requiriéndote y  con el “¡Ay! en la boca” atenta para que no te cansaras, ni sufrieras ningún rasguño, ni caída. Escucha,  todas las madres, somos ‘un poquitín pesaditas’, ahora lo sé, pero era lógico,  tú eras su niño de su alma, y  sabía que  cualquier esfuerzo era perjudicial para ti, pero claro tú querías seguir jugando. Yo alucinaba con tu habilidad con el Mecano, los juegos de construcciones  y con esos  estupendos juguetes, que aunque nuevos siempre compartías.

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De izquierda a derecha, Milagros Moreno Acosta, Conchita, María Jesús y Kika Vela Durán, hermana y amigas de Paquito, respectivamene.

Todo te parecía poco para agradarnos. Recuerdo como  me explicabas  que vino contenía, cada uno de  tu amplia colección de botellines. A mí me gustaban los que tenían mallas, me parecían muy bonitos, además me viene a la memoria como se reunían   en la azotea de la casa de una  amiga- a la hora de la radio novela: Ama Rosa, Esmeralda, Lucecita etc. Que habilidosas eran. ¡Anda que no se lo pasaban bien, ni nada! Fíjate, que más de una vez, creo haber acompañado a  algún sitio donde se las recogían, solo que no lo pongo en claro. Así, como al Colegio de las hermanitas en la calle cielo, a por leche el polvo... La primera vez que mi amiga me  dio una cucharadita, casi me ahogo,  pero la verdad es que estaba buenísima, y más de una vez le puse la mano, y  aunque este feo decirlo,  más parecía un gato que una niña.

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Paquito, delante de su casa en Pozos Dulces. Detrás la desaparecida bodega de Pedro Domecq, derrumbada para hacer el ensanche de la entrada a El Puerto por dicha vía.

Y es que así era nuestra ciudad en aquellos años,  bulliciosa y alegre.

Bulliciosa, porque las calles  tenían vida, cierto es que  prácticamente casi todos vivíamos en el centro, y que apenas empezaban a construirse las primeras barriadas. Alegre, porque al haber tan pocos coches, por la tarde a la salida de los colegios, los niños nos adueñábamos de ellas con nuestros juegos y era  pura alegría. Ahora han cambiado mucho las cosas, apenas si se ven niños jugando, y los pocos que hay, no siempre son cívicos y respetuosos. Una pena, pero así es, a nosotros nos reñían y agachábamos la cabeza  sin chistar. Ahora es un poquito……complicado.

Muchas de las cosas que hemos perdido, sin lugar a dudas, es la familiaridad entre vecinos,  y no saben los que se pierden,  porque nosotros lo pasábamos muy bien juntos. ¿Te acuerdas  de los largos paseos --éramos muy pequeños, y todo parecía muy lejos-- los domingos  por la tarde  con nuestras tías Lalo y Tata? Cruzábamos el puente San Alejandro, y llegábamos hasta una pequeña Venta Pacorro, --creo-- y  allí descansábamos un poquito,  nos tomábamos una Mirinda y como estaba en pleno campo jugábamos  de los lindo  y de vuelta a casa, cansados pero muy contentos, y nuestras madres más, porque caímos rendidos  y no dábamos guerra. ¿Y de los guateques de nuestros hermanos mayores?  Ahora en la distancia, me parecen entrañables. Aunque a nosotros  los pequeños, no nos dejaban entrar --normal-- nos colábamos y echábamos nuestros bailecitos Tenían la música más en boga del momento como: La casa del sol naciente de The Animals, Noche de blanco satén de The Moody Blues, Desencadenando Melodías de The Righteous Brothers, Yesterday de los Beatles y tantas canciones bonitas.  La cosa se animaba con el  Twist, y  la Yenka, esperando siempre, que no viniera algún patoso y  sin querer moviera  el tocadiscos y rallara los discos de vinilo. Que agradable  era todo, ¿verdad?

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En la imagen, El Puerto anegado por las lluvias, delante de casa de nuestro protagonista. Con delantal a la derecha, María Acosta Higueas, prima de María Torres Higuera, conocida modista de La Placilla.

Como agradable y entrañable,  era el reunirnos las dos familias para hacer las tortas de Navidad. Recuerdo que mi padre  nos traía  naranja agria y si no la encontraba, se la pedíamos al guarda de la Plaza Peral. Un par de ellas, nada más, porque tampoco había que abusar. Todos disfrutábamos mucho, con los preparativos, y  tú con ese salero que tenías  nos hacías pasar una tarde inolvidable con tus chistes y  gracietas.  Y es que estabas sembrado!

Unos  estirábamos la masa con  rodillos, otros con botellas, y  los más pequeños solo nos limitábamos  a hacer la forma redondeada de las tortas con vasos. Todos echando una manita y animando el cotarro y  hasta  haciendo música con la botella de Anís del Mono, con las panderetas, matracas y zambombas, hasta con las tapaderas de las ollas si venia al caso. Cuando alborotábamos en demasía,  tanto tu tía Lalo, como mi tía Emilia, nos ponían firmes en un segundo, y todos más buenos que el pan.

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La casa donde vivía Paquito, en la actualidad (entre la entrada principal a El Cortijo y el desaparecido Economato de Terry). En la planta baja vivían los Moreno Acosta y en la superior los Ameneiro Rodríguez.

El colofón era el día de reyes, todos deseosos de ver lo que SS.MM. los Reyes  de Oriente  habían tenido a bien dejarnos a cada uno. Dudas había, porque  más de una vez nos habían dicho, que nos podían traer carbón,  pero nunca fue así. No, no es que no hubiera carbón, claro que lo hubo pues  uno de los reyes magos, debía ser un poquito guasón  y nos gastó la broma, pero. menos  mal  que era de caramelo. Nuestras caras eran unos poemas todos alucinados preguntando…. ¿a ti que te han traído? Pues a mí esto  o aquello  y claro nuestros mayores poniendo caras de circunstancias para no descubrirse.

Ves querido Paquito, ¿como tus veintidós años, han sido muy ricos en vivencias y en  bonitos recuerdos? Pasaste por este mundo, dando muchas alegrías, y lecciones de vida. Alegrías porque todo tú eras, un día  radiante y esplendoroso,   de  risas contagiosas, de calidez y cariñoso magnetismo, porque  irremediablemente,  te llevabas de calle  a cuantos te conocíamos. Y  lecciones, por la  dignidad y  entereza, al  afrontar tu enfermedad, contagiándonos de  optimismo y dándonos el alma, en cada uno de esos  benditos veintidós años,  de un ser humano maravilloso y  excepcional.

Querido Paquito, gracias, por el privilegio de  tu valiosa amistad. /Texto: María Jesús Vela Durán.

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The_Battle_of_Trafalgar-puertosantamariaEn los días que sucedieron al nefasto 21 de octubre de 1805 (se cumplen hoy 208 años), penúltimo desastre naval, una decena de barcos derrotados, con sus bodegas llenas de heridos, la mayoría desarbolados y con graves averías,  fueron zarandeados a placer por la tormenta que azotó el Golfo de Cádiz, desde el cabo Trafalgar al de Santa María, desde Tarifa hasta Faro, terminando por arrojarlos, desencuadernados unos, varados otros, a las costas gaditanas y onubenses. /En el folleto inglés, se relatan las hazañas victoriosas del almirante Horacio Nelson en Trafalgar, quien pereció en la batalla naval.

Cercano a nuestra ciudad, según relata magistralmente la historiadora gaditana Lourdes Márquez Carmona en su artículo “Naufragios de la Batalla de Trafalgar y El Puerto de Santa María”, publicado hace una década en el número 30 de la “Revista de Historia de El Puerto”, zozobraron cuatro embarcaciones; dos francesas: El “Indomptable”, navío de 80 cañones al mando del capitán Hubert que se fue a pique pereciendo casi toda su tripulación, y el “Aigle”, de 74 cañones, capitaneado por Courrége que también se hundió, posiblemente frente a la Punta de los Saboneses, entre El Puerto y Puerto Real, y dos españolas: El “Neptuno” del porte de 80 cañones, mandado por el Brigadier Cayetano Valdés, el mismo que dieciocho años después dirigiría la falúa en la que Fernando VII viajó de Cádiz a El Puerto, liberado por los Cien Mil Hijos de San Luis Y el segundo barco de línea de la Armada española naufragado fue el “San Francisco de Asís”, de 74 cañones, comandado por Luis Antonio de Flores.

Cayetano_valdes_puertosantamariaHace unos años, - en 2005- con motivo de la celebración del segundo centenario vieron la luz infinidad de libros, artículos y reportajes en los que se analizaban y desmenuzaban todas las circunstancias y detalles de la efeméride. En estos días en que estas trágicas jornadas vividas por nuestros antepasados cumplen 208 años desde que se produjeron voy a relatar dos anécdotas de salvamentos de náufragos, de entre las muchas que conforman esta página de la historia moderna de España./ En la imagen de la izquierda, retrato de Cayetano Valdés y Flores capitán general de la Real Armada. Pintado por José Roldán y Martínez, realizado en Sevilla en 1847, por encargo del Museo Naval.

El “Neptuno”, que tenía 55,6 metros de eslora (largo) por 15 de manga (ancho) debió encallar en alguna de las escolleras naturales que rodean al fuerte de Santa Catalina. Podemos hacernos una idea del encaje que debió tener entre las rocas al mantenerse allí varado sus restos durante al menos dos años, tiempo que se tardó en rescatar toda su artillería. Con el mar embravecido resultaba imposible organizar el rescate de la tripulación. El método empleado en estos casos era armar una “jangada”, una especie de balsa construida con los propios restos del naufragio y con troncos de árboles, en la que se incluían numerosos asideros y dos postes, a proa y a popa, a los que ataban cabos para remolcar en las dos direcciones. A esta operación de tirar –jalar- desde el barco naufragado hacia él, y la contraria, desde tierra, cuando los náufragos se situaban encima de la balsa, se la denominaba “alar la jangada”.

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Alzados y perfiles del 'Neptuno'.

Los marineros valencianos que formaban un curtido gremio en El Puerto  intentaron acercarse con sus barcas, valiéndose de su experiencia e intrepidez, pero les resultó imposible, pudiendo llegar tan solo a voz del barco. Desde la distancia, preguntado los tripulantes, que animales vivos llevaban a bordo, dijeron que gallinas y una pareja de cerdos. Siguiendo las indicaciones de los marineros arrojaron al mar uno de los cerdos al que habían atado a una de las patas traseras una cuerda robusta, aunque fina, que a su vez enganchaba a otra más gruesa que pudiese servir de cabo a la jangada. El cerdo, a pesar del fuerte temporal, alcanzó tierra nadando y de esta forma se pudo, alando la jangada, llevar a tierra gran parte de la tripulación, siendo rescatados los heridos, entre los que se encontraban el propio Valdés, el segundo comandante Joaquín Somoza y el resto de supervivientes, días después, al amainar el temporal, por parte del capitán Ayalde, Ayudante General de la Escuadra.

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Plano y perfiles del Castillo de Santa Catalina.

El otro navío, al que simplificadamente llamaban “Asís”, debió varar frente a Vistahermosa o Fuentebravía, en mejores condiciones para poder enviar un cabo a tierra que el “Neptuno” si no hubiera sido por la furia del mar que impedía que nadie pudiera acercarse a tierra, donde estaban preparando la jangada de rescate. En esas circunstancias, se le ocurrió al comandante Flores arrojar un tonel vacío con el cabo atado y esperar a que el oleaje lo llevase a tierra. Y así fue, aunque no acababa de llegar a la orilla por el reflujo del oleaje, ante la desesperación de un nutrido grupo de militares del Regimiento de Zaragoza, que estaban de guarnición del fuerte de Santa Catalina, del Departamento marítimo y de los Carabineros Reales que esperaban en la playa poner en marcha la jangada para el rescate. Rompiendo la impotencia pasiva de sus camaradas, un carabinero, azuzó a su caballo y ambos se internaron entre las olas con gran valentía y riesgo hasta alcanzar el barril, permitiendo el inicio  del rescate de los tripulantes del “San Francisco de Asís” que estaban ya en tierra en la madrugada del día 25, contabilizándose como una buena cifra que no pasasen de treinta el número de ahogados, lo que vendría a suponer un 5% de los tripulantes, y casi todos debidos a intentos fallidos de llegar a tierra a nado.

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Combate entre el San Francisco de Asís y tres fragatas el 25 de enero de 1797

A todos los que participaron y colaboraron en el rescate y cuidado de los náufragos se les realizó público reconocimiento de su labor, y a la oficialidad se le elevó un grado, siendo especialmente elogiados el capitán de Fragata Pedro Cabrera, el teniente de Fragata Francisco Michelena y el coronel del Regimiento de Zaragoza,  el Brigadier Narciso de Pedro, que fue ascendido a Mariscal de Campo y como tal participó en la Guerra de la Independencia.

Como habéis visto, tanto el cerdo como la montura del carabinero, dos animales, fueron parte importante en el feliz rescate de numerosos náufragos. / Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz.- A.C. Puertoguía.

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otero_cruces_puertosantamaria«Desde el alto otero de las Cruces, El Puerto parece un velero anclado o varado junto al río», describía acertadamente el desaparecido escritor portuense, Juan Ignacio Varela Gilabert. Al sol de hoy, Durango arriba, todavía queda una cruz, ahogada entre modernos edificios, sorteando los coches y algún elemento de Vías y Obras, a la que casi hay que encaramarse para ver la perspectiva del Puerto descrita por Varela. /Cruz del desaparecido hospital de San Sebastián, situada en la esquina de Santa Fe y Durango, en las proximidades de la que fue la ermita del Santo Cristo.

Otros portuenses, ilustres, especialmente ilustres en amar, escribir y reivindicar por su Puerto, por su puerto [sic] que sí, lo hicieron en el tiempo que les tocó vivir con desigual resultado. Por citar solo tres ejemplos del siglo pasado, en la década de los 20, el funcionario, escritor y pre-andalucista Mariano López Muñoz, se lamentaba en los artículos que escribía para la Revista Portuense. En ‘El río que muere en tormento’ termina: «Porque la vida de la Ciudad, que languidece con la anemia de su río, solo puede florecer en grandes empresas, si se embarcan las a’mas en bajeles de juventud». Describía en su artículo la desidia y el abandono de las fuerzas vivas para con la Ciudad.

Manuel Martínez Alfonso, portuense por elección, y alcalde que fue de esta Ciudad a finales del anterior régimen, tuvo una cruzada personal en la década de los sesenta en ‘La Voz de la Bahía’, para impedir la construcción de un edificio en el solar  de la Plaza del Polvorista. Se jugó el tipo con los poderes de la época. Y lo consiguió. Volveremos en otra nótula’ sobre el tema porque merece ser recordada la hazaña del profesor.

Agustín Merello del Cuvillo, excelente periodista, y mejor persona que nos abandonó prematuramente, tuvo una sección en Diario de Cádiz bajo el título de ‘El Ruido y las Nueces’ a principios de los setenta, antes de su vuelta como Delegado que fue del Diario de Cádiz en El Puerto. Escribía así hace 32 años, nuestro llorado Agustín: «La arborifobia, o que se diga, está a la orden del día. El alma se nos cae a pedazos cada vez que contemplamos la tala a discreción a la que muchos se han habituado a fuerza de verla repetir por doquier y por dová. No cabe duda que esto de la tala es asunto de mal “tala-nte”». Se refería Agustín en su artículo a las leyes que amparaban estas talas.

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Esto queda de la cruz, rastro semiescondido entre coches aparcados, de un edificio que testimonió la asistencia social de la Iglesia cuando los poderes públicos no se interesaban por los más desfavorecidos. Más información de San Sebastián, desconocido copatrono de El Puerto: Nótula núm. 631 en GdP.

Pero con o sin leyes, con o sin vueltas a las mismas, cada vez más se le ha ido hurtando a esta Ciudad, la memoria visual, el patrimonio ambiental y el  histórico. ¿Cuántas casas originales quedan en la calle Ganado, en el tramo que va desde Vicario a Nevería, por citar un solo ejemplo de nuestro casco antiguo?.

Así, el barco anclado que describía Varela, el bajel de López Muñoz, la lucha de Martínez Alfonso y el quejío de Agustín han pasado a ser un referente de la historia de poco menos de un siglo portuense. Alguien dijo que la perfección no existe, que por eso sopla el Levante en El Puerto. /Texto: José María Morillo.

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Los restos de José María Rivas Rodríguez, el añorado y querido párroco de San Joaquín fallecido el 2 de enero de 1995 (ver nótula núm. 1741 en GdP) descansan en la Capilla de San Pedro de la Prioral, en la cripta que se encuentra en los sótanos del templo, donde son depositados los restos mortales del clero local.

Su traslado se producía el 19 de enero del año 2000, al cumplirse el quinto aniversario de su fallecimiento, precisamente en la semana en la que la Prioral sufrió el robo y feliz recuperación del cuadro de Jesús de los Milagros y la parroquia de San Joaquín, donde Rivas ejerció como sacerdote durante 38 años, vivió el saqueo de sus dependencias.

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Exequias celebradas en la capilla de San Pedro. De izquierda a derecha, Juan Luis Izquierdo, Diego Valle y Manolo Santiago.

Bajo el suelo de dichas dependencias de la Iglesia Mayor, la mas antigua del primer templo de El Puerto, responsan la mayoría de los presbíteros y religiosa que en los últimos siglos han estado cumpliendo su ministerio sacerdotal en la Ciudad. Don José, como era conocido este querido sacerdote, dejó honda huella en la iglesia de la calle Cielos y su funeral, celebrado el 3 de enero de 1995 congregó a miles de feligreses en una ceremonia presidida por el Obispo, concelebrada por 34 sacerdotes venidos de toda la provincia.

Sin embargo, la ceremonia de traslado a la Prioral se celebró en la mas estricta intimidad como desearon los familiares del cura. El acto se desarrollaba aquel miércoles a primera hora de la mañana. En la exhumación fueron testigos una representación de la familia, dos feligreses: Manolo Santiago y Tily Cossi, los párrocos de San Joaquín y la Prioral, a la sazón Guillermo Camacho y Diego Valle, respectivamente, así como el que fuera sacristán de la Iglesia Mayor y responsable de la cripta, Manuel Girón Ceballos (ver nótula núm. 110 en GdP).

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El sacristán de la Prioral, Juan Luis Izquierdo, el párroco Diego Valle y el ex sacristán y responsable de la cripta, Manuel Girón Ceballos.

La bolsa con los restos fue llevada hasta la capilla donde se celebró una oración de exequias. Posteriormente, se procedió a la ceremonia de inhumación en el interior de la cripta, cuyas reducidas dimensiones obligó a que solo una pequeña parte de los asistentes  pudiera ser testigo del momento. Los restos de José María Rivas ocupan un nicho propio que irá compartiendo con aquellos sacerdotes que fallezcan en la Ciudad y expresen su deseo de reposar en la Iglesia Mayor, como así fue también con el anterior párroco de la Prioral, Manuel Sánchez Malloy, fallecido en 1998, y llevado a la cripta en 2003.

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Los restos de José María Rivas, en el catafalco de la cripta, a la derecha la lápida, poco antes de su sellado.

Casi miles de portuenses pueden decir que fueron bautizados, recibieron la primera comunión y casados por José María Rivas. Su ininterrumpida presencia en San Joaquín le permitió compartir las vivencias de varias generaciones, como ministro y testigo de ceremonias y sacramentos que forma parte de los recuerdos de muchos vecinos.

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joseantonioespanol_puertosantamariaJosé Antonio Español Caparros nació en Larache en 1924, cursó estudios de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos en Madrid y, en 1955 inicia su carrera profesional como ingeniero en la térmica de Cádiz. A El Puerto llegó en 1962 como director de la Comisión Administrativa de Obras y Servicios y permaneció hasta 1982. Tres años después fue designado consejero del Consejo de Obras Públicas y Urbanismo, hasta su jubilación en 1989.

Destacó por su espíritu emprendedor y su dinamismo. Su fuerte carácter –algo que muchos recuerdan no siempre con una valoración positiva—y su capacidad de decisión que hizo que la fisonomía del muelle cambiara totalmente. Uno de sus principales logros consistió en aumentar el calado del puerto, ya que hasta ese momento, podían acceder muy pocos barcos, incluidos los de pesca. Para ello construyó el espigón de Levante y el de Poniente, y periódicamente se dragaba para evitar que se perdiera el calado.

A partir de ese momento, pudieron entrar barcos de algo más de cincuenta toneladas y toda la flota pesquera. Además, las labores de carga y descarga se intensificaron y El Puerto se independizó del muelle de Cádiz, creciendo económicamente. En la época de Fernando T. de Terry de alcalde (ver nótula núm. 749 en GdP) durante los años 1971 a 1976 colaboró con el Ayuntamiento de forma desinteresada, en varios proyectos importantes.

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La playa de La Puntilla, sin espigón, solo con escollera que definía los límites del Guadalete.

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La playa de La Puntilla, con el espigón de su nombre. Enfrente los terrenos ganados al río, procedentes del dragado, que conformaron los nuevos terrenos de la Autoridad Portuaria, entonces Junta de Obras de Puerto.

Fue muy amigo del sacerdote Ramón González Motaño, párroco del Carmen y San Marcos, con quien trabajó en muchos proyectos. El cura Ramón no entendió la postura de Español Caparrós, cuando se opuso al encierro de los pescadores, en enero de 1977 en la parroquia de la que éste era titular. Sii bien, mas tarde González Montaño conocería en profundidad todos los detalles: eran tiempos difíciles --la Transición democrática-- y todo el poder de la provincia, bajo la dirección del Gobernador Civil, puso sus miras en aquel encierro, apoyado no solo por Español Caparrós, sino por otros en el poder local. Además, fue presidente honorífico del Real Club Náutico (ver nótula núm. 1.132 en GdP).

Estaba casado con María Cruz Echániz Echeevarría. En El Puerto nacieron dos de sus seis hijos, que estudiaron en el Colegio de La Salle. Algunos ex alumnos de los años sesenta todavía recuerdan su figura en el Colegio, de cuya Asociación de Padres  formó parte.

homenaje_espanolcaparros_puertosantamariaEn 1998 recibió un homenaje conjunto de la Demarcación de Andalucía Occidental del Colegio de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y la Autoridad Portuaria de la Bahía de Cádiz, descubriéndose una placa conmemorativa del acto, situada en un pequeño monumento realizado para el mismo, consistente en un cangilón de una draga, sobre una piedra de escollera: nada mas representativo. Como recordaron en el homenaje, «cuando llegó a El Puerto en 1962, se podía cruzar andando la desembocadura del río Guadalete de una margen a otra, siendo un grave obstáculo para la flota pesquera. Gracias al trabajo profesional que desarrolló durante los años que estuvo al frente del puerto se trasladó el mismo a la margen izquierda, liberando los terrenos donde estaba el muelle, para la Ciudad. Se obtuvieron terrenos nuevos parra el puerto con los productos del dragado que se colocaban en unos recintos y se trasladó la lonja pesquera a la margen izquierda».  /En la imagen, el que fuera presidente de la Autoridad Portuaria, Rafael Barra Sanz, haciéndole entrega de un recuerdo en el homenaje recibido.

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El monumento homenaje a Español Caparrós que contiene la placa homenaje: un cangilón de la draga, sobre una piedra de escollera, situado delante del edificio de la Autoridad Portuaria.

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Personal de la Autoridad Portuaria asistente, entre otros muchos, al homenaje ofrecido a José Antonio Español, delante del monumento que le dedicaron. De pié y de izquierda a derecha: Ramón Sánchez Mendoza José Ramon Bravo Garcés, Ricardo Mena (Consignatario),  Rafael Catalán Alonso, Rafael Barra Sanz (Presidente de la APBC), Cristina Guerrero, Ignacio Höhr Gómez, Juan Garcia Ragel, Luis Peral García, Manuel Albert Gálvez, Santigo Acuña Camacho, Luis Pablo Duque, Antonio Magariño Rivas; agachados de izquierda a derecha, José Luis Sánchez Pacheco, Jose Maria Romero Peña, Juan Luis Sánchez Leveque, Francisco Manuel Rodriguez, Lorenzo Chacón, Armengol Viñas (fallecido y Director de la Autoridad Portuaria de la Bahía de Cädiz entonces) y Juan José Rosano. Año 1998.

Fallecido el 26 de abril de 2004, hubiera cumplido 80 años. Las banderas del Ayuntamiento ondearon a media asta por la muerte de Español Caparrós, único homenaje que le realizó la Ciudad en su conjunto a quien, a pesar de su controvertido carácter, tanto hizo por el desarrollo de la misma desde los terrenos portuarios y colaborando en otras iniciativas de corte social.

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En el salón de plenos del Ayuntamiento de Isaac Peral, mediados los sesenta del siglo pasado,durante la presentación de unos proyectos inmobiliarios al que asintió Español Caparrós. De izquierda a derecha, primera fila, Juan Melgarejo Osborne, Fernando Arjona Cía, José Puente García, Francisco de Bernardo Fernández, Manuel Rebollo Laínez, desconocido y Francisco Rábago de Celis. En la segunda fila, Maximino Sordo Díaz, José Antonio Español Caparrós y Francisco Díaz Vance, interventor municipal. En la tercera fila, José Caveda Arias, Juan Martín Vélez, desconocido y fotógrafo desconocido.

espanolcaparros_caricatura_puertosantamariaEL INGENIERO.
Reproducimos a continuación, actualizado, un artículo del experto en temas marítimos y pesqueros, Antonio Carbonell López, publicado en Diario de Cádiz en noviembre de 2003. /Ilutración: caricatura de Vicente Morató.

Durante años, con el profesor y amigo Paco Piniella, mantuve una sección en Diario de Cádiz sobre el mundo del mar, bajo el nombre genérico de ‘La Meridiana’. Comentaba la importancia de los diálogos que había mantenido con mi hermano Rafael, pescador jubilado ya fallecido; gran parte de los datos que había reflejando en ‘La Meridiana’ se debían a sus conocimientos como lobo del mar.  En una de esas ocasiones me refería la labor tan extraordinaria que había realizado el Ingeniero con los pescadores. También Manolo Roldán, estupenda persona, a quién admiro y aprecio, que trabaja desde la década de los sesenta como técnico --ya jubilado-- en lo que hoy conocemos como Autoridad Portuaria de la Bahía de Cádiz, me había referido en muchas ocasiones el buen hacer del Ingeniero en El Puerto. Y tengo la seguridad que los pescadores onubenses y gaditanos admiraban al Ingeniero.

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De izquierda a derecha, Manuel Martínez Alfonso, José Alvarez Sevilla 'Gavina', Manuel Pérez Pichaco (Montero), Antonio Cólogan Osborne, desconocido, Comandante Jefe del Puesto de la Guardia Civil, José Nowel del Río segundo comandante de la Ayudantía de Marina de El Puerto, el Administrador de Aduanas, José Antonio Español Caparrós y Manuel Sañé, Comandante de Ayudantía de Marina. Misa celebrada en la Lonja del Pescado con motivo de la festividad de la Virgen del Carmen. Año 1974.

Pues resulta que antes de construirse los espigones de Poniente y Levante en la desembocadura del Guadalete, obras que finalizaron en 1970, la entrada de arenas que arrastraban las corrientes litorales y formaban la barra en la boca del río, impedían, al existir peligro de accidente, que los barcos pudieran pasar por el Guadalete a media marea o bajamar escorada. Precisamente sobre uno de los puntos considerado fatídico por la marinería debido a los naufragios que ocasionó porque había un bajo de piedras, el Ingeniero construyó el espigón de Levante. Desde entonces, y han transcurrido 43 años, ninguna embarcación se ha perdido y tampoco se ha ahogado ningún trabajador del mar.

Me han dicho que el día que se hundió la última embarcación en la entrada del río, la recordada ‘Santa Teresa’, había buen tiempo con un poco de mar de leva, incluso el entrañable Pepe ‘el del Vapor’ a bordo del Adriano preguntó a los pescadores si necesitaban ayuda, continuando su recorrido hacia el muelle al no recibir ninguna señal de socorro. Pero en un santiamén el barco se destrozó en el mismo momento que la marea comenzaba a subir y siete pescadores murieron ahogados. El caso es que también los hundimientos en el mismo lugar de los barcos ‘Santa Ines’, ‘Josefa Caturla,’ y el conocido por el apodo de ‘Ojos Verdes’, son referencias de la importancia que hoy tienen las obras que acometió y dirigió el Ingeniero que ejerció la profesión en la Bahía de Cádiz durante 23 años.

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De izquierda a derecha, Antonio Carbonell, Juan Manuel Pedreño, presentador del acto, su esposa Susi Weber, Lourdes Zuriaga y Basilio Rogado, de Televisión Española y la Cadena Ser respectivamente. En el Restaurante El Resbaladero durante Homenaje del sector pesquero  a José Antonio Español Caparros, ‘el ingeniero’;  al exportador de pescados y mariscos José Gutiérrez, ‘Pepe el Chófer’ y al pescador Manuel Bernal Genaro. 14 de julio de 1985. /Foto Garpre. Colección ACL.

Por aquel entonces, una vez construidos los espigones, el Ingeniero mantenía el calado del río al contar con un tren de dragado continuo donde la inolvidable draga de cangilones, la ‘Cinta’, velaba por la seguridad de los trabajadores del mar porque sin ningún peligro los barcos pesqueros y mercantes navegaban por el río. Por eso , recordaba en 2003, hace 10 años, cuando la Iglesia celebraba el Día del Hombre del Mar y se rendía homenaje a pescadores y colaboradores del sector, como al bueno de Pedro Herrera Vaca, patrón y marinero de la Bahía, que había fallecido hacía escasas fechas, también me acordaba de la trayectoria del muy particular y controvertido, pero eficaz y trabajador don José Antonio Español Caparrós, Ingeniero Director de la Junta de Obras de Puerto en El Puerto de Santa María, que todavía nombramos, sin más, como el Ingeniero. /Texto: Antonio Carbonell López.

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el_bato_pacoarniz_puertosantamaria‘El Bato’, fallecido en 1994, era un personaje singular. Si alguien preguntaba por Francisco Merino González, nadie lo conocía. Sin embargo, al que se interesaba por ‘Bato’ lo llevaban hasta el mismo pesquero abarloado en el muelle, donde se encontraba enrolado. Esto ocurre con los motes, apodos y apelativos cariñosos en los pueblos. Una pena que en las mayoría de las ciudades se haya perdido éstos. Personaje querido dentro de la marinería, jamás hizo daño a nadie. Todo lo contrario. A veces se hacía pesado hasta la saciedad, pero simpático. Jamas se sabía en una conversación cuando se iba ‘el Bato’… /En la ilustración, ‘El Bato’. Óleo de Francisco M. Arniz Sanz. 1983.

El crítico de arte Manuel Fernández Nieto, escribía en abril de 1984 sobre este cuadro de Francisco Arniz (ver nótula núm. 1822 en GdP), que representa al marinero Francisco Merino González, ‘el Bato’, expuesto en una muestra del pintor en Barbate hace 29 años: «Ahí queda eso», pudo decir Arniz, descansando., cuando dió el último golpe de pincel al retrato de ‘el Bato’. Golpe de pincel --hay que subrayarlo--. porque lo que utilizó para alcanzar un resultado tan asombroso fue una técnica que está a medio camino entre la pintura y la escultura. El busto de ‘el Bato’ tiene un dinamismo que le permite avanzar, salirse del cuadro, discutir, si llegara el caso, acerca de su indiscutible autenticidad. Puede ocurrir que en este momento haya dos ‘Bato’ en el mundo: el de piel y hueso, y el de Arniz. No importaría que éste no se pareciera a aquél. De cualquier forma,  los buenos retratos superan esa ingenua exigencia del simple parecido, que queda,  como un poso, como la cáscara de una semilla germinada y convertida en árbol. Lo que interesa es el árbol, y aquí está plenamente conseguido.

Esas resquebrajaduras, esos barrancos abiertos en las mejillas fumadoras y en la garganta cargada de afonía: el agua que empaña el cristal de los ojos de mirada ausente, tierna, resignada; el pelo, trigal maduro zarandeado por vientos de dirección contraria; el jersey, que flota sobre una anatomía predominantemente ósea, y esa oreja... elefantina, volandera. amenazadora, si ‘el Bato’ no fuese un hombre-niño tan bueno como el pan bendito.» 

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La parroquia del Carmen y San Marcos estuvo entre 1965 y 1970 en los bajos del edificio del actual Ayuntamiento. A la derecha, en la plazuela de Las Bodegas, vivía nuestro protagonista.

Vivía en la plazuela de Las Bodegas, frente a donde está situado hoy el Teatro Pedro Muñoz Seca. Por su cercanía con la parroquia del Carmen y San Marcos, desde su fundación entre 1965 y 1970 en la plaza del Polvorista y posteriormente en la Avda. de la Constitución, pasaba mucho tiempo por allí,  cuando no andaba embarcado. Unido sentimentalmente a Rosario, a la que llamaba no sabemos si con respeto o temor ‘la Cortijera’, tenían un hijo. Ramón González Montaño, el párroco que latinizó su apodo llamándolo ‘Bato-Batus-Batista’ con una mijita de retranca, consiguió, de acuerdo con la pastoral que se había trazado, que contrajeran matrimonio canónico. ‘Bato’ se hizo un habitual de la parroquia y de los lugares satélites de la misma, el Bar ‘El Rempujo’, ‘Las Cadenas’, ‘El Ermitaño’ de los Gil, cuando se encontraba en el actual Ayuntamiento. Luego, en su emplazamiento definitivo, donde los ‘paraderos alternativos’ serían bar ‘Juanito’, la taberna ‘Pauyata’ donde hoy se encuentra la Comisaría de Policía y donde curiosamente Monseñor José María Cirarda puso la primera piedra de la parroquia del Carmen, aunque luego no se construyera allí y si en frente; ‘La Ponderosa’, con sus idas y venidas con Pepe Basteiro que lo quería mucho y su médico de cabecera, Manuel Peréz-Blanco Muñoz (ver nótula núm. 1187 en GdP); y, en la calle Aurora, la taberna de Vicente Gómez Messeguer, tío de los Soriano Gómez, conocido como Vicente ‘el Borriquete’ excelente patrón de pesca que fue del pesquero ‘Paco Rota’; y posteriormente el Bar ‘Dani’, donde se asentó, cultivó muchas amistades y donde se le recuerda.

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La aserradora de Soriano, en la trasera de la Casa de las Cadenas, en la Avda. de la Bajamar, vemos en el centro de la imagen a Luis Soriano (ver nótula núm. 1009 en GdP), en 1961.

Otro de sus paraderos era la aserradora de Soriano, luego marisquería, trasera del Palacio de las Cadenas, tristemente célebre por su derribo. Tenía un hermano que era empleado municipal y era familiar de Luis Merino, muchos años camarero de la Cervecería Skol, hoy Cervecería ‘El Puerto’.

En San Marcos se relacionaría con Faustino Navas, Antonio Naranjo, José Luis Álvarez Sevilla ‘Gavina’, Gerardo ‘el Carpintero’, Domingo Renedo, Antonio Herrero Tello, Pepe Alonso, Miguel ‘el Cubano’, Gaspar Luis Ramírez Perea… Y con esas reuniones y otras, era peculiar verlo desenvolverse, en su perorata, cariñosa, entrañable, pero jartible al final: «--Nuestra señora del Carmen nos Ampare» cuando se encontraba en el ambiente parroquial; o para entrar en alguna reunión de amigos, «--¿Usted conoce a Don Domingo Renedo?» y Renedo estaba presente en la reunión en la que quería introducirse. En la Cruz Roja: «--La Cruz Roja es muy ‘repetada’», porque ‘el Bato’ se quería poner fino y al final añadía o quitaba letras a sus palabras: «--La Virgen del Carmen nos ‘acompañes’». Soltaba una frase, se iba andando diez pasos, volvía, soltaba otra frase y así, el momento se podía hacer eterno hasta que había que indicarle que se marchara tras tantas interrupciones. Como afirma un marinero que lo conoció: «--’El Bato’ se sabía cuando llegaba, pero nunca cuando se marchaba».

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El variopinto y movido ambiente de la lonja pesquera cuando estuvo en la margen del río lindera con la Avda. de la Bajamar, hoy aparcamientos, locales comerciales y terminal marítima del catamarán.

Estuvo embarcado durante muchos años en los pesqueros de la sociedad García Sánchez-Sánchez Carbonell: Nuevo Pepe Carlos, Horta Grana, Ballena Blanca, Pepe Carlos, José Vicente. Y en los barcos de Francisco Perles Martínez ‘Paquito Marichea’: Nuevo Moruno, Danubio Azul, Marichea. También en los de la familia Roselló Castell: Juan y Guillermo, Matilde Castell, Jaime y Angelita.

‘El Bato’ no prolongó su matrimonio con Rosario. Algo tuvo que ver su afición por la bebida, aunque no era una persona malage, si acaso jartible. La mar no perdona, y los excesos con el tabaco y los caldos de la tierra le pasarían factura: pasaría el final de sus días en una casa de acogida en la calle Cielos frente a donde tuvo el Dr. Pérez Blanco su consulta, en las cercanías de la Plaza de Abastos. En quel hogar, regentado por Cáritas, se daban comidas a los transeúntes indigentes siendo atendido por Pepe González Montaño, Juan Buhigas, Pepe Serrato Barragán e Ignacio Gaztelu, entre otros. Su sepelio lo celebró el diácono Juan Villarreal Panadero (ver nótula núm. 637 en GdP) dejando este mundo en 1994.

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De izquierda a derecha, Luis Otero Sánchez, Adrián León Manito, Juan Jesús Franco Núñez (Mejor empresario 2005, hoy en Zaragoza dirigiendo una consultoría empresarial así como negocios inmobiliarios) y, en primer término, Manuel Quintero 'El Chumi' (ver nótula núm. 1.110 en GdP), quien da nombre a una conocida Peña Flamenca de la Ciudad. En el Bar 'La Marea', conocido popularmente como 'Los Cristalitos'. /Foto: Colección V.G.L.

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En la fotografía aparecen dos hosteleros muy vinculados al sector pesquero, por la proximidad del Bar 'La Marea' conocido por 'Los Cristalitos', a las desaparecidas Lonja Pesquera, Cofradía de Pescadores y el barrio, eminentemente marinero.

Adrián León Manito era propietario del Bar 'El Castillito-Casa Adrián', en la plaza del Castillo, en la esquina con la Bajada, justo en la estancia donde hoy se encuentra la Oficina de Turismo y donde estuviera --cuando era sede de los Juzgados-- el despacho del titular del núm. 3, el conocido magistrado, Miguel Ángel López Marchena (ver nótula núm. 039 en GdP). En esa casa vivía Luis Otero quien, de pequeño, empezó a trabajar en el bar de Adrián, como aprendiz.

Ya en 1962, León Manito traslada el bar al Grupo de Viviendas de 'La Pescadería, también en esquina y vuelta de la calle Compositor Javier Caballero y Micalea Aramburu, mas cerca del río. Allí Luis Otero llegaría a ser el encargado tras caer enfermo su propietario; al fallecimiento de éste, Otero llega a un acuerdo económico con la viuda al la que finaliza comprándole el negocio en el que permanecerá Luis, hasta su jubilación hace unos años, estando cerrado en la actualidad.

El paisaje de aquellos bajos comerciales de los bloques de 'La Pescadería' frente al 'Resbaladero' permanece en la memoria de muchos aún hoy día. El Bar 'Los Cristalitos' lugar de copas de Vino Fino previas a las comidas comerciales de armadores, minoristas, exportadores, patrones y pescadores que se celebraban en 'El Resbaladero'. 'La Marea' era el epicentro de la activad comercial: las transacciones económicas en torno al mundo del sector extractivo y comercial de la pescadería. El Bar 'La Marea' tenía, a su derecha la vendeduría de Miguel Roselló, mas tarde socio con Juan Avargues; a su izquierda en el actual Bar 'Ben & Jerry' la vendeduría de José Agarrado Macías, mas tarde de José Cuevas Mateos, quien fue presidente del Racing Club de Futbol. Y en la esquina con la calle Maestro Veneroni, el almacén de Nicanor Gómez Recalde, 'Los Caballos' más tarde de José Manuel García Gómez, su sobrino; y en la misma calle el Bar y Estanco de 'La Lucha' (ver nótula núm. 145 en GdP), donde el armador y vendedor José Agarrado tenía antes sus oficinas; frente al muelle, la vendeduría de Juan Hernández Navarro; también frente por frente, cruzando la calle, además de la Bajada del Castillo, tenía a la derecha el Colegio de 'La Pescadería' y el bar de 'Antonio Sucino' y la peluquería Reyes; el bar sobrevivió  el traslado de la Lonja a la Otra Banda, a finales de los setenta del siglo pasado.

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