El Puerto de Santa María ha despedido a Manoli Bautista Pérez (1959-2025), mujer de temple y corazón abierto, que a lo largo de su vida entregó lo mejor de sí misma a los más desfavorecidos. Hija de José Bautista Romero, natural de Arcos de la Frontera, y de la portuense Josefa Pérez Alfaro, llegaron a ser 12 hermanos de los que sobrevivieron 7. Conoció pronto la dureza de la vida: con apenas once años dejó los estudios para ayudar económicamente a su familia.
| Texto: Juan Manuel Rodríguez-Gay Palacios
No siempre que visito El Puerto paso por la playa de La Puntilla, pero hace unos días lo hice y el primer pensamiento que tuve fue para Pedro Seca [abuelo de Pedro Muñoz Seca]. Me encontraba ante ese camino de tablas que, aunque no te lleva a la orilla, te acerca un tramo y no pude evitar visualizarlo trabajando cada mañana en ese camino que conducía a sus baños. A pesar de haberle cedido su sitio en “Una mirada al pasado: ascendencia de una familia portuense” --mi humilde y queridísimo primer libro que dedico a mis antepasados-- siento la necesidad de compartir en estas páginas, aunque de manera resumida, parte de ese par de capítulos con los que procuro rendirle un pequeño y merecido homenaje.
| Texto: Enrique Pérez Fernández | Imágenes generadas con IA a partir de fotografías antiguas.
De cuando en cuando vamos a recoger y comentar hechos y anécdotas que ocurrieron en El Puerto de Santa María en distintas épocas. Como la vida misma, algunos serán jocosos, otros tristes y trágicos, predominando las historias cotidianas y populares, sin faltar las paranormales. Darán pie a presentar escenarios de la ciudad hoy perdidos o muy transformados. Y quizás algunos lectores de Gente del Puerto puedan reconocer los nombres de algún lejano familiar.
Sin más, comenzaremos por un suceso con ribetes cómicos pero que terminó en tragedia. Ocurrió el 18 de julio de 1919 en el Parque Calderón, habitual lugar de paseo y solaz de los portuenses de la época.
| Texto: Ignacio Moreno Cuñat [*]
El vaporcito surcaba la bahía más pájaro que barco. Flotaba antiguo sobre las olas como esas viejas gaviotas sabias que apenas tienen que mover las alas para volar. El vaporcito traía de Cádiz risas de Carnaval y se llevaba a la Caleta el aroma embriagador de los vinos de El Puerto de Santa María. El vaporcito nos embarcaba a un viaje a Cuba de andar por casa y a la vuelta nos traía en el alma un recuerdo de habaneras. El vaporcito, que durante tantos años fue el símbolo marino de El Puerto, se nos pudre a la orilla de la nada con la proa aún erguida, pero con el alma rota.
| Imagen generada con IA basada en fotografías del Vapor Adriano III
| Fuente: Bonfort’s Wine and Spirit Circular (Nueva York), 10-12-1916
| Texto: Bernardo Rodríguez Caparrini
La prestigiosa revista estadounidense Bonfort’s Wine and Spirit Circular (Nueva York), especializada en el comercio de vinos y licores, informó en su edición de 10 de diciembre de 1916 de que “Mr. Carlos J. Cuvillo”, perteneciente a la reputada casa exportadora portuense Gómez, Cuvillo y Cía., había partido tres días antes del puerto neoyorkino a bordo del vapor Montserrat con destino a Cádiz, tras haber permanecido ocho meses en los Estados Unidos, “con objeto de familiarizarse minuciosamente con el estado del negocio en varios sectores”.
| Juan María Maestre y Lobo | Imagen generada por IA, a partir de un dibujo aparecido en El Cruzado Español: 7. 14 de marzo de 1930.
| Texto: José María Morillo.
Por los vericuetos de la historia decimonónica española asoma la figura de Juan María Maestre y Lobo, nacido en El Puerto de Santa María en 1828, y que acabó sus días en Sevilla en 1910. Lejos de ser un militar más, Maestre fue uno de los principales artífices del aparato artillero del carlismo durante la Tercera Guerra Carlista, convirtiéndose en uno de sus máximos estrategas.
| Texto: Enrique Pérez Fernández | Imágenes generadas con IA
Aquí termina la serie que en los últimos meses hemos presentado en Gente del Puerto acerca de las vidas de los marqueses de la Cañada y el patrimonio cultural que acumularon durante gran parte del siglo XVIII en su casa-palacio del portuense Campo de Guía; un adelanto de la monografía que actualmente escribo sobre la historia de la familia Tirry. En este último texto resumo los hechos que marcaron las personalidades de los marqueses y las huellas de un legado perdido que hemos evocado.
La colección de pintura. Murillos a orilla del Guadalete
| Imagen generada con IA.
| Texto: Enrique Pérez Fernández
Juan Tirry, el II marqués de la Cañada, comenzó a formar su colección pictórica a fines de la década de 1720, a la vez que las de objetos arqueológicos, científicos y etnográficos, el monetario y la biblioteca. Los testimonios de los ilustres visitantes que la conocieron no refieren el número de obras que la formaban, se limitaron a destacar las que consideraron más notables, que en suma fueron quince: ocho Murillos y siete de tres artistas de los Países Bajos (Cornelis Cort, Van Ostade y Van Mieris).
En la investigación que realizo sobre los marqueses aún queda mucho por averiguar de la pinacoteca, dudas por resolver, ampliar en lo posible el número de lienzos hoy conocidos y localizar los que aún puedan existir en manos privadas y en museos. Por tanto, lo que aquí y ahora expongo tiene un carácter parcial y provisional.
Manuel Pinto Muñoz, (El Puerto de Santa María, 1937-2019), fue de esos personajes que uno se encuentra en las esquinas del alma de un pueblo. Le decían ‘Tagarnina’, ‘Tagasnina’ o ‘Taga’, y ni él sabía por qué. “Cosas de chiquillos”, decía, mientras se encogía de hombros con media sonrisa. Lo que sí sabíamos todos es que su vida giraba en torno al Rácing Club Portuense de toda la vida, al que quería con ese cariño sin condiciones: «aunque no valga nada, pero para mí vale mucho», nos decía.
La biblioteca, el inquisidor Pedro Sánchez y el naufragio (y II)
| Imagen generada con IA.
| Texto: Enrique Pérez Fernández
El inquisidor Pedro Sánchez
Una vez que falleció Guillermo Tirry en febrero de 1779, apareció por su casa un siniestro personaje de nombre Pedro Sánchez, comisario de la Inquisición en Cádiz. Registró a fondo la huérfana biblioteca y requisó 550 libros prohibidos por ser contrarios a la doctrina católica. Años después, en 1788, se lo decía en una carta al Inquisidor General: “En este asunto como en otros que han ocurrido, sin omitir la Visita General de las Librerías públicas y de algunas particulares, especialmente la del Marqués de la Cañada difunto, vecino del Puerto de Santa María, a donde pasé y recogí 550 libros prohibidos”.
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