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Ana Ramírez de Piña, en la Librería de Ferrocarriles. /Foto Col. María Jesús Vela.

Ana y María Ramírez de Piña eran naturales de Montanchez (Cáceres), el pueblo de los buenos jamones y los vinos de pitarra, que vinieron a El Puerto junto a su hermano Francisco --funcionario municipal y padre de Francisco Ramírez Tallón ‘Koki’--, dado que su padre, José María Ramírez de Hoyo, funcionario que fue de la cárcel de mujeres situada donde hoy se encuentra el Hotel Los Cántaros, había sido destinado a El Puerto. Aquí regentaron la Librería de Ferrocarriles de la antigua Estación Tren.

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Ana Ramírez de Piña, en la Librería de Ferrocarriles. /Foto Col. María Jesús Vela.

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María Ramírez de Piña, con el kiosko mas actualizado. /Foto: Ana María Brea.

 

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Ricardi, en el balcón de su casa en los soportales de la Ribera. /Foto: Jaro Muñoz.

El pasado miércoles Rafael Ricardi se fue a dormir la siesta y no se despertó. Murió aparentemente tranquilo tras una vida marcada por muchos dramas y un episodio traumático. Pasó 13 años de la cárcel acusado de una violación que no había cometido. Pudo salir y cobrar algo más de un millón de euros, la indemnización más alta que se ha concedido en España por un error judicial. Con ese dinero compró la casa en la que falleció durmiendo.

La vida de Ricardi nunca fue fácil. Nació en 1960. En El Puerto le conocían como El Caballito por su forma de caminar, derivada de un accidente que había tenido de joven. Era drogadicto y deambulaba durmiendo muchas noches en la calle. Esa condición de bala perdida fue fundamental para incriminarle en un delito en el que nunca participó. La noche del 12 de agosto de 1995 una joven de 18 años fue violada y la Policía le detuvo tras descubrirle durmiendo bajo un puente. Él negó todo pero la mujer le identificó.

Empezó la cadena de errores. Un informe del Instituto Nacional de Toxicología de Sevilla sobre restos de semen detectó algunos genes de Ricardi. La Audiencia Provincial le condenó a una doble pena de 18 años de cárcel. Aún siendo inocente, fue encarcelado. La Policía esperaba que con su encierro se acabara la oleada de violaciones en la zona. Pero no fue así. Continuaron y una inspectora, Raquel Díaz, se puso al cargo de la investigación. En el 2000 un estudio sobre el mismo semen determinó, con mejores técnicas, que no pertenecía a Ricardi pero la Audiencia no cambió su pena porque consideraba fundamental la declaración de la víctima.

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El inocente tuvo que esperar a que en 2007 fuera detenido uno de los verdaderos autores, un hombre de 53 años, bajito y con un defecto en la visión. Igual que Ricardi. Fue detenido por otra causa y, al extraerle ADN, coincidió con el encontrado en cuatro violaciones, una de ellas, por la que él había sido detenido. La Policía resolvió poco después el caso con la detención de otro hombre. Tras destaparse el caso, la Asociación Proderechos Humanos de Andalucía llevó su defensa para sacarle de prisión, algo que ocurrió en 2008, y poder cobrar una indemnización por aquel grave error, que cobró en 2010 con medio millón de euros. Mientras tanto malvivió con una ayuda de 421 euros. Ricardi se llevó después la alegría de otra sentencia de la Audiencia Nacional que duplicó su indemnización hasta superar el millón.

Durante su estancia en prisión, Ricardi nunca recibió visitas de familiares, de los que se había alejado a causa de la droga. Sus parientes explicaron que había sido un hombre perdido, de incierto destino, y que, al menos, la cárcel le sirvió para desintoxicarse y tener un plato siempre por delante. Al salir le arroparon en esta nueva oportunidad que le daba la vida. Pero le quedaban aún algunos dramas.

Su hija Macarena, que llegó a aparecer en los platós de televisión, advertía de que su padre estaba siendo manipulado. “No se toma su medicación y va a acabar muy mal”, advirtió en 2012. Tras conseguir la indemnización, abrió un procedimiento judicial para intentar declararle incapacitado y gestionar ella esa nueva fortuna. Alertaba de que en poco tiempo, tras comprar una casa, conseguir pareja y retomar su actividad, apenas quedaban 60.000 euros en su cuenta. El juzgado que, durante unos meses, le retuvo el dinero, determinó en la sentencia que desestimaba aquella declaración de incapacidad que era “comprensible” su deseo de recuperar la vida.

Ricardi había rehecho su vida con una mujer y había recuperado la relación con otros hijos, con los que estuvo trabajando en una caseta de la feria de El Puerto celebrada hace apenas dos semanas. Según publicó Diario de Cádiz, tenía previsto casarse pronto. “Siempre tuvo una sonrisa, a pesar del drama que sufrió. Fue un ejemplo de lucha”, destacaba su abogado Juan Domingo Valderrama. Ricardi siempre decía que nadie le pidió perdón por el error cometido con él pero que, transcurrido todo este tiempo, tampoco lo quería. Quienes le han tratado estos últimos meses han coincidido en señalar que parecía un hombre tranquilo y feliz. Murió con 54 años, aunque sólo 41 años los vivió en libertad. /Texto: Pedro Espinosa.

Más de Rafael Ricardi en GdP: Nótula núm. 938  

Escena histórica, obra del pintor José Aparicio Inglada, que representa el desembarco de Fernando VII y la familia real en El Puerto de Santa María de Cádiz el 1 de octubre de 1823.

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En primer término la falúa real y en el muelle multitud de personajes. En el centro, el Monarca y el duque de Angulema estrechan sus manos. A ambos lados de ellos, personajes de la Casa Real y detrás, representantes de la nobleza española, generales franceses, así como el clero y personalidades del Ayuntamiento de la Ciudad. Al fondo, la Aduana (Real Fábrica de Aguardientes y Licores) y el Castillo de San Marcos, y otros edificios, en cuyas terrazas y balaustradas se agolpa la muchedumbre. 

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Vista de El Puerto de Santa María, desde el Castillo de San marcos. Los soldados al mando del Duque de Angulema, en el Patio de Armas del Castillo, al fondo Cádiz y los barcos que traían libre a Fernando VII, después de liberarlo en Cádiz, para llegar a los muelles de El Puerto. (Colección L.S.A.)

Durante el Trienio Liberal (1820-1823) Fernando VII se vió obligado a jurar la Constitución de 1812 y aceptar, por lo tanto, el modelo liberal y constitucional al que era contrario. La Santa Alianza, formada por los países que defendían el modelo absolutista en Europa, deciden en el Congreso de Verona de 1822 intervenir en España para restablecer el absolutismo en la persona de Fernando VII y, para ello, Luis Antonio de Borbón y Saboya, duque de Angulema, se puso al frente del Ejército de Los Cien Mil Hijos de San Luis. Ante el avance inminente de las tropas francesas hacia Madrid, las Cortes liberales deciden trasladar al Rey a Cádiz, reteniéndole en el Palacio de la Aduana (sede de la actual Diputación Provincial). Pero el duque de Angulema avanzará imparable hasta El Puerto de Santa María, situándose frente al edificio en el que se encontraba el Rey, por lo que las Cortes liberales no tuvieron más remedio que capitular y liberar al monarca de su cautiverio. Así, el  1 de octubre de 1823 Fernando VII embarca en la falúa real para realizar la travesía marítima más larga de su vida, y cruzar la Bahía de Cádiz. El cuadro constata este hecho histórico que, en  definitiva, significa el fin del Trienio Constitucional y da comienzo a la denominada “Década Ominosa” (1823-1833).

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“Llegada de Fernando VII en una falúa al muelle de El Puerto de Santa María”. Litografía. (Colección de Antonio Osborne Vázquez en 1959)

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Los personajes de la familia real son claramente reconocibles, gracias a que José Aparicio dejó por escrito, en un documento, la descripción del cuadro, aclarándonos entre otras cuestiones el asunto y los nombres de los personajes representados en el mismo. Así sabemos que a la izquierda del Rey aparecen: la Reina María Josefa Amalia de Sajonia; la infanta Luisa Carlota llevando de la mano a su hija mayor, su esposo don Francisco de Paula, la infanta Princesa de Beira, María Teresa de Braganza y, delante de ella, su hijo el infante Don Sebastián Gabriel, sobre cuyo hombro apoya la mano. A continuación los otros infantes niños, en brazos de sus amas de cría vestidas con trajes provinciales y en el extremo de la falúa, un guardiamarina y varios muchachos subidos a los palos, con el fin de llamar la atención con sus gritos. Los personajes a la derecha del duque de Angulema son los siguientes: los infantes María Francisca de Asís y Carlos María Isidro que lleva de la mano a su hijo el infante Carlos Luis, conde de Montemolín. Detrás y sobre la escalera aparecen varios sacerdotes y figuras eclesiásticas cubiertas con capa pluvial y bajo palio, entre ellos aparece el arcipreste de El Puerto, con el Limnum Crucis, la Cruz de Cristal de Roca y el Palio que en la se continúan conservando en la Iglesia Mayor Prioral. A continuación y algo más alejado, se ve a la comitiva del Ayuntamiento con sus maceros y, en la parte más baja, vemos a varios generales franceses y militares españoles.

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Grabado que representa una escenas del  desembarco del Rey Fernando VII y su familia en El Puerto de Santa María el año 1823, retenido en Cádiz por los liberales por sus veleidades absolutistas.  J.P. Wagner sobre dibujos de Andreas Rossi. Siglo XIX. (Colección J.S.A. Bruselas).

Texto del Grabado: «DIA 1 DE OCTUBRE DE 1825. SSMM DESEMBARCAN FELICEMENTE EN EL PUERTO DE S: MARÍA, CON SSAARR LOS YNFANTES.
SAS el S Duque de Angulema el SS Duque del Ynfantado y todas las Autoridades los reciben á su desembarque y un inmenso gentío con aclamaciones de gozo veneran al deseado FERNANDO. Segun lo dispuesto por Exmo S. Capitán General de los Reinos de Andalucía se dedica a todos los Españoles Religiosos honrados, amantes y fieles a su amable Soverano el S. D. FERNANDO VII Q.D.C.

El lienzo principal que ilustra esta nótula, que tardó cinco años en realizarse, reproduce el lienzo de gran formato (7 x 4 metros), destruido en el incendio del Convento de las Salesas Reales de Madrid en 1915, donde se encontraba instalado el Tribunal Supremo. José Aparicio, como pintor de Cámara de Fernando VII, había pedido permiso al Ayuntamiento de Madrid para representar en un monumental cuadro el acontecimiento aquí narrado. De este modo, una vez concluida la obra en 1827, el Ayuntamiento obsequió con este lienzo al Rey y pasó a formar parte de las colecciones reales del Museo del Prado y éste a su vez, lo depositó en el Tribunal Supremo en 1883. Además nos consta que los Ayuntamientos de El Puerto de Santa María y el de Jerez de la Frontera solicitaron sendas copias del mismo, sin embargo la historiografía considera que el cuadro que se conserva en el Museo del Romanticismo sería otra obra reproducida por Aparicio una vez ya concluido el primigenio, de 82 x 115 cms.

jeancharlesdavillier_puertosantamariaEn 1862, el pintor y dibujante Gustave Doré (1832-1883) convence al barón Jean Charles Davillier (1823-1883) para emprender juntos un largo viaje por España, [en cuyo periplo recalaron en El Puerto]. Davillier, que había visitado la Península Ibérica en varias ocasiones, era a la sazón un competente hispanista, interesado principalmente en la cerámica, materia en la que llegó a convertirse en el mayor experto europeo de la época. Doré, animado por Davillier, acariciaba ya la idea de realizar una edición ilustrada del Quijote en Francia (actualmente, quizá la más conocida de cuantas circulan por el mundo) y, durante el extenso periplo por España, tomó centenares de excelentes bocetos. Davillier y Doré recorrieron en su travesía casi todo el país. Sus impresiones quedaron recogidas en un libro que apareció con el título L`Espagna en 1874 y los grabados se publicaron entre 1862 y 1873. (Gustavo Doré & Charles Davillier, Viaje por España (1874), vol. 1, Madrid, Ediciones Grech, 1988).

EN EL PUERTO.
«Salimos de Cádiz una fresca mañana en una de esas barquitas de mástil corto y larga vela latina que los andaluces llaman falúas y que estaba adornada por delante con dos grandes ojos pintados de rojo como un speronare siciliano. Un fresco viento hinchó pronto nuestra blanca vela, y la falúa surcó rápidamente las aguas azules y transparentes de la bahía de Cádiz. El Puerto, donde debíamos desembarcar, solo está a dos o tres leguas  de Cádiz. Ya divisábamos sus casas, que se dibujaban como una línea blanca entre el azul del cielo y el del mar, y más lejos, en la costa, Rota, célebre por sus vinos. Pronto dejamos a la izquierda la Puntilla y la batería de Santa Catalina, y unos instantes después abordaba nuestra falúa en el muelle, lleno de barcos cargados con toneles de todos los tamaños.

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El Puerto, que también llaman Puerto de Santa María, está situado en la desembocadura del Guadalete, que va a verter sus aguas en la bahía de Cádiz. Es el almacén y el puerto de embarque de los vinos de Jerez. La ciudad, que es blanca, alegre y limpia, es como un Cádiz diminuto. Visitamos sus bodegas, grandes cuevas anticipo de las de Jerez, y su plaza de toros, una de las mejores de toda España y mucho más frecuentada por los aficionados que la de Cádiz.

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Los toros del Puerto es el título de una canción andaluza, popular en toda España y que pinta maravillosamente el entusiasmo de los habitantes de Cádiz por la fiesta nacional:

¿Quién se embarca para el Puerto?
Tal es el estribillo de la canción.
¡Que se larga mi falúa!,
grita el marinero; después, dirigiéndose a una joven andaluza que va a entrar en la barca:

voyageenespagne_puertosantamariaSeñorita,
         levantusté esa patita
         y sartusté a este barquito!
         No se le ponga a usté tuerto
         el molde de ese moniyo!»

Como escribía Antonina Rodrigo en El País, en un artículo publicado en1983: «los dos viajeros franceses iban, a recoger la última versión de la España romántica. El pintoresquismo que habían descubierto y explotado sus antecesores: Chateaubriand, Washington Irving, Prosper Merimé, Richard Ford, Henry D. Inglis, Mathew Gregory Lewis, David Robert, Teophile Gautier..., cambiaba de signo. El ferrocarril empezaba a. extender sus dominios, y poco a poco derrocaba a la diligencia, a la tartana, a la galera ... Los caminos ofrecían más seguridad y, para los amantes de lo imprevisto, era incierto el encuentro Con la folklórica partía de bandoleros. El traje típico se relegaba al pueblo llano, y pronto los obreros cambiarían de estilo con la proletaria blusa y la alpargata. Pero lo que, en plástica, iba a dar el cerrojazo al romanticismo era la imagen como documento». /Texto: C.d.C.

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josefasanchezllebret_puertosantamariaDe la familia marinera compuesta por el matrimonio entre José Sánchez Romero (1852), de profesión de la mar y guarda del Vapor, como consta en el padrón de habitantes de 1911, y Dolores Llebret Pellicer (1858), nacieron siete hijos, que relacionamos a continuación por orden de fechas de nacimientos: Manuel (1864) José Benito (1866),  María Dolores (1871-1956), Josefa (1874-1935?), los gemelos Manuel y Ramón (1877) y José Joaquín, (1883-1958), todos nacidos en El Puerto de Santa María.

María Dolores Sánchez Llebret, estuvo casada con Fernando Pasage Blandino, (dueño del Bar “La Mezquita” y del kiosco de bebidas del Parque,  que luego fue Club Taurino). Tuvo tres hijos: María Dolores,  Manuel y Fernando Pasage Sánchez. Este último, contrajo matrimonio con María Martínez Dopeso y tuvieron cuatro hijos: Asunción, Fernando, María Cristina y Manuel, que viven aún en nuestra ciudad.

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El kiosko de Fernando Pasage Blandino, que luego fue Club Taurino, y que despareció por el expedito método de la piqueta en la última década del siglo XX.

El hermano pequeño de Josefa se llamaba Jose Joaquín, fue tipógrafo y realizaba los carnés de propaganda veraniega, patrocinados por el Ayuntamiento del El Puerto. Se casó con Eloísa Artola Ortiz y tuvieron seis hijos: Alberto, Carlota, Josefa, Dolores, Joaquín y Eloísa. Aún viven Dolores,  Eloísa y sus descendientes.

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Carnet oficial del Verano de 1927.

La protagonista de este escrito, Josefa María de los Dolores Sánchez Llebret, como consta en su partida de bautismo,   nació nuestra ciudad en la calle Los Bolos nº 2, el día 22 de Octubre de 1874.

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En el número 2 de la calle Bolos, en el entorno de las Siete Esquinas, nació nuestra protagonista.

Sus primeros comienzos artísticos  los realizaría muy joven en la provincia de Cádiz, actuando en cafés cantantes. Posiblemente,  emigró a finales del siglo diecinueve a Sevilla. En estas fechas partían a la ciudad de la Giralda, todas las jóvenes que soñaban con ser artistas, como lo hicieron nuestras paisanas “Las Coquineras”. Pudo tener como profesor de baile a  Manuel Díaz Rueda, portuense nacido en 1807. Este maestro de la danza  era familiar por parte materna de Las Coquineras. (Ver nótula núm. 1.042 en GdP). 

Josefa partió  de El Puerto con el oficio  del cante y del  baile bien aprendido. Según su nieta Josefa Cárcamo Sánchez, también tocaba la guitarra y en muchas ocasiones se acompañaba con ella. En el padrón de habitantes de Madrid en 1914 figuraba como corista y en el de 1925 tenía la profesión de artista.

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Café Cantante a finales del S. XIX en Sevilla.

Estuvo unida sentimentalmente a un guitarrista flamenco de nombre Antonio Moya, andaluz de nacimiento, probablemente sevillano,  con el que tuvo dos hijas,  a las que no inscribieron en el registro civil,  cuyos  nombres eran  Pilar y Julia. He buscado a Antonio Moya en los padrones de la capital de España,  desgraciadamente sin ningún resultado.  Como última opción me dirigí a los amigos artistas y a algunos aficionados mayores, muy ligados al flamenco de esta ciudad, pero no me dieron datos aclaratorios, aunque sí habían oído hablar de él.

A principios del siglo XX,  Antonio Moya acompañó con su guitarra a Josefa durante diez años por cafés cantantes y representando  sainetes cómicos andaluces por  los teatros de la Península Ibérica. Su fecha de fallecimiento podría haber  tenido lugar entre los años 1927 y 1930, pues en 1926  Josefa y Antonio habían visitado a su hija Pilar con motivo del nacimiento de su nieta Josefa, mientras que en 1930 cuando nace otro nieto, Luis, la abuela Josefa ya era viuda.

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Ilustración de un Café Cantante en Madrid. 

Josefa actuó en muchas ocasiones como actriz y corista, fue una mujer que tocó todos los palos de los espectáculos escénicos. Su óbito no he podido tampoco localizarlo en Madrid, donde creo que dio su último suspiro de vida. Me informó su nieta Josefa de que su abuela falleció cuando ella tenía 5 ó 6 años, por lo que creo que esto pudo ocurrir entre los años 1932 a 1935. Fue una mujer que pisó los escenarios durante cuarenta años de carrera artística.

En el padrón del año 1925 se hospedada en una pensión de la calle Jardines nº 14, con su hija Julia Moya y un grupo de artistas. En esta rúa madrileña tuvieron Pepa Oro y Antonio El Macareno, una casa de huéspedes  en el primer tercio del siglo veinte.

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Según los estudiosos del arte flamenco la calle de los Jardines, número 21, albergó el mejor y más conocido de los cafés de cante tanto de la Villa como del resto del país. El café de la Marina fue escenario del inicio y presentación en Madrid de muchas carreras profesionales con proyección internacional de baile, cante y toque de guitarra con sus diferentes estilos o “palos”.

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Calle de los Jardines en Madrid, donde estuvo el Café de las Marinas y, posteriormente el cine Bello. Hoy es un restaurante. Como podemos apreciar en cuestión de cables en las fachadas: "en todas partes cuecen habas"

Josefa les metió el veneno del artisteo a sus dos hijas, las preparó para vivir de la farándula, fueron a academias de baile flamenco y de escuela bolera,  en estas fechas  muy de moda en nuestro país.

En la Ciudad del Gato, moraron muchos artistas del El Puerto, entre los años 1880 a 1920. Alguno de estos fueron: Antonia y Josefa Gallardo “Las Coquineras”, María del Carmen Gallardo “La Gaditana”, bailaora, cantaora y tía de las Coquineras y madre de la bailarina y bailaora Amparo Pozo Gallardo; Rafael Bermúdez Castro Rivas, el gran actor portuense y galán del teatro de su tiempo, José Talavera Gabriel polifacético actor, director de teatro, cantor de zarzuelas y cantaor conocido en El Puerto, por Talavera o Julepe, Los Monge Antúnez, conocidos por Los Chaquetas, artistas del flamenco y Teresita Mazzantini, nombre artístico de Teresa Ros Uceda o Teresa Uceda, nacida en El Puerto en los años setenta del siglo XIX a la que  he buscado en los archivos de Cádiz, Jerez, Sanlúcar de Barrameda, Madrid y también en nuestra ciudad sin ningún resultado. Hay mucha leyenda detrás de esta dama del cante. He escuchado comentarios de viejos aficionados portuenses que dicen falleció en Sudamérica y fue trasladada a España y enterrada en Madrid, ¡vaya usted a saber!

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Pilar Moya Sánchez (o Pilar Sánchez Llebret) durante una actuación en Méjico.

Pero volvamos a Josefa Sánchez Llebret. Ésta fue una mujer valiente y liberal, pues tener cinco hijos naturales en aquellos tiempos era una verdadera locura y estaba mal visto por la sociedad.

La primera de sus hijas fue Salvadora Sánchez Llebret,  de la que no conocemos el lugar de nacimiento, aunque suponemos que pudo ser en El Puerto. Falleció de tuberculosis en nuestra ciudad el 23 de noviembre de 1914, con tan solo 21 años en El Puerto de Santa María. La noticia sobre su sepelio aparece en las páginas de Revista Portuense de 25 de noviembre de 1914.  Su acompañamiento estaba formado por todas las clases sociales y presidieron el duelo Manuel y Fernando Pasage Sánchez, sus primos, y sus tíos José Joaquín y Manuel Sánchez Llebret. Se dio la circunstancia de que  Salvadora, que aparece en la prensa con los apellidos Tey Sánchez, se había comprometido y tomado de dichos el 22 de agosto de ese mismo año 1914 con el joven empleado de los Ferrocarriles del Norte Manuel García Robiou, con el que desgraciadamente no pudo llegar a celebrar su matrimonio.

María Sánchez Llebret, fue la segunda, pero no se ha localizado la fecha de nacimiento ni tampoco la de su óbito. Por la información obtenida a través de las nietas de Josefa, conocemos que estuvo internada en un convento de monjas donde se dedicaba a bordar un manto para la Virgen. Allí le sobrevino la muerte.

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En la imagen, las dos hijas de Josefa: de izquierda a derecha Pilar, su marido Antonio Cárcamo y Julia Sánchez Llebret (o Moya Sánchez).

Pilar Moya, nombre artístico de Pilar Sánchez Llebret, fue su tercera hija,  nacida en Zaragoza, el 25 de Abril del 1903. Falleció muy joven en Madrid  en 1933. En la calle Gravina nº 11, según el padrón de 1925 de Madrid, vivía con su esposo e hijos. De profesión artista, recorrió con su madre y su hermana Julia, los teatros de todos los rincones de la Piel de Toro y del Norte de África. Estuvo casada con el artista de teatro Antonio Cárcamo Cañizares, nacido el 21 de Julio de 1899, en La Laguna, estado de Santa Catalina (Brasil). Tuvieron tres hijos: Antonio Cárcamo Sánchez,  Josefa Cárcamo Sánchez y Luis Cárcamo Sánchez.

En los años 1922 y 1923, actuaron Antonio Cárcamo y Pilar Sánchez por varias provincias mejicanas. En 1926 cuentan que se produjo un incendio en el Teatro Pavón mientras actuaba Antonio con su esposa, interviniendo éste en la extinción del fuego.  En el año 1927 actuaban en  el Teatro Alcázar de Madrid.

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El Teatro Pavón, en la Revista de la Construcción Moderna. Año 1925.

Julia Sánchez Llebret, cuarta hija de Josefa,  también tomo el apellido de su padre, Antonio Moya, como nombre artístico. Fue una estupenda bailaora. Nació en la villa de la Línea de la Concepción, el 11 de Julio de 1904 y  muere el 3 de Noviembre del 1968 en Madrid. Esta mujer en sus comienzos artísticos fue bailaora, bailarina y corista, acompañó a su madre y formo dúo con su hermana Pilar. En sus diez últimos años de vida fue actriz de teatro. Julia Moya conoció a su esposo el actor Manuel Trujillo, trabajando en la compañía de Lola Flores. Hay personas mayores que la recuerdan como una gran bailaora y en el mejor momento de su carrera artística abandonó el baile, pasándose a la interpretación. También formó parte de la compañía de El Niño Marchena y  de Valderrama. Del matrimonio  nacería una niña  que recibirá el  nombre de  Julia y será también actriz, de ella hablaremos más adelante.

El quinto y último hijo de Josefa y de Antonio Moya fue José Sánchez Llebret, madrileño que nace el 20 de Mayo de 1914 en la calle Ruda nº 14.  Su muerte ocurrió en 1995 en Dreux, Francia. Estuvo casado con Leonor Quel Martínez, nacida 1924 en Ambite de Tajuña (Madrid). Tuvo tres hijos: Ángel (1945 en Orusco de Tajuña, Madrid) Maria de los Ángeles (1947 en Orusco de Tajuña, Madrid) y María Dolores (1954 en  Madrid).

Josefa, llego actuar con sus hijas Pilar y Julia en  numerosas ocasiones.  Las dos hermanas formaron un dúo conocido como Las Hermanas Moya. También fueron coristas de la compañía de teatro de Celia Gámez, la gran vedette de revista de los años treinta y cuarenta. En la Revista Baleares de 20 de Agosto de 1918, pagina nº 8, dice literalmente: “Todas ellas hicieron las delicias de la escogida concurrencia, pues con gracia sin igual las hermanas Moya y la señorita Pazzi Pons, bailaron unos boleros con grandes aplausos de los asistentes”.

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Pilar Moya aparece actuando en la compañía de Celia Gámez, en su revista musical 'Las Leandras'. Mundo Gráfico. 17.11.1931.

La joya de la corona, Julia Trujillo Sánchez, nieta de Josefa Sánchez Llebret, es una de las grandes cómicas del teatro de este país. De casta le viene por parte de sus abuelos,  Josefa Sánchez Llebret y Antonio Moya, y de sus padres Julia Sánchez Llebret y Manuel Trujillo Carrasco, actor de teatro y guionista. Se dejó caer por la capital del reino un 3 de Mayo de 1923 y se fue con los que no vuelven el 27 de Agosto de 2013. Es una de las grandes actrices española, del siglo veinte. Sus actuaciones son numerosísimas en el cine, en el  teatro y en la  televisión. Debutó en el teatro de la mano de sus padres con tan solo 14 años de edad.

En 1980 fundó junto a Manuel Canseco, la Compañía Española de Teatro Clásico, estrenó obras de Calderón, John Murrel, Salom, Paso y Miras, representó también  a Mihura y a Valle Inclán y ha fallecido a los 81 años en la capital de España. Fue expuesta su capilla ardiente en el Teatro la Victoria,  del mismo modo en el que son despedidas las grandes actrices de la escena de este país.

juliatrujillomoya_o_sanchezllebret_puertosantamariaLa Trujillo, tenía el premio a la mejor actriz de habla Hispana de Estados Unidos, entre otros reconocimientos. En televisión, entre los años 1965 y 1980, llego a los hogares españoles actuando en los “Estudio Uno”. /En la imagen, Julia Trujillo Sánchez (o Sánchez Llebret).

Durante dos décadas fue una de la protagonista de la Compañía Nacional de Teatro de María Guerrero, que bajo la dirección de José Luis Alonso, estrenó obras de Valle Inclán, Pirandello, Gorki, Bertolt Brecht y Galdós. Fue presidenta de la casa del actor, a la que dedicó sus últimos años de vida. En muchas ocasiones visitó y actuó en la tierra de su abuela. Recuerdo haberla visto en el hotel Los Galgos de Madrid en 1988 durante la presentación del Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Flamenco, de Editorial Cinterco,  allí estaba charlando con el poeta granadino Luis Rosales, presentador del libro de José Blas Vega y Manuel Ríos Ruiz. Fue una noche muy bonita para todos los que colaboramos en esta obra.

Esta breve semblanza de las vidas de la portuense Josefa Sánchez Llebret  y de su saga, hubiera sido imposible sacarla a la luz sin la aportación de tres mujeres, a las que hay que agradecerles su ayuda, principalmente,  a Josefa Cárcamo Sánchez, hija de Pilar Sánchez Llebret, a María de los Ángeles Sánchez Quel, hija de José Sánchez Llebret,  y a mi amiga Ana Becerra Fabra.  /Texto: Antonio Cristo Ruiz.

 

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Francisco Pérez Bernal (ver nótula núm. 04 en Gente del Puerto) nos dejaba recientemente. El catedrático callejero, como le gustaba denominarse, tuvo una vida intensa siempre en el entorno del mundo del arte. Traemos a estas páginas algunas instantáneas de su vida.

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Una imagen reciente de Caco, con su nuera y su nieta.

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Entre el torero Rafael de Paula y el pintor Juan Lara.

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De izquierda a derecha Ramón Zarco al piano, Caco con las maracas y con las guitarras los hermanos García Merlo con el conjunto Los Starfis.

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Ejerciendo de árbitro en un partido de fútbol benéfico en la Plaza de Toros. A la derecha, José Luis Galloso y el popular lacero municipal, Chaparro.

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En una reunión en Casa Terry. A la derecha, Agustín Merello y Antonio Femenía.

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Dando unos pases vestido de luces, en un festival benéfico.

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La ciudad celebró en 1920 unas Fiestas de aviación, por iniciativa del alcalde Manuel Ruiz Calderón El Ayuntamiento contrató a un aviador que realizó unos 20 vuelos sobre la ciudad

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Imagen tomada por Bernardo Rodríguez Morgado en uno de los vuelos de Bayo Giroud en 1920

Por iniciativa del alcalde Manuel Ruiz Calderón, se celebraron brillantes fiestas de aviación en El Puerto de Santa María el sábado 21 y el domingo 22 de agosto de 1920. Contratado por el Ayuntamiento, el teniente de Infantería y piloto aviador Alberto Bayo, de 28 años, realizó durante esos dos días unos veinte vuelos sobre la ciudad y alrededores a bordo de su biplano francés Caudron G.3, con motor de 80 CV, que había adquirido recientemente por 26.000 pesetas. El terraplén de la playa de la Puntilla durante la marea baja sirvió como improvisado campo de aviación, al que el público podía acceder previo pago de 50 céntimos (tarifa general) o 25 céntimos (niños). En la mayoría de los casos el aviador se elevó con pasajeros, que subieron de dos en dos al aparato. El paseo aéreo costaba 50 pesetas por persona si el vuelo era alrededor de la playa y el doble si se sobrevolaba la población.

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Nacido en Puerto Príncipe (Cuba) el 28 de marzo de 1892, Alberto Bayo Giroud era hijo de Pedro Bayo Guía -coronel de Artillería a su fallecimiento en 1919- y de su segunda mujer, Concepción Giroud. Su hermanastro Celestino Bayo Lucía (Barcelona, 1880) fue el primer aviador militar español víctima de accidente de aviación, ocurrido en el aeródromo madrileño de Cuatro Vientos a finales de junio de 1912. En diciembre de ese mismo año obtenía el título de piloto de aeroplano otro medio hermano de Alberto Bayo: el capitán de Estado Mayor Alfonso Bayo Lucía (1883-1955), futuro Jefe de Aviación. En cuanto a Alberto Bayo, después de diplomarse -1915- en la Academia de Infantería de Toledo, realiza el curso de aeronáutica y supera las pruebas para la obtención del título de piloto de 1.ª categoría en marzo de 1917. Un mes después, siendo todavía segundo teniente, se le destina al Regimiento de Infantería Covadonga n.º 40, en Leganés. Durante el último trimestre del año 1918 practicará su especialidad en Cuatro Vientos como teniente en comisión al servicio de Aeronáutica Militar. Bayo no permanecerá mucho tiempo en su siguiente destino, el aeródromo de Tetuán (Protectorado en Marruecos), pues tras sufrir un accidente de motocicleta es enviado convaleciente de vuelta a Madrid en octubre de 1919. /Bayo Giroud, en una imagen de su etapa de piloto militar.

A principios de 1920, el teniente Alberto Bayo recibe autorización para dirigir -en las proximidades de Cuatro Vientos- la Escuela Civil de Aviación Hispano-Británica, dedicada a la enseñanza de pilotos y a exhibiciones de acrobatismo aéreo. Con esta última finalidad llegará Bayo a Cádiz, acompañado del mecánico francés Rochette, el domingo 15 de agosto de 1920, aterrizando su biplano frente al balneario de la espaciosa playa Victoria sobre las nueve y media de la mañana. A lo largo de la semana siguiente, ante un público entusiasmado, el "intrépido aviador" realizó varios ejercicios acrobáticos sobre el cielo de Cádiz (como el looping the loop), además de medio centenar de vuelos con pasajeros, quienes -explicaba la revista gaditana Deportes- "deseaban experimentar las sensaciones y emociones que han de sentirse en la aviación". Terminado su contrato en Cádiz, el viernes 20 vuela el cotizado piloto con el mecánico hasta Rota, llevando como pasajero al ingeniero Juan Carlos Lacave. Esa misma tarde hacen la travesía a El Puerto: aterrizan en la Vega de los Pérez y tras dejar el aeroplano custodiado por una pareja de la Guardia Civil, Bayo y Rochette se trasladan al chalet del Tiro de Pichón y desde allí en automóvil al Hotel París (calle Larga, 100), donde se hospedan.

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Una imagen de un avión Caudrón G-III E-2.

El sábado 21 de agosto a la hora prevista -13:30- tomó tierra en la Puntilla el aeroplano de Bayo, cuya llegada era esperada por gran número de espectadores desde casi dos horas antes. El aparato despegó en nueve ocasiones esa tarde, haciéndolo sin pasajeros solo la tercera y la cuarta vez. En la crónica del día siguiente, la Revista Portuense enumeró las personas que habían subido al Caudron: "un hijo de los señores de Echevarría" y Francisco J. García de Leániz; José Ruiz Pulito y Luis Portillo Ruiz; "la bella y distinguida señorita Pepa Luisa Jiménez Loma" y Antonio Sancho Rodríguez; Ramón García Llano y Enrique Ortega; los hermanos Pedro y José Velarde Ramos-Izquierdo (de Jerez de la Frontera); Ildefonso Santos y "su simpática y elegante sobrina Manolita, que veranean entre nosotros"; en último lugar vuela como único pasajero Antonio Muñoz, padre del torero "Carnicerito", llegado expresamente desde Jerez. "Todas las elevaciones -apostilló el diario local- fueron felicísimas, sin que sufrieran el más leve incidente, manifestándose cuantos se elevaron al descender realmente encantados de lo muy grata que les había sido la elevación (…), poniéndose de manifiesto la inteligencia y la pericia del Sr. Bayo".

Bayo-OrdenAntes de comenzar el segundo día de aviación, vuela Alberto Bayo a Cádiz para recoger a Francisco Leal, mayordomo del Ayuntamiento de esa ciudad y propietario de la Cervecería Inglesa. A las 12:30 emprenden el vuelo de regreso a El Puerto, llegando a la Puntilla ocho minutos más tarde. La playa era ya un hormiguero de gente: "A todo El Puerto que estaba allí -explicaría la Revista Portuense- se unía cerca de 2.000 jerezanos que habían venido por los trenes de la mañana y el mixto". Tras engrasar y cargar de gasolina el aeroplano, el piloto efectúa un primer recorrido de diez minutos, en los que realiza "evoluciones y ejercicios maravillosos". En el segundo vuelo montan en el aparato Pedro Hernández Carrera y el joven Bernardo Rodríguez Morgado (Sevilla, 1898), mi abuelo paterno, quien aquella tarde de domingo tomó desde el aire la fotografía que ilustra este texto, anotando después al dorso de la misma: "Puerto de Santa María, 22-8-1920. Sobre aparato Caudron, motor Le Rhône. Piloto Bayo". Volaron a casi 1.500 metros de altura "sobre El Puerto y la playa -continúa la Revista Portuense-, recorriendo el curso del río, siendo uno y otro recorrido, según esos pasajeros, realmente pintorescos e ideales". /Bayo Giroud ocupó puestos de responsabilidad durante la República.

alberto-bayoEstimulado quizás por esta experiencia aérea, Bernardo Rodríguez Morgado obtendría más tarde -3 de agosto de 1931- el título de piloto aviador civil. Se han cumplido 80 años de su muerte, acaecida al estrellarse la avioneta Fiat que pilotaba contra la azotea del Hotel Cristina de Sevilla el 18 de abril de 1934, mientras realizaba trabajos de propaganda comercial. /Bayo Giroud, en una imagen de su última etapa.

En viajes sucesivos se elevan felizmente con Bayo las siguientes personas: Juan M.ª González Setín, José L. Benjumeda, Fernando Vega, Juan Serrano e hijo, Carmen de la Cuesta, Carmen Pérez Pastor, Ricardo Isasi, Blas Candau, Alfonso Quijano, José García Pérez, Fernando de Juan Caballero, Inocencio García, José Portillo Ruiz, Federico Pico y Carmen Pérez Puerto. Vuelan además, por segunda vez, Ramón García Llano y Luis Portillo. Otros muchos que quisieron subir al aeroplano ya avanzada la tarde del 22 de agosto no pudieron hacerlo, pues la pleamar invadía la pista. Al regreso de los últimos vuelos, el piloto tuvo que aterrizar en la playa del Castillo de la Pólvora. /Texto: Bernardo Rodríguez Caparrini.

fernandogago_inmemoriam_puertosantamariaHoy se cumplen dos años desde que nos dejara Fernando Gago, quien fuera alcalde de El Puerto, (ver nótula núm.  974 en Gente del Puerto) muchos años presidente de la Plaza de Toros, director de RRPP en Bodegas Terry y sobre todas las cosas amante de El Gran Puerto de Santa María, (al que el poeta José Luis Tejada bautizó como Tuerto de Tanta Apatía, visto lo visto). Traemos a estas página la alocución que su hija Verónica Gago Leyras pronunció el pasado año, en nombre de la familia, durante el acto de la presentación del libro ‘El Habla de Gago’ (ver nótula núm. 1.766 en Gente del Puerto). Por cierto que, Rodrigatos de la Obispalía, municipio de 49 habitantes de la provincia de León, era un lugar recurrente en las conversaciones con Fernando Gago, por lo que pensamos que, dado el tiempo transcurrido sin noticias de él, bien pudiera haberse marchado allí, aquellos que pensamos que sigue entre nosotros, con su ocurrencias y su sentido del humor. A su buena memoria. /Foto: Jorge Roa.

Buenas noches a todos, incluidas las personas humanas, los militares sin graduación y el representante del arzobispado de Sigüenza Guadalajara.

En primer lugar gracias, muchas gracias a todos los presentes. Dar las gracias se lleva mucho con esto de la crisis porque no sólo es gratis sino que no tiene IVA y no aumenta la retención del IRPF. Así que muy agradecida con los amigos, conocidos, compañeros y familia de nuestro padre Fernando Gago por haberse tomado la molestia de venir a esta presentación. También aprovecho, ya puestos, porque no se hayan tomado la molestia de venir a este acto los posibles acreedores de la familia. Os lo agradecemos de todas las maneras posibles.

Agradecer también las palabras de Luis Suárez, que además de realizar un prólogo del libro de categoría y poderío –sin faltas de ortografía relevantes-, ha estado con nosotros, y conmigo en especial en todo momento. Está claro que no podías faltar, entre otras cosas porque él no te lo habría perdonado.

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Verónica Gago, durante su intervención en el acto. A la derecha, la concejala de Educación, María Antonia Martínez y el autor del libro.

A este libro que hoy presentamos no le falta ni un hervor porque como decía mi padre cuenta con tós sus avíos. Por cierto, que es una pena que ya no esté abierta la Librería de Cortés en la calle Luna para ponerlo a la venta.

Por eso y porque no hay que ser desagradecida, mi familia, a la que hoy represento, por decisión directa del autor, quiere dar las gracias a José María Morillo por parir un libro en el que ha puesto de manifiesto la forma de ser, actuar y pensar de nuestro padre, Fernando Gago.

Un libro con sus páginas, una detrás de otra, bien numeradas, su portada, su contraportada, sus letras y sus párrafos. Con el prólogo al principio y no al final. Todo bien puesto en su sitio. Una obra digna de ser leída o, en su defecto, calzar una mesa que esté coja.

El libro –cuya competencia de ventas con el último libro de Dan Brown dará que hablar, seguro- ha sido fruto de una relación de hecho, larga, intensa y fructífera que no terminó en divorcio sino en una entrañable amistad y en una relación de profesor y alumno avanzado, que sólo acabó porque a Fernando le dio por morirse de forma inoportuna y, porque como él decía y es recordado en el libro “últimamente se está muriendo gente que nunca lo había hecho antes”.

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El actual alcalde, Alfonso Candón, en la cola para la firma de libros, durante el acto en junio de 2013 en el Castillo de San Marcos.

Los que hemos tenido la suerte de poder leer el borrador del libro nos hemos reído y llorado al mismo tiempo porque cada expresión que se recoge nos trasportaba al instante en el que la frase era pronunciada por Fernando y ha hecho que, por momentos, lo tuviéramos todavía en nuestras vidas.

José María, nos has emocionado con la idea desde el principio y con el resultado final, que refleja, para bien, mal o regular, como fue su vida y su trayectoria. Mucha gente, como nosotros, tiene la suerte de contar con un padre querido, pero muy poca gente tiene la suerte de contar con su vida en un libro, como el que has escrito, que perdurará en nuestros corazones y en nuestra memoria.

José María, mucha gracias y, gracias de corazón por dedicar tu tiempo y tu esfuerzo a estas páginas que como podría decir Fernando “me han salido del alma, sin dejar de dedicarle tiempo a mi familia; a mi mujer, a mis hijos y a los hijos de mi mujer”.

Gracias a ti y, a todos por estar aquí –incluyendo a los que han venido sólo por el canapé que va a empezar a servirse de un momento a otro-, recordando a la persona que creía en Dios y en el bicarbonato y que intentó por todos los medios ser un gran padre y un gran alcalde. Lo primero, lo consiguió. Lo segundo, que cada uno que piense lo que quiera.

Ha quedado un libro que dan ganas hasta de leer.  Memorias y expresiones por casa…. /Texto: Verónica Gago Leyras. 

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PERC0 | Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz [*]

Pedro de Medina, arquitecto español del siglo XVIII que realizó su labor profesional en Cuba, es el que queremos dar a conocer a los seguidores de GdP en nuestra colaboración de hoy, disipando las dudas, o mejor dicho, aclarando y puntualizando la extendida y generalizada opinión reflejada en gran parte de la bibliografía consultada en la que se le cita como “arquitecto gaditano”.  Pedro de Medina y Galindo nació el 2 de febrero de 1738, en El Puerto de Santa María, y ese mismo día recibió el agua bautismal en la iglesia Mayor Prioral de manos del cura de la misma don Carlos Ángel Natera que le impuso los nombres de Pedro, Francisco, Joseph. Era hijo de Juan de Medina y de Catalina Galindo, vecinos de El Puerto en esa fecha y anteriormente de la cercana ciudad de Jerez, en cuya parroquia del Salvador habían contraído matrimonio.  Fue su padrino Pedro Joseph Romero y el acta que certifica el Sacramento está inserta en el folio 143 vuelto del Libro de Bautismos del año de 1738 de dicha   iglesia parroquial.

...continúa leyendo "2.107. PEDRO DE MEDINA Y GALINDO. Arquitecto portuense. Figura destacada del barroco colonial cubano."

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nina_maciasgarcia_puertosantamariaCristobalina Macías García, conocida en El Puerto como Nina, la incansable trabajadora propietaria de la agencia de ‘Transportes Nina’ nos dejaba el pasado jueves a la edad de 80 años. Nina, nacida en 1934, era la segunda de seis hermanas: María, Ángeles, Teresa, Milagros y Josefa, una mujer de fuerte carácter con el que supo llevar el negocio de transportes, siguiendo los pasos de su padre, durante aproximadamente 50 años. Transportes Nina se instaló en el Polígono Industrial hace 35 años, cuando éste se creó.

Desde la edad de 12 años entró a trabajar en la empresa de su padre al que perdería tres años mas tarde, en 1949, cuando nuestra protagonista tenía tan solo 15 años, haciéndose cargo de la agencia de transportes junto con uno de sus tíos. A pesar de su juventud, conocía bien su trabajo al que dedicó toda su vida, restándole importancia a los asuntos personales. En 2011 recibió un homenaje de un grupo de mujeres con motivo del Día de la Mujer Trabajadora en la que la hoy edil María del Carmen Vaca (ver nótula núm. 878 en Gente del Puerto), reconocía su papel precursor en un mundo dominado mayoritariamente por los hombres. Era devota de la Hermandad del Dolor y Sacrificio. Descanse en paz. /Foto: 11.500.com

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El Teatro Principal realizó esta curiosa campaña de publicidad para anunciar que, hace 62 años, el 10 de mayo de 1952 se estrenaba en El Puerto ‘Lo que el viento se llevó, --una de las películas mas famosas de la historia del Cine--, a los 12 años de su rodaje, en 1939.

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Basada en la película del mismo título de Margaret Mitchell, el rodaje que duró 125 días, supuso cambios importantes en la técnica cinematográfica. El afiche que ilustra esta nótula fue impreso en Gráficas Andaluza, imprenta que estuvo en la calle Larga.

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Era alcalde de El Puerto Luis Caballero Noguera. Se estrenaban, además la película ‘La Niña de la Venta’, dirigida por Ramón Torrado, con familia en El Puerto y protagonizada por Lola Flores y Manolo Caracol.

cine-005613En julio se celebró en el Tiro de Pichón la tirada de Copa del Campeonato del Puerto de Santa María, con 58 escopetas. La Plaza de Toros era adjudicada hasta diciembre de 1953 al empresario Manuel Belmonte García, a razón de 50.000 pesetas mensuales. El 3 de agosto de ese año se celebra una corrida de toros con Luis Miguel Dominguín, Rafael Ortega y Antonio Ordóñez; ese día entraron en El Puerto para ver el espectáculo, según estudio encargado al efecto, 1.522 vehículos, de los cuales 1.431 fueron automóviles y 71 autobuses.

Aquel año de 1952 llegaba a El Puerto, destinado al Instituto Santo Domingo, el profesor de Geografía e Historia Enrique Bartolomé López-Somoza. Mariscos Romerijo iniciaba su andadura empresaria. Rafael Alberti publica ‘Buenos Aires en Tinta China’ y ‘Retornos de lo vivo lejano’. El pintor porteño, afincado en Sevilla, Juan Miguel Sánchez pintaba el cartel de la Feria de Primavera. Francisco Dueñas Piñero empezaba a dirigir la Banda Municipal de Música hasta el año 1982. Y desde 1952 y, hasta 1977, la Academia de Bellas Artes, Santa Cecilia organizaba la Cabalgata de los Reyes Magos. En 1952 los hermanos Merello se hacían cargo de la empresa Cacao Pico. Nacían el historiador local Javier Maldonado Rosso, Director del Centro Municipal de Patrimonio Histórico y el profesor de judo Tadeo Díaz; el notario José Ramón Salamero Sánchez-Gabriel; las políticas Rosa Díez y Esperanza Aguirre, la actriz Teresa Rabal, el cantante italiano Umberto Tozzi. Moría Eva Perón.

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Las peleas de gallos, una costumbre sanguinaria que todavía funciona por medio mundo, tuvo en El Puerto sus días de gloria, contando con varios cosos a la medida, que todavía se recuerdan e incluso alguno que está todavía en pié en la calle Santa Clara arriba, junto a la que fue bodega de González Rico.

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El conocido chatarrero 'Churrasca', pesando gallos de pelea en una gallera de El Puerto. /Foto: Colección Luis Sánchez.

Y no es de extrañar que se sigan celebrando, en algún ‘deaconocido’ lugar, riñas clandestinas, donde se mueven altas cifras en apuestas que, además, no tributan a Hacienda. La legislación en España, por comunidades autónomas, es bastante irregular en este mundo de navajazos y espuelas gallísticas, que guarda cierto parecido a la política local. Una gallera, el lugar donde pelean los gallos, donde se azuzan a los gallos e incluso se les ponen espolones artificiales para hacer mas daño e infligir la muerte a su oponente, es una tradición de toda la vida en El Puerto.

También en la política local de los últimos años. Algunos productos de nuestras bodegas han llevado asociado a sus marcas nombres relacionados con este ¿deporte? que, al igual que los toros despierta pasiones encontradas. En la calle la Arena existía otro afamado Reñidero de Gallos al que asistían famosos de la época, entre otros el torero Rafael Ortega quien, metido en el ambiente, casi se olvida de cumplir con la corrida que tenía contratada: “Maestro que son las cinco menos cuarto” y Ortega se fue corriendo a la pensión Loreto a cambiar su ropa de paisano por el traje de luces.

En El Puerto, incluso se criaban y exportaban gallos de pelea con el marchamo nuestra Ciudad, a países latinamericanos donde esta afición permanece viva; hoy, de seguir existiendo, hasta tendrían página web y pondrían el logotipo del vapor en su publicidad. Pero en esto de las peleas de gallos, de las apuestas, si había algo que merecía la pena: el valor de la palabra y del apretón de manos. No hacía falta que se firmaran contratos ni adquirir boletos. Si en el previo al combate se acordaba una apuesta –o durante el desarrollo del mismo- la palabra bastaba para que, el perdedor, cumpliera con su compromiso de satisfacer la deuda.

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Reunión en la Bodega ‘La Gallera en la calle Ganado arriba casi esquina con la calle Yerba’. Reunión de algunos funcionarios del Ayuntamiento. Arriba de izquierda a derecha, podemos ver a Manuel González, Francisco Domínguez, Antonio González Rivera, el Maestro Dueñas, con nótula propia en Gente del Puerto, núm. 197, a su lado, Francisco Lara, funcionario de Aguas y desconocido. Abajo, Pablo Cerdá, Antonio Torres, Juan Ignacio Pérez Salas, Vicente Terrada, que vivía junto al Bar Manolo y y José Luis. La fotografía está tomada el 27 de diciembre de 1961. (Foto Rafael, Cruces, 27). /Foto: Colección Javier González.

En la gallera de la política local, (donde ya se confunde la parte con el todo y el dedo con la luna), perdón, quise decir de la calle la Arena, cuando un gallo ‘cantaba la gallina’, le retorcían el pescuezo y Milagros lo guisaba con arroz. Ese era día de fiesta en el Reñidero, donde José de los Reyes, ‘El Negro’ cantaba por martinetes, ese palo del flamenco que, dicen, era tan genuino en El Puerto. Y es que las gallinas no deben  jugar a ser gallos, ni soltar un cacareo a destiempo, no vayan a confundirlas con cualquier otro tipo de animal menos… noble. Sobre todo ahora, que están próximos los días de arroz y gallos muertos. /Texto: José María Morillo.

 

 

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Este lunes pasado nos dejaba huérfanos de su magia, Juan Escolano Paul, doblemente porteño, nacido en la vecina villa de Puerto Real y vecino de El Puerto desde 1971. Casado con Chica Pico Ruiz-Calderón, ni ella ni sus cuatro hijas ni sus nietos, podrán disfrutar más de sus juegos de inteligencia y de sus manos, de sus pompones mágicos que hizo célebres, este gran amigo de todos, colaborador incansable con muchas causas sociales, que siempre tenía una sonrisa, un juego improvisado, una ocurrencia con la que provocar el asombro en niños y mayores.

Amigo de ilusionistas conocidos como Juan Tamarit, Julio Carabias, Juan Antón, Pepe Carroll, de Idígoras el dibujante mago, del porteño Juan Luis Rubiales, y de tantos y tantos personajes mágicos y aficionados a tan apasionante mundo de la ilusión, a los que aglutinaba en torno a su persona por su carácter, su saber hacer y sus ganas a pesar de los años vividos. Vivió la segunda parte de los estudios de peritaje industrial en Madrid, donde tuvo oportunidad de admirar y codearse, e incluso actuar con personajes que destacaban en el mundo de la farándula de la época, llegando incluso a actuar en el Circo Price y en TVE.

Aunque su vida profesional discurrió por diversos y variados derroteros, la magia era la que animaba la vida de Juan, que cada mañana, al salir de casa tenía la oportunidad de ver la fachada de la casa de Rafael Alberti, en la calle Santo Domingo, el que fuera presidente de la Sociedad Gaditana de Ilusionismo, con sede en El Puerto. En la casa familiar, una casa de El Puerto del siglo XIX, Juan tenía ‘la habitación de la Magia’, donde rodeados de artilugios, libros y trucos, exhibía con orgullo su epígrafe profesional ante la Seguridad Social: Ilusionistas, Payasos y Caricatos. Orgulloso de ello, Juan buscaba la sonrisa, la sorpresa y la ilusión que ya no nos podrá regalar en persona, aunque siempre permanecerá en nuestro recuerdo la magia de Escolano. /Texto: José María Morillo

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La vida de Edward Hawke Locker es una de esas historias de novelas tan propia de Arturo Pérez Reverte, desconocidas por muchos, ambientada en la Bahía de Cádiz y el Cádiz constitucional de 1812 y en la que confluye el romanticismo, lo militar y lo artístico.

España se convierte, con el siglo XIX, en uno de los lugares predilectos de los viajeros europeos. El país, había quedado excluida de los itinerarios del Gran Tour que solían hacer los jóvenes aristócratas ingleses para completar su formación pero la Guerra de la Independencia comenzaría a despertarse el interés hacia lo español. Es así como un militar inglés, aliado con las fuerzas militares españolas contra la invasión napoleónica, se dedica durante su instancia en tierras gaditanas además de al arte de la guerra; al ejercicio de la curiosidad viajera.

viewsofspain_puertosantamariaEdward Hawke Locker era militar pero también poseía el gusto por la pintura y el arte, como así quedaría reflejado en su libro Views in Spain (1824), donde da cuenta gráfica y literaria de los recorridos que realizó en 1811 y 1813, al tiempo que cumplía su misión de entregar a Wellington, ciertos mensajes confidenciales.

EL LEVANTE o SOLANO WIND.
En su descripción de Cádiz habla de dos gran inconvenientes existentes en la ciudad, uno de ellos muy llamativo por su explicación: para Locker la salinidad de los pozos de la ciudad es una de las cuestiones a tener en cuenta ya que obliga a traer el agua desde El Puerto de Santa María.  El segundo gran inconveniente lo constituye el viento de Solano [el Levante]. Si, si tal cual… Solano wind, proveniente de la costa de África, el cual produce según palabras de Locker una alteración en la sangre de los andaluces, que los asesinatos y todo tipo de excesos son cometidos mientras prevalece, de tal manera que la gente prudente permanece dentro de las puertas de sus casas hasta que la malignidad haya pasado. Así tal cual. Nunca he leído una mejor descripción de los efectos del viento de Levante. /En la imagen de la izquierda, portada del libro Views of Spain.

edwardhawkelocke_levante_puertosantamariaA la izquierda el  fragmento de texto que hace referencia al viento de Levante.

Locker que había llegado al puerto de Cádiz en 1811, se alegra de llegar a la ciudad en ese preciso momento, en un periodo de extraordinario interés. El puerto de Cádiz era un ir y venir de provisiones, armas y correos bajo la protección de las baterías españolas y de la escuadra británica. [con otras referencias a la bahía, El Puerto de Santa María y el Fuerte de Santa Catalina].  /Texto: José Manuel Oneto.

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Quienes conocieron al Vista Alegre contaron que fue un establecimiento de reconocido prestigio dentro y fuera de El Puerto, una de las ofertas hosteleras más sólidas que una ciudad como la nuestra, abierta y volcada al turismo, ofreció a sus visitantes entre los años 40 de los siglos XIX y XX.

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En la Bajamar, frente al Hospital de San Juan de Dios, el Hotel Vista Alegre. Con una altura menos que por Micaela Aramburu, su amplia terraza ofrecía una espléndida vista del río y las marismas del Guadalete, las salinas, el pinar del Coto de la Isleta, la Sierra de San Cristóbal…. En el muelle del Vapor, los Adriano I y II.

hotelvistalegre2_puertosantamariaComo muchos portuenses recuerdan, se ubicaba en un sobrio y elegante inmueble de la calle Micaela Aramburu esquina a la de Guadalete, con la fachada posterior mirando al río, desde donde se contemplaría una hermosa panorámica que le dio nombre al local. Así lo percibió en 1840 uno de los célebres personajes que conocieron sus estancias, el escritor y viajero francés Théophile Gautier, que en su Viaje por España (1843) anotó: “Después de almorzar a toda prisa en la fonda de Vista Alegre, que merece su nombre a las mil maravillas...”. En la imagen de la izquierda, Théophile Gautier (1811-1872).

LOS BADANELLI: APOGEO Y DECADENCIA
Cuando Gautier recaló en El Puerto en septiembre de 1840, la fonda estaba recién inaugurada. Una jerezana –Manuela Vega- y luego un gaditano –Joaquín Sánchez- fueron sus primeros propietarios, desde su origen nombrada Vista Alegre. Pero no pudieron o no supieron consolidar el negocio, permaneciendo en sus manos poco tiempo, al contrario que pasaría con el tercer propietario, un italiano residente en El Puerto que adquirió el inmueble a fines de 1846: Tomás Badanelli Guidotti.

Bajo su dirección, dilatada en el tiempo, la posada conoció su primera época dorada. Ya fuera por ser un avispado hombre de negocios, o bien por suerte, fue todo un acierto hacerse cargo del establecimiento entonces, pues en el verano de 1846 el Ayuntamiento comenzó a organizar, con el fin de atraer la llegada de forasteros y hacerles más grata su estancia en la ciudad, diversos actos festivos y lúdicos durante la temporada veraniega, siendo el paseo del Vergel –que se prolongaba desde Micaela Aramburu esquina a Palacio hasta la perpendicular con la plaza de la Herrería- el principal marco donde se celebraron los festejos.

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El paseo del Vergel en su tramo de Micaela Aramburu hacia 1910. A la derecha, el Hotel Vista Alegre. Las acacias blancas se plantaron en 1870, reemplazadas por palmeras en 1914. Los bancos se instalaron en 1908. / Foto, archivo de Luis Suárez Ávila.

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Un mapa de Lombardía y Venecia de1859 como éste fue el que Baroja vio en el patio del hotel. 

Tomás Badanelli había nacido en 1797 en alguna localidad italiana que no he podido determinar. Al respecto, Pío Baroja (ver nótula núm. 1121 en Gente del Puerto), que se alojó en el Vista Alegre hacia 1910, escribió en la novela El mundo es ansí (1912): “Hemos ido a una fonda próxima a la ría, que se llama de Vista Alegre. Esta fonda debió de ser de un italiano; yo lo supongo al ver las paredes llenas de litografías y de grabados con vistas de Italia; probablemente el dueño era algún lombardo o veneciano, porque hay en el patio el plano del reino lombardo-véneto hecho el año 1859.

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Pío Baroja asomado al balcón de su casona ‘Itzea’, en Vera de Bidasoa (Navarra).

Y continuaba describiendo, en boca de uno de los personajes de la obra, el paisaje que contempló desde su habitación: “Desde el balcón de mi cuarto se ve la entrada del Guadalete. En el barro del río hay un casco viejo de un barco que están componiendo; un poco más lejos, al lado de una barraca, se ven las costillas de otro barco sostenidas por puntales. Sobre el muelle de la Ribera, unos cuantos hombres y chicos hacen cuerda con cáñamo; los hombres marchan hacia atrás con una madeja de estopa a la cintura y los chicos dan vuelta, mientras tanto, a una manivela que retuerce la maroma. Cerca, a la izquierda, hay junto al río una antigua fuente, pintada de rojo, que se llama la Galera. [...]

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La Ribera que conoció Baroja, junto a la plaza de la Pescadería.

Antes de acostarme he estado un momento en el balcón. La noche estaba tibia, la marea alta, la ría brillaba bajo el cielo lleno de nubes plateadas, iluminadas por la luna, las barcas se levantaban en la ribera y, enfrente, en la otra orilla, sobre una lengua de tierra, se destacaba en el cielo el perfil de unos pinos.

Y en su biografía novelada Juan Van Halen, el oficial aventurero (1933), Baroja añadía nuevas impresiones del local que conoció y de su antiguo propietario: “Luego fui al Puerto de Santa María y paré en el hotel Vista Alegre. El hotel, ya viejo, descuidado, con cierto aire extranjero, tenía gracia. En las paredes de los pasillos colgaban cuadros, estampas con vistas y escenas de los Alpes y un mapa del reino lombardo-véneto. El hotel, según se decía, había sido fundado en 1846, época de prosperidad del Puerto, por unos italianos caldereros. Por entonces daba impresión de abandono, las puertas cerraban mal, los suelos estaban alabeados, los pestillos se caían. Todo me parecía ruinoso, desolado y decadente.

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Sobre el oficio de calderero atribuido por don Pío a Tomás Badanelli, nada puedo afirmar, ni desmentir. Sus actividades profesionales en Italia las desconozco. No obstante –y no parece que sea una coincidencia- consta que en 1853 residían o trabajaban en una accesoria de la posada dos hermanos de profesión caldereros, nacidos en el municipio italiano de Maratea, Juan y Domingo Moya Blando, lo que hace pensar en un error de quienes le transmitieron los orígenes del local a Baroja.

Tomás Badanelli se había asentado en El Puerto en 1825, cuando tenía 28 años, siguiendo los pasos de su padre, Bartolomé, quien ya en 1812 regía una posada –no sé cuál- en nuestra ciudad, ejerciendo entonces de diputado del gremio de posaderos.

Tomás, ya viudo cuando se hizo cargo del Vista Alegre, vivió con sus tres hijos, Lucas, Pedro y Luisa, de segundo apellido Noli, que desde el principio trabajaron con su padre, y cuando falleció continuaron rigiendo el negocio. Al paso de unos meses de que Tomás abriera el establecimiento, de Italia llegó su hermano Bernardo para trabajar con él.

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Imagen de 1889. A la izquierda, el Vista Alegre, mientras un gentío embarca en el vapor Emilia (1883-1895) o el Puerto de Santa María (1888-1921), de la flota de Antonio Millán que entonces cubrían la travesía entre El Puerto y Cádiz. 

Junto a la familia Badanelli, siete trabajadores fueron los primeros que se ocuparon de atender la posada: dos asturianos, dos gallegos y tres sanluqueñas, Gertrudis Girón y sus hijas Dolores y Concepción. En 1849 la plantilla de trabajadores se incrementó a diez, cifra que número arriba o abajo se mantendría en las siguientes décadas.

Desde el comienzo, en una accesoria del inmueble Badanelly estableció una tienda de vinos y comidas también llamada Vista Alegre, que a juzgar por el número de seis trabajadores que conformaban su plantilla, todos montañeses, debió de tener cierta entidad.

Señal de la consolidación y prosperidad que por estos años gozaba la posada es el hecho de que su dueño abriese una tienda de vinos en la Ribera –ya abierta en 1859- nombrada Las Delicias (esquina a Javier de Burgos, donde tras la guerra civil abrió la taberna Tetuán, por último llevada por Manuel Arniz).

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La calle Guadalete (antigua callejuela de los Baños): a un lado el Vista Alegre; al otro, el Hospital de San Juan de Dios. / Foto, colección de Vicente González Lechuga.

En el verano de 1857 Badanelli solicitó al Ayuntamiento la enajenación a su favor de la callejuela de los Baños (hoy calle Guadalete) para cerrarla con verjas y transformarla en un salón ajardinado de la fonda. La Corporación, en razón a que la calle era de escaso tránsito, ocupada por las noches por ‘gente de mal vivir y por haberse convertido en un vertedero de basuras, acordó aprobar lo solicitado.

Unos años antes, en 1851, el neoyorquino John Esaías Warren –agregado cultural de la embajada de Estados Unidos en España- dejó escrita esta escueta opinión del establecimiento en su obra Notes of an Attaché in Spain in 1850: “el viajero puede encontrar [en El Puerto] un confortable aunque modesto hotel, el Vista Alegre”. Y del mismo modo, un joven granadino que con los años se afianzaría como escritor, Pedro Antonio de Alarcón, recordando su paso por El Puerto en 1854, dejó en su libro Viajes por España  (1883) esta otra breve impresión del local: “...allí, la fonda de Vista Alegre, que es un modelo en su clase.

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A la izquierda, el diplomático norteamericano John Esaías Warren (1827-1896). A la derecha, Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891).

Después de estar al frente del negocio durante tres décadas, Tomás Badanelli falleció a mediados de los 70. Sus hijos continuaron su labor, especialmente el mayor, Lucas, casado con la italiana Devota Cavallari. Cuando Lucas murió, en 1886, se hicieron cargo de la posada -ya con el calificativo de hotel- su viuda e hijos, Bernardo y Filomena, que lo mantuvieron en sus manos hasta 1913.

Tres años antes, en 1910, así se anunciaba al local en la Revista Portuense: “Gran Hotel y restaurant de Vista Alegre. Paseo del Vergel, 9. Luz eléctrica en toda la casa. Amplias habitaciones para familias. Hospedaje desde 5 ptas. Montado a la moderna con todas las comodidades apetecibles. Gran confort. English spoken. Cocina a la española y a la inglesa. Servicio esmerado. Gerente: Julio Tardío.” (Éste, de profesión cosario, fue el abuelo de nuestro paisano el pintor Rafael Tardío Alonso.Ver nótula 736 en GdP)

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Rafael Tardío, José Luis Tejada y Carlos Scat, mediados los 40 del siglo pasado, con el río de fondo.

En esta última etapa, como complemento a un negocio que comenzaba a flaquear, al menos desde 1902 una accesoria de la parte posterior del edificio se habilitó para el alquiler de carruajes de cuatro caballerías. Pero al Vista Alegre, por entonces ruinoso, asolado y decadente -al decir de Baroja-, tras permanecer en manos de la familia Badanelli durante 67 años, le había llegado el momento de encarar el futuro con ánimos renovados y nuevas perspectivas. La familia Badanelli, o al menos parte de ella, pasó entonces, tras cerrar el hotel en 1913, a residir a Sanlúcar.

Dª ROSARIO RODRÍGUEZ,  LA SEGUNDA ÉPOCA DORADA
En abril de 1914 –ahora hace un siglo- adquirió el negocio una inquieta emprendedora portuense, doña Rosario Rodríguez (que también llevó el Hotel Portuense en la calle Luna, el Hotel París en Larga, el restaurante de la Rotonda de La Puntilla y el aún abierto Hostal Loreto en Ganado; y en Sevilla el Hotel Emperador, en Córdoba el Vista Alta y en Chiclana el Balneario de Fuente amarga). En 1914 también se remodeló –buena cosa para el hotel- el paseo del Vergel, cuando se plantaron las palmeras que hoy, a cuenta del picudo, están a punto, las pocas que se salvaron, de desaparecer (ver nótula núm. 1761 en GdP).

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Anuncio del Bar-Restaurant La Puntilla, a cargo del Hotel París, propiedad deRosario Rodríguez. Almanaque de Verano 1927.

Profundamente transformado el Vista Alegre en sus habitaciones y mobiliario, comenzó a anunciarse como “Gran Hotel de Vista Alegre, montado al estilo de los de las mejores capitales de España”. En 1915, la dirección del hotel regalaba a cada cliente –decía la Revista Portuense- “una elegante carterita de viaje, con espejo, peine, gancho para botones y limpia uñas”, y al año siguiente un abanico con un anuncio del hotel.

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Publicidad del Vista Alegre en la Revista Portuense, en 1915.

Por entonces, doña Rosario, siguiendo una recomendación de la Revista, vendía en el hotel, con vista a ser consumidos en la playa, unos tentempiés contenidos en cestas. Así lo contó el periódico: “Ayer se han empezado a expender las cestas que con un lunch ha confeccionado la inteligente propietaria del Hotel de Vista Alegre doña Rosario Rodríguez. Es verdaderamente delicada la preparación de los alimentos que forman el menú de dichas cestas. La de ayer contenía lo siguiente: tortilla, emparedado de salchichón, mayonesa de langostinos, dulces y pan. El precio fijado es de 2 pesetas y con media botella de vino 2,75 ptas. De seguir el Hotel vendiendo esas cestas, no ya sólo para la playa, sino para muchas casas particulares, se han de vender como pan bendito. La presentación es también muy cómoda y adecuada al objeto que se destina.

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La playa de La Puntilla a comienzos del siglo XX. A la derecha, los Baños El Porvenir, de la familia Neto, instalados por vez primera en 1885.

Y la propietaria del hotel continuó desempeñando una lúcida tarea de reformas y mejoras del servicio que prestaba el negocio. En la temporada veraniega de 1917, según  informaba la Revista, se montó en la fachada principal, la de Micaela Aramburu, una marquesina y una terraza, desde entonces “punto de reunión de numerosas personas, que elogian la iniciativa realizada”; a la vez, y dado que los tiempos avanzaban una barbaridad, se instaló “una cámara frigorífica que conserva los alimentos y produce nieve que se utiliza en las necesidades del Hotel, cuyo mecanismo se mueve con un motor eléctrico”. El hospedaje costaba entonces a partir de 10 pesetas; las comidas desde 5 ptas; los almuerzos desde 4 ptas y el té o el lunch desde 3 ptas. Año también el de 1917 en que el Vista Alegre, siempre con fama de contar con un espléndido servicio de cocina, se hizo cargo del restaurante del Tiro de Pichón.

El salón-comedor del hotel, con vistas al río, fue habitual lugar donde se celebraron numerosos actos de sociedad y banquetes familiares, sociales, políticos, de negocio..., de los que daba detallada y buena cuenta la Revista Portuense.

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Tertulia en el patio del Vista Alegre, hacia 1920.

También fue el Vista Alegre un tradicional lugar donde se reunían aficionados taurinos antes y después de las afamadas corridas celebradas en el coso portuense. Como muestra de ello, valga este testimonio fechado en agosto de 1928, si bien la fuente en que bebió el texto se escribió en la propia fonda de Vista Alegre por un anónimo visitante en 1889: “...Hojeando papeles, tropiezo con chistosa revista de una de esas animadas corridas lidiadas a fines del siglo XIX. Era costumbre en la aristocracia jerezana apearse a su llegada al Puerto en aquella célebre e inolvidable fonda de Vista Alegre donde se apuraban sendas cañas de la manzanilla sanluqueña y las damas cubrían con airosa mantilla blanca, negra o de morillas, la alta peina y en su cobija pendían la ligera malvaloca, flor de moda en aquellos tiempos.

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Aficionados taurinos en el patio del hotel en torno a Manuel del Pino, ‘Niño del Matadero’. / Foto de Manuel Pico en copia del Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

hotelvistaalegre_16_puertosantamaria[...] Concluida la corrida, era de nuevo invadida la fonda de Vista Alegre por el elemento aristocrático, donde en bien servidas mesas cada reunión de amigos y señoras formando una pequeña peña alegremente cerraban en animada charla sobre los accidentes de la corrida”. Ciertamente, la inmediatez a la posada de la parada de coches de alquiler y del muelle del Vapor, tradicionalmente empleados por los aficionados taurinos de la bahía, propició que fuera habitual lugar de reunión de quienes asistían a las corridas. Circunstancia que debían propiciar los propios dueños del establecimiento a fines del XIX, pues Lucas Badanelli, en la década de los 80, era consejero y secretario de la Compañía que regía la Plaza de Toros. /En la imagen de la izquierda, factura del 13 de agosto de 1937 por 9 raciones de fiambres vendidas al ‘hospital musulmán’, el ‘hospital de sangre’ que al inicio de la guerra se estableció en el Colegio San Luis Gonzaga para la cura de los legionarios y moros de las tropas franquistas.  

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La fachada principal del inmueble, entonces Casa del Sindicato, a fines de los 50. / Foto, Mesa.

LOS ÚLTIMOS AÑOS
Después, o quizás un poco antes, de que doña Rosario Rodríguez se hiciera cargo, hacia 1928, del Hotel París de la Calle Larga (donde estuvo el Círculo de Labradores), el Vista Alegre permaneció un tiempo cerrado. Reabrieron el negocio –“aquella acreditadísima casa portuense que tan justa fama y prestigio gozó no ya solo en Andalucía, sino en otras muchas regiones de España”, decía la Revista-  Gabriel Simeón, hijo de doña Rosario, y un cuñado de éste, Manuel Moreno Moreno, celebrándose en aquella jornada, el 21 de junio de 1931, un banquete en homenaje al presidente del Círculo de Labradores, Antonio Rives Bret (con nótula núm. 1257 en GdP). Luego Manuel llevó, entre otros locales, La Antigua de Cabo en Larga esquina a Ganado –a partir de 1941- y en la Ribera abrió en 1962 el Échate pa’ yá. Su hijo, Manolo M. Simeón  (con nótula núm. 981 en GdP) –que nació en el Vista Alegre-, querido amigo y excelente profesional, se jubilaría el año 2000 llevando, desde 1972, el Bar La Solera, lindero al Hostal Loreto de su abuela Rosario.

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La fachada de la Bajamar a comienzos de los 70, poco antes del derribo. / Foto, colección de Vicente González Lechuga.

Durante la guerra civil, el Vista Alegre fue requisado para servir de alojamiento a los oficiales italianos presentes en El Puerto. Reabrió sus puertas el hotel tras la contienda, pero por poco tiempo, cerrando –la dura posguerra- hacia 1941. Se convirtió entonces el edificio en la sede de la Delegación Sindical, hasta que en septiembre de 1972 se derribó. Hoy, en su solar se levanta un bloque de viviendas que conserva el nombre que durante un siglo llevó la posada y hotel Vista Alegre, el que, como dijo Gautier, merecía su nombre a las mil maravillas. /Texto: Enrique Pérez Fernández. 

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Fundada nuestra ciudad en 1264, este año se cumplen 750 de la ubicación del Mercado en el espacio donde hoy sigue. / Foto, Joaquín Cordero.

El Bar Vicente es algo más que uno de los establecimientos comerciales más queridos y entrañables de El Puerto, por el que han parado varias generaciones de propios y foráneos. Porque además de ofrecer –como decían los antiguos- un esmerado servicio en un grato ambiente, conserva entre sus paredes la solera que sólo el paso del tiempo deja en los espacios cargados de historia. Como éste, ubicado frente a la Plaza de Abastos (1874), donde siempre, desde la misma fundación de la ciudad a mediados del siglo XIII estuvo, al raso y en linde al recinto amurallado medieval, el Mercado.

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Reconstrucción por Juan José López Amador de El Puerto en el siglo XIII. Arriba, la situación del Mercado.  

El mismo bar ocupa parte de lo que fue la Carnicería Pública, la que se construyó en 1692 seguramente sobre otra anterior, donde se agrupaban los tablajeros con sus ‘tablas’ para abastecer a la población. Su huella pervive en las columnas y arcos cegados del bar  y en la fachada, que es la de la vieja Carnicería, que tenía su acceso principal por la calle Sierpes, en la casapuerta de la casa lindera al bar. Sólo se cambió, en 1881, la actual esquina achaflanada, que originariamente se cortaba en ángulo recto. Y enfrente, entre las calles Ricardo Alcón y Ganado se encontraba el Matadero, el anterior al que en 1699 se edificó a las afueras de la ciudad (exsede del Imucona).

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Columnas y arcos tapados de la Carnicería del siglo XVII. / Foto, Javier Nucete Alba

En el interior de la Carnicería se estableció, en fecha incierta, una capilla en la que los tablajeros ofrecían misas y donde en 1750 se dispuso el cuadro de la Inmaculada Concepción (de origen franciscano) que hoy se custodia y venera en el Mercado de la Concepción.

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La capilla del Mercado de la Concepción con el cuadro de la Inmaculada.

Al inaugurarse éste, el 29 de octubre de 1874, el inmueble dejó de cumplir su tradicional función. Después, durante algunas décadas sus paredes albergaron algunos puestos para la venta de diversos productos, convirtiéndose en una prolongación de la Plaza. Por ejemplo, en 1896 había un ultramarinos de Manuel Quevedo, una lechería de José Pavón, un puesto de lozas entrefinas de Manuel Ortega, dos tablas de carne de Antonio Castro y José Vázquez y un despacho de vinos, El Tiro, de Bonifacio González.

Entre 1904 y 1916 se estableció en una parte del local un ultramarinos de Genaro Molleda Colosía, un montañés del valle de Herrerías que se asentó en nuestra ciudad siguiendo los pasos de sus hermanos Sinforiano y José, propietarios de una taberna en La Placilla esquina a Santa María, que por último fue El Cafetín del reciente cierre (ver en GdP nótula núm. 1884). 

LAS MELLIZAS.
Pero lo que yo quería –que me voy por las ramas- era compartir con el lector y comentar una vieja imagen que Miguel Sánchez Lobato gentilmente me facilitó, de cuando el Bar Vicente era Las Mellizas, tomada hacia el año 1928 desde el acceso al local por San Bartolomé hacia la actual cocina, que es la que muestra a continuación.

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Foto núm. 5. /Colección Miguel Sánchez Lobato.

Apoyado en el mostrador de caoba y cubierto con boina montañesa está el propietario del establecimiento, José Ruiz Sordo, apodado ‘el Rubio’, un metro noventa de montañés nacido en la aldea de Camijanes en 1885 y que a El Puerto llegó, tras estar un tiempo en Cuba, en 1917, un año después de que su paisano Genaro Molleda cerrara el ultramarinos.

Hacia 1919, tras desmantelar las accesorias de los antiguos puestos que dividían el solar, abrió el establecimiento de vinos, café y licores que bautizó con el nombre de Las Mellizas, también conocido por su apodo. Una vez asentado el negocio, en 1922 vinieron de La Montaña para quedarse su esposa y paisana, Nieves Linares, y sus dos hijas, las mellizas Paquita y Nieves, de cuatro años, de quienes tomó el nombre el bar. Están en el centro de la foto, junto a un primo y dos primas, Luisa y Efigenia, ‘Nena’, que son  quienes también aparecen en esta otra imagen tomada entonces.

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Foto núm. 6. De pie, las mellizas, Nieves y Paquita. / Foto, Francisca Ruiz Linares.

barvicente_epf7_puertosantamariaLos dos chicucos situados a la izquierda en la vieja foto, --que aparecen en la foto 5 en detalle a la izquierda de este párrafo-- por la edad que aparentan, deben ser Remigio Valle Rubín y Daniel González Escandín, también de Camijanes, donde nacieron en 1905 y 1906, que continuaron trabajando con El Rubio hasta bien avanzados los años 30.

Detrás de ambos, colgado en la pared está el comandero, donde se anotaban las consumiciones de las mesas, que hoy se conserva en el bar, al igual que el bandejero y los anaqueles de las botellas, elementos que formaron parte de un mismo lote adquirido por El Rubio (la misma madera y los mismos apliques decorativos). Y también se han conservado  de tiempos de Las Mellizas las dos bolas metálicas (fotos 5 y 6) donde los camareros guardaban las aljofifas, los paños o bayetas de limpiar las mesas, que son las mismas –más pequeñas- que tenía La Fuentecilla, como veremos en una fotografía más abajo.

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El comandero y bandejero de los tiempos de El Rubio. / Foto, María Antonia Álvarez Oreni. 

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En la pared, los viejos anaqueles conservados desde la época de Las Mellizas. Tras el mostrador, el desaparecido Manuel García Gómez ‘el Tabique’, con nótula propia en GdP núm. 655,

Volvemos a la foto 5. Quienes están detrás de las niñas deben ser los otros dos dependientes de Las Mellizas en sus primeros años, Ceferino Gutiérrez (Carmona, Santander, 1901) y José Noriega Espinosa (Camijanes, 1894), que pronto se abrió camino llevando negocios propios: que yo sepa, un almacén de comestibles y bebidas en Larga esquina a Ángel Urzáiz y otro en Zarza-Santa Clara, Las Américas (que terminó siendo el Bar Victorino).

Destacan en la foto los dos reservados que se ubicaban donde hoy la cocina del bar -más otros dos que existieron junto a la fachada de Sierpes- y delante de ellos –en el espacio que hoy da paso al salón interior- el habitáculo donde se guardaban los enseres del establecimiento. Camarotes que eran parecidos a los del restaurante La Fuentecilla (en Larga esquina a Ricardo Alcón y Ganado, cerrado en 1952), según se aprecia en la imagen que ofrecemos a continuación.

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Al fondo, dos de los seis reservados de La Fuentecilla en una imagen tomada el 19 de enero de 1930, con el personal (33 cuento) antes de servir un banquete organizado por Luis Suárez Cofiño en homenaje al industrial Daniel Martínez García (con nótula en GdP núm. 656), recién elegido, en Barcelona, presidente de la Confederación Gremial Española. /Foto: Francisco Sánchez Pérez ‘Quico’, cedida por Ángel Lozano Sordo.

Nada que ver estos reservados de La Fuentecilla y Las Mellizas con los célebres de La Burra: aquéllos industriales y con prestancia; los de la emblemática y añorada taberna, rústicos y populares, como buena parte de los parroquianos que la frecuentaron desde que abrió sus puertas mediado el siglo XIX.

También compartieron Las Mellizas y La Burra -en ésta al interior de algunos de los camarotes y en el pasillo que los enfilan- los azulejos que a media altura aún decoran las paredes del Bar Vicente, facturados en la sevillana fábrica de Mensaque.

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Al interior y exterior de los camarotes de La Burra (ver en GdP nótula núm. 489) los mismos azulejos de Las Mellizas-Bar Vicente. /Foto: Fito Carreto.

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La Fuentecilla (ver en GdP nótula núm. 1061) hacia 1942, junto a la mampara que dividía el bar de el comedor. Sujeta a la columna, la  bola donde se guardaban las aljofifas. / Foto, Francisco Sánchez Pérez ‘Quico’, cedida por Emilio Sánchez, hijo del hasta entonces propietario del restaurante, José Sánchez Gil. 

LOS DOS PEPES
José Ruiz Sordo ‘el Rubio’ falleció en octubre de 1948. En el 45 había traspasado el negocio al portuense José Sánchez Sousa, que lo llamó Los dos Pepes (él y su hijo), nombre que ya tenía desde comienzos de los años 30 la panadería que tenía abierta entre Las Mellizas y la Casa de los Leones, ampliada a confitería y tienda de comestibles en 1940. Ambos locales se comunicaban entre sí desde los tiempos de ‘el Rubio’. Continuó llevando el ultramarinos durante años, hasta que pasó a manos de la familia Ojeda, la de la confitería La Perla, cerrando en los 80, cuando era el autoservicio Los dos Pepes.

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A los cinco años de hacerse con el bar, en 1950, asfixiado por problemas económicos, decidió cambiar de aires y se estableció en Cádiz, donde en 1960 abriría una panadería-confitería-charcutería  en la calle San Francisco y después una sucursal en la plaza Mina, donde elaboró sus célebres picos brasileños, tan célebres como su Mini (versión furgoneta) en el que hacía los repartos acompañado como copiloto por una muñeca hinchable vestida según la ocasión: en verano, con traje de baño; en feria, de gitana; en Semana Santa, con mantilla…

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Fue Pepe Sánchez Sousa, al que llamaban Machaquito (no sé si por el torero o por el anís), un tipo simpático y de buen carácter, muy trabajador, algo extravagante y siempre vestido con gorro y guayabera o chaqueta blancas. A pesar de los pocos años que llevó el bar, dejó huella en sus parroquianos por su buen hacer y su peculiar manera de ser, y de hecho aún el bar se nombra también por su antiguo nombre, por economía de lenguaje, Los Pepes.

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LOS TRES VICENTE 
En 1950 concluyó la segunda etapa del local como bar y comenzó la que ha llegado a nuestros días. El 27 de mayo de aquel año se hizo con el local otro montañés de Camijanes, Vicente Sordo Díaz, que a El Puerto llegó en septiembre de 1937, cuando tenía quince años, para trabajar con su hermano Maximino, que días antes de estallar la guerra civil comenzó a llevar El Resbaladero y que antes ya había trabajado, con su hermano Cosme, en Las Mellizas. En el 42 Maximino tomó La Fuentecilla, trabajando con él su hermano Vicente, a quien le subarrendó el negocio en julio del 48 en aparcería con José Terrazas ‘el Balilla’. Luego Vicente tuvo  el Bar Pavoni, también en la calle Larga, hasta que se independizó para llevar Los dos Pepes, al que rebautizó como Bar Vicente. Retomó así el local la familia Sordo, pues José Ruiz Sordo, ‘el Rubio’, era primo de su padre, Francisco Sordo Rubín.

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Vicente Sordo y su hijo Vicentín cuando era Vicentín. La pared cegada entre las columnas cerraba lo que hoy es la cocina. Al fondo, el comandero de Las Mellizas. / Foto: Bar Vicente.

Aquí permaneció Vicente durante 62 años, toda una vida, que es la que lleva su hijo Vicente, mi amigo y hermano, de quien hace veinte años escribí y ahora lo reitero que es todo un experto en el difícil arte de saber estar detrás de un mostrador; y delante, añado ahora. Y con él su hijo Tito, la tercera generación de los Vicente Sordo, que sigue el camino que comenzó su abuelo, el montañés que con el merecido respeto y el afecto de todos los portuenses se quedó para siempre con nosotros y del que el próximo 28 de mayo se cumplirá el segundo aniversario de su fallecimiento, que es lo segundo, además de mostrarles la vieja foto de Las Mellizas, que yo quería destacar, y decirle desde el recuerdo al patriarca que por el bar, aunque en El Puerto andan las cosas como andan, todo va bien. Sabe que lo dejó en buenas manos y que en ellas seguirá durante muuuucho tiempo. / Texto: Enrique Pérez Fernández.

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Vicente Sordo en su tierra, junto a la ermita de San Antonio del Monte Corona, en el municipio de Valdáliga. Hasta siempre, Vicente.  

Más información del Bar Vicente en Gente del Puerto:
Nótulas, núm. 14, 977, 1.225, 1.891.

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En la época de los retratos con negativos al colodión y copias a la albúmina de color marrón pardo, pegados sobre cartulinas, nacía en nuestra ciudad, el 2 de febrero de 1876, Justino Castroverde García, --el autor de la fotografía-- hijo del abogado portuense José Castroverde Quirós. A decir del historiador Rafael Garófano Sánchez -que ha estudiado la vida de Castroverde-, las circunstancias familiares llevaron a Justino a la fotografía.

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Numerados en la propia fotografía, llevan escritos los nombres en el reverso de la cartulina: 1. Fernando Ruiz-Calderón Puerto. 2. Esteban García Raul. 3. Manuel Fernández Martínez. 4. Eduardo Tejada Artola. 5. Manuel Ortega Infante. 6. José Romero. 7. Manuel Sánchez Enríquez (Lunita). 8. Manuel Moratón Curvario. 9. Tomás González Muñoz. 10. Desconocido. 11. Ángel Medinilla Ducros. 12. Moreno. 13. Desconocido. 14. Desconocido. 15. Santiago Biensobas. 16. José Neto Artola. 17 Adolfo Tosar Hano. La fotografía, realizada por Justino Castroverde, (ver nótula 705 en Gente del Puerto) hace aproximadamente 100 años, pertenece a la colección de Carmen Medinilla.

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matiasbalserarodriguezEste hijo de telegrafista, que en 1903 ingresa en el Cuerpo de Telégrafos, hará entre El Puerto de Santa María y Cádiz, las primeras pruebas de telegrafía sin hilos.  El éxito de las pruebas hizo que Marconi se interesase por las mismas. Construye, por esa época, la primera estación de Radioaficionado en España.

Nació en Gibraleón, (Huelva), el el 23 de febrero de 1883. Hijo de telegrafista y con cuatro hermanos relacionados con la telegrafía, parece evidente que el ambiente familiar debió influir en su interés por este nuevo medio.

INDUSTRIA MILITAR.
En 1904, dio una solución práctica a la sintonización que aplica a la dirección de torpedos, dos años mas tarde, en el Arsenal de La Carraca. Como reconocimiento de su éxito recibe una subvención, pero el Ministerio de Marina declara que el control de torpedos a distancia por medio de la radio no le interesa. En 1905, patentó su sistema, denominándolo Un sistema sintonizador y director de torpedos por medio de las ondas de Hertz. 

INVENTOR.
Con su emisora de radioaficionado logró comunicaciones desde tierra con los barcos de la Compañía Transmediterránea. En 1909, desarrollo un transmisor telegráfico rápido, que fue aprobado por la Dirección General de Telégrafos. En 1910 inventó un telégrafo portátil para usos militares y un año mas tarde, construyó una estación Morse automática, para oficinas con un solo operador. Posteriormente inventaría el radio estereoscopio y el radiomegáfono. Ese mismo año consigue su trabajo más espectacular: la permanente comunicación de una emisora fija con un tren en marcha, utilizando un transmisor de corto alcance.

IDEAS A AMÉRICA Y ALEMANIA.
En 1912 idea un sistema para sustituir la propulsión de los torpedos, pólvora de combustión lenta, por aire comprimido. En España nadie presta atención a la idea, pero los americanos la siguen utilizando en sus tubos lanzadores. En 1914, la Armada alemana adquirió su sistema de control a distancia, y Balsera, desde Ostende, controló un barco misterioso alemán que hizo que la poderosa escuadra británica se encerrara en Dover, permitiendo a la flota submarina alemana pasar el canal de la Mancha.

radiotelefoniaPRECURSOR DE LA RADIO COMERCIAL.
En 1922 efectuó los primeros ensayos de radiodifusión, desde la estación radiotelefónica del Palacio de Comunicaciones de Madrid, retransmitiendo varios conciertos de la Banda Municipal. Balsera residió en Inglaterra durante ocho años, e inventó en Londres un sistema de rayos X, con los cuales pueden verse y localizarse todos los cuerpos extraños sin necesidad de operaciones trigonométricas. El Radio-estereoscopio, como lo llamó su autor, fue adoptado por elSaint Mary Hospital de Londres, donde ha seguido funcionando desde la época de su instalación.

Otro de sus méritos es el de ser quien motivo al vecino jerezano Antonio Castilla López, su interés por la radio --quien sería el principal accionista de Unión Radio, precursora de la SER, antes de 1936-- y la electrónica. Todo su entusiasmo, no tuvo correspondencia en su país, como él mismo lamentaba en las últimas páginas de Radiotelefonía, su última publicación en 1925.

Ay, si os pudiera materializar esas imágenes que desbordan las evocaciones, que proyectan los recuerdos de forma nítida.

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Fotos que impresiona la memoria en un tono sepia oscuro, del mismo color de las túnicas de estameña de aquellos cofrades  con los maderos a cuestas que atravesaban como espíritus mudos el parque. El albero de las añejas veladas veraniegas y de los juegos infantiles de aquellos niños que nos criamos en El Molino, el parque de la Victoria. Con los patos recogidos en la gruta que diseñó Francisco Lameyer y con la luz amarillenta que despedía la ermita de los Caminantes, custodiada por los Álvarez Campana, repleta con los exvotos plateados que rodeaban a la imagen de Nuestra Señora de la Concepción. Qué pena del vergel de lo que fue el monasterio que custodiaba a la Señora de la Soledad y a la del Desconsuelo.

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Qué queda de aquella alameda de los Mínimos, de aquel parque de la Victoria de nuestras nostalgias. Qué lástima con lo que le han hecho. Nunca mejor dicho, cómo lo han rematado.

Una de tantas cosas que dejaron de ser lo que fueron…

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La bodeguita de González Rico, hoy reconvertida en moderna cafetería y churrería.

Como las espadañas de La Sangre y de Jesús de los Milagros, el aroma punzante de la bodeguilla de Misericordia o de Casa Lucas, la prolongada sirena de las Bodegas Terry, que marcaba la vida de las barriadas obreras levantadas por Rebollo… la fragancia a periódicos y tebeos recién llegados a la Librería Cortés,  los sobres de soldaditos del quiosco verde de la plaza del Castillo, los juanillos y torrijas de La Campana, los bilbaínos y penitentes de cartón de Los Ángeles, el café mañanero en el Central, el olorcillo de los filetes rusos de La Solera bañados en catsup de Conservas Sur, las cazuelitas del Tendido 4, el frescor del Manolo González en La Puntilla, las araucarias que descollaban por Peral, las risas infantiles de los domingos en el  Moderno, los quejíos de Camarón en el Principal, las paredes almagras de La Angelita, las cunitas del parque, los burgaíllos recién mariscaos en La Colorá…

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Las araucarias de la Plaza de Isaac Peral nos dejaron con el fin del milenio.

Por eso cuando contemplo la luz del atardecer en El Puerto, cuando me sosiega ese halo azulado de destellos al dirigirnos a las salidas de nuestros cortejos, paladeo la mirada porque esa Primavera de nuestra infancia y de nuestro presente está ahí. Intocable. Ese crepúsculo no lo podrá alterar ningún lumbrera; ni habrá listillos que puedan especular con esos resplandores. No hay dinero en el mundo para que una multinacional pueda deslocalizar la luz de El Puerto cuando acaricia las imágenes de nuestras hermandades.

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Las desaparecidas cunitas del Parque. Como el Club Taurino, o Los Caballitos.

De ahí que debamos saber valorar lo que aún tenemos y lo que encierran en su memoria y en sus amores los veteranos cofrades, bitácoras vivientes de nuestra ruta e inversores de tantas horas de esfuerzos y vivencias con las que hipotecaron sus corazones. Disfrutemos de las experiencias y recuerdos de esos venerables jóvenes, de Antonio de la Torre, de Luis Ortega, Manolo Girón, Antonio Velázquez, al que pude conocer como maestro y padre, Alfonso Carreto, Fernando Gago, Paco Camacho, Jesús Nogués, Paco Lerdo, Luis Suárez.

Saboreemos lo que todavía permanece, como el vaho de los vinos góticos de La Palma, los anaqueles de Las Novedades, de la Diana, o de La Giralda o el perfume de los nardos en la plaza Juan Gavala cuando amanece el 7 de septiembre.

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Máquina registradora de Las Novedades.

No podemos esperar que las cosas desaparezcan para echarlas de menos, ni quedarnos indiferentes cuando las ultrajan como ahora a los santos muros de la Iglesia Mayor.

Ni aguardar que nuestra gente no esté con nosotros para decirles cuánto le debemos, cuánto les queremos… /Texto: Francisco Andrés Gallardo. (Del Pregón de la Semana Santa 2010).

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