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«En el siglo XIX, los lugares que tradicionalmente acogieron el tranquilo deambular de los portuenses –aparte de algunas áreas de ocio, como las caminatas que solían hacerse por el Camino Viejo de Rota al molino Platero, o en 'la Otra Banda' al pinar del Coto de la Isleta– fueron, a partir del siglo XVIII, el paseo del Vergel del Conde, ampliado en 1895 con la creación del Parque Calderón, y el paseo de la Victoria, y desde 1889 la plaza Isaac Peral. Hasta principios de nuestro siglo, fueron tiempos en que río y ciudad, fundidos, conformaban un mismo paisaje, materializándose el hecho de ‘vivir cara al río’: A un lado la ciudad, al otro el Guadalete, y en medio el vergel del Conde y su prolongación del parque Calderón.


El Cantil del Muelle y el Parque Calderón en 1870, sin urbanizar, ‘un sitio intransitable e inmundo’.

EL PARQUE CALDERÓN.
La muralla de encauzamiento del río entre la plaza de la Herrería y el puente San Alejandro, comenzaba a levantar en 1873, no se culminaría hasta 1884. Pero a los diez años, en septiembre de 1894, ante el mal estado que presentaba la nueva muralla y la más antigua –de 1735- frontera al paseo del Vergel, el maestro de obras del municipio, Miguel Palacios, requirió al Ayuntamiento la necesidad de su inmediata reparación. El proyecto formado por Palacios incluyó la rehabilitación del terreno ganado al río en la década de los 70, «un sitio intransitable e inmundo», al decir de entonces. Buena ocasión se presentaba para que el aspecto de la ribera entre el Vergel y el puente ofreciera una imagen más digna para un lugar tan señalado y principal de la población.

El Cantil del Muelle y el Parque Calderón, delimitado por unas rejas, a principios del siglo XX. La actividad portuaria, separada de la zona de ocio.

La Corporación surgida tras las elecciones municipales de junio de 1895, presidida por el conservador Severiano Ruiz Calderón, sería la encargada de ejecutar las obras de la ampliación del paseo, iniciadas en julio y concluidas, en su mayor parte, en febrero de 1896, mientras la reforma del muelle se prolongó algunos años más.

ACTOS FESTIVOS.
Desde la fundación del Parque Ruiz Calderón, al igual que desde 1846 venía ocurriendo en el Vergel, el ayuntamiento organizó, entre el 24 de junio, festividad de San Juan, y el 14 de agosto, víspera de la Feria de la Victoria, numerosos actos festivos y lúdicos en ambos paseos con el principal fin de atraer la llegada de turistas. Por citar algunos de los mas señalados de una extensa lista, mencionaremos las veladas marítimas, los teatros y cines de verano, los conciertos de la Banda Municipal, las barracas de la feria, las tómbolas y rifas, las casetas de baile, las regatas y cucañas marítimas frente al Parque, los fuegos artificiales... Y con ello, los establecimientos de bebidas, que en su tiempo fueron toda una institución, como la Caseta de Martínez, la de Pedro Morro o la de Luis Bononato, los kioscos de Pasage, de “el Chico”, de Murga, el Puesto de Fernando, El Parque, El Recreo, y otros tantos que el paso del tiempo dejó en el olvido» (Texto: Enrique Pérez Fernández).


El fotógrafo Cuellar --que no se llamaba Cuellar- delante del Bar Santa María.

REMODELACIÓN.
En 1996 se conmemoraba el centenario de la inauguración del Parque de Ruiz Calderón, que se abría como espacio de esparcimiento de aquellos portuenses en febrero de 1896 ejecutado bajo el mandato de la corporación presidida por el conservador Severiano Ruiz Calderón. La Tertulia ‘Un alto en el Camino’ reunía en torno a su mesa a uno de los coautores técnicos que ejecutó la remodelación de dicho Parque descendiente, precisamente, de aquel alcalde, el arquitecto Ramón Pico Valimaña.

‘NO HAY DIRECTRICES POLÍTICAS EN LA REMODELACIÓN DEL PARQUE’.
El proyecto no dejaba indiferentes a ningún porteño y al mismo asistieron, además de los habituales contertulios, los también arquitectos Alfonso Rodríguez Serrano, Jorge Gutiérrez Colosía y Rafael de los Santos.

Tertulia de 'Un Alto en el Camino', en 1996. /Foto: Andrés Mora.

Pico Valimaña exponía aquel 1996 un resumen del proyecto, desglosando las actuaciones que se pensaban acometer en el Parque, Pozos Dulces y calles de la Ribera. Reiteraba que el Ayuntamiento le solicitó un diseño sencillo y práctico, retirando el epíteto faraónico. «--Se me ofreció la idea para desarrollarla sin cortapisas, sin directrices políticas alguna, un nuevo parque moderno, imaginativo, abierto a la Ciudad y al río», recogía en su crónica de Diario de Cádiz el periodista Francisco A. Gallardo, que incluso recibió el guiño de «que rozara lo utópico». Un proyecto englobado en la remodelación de la Ciudad y en toda la bajamar del Guadalete.

El Parque, ya con la remodelación, con el palmeral intacto. /Foto: Jorge Roa.

PROPUESTAS.
Los contertulios hicieron sus propuestas: se rechazó por falta de espacio, la ubicación de un anfiteatro, un recinto al aire libre para espectáculos. Sin embargo se insistió en la colocación de un templete de música, que inicialmente no se encontraba previsto, como otras mejoras en las que trabajaron los arquitectos redactores, como la habilitación de un espacio para contenedores o varios servicios públicos; la instalación de una carpa desmontable era rebatida por los hosteleros presentes y ninguna objeción al aparcamiento subterráneo de la plaza del Pescador.

Pico defendía la carretera que se ubicaría en el cantil del río porque confiaba en que, debido a los cambios viarios de la localidad y de los distintos aparcamientos, no crearían un tráfico denso, recordando que la acera inmediata al río sería ampliada a 12 metros, como el Paseo José Luis Tejada, durante la revisión del proyecto.

«El paisaje del Parque Calderón está cambiado; las palmeras se han transformado en un Parthenón de desmochadas columnas, cuyos capiteles han sido pasto de un invasor incontrolado que amenaza con convertirlo en un parque amputado» (Alberto Boutellier Caparrós). /Foto: Pepe Hidra.

LA REALIDAD.
La realidad ha sido otra, no es necesario comentarla, basta por pasear por este más que centenario lugar de encuentro de los porteños. Unido a ese presente que es hoy el Parque, el desastre en el palmeral por culpa del ya tristemente famoso picudo rojo, o la desaparición del Carrusel de los Caballitos --ojo podrían volver si encuentran algún tipo de ayuda para su restauración-- las cunitas y los tradicionales puestos, han conformado un espacio público que no es una de las mejores imágenes de la Ciudad, en pleno conjunto histórico.

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El Colegio Oficial de Tapatólogos de la Provincia de Cádiz en colaboración con la revista Cosas de Comé  quiere aportar a la sociedad un documento para que todos los aficionados a la ensaladilla, que somos millones, tengan un sitio donde acudir en busca de buenas tapas para no ir al libre albedrío y no encontrarse con sorpresas. Para ello se ha creado el “informe ensaladilla” un dossier (que palabra más fina) que incluye desde la definición de la ensaladilla  hasta sus diferentes clases y las formas en que se puede encontrar, haciendo mención también a los males que la aquejan. A continuación publicamos el documento de trabajo que recoge algunos de los bares donde se sirven magníficas versiones de la ensaladilla en El Puerto, y que no está terminado. ¡Cojan el tenedor! y añadan sus propuestas para la guía.

Bar Apolo.
Calle Palacios esquina con Nevería.
Ensaladilla rusa, considerada el canon ‘clásico en ensaladilla’, heredera de la que se hacía en el desaparecido bar de enfrente ‘La Mina’. Lleva, además de las patatas, mayonesa,  aceitunas y chícharos. Suele ir a-tuneada, es decir con pedacitos de atún en aceite. Sigue el precepto de escuela, de adornarla con unas tiras de pimiento morrón y huevos cocido, además de repellarla con la mayonesa.

Bar La Herrería
Plaza de la Herrería número 2. No cierran entre semana.
Ensaladilla recomendada para la guía por Pepe Monforte, al autor del ‘Informe Ensaladilla’, por lo que nos remitimos a éste para ponderar sus cualidades.

Bar El Nuevo Portuense
Calle Luna número 31. Cierra los domingos
Ensaladilla clásica, con muchos ingredientes, pero muy bien ejecutada. Su autor es el cocinero portuense Diego Conejero Chaparro. Esta ensaladilla “marida” a la perfección con otra tapa estrella de este bar las sardinas empanás. Proponemos hacer pareja con ambas.

Bar El Pescaito
Calle Atalaya número 9 (Por detrás del Hospital Santa María de El Puerto). Cierra los martes, excepto en los meses de julio y agosto que abre todos los días.
Ensaladilla de doble cúpula, muy sencilla en los ingredientes, pero extraordinariamente jugosa. Aquí también proponemos otro “maridaje” y es acompañarlas con los boquerones en adobo del mismo establecimiento que comandan los hermanos Enrique y Antonio Gago.

Bar Er Beti
Calle Misericordia número 7. Cierra los miércoles
Ensaladilla servida al pegotón, clásica y jugosa. Lleva pocos ingredientes: pimientos morrones, huevo duro y un poquito de atún. Utilizan, como muchas buenas ensaladillas, la mayonesa de Hellman’s. Los picos del Horno de Roque perfectos para el panidaje.

Bar Levante
Avenida de la Bajamar número 2. Cierra domingos por la noche y lunes completos.
Ensaladilla típica de los bares de cocina moderna en cuanto a la forma, cilíndrica, y muy original en cuanto a ingredientes ya que lleva pulpo y langostinos. Ambos se ven, además. Creada por el cocinero Carlos Municio. La mayonesa es casera realizada con aceite de girasol y leche. No lleva huevo.

Casa Paco Ceballos
Ribera del Marisco, junto a Romerijo. Cierra los miércoles
Ensaladilla muy original ya que se presenta en una especie de “mousse” integrada por una muy suave mayonesa, las patatas y el huevo cocido, nada más. Fue creada por Paco Ceballos el fundador de Casa Paco Ceballos. La pareja ensaladilla y pavia de merluza es impresionante. Cualquier tapatólogo debe probarla.

La Bodeguilla del Bar Jamón
Misericordia número 5. Abre todos los días
Es una muestra de las ensaladilla clásica, de las que llevan atún. Por su forma entraría en lo que se llama la ensaladilla ‘al pegotón’ que es la que se sirve en el plato (un elegante plato hondo) mediante un hábil toque de cuchara por parte del cocinero. Una de las mejores cosas de esta ensaladilla es la generosidad en mayonesa, cosa que le viene perfectamente porque es suave. El índice de tropezones (proporción entre patatas y otros ingredientes) es perfecto y se pueden ver trocitos de zanahoria, huevo duro, atún en conserva y chicharitos, un ingrediente que cada vez se ve menos en las ensaladillas. Aunque lleva en la carta desde el principio, la ensaladilla actual es obra de Mamen Serrano.

Bar Pijota.
Calle Curva sin número. Abre todos los días excepto los domingos por la noche y los lunes. (En julio y agosto sólo cierra los lunes al mediodía).
Ensaladilla de gambas recomendada para la guía por José Daniel Lorenzo

Bar Pepito.
Calle Crucero Baleares número 7
Ensaladilla recomendada para la guía por Jesús. Se trata de una ensaladilla de tipo minimalista servida en forma cupular. Sólo lleva atún y patatas y el toque fundamental es una mayonesa casera hecha con huevo pasterizado. La ensaladilla la creó la cocinera Antonia Bonmati allá por la década de los 60 del sigloXX cuando abrió el bar y ahora su hijo, David Fernández Bonmati, mantiene la misma fórmula. Se sirve con picos de la panadería Santa María de El Puerto.

El Faro de El Puerto.
Ctra. de Fuenterrabía, Km. 0,5.
Ensaladilla Rusa de gambas con un toque de Vino Fino del Restaurante El Faro de El Puerto. En una próxima nótula en Gente del Puerto revelaremos la Fórmula magistral del Ensaladillismo.

ENSALADILLISMO.
Defininición. Se ocupa de estudiar todo tipo de ensaladillas desde la inmigrante, la rusa, hasta las del país, la de gambas o la de pulpo, uno de los últimos fenómenos de esta ciencia y que está en auge. Defínase como ensaladilla a toda preparación que sobre una base de papas cocías lleve como ingrediente necesario la mayonesa y a partir de ahí, echalé imaginación…que no quiero yo decirle lo que he llegado yo a ver como ingrediente de una ensaladilla.

El colegio establece como rama aparte del ensaladillismo a la papaaliología o estudio de las papas alioli, aunque admite como obra del ensaladillismo a las ensaladillas en que la mayonesa lleva un toque de ajo, siempre que lleven algún ingrediente más que las separe de las papas alioli (patatas, ajo, mayonesa y perejil).

Los ensaladillistas deben atender a la hora de estudiar esta ciencia a varios aspectos. En primer lugar observarán sus ingredientes y distinguirán entre los imprescindibles: patatas y mayonesa;  básicos: zanahoria y huevo, y los “embellecedores” entre los que deberiamos citar a todos los demás ingredientes que se le agregan, incluidos los chícharos (guisantes).  Sobre estos últimos se ha escrito mucho para dilucidar si la verdadera ensaladilla gaditana los lleva o no. De todos modos la corriente “chicharista”, que defiende la inclusión de este ingrediente parece ir en declive en pos de un estilo más “minimalista” de las ensaladillas con menos ingredientes. (Texto y Fotos: Pepe Monforte).

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Manuel Delgado Villegas ‘el Arropiero’, el asesino en serie, con 48 crímenes confesados, era incapaz de sentir culpa o de empatizar con sus víctimas, según el investigador que lo detuvo y que recorrió con él los escenarios de sus delitos. Salvador Ortega Mallén convivió durante tres años con el asesino múltiple más prolífico de la historia de España, Manuel Delgado Villegas, ‘el Arropiero’, un sociópata incapaz de sentir cualquier empatía con otro ser humano y absolutamente indiferente con el sufrimiento que causó a las 44 personas que confesó a la Policia haber matado y las otras cuatro que admitió ante su abogado, en varios casos con episodios de necrofilia.

Ortega, catedrático en Criminalística y Medicina forense y experto en estupefacientes, destinado entonces como policía en El Puerto de Santa María, lo detuvo y después viajaron juntos para reconstruir los escenarios por los que deambuló este transeúnte asesino, entre ellos Ibiza. «No sabemos cómo llegó a la isla». Allí acabó con la vida de la francesa Margaret Helene Boudri. Deambulando por el campo para hacerse con algo de comer llegó a Can Planas, donde vio luz y a la muchacha dormida en una habitación. La estranguló, pero después le asestó un par de cuchilladas leves para despistar a los policías y lavó el cuerpo. Cuando regresó custodiado para la reconstrucción «decía que habían cambiado el colchón», rememoró el investigador, a quien el inquilino le explicó que solo habían cambiado la funda. Se la volvieron a poner sin decirle nada al asesino, que al volver a verla la reconoció al instante. /Recorte de prensa de la época.

De izquierda a derecha, el criminalista Salvador Ortega que durante tres años junto a otro experto en criminología, Manuel Alcalá a la derecha, viajaron con el asesino en serie --quien aparece en el centro de la imagen-- por toda la península, “con una maleta de sumarios por resolver, buscando pistas de los crímenes que cometió”. “Con mucha dificultad nos ganamos su amistad, y gracias a estos viajes en los que nos movíamos por la calle y dormíamos juntos pudimos imputarle siete asesinatos”. Este fue “El primer y único viaje de este tipo que se ha llevado a cabo por ninguna brigada criminal”. Además Ortega resaltaba que con el escaso sueldo que ganaban no les daba para sufragar los gastos y tanto él como el juez, tuvieron que pedir sendos créditos para continuar con la investigación.

Fruto del tiempo que viajaron juntos, el criminalista asegura que si le dijeran que El Arropiero mató a 120 personas, «no le pondría pegas», tal era su indiferencia ante la vida. En la radio escucharon un día que en Mexico habían hallado más de cien cuerpos enterrados en la finca de un asesino. Delgado se sintió provocado: «Jefe, déjeme suelto cuatro días, que ese hijoputa no mata más gente que yo», asegura Ortega que le dijo El Arropiero totalmente en serio.?? Era analfabeto, disléxico y tartamudo, pero «no era imbécil». Buscó coartadas hasta para el crimen por el que le cogieron, el de una chica discapacitada mental que frecuentaba y que se prostituía entre los camioneros. En pleno coito, El Arropiero decidió que ella no le podía «poner cuernos» y la mató con sus propios leotardos. El curioso juicio moral de un vagabundo que también ejercía de chapero por un plato de garbanzos. Cuando le interrogaron dijo que había ido al cine y sacó su mitad de la entrada rasgada. «¿Quién conserva eso?» se preguntó el comisario. Por eso llamó al cine para ver si coincidían las películas que El Arropiero decía haber visto con las que proyectaron, y no coincidían. /Portada del documental.

El asesino y su captor.

Terminó por confesar su primera muerte y les llevó hasta el cuerpo. Después, por si acaso, Ortega le preguntó por otro cadáver hallado, el de un joven víctima del 'golpe de la muerte' (un golpe seco en el cuello) que aprendió en la Legión, que se haría tristemente célebre, y así empezó el recuento de sus víctimas. ??Lo anárquico de sus desplazamientos y la nimiedad de las causas por las que podía desatarse su violencia hicieron que no se le relacionara, hasta su confesión, con la mayoría de los delitos que cometió, incluso algunos de ellos pasaron por accidentes. Es el caso de Venancio Hernández, quien apareció muerto en el río Tajuña, en Madrid. El Arropiero, huyendo de la policía tras una reyerta, le pidió comida. «Viéndolo fornido como era, Hernández le dijo que trabajara como todo el mundo». El asesino admitió que «hasta que no oyó 'que dejaba de hacer glugú' no paró». ??Era oportunista, como cuando vio a un hombre dormitando en la playa del Garraf, en Barcelona, y le abrió la cabeza con una piedra para afanarle el reloj y la cartera. Del mismo modo zanjaba sus líos de faldas, y así sucedió cuando se emparejó con una señora mayor y «muu gorda» que vivía con su sobrina en Italia. Aquella le sorprendió encamado con esta. «Formaron tal escándalo que las tuve que matar a las dos», justificó El Arropiero.

Programa de "Dossier 21" (1993) de RTVE dedicado a la figura de Manuel Delgado Villegas, "El Arropiero", uno de los más conocidos asesinos en serie de la historia de nuestro país. El programa, que cuenta con una entrevista al personaje, del policía que lo detuvo y de caras y espacios conocidos de la Ciudad, algunas de los años 70, no llegó a ser emitido en su día por televisión española

Más información en GdP
201. El Arropiero. El vagabundo de la muerte.

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Integrantes del equipo de la Peña 'El Troncho', el 21 de junio de 1961

Bonitos recuerdos se agolpan mi mente de aquellos años, entre 1957 a1963, con los amigos de la Peña ‘El Troncho’: Antonio Miranda Garcia, Luis Soriano, Manolo Rojas, Luis Gatica, Juan y Antonio Reinado Ojeda, Miguel Marroquin, Manolo Murga, Manuel Ferruti, Roberto Vega, Manuel Romo Martínez ‘Lolete’, Ramón Suarez, José Antonio Sánchez, Luis Sucino Rico ‘Luini’ y ‘el Tito’. Formamos un equipo de fútbol, el Troncho CF, con las camisetas de color blanco, rayas negras, y calzones blancos. Recorrimos muchos pueblos de la provincia de Cádiz, y participamos en campeonatos locales de El Puerto, durante varios años, siendo campeones en algunas competiciones. Este tiempo fue el más bonito de mi juventud, tuve muchas amigas allegadas a esta entidad, a las que no quiero mencionar por si molesto.

Teníamos muchas actividades y me viene una a la memoria: todos los años por el mes de julio, nos íbamos a la playa, toda la noche, con comida y bebidas. Recuerdo el uniforme de los peñistas: niqui negro y pantalón azul añil. Los fines de semana hacíamos guateques. La mayoría de las veces  en el patio de la casa de Roberto Vega, en la calle Cielos, quien tocaba estupendamente el acordeón y que hoy ya no está con nosotros.

Integrantes del equipo de la Peña 'El Troncho', el 1 de mayo de 1962.

En El Puerto, jugué con vario equipos de fútbol, tales como El Casamata, en la selección del colegio de San Luis Gonzaga, y otros que arbitraban  ‘el Gordo’ Gatica, Juan ‘Chiqueté’, Morrito Morro y Antonio Ortega ‘el Churra’. (Texto: Antonio Cristo Ruiz).

Más información de la Peña El Troncho en GdP:
225. La Solidaria Peña El Troncho.

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Estrenando la motocicleta marca EGO en el Paseo de la Victoria el 6 de enero de 1958. Al fondo, el edificio de la Sericícola. De izquierda a derecha Vicente González Lechuga, Manuel García Sánchez, Manuel de la Rosa Vela y Juan Luís Bermudez Tejada

La imagen está tomada en la carretera de Sanlúcar, el mismo día: Manuel García Sánchez, Juan Luis Bermúdez Tejada y Vicente González Lechuga.

Garate, Anitua y Compañia, G.A.C. fue una empresa, eibarresa (Guipúzcoa)dedicada a la fabricación de bicicletas y motocicletas entre las que destacó la popular mobylette. La G.A.C. se fundó en Eibar a principios del siglo XX y como el resto de las fábricas de las de entonces, se dedicó a la fabricación de armas, en particular de pistolas. Una de las más populares de las que produjo fue el modelo Lira, conocida como La Lira que era una copia de la Manlincher de calibre 7,65 mm.

 La G.A.C. fue la primera de las empresas armeras que emprendieron el camino de la conversión a la bicicleta, pronto le seguirían otras como Orbea y BH. Para fomentar su uso y dar a conocer el producto en 1927 Eulogio Garate, Hermogenes Larrañaga y Eulogio Bustindui fundaron el Club Ciclista G.A.C. antecesor del Club Ciclista Eibarres, y comenzaron a organizar diferentes pruebas ciclitas por todo el país, de ellas saldrían las actuales competiciones como la bicicleta eibarresa, hoy conocida como euskal. A comienzos de la años 60 del siglo XX G.A.C. complementa su línea de productos con la fabricación, bajo licencia, de las motocicletas mobylette que rápidamente se popularizan en toda España.

 El crecimiento de la empresa hace que a principios de los años 70 decida abandonar las viejas instalaciones eibarresas, en el barrio de Txonta, y se traslade a unas modernas y amplias instalaciones de el barrio abadiñotarra de Matiena. Entonces la empresa contaba con una plantilla de cerca de medio millar de trabajadores. En este traslado del estrecho valle del Ego a las amplias campas del duranguesado la G.A.C. también fue de las pioneras. A ella y a otras empresas eibarresas de debe en nacimiento urbano de Matiena y la importancia industrial de Durango. /Fotos: Colección Vicente González Lechuga.

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María Vera, portorrealeña con ascendencia porteña afincada en nuestra Ciudad es la mujer de quien fuera Secretario General del PCE en El Puerto (1974-1981) y concejal del PSOE (1987-1991), Miguel Marroquín Travieso. Su historia es representativa de muchas mujeres que apoyaron a sus maridos en la conquista de la libertad que hoy gozamos, sufriendo privaciones, sintiéndose señaladas y en una situación de miedo permanente ya que desconocían en que circunstancias se encontraban sus maridos cuando eran detenidos por sus ideas políticas, o cuando sería la próxima vez. María Vera nos cuenta su historia.

«--Mi padre era de izquierdas. Mi madre en cambio, nunca se interesó por la política. Supe que a mi padre le interesaba la política y que era de izquierdas cuando conocí a Miguel: mi padre y él no paraban de hablar siempre de política. En mi casa nunca se escuchó ningún tema referente a la política, de manera que yo, tampoco me interesé por ella hasta que conozco a Miguel.  Entonces tenía yo 15 años. Miguel comenzó a llevarme a reuniones y, cuando cumplí 17 años también yo ingresé en el Partido. Mi padre lo asumió bien, en cambio mi madre no; cuando cayó Miguel preso, me decía: ‘Mujer, tan joven y lo que ya estás sufriendo, lo que estás pasando…’ Y era cierto, pero yo lo quería mucho y deseaba estar  a su lado».

¿Perteneció Vd. a la Sección Femenina? [rama femenina de la Falange Española, constituida en 1934 y disuelta en 1977]. María nos contesta rápidamente: «--No, yo solo pertenecí al Partido Comunista». ¿Como conoció a Miguel?. «--Mi madre era de Puerto Real, pero mis abuelos vivían aquí, en El Puerto de Santa María. Yo pasaba mucho tiempo con mis abuelos y me hice amiga de la hermana de Miguel. Yo tenía 15 años y él 17». /Publicidad de la Sección Femenina.

«Me fui enterando poco a poco que Miguel estaba metido en política. Al principio me decía: ‘Me voy a una reunión’ (antes no se podía ni nombrar al PC). Yo me preguntaba que para que iba a una reunión, una reunión de que… Hasta que me dijo que pertenecía al PC, y como estaba enamorada de él no me importó. Empezamos a trabajar los dos. Me uní con las mujeres que también estaban en el Partido y asistía a movilizaciones.

LA CAIDA DE LOS SETENTA.
Recuerdo la caída de los setenta, cuando muchos amigos y compañeros cayeron presos. Y por supuesto, mi marido. Hubieron muchas concentraciones para intentar sacarlos de la cárcel. Nos metimos en la Iglesia Mayor tres días. La policía intentaba entrar pero no podía. Hubo muchos palos… No conseguimos nada, a Miguel se lo llevaron a Cádiz, donde estuvo tres meses. Después lo trasladaron a Madrid para el juicio y le condenaron durante tres años, luego volvió a caer a los seis meses y cumplió una condena de 18 meses en Palencia. Estuvo en muchos sitios, en Jaén, Madrid, Palencia, en El Puerto, en Cádiz. En el Penal solo estuvo cuatro noches, pero según él fue el mas horrible… /Logotipo realizado en hierro del Partido Comunista.

No me quedaba tranquila cuando mi marido salía por las noches a tirar octavillas o a reuniones, pero… ¡Que iba a hacer! Siempre estaba muy asustada y, cuando tuve a mi hija peor, aunque realmente el miedo y la angustia siempre fue la misma. Era horrible escuchar en la tele o en la radio cualquier cosa y de repente pensaba… ¡Seguro que van a venir a por él! Hemos sufrido muchísimo, solo de pensarlo… si tuviera que volver a vivirlo preferiría morirme antes.

DETENCIÓN Y BODA.
La primera detención de Miguel fue en el setenta, yo era su novia, nos íbamos a casar. Estaba metiendo los muebles en mi casa cuando me dijeron que se lo habían llevado. Me dijeron: ‘A tu novio se lo han llevado, pero solamente le van a hacer unas preguntitas y sale enseguida, ahora mismo viene para acá’. Me llamaron y me dijeron que estaba preso, salió a los tres meses, entonces fue cuando nos casamos, en julio. Nos casamos por la iglesia, pero lo hicimos, sobre todo, por mi madre. Cuando detuvieron a Miguel, que cogieron a tantísima gente, mi padre se fue al campo --había estado en la Guerra Civil--, hizo un agujero y enterró todos los libros que mi marido le había dejado. /Una imagen del joven Marroquín.

Por supuesto, por parte del Estado no teníamos ningún tipo de ayuda. Provenían de los trabajadores, las empresas, … Pero realmente la ayuda que teníamos en aquellos momentos tan difíciles errar de la gente del Partido. Aquella cuota que pagábamos se utilizaba para estas cosas, para momentos de urgente necesidad. Pero aún así, si por cualquier razón no hubiera suficiente dinero de las cuotas para alimentar a una familia donde el padre estuviera preso [político], las demás familias se encargaban de que no les faltara casi de nada, o al menos no se quedaran sin comer. Allí todos éramos como una familia.

Tenía mi hija cuando a mi marido se lo llevaron preso [Eva Marroquín Vera nació en 1971] cuarenta días. Le tuve que quitar el pecho. Estuvo un año y pico. No tuve mas remedio que irme con mi suegra, no tenía a mi gente aquí, y estaba completamente sola. Estuve así hasta que me fui para Palencia, a cuya cárcel trasladaron a Miguel.

LA CÁRCEL.
Cuando estuve en Jaén llevé a mi hija para que viera a su padre.  Ella era muy chica, tenía siete u ocho meses. No paraba de llorar, no quería estar con su padre, no lo conocía. Se llevaron a su padre cuando ella tenía cuarenta días, era normal que no se acordara… Ella no paraba de llorar cuando Miguel la cogió en brazos. Aquello le dolió muchísimo, es muy duro que, sin haber hecho nada, te quiten la libertad, pero peor es aún que te priven de los primeros pasos de tu hija… él lo lamenta muchísimo. Cuando estuvo preso en Cádiz no la llevé. Ni siquiera me dejaban entrar a mí, me tenía que hacer pasar por la mujer de otro para que me dejaran entrar.

Antigua Cárcel de Palencia, donde su marido estuvo preso.

PALENCIA.
A los dos o tres meses de estar en Jaén lo trasladan a Palencia. Me fui para allá, llevándome, por supuesto, a mi hija que era aún muy pequeñita, tenía entonces 18 meses. Nos tuvimos que ir a una pensión. Allí pasé lo mío, mi hija y yo, tuvimos que, incluso, dormir en el suelo… después Miguel conoció a un señor en la cárcel. La mujer de aquel hombre estaba en la misma situación que yo, de manera que, alquilamos una casa juntas y nos apoyamos mutuamente mientras que nuestros maridos estaban presos. Así estuve un mes y pico. En Palencia Miguel tenía un régimen abierto, el cual consistía en lo siguiente, trabajaba fuera de la cárcel, en una imprenta, comía en mi casa con nosotros --entonces fue cuando mi hija comenzó a conocer a su padre--, y tenía que dormir en la cárcel.

María Vera en el centro de la imagen y su marido Miguel el Día del Trabajo de 1979. Entre los manifestantes, se puede ver a José Marroquín “Alicate” y a la derecha de la fotografía, al padre de Isabel Oreni Mayi, suegro de Antonio Álvarez Herrera, Fernando Oreni. La fotografía está tomada en la calle Luna, a la altura del antiguo Banco Hispano Americano, esquina con la calle Larga.

A mi hija nos la llevábamos  todos sitios, venía a manifestaciones, por las tardes al Partido, donde tenía sus amiguitas. Donde no nos la llevábamos era a las concentraciones grandes, porque allí lo único que había era muchos palos.

TORTURAS.
Cuando fui a verlo al Juzgado, la primera vez, le habían dado una paliza que no sé ni como no me lo mataron… tenía el oído reventado, la boca reventada, … estaba totalmente desfigurado. La nariz se la dejaron hecha polvo… No quiero ni acordarme, yo no sé ni como me pude mantener en pie cuando lo vi en aquella habitación. Y le hacían todo aquello sin que ellos se dignaran a hablar, si hubieran hablado… ni quiero ni pensar lo que le podían haber hecho. Aquella no fue ni la primera ni la última vez que le hacían eso.

Las banderas preconstitucionales de España, FE de las JONS (Falange Española de las Juntas Ofensivas Nacional Sindicalista), la de España con el escudo del águila y la bandera tradicional Carlista, ondeando en el balcón principal del antiguo ayuntamiento en 1970 cuando aún estaban las centenarias araucarias.

LA ENFERMEDAD.
Cuando él salió de la cárcel me entró una pancreatitis y estuve al filo de la muerte. Aquella enfermedad fue a causa de tantos disgustos un día tras otro… Cuando salí del Hospital él me preguntó si quería que dejara la política. Yo le dije que no, que siguiera trabajando, que no se preocupara, que no hacía falta… Me siento muy orgullosa de él, de mi y de mi hija [tienen otro hijo, Miguel, mas pequeño], de todo lo que hemos pasado, de lo fuertes que hemos sido y de que nunca nos hemos echado para detrás, que es difícil no hacerlo…

EL ENTORNO.
Nunca tuve apoyo por parte de los vecinos. Ellos lo sabían pero no querían saber nada. Nadie quería saber nada, todo el mundo tenía mucho miedo, no los culpo, todos estábamos aterrorizados. Una vez entraron en casa de mi vecina --a ella le habían fusilado a toda la familia, solo quedó ella- ¡Pobre muchacha! Ella sabía que Miguel estaba en la cárcel, pero no se atrevía ni a preguntar. ¡Que lástima de mujer!

Todos pasamos mucho. Recuerdo que cuando Miguel tuvo uno de los juicios, no recuerdo exactamente cual fue, entre condena y condena se le juntaron 20 años de cárcel. ¡Yo me quería morir! Tenía a mi hija muy pequeñita y pensaba: ‘¿Que hago yo con mi marido 20 años en la cárcel? ¿Mi hija no va a conocer a su padre hasta que cumpla veinte años?’ Me fui a casa de mi suegra, porque tenía a la niña muy chica. Me metí en una habitación y no salía para nada, hasta que, menos mal, que Miguel salió a los seis meses y se lo llevaron para Palencia, entonces nos fuimos con él. ¡Aquello fue horrible!».

HABLA LA HIJA.
Rememora su hija Eva: «--Recuerdo perfectamente un día que vinieron a llevarse a papá. Ya yo era más grandecita y lo recuerdo con mucha claridad. Fue en 1976, después de que Franco muriera. Yo fui la que abrió la puerta, era muy tarde, por la noche, y aparecieron delante de mi dos hombres muy bien vestidos y demasiado altos. Así es exactamente como lo recuerdo. De repente vi que mis padres se iban corriendo hacia su habitación. Yo me preguntaba que pasaba… mi padre empezó a vestirse. Yo me decía a mi misma: ‘¿Donde va mi padre con lo tarde que es?’. Mi padre desapareció con aquellos hombres tan altos y tan bien vestidos, y mi madre empezó a vestirme y nos fuimos a la calle a buscar a mi tío, que era abogado, para ver si podía hacer algo para que mi padre volviera a casa, con su familia, que ya había sufrido bastante».  (Texto: Leticia Sánchez Moy y María Mercedes Aguza Carrascal).


 

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Parece que fue ayer cuando se caía una moneda de una peseta, e incluso una perra chica o una gorda y hasta sonaba a dinero. Vd. habrá comprobado de ciencia propia que hoy [el artículo está escrito en la década de los noventa del siglo pasado] se cae al suelo una moneda de quinientas pesetas y no suena a nada. La verdad es que la peseta está depreciada, desprestigiada y vilipendiada. Ya se sabe, según ha dicho Solves, preclaro dirigidor de la economía patria, que la culpa de todo la tiene el P.P. /En la imagen de la izquierda, Antonio Leiva Aguilar 'Severo'.

Vd. con una peseta en el bolsillo hace el ridículo. Vamos, el ridículo se hace hasta con dos mil duros en el bolsillo y aun con más. Tiempo hubo en que con una perra chica, convenientemente golpeada sobre el cristal de la vitrina de un carrillo o sobre el mármol del mostrador de un almacén de ultramarinos, se alertaba al dependiente y hasta le producía al dueño ese sonido una especie de orgasmo financiero venial.

Cuando una patulea de niños, cada uno proveído con su perra chica o su perra gorda, se acercaba a un carrillo, lo de cajón era golpear con la perra y añadir gritando:¡Oiga, despacháaa!. Alrededor del Teatro Principal, siempre hubo un especial clientela fija. Alrededor del Teatro, se instalaron los carrillos, primero, el de Severo; luego, durante un tiempo el del "Guardapavos"; y luego el de Carmelita "La Rubia", frente por frente, en la parte más estrecha de "La Placilla" a la entrada de la calle San Bartolomé. /En la imagen de la izquierda, la tercera mujer de Severo, Rafaela Morón Suárez.

DEL CAMPO AL CARRILLO.
A "Severo" lo hizo vendedor de chucherías su médico, don Rafael Rioja. Fue unos años antes de la guerra civil. Pero Severo, no se llamaba Severo; Severo se llamaba Antonio Leiva Aguilar. Lo de Severo le venía de su padre y de su abuelo. Severo era de campo. Tenía una finquita en el Pago de Cantarranas, en las arenas, y otra en un lugar llamado "Los Navazos". La verdad es que don Rafael Rioja le encontró no se sabe qué dolencia y le aconsejó, como primera medida, dejar el campo.

Con las quinientas pesetas que obtuvo con la venta de las fincas, Severo se vino a vivir a la calle del Postigo mandó construir un hermoso carrillo, con ruedas de bicicleta, vitrina, depósito en la parte inferior, cubierto todo con un gran toldo de lona graduable. Con este armatoste, Severo se instaló, primero que nadie, en la boca de la Placilla, sobre el muro del frontero Teatro, justo al lado de la puerta del Bar "La Concha". Allí, Severo se convirtió en el "Rey de las pepitas", porque pepitas se llamaron siempre a lo que hoy son pipas e incluso piponazos.

El Carrillo de Severo, atendido por su mujer, Rafaela.

LAS TRES BODAS DE SEVERO.
Severo, como Fernán Caballero, se casó tres veces. Severo, de sus matrimonios dejó una prole compuesta por Anita, Milagros, María, Juan José y Paco, éste último fallecido. Severo, ceñido por su gran cinturón, con los pantalones caídos, la barriga pronunciada, su sombrero o su boina, se convirtió en el recaudador del "peaje" a la Placilla. Por cierto que Severo ha quedado en dichos populares. Cuando a un niño se le veía con la correa apretadita, por debajo del ombligo, y los pantalones faltos de tiro, se le decía: «--Anda, hijo, que te pareces a Severo, el del carrillo».

Pues bien, aquel lugar donde Severo asentó su negocio, además de ser un incesante "pasito de tórtolas", tenía el aliciente de las sesiones matinales de los domingos en el Teatro, esto es "la infantil", en la que todos nos divertimos viendo "Piter Pan", "La Dama y el Vagabundo", "Blancanieves y los siete enanitos" e incluso lloramos a lágrima tendida con "Marcelino, pan y vino", comiendo pepitas, tostadas y saladas, con ese puntito único que les daba Severo, quien aparece en la imagen de la izquierda.

PIPAS TOSTADAS.
Y nada de bolsas de plástico, ni fórmulas cualitativas. En cucuruchos de papel de periódico, que lo que no mata engorda, allí se expedían, una chica, una gorda, e incluso dos reales en casos de economía boyante, las sabrosas pepitas. Tal era la cantidad de pipas que vendía que, en numerosas ocasiones, tuvo quejas de Manolo, de Pepe y de Eduardo Nuchera por el cúmulo de cáscaras que quedaban en el patio de butacas, en las plateas, en los palcos y, sobre todo, en el "gallinero", una vez concluidas las sesiones cinematográficas. Pero, en particular eran famosas las llamadas al orden de Güelfo, el diligente y eficiente portero y acomodador, cuando subía de tono el crujido de las pipas o alguno se ventoseaba en el "gallinero". "De ahí para abajo, todo el mundo a la calle", decía,  y requería a los serenos "Pacuqui", Espinosa, "Merengue" o cualquier otro para que evacuara a los crujidores o al presunto ventoseador.

Severo fue a más. Su principal fuente de riqueza fueron las pepitas de girasol, pero no abandonó nunca el "paloduz", el citrato, las algarrobas molidas, los caramelos, los altramuces, y mil y una chucherías, además del triquitraque, las mechas y piedras de mechero, el tabaco de cuarterón, el papel de fumar, las cerillas, etc., etc. etc. El carrillo lo guardaba, de noche en la parte trasera, por la calle San Bartolomé, de "Las Columnas", propiedad de Quintín Puente, pero donde tenía su cuartel general era en una accesoria de la calle Cielos, justo enfrente de la calle Santa Clara, destinada a almacén y tostadero.

LA COMPETENCIA: GUARDAPAVOS Y LA RUBIA.
Pronto, a Severo le salieron competidores. A su lado colocó el carrillo, aunque efímeramente, el "Guardapavos". Así dicho, seguramente no sabrá Vd. de quien se trata, pero si le digo que era el "tío de las cadenas", que salía de penitencia en la procesión del Nazareno, con una enormes cadenas atadas a los pies, detrás del paso de Cristo, ya habrá Vd. caído de quién se trata.

Rafaela y su hija Milagros, casada con José Rebollo 'el Rubio', en el carrillo.

Frente por frente, se le instaló a Severo, Carmelita "La Rubia", con un carrillo bien surtido, que regentaba ella misma pero, sobre todo, su sobrino, José Rebollo "El Rubio", quien --lo que es la oligarquía y la endogamia tanto en el negocio del vino, como entre las nobles familias de cargadores a Indias, como entre los propietarios de carrillos de chucherías-- se casó con una hija de Severo llamada Milagros. "La Rubia" durante el día atendía, con su sobrino, el carrillo de la Placilla y, por la noche, su kiosko del Parque, en la esquina de enfrente de la tribuna de la música.

OTROS CINES.
Tras del invento de Severo, en los aledaños de otros cines, como en el "Macario", por ejemplo, se instalaron una pareja de viejos, con su carrillo. Eran José de los Reyes y de los Reyes, "El Chato Paterna", y su esposa. Enfrente puso su carrillo una buena anciana, llamada Juana, que tenía un rodete y en su cara y en sus manos tenía señales de padecer de vitíligo. A la puerta del cine "Colón", recuérdese, también, el carrillo de Manuel Álvarez "El Cochero" y  a "El Gamba" con su negocio de higos de Lepe metidos en miel. Y en todos los cines, las capachas de piñones: "¡Piñones, como cabezas de gorriones!", que pregonaban, y cada vez a la medida, un cajoncito de madera muy pequeño, se le añadía más y más papel de estraza doblado en el fondo en franco fraude comercial. /Rafaela Leiva, en el carrillo del lateral del Teatro Principal.

LAS VENTANITAS.
No es lugar este para hablar de las "ventanitas" que surtían, en las cercanías de los colegios, migas, academias y escuelas, a los más pequeños. Estas "ventanitas" regentadas por tal cual viuda de un carabinero, o por una viejecita de "estado honesto" proporcionaban el suplemento necesario a la pensión de viudedad o a la ayuda del montepío tan escuetas.

Puede decirse que Severo --a la izquierda de la imagen fotografiado en la calle Postigo-- fue el pionero del carrillo de chucherías y que Carmelita "La Rubia" lo fue del kiosko. Perdidos ambos, un Concejal del Ayuntamiento portuense, Juanito Ponce, propuso a la viuda de Severo cambiar el carrillo por un kiosko. Así se hizo y, mientras estuvo en pie el Teatro Principal, se mantuvo en su mismo sitio. Luego, incendiado el Teatro, se trasladó a la Plaza de Juan Gavala, donde se mantiene. Pero ya, los niños no hablan como antes, porque la caja tonta les ha homogeneizado el lenguaje, no tienen tatas, y sus maestros son de fuera. No hay perras chicas, ni perras gordas, ni moneditas de dos reales, ni las pesetas suenan a dinero, ni se golpea la vitrina, ni el mostrador al grito de "¡Oiga, despacháaa!". (Texto: Luis Suárez Ávila).

Más información en GdP:
104. SEVERO. El carrillo de la ilusión.

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Decir ‘Kiliki’, es trasladarse al pasado ‘esplendoroso” de La Placilla. Desde que tengo conciencia --si es que alguna vez la he tenido-- me acostumbré a ver a muchos comerciantes, dejarse la piel día a día. Cada uno tiraba del carro de su vida, con uñas y dientes, sabedores de que en la vida pocas cosas hay gratis. A ellos desgraciadamente les toco luchar muy duro, por todo lo que con valentía y esfuerzo lograron. La familia Tejada Bautista, no iba a ser una excepción: desde las primeras luces del alba Francisco Tejada Torres ‘Kiliki’ natural de El Puerto, --nacido el 17 de Abril de 1911 y fallecido el 19 de Marzo del 1986-- se preparaba para su laboriosa jornada laboral. Vivieron en la plaza del Polvorista, en la calle Cantarería y en la nueva barriada de Crevillet.

KILIKI.
El origen de la palabra kiliki es desconocido, aunque algunos estudiosos apuntan a que proviene del euskera kili-kili, que se traduciría como, moscorra, curda… El Kiliki es un personaje que forma parte de la tradición navarra: la comparsa de gigantes y cabezudos de Pamplona aglutina a un conjunto de figuras de cartón piedra, que incluyen gigantes, cabezudos, kilikis y zaldikos, así como a quienes lo portan. Acaso nuestro Francisco Tejada Torres viajero y feriante infatigable por las Ferias y Fiestas del país recordara a alguien la fisonomía de estos personajes de ficción, tocados con un tricornio y… Kiliki se le quedó para siempre. /En la imagen de la izquierda, cartel las fiestas de San Fermín 1997, dedicado al Kiliki.

Kiliki y su mujer, junto a su padre y hermanos en la tómbola que tuvieron en Canarias.

CANARIAS.
Kiliki contaba con la inestimable ayuda de Juana Bautista Díaz- su esposa- y años más tarde de sus hijos Milagros y Salvador. Poco imaginaban Francisco Tejada y Milagros Torres padres de Kiliki que en el traslado para trabajar en la bonita Isla de La Palma, una canaria simpática y bonachona sería la fiel compañera de su niño. Juana fue una compañera infatigable, --las mujeres de su generación parecían estar hechas de otra pasta-- trabajadora constante y una luchadora nata.

La mujer de Kiliki, Juana Bautista Díaz en el puesto de la Placilla instalado delante de la puerta de los artistas del Teatro Principal.

ENTRE EL PARQUE Y LA PLACILLA.
Los derroteros de la vida llevó a los padres de Kiliki a trabajar en Tómbolas, casetas de Feria y venta ambulante. Una de estas casetas, concretamente de tiros, se montó en el Parque Calderón y la fatalidad quiso, que un cliente errara el tiro y para su desgracia un plomillo le diera de lleno en la cara. A consecuencia de este hecho perdió un ojo, pero afortunadamente no su alegría, ni sus geniales ocurrencias. De vuelta a El Puerto, sus padres por fin recalaron en La Placilla. Instalaron una Reolina en los alrededores de la Plaza de Abastos, el premio consistía en una pastilla de jabón, un paquete de galletas o de tabaco, la tirada era a 10 céntimos. ¿Curioso verdad?

Kiliki, en la Feria de Ganado en El Palmar de la Victoria sentado en el suelo, sobre él su hermana Pepa y a la derecha de ésta, la mujer del pintor Juan Lara. El niño de pié es Juan José Lara ya fallecido, hijo del pintor de la luz.

Kiliki, Antoñito Castilla (de la desaparecida imprenta y papelería Pérez Pastor que estaba en la calle Larga entre Luna y Palacios) y Manuel García, empleado municipal padre de Manolo García Campos, contertulios de Casa Lucas (ver nótula 037 en GdP).

Pasado el tiempo, los tres hermanos, pusieron sus puestos en la Placilla. Kiliki y Juana se instalaron junto a la puerta de los artistas, del desaparecido Teatro Principal. En aquellos momentos sus vecinos eran Carmen apodada ‘la Bigotona’, la señora Pepa, José Ramírez –alpargatero- y su genial hermana Pepa. Esta última junto a su bonachón y sonriente marido Manolo Bermúdez Riqué, comerciantes ya veteranos de La Placilla, les dieron la bienvenida no solo a Kiliki, sino también a Félix tercero de los hermanos Tejada Torres.

Pepa 'la de la Quincalla', la hermana de Kiliki, junto a Basti el carnicero y Eduardo, en el puesto de la plaza, frente al puesto de congelados.

SU HERMANA PEPA.
Si me permiten una pequeña licencia, querría destacar a la persona de su hermana Pepa, 'la de la Quincalla' . Para casi toda la Placilla ella y Pepe –el de los ultramarinos Los Dos Pepes- eran dos personas con un sentido del humor extraordinario y ambos dos con un corazón que no les cabía en el pecho. Afortunadamente Pepa goza hoy día de buena salud --vive en Jerez-- y atesora una memoria prodigiosa. Esperemos que nos siga alegrando por mucho tiempo con esa su preciosa y dorada sonrisa.

En la imagen, Miguel, de Plateria Iglesias, Pepa Tejada y Milagritos, niño desconocido, en la Placilla.

Pero volvamos al principio de su llegada a la Placilla. Desde ese día, era normal verlos en las labores de acarreo de la mercancía, con su pequeño carrillo daban mil y un viajes, siempre cargados, siempre infatigables una y otra vez. Pero… ¿que hacer?, eran tiempos duros, en los que ganarse el sustento no era tarea fácil para nadie. Vendían un poco de todo: unos sartenes, platos, vasos, lámparas, búcaros, macetas etc. Cuando llegaba la época navideña, era fácil encontrar entre sus artículos las desaparecidas matracas, así como las zambombas, panderetas etc. Había que adaptarse a todo, no quedaba otra.

Juana y su hija Milagros, en el atiborrado puesto de la Placilla.

MILAGROS Y SALVADOR.
Años más tarde, Milagros y Salvador dignos hijos de sus padres se incorporaron al negocio familiar. Con ellos llegaron nuevos ímpetus y renovadas ilusiones. Milagros era una trabajadora nata como su madre, desde muy jovencita, se tomó su trabajo con gran responsabilidad, deseosa de echarles una mano a sus padres. Despierta y con una sonrisa franca que hacía que fuera muy apreciada por todos. A menudo la veía pasar con su carrillo, y me admiraba de su gran fortaleza. El carro iba cargado de género y ella tiraba de él con gran presteza, sin perder ni el agrado ni su preciosa sonrisa. Milagros no solo es una gran trabajadora, también una mujer extraordinaria.

Milagritos y dos amigos en el puesto, frente a Calzados Heredia.

Poco después fue Salvador quien se incorporó a la empresa familiar. Salva tiene ese ‘pellizco’, de las geniales ocurrencias de su padre, buen trabajador, supo innovar el negocio familiar, con la venta de otro tipo de artículos. Ya ni el carrillo era el de antaño, mucho más apropiado, y provisto de un pequeño toldo, para esos momentos de apuro, en los que la lluvia hacía difícil la recogida de tanto género.  Me gustaría destacar la gran nobleza y honestidad de esta familia.  Mi amigo Paco Rodríguez Lores me recordaba lo buen amigo de sus amigos que era Kiliki y como la gracia natural y espontánea era una de sus rasgos más característicos. Y sí aunque yo añadiría la entrañabilidad de todos y cada uno de los Tejada. (Texto: María Jesús Vela Durán).

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Con motivo del primer centenario de la inauguración de la Parroquia de San Joaquín de El Puerto, se va a presentar en breve un libro recordatorio de esta efemérides cuyo autor es el porteño Luis Alba Medinilla (con nótula 822 en GdP). Para despejar el camino  a esa presentación, hoy, traemos a esta web unos pequeños apuntes extraídos de la amplia recopilación de datos realizada por su autor de cómo se gestó el nacimiento de la popular Parroquia.

En el encabezamiento del Libro 1º de Bautismos figura una nota manuscrita del primer Cura Párroco que la dirigió, el Reverendo Salvador Martín Rodríguez, que dice textualmente: Se inauguró la Parroquia en el día 1 del mes de noviembre de 1911. Salvador Martín’. Y esta misma nota se repite en el encabezamiento del Libro 1º de Matrimonios, en el de Defunciones y en el de Confirmaciones.

Los antecedentes a la misma se sitúan en el 4 de septiembre de 1728, día en el que se celebró la primera misa en una sala baja de unas casas cedidas al efecto en la calle Cielos frente a la de Ginés de la Fruta, constituyéndose como Ayuda de Parroquia de la Iglesia Mayor Prioral. Los promotores de la construcción de la Iglesia de San Joaquín fueron Francisco Moreno, Vicario de la Prioral, y el Reverendo Pedro Ambrosio Rodríguez Villarello, Capellán del Convento de la Reverendas Madres Capuchinas. Ambos personajes solicitaron licencia de construcción al, todavía en aquellas fechas, Conde de El Puerto de Santa María, Nicolás Fernández de Córdoba y de la Cerda, Marqués de Priego y Duque de Medinaceli, que la otorgó en Madrid el 21 de diciembre de 1728. La construcción de esta primitiva iglesia se sufragó a costa de limosnas, y se inauguró en el año 1737 según publica en su Historia de El Puerto Anselmo José Ruíz de Cortázar. Durante casi dos siglos se mantuvo la labor de esta Iglesia Auxiliar del Señor San Joaquín hasta el momento en que fue elevada al rango de parroquia independiente el día 1 de noviembre de 1911, año en el que se inició su actividad pastoral. /En la imagen, el paso de la Veracruz procesionando, cuando ya estaba su sede en San Joaquín.

Boceto del retablo de San Joaquín, obra de María F. Lizaso.

Las nuevas instalaciones nacían con un impedimento de envergadura que a la postre resultaría definitivo para su posterior desarrollo. La vieja iglesia auxiliar de la que apenas existen datos contrastados tenía una característica bien conocida, y era la de su pequeñez, heredada de sus primeros tiempos; era poco más que una ermita que la hacía inviable como nueva institución parroquial destinada a la atención religiosa de la mitad de la población de El Puerto.

Interior de la Parroquia de San Joaquín, al fondo el retablo en el altar mayor realizado por el porteño José Ovando.

Tras algunas vicisitudes de localización por mor del poco espacio (estuvo hasta 1917 en la entonces Iglesia de San Juan de Dios, sita en la calle Luna núm. 11, donde hoy día se ubica la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús), volviendo ese mismo año a su sede en la llamada calle Federico Laviña (hoy Cielos) que fue remodelada a través de la iniciativa de un parroquiano que costeó las obras, aunque su espacio vital no quedó con la capacidad que realmente se requería para la ocasión.Finalmente y bajo los auspicios del Cardenal Eustaquio llundain Esteban (en la imagen de la izquierda), arzobispo de Sevilla, el día 23 de mayo de 1927 se cierra nuevamente la Parroquia para realizar las obras de ampliación definitivas que con más o menos reformas ha llegado hasta nuestros días. Durante el periodo de obras se habilitó para Parroquial la Iglesia del Convento de las Reverendas Madres Capuchinas, teniendo lugar la inauguración de la nueva Parroquia un año más tarde –el domingo 9 de junio de 1928- sin el retablo que actualmente luce el altar mayor.

Luis Bellido Salguero, quien fuera durante muchos años párroco de San Dionisio en Jerez, estuvo destinado en El Puerto y, como se aprecia en la imagen, imponiéndole en San Joaquín la insignia de Acción Católica al niño Enrique Pedregal Valenzuela, (con nótula núm. 841 en GdP), en presencia de Luis Almansa.

Con la guerra civil de por medio y una posguerra que marcó a sangre y fuego el devenir de varias generaciones de españoles, es en 1945 cuando se empieza a tener noticias del proyecto de retablo mayor que el párroco de la época –Don Manuel Salido- tenía anotado en su hoja de ruta, amén de aumentar en cuanto pudiera el valor patrimonial y artístico del recinto parroquial. El escultor elegido fue el porteño José Ovando, formado en la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia y discípulo del afamado escultor Castillo Lastrucci.

En la fotografía, tomada en 1952, aparece el equipo de monaguillos de San Joaquín: de izquierda a derecha, Manolo Girón ya por entonces sacristán (con nótula 110 en GdP), Manuel Salido, Cura Párroco, Antonio Espinosa de los Monteros, ayudante de Sacristía, y los monaguillos Gabriel Núñez, Diego Oviedo, Fernando Bueno y el niño Antonio.

José María Rivas Rodríguez, párroco durante 38 años de San Joaquín sucedió a Manuel Salido Gutiérrez, párroco igualmente de  dicho templo, cuando el segundo marchó a la Iglesia Mayor Prioral. En la imagen con el alcalde Miguel Castro Merello, en el ágape que siguió al pregón de la Semana Santa el 16 de marzo de 1959

El retablo fue costeado en buena medida por la Hermandad de la Vera Cruz y por suscripción popular que se abrió en la ciudad, quedando inaugurado el 19 de marzo de 1947 con una Misa solemne oficiada por el propio cura párroco y con la asistencia de las autoridades civiles y militares de la época, así como por una amplia representación de las Hermandades de Penitencia.

Guillermo Camacho Negreira, actual párroco de San Joaquín, durante esta semana siendo recibido por el alcalde de la Ciudad, Enrique Moresco, con motivo de la efemérides del centenario del templo portuense. Fueron coadjutores del templo Juan Luis Calvo Guerrero y Eduard Mc'oi.

Según palabras del profesor de Historia del Arte Francisco González Luque, la obra de Ovando funde los elementos arquitectónicos, escultóricos y ornamentales con gran acierto, logrando el ennoblecimiento del altar mayor de San Joaquín. Un siglo da para mucho o para poco, según se mire, pero no cabe duda que la Iglesia de San Joaquín ha estado inmersa y formando parte muy activa de las historias y vicisitudes de nuestra ciudad y sus habitantes en la última centena de años vividos. (Texto: Manolo Morillo).

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Vista de El Puerto. Anton van Wyngaerden. Detalle. /Foto: Fito Carreto.

Durante cuatrocientos años aproximadamente, estuvo oculta en Viena una ilustración de El Puerto de Santa María fechada en 1567, y llevada a cabo por el especialista en vistas urbanas: el belga Anton Van den Wyngaerden, quién con una precisión a caballo entre la topografía y el arte del fotógrafo, recorrió la España de Felipe II con el real encargo de realizar grabados de las principales poblaciones del país para editar un Atlas que nunca vio la luz.

Este dibujante recorrió El Puerto del Siglo de Oro. Conoció distintas vistas de la Ciudad y las plasmó en sus obras: El Puerto desde el camino de Sanlucar, desde la otra banda del río Guadalete, desde la Bahía de Cádiz. Se hospedó en pensiones de la época: ¿quizás la de la calle Ganado, por aquel entonces llamada calle de la Zangarriana?.

Wyngaerden recrea El Puerto del último tercio del S. XVI. Recoge en su Vista desde el Sureste detalles de naos en el río Guadalete, algunas como la réplica de La Niña que en breve surcará la Bahía. Esboza “Las Ruynas de puente antyque que solía essre? por porte Real”. Nos deja unas vistas inéditas del Castillo y la Iglesia Mayor, sin sus actuales reformas aquel, o antes de la reconstrucción de ésta. Coloca en lugar preponderante las montañas de sal y la explotación de las salinas porque estas “producían tanta sal que acontece muchas veces cargarse juntas 50 o 60 naos, y varcas de sal para Flandes, Ingalaterra, y otras partes”, según se recoge en crónicas de la época. O vistas de la desaparecida Ermita de Guía en la desembocadura del Guadalete, junto a la Playa de la Puntilla, con un molino de viento al lado.

La vida que se refleja en el grabado --que muy pocos conocían aunque fue editado hace varios años en sendas publicaciones por Richard L. Kagan en su libro Ciudades del Siglo de Oro (1986) y reproducido como cartel promocional por la concejalía de Turismo (2002) y estudiado por el historiador Miguel Angel Caballero (2008)--, es la que hemos imaginado muchas veces oyendo a los especialistas en historia hablar de un El Puerto dinámico, que se empezó a hacer a sí mismo hace 730 años, aunque llevando en su interior lo aprendido con acierto desde la época de los fenicios. La reproducción es de uno de varios bocetos ya que el original pereció en un incendio.

Reproducción completa de uno de los bocetos, el editado por la Concejalía de Turismo. /Foto: Archivo de Oronoz.

Otros autores, con posterioridad, han dibujado El Puerto con la poesía, la literatura, la música, la escultura, la investigación, la gestión política, o la iniciativa empresarial, creando instantáneas de una Ciudad en que siempre ha estado en constante movimiento, que hacía que quienes la habitan y la visitan -no solo en verano- quedaran prendados de su calidad de puerto acogedor. Ahora El Puerto que pintara Wyngaerden reclama otra instantánea, otra fotografía. Esperemos que ésta no quede oculta otros 400 años. (Texto: José María Morillo).

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Yo no sé si Vd. se piensa morir, pero, por lo general, todo el mundo se muere, a menos que Vd. haya concluido que se va a quedar para simiente de rábano o siga a algún Guru que le haya metido en el caletre que se va a reencarnar. A todo el mundo le llega su día, como a todo cerdo le llega su San Martín, que dice el refrán. Dicho de otro modo, o "expressione latina", que diría el Papa: "Hodie mihi, cras tibi", que era el letrero que campeaba en la puerta del cementerio de esta Ciudad y que una tata Antonia que hubo en mi casa traducía libremente: "Por aguantar un peo, aquí me veo".

"Este está para Santa Clara" o "Este está para que se lo lleve Carrurra" son dos frases que indican lo mismo: que se está en las últimas. Porque Santa Clara es el barrio donde está el cementerio de Santa Cruz--que así se llama el de nuestra Ciudad-- y Carrura un sepulturero portuense, que ha quedado en los dichos populares. Pero, además, el barrio de Santa Clara, siempre se ha conocido como "El Otro Mundo". Así, si Vd. recuerda, cuando se llegaba a la aserradora de Pastor, que estaba en la calle Misericordia, y preguntaba por alguien, seguro que se sorprendería, porque le dijeran que ese alguien estaba "en el otro mundo". Y es que "el otro mundo" era el almacén de maderas que tenían en una nave de bodega frontera con la carretera del cementerio "en el quartel de Santa Clara" que dicen los padrones, que es lo mismo que el barrio de "el otro mundo".

Así que si Vd. tiene tragado que se va a morir como todo bicho viviente, no ha pensado quedarse para simiente de rábano, ni cree en la reencarnación, debe saber, también, que, para el caso, está totalmente contraindicado comer carne de grulla. La carne de grulla produce una larga y penosa agonía en quienes la han comido alguna vez en su vida y exhalar el espíritu supone un largo proceso, a menos que sus deudos y familiares caigan en la cuenta y llamen a especialistas, que los ha habido--no sé si ahora los hay-- que, en la escalera de la casa donde se encuentra el moribundo, imite a la perfección el canto de la grulla, con cuya armonía, muere placidamente el agonizante.

Lo de toda la vida, en las familias de orden y de concierto, ha sido llamar al cura. No debe dejarse para el final, porque el moribundo debe ir bien preparado. Eso de ir simplemente "aliñado", esto es, con el "Santólio", aun con ser loable, no es lo más conveniente. El enfermo debe confesar y recibir el viático, recoméndarsele el alma y, finalmente, ser responseado con los convenientes hisopazos y gori-goris.

Ser un Don Guido --el de Antonio Machado-- y tener, al final, "un punto de contrición", cono Don Juan Tenorio, no está mal tampoco. Pero lo de cajón, para poder ponerlo en las esquelas y, en particular para la salvación del alma, es irse al otro barrio "después de haber recibido los Santos Sacramentos y la bendición apostólica de S.S.". Porque, si no, solo se puede poner "auxiliado con los Santos Sacramentos", lo que es lo mismo que bien "aliñado".

Santos óleos.

Por cierto, que caso de ocurrir el fatal desenlace, lo mejor, si es que no disponía de sillería, ni isabelina, ni imperio, ni chipendale, ni victoriana, ni tan siquiera de Benamahoma, es acudir , como toda la vida, a alquilarlas a Pasaje, que las tenía almacenadas en la antigua capilla de Jesús de los Milagros; hacer una buena olla de caldo, tener previsto el aguardiente y, sobre todo, el agua de azahar, por si ocurriera, que casi siempre ocurre, que alguna señora se priva, en pleno duelo, con la aflicción de la pena.

Temible es, en estos casos, la presencia de alicantinas, que se ponen, con la mejor intención y en aras de la salvación del alma del difunto, a entonar padrenuestros por cada clavo del Señor, por las cinco llagas y hasta por los pelos que le arrancaron de la barba, con una vehemencia y tenacidad encomiables, pero también tocantes a la risa. Ya se sabe que los mejores chistes del mundo se cuentan en los velatorios y duelos.

Velatorio. /Foto: Eugene Smith

Pero, atención, mucha atención, muy saludable y de particular interés es echar, de cuando en cuando, una miradita al muerto. Con el parpadeo de la llama de los cirios, con el reflejo del cristal de la tapa del ataúd, y con la sugestión que cada uno tenga, a veces, parece que el difunto ha movido los párpados o la boca. Casos se han dado, que el muerto no era tal. Así, quien tenga edad que lo recuerde, Carmen Vila, la portera de Acción Católica, pudo haber sido enterrada hasta dos veces viva. Sucedió que con la entonación de los latines del cura y del sochantre se reanimó, ante el pasmo general. A la tercera, fue la vencida. Y es que  algunos humanos, por la razón que sea, hacen lo que yo llamo "el ensayo general" para comprobar cómo se portarían, en ese trance, los herederos y parientes.

Lo normal, es que llegado el caso, en la casa doliente, lo primero que ocurría era la entrada de Luis Muñoz, diligente agente funerario, que tomaba cartas en el asunto. Lo segundo, la entrada de Ruperto, para tomar medidas. Lo tercero, el encargo de la caja a Enrique , el de los Muertos (aunque es de notar que si el entierro era en el hospital, de caridad, o en en Asilo de las Hermanitas de los Pobres, el ataúd lo hacía, de pino, teñido de nogalina y con una cruz de cinta morada, Teodomiro Alcántara, que tenía su taller frente por frente al Hospital y, era ,además, un gran ebanista).

Gente prevenida, como Angelito Martínez García, el artesano de los muñequitos de nacimiento, ha habido pocos. Ángel Martínez tenía, hecho de su propia mano --pues era, también, carpintero--, su ataúd, de madera de ciprés, colocado bajo la cama y, con su diseño, un panteón, en el primer patio del cementerio, ejecutado por el célebre marmolista sevillano Rovayo.

Curiosa inscripción en una lápida del cementerio.

Dispuesto todo eso que digo, hora era de ponerse los lutos. El luto riguroso, consistía en todo negro y, en las mujeres, además, las medias y el velo, el corto y el largo, llamado "la pena". Se revolvían armarios, roperos y arcas en busca de ropas de ese color y, caso de no hallarlas, se recurría a los consabidos tintes "Iberia" o a que familiares y amigos la proporcionaran.

Acto seguido, alguien allegado, se dirigiría a los balcones de la casa, si los hubiera, y alzaría los rodapiés, signo inequívoco de que la familia habitante estaba de luto. Otro que tal, se encargaría de poner en la casapuerta, cerrada a media hoja, una mesa con una bandeja, para las tarjetas y pliegos para las firmas de pésame. Fulanita de cual, proporcionaría el hábito de San Francisco para amortajar al difunto, el cordón y el escapulario de la Orden Tercera, la cera para sellarle los ojos y el pañuelo para forzarle a apretar la boca, de tal manera que algún recién fallecido parecía más padecer de un flemón que ser un verdadero muerto.

Los amigos le dedicaron una original esquela a su presidente.

Conviene que alguien, con buena caligrafía, rellene los nombres, apellidos y direcciones en las esquelas, de acuerdo con la lista que entre todos los circunstantes se preparaba, no bien llegaran las esquelas de la imprenta de Pérez, porque, del temprano y buen reparto, dependía la afluencia de gente a la casa y, luego al entierro. Y un entierro, bien poblado, es signo del singular afecto que el difunto y la familia gozan en la ciudad y fuera de ella.

Así que, durante toda una noche y, una mañana, discurría el velatorio, entre entradas y salidas, llamadas telefónicas, telegramas, rezos, ayes de dolor, llantos incontenibles, palabras de pesar, chistes verdes y marrones, más rezos, tazas de caldo, de café y copas de aguardiente, según los casos, pero siempre, ante el cuerpo presente del muerto, beatíficamente quietecito, con el crucifijo y el rosario en las manos entrelazadas, y, por lo que se oye comúnmente, el más bueno de la tierra, porque no hace falta más que morirse para ser bueno.

Monumento funerario de Enrique O'Neale Ybray, entrando en el cementerio, a mano izquierda.

A la hora señalada, a la vez que de la Iglesia sale el clero, con la cruz alzada, el sochantre, para dirigirse a la casa mortuoria, en la propia casa se organiza la cabecera del duelo. En la habitación más capaz, o en el patio, se forman los hombres más allegados, como en media luna y van recibiendo la "cabezada" de todo aquel que, por curiosidad, o por cariño al difunto o a la familia va entrando y saliendo. En la calle se forma un grupo, grande o pequeño --que, escrito quede-- hay entierros que dan pena verlos de poco público, y al poco se ve llegar al clero, con uno dos, tres y hasta ocho caperos revestidos con ornamentos negros, (según fuera de primera, de segunda o de tercera) con la Cruz alzada, los ciriales, el sochantre, el monaguillo con el libro , el acetre y el hisopo, y todos entonando, por lo alto o por lo bajo, latinajos, más o menos familiares para los asiduos a estas manifestaciones, de los que se pegan al oído, lo de"A porta inferi, erue, Domine, anima eius", y "Requiescant in pace, Amén", aparte de alguna otra palabra suelta de cuyo significado no queda constancia, y "Pater noster", al rociar de agua bendita, con el hisopo, el cadáver que, a manos de los más próximos, se acerca a la casapuerta, ante escenas de dolor. Luego, una dos, tres cuatro... posas, es decir paradas, desde la casa al cementerio, según se haya concertado, y en cada posa, un responso: otra vez latines inteligibles con la voz perruna del Padre Lobo, cánticos de Dueñas, agua bendita, y andando.

Traslado a pie de los féretros de las víctimas del accidente de la calle San Juan, ocurrido en febrero de 1963, desde la Iglesia Mayor al Cementerio Campal.

Por lo común, cualquiera que fuera el domicilio de donde partiera el entierro, a hombros --porque aún no se había establecido la moda del coche-- siempre se subía la cuesta de la calle Santa Clara hasta el cementerio. Al entrar, recibido por Carrurra, por Cándido, el Conserje, y por don Tomás o don Anastasio, sacerdotes capellanes de la Ciudad, se procedía a la cristiana sepultura del cadáver.

Tapia derruida del antiguo Cementerio Inglés. (Foto: AGR).

Si el difunto era disidente, moro, suicida o cosa parecida, nada de esto es aplicable. Para eso había un cementerio contiguo, detrás, con un letrero de caracteres arábigos, en donde se enterraban, además del llamado cementerio de los ingleses, que estaba justo donde el "CARREFOUR" [antes PRYCA y mas antes HIPER)], que acogió a muchos de los primeros bodegueros que se instalaron en la zona.

Y, aunque lo que valen son las oraciones y sufragios por los difuntos, había quienes le encargaban coronas de flores a Antonio "Carabina", a Macías, el de la "Cerería" o a "Paco Teleras" que hacían verdaderas obras de arte y le añadían perifollos y cintas con letreros laudatorios y recordatorios del difunto.

Curioso enunciado en la esquela de Doña Petra XX XX.

Dije antes que por la calle Santa Clara pasaban todos los entierros. No he dicho que, inmediatamente detrás del féretro iba la cabecera de duelo. Pues lo digo. Y quiero recordar a aquel hijo doliente que, calle Santa Clara arriba, detrás del cadáver de su padre se quejaba: «Ya lo llevan a donde no se vive; ya lo llevan a donde no se come; ya lo llevan a donde no se bebe…» Y "Saldiguera" que, borracho, estaba apoyado en una ventana exclamó: «--Vamos, a que lo llevan a mi casa». (Texto: Luis Suárez Ávila).

8

De izquierda a derecha: Salvador Navarro Marquina , Miguel Sibón Pantoja, Manuel Julbes Cuellar, Aurelio Sellés Nomdedeu, Juan Vargas (cantaor y propietario de la Venta de Vargas) y José Brea “Breíta”. Más a la derecha y al fondo está Rafael de Jerez (tocaor de guitarra).

Frente al número 7 de la calle Capillera -- mi casa--  conocida en aquel tiempo por ‘la Casa del Cabo Mulero’, tenía José Brea ‘Breíta’, una Gallera de pollos ingleses de peleas, que exportaba a Sudamérica. Este hombre, nacido en Cádiz, fue una enciclopedia viviente del flamenco; conocía todos  los cantes, bailes y artistas de este género. Era cuñado del insigne cantaor gaditano Manolo Vargas, contertulio de Agustín 'el Melu' en el gaditano Bar Andalucía y del bailaor Antonio Vargas, apodado ‘el Cojo Peroche’. De este simpático artista --se quejaba su cuñado ‘Breíta’--, cuando venía de Cádiz a El Puerto de visita, «ese día me quedaba sin habanos y sin whisky».

Era la calle Capillera una calle con mucho ambiente, junto a mi casa había una tonelería de dos socios: ‘El Torero’ y Agustín Álvarez, padre del que llegaría a ser alcalde comunista, Antonio Álvarez. En la esquina estaba la tienda de comestibles de Joselito ‘el Gallego’ que con el tiempo sería conocida como Bar Jamón y cuyo hijo Pepe Fernández ha levantado ese hermoso restaurante en la rotonda del Molino Platero.

Pero volviendo a esa gallera, en ella trabajaba un matrimonio de raza gitana, ‘la Jeroma’ y Curro Canales, gran entendedor en cuidar y poner a punto los pollos, para las peleas. Cuando tenían mucho trabajo venía Paco Gatica, persona conocedora en gallos de esta especie.

LOS FLAMENCOS DE ‘BREÍTA’.
Gran aficionado al flamenco y a los toros, 'Breíta' había sido novillero, por su casa pasaron: Antonio Ordoñez, Rafael Ortega, ‘Limeño’, Miguel Báez ‘Litri’, Juan Antonio Romero ‘Ciclón de Jerez’,  Manolo Caracol, Lola Flores, Pericón, ‘Beni de Cádiz’, ‘Paquera de Jerez’, Amor Rodríguez, Aurelio Sellés ‘el Tuerto’, Manolito Barrera ‘el Soldao’, Fernando ‘Terremoto’, ‘Sordera Jerez’, ‘Sernita , ‘La Perla de Cádiz’, Manuel Bermúdez Junquera ‘Anzonini’ (ver nótula núm. 524 en GdP), Manuel Parrilla, Fernando Gatica, Pepa Campos, Félix de Utrera y Roberto Iglesias, un buen guitarrista, portuense. /En la imagen de la izquierda, Manuel Bermúdez Junquera, 'Anzonini de El Puerto'.

Me comentó el guitarrista Félix de Utrera que cuando José ‘Breíta’ iba a Madrid, tenía asegurado dos meses de supervivencia, dada la cantidad de amistades y conocimientos que tenía en la capital, en aquellos años de los sesenta que fueron también muy duros. Le agradezco a José Brea, al que yo considero amigo,  la extensa  información  y datos que aportó al flamenco. (Texto: Antonio Cristo Ruiz).

 

 

6

Sobre el artículo “La crisis de 1905 en El Puerto” publicado en 1989 en La revista de historia de El Puerto en su núm. 3, y cuya autora es la Licenciada en Historia Doña Isabel Pérez Sánchez, hemos realizado una breve reseña que creemos hartamente clarificadora del comportamiento del ser humano ante situaciones parecidas que se repiten. Nuestro agradecimiento más considerado por su trabajo de investigación.

 El Puerto de Santa María comienza el siglo XX envuelto en una profunda crisis económica, que, además, se manifiesta acompañada de una no menos profunda crisis social. Esta situación crítica viene determinada por varias causas y adquiere verdadero carácter de calamidad en 1905, año catastrófico para la agricultura, donde una prolongada sequía paralizó prácticamente todos los trabajos agrícolas. La falta de trabajo y el hambre se adueñaron de los trabajadores de nuestra ciudad.

Sin embargo, la crisis no estuvo limitada a El Puerto. En toda Andalucía adquirió proporciones igualmente alarmantes, y no sólo fue ésta la región afectada, sino que se extendió prácticamente por todo el país.

Como se podía leer en El Sudor del Obrero “…raro es el día que no hay manifestaciones de obreros en todos o casi todos los pueblos de España, pidiendo pan y trabajo.” El hambre fue tema preferente durante varios meses en la prensa de todos los matices. En El Puerto tanto la Revista Portuense como El Sudor del Obrero trataron el tema con gran profusión, los titulares “Crisis obrera” y “Crisis local” se repetían continuamente.

En este primer decenio del siglo XX la situación inestable de la clase trabajadora fue una triste realidad en nuestra ciudad que supuso un elevado coste social, siendo aún mayor en lo referido al ámbito agrícola, donde sus principales manifestaciones fueron: una fuerte emigración, unas condiciones infrahumanas de vida y trabajo, paro endémico, hambre y miseria… La población jornalera sufría la acción combinada del paro, por un lado y los bajos salarios por otro, y, como consecuencia una lastimosa vida llena de carencias durante todo el año. Además, esa falta de trabajo afectó también a otros sectores obreros, como el de los albañiles o el de los arrumbadores, que se las veían y se las deseaban para buscar un jornal, y lo mismo acudían a la Casa del Pueblo a por pan que se recorrían las valladas en busca de un guiso de caracoles. El poder adquisitivo de una familia jornalera era muy bajo, apenas se podían cubrir sus gastos con los emolumentos de su trabajo, el que lo tuviera. Además en esa época nos encontramos con un encarecimiento sustancioso de los alimentos básicos, motivo por el cual se llevaron a cabo numerosas peticiones para reducir los precios de las subsistencias. Tanto el PSOE como la UGT dirigieron una fuerte campaña nacional para conseguir el abaratamiento de estos productos, organizándose múltiples actos y mítines de protesta.

La carestía de vida se convirtió en centro de continuas críticas. No se concebía, como en un pueblo, que como El Puerto producía prácticamente de todo, la vida fuese más cara que en ningún otro sitio. Por poner un ejemplo, la diferencia en precios entre nuestra ciudad y la capital de España ascendía al 53,17%, tomando como referencia las necesidades de una familia obrera de cuatro miembros. Desde la prensa de izquierdas se llega a afirmar que la crisis “no radica en la atmósfera, sino en el corazón del capital por seguir un sistema a todas luces contrario a los tiempos que corremos”.

Los trabajadores se solían concentrar en la Plaza de Peral ante el Ayuntamiento y, en comisión, solicitaban entrevistas con el Alcalde y los concejales para intentar buscar soluciones al problema. Éstas serían las mismas que las adoptadas con anterioridad en situaciones similares. Por una parte el “socorro del pan”, que consistía en repartir entre los trabajadores parados 1 kilo o ½ kilo, según se tratara de casados o solteros. Y por otra parte se gestionaban las posibles obras públicas que se pudiesen llevar a cabo para dar trabajo a tantísimas personas desocupadas. Igualmente se llegó al acuerdo de abrir una suscripción particular entre los contribuyentes a fin de que éstos cooperasen en la medida de sus posibilidades, en el pago de los gastos ocasionados por el reparto del pan.

Tanto “el reparto de la boba”, como llamaban los obreros al socorro del pan, como las citadas suscripciones fueron medidas duramente criticadas por la Agrupación Socialista y las Sociedades Obreras de la ciudad. Unos y otros intentaron concienciar a los obreros lo denigrante que resultaba mendigar el pan a la puerta del Ayuntamiento, haciéndoles ver que la clase trabajadora no debía rebajarse de esa forma, ya que a través del asociacionismo se tenía el arma más útil para hacer valer sus derechos.

Todo esto ocurrió en nuestra ciudad hace poco más de cien años. ¿Por qué será que nos suena tanto? ¿Tan poco hemos aprendido en este último siglo de vida? (Texto: Manolo Morillo).


3

Hace 95 años, con motivo de las fiestas de la Coronación de la patrona de la Ciudad,  que lo sería al día siguiente por el Cardenal Almaraz, se celebraba el 7 de septiembre la inauguración del Hospital San Juan de Dios, cuya fábrica y equipamiento fue sufragada por Micaela Aramburu Vda. de Moreno de Mora, en la calle del nombre de la primera.

Publicidad de la Revista Portuense el día 7 de septiembre de 1916.

El Ayuntamiento, asistió con el alcalde al frente, Ramón Varela Campos y los concejales Ernesto S. Piury Dagnino, Emeterio Martínez, José Ramírez. Los ex alcaldes Manuel García de Valdeavellano y Joaquín Ruiz López. Los diputados provinciales Javier Jiménez y José Luis de la Cuesta Aldaz. El Vicecónsul de Inglaterra, Roberto Pitman, el ingeniero municipal Juan Gavala y los médicos Francisco Muñoz Seca y Plácido Navas, éste último director del centro hospitalario, entre múltiples representaciones civiles y religiosas.

Poco después de las 3 de la tarde llegaba el Ayuntamiento bajo mazas procedente de la Casa Consistorial, que descansaron en la iglesia, donde descansan restos de hijos ilustres de El Puerto o asentados en él, tal y como figuran en las lápidas que se encuentran en el templo de San Juan de Dios: Juan Vizarrón Aranibar (+1691), Juan Bautista Whintuhisen Gallo (+1751), Ignacio Vizarrón Valdivieso (+1779), Francisco Buadila Arribaja (+1785), entre otras lápidas de yacentes. La campana de la iglesia se llama ‘San Mateo’ y la que hay en el patio principal del edificio, ‘Ntra. Sra. de los Dolores’, siendo la primera construida en la Carraca el año 1771.  /En la imagen de la izquierda, el Cardenal Almaraz.

El edificio y sus modernas instalaciones para la época, estaba repleto de visitantes que ese día conocían de primera mano el centro asistencial. A las 4 de la tarde llegaban al edificio el Cardenal Enrique Almaraz Santos, arzobispo de Sevilla (durante un tiempo la calle de la Zarza llevó su nombre) y el Obispo de Fessea (Marruecos) Monseñor Ferrera, organizándose la comitiva para la bendición del establecimiento. Después se descubrió la lápida conmemorativa en la fachada principal con la siguiente inscripción, que aún permanece:

«La inagotable caridad de la ilustre bienhechora gaditana Excma. señora doña Micaela Aramburu, de Moreno de Mora, le inspiró la sublime idea de reconstruir a sus expensas este Hospital. El Excmo. Ayuntamiento de 1916 mandó grabar esta lápida como recuerdo de la gratitud que esta Ciudad debe a tan eminente dama».

El alcalde, Ramón Varela, flanqueado por los maceros municipales, descubriendo la placa conmemorativa.

El alcalde, Ramón Varela Campos (que ejerció este cargo entre enero de 1916 y junio de 1917) puso de manifiesto la grandiosidad de la obra y el agradecimiento que El Puerto sentía por la ilustre dama, terminando con un ¡Viva! a la caritativa bienhechora gaditana, que fue contestado con el entusiasmo de los presentes.

A la inauguración del acto asistieron, procedentes de Cádiz, María Luisa Gómez Aramburu viuda de Picardo, Aurora Gómez Aramburu, de Abarzuza, Elena Gómez Aramburu Martínez del Cerro y Mercedes Santaolalla, de Gómez de Aramburu.

Nuestro agradecimiento a José Ignacio Buhigas y Vicente González Lechuga.

7


Manolo Figueroa, retratado delante del Mercado de Abastos en 2004.

Manuel Figueroa Rueda, nació en 1918 perteneciente a una familia con una larga raigambre en nuestra Ciudad, por mas de 10 generaciones. Muy conocido en los ambientes taurinos y cofrades, fue un trabajador incansable para sacar adelante a una familia muy prolífica con 12 hijos. Fue herido en la Guerra, que le cogió con 18 años y le dejó metralla en el cuerpo. Tenía los pies curtidos de trabajar en las Salinas, en la Fábrica de Harina, arrumbador en Bodegas Terry… y por afición o por religiosidad popular, arrimaba a su casa unas pesetas como capataz de pasos de Semana Santa cuando las cuadrillas de costaleros se ganaban un jornal llevando la carga de los pasos, entre copa y chicotá, por las calles de El Puerto.

Pero su afición estaba en el planeta de los toros. De todo hizo en la Plaza Real, responsable de la cuadra de caballos, aunque especialmente prestó sus servicios auxiliares ‘con la camisa roja’, como monosabio ayudando y socorriendo a los picadores o varilargueros, llegando a pertenecer a las cuadras de caballos de Belmonte, Romualdo y José Almodóvar y también a la de Antonio Peña. Colaboró con muchas figuras del toreo que pasaron por la Plaza, entre ellas el mítico Manuel Rodríguez ‘Manolete’. Preocupado por ‘sus’ caballos, llegó a pasar noches con ellos para no dejarlos solos o si alguno andaba enfermo. /En la imagen de la izquierda, estudio que hizo Arturo Michelena del monosabio para su pintura 'La Vara Rota'.

En el año 2000, la Tertulia Taurina ‘La Garrocha’ le tributó un mas que justo homenaje por su dilatada labor,  en el mundo del toro, setenta años ligado a la Plaza, donde su sabiduría de años, su intuición, y sus consejos eran bien recibidos de cuantos participaban en la Fiesta. En aquel homenaje el veterinario Antonio Ruiz le dedicó entre otras, estas cariñosas palabras: «Y gracias al final Manolo, de ‘Jardinero’ tordo vinoso, por aguantar a su lado cuando la vida se le escapaba durante cuatro días y cuatro noches de vela, insomnio y vigilia cuando Guardiola traicionero, de astas certeras y afiladas, le echó las tripas afuera. Nunca olvidaré la expresión de tu cara quebrada por el dolor y las lágrimas de los ojos agotados, cuando al final ‘Jardinero’ se te fue para siempre. Y gracias Don Manuel, de cinco generaciones de afición a los toros, porque sin ti la grandeza y emoción de la suerte de picar en esta Real Plaza, ya no será igual». /Junto al cronista taurino Manolo Herrera, de 'En el Albero'. 

 Manolo nos dejó con 84 años, el 18 octubre de 2002. Muchos recordamos su figura con su gorra y su puro. Previamente a su sepelio, la comitiva fúnebre pisó, con el féretro a hombros, el albero de la Real Plaza, en póstumo homenaje.

Manolo Figueroa, flanqueado por dos picadores, Guillermo Rosales y Romualdo Almodóvar el día de su homenaje celebrado en Bodegas Osborne.

Su nieto, Jesús Ramírez Figueroa, portuense en la diáspora y director de una boutique de lujo en Londres, en la zona de Mayfair recuerda que «Mi abuelo era un porteño cabal, de los pies a la cabeza y reconocido en El Puerto por muchas cosas. De herencia no nos dejó ni una gorda, pero la sabiduría taurina, de nuestra Semana Santa, de trabajar a destajo, … era herencia vale mas para mí que todas las gordas y perras chicas que pueda cualquiera juntar. Recuerdo un caballo de las cuadras de Sevilla de nombre ‘Fregená’ con el que perdía el sentío; era un percheron cruzado de al menos 400 kilos con un pecho como un armario empotrado, pero tan dócil como un borrego. De muy chico me llevaba a La Burra (ver nótula núm. 489 en GdP) y entre aroma de puro habano, Ponche Caballero, coñac y vino porteño, yo absorbía la cultura de El Puerto».  El nieto de Figueroa, además de hablar castellano, inglés, griego, francés, portugués e italiano y defenderse en árabe, intenta con todo su afán conservar y defender el habla de El Puerto que practica siempre que puede.

Imagen de la devastación en Cádiz.

En el año 1947, aquél 18 de Agosto, Vicente González Lechuga lo tiene grabado en su mente y no se le olvidará nunca. Tenía seis años recién cumplidos. Estaba con sus abuelos en su casa de la calle Larga, 57, ya que sus padres atendían  a unos amigos que vinieron a El Puerto de visita.

El pequeño Vicente, su tata Soledad y su novio fueron al Freidor de Pescado que había en la esquina de la calle Ganado con Nevería y, a la vuelta por la Plaza de Isaac Peral, a la altura de donde hoy está el monumento a Pedro Muñoz Seca, la pared de enfrente se iluminó de rojo. «--Mira, parece fuego» dijo el novio de Soledad y, de pronto, se oyó un estruendoso ruido y le pareció como se se levantara del suelo. Eran las diez menos cuarto de la noche.

La Plaza de Isaac Peral, en aquellas fechas.

Les entró tal pánico que se fueron corriendo a su casa donde les esperaban sus abuelos y su hermano, y aquello era una tragedia: todo el mundo nervioso y llorando; en algunas de las ventanas se habían roto los cristales. "--No sabíamos que hacer hasta que, al poco rato, llegaron mis padres que estaban en el Cine Macario, viendo ‘Como te quise te quiero"’, discreta adaptación de una obra teatral de Luigi Pirandello --que años más tarde daría lugar a ‘Hoy como ayer’-- sobre los encuentros y desencuentros de un matrimonio condenado a entenderse pese a su ruptura. /En la imagen de la izquierda cartel de la película que se proyectaba en el Cine Macario, con Merle Oberon, Claude Rains y Charles Korvin, en los papeles protagonistas.

Con la llegada de los padres, llegó la tranquilidad, al menos para los niños. Los padres se habían acercado al muelle del Vapor, a donde se dirigieron muchos portuenses esa noche y allí se informaron que había sido en Cádiz, donde se veía desde la lejanía, la capital en llamas. La explosión de 200 toneladas de TNT de un polvorín de la Armada en Cádiz fue de tal magnitud que el fogonazo pudo verse en el acuartelamiento militar español situado en Monte Hacho (Ceuta). Se formó una nube de hongo visible en toda la Bahía de Cádiz y algunos municipios de Huelva y Sevilla. El ruido fue tal que se pudo oír en la propia capital hispalense e incluso hasta en Portugal, donde creyeron que se trataba de un temblor sísmico.  /En la imagen de la izquierda, los padres de Vicente en 1947.

Entonces su padre, Vicente González Bruzón, puso la radio al restablecerse el fluido eléctrico que se había interrumpido con la deflagración, y los mensajes eran insistentes: se recomendaba que se abandonaran las casas porque podría haber más explosiones.

Gráfico de la zona afectada por la explosión en Cádiz, señalada por la línea discontínua.

Su padre llamó a un taxi que los llevó a un campo que había en el cruce de la carretera de Sanlucar y Jerez, (muchos porteños pasaron la noche al raso en La Belleza y sus inmediaciones en la carretera de Sanlúcar) y allí estuvieron hasta la mañana siguiente. Para desayunar, los dueños del campo les dieron leche de vaca acabada de ordeñar que, recuerda Vicente, estaba riquísima. Aquella fatídica noche no actuó en el Cortijo de los Rosales, como estaba previsto, el cantante Antonio Machín. /En la imagen de la izquierda, el pequeño Vicente que todavía se acuerda de aquellos días.

Hoy se cumplen 90 años de la entrega por parte de la Ciudad de un estandarte al III Batallón Pesado de Artillería, siendo la madrina SAR la infanta Doña María Luisa de Orleans, a la que acompañaba su esposo Don Carlos de Borbon. Curiosamente aquel 16 de octubre cayó también en domingo.

En la imagen de la izquierda, SS AA en el antiguo Hospital Municipal.

La estación de ferrocarril estaba muy concurrida a la llegada del primer tren procedente de Cádiz en el que, además de un importante contingente de viajeros espectadores espontáneos, conducía a los numerosos invitados de otros municipios al evento, además de las Bandas de los Regimientos de Cádiz núm. 67 e Infantería de Marina, con sus secciones de cornetas y tambores, desfilando hasta el crucero de Larga con Luna, interpretando pasacalles. Muchos jerezanos se acercaron a presenciar el acto en El Puerto.

Llegada de los Infantes al Ayuntamiento en la Plaza de Isaac Peral.

A las 11 de la mañana llegan al Ayuntamiento situado en la Plaza de Isaac Peral SS.AA, rindiéndole honores una batería del III Regimiento de Artillería Pesada, al mando del Capitán Cerón, siendo recibidos por el alcalde, Manuel Ruiz-Calderón y los concejales, José Izaguirre Obeso, Antonio Gutiérrez Gómez, Rufino Bononato, Manuel Maraver, Francisco Gutiérrrez Mercier y y Luis Benítez Gómez. Desde Peral se encaminan al Paseo de la Victoria para asistir al solemne acto interpretando la Banda de Música, dirigida por el maestro Rocafull, la Marcha Real a la entrada y salida de SS AA del Palacio Municipal.

Llegan las unidades militares al Paseo de la Victoria: el batallón de Infantería Base Naval del Ferrol, el de Villaviciosa, el grupo de baterías del XII Ligero y el Regimiento de Artillería Pesada. Eran muchos los invitados, representaciones civiles, militares, políticas, sociales, que estuvieron en el acto y los lugares destacados que ocupaban en el Paseo, dándose el caso de que se instaló una tribuna para que presenciaran la ceremonia los alumnos del colegio de San Luis Gonzaga.

Los infantes llegando al Paseo de la Victoria, con el estandarte portado por el alcalde Ruiz-Calderón.

La llegada de los Infantes produjo nuevamente la expectación del público. El estandarte era portado por el alcalde, Ruiz-Calderón, cuyo acto de entrega se haría con una ceremonia religiosa de por medio, con el Arcipreste Francisco Núñez Galván, entregado por el alcalde a la infanta y es recibido por el coronel jefe del Regimiento que aceptaba la oferta de El Puerto. Tras la ceremonia se celebró un desfile por la calle Larga.

Los infantes, por las calles engalanadas y a coche descubierto, se dirigieron al antiguo Hospital Municipal.

Terminado el desfile la comitiva con SSAA a la cabeza se dirigieron a visitar el Hospital Municipal, donde fueron recibidos por el director facultativo Plácido Navas Villascieras; a continuación visitaran el Hospital de Sangre de la Cruz Roja, donde son recibidos por las Juntas de la Cruz Roja, con la presidenta de Damas, Mercedes Peñasco y la de Caballeros una nutrida representación a cuyo frente se encontraba Manuel Ordóñez Garabito.

Banquete ofrecido en el Ayuntamiento.

A continuación se ofreció un banquete en los salones del Ayuntamiento para sesenta comensales, pasadas las dos de la tarde, amenizado por la Banda Municipal, donde se sirvió consomé de ave, crema perigod parisien, timbal de langostinos, solomillos emperatriz, jamón york a la americana, pavi-pollo rotti, bizcocho helado a la veneciana y postres. Los vinos fueron M. Riscal, Maruja, Jerez Solera 1800, Fino Palma, Champagne, Cognac y Crema de Cacao.

Como se echaba el tiempo encima y no se podía completar el apretado programa de visitas, cancelaron la visita prevista a los alojamientos de las fuerzas armadas, cuyo menú extraordinario fue entremeses, paella de arroz a la valenciana, merluza en salsa, bisteak empanado, Frutas, Vinos, Pasteles, Licores y Cigarros puros.

El acuartelamiento en la Plaza del Polvorista.

Los infantes, después del banquete, se dirigieron a continuación al Colegio San Luis Gonzaga. A las cuatro en punto de la tarde se celebró un festival taurino en la Plaza de Toros a cuyo comienzo  no llegaron los infantes hasta bien entrado éste, por lo que se alteró el orden previsto en el mismo, corriéndose en primer lugar los becerros y, ya con los infantes, se celebró un carrusel con jinetes, formaciones, música, … que encandiló a los asistentes. Al finalizar el espectáculo SS.AA fueron despedidos en la puerta de la Plaza a pie del auto que les condujo a Sevilla, por las autoridades civiles y militares que formaron la comitiva, rindiendo honores fuerzas de Artillería.

2

En la imagen, instantánea de Fito Carreto en el Parque Caldereón, del Chiringuito ‘Baobab’ que, durante años, gestionado por Fernando Durán Rey --en la actualidad, locutor de radio--, atendió a la gente moderna de El Puerto en la década de los ochenta. A la derecha de la imagen, el malogrado periodista de Diario de Cádiz, Diego Mora Perles, a quien con tanto cariño recordamos.

Entre 1979 y 1989 Fernando Durán trabajó en la hostelería en el Parque Calderón, en un kiosko novedoso para la época: el Baobab, donde conoce a gente muy interesante y hace muy buenas amistades. De allí, recuerda, salieron muchas parejas y amantes. Aunque el bar no era suyo, lo defendió como si lo fuera: fue una concesión del emprendedor Juan Ruiz-Herrera. El derecho al descanso de los vecinos de la zona, dado el movimiento y los horarios que mantenía el exitoso establecimiento, acabó cerrándolo.

1

El Adriano III en el dique, tras ser rescatado luego de su hundimiento.

Benito, más que de pueblo,
es un zoquete integral
que no entiende el palabrero
que suelen utilizar
los que gozan del llamado
estado del bienestar,
y se queda boquiabierto,
"boquitonto", al escuchar
esa terminología tan frecuente,
y tan normal
que recoge, entre otras cosas,
el transporte intermodal,
la expresión alucinante
de entorno medioambiental,
y, el modernísimo invento
del Consorcio Provincial
del Transporte, que no sabe
cuántos enchufes creará
con sueldos muy superiores,
como cosa natural,
a ese mediocre salario:
el interprofesional.

También ignora Benito,
y preocupa ese ignorar,
para qué demonios sirve,
cual es el fin primordial
del ente al que se conoce
como Mancomunidad.

De lo que entiende Benito,
por ser un pobre patán,
es de vergüenza torera,
de gratitud y lealtad,
de nobleza, de sentimientos
y de generosidad.

Que de todo ello carecen
los que van a jubilar,
puesto lo exige el progreso,
por decreto y sin piedad,
al Tercero de esa saga
entrañable y singular,
cuyo nombre es Adriano,
y además de familiar,
es desde tiempos pasados
emblema de la Ciudad.

Es una muerte anunciada,
puesto que un catamarán,
dos mejor dicho, han venido
al Vapor a reemplazar
en sus idas y venidas
del Puerto a la capital.

Pero lo que clama al cielo,
lo sangrante de verdad,
es la negación rotunda,
dada por la autoridad
de antemano, a toda ayuda
de nuestra Comunidad.

¡Las subvenciones son todas
del nuevo catamarán!
Y si desea sostenerse,
si quiere continuar viviendo,
pues que se busque sin demoras,
sin tardar, una nueva ocupación
distinta de la actual.

Así premian su conducta
abnegada y ejemplar,
los esfuerzos cotidianos
en su honrado navegar
con Poniente, con Levante,
Sur o vendaval,
siempre señor en sus actos,
siempre amigo servicial,
viviendo con lo justito
sin la ayuda material
de quien echarle una mano
era obligación moral.

Pero ¿a dónde irá el Vapor?
¿Qué ocupación buscará?,
dice Benito enfadado.
¿Habrá llegado a pensar
algún listo se dedique
a coger muergos quizás?
¿O se vaya al algodón
y en septiembre a vendimiar?
¿Se irá a la fresa a Moguer?
¿O se ocupa en transportar a 'guiris'
a la Sierra del Pinar,
y en Grazalema les muestra
el hermoso pinsapar?

¿De qué sirvió te nombraran
Bien de Interés Cultural?
Bien ¿para quién, Adriano?
¿Quién se pudo colocar
a tu costa otra medalla
de la chaqueta en su ojal,
y ahora, desagradecido,
te niega el pan y la sal?
Preguntas a las que nadie
quiere o puede contestar.

Benito no se aventura,
no quiere pronosticar
en qué acabará la cosa;
pero le ruega no deje
firmemente de luchar,
defendiendo los derechos
que ganó sobre la mar,
y, aunque lo vejen y humillen,
no pierda su dignidad.

Por eso cuando se cruce
con algún catamarán
no se achique y siga airoso
su seguro caminar,
y en el momento preciso
le dé tres largas "pitás "
que demuestren los bemoles
y la clase señorial de esa saga
inolvidable de los Fernández Sanjuán .

Paco del Castillo.

Parece que el poeta escribió hoy estas letrillas, pero fue en Diario de Cádiz, en la columna de opinión ‘Bienteveo’, ajustado al formato de prosa, el 25 de enero de 2006. Tiene plena vigencia.

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